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Mario Vargas Llosa, «José María Arguedas, entre la ideología y la Arcadia», prólogo a Todas las sangres, Madrid, Alianza Tres, 1982, pág. xi.

 

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Razón de ser del indigenismo..., en José María Arguedas, Una recuperación indigenista... pág. 39.

 

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En una precisión breve de la noción, Cornejo Polar debatió los conceptos próximos de mestizaje y transculturación. Sobre el primero de ellos, observó cómo «la categoría de mestizaje es el más poderoso y extendido recurso conceptual con que América Latina se interpreta a sí misma». Este recurso, sin un esfuerzo teórico de definición, «en gran parte reproduciría una cierta ansiedad por encontrar algo así como un locus amoenus en el que se (re)conciliaban armoniosamente al menos dos de las grandes fuentes de la América moderna: la hispana y la india, aunque en ciertas partes, como el Caribe, se incluyera por razones obvias la vertiente de origen africano». Afincados en esta noción, más en el campo de la política que en el de la literatura, se trataba con ella de asumir «un punto de encuentro no conflictivo (...) para pensar-imaginar la nación como un todo más o menos armónico y coherente».Vinculando a continuación la idea de transculturación, en las formulaciones de Fernando Ortiz y Ángel Rama, se preguntaba si no sería esa noción «el dispositivo teórico que ofrece una base epistemológica razonable al concepto (que considero fuertemente intuitivo) de mestizaje».La propuesta de Cornejo surgía de intentar «formular otro dispositivo teórico que pudiera dar razón de situaciones socio-culturales y de discursos en los que la dinámica de los entrecruzamientos múltiples no operan en función sincrética sino, al revés, enfatizan conflictos y alteridades»: «En una primera versión el concepto de heterogeneidad trataba de esclarecer la índole de procesos de producción discursiva en los que al menos una de sus instancias difería, en cuanto filiación socio-étnico-cultural, de las otras. Mas tarde «radicalicé» mi idea y propuse que cada una de esas instancias es internamente heterogénea». Los términos del debate se harán entonces intensos, puesto que Cornejo se afincará en una realidad cultural y literaria problematizada y conflictiva, para considerarla centro de cualquier visión que quiera dar cuenta de los procesos y las relaciones de la literatura en el marco de una sociedad concreta. La perspectiva contraria, todo lo que pretenda debilitar el conflicto discursivo (entre literatura hegemónica, literatura popular, literaturas indígenas) será una suerte de mistificación teórica. Como material clave para este debate, las intervenciones de Cornejo Polar, Roberto Fernández Retamar y otros en Asedios a la heterogeneidad cultural. Libro de homenaje a Antonio Cornejo Polar (José Antonio Mazzotti y U. Juan Zevallos cordinadores), Philadelphia, Asociación Internacional de Peruanistas, 1996.

 

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Límites fronterizos que, en ocasiones, son de difícil precisión. José Escobar ha analizado puntualmente las Memorias de un setentón desde esta precisa óptica. Para el citado crítico, Mesonero, al adoptar el título de Memorias «registra la diferenciación conceptual de los términos memorias y autobiografías que fuera de España se había establecido en la reflexión crítica sobre la abundante literatura reminiscente. Con el término memorias desde hacía ya mucho tiempo, se designaba en el extranjero, no sólo en Francia, sino también en los países de lengua inglesa, un género de escritos que caían dentro de la definición anunciada por el autor de los Recuerdos literarios [Escosura]», (1993, pág. 282). En sus conclusiones J. Escobar señala que no existe una frontera clara entre las memorias y la autobiografía. El autor de memorias, entendidas como texto estético, no puede ser un simple cronista, registrador de unos hechos pretéritos, pues la «presencia de su personalidad, desde el presente, es indispensable en el texto de este género de escritos. El pasado, en cuanto rememoración, se nos representa experimentado, vivido. Mesonero, aunque rechaza el término autobiografía, rehuyendo el exhibicionismo personal como temática de sus reminiscencias, no tiene más remedio que 'combinar en cierto modo los sucesos extraños que relata con la propia modestísima biografía'. Si bien, esta expresión -'su propia modestísima biografía'- no es más que una atenuación del término fuerte autobiografa» (1993, págs. 285-286).

 

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Los testimonios de la crítica que figuran al final de tomo segundo de las Memorias de un setentón (1881) han creado una imagen negativa al respecto, pues se alude e insiste en la escasez de obras españolas referentes al género autobiográfico. El Apéndice que figura en dicha edición es un mosaico de opiniones de gran interés para el crítico, pues no sólo se teoriza sobre el género al que pertenece la obra, sino también sobre la incidencia o importancia del mismo en la literatura europea. El marqués de Valmar señala al respecto que en España «se echan de menos las Cartas y lasMemorias, que tan fructuosamente sirven en otras naciones como explanación o complemento de la Historia [...] las Memorias y las Cartas atienden más a la realidad sencilla de las cosas, e individualizando los hechos y refiriendo interesantes pormenores, dan a la narración más carácter novelesco o dramático. De esta diferencia puede servir de ejemplo la pintura que del año del hambre hacen respectivamente la Historia del Conde Toreno y las Memorias de un setentón [...]» (1881, II, págs. 224-225). Los juicios de José Mañé y Flaquer, Manuel de la Revilla, Francisco de Asís Pacheco, Rafael Luna [Matilde Cherner], entre otros, inciden en este aspecto y en otros relacionados con las fuentes literarias de las Memorias y la actitud de Mesonero en la relación de los sucesos y hechos descritos.

 

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En contraposición a la opinión generalizada de la época centrada en la escasa producción en España de la literatura autobiográfica, surgen en estas últimas décadas voces en clara contraposición a dichas opiniones. Anna Caballé (1995) analiza el copioso material existente en la España del siglo XIX. En sus conclusiones indica que «es sorprendente la abundancia de escritos autobiográficos a lo largo del siglo XIX: periodo convulso, pleno de cambios profundos en todos los órdenes de la vida: el tránsito de una sociedad estamental a una sociedad clasista, la intensidad de los acontecimientos políticos, los constantes enfrentamientos ideológicos, la transformación de las costumbres, del arte, de la ciencia..., convierten el siglo XIX en un friso espectacular donde tendrán cabida los más variados testimonios (con frecuencia acompañados de una documentación que acredite lo escrito) [...] De modo que strictu sensu no hay razón que justifique seguir manteniendo la vigencia del tópico de nuestra escasez en ese dominio literario» (1995, págs. 135-136).

Un amplio corpus bibliográfico sobre todo este material referido a la autobiografía española lo encuentra el lector en Fernando Durán López (1997). Vid. también las investigaciones llevadas a cabo en el seno del Instituto de Semiótica Literaria, Teatral y Nuevas Tecnologías de la UNED (Romera Castillo, 1999)

 

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No aparece citada en la obra de Eugenio Hartzenbusch (1894). En el Catálogo de las Publicaciones periódicas Madrileñas existentes en la Hemeroteca Municipal de Madrid (1894) tampoco figura La Pajarera, aunque sí, por el contrario, otras publicaciones citadas por Mesonero y que son, igualmente, auténticas curiosidades bibliográficas, como El Patriota, El Redactor General o El Amigo de las Leyes.

Material informativo conciso lo ofrece María Cruz Seoane que define la publicación «[...] de gracia ingenu y un tanto chabacana» (1977, pág. 59). Gómez Aparicio (1967, pág. 110) la considera eminentemente satírica y un tanto ingenua.

La Pajarera, generalmente escrito en verso, se hizo célebre por el título de los sucesivos números que se iban publicando, pues llevaban el nombre de un pájaro. El nombre correspondiente a dicho pájaro -Cernícalo, Mirlo, Urraca, Cuco, Cuervo, etc.- arremetía sus picotazos contra la sociedad. Su director fue Manuel Casal, más conocido con el seudónimo Don Lucas Alemán, poeta, médico y colaborador en diversos periódicos madrileños de índole satírica (Gil Novales, 1991, págs. 132-133).

 

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La única excepción la constituye el general San Miguel, aunque no por su condición de periodista sino por su intervención militar en el levantamiento de la isla de León. Por otro lado, insiste Mesonero, «los ministros, diputados y hombres importantes de aquella época, y que casi todos procedían de la anterior, de Cádiz, ni Argüelles, ni Martínez de la Rosa, ni Calatrava, ni Toreno, ni Canga, ni Feliu, ni Moscoso, etc. fueron periodistas jamás» (I, pág. 246).

 

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Hartzenbusch indica textualmente lo siguiente: «La colección que he visto alcanza hasta el núm. CCXVI, correspondiente al 30 de junio de 1822, cuyo número, si no es el último, se me figura que pocos más saldrían después» (1894, pág. 32). Por su parte Gil Novales emite en torno a la fecha de 30 de junio de 1822 una interrogante (1975, II, pág. 1021). Gómez Aparicio hace coincidir su cese el 7 de julio de 1822 con la ola de represalias que los exaltados protagonizaron a raíz de la intentona absolutista en la noche del 7 de julio de 1822. El Censortambién sufriría las consecuencias de esta situación de irritabilidad por la que atravesaba España, cesando su publicación el 13 de julio del mismo año mediante el siguiente comunicado: «Aviso a los suscriptores.- Los redactores de El Censor, considerando que en tiempos de agitaciones políticas, y cuando están exasperados los ánimos, la censura ofende e irrita, pero no corrige, han acordado terminar su obra con el presente número»,El Censor. Periódico político y Literario, Madrid, Imprenta de El Censor, 7 de julio de 1822, pág. 1.

 

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Los artículos referidos a la política fueron redactados mayoritariamente por Hermosilla. Publicación definida por la crítica con el calificativo de excelente y con toda suerte de elogios, como en el caso de María Cruz Seoane: «La energía y serenidad con que estos hombres [Lista y Hermosilla] defendieron su difícil postura, equidistante del absolutismo y del constitucionalismo extremado, se simpatice o no con ella, merece respeto y aprecio. La conducta posterior de Hermosilla y Miñano, sin embargo, se lo resta. Cuando se lee la Histoire de la Revolution que publicó Miñano en 1824 y se comparan las ideas expuestas con las del Pobrecito Holgazán, la diferencia sólo puede explicarse por un espíritu de vil adulación al deseado -tirano- seducido nuevamente tirano Fernando, o de odio y mezquino afán de revancha contra los liberales, que ni siquiera el duro trato que éstos le habían dispensando a él y a su amigos puede disculpar. En cuanto a Lista, figura por muchos motivos venerable, singularmente como pedagogo, no lo es por cierto por su conducta política. Ya había dado muestras de inconsecuencia pasando depatriota a afrancesado durante la Guerra de la Independencia. Después del Trienio Liberal pasó a sustentar doctrinas más retrógradas que las manifestadas en El Censor en la oficiosa Gaceta de Bayona, para a partir de 1833 convertirse en defensor de todos los gobiernos de distintos matices que se sucedieron» (1977, pág. 133)