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ArribaAbajo A propósito de dos recientes ediciones de Don Álvaro

Duque de Rivas, D. Álvaro o La Fuerza del sino. Ed. Ermanno Caldera, Madrid, Taurus, 1986, 228 pp. Id. Ed. Donald L. Shaw, Madrid, Castalia, 1986, 181 pp.


Joaquín Álvarez Barrientos


Instituto de Filología C.S.I.C., Madrid

En los últimos años han aparecido bastantes ediciones del Don Álvaro. Las dos que reseñamos ahora están realizadas por dos de los mayores expertos en el Romanticismo. Ermanno Caldera conoce como pocos el teatro de la época y las relaciones que los dramas románticos tienen con el teatro anterior y de finales del siglo XVIII832. Donald L. Shaw ha estudiado la literatura romántica y ha hecho precisas aportaciones sobre la aparición y sentido de la palabra «romántico, romanticismo» en España, contribuyendo a la clarificación de una zona de la Historia de las ideas sumamente oscurecida por la inercia crítica833.

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Estas son dos perspectivas de acercamiento a la pieza del Duque de Rivas. Caldera lleva a cabo un ensayo sobre la calidad literaria y la originalidad estructural del Don Álvaro (señalada también por Shaw), fijándose en aspectos teatrales y de interpretación de los problemas vitales que plantea el autor y relacionándolos con la difusión europea de determinados temas centrales de la obra. Shaw, por su parte, hace consideraciones que tienden más a centrar la obra dentro de la historia del Romanticismo y como expresión de las nuevas ideas que en él han ido surgiendo. Caldera explica el sentido de la obra desde dentro de su estructura; Shaw situándola en el contexto mental de la época. De este enfoque surge una interpretación: los dramas románticos se explican (y se explica su aparente inverosimilitud) si se conciben como símbolos. A esto hay que añadir que son el reflejo de la crisis de conciencia que se abrió en los años finales del XVIII y que se fue agrandando, en opinión de Shaw, hasta ahora.

El «pesimismo» romántico, esa etiqueta que simplifica y esconde la recta interpretación de ese modo de vida, es más bien la expresión de la falta de fe en el providencialismo dieciochesco. (Un buen ejemplo literario de esta creencia en el Providencialismo es la novela de Martínez Colomer, El Valdemaro, 1792, recientemente editada por G. Carnero). De esta forma, todo se organiza en la obra para significar este desencanto o descreimiento. El simbolismo, del lenguaje, de la decoración -monasterio, convento, cárcel, cruz, etc.-, va a producir en el espectador el contraste, la sensación de que nada queda en la vida que tenga sentido. Será, además, una forma de explicitar la ironía.

La ironía que muestra cómo Don Álvaro intenta entrar en el mundo ordenado, y en qué forma, sistemáticamente, se le niega esa integración. Los elementos trágicos que la crítica ha detectado en el Don Álvaro surgen de este hecho. El personaje se ve desprotegido cada vez que intenta la integración, siendo obligado a tomar una actitud que le aleja cada vez más de esa posibilidad. Don Álvaro confirma, a lo largo de la pieza, algo que había descubierto desde el principio: nos domina la injusticia y la fatalidad. Así, la obra no será el descubrimiento de este hecho, sino su repetición y profundización. Ni el amor de una mujer (Leonor), ni la amistad entre dos hombres (con don Carlos), ni la religión pueden salvarlo.

Esto puede interpretarse como una respuesta absoluta de esa crisis antes aludida. En el «mundo de la Ilustración» los valores de la amistad y de la religión estaban positivamente potenciados; ahora no sirven. Por lo que se refiere a la mujer, se la muestra de forma pasiva generalmente, cuando en la época   —561→   anterior, dejando a un lado a las bandoleras y a las mujeres que se vestían de hombre, la mujer inició y consiguió una independencia respecto a sus padres, hermanos y esposo, que se impuso en gran medida a la sociedad del momento. Las mujeres estudiaban, aprendían, colaboraban en las Academias. Parece que con el Romanticismo esta imagen activa, más que activa, independiente, desaparece de la expresión literaria, en favor de una mujer receptora, que puede salvar al hombre, en casos como el del Tenorio. La única forma de rebelión que tiene la mujer en el drama romántico es la del amor. Una forma, por lo demás, tradicionalmente utilizada. Sus familiares se opondrán (o la sociedad) a sus amores y surgirá por ahí el conflicto.

En Don Álvaro este conflicto tiene una dimensión más profunda. Como señala Caldera, Leonor muestra una actitud heredera del tiempo histórico anterior, liberalizador de las costumbres amorosas, mientras que su padre y hermanos son el signo del conservadurismo, de un ancien régime que ya era combatido en el XVIII. Por otra parte, hemos de señalar que Rivas, al tratar este aspecto, es fiel a los problemas que se debatían en la época en que se desarrolla el drama de Don Álvaro y Leonor, mediados del XVIII. Esto, a pesar de que los personajes hablen y se comporten como contemporáneos del público que veía la obra.

Caldera lleva a cabo una labor importante al situar Don Álvaro dentro de la obra total de Rivas, señalando temas, como el del problema racial, que aparecen en varias de sus obras. Nos muestra el «aprendizaje» del duque desde sus tragedia s neoclásicas y cómo fue capaz, sin renegar de una estética, de realizar una obra innovadora, pero también integradora de todo aquello que el clasicismo le había enseñado. En este proceso de aprendizaje sitúa Caldera el acercamiento al simbolismo de que habla Shaw, cuando señala el primero que el nudo central de la evolución del duque, desde el Neoclasicismo al Romanticismo, se encuentra en el paso de lo denotativo a lo connotativo. Y bien se puede observar esta evolución en el empleo que hace Rivas del lenguaje834. La connotación lleva al universalismo de la obra, y otro tanto hace el perspectivismo, al presentarnos Rivas distintas caras de la realidad, y a los personajes en diferentes momentos de su vida. El fatalismo, entonces, queda reforzado desde varias perspectivas, y en campos diferentes.

Sobre este aspecto, Caldera muestra que el tema no es nuevo. Tuvo gran difusión en Europa, sobre todo en los primeros decenios del siglo. Era una forma de cuestionar la libertad humana, enfrentándola «a la influencia irresistible de una condena escrita en el cielo», en palabras de Giuseppe Mazzini (Della   —562→   fatalità considerata com’elemento dramatico). Caldera considera que el problema de la fatalidad, del sino, debe relacionarse con la astrología: «Sino = signo (constelación)». Preciosilla, en la jornada primera, escena segunda, hace varias consideraciones sobre la mala ventura de los protagonistas, y a lo largo de la obra otras alusiones al respecto se suceden. El personaje lucha continuamente por ser aceptado y aceptar la suerte que las estrellas le deparan. El suicidio final sería una forma de afirmación, una resistencia al mundo que no acepta y no le acepta. Para Shaw muestra la «renuncia a la lucha desigual -contra el destino adverso» (p. 41). Llama la atención que sean tantas las interpretaciones que se dan a esta última escena835.

La edición de Ermanno Caldera, por lo que respecta a la transmisión del texto, hace también aportaciones importantes. Reproduce el texto del manuscrito conservado en la Biblioteca Municipal de Madrid, más largo que el de las habituales ediciones, pues Don Álvaro empezó a aligerarse de texto, como les sucede a tantas obras una vez que se enfrentan con el escenario y el público, casi desde sus primeras representaciones. Utilizar este manuscrito le ha permitido corregir errores que se repetían inalteradamente desde hace siglo y medio y dar sentido recto a varios pasajes que resultaban ambiguos o sin sentido. Del mismo modo, ha desenvuelto algunos «cuentos imaginarios» que se inventaron sobre la génesis de la obra y que la crítica continuaba repitiendo y considerando válidas (vid. apartado «Génesis de la obra», pp. 27-33).

Estas dos ediciones, que en algunos puntos resultan distintas (no opuestas), ofrecen al lector un buen panorama de los problemas a los que se enfrenta el Romanticismo, la interpretación del Don Álvaro y dos explicaciones de la obra que se complementan en bastantes aspectos. El que lea sólo una de estas ediciones no perderá nada; pero entenderá más si lee las dos. Un ejemplo lo encontramos en las páginas que ambos editores dedican a aspectos centrales, como son el sino, la estructura y la mujer. El énfasis que ambos ponen en señalar la coherencia de su construcción, mostrándola por vías distintas, contrasta con la repetida idea del Don Álvaro como error de construcción836.