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Además de en el Phantasticus, Llull también habla de ello en otros libros, v. g., en el Liber de Lamentatione Philosophiae (en R. Lulli Opera Latina, VII, 113), donde dice que la sensitiva «non potest multiplicare chimaeras»; sí, en cambio, la imaginativa (apud Badia 1991, pág. 46). (N. del A.)

 

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Esta teoría del sueño será posteriormente retomada por los neoplátonicos y conceptualizada en el spiritus phantasticus, especialmente, por Ficino, Pico o Bruno. En general, véase el clásico trabajo de Patch 1956, con la adición de Lida de Malkiel, La visión del trasmundo en las literaturas hispánicas, esp. pág. 419. (N. del A.)

 

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«Es la fantasía potencia natural del ánima sensitiva, y es aquel movimiento o acción de las imágenes aparentes y de las especies impresas. Tomó nombre griego de la lumbre, como dice Aristóteles, porque el viso, que es el más aventajado y nobilísimo sentido, no se puede ejercer sin lumbre; y porque así como la lumbre y claridad [...] muestra las cosas que rodea e ilustra, así se muestra la fantasía mesma. Tulio lo interpretó viso, Quintiliano visión y los modernos imaginación [...]. Esta se engaña muchas veces y se confunde en error más que los sentidos inferiores. Y por ésta se representan de tal suerte en el ánimo las imágenes de las cosas ausentes, que nos parece que las vemos con los ojos y las tenemos presentes. Y podemos fingir y formar en el ánimo verdaderas y falsas imágenes a nuestra voluntad y arbitrio, y estas imágenes vienen a la fantasía de los sentidos exteriores» (Gallego Morell 1973, pág. 88-89). (N. del A.)

 

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Léanse, si no y por ejemplo, las palabras del preceptista López Pinciano: «No atiende la imaginación a las especies verdaderas, mas finge otras nuevas, y acerca dellas obra de mil maneras: unas veces, las finge simples; otras, las compone; ya finge especies de montes que nunca fueron; ya de las especies del monte y de las del oro hace un monte de oro; ya del oro hace un coloso, y ya un animal que tenga cabeza de hombre, cuello de caballo, cuerpo de ave y cola de pece porque abraza las especies pasadas, presentes y futuras» (I, pp. 48 -49). (N. del A.)

 

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De hecho, una vez desacreditada la platónica participación del alma en la divinidad, esta capacidad es la principal función del alma, «porque la psique humana es, según Locke, cognoscible a través de los patrones asociacionistas de acuerdo con los cuales convertimos nuestras percepciones sensoriales en ideas... tanto más cuanto que para los asociacionistas el alma no es más que el agregado de las percepciones de los sentidos materiales transmitidas a la conciencia [...]. He aquí anticipada [...] la idea romántica de que la naturaleza es alma visible, y el alma es naturaleza invisible» (Sebold 1989, págs. 14-15). (N. del A.)

 

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Pág. 179-182; nótese que lo que plantea no es más que el desarrollo y nueva concepción de la reminiscencia de Aristóteles (v. g., De memoria et reminiscencia, 452a) reelaborada por Descartes en su concepción mecanicista de la memoria; véase cómo el francés explica la función de los espíritus animales que recorren el cerebro en busca de los surcos que dejó el objeto que queremos recordar en su Tratado de las pasiones, art. X («Cómo se producen los espíritus animales en el cerebro»)-XVI, XX-XXVI, etc.; especialmente el art. XXI, donde se refiere a las «imaginaciones», «que no pueden ser puestas en el número de las acciones del alma, y no proceden sino de que los espíritus, siendo diversamente agitados y encontrando las huellas de diversas impresiones en el cerebro, toman en él su curso fortuitamente por ciertos poros antes que por otros. Tales son las ilusiones de nuestros sueños» (pág. 17); y las evocaciones fortuitas, reminiscencias o asociaciones de ideas. (N. del A.)

 

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«En otras palabras, una vez tengamos registrados en la memoria los objetos, la imaginación tiene una doble función: o bien se encarga de representarlos cuando están ausentes, actuando como memoria; o bien los combina y dispone formando así composiciones que le plazcan. Addison afirma que la imaginación no sólo está limitada a recomponer imágenes recordadas de la naturaleza, sino que es capaz de crear mundos nuevos al mostramos personas que no se hallan en ella. Distingue, así, el mundo de la poesía del mundo de la experiencia y, por tanto, establece implícitamente una diferencia entre la verdad poética y la filosófica» (Raquejo, en Addison 1991, págs. 68-69). (N. del A.)

 

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Así lo declara en Della perfetta poesía (1821, II, pág. 21): «Indizio di grande ingegno è il trovar bellissime e nuove similitudini [...]. E queste somiglianze poi dall’intelletto ritrovate [...] da noi si vogliono chiamare immagini intellettuali o ingegnose, a differenza delle immagini della fantasia: non già perchè la fantasia nulla serva all’intelletto nel ritrovamento e nell’unione delle simiglianze, ma perch’e più propia dell’intelletto ci par questa operazione [...]. La fantasia a lui reppresenta gli oggetti fra loro diversissimi lontani; egli [...] ne reccoglie quanto veramente v’ha di somigliante fra loro [...] e solamente corre per gli oggetti compresi nella fantasia» (cf. Manero 1989, pág. 306 y passim). (N. del A.)

 

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Pág. 54; Rudat (1971, pág. 106) da en el clavo al afirmar que Arteaga «coincide con Harris, Diderot y Lessing en su oposición a la fórmula horaciana ut pintura poesis sostenida por la estética neoclásica, especialmente Batteux, quien identificaba poesía y pintura». Vale decir: no quiere hacer equiparable la mímesis con la reproducción (cf. Checa 1991, pp. 42-43 y passim). (N. del A.)

 

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Por supuesto no fue sólo patrimonio de los ilustrados la crítica a expresiones de ignorancia y superstición. Una prueba evidente de la lucha de los sectores más cultos de la sociedad frente a la credulidad de las gentes es el sistemático ataque a la falsa existencia de las brujas, y de ello da testimonio el estudio de Lisón Tolosana, 1992. No obstante, aunque tanto la crítica cómo la sátira hacia comportamientos irracionales no eran novedosas en la España del XVIII, sin duda se agudizaron en este siglo entre los ilustrados. Hubiera sido imposible redactar este texto sin la ayuda y colaboración de Antonio Correa, José Manuel Matilla y Javier Portús. A ellos, amigos y aficionados, según expresión ilustrada, de la estampa, les agradezco su colaboración. También agradezco a Nigel Glendinning y a Guillermo Carnero su amabilidad por haberme invitado a participar en el Curso Superior de Filología de la UIMP de 1992. (N. del A.)