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51

Cf. P. F. Monlau, 1847, ed. 1871, pág. 175:

Tanto y más que las corrientes deben llamar la atención las aguas estancadas, generalmente impuras y funestas para la salud de los hombres y la salubridad del territorio. [...] Excede a todo cálculo el número de víctimas que en todo el Globo, y especialmente en nuestra misma España, han sacrificado, y están sacrificando anualmente, las aguas encharcadas [...] Importa sobremanera, pues, dar curso veloz a las aguas impuras o estancadas, desaguar y secar los pantanos y lagunas perjudiciales [...] Al efecto se estudiará el respectivo modo de formación de cada Laguna, pantano o charca, la naturaleza de sus aguas, de su población vegetal y animal, de su fondo, de sus efluvios y de los efectos de éstos, etc. (N. del A.)



 

52

En adelante citaré la novelita por la edición de 1892, indicando únicamente el título y la páginas.

Cf. José G. Richardson, pp. 83-89:

Cuando la lluvia cae sobre la tierra, una parte llena los estanques y va a engrosar los ríos; pero la parte mayor filtra a través del suelo, y después de muchas horas, o de muchos días, pasando por pequeños agujeros, se concentra en nuestros pozos. En el curso de su viaje hacia el centro de la tierra, disuelve, según dejamos dicho, numerosas substancias minerales [...] con respecto a las materias animales que encuentra con demasiada frecuencia en su camino, [...] pueden cambiar un agua potable en un veneno oculto y lento, o en un agente de destrucción inmediata. (N. del A.)



 

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«Don Ángel vestía de negro y enseñaba apenas un centímetro de cuello de camisa, y este poco no muy blanco» (Cuervo, pp. 128 - 129). Nuestro personaje, además usa «sombrero de copa de forma anticuada, algo grasiento» (Cuervo, pág. 119); en 1870 el Dr. Dulcamera afirma en su artículo que el sombrero de copa es antihigiénico. (N. del A.)

 

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Por estos años se publican algunos ensayos sobre la «higiene de las pasiones», como los de D. Foy y J. B. F. Descuret. Además, en los tratados de «higiene privada» se suele dedicar un capítulo a la higiene de las pasiones; v. gr. P. F. Monlau trata en sus Elementos de higiene privada de las sensaciones internas y de las pasiones, y señala que «el placer y el dolor son indispensables para la existencia y deben servirnos igualmente de reglas de higiene» (1846, pág. 334). (N. del A.)

 

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La frenología del Dr. Gall, ampliamente conocida en España por medio de traducciones, tratados de divulgación, manuales, revistas, y sobre todo gracias a la obra de Mariano Cubí y Soler, autor de varios trabajos sobre el tema y al que se considera el introductor de esta ciencia en España (Ramón Carnicer), y, posteriormente, las teorías del Dr. Lombroso (Luis Maristany, 1973, 1983); estas últimas ejercen un influjo indudable entre los escritores españoles (Lily Litvak, José Luis y Mariano Peset, Benito Mariano Andrade; Luis Maristany, 1983, pp. 373-381). (N. del A.)

 

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La obra del moralista francés hubo de ser bien conocida por los escritores decimonónicos, ya que de ella se publicaron, a lo largo del pasado siglo, al menos cinco ediciones (Roben Garapon, pág. XLV). (N. del A.)

 

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Tal «erótica de la muerte» únicamente es parangonable, en la narrativa clariniana, con la «erótica del poder» experimentada por Fermín de Pas en el capítulo I de La Regenta, mientras escudriña su presa, Vetusta, desde lo alto de la torre de la catedral, o con la voluptuosidad que invade al Magistral en el capítulo XXI al contacto con el recuerdo y la presencia de Ana. Voluptuosidad esta última cuyo símbolo explícito es la rosa: el capullo que De Pas deshoja y muerde con fruición en el parque tras leer la carta de Ana; los capullos de mujer, rosas propiedad del Magistral que son las niñas de la Catequesis, y la rosa de Alejandría que Ana deposita en manos de De Pas mientras pasean por el parque. (N. del A.)

 

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La enumeración sustantiva, suma de elementos aliados de la vida frente a la muerte, es un recurso expresivo de primer orden al servicio de esta sensualidad: «tenía el instinto seguro de los acontecimientos más a propósito para recordar la vida, la actividad, la salud, la fuerza, el movimiento, todo lo contrario de la muerte» (Cuervo, pág. 141). (N. del A.)

 

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El gusto por la «duplicación» de personajes es una constante del volumen de novelas cortas de 1892; en Doña Berta Sabel es un reflejo de Berta, en Superchería Alcázar lo es de Nicolás Serrano y Tomassuccio de Caterina Porena. Estos personajes, que constituyen un desdoblamiento desdibujado del protagonista, son como un espejo en el que el personaje principal se refleja y gracias al cual destaca en el relato por su mayor relieve frente al otro. (N. del A.)

 

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En estas escenas Cuervo consigue ahuyentar el fantasma de la muerte en los parientes del difunto: Cuervo se daba arte para irritar en la viuda el sentido íntimo de la salud, del bienestar que busca expansión [...] En adelante Cuervo, a pesar de su aspecto poco pulcro, casi fúnebre, representaba la vida, el placer futuro, la efectividad de la dicha saboreada poco a poco, con deleite [...] Don Ángel venía a ser la Celestina de estas relaciones ilícitas entre la viuda y la infidelidad futura, el amor repuesto, la voluptuosidad aplazada (Cuervo, pp. 144-145; cf. R. de Mesonero Romanos, pág. 122). (N. del A.)