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ArribaAbajo Una égloga inédita de Agustín de Montiano y Luyando

Rosalía Fernández Cabezón


Universidad de Valladolid

El vallisoletano Agustín de Montiano y Luyando (1697-1764), primer director de la Real Academia de la Historia, participa en el campo de la literatura como poeta, teórico y autor dramático.

Educado en el espíritu postbarroco vigente en los primeros años del siglo XVIII, su obra literaria de juventud no podía estar ajena a esta influencia; entre las numerosas obras que compuso en esta etapa merecen destacarse el poema bíblico El robo de Dina, compuesto en octavas reales, y el melodrama La lira de Orfeo.

A finales de los años cuarenta, se opera un cambio radical del gusto entre los escritores; éstos, abandonan la estética del siglo barroco, para intentar dirigir la creación literaria hacia nuevos horizontes estéticos. La semilla de este cambio ya había sido echada por Luzán en 1737, pero comenzará, a dar sus frutos en las décadas siguientes.

Montiano y Luyando participará de forma activa en este cambio que se produce hacia la mitad del siglo. El primer gran poema donde ya es patente la evolución es la presente Egloga, leída por el propio autor el 5 de Octubre de 1747 en la Real Academia de la Lengua, de la que también era miembro.

La égloga, en 68 hojas de letra dieciochesca, la componen 1846   —218→   versos repartidos en cuatro estancias, que vienen a ser cuatro días, durante los cuales dos pastores, Lisardo y Julio, dialogan cantando sus penas amorosas.

El poema se sitúa dentro el convencionalismo del género. Al instante identificamos los signes de la convención pastoril; la ambigua modestia del poeta culto que voluntariamente adopta el rústico papel de pastor y tiene que suplir con sinceridad natural su supuesta carencia artística. El poeta sigue a sabiendas un doble juego, pues conoce que en realidad, la mayor parte de los pastores son pícaros redomados, bestializados por la soledad y el contacto con la naturaleza. Y sin embargo, el mito pastoril tiene una validez universal, pues el hombre soñará siempre con la Edad de Oro, un mundo natural sin corrupción en que los seres humanos lo son con mayor simplicidad y autenticidad; es a este mundo imaginario, en el que el arte proporciona una segunda y mejor naturaleza, al que Montiano nos invita a penetrar, para sumergirnos en una atmósfera semimítica de un «locus amoenus » eternamente edénico, un lugar pacífico, compuesto por árboles que dan sombra, un arroyuelo que corre entre la blanda hierba, el canto de los pájaros y la fragancia de las flores multicolores. Este paisaje idealizado, que Curtius ha definido e investigado como un topos a través de la poesía griega y latina338, constituye un escenario esencial para las ninfas y los pastores de la tradición clásica; sobre este mismo fondo, que el alegorista medieval había utilizado con frecuencia, que Garcilaso de la Vega había proyectado para entrar en contacto con una naturaleza sumamente estilizada, está recreada esta Egloga de Montiano y Luyando.

Así mismo, el tema está enraizado en la más honda tradición clásica greco-latina; a través del tamiz renacentista le llegará a nuestro autor. Es la queja del pastor enamorado desdeñado por su pastora amada, que, o bien dialoga con otro pastor amigo para que le aconseje o compadezca, o bien, llevado por su exaltación amorosa, expresa sus sentimientos mediante un dolido soliloquio (Julio al inicio de la estancia tercera). Montiano inserta otros temas que también fueron recreados por Virgilio en la Antigüedad Clásica, y por Garcilaso en el Renacimiento, ya que conectan con la mentalidad neoclásica: la oposición de la prudencia y la razón al amor pasional (vs. 32-39); el tema   —219→   del «Beatus ille» horaciano, incorporado a la tradición clásica española en el menosprecio de corte y alabanza de aldea (vs. 111-120 e inicio de la estancia segunda); virtud y no linaje como valor de las personas (vs. 400-411); exaltación de la amistad individual (vs. 439-478); volubilidad de la fortuna (vs. 841-848, 1440-1522) adelantada en las poéticas premoniciones (vs. 1259-1321).

Por otro lado, el mar (vs. 1766 y ss.) quizás represente el amor como en los poetas del Siglo de Oro. «El reino de Neptuno, tan propenso a cambios fuertes e inesperados, a tempestades tremebundas y naufragios lastimosos, es figura apta para la pasión de amor, tan mudable, tan difícil de dominar, tan sujeto al naufragio del que se lanza en él, detrás de una pasión sin freno»339.

Desde el punto de vista métrico el poema presenta el siguiente esquema:

1- 677 Silva
678- 773 Sexteto-lira (aBAbCC)
774- 994 Silva
995- 1.114 Octava real
1.115- 1.618 Silva
1.619- 1.765 Estrofa alirada (aBaBaCC)
1.766-1.846 Silva

La mayor parte de la Égloga está compuesta por versos endecasílabos y heptasílabos que riman en consonante a gusto del poeta; es, por tanto una silva, combinación métrica muy utilizada durante el siglo XVIII «por su falta de sujeción a toda disciplina formal»340. Montiano da preferencia a la modalidad grave, con predominio de endecasílabos. Aunque menos empleada que la estancia para las églogas durante el Renacimiento, a partir del siglo XVII con la renovación barroca comienza su utilización, pero será en el siglo de las luces cuando la desplace, favorecida por el ambiente propicio de libertad creadora.

Montiano cambiará de forma estrófica cuando lo requiera el contenido. La declaración de Lisardo a Leonisa en la estancia segunda la compone en sextetos-liras. El amargo soliloquio de Julio en la estancia tercera está escrito en octavas reales, quizá recordando el   —220→   uso de esta estrofa en los poemas bucólicos del Renacimiento y Barroco; por vía de ejemplo señalaremos la Égloga Tercera de Garcilaso. Por último, en la imprecación que Lisardo hace al mar en la estancia cuarta utiliza una estrofa alirada, que viene a ser como un desarrollo del mismo tipo métrico que el sexteto-lira.

En el aspecto formal se aprecia un uso abundante del adjetivo, fundamentalmente del epíteto, adjetivo no imprescindible para la comprensión del significado de un mensaje lingüístico, de función esencialmente expresiva. La elección de estos epítetos continúa la tradición clásica española que a partir de Garcilaso se impone en nuestras letras, y que llegará atravesando el Barroco hasta el siglo ilustrado341. Además, el carácter subjetivo y afectivo del poema se ve potenciado por los numerosos diminutos que encontramos.

En este mismo sentido, el uso del adverbio en -mente aumenta la significación del adjetivo, a la vez que recuerda el gusto renacentista en los poemas pastoriles.

Montiano con esta Égloga vuelve los ojos a los temas, al lenguaje y al estilo de nuestros poetas renacentistas, saltando todo un siglo de creación poética342, pero será Garcilaso de la Vega su modelo a seguir, del que no podrá desasirse; sobre todo tiene en cuenta la Égloga Primera del toledano; veamos algunos ejemplos que verifiquen esta influencia:

- Utilización de antropónimos iguales: Salicio y Galatea.

- El empleo de premoniciones, aunque temáticamente sean diferentes.

- Calcos como el dulce lamentarse.

- La pérdida de la armonía en el universo antes de dejar de amar a su pastora.

- Nombres de ríos conocidos: Tajo.

- Asimilaciones del infinitivo (v. 1032).

- Es significativo el párrafo donde los pastores se declaran a su amada, y contrapesan su aspecto agradable a la belleza de ella. Transcribimos los dos pasajes para apreciar la semejanza:

  —221→  

Égloga Primera de Garcilaso:


No soy, pues, bien mirado
tan disforme ni feo,
que aun agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
por ese que de mí s'está reyendo343.


Égloga de Montiano


Si acaso no me engaña
más de un arroyo puro y cristalino,
soi tal (y aún lo miraba esta mañana)
que según imagino,
quando no a merecer todo un cuidado
basto a no deslucir algún agrado.


Finalmente, la Égloga de 1747 contiene elementos autobiográficos. Al comenzar el poema Lisardo sitúa su cuita amorosa en una isla que no es su tierra natal (vs. 163-185); es una trasposición de los años que vivió, durante su juventud, en Mallorca, y que dejaron una huella imborrable en su alma. En segundo término, Lisardo, en su peregrinaje, quiere llegar a su ciudad natal, Valladolid expresada al citar el río que recorre toda la villa:


y mientras de Pisuerga la ribera,
que es dulce patria mía,
me admite...


(vs. 1829-1831).                





Égloga que leyó D. Agustín de Montiano y Luyando en la Real Academia Española el día 5 de Octubre de 1747344



Estancia primera

 

LISARDO - JULIO.

 

JULIO

Aquí, que Manzanares blandamente
moja el pie de estos árboles umbríos,
sentémonos, Lisardo, mientras pace
el ganado, que busca diligente
la hierva, en que su anhelo satisface.  5

LISARDO

Así pudieran los deseos míos
tan presto, Julio mío, sosegarse.
Aun que si estos alegres corderillos
probasen del amor la tiranía,
negados a lo que es alimentarse,  10
no con pasos sencillos
y mansedumbre suma,
en la grama su afán se pararía.
Tal le sucede al Toro quando, ansioso,
la piel cubierta de su blanca espuma,  15
busca la Novilleja en monte y valle,
e impaciente, vagando sin reposo,
descubre lo que ama,
ya la pierda o la halle,
en la inquietud rabiosa con que brama.  20
—222→
El Ruiseñor, también enamorado,
publica su cuidado
a las sombras y al día
con triste melodía;
y en el árbol, en donde  25
blando nido le esconde
la dulce compañía,
ya salta, ya se sienta, ya gorgea,
indicios del afán en que se emplea...
En fin, Julio, hasta un bruto, quando quiere,  30
de todo lo que no es amor se olbida.

JULIO

No lo ignoro, Lisardo; pero es justo
que la razón modere
con resuelta medida
los violentos estremos de la queja,  35
como suele también a los del gusto;
pues si al impulso del furor se deja,
sin pronto adbertimiento,
tocando en temerario sentimiento,
la pena desmerece  40
los créditos de fina,
quando indiscretamente se padece
y en un tenaz ahogo se termina.
¿No te acuerdas que un día, retirando
tu ganado y el mío hacia la Aldea,  45
de mi pasión los lances escuchando
y el ceño de mi amada Galatea,
quando de mi dolor enternecido
te dejó mi paciencia convencido
a que no es, no, bageza, que prudente  50
se sepa resistir lo que se siente?

LISARDO

¡Ay, Julio, que essa rígida templanza
tiene tal vez su apoyo en la esperanza!
Mas yo que nada espero,
aun del fin de mi mal destituido;  55
que, ¡ay de mí!, considero
sin recurso perdido
el bien que firme quiero,
ciegamente obstinado
en doblar, aunque en vano, mi cuidado,  60
cómo, cómo podré ya consolarme,
si reúso hasta el medio de templarme.

JULIO

Ningún rigor se ofrece a nuestra suerte
tan bárbaro, tan fiero, tan tirano,
que, a fuer de ser humano,  65
no tenga su remedio aun sin la muerte.
La gran Madre, la próvida Natura,
que nos vio sugetos al veneno
de tanto riesgo y daño
como el hombre indiscreto se procura,  70
puso al entendimiento rico y lleno
de triaca eficaz de desengaño,
—223→
omo suele la vívora aplicada
por mano diligente
a lo que infecta con maligno diente,  75
ella misma curar de su picada.

LISARDO

¡Ay, amigo!, que estando embegecida
la penetrada herida,
sin tino los remedios se desbelan.
No digo yo que acia su fin infausto  80
precipitados vuelan
los míseros alientos
de mi funesta vida.
No estoi aún de juicio tan exhausto
que pondere tan ciego mis tormentos,  85
como a algunos zagales les escucho,
de los que sienten poco y hablan mucho.
Pero también conozco que esta pena,
este continuo llanto,
este sumo quebranto,  90
este huir de tratar con los pastores,
y en fin, esta tristeza,
mis males han de hacer superiores,
que passarán a ser naturaleza,
débil assí, quanto ya fue robusta.  95

JULIO

¿Si esse peligro al corazón asusta,
para qué no le evitas?

LISARDO

A su fineza el mérito limitas,
si crees que el temor me sobresalte.
No recelo yo, Julio, no, que falte  100
la salud o la vida,
que fuera bien perdida
por tan noble motivo;
siento, sí, que padezca
con daño succesibo,  105
por mi inacción causado,
sin que alivio a mi suerte le merezca,
ni le aguarde por mí solicitado.
Y aun que sea interés el que me obliga
a llorar el rigor de esta fatiga,  110
más quiero confesar sincero el hecho
que, con fingido pecho
y discurso no sano,
mentir, en el estilo cortesano,
con el trage falaz de las verdades.  115
Estas selvas, amigo, y este prado,
testigos de inocentes voluntades,
jamás vieron en árboles grabado,
o del eco distante repetido,
pensamiento explicado y no sentido.  120

JULIO

Mil veces he resuelto preguntarte
la poderosa causa que te aflige,
y otras mil, receloso de enojarte,
—224→
a mi intención curiosa contradige,
bien como amigo fiel, que huye el agrabio  125
de examinar lo que cautela el labio.
Mas ya que de tus males la porfía
pide pronto socorro, determino
sufra esta nota la pregunta mía.
Dime, pues, lo que agita tu destino;  130
se aquietará mi cariñoso anhelo.

LISARDO

Injusto fuera malquistar tu celo
con mi silencio, ¡o amigo el más seguro!
Yo expondré de mi angustia las razones,
si a esso pueden llegar mis expresiones;  135
y aun que a nuebos pesares me apresuro,
repetiré las duras aflicciones
que produjo un succeso lastimoso;
y no extrañes el daño que figuro,
porque si todos juntos sólo explican  140
un dolor indistinto, aun que rabioso,
no este mismo dolor me multiplican,
sino quando señalo sus rigores,
que entonces en cada uno se duplican,
haciendo de un dolor muchos dolores.  145
Pero antes, por que no se nos alege
el ganado esparcido,
y de aquellos Jarales
las espesuras dege,
donde acuden tal vez otros zagales,  150
llámale, Julio, tú, con el chasquido
de la onda, entre tanto
que apaciguo el dolor y enjugo el llanto.

JULIO

Ya acia allí de Barcino, de Melampo,
el siempre fiel ladrido  155
avisará, si alguno se desmanda;
y por aquella vanda,
tan ávido está el campo
que no se arrimará cordero alguno.
Comienza, pues, tu lamentable historia  160
y disculpa mi ruego de importuno.

LISARDO

¡O no lo fuera más mi cruel memoria!
Lejos de esta rivera
hai una, a quien el mar roza apacible,
pedazo de una isla, a quien, ufana,  165
hizo Naturaleza apetecible
estancia de continua Primavera;
si ya no es la avitación dorada
donde Neptuno (no con pompa vana)
mereció en algún tiempo, reberente,  170
Naútico templo a su húmido tridente,
con tanta quilla armada
como escondía el puerto,
—225→
antes que del Océano furioso
las ondas escuchasen  175
del Marinero experto
ecos, que en otro mundo resonasen.
Aquí, pues, viví yo; y aquí, gozoso,
conduge muchos años sin cuidado
a mi pobre ganado,  180
con tal olvido de mis patrios montes
que ni en ayre o lenguaje,
en costumbres o trage,
me distinguí de los demás Pastores
de aquellos orizontes.  185
Era el Archivo yo de sus amores,
y como libre estaba,
en su pasión tal vez los gobernaba;
y tal con rudo numen exprimía
su triste pensamiento,  190
o ya para las fiestas componía
motes y empresas con que su tormento
no menos se explicaba que lucía.
Quando al redil amigo se volvía
uno y otro rebaño presuroso,  195
su dueño venturoso,
con rostro alegre y ánimo sincero,
era en mi humilde choza compañero
con quien fino y gozoso
la noche melancólica engañaba,  200
hasta que el torpe sueño nos llamaba.
Por el invierno frío,
en ogar aseado,
vieras, Julio, sentado
mi rústico congreso.  205
De su pastora aquél cuenta el desvío,
éste de la estación mide el progreso,
uno las brasas cuidadoso arroja,
y otro, arrimado más al lento fuego,
secar procura su mojada ropa.  210
Vieras también que luego,
sin preparar la explendidez la mesa,
sirve mano sencilla,
en limpia canastilla,
ya la sana vellota o la castaña  215
con que mi gratitud los interesa,
no embuelto el don en vanas expresiones,
que suelen ser falacea las razones
y la mano es no más la que no engaña.
En el estío ardiente,  220
del alhagüeño ambiente
gozábamos los soplos y, oficioso,
procuraba guardarlos
con el dulce melón apetitoso,
el racimo sabroso;  225
—226→
o ya para templarles
la sed siempre molesta,
agua los presentaba
de una cercana fuente conducida,
de su cansancio más agradecida  230
por que tan poco cuesta
la frescura que en ella se lograba,
la brebe dilación de ser pedida.
Y en fin, con todos era
mi asistencia contada la primera  235
en el juego, en la caza,
y en quanto gusto abraza
el campestre egercicio,
sin encontrar de su tibieza indicio.
Voló el tiempo, pensión de ser dichoso,  240
y, descuidado con el largo uso
de vivir libremente,
¡o quán en vano mi delito acuso!
En un concurso que festibamente
juntó del valle las zagalas vellas,  245
vi una que entre ellas
assí se distinguía
como suele en el campo, que aterido
dejó el rigor de la estación más fría,
el almendro florido;  250
o, para no agrabiarlas en la parte
que en mi comparación las pertenece,
como suele la flor que debe al arte
más pompa, más carmín, mayor fragancia,
diferenciarse de otras, cuya infancia,  255
como no culta, estraña nos parece,
aun siendo de una igual naturaleza.
Siguióse al ver, mirar; su gentileza
llamaba a cada instante a mi cuidado;
conocíme mudado,  260
y quíseme apartar del precipicio;
mas, vacilante el juicio,
dejaba el corazón azelerarse.
Volvía a repararse,
ganando la razón lo ya perdido;  265
pero en esta contienda dudosa,
no sé si con intento o por descuido,
reparó en mí Leonisa (que éste era
el dulce nombre de mi cruel pastora)
con un dejo apacible, qual si fuera  270
partícipe tal vez de lo que ignora.
Entonces, presurosa
la ya poco segura resistencia,
se entregó a su pasión con tal violencia
que dejó al pobre arbitrio, y digo poco,  275
¡ay Julio mío!, amante, ciego y loco.
Digéronla mis ojos mi deseo,
y aun al baylar, estando junto a ella,
quise darla noticia del trofeo;
—227→
pero el afecto mismo, por que pruebe  280
cómo junto temor y atrebimiento,
quando con uno el alma incita y muebe,
con otro al labio en turbaciones sella
idioma que, si entonces le entendiese,
más que no mis palabras la adbirtiera;  285
y esto aun quando asintiesse
dentro del pecho a mi atención parlera,
pues no llegando como yo a saberle,
pudo notarle, pero no entenderle.
Ibase el día, y ya se divisaban  290
las sombras en los montes más vecinos;
ya alegres las quadrillas se apartaban,
y en los varios caminos
que a las felices chozas dirigían,
solamente se oían  295
ecos, que vagamente resonaban;
quando yo, diligente, cabiloso,
confuso y silencioso,
sigo a Leonisa, sin saber a dónde
mi déseo me guía,  300
por más que me la esconde
el tropel o la noche, que ya havía
la distinción de objetos impedido.
Al llegar a su albergue suspendido,
paré sin leve acción el movimiento,  305
como aquel que, pisando divertido
la senda poco hollada,
dejó el camino cierto y espacioso,
y al volver sobre sí, repara atento
que, a costa de aumentarse la distancia  310
y doblar la fatiga,
la senda se acabó, no la jornada,
que a proseguir se obliga.
Quedéme allí, mas fue tan sin reposo,
que ni para apartarme de su estancia  315
me ayudó el alvedrío,
esperando indeciso, sin que advierta
que aun a esperar se me cerró la puerta.
Creció en la soledad el desvarío;
un pequeño rumor me asusta el pecho;  320
turba una voz mi diligente oído;
y como en vano miro, escucho, acecho,
quando ya todo con silencio estaba,
aun más este silencio me turvaba.
Quién pudiera explicarte de mi idea  325
uno y otro alterado pensamiento;
mas cómo acertaré, si el labio duda
que se iguale la voz con el intento.
¿Reparaste tal vez allá en la Aldea,
quando alguno se muda,  330
que el primer día que se alojó en su cassa,
—228→
como no tienen puesto señalado
los trastos de que usa
y está todo mezclado,
si uno quiere, otro encuentra, aquél reúsa?  335
Pues assí es lo que passa
quando por inquilino
entre amor en el Alma; que, impaciente,
como ignora el destino
propio de los afectos, aun que siente  340
que a un duro afán se entrega,
busca el uno, halla el otro, a aquél se niega.
Volvíme, en fin, a mi infeliz cabaña
y, mal hallado en la quietud del lecho,
antes que den indicio en la campaña  345
de que comienza el día
las libre avecillas con su canto,
sin dormir, mal despierto me levanto;
y deseando estar sin compañía,
para no reprimir llanto o suspiro,  350
buscaba el melancólico retiro
de un bosque enmarañado,
siguiendo, y no guiando mi ganado,
quando Anfriso, un ilustre ganadero,
como yo en aquel valle forastero,  355
íntimo amigo mío y confidente,
buscándome venía,
como siempre solía;
y al ver que le recibo tibiamente,
pálido el rostro, el sayo sin aseo,  360
la vista baja y todo sostenido
del cayado torcido,
con cariño impaciente
estraña mi mudanza,
y saliendo a los labios su deseo,  365
pregúntame la causa que me aflige.
Creerás, Julio, que pude sin tardanza
satisfacer su ruego;
pues no fue, Julio, assí, que sólo dige:
«déjame, Anfriso»; y prosiguieron luego  370
Mis ojos a explicar lo que ocultaba.
Él, que alterado mi pesar miraba,
porfía; callo yo; buelve a inquietarse;
y al tiempo que, cansado de quejarse
de mi amistad, sentido me dejaba,  375
arrójome a su cuello sin aliento,
y bañándole en lágrimas le pido
disculpe de su error a mi tormento,
pues enmudece sólo de corrido;
que quien libre vivió, y a amar comienza,  380
de mirarse vencido se avergüenza.
Referíle mi mal, nombréle el dueño
que motivó tan repentino estrago;
añadí que, cobarde a tal empeño,
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resolvía sufrir sin declararme  385
el impulso primero,
o, por mejor decir, traidor alhago,
abandonando con rigor sebero,
sordo al engaño infiel de la esperanza,
sólo atento a la cruel desconfianza,  390
de que llegase a amarme
Leonisa, como aquel que, al simple amago
de su tímida idea,
quisiera no querer lo que desea.
Es verdad que tenía este recelo  395
más cuerpo en la evidencia de mi daño;
era yo, Julio, estraño;
Tirso, su Padre, del País amante;
y para acrecentarse mi desvelo,
él rico y poderoso,  400
y yo ceñido a un mísero rebaño;
que el que sirve constante,
rendido, cauto, fiel y respetuoso,
siendo pobre, por más que se fatigue,
merece, Julio, pero no consigue.  405
Malhaya el que primero
valuó las voluntades
tasando su poder por el dinero;
origen fue de trágicas maldades,
si el mérito se venga o la fineza  410
de ser precio de una alma la riqueza.
Oyó Anfriso mi ahogo y, compasibo,
sintió el empleo nuevo de mi vida;
calló un rato, suspenso y discursibo;
y mi pasión, sin duda bien medida  415
de su esperiencia suma
me dijo... Mas ya empieza
de las nocturnas aves tarda pluma
a cruzar por el viento, y repetido
nos anuncia la noche su gemido.  420
Vámonos, Julio mío, sin pereza
el ocioso ganado recogiendo,
pues vala y sólo alguno está paciendo;
que si mañana fueres
a buscarme en la selva más vecina  425
de aquel valle que umbrío y delicioso
en la falda del monte se termina,
anudaré si quieres,
ya que assí mi obediencia te aseguro,
el hilo de esta historia lastimoso.  430

JULIO

Yo me alegro, Lisardo, que a seguirle
te ofrezcas, quando quiero, y lo procuro,
no se empeore el mal con referirle;
que, según el afecto con que escucho,
no será, amigo, mucho;  435
puedas tal vez en algo corregirle,
pues templará tu justo sentimiento
ver que también tus aflicciones siento.
—230→


Estancia segunda


LISARDO

Religiosa amistad, sencilla y pura,
indisoluble nudo  440
que atas las almas en unión segura,
nada de tu poder estraño o dudo,
quando, desecho, miro
mi silencio tenaz que, misterioso,
sólo dejo romperse del suspiro.  445
¡O fuerza de un amigo cuidadoso,
qué corazón habrá que te resista!
¡O, lo mucho que dista,
en la fe con que se ama y corresponde,
la igualdad finamente apasionada  450
de aquel traidor alhago con que esconde
la palaciega infiel cortesanía
la voluntad dañada!
A influxo de una regla tan impía
todo en la corte el interés lo rige,  455
de la lisonja la verdad vencida;
y al pecho, a quien aquél menos aflige,
la embidia mal nacida
suele servir de escollo en que zozobre.
No assí en estos apriscos, donde goza  460
más tranquilo su curso nuestra vida;
la Paz se viste con pellico pobre,
logrando un templo en cada humilde choza;
y en las acciones, el Amor testigo,
no es el amigo riesgo de su amigo.  465
Crédito, Julio, sea
de este discurso mío.
Yo mis ansias le fío,
y él mi alivio desea,
mutuamente alternado  470
el suyo y mi cuidado,
siendo en los dos tan uno el sentimiento
que aun tal vez se equivoca el instrumento,
si no es con atención examinado.
Cáusale en mí Leonisa,  475
y en él es mi dolor quien le precisa;
y assí, desde su origen, si se advierte,
nuestra amistad iguala nuestra suerte.
Mas él es el que viene. Salgo al paso
ansioso a recivirle  480
con cariño no escaso,
que bien lo debo a lo que a mí me quiere.
Voy luego, por reñirle
tan prolija tardanza;
aun que su culpa infiere  485
mi razón, que la engendra la esperanza,
graduando los instantes
por guarismos amantes.
—231→
¿O, Julio, qué has tenido
que tan tarde has venido,  490
donde ya te aguardaba
con afecto impaciente?

JULIO

¡Ay, Lisardo! Te juro que contaba
los minutos por oras; mas estaba
esperando a mi ingrata Galatea,  495
por ver si me consiente
separar tanto engaño de su idea;
y aun que la pena mía
no logró la ocasión, por que trahía
consigo quien mis quejas estorbase,  500
repetiré el buscarla,
por si mi mal hallase
término de obligarla.
Ese motivo ha sido, que merece
no de injusto le arguyas;  505
por que conozco ya se compadece
tu amistad de mis ansias como suyas.

LISARDO

Quando ella no lo hiciera,
por la confrontación en los pesares
del que sufres el mío se doliera;  510
que son los infortunios singulares
principio de una oculta simpatía
que a veces, aun mejor que las estrellas,
con interés recíproco aprisiona,
enlaza y eslabona  515
querellas a querellas;
que aun que varíe en todo
el obgeto y acaso el accidente,
por más que haga la causa diferente,
en el sentir es uniforme el modo,  520
y a lo menos el vínculo perfecto
se descubre en lo intenso del efecto.

JULIO

Prosigue, pues, con lo que Anfriso dixo,
que aun que oy no puedo serte tan prolijo,
por la inquietud de ver a Galatea  525
(bien que infructuoso el persuadirla sea),
no faltará ocasión en que escucharte,
que mi interés me acordará el buscarte.

LISARDO

No te replica mi cariño en nada.
Comenzó de esta suerte: «Si pudiese  530
borrar, Lisardo, de tu triste idea
la imagen que registro tan formada,
que no lo fuera más si el tiempo huviese
todo su diestro pulso exercitado,
pusiera mi cuidado  535
mi atención y desvelo
en conseguir, con obra tan gustosa,
la quietud de tu vida.
—232→
Mas ya que claramente mi recelo
ve, no sólo dudosa,  540
pero en tan grabe herida
imposible la cura
que sólo reconozco por segura,
como el práctico suele con destreza
no aplicar específicos al daño,  545
sino, con rumbo estraño,
corroborar la fiel Naturaleza
para que a esfuerzo suyo se consiga
el fin de su fatiga,
assí yo solicito que procures  550
seguir la inclinación que te domina.
Tal vez sea posible que asegures
la mejor medicina,
que no es en este mal remoto medio
que su dolor fabrique su remedio.  555
Si cobarde callares,
según de tus estremos congeturo,
al continuo rigor de tus pesares,
al implacable y duro
fatal remordimiento  560
de tu mismo afligido pensamiento
padecerás la pena
a que el mayor conflicto te condena,
si hasta burlar tu empleo
ni esperanza quedase a tu deseo.  565
¿Pues cómo, en igualdad de contingencia,
sin dejar ocasión a la osadía,
exercita tu tímida porfía,
aún antes de el estrago, la paciencia?
Sufrir quando el ahogo es infalible  570
acredita el coraje de invencible;
mas quando el mal empieza,
sufrir por no emprender será vileza.
Si la cabra golosa,
hollando el precipicio, no trepase  575
por peñas escarpadas,
imposible sería que rumiase
la planta, por difícil, más sabrosa
que esconden de los riscos la quebradas.
La fruta, que en el árbol manifiesta  580
su hermosura, y acaso en la alta rama,
no se consigue, no, sobre la grama:
cuesta el subir, y aun el peligro cuesta;
y si el esfuerzo se repite en vano,
a lo menos no es culpa de la mano.  585
Cada día registras cómo entrega
rústico laborioso
el rico grano al surco que lo guarda;
y aun que no siempre con fortuna siega,
y que otras veces al principio tarda,  590
a desmanes del tiempo riguroso,
en asomar la deseada espiga,
—233→
no por esso mitiga
su perenne cuidado
y el disponer, con esperanza nueba,  595
la dura tierra con el corbo arado
hasta que muda la inclemencia, y prueba
que, amontonado el oro,
rinde a sus troxes próvido thesoro.
Mucho te enseña un egemplar tan cierto  600
si le examinas adecuadamente;
que en fin, Lisardo, si tu estado advierto,
hallo que solicitas imprudente
(y no podrá la réplica evadirte)
matarte, por temor de no morirte.  605
Sirbe a Leonisa, búscala rendido,
que amor deshace agravios de la suerte.
Sea Tirso contrario conocido;
ella tal vez no lo será tan fuerte.
Suspira, no desistas, que el suspiro  610
vence las esquibeces de un retiro;
la queja bien sentida
no menos enternece si es oída;
lágrimas en los ojos
principio son de conseguir despojos.  615
Tus prendas son bastantes
aun a muchos amantes;
pocos tus bienes son, pero ya sabes
que hay para el corazón distintas llabes.
Esto mi afecto entiende, y mi esperiencia;  620
la razón por mi voz te desengaña.
No aprendí, no, en los montes esta ciencia,
en el Liceo, sí, y en la campaña.
Allí también amé, y a costa mía
estudié tan fatal philophía;  625
fatal, pues es preciso
sea el dolor lección para el aviso».
Assí me aconsejaba
la discreción de Anfriso; y convencida
mi timidez, en vano combatida  630
antes de mi razón, flaca y confusa,
con mudo sobresalto se alentaba
a desear lo mismo de que huía.
No sólo no reúsa
en tal estrecho ya mi fantasía  635
amar rendidamente,
pero aun quiere, impaciente,
volver a ver la causa soberana.
Era entonces el tiempo en que serena
la luz y puro el viento  640
unánimes hacían la mañana
deliciosa y la selva tan amena,
con los vivos matices de las flores,
que dirías, o Julio, que abariento
no guarda Paphos para digna estancia  645
de la Madre feliz de los amores
ni tanta variedad, ni tal fragancia.
—234→
Recién vestidas, las flexibles ramas
de los robustos troncos verdegueaban.
En las calientes camas  650
los pájaros gozosos sacudían
la descansada pluma,
y en los músicos coros que formaban
canto no prevenido repetían.
Mientras, la blanda espuma  655
del mar plácidamente
se disuelve en la orilla,
con embate que el eco apenas siente,
y sale la ligera nabecilla
del abrigo del puerto  660
a hender el golfo que temía incierto.
Por gozar, pues, la jubentud del año,
más de un manso rebaño,
de cándidas zagalas dirigido,
dexaba, al Alva, su paterno egido;  665
y ellas, con pie trabieso y dulce agrado,
tegiendo lazos por el fresco prado,
hacia un claro arroyuelo
que por floridas juncias caminaba
dibertidas venían,  670
quando yo, que a favor de mi desvelo
cubierto de unas matas acechaba
aun la expresión que incautas proferían,
viendo que ya Leonisa se acercaba,
rompí del labio el congojoso hielo  675
y el alma toda, con la voz unida,
assí cantó... Escucha por tu vida.
Vellíssima pastora,
gloria del valle, adoración del soto,
que hasta sus troncos con tu culto honora,  680
ya penda humilde el voto
o inscriba en ellos religiosa mano
de su esperanza monumento vano.
Escucha a quien amante,
rendido y fiel te sirve y te venera,  685
desde aquél, para mí, feliz instante
en que puse, altanera,
a tus pies, como término a su empleo,
la aventurosa fe de mi deseo.
Tal vez desconocido  690
llamará a tu noticia mi lamento,
o enojoso a los ceños de tu oído
conseguirá mi acento,
quando más tu rigor quiera indultarle,
que te pares a oírle, no a escucharle.  695
Pero aun que en vano aspiren
a vencer tu atención mis expresiones,
resuelto determino que conspiren
sus humildes razones
a labrar a los riesgos de su daño  700
si no efugio, a lo menos desengaño.
—235→
No desdeñes que sea
en estos campos pobre y estrangero,
que en otros por ventura lisongea
a más de un ganadero  705
con mi antigua cabaña la adherencia,
aún venerada en medio de mi ausencia.
No blasono riqueza
ni tampoco mendigo mi sustento;
mi patria sabe, puedo sin vageza  710
vivir; y que contento
gozaría (mejor si tú lo viesses)
pingüe fruto de vides y de mieses.
Si acaso no me engaña
más de un arroyo puro y cristalino,  715
soi tal (y aún lo miraba esta mañana)
que, según imagino,
quando no a merecer todo un cuidado,
basto a no deslucir algún agrado.
Mi pasión es tan fina  720
que sólo en ella el mérito no cedo.
El alma que despótica domina
bien ofrecerte puedo,
feliz si ya que Amor no la premiase,
tu esquivez sus afectos perdonase.  725
Con esta acción piadosa,
si acaso alcanzo que mi ruego atiendas,
mi voz entonces cantará gozosa
tu peregrinas prendas.
Dará la fama, aun a tan brebes sumas,  730
parleras lenguas y veloces plumas.
El apacible viento
no bajará jamás de la alta sierra
sin que llebe consigo el dulce accento
que mi dolor destierra.  735
Oyrá tu nombre el monte allá en sus huecos,
y el valle y selva volverán los ecos.
Feliz mi albergue pobre
burlará al Noto la rebelde saña,
ya cruja el pino o titubee el robre  740
en la opuesta montaña;
ni, en la estación ardiente, el Can rabioso
turbará de sus dueños el reposo.
Aun que no te merezca,
igualmente por solo que por mío,  745
como a tus ojos digno les parezca,
su distinción confío;
que él passará, ¡o Amor, lo que avilitas!,
de solo a singular si tú le abitas.
Nunca escaso se mira  750
de dulce leche y de reciente queso;
colgada fruta suave olor respira;
y el cabrito trabieso,
sin ver la clara luz alimentado,
ocupa limpia mesa sazonado.  755
—236→
Con onda, lazo o liga,
el conejo, perdiz y pajarillo
son útil diversión de mi fatiga.
Trabajo más sencillo
sigo a veces, buscando al pecezuelo  760
enrredado a la nasa o el anzuelo.
Todo a tu arbitrio fuera
postrada ofrenda de un respeto amante,
si aún aora mi susto no leyera
tu enojo en tu semblante.  765
Quiere y verás, te jura rendimiento
aun la libre estensión del pensamiento.
Sí, Leonisa, recibe
con agrado verdad tan generosa,
que mi pecho, que ufano la concibe  770
con intención honrosa,
emuló firme de la llama en que ardo,
provará que jamás mintió Lisardo.
Esto, amigo, sentí, v esto espresaba;
y mientras por el césped floreciente  775
de la orilla, atendían,
bien que con paso incierto,
a quien tan tiernamente se quexaba,
yo cuidadosamente
de mi Leonisa advierto  780
que en las blancas megillas se vertían
tivias inundaciones;
y arrebatado en dulces suspensiones,
a ver la perfección de sus enojos,
el corazón se me asomó a los ojos.  785
Las demás compañeras
con risa misteriosa
la cercan y festejan placenteras.
Ella, con espresión nada dudosa,
quiere negar ayrada  790
la que suponen fiel correspondencia,
y en lo inquieta y turbada
su malicia adelanta una evidencia.
Fuéronse, pues, siguiendo su disputa;
y quando ya, distante, no la oía,  795
quedé... Tú, Julio mío, lo reputa,
si alguna vez perplejo has aguardado
la admisión o desprecio a tu osadía.
Pero no duró mucho mi cuidado,
que aquella noche me contó Marfisa,  800
estrecha confidente de Leonisa,
quanto a mis versos sucedió en el Prado;
y aún más que ponderó su confianza
para alentar mi tímida esperanza.
Díjome que celase  805
mi pasión de manera
que nadie penetrase
quál el objeto era;
—237→
que, para deslumbrar las que escucharon
mi expresivo lamento,  810
no faltaría modo
con que vorrar las voces que notaron,
hasta hacerlas creer que llevó el viento
aun de sus ecos el impulso todo.
Añadió previniese  815
que, aun que fino y rendido
a Leonisa sirviese,
nunca sería con piedad oído
si de su genio a convencer lo ingrato
no armaba mi razón con mi recato;  820
por que el ser yo atendido
con menos repugnancia
de la que, siempre altiva,
mantubo por dictamen preferido
como timbre tal vez de su jactancia,  825
no era seguridad de que cautiba,
si su favor mi triunfo publicase,
hacia el perdón el ánimo doblase.
¡O Julio mío, y quánta
alteración gustosa  830
introdujo en mi pecho
cláusula para mí tan venturosa!
Parecíame ya ver que quebrantaba
de su esquivez el ídolo, y que luego,
con débil o fingida resistencia,  835
para más gloria de que está desecho,
del Amor en presencia,
sobre las asquas del benigno fuego,
los dos con prontos brazos
cebábamos la llama en sus pedazos.  840
Engaño fue de mi ligera idea,
pues el temor de mi voluble suerte
debiera contener mi pensamiento,
por que no es, Julio, no, si bien se advierte,
feliz el que llegó donde desea,  845
sino es aquel que con tranquilo asiento
y continuada próspera evidencia
goza un bien que tiene contingencia.
Assí, no es propiamente desdichado
quien no logró lo que buscaba ansioso,  850
sino aquel que después de haver logrado
pasó a ser infeliz desde dichoso.
Concepto que, si entonces la cordura
le huviera adelantado, no tan triste
mi presente congoja lloraría  855
la pérdida fatal de su hermosura,
que tan en vano mi razón resiste;
por que si una aprensión de mi alegría
fue el móvil, descubierta
también mi pena juzgaría incierta.  860
—238→

JULIO

Suspende por aora,
Lisardo mío, el trágico suceso,
que el impaciente esceso
de mi pasión me acuerda mi Pastora,
mi Galatea, si es acaso mía  865
quien tanto se desvía
de aquel primer amor que estrechamente
ató mi corazón a su destino.
Un tiempo dulcemente
en que yo, más dichoso, no más fino,  870
merecí sus favores,
como mía la amaba,
pasóse ya. Vinieron sus rigores,
y encuentro tan esclaba
mi voluntad a su desdén sebero  875
que, quanto más me ofende, más la quiero.
Este lazo me lleba
a hacer un nuevo examen de sus iras,
que aun que mi inútil prueba
tenga un fin semejante al que suspiras,  880
si consiguiese verla,
gloria sea, que no podré perderla.

LISARDO

Si mi mal admitiese
la dulce pena de sentir mirando,
por intensa que fuesse,  885
oyeras, Julio, con accento blando
salir el alma en el postrer accento,
sin turbar su armonía
el postrer sentimiento.
Pero en mi suerte impía  890
padezco, sin que sepa la que adoro
que aun olvidado y aun ausente lloro.
No te detengas; búscame en la Fuente
del Pino quando quieras
que el triste resto de mis ansias cuente.  895
Son allí a mi ganado placenteras
las siestas, con el soplo delicioso
que del nebado Guadarrama sale.
Allí el ruido del agua bullicioso,
antes que a Manzanares acaudale  900
su perenne tributo,
hace al vecino césped más enjuto
transportín agradable donde mullen
zéfiros voladores,
juncos, hiervas y flores  905
que al suabe impulso bullen.
Allí te aguardaré. Feliz te emplea
en convencer tu esquiva Galatea.
A Dios, mi Julio, a Dios; no seas tardo.

JULIO

Ya pronto te obedezco. A Dios, Lisardo.  910
—239→


Estancia Tercera


JULIO

¡Qué tranquila que ofrece
la soledad a la inquietud de un triste
ocasión de quejarse
que no es pequeña dicha en quien padece!
Testigo mudo, a su dolor asiste,  915
in que interrumpa el dulce lamentarse;
no como entre el bullicio impertinente
donde, por uno que piadoso lucha
con el ageno mal, risueñamente
la multitud tirana los escucha.  920
Aquí sí que, ignorado
del odio o de la envidia macilenta,
puede mi fiel cuidado
gemir sin que le acechen.
Aquí no le amedrenta  925
el ceño ingrato, pero siempre hermoso;
ni tampoco recela le coechen
favores, estrangeros a su oído.
Bríndame, sí, al reposo,
quanto hace este retiro apetecido;  930
y como sólo atiendo
al murmullo del agua que, corriendo
por entre limpias guijas acompaña
al susurro que forma el manso viento
en los copudos árboles que halaga;  935
o bien entre las ojas, ciento a ciento,
para hechizo mayor de la campaña,
las simples avecillas a porfía,
de su cadencia vaga
la confusa armonía  940
alternan, sin huir plomo villano;
todo, sea favor o engaño sea,
me convida a pensar en Galatea.
Su rostro soberano,
peligro de las almas y las vidas,  945
me parece que miro fulminando
rigores inclementes,
iras apetecidas
contra un pecho que alienta suspirando,
que tolera rendido,  950
haciendo vanidad de ser vencido.
Y tú, Deydad mentida, Dios tirano,
Numen injusto, Ydolo inhumano;
tú, Amor, pues tú lo escuchas, lo consienta.
¡Qué puntual la memoria  955
me acuerda los axcensos de mi gloria!
Mas, ¡ay!, que renobando llanto y susto,
también me representa
la funesta caída de mi gusto.
—240→
¿Si estará con su queja tan contenta  960
que burlará la mía?
¿Si hará, desapiadada,
su injusta tiranía
inútiles mis ruegos?
¿Si negará, obstinada,  965
hasta su vista a mis afectos ciegos?
¿Quién dudará que todo lo egecute
y que la culpa impute
a mi olvido o mudanza?;
pues si, de las sospechas asistida,  970
sólo el error o el menosprecio alcanza,
lugar de conclusión mal resistida,
mientras dure en su concepto ilusa
ni me valdrá el cariño ni la escusa.
Pero por más que fiera  975
te esquibes, o Pastora, a mis lamentos,
ya que el alma presente considera
tu imagen, y que logran sus accentos
el fingido consuelo de argüirte,
mientras Lisardo llega (que distante  980
no estará ya, según lo ha prometido),
oirás de mi pasión noble y constante,
en sentidas razones,
quánto es capaz su enojo de decirte,
que no llegará a agravio conocido  985
or que está el corazón de impulso falto,
y el labio de expresiones,
si a tu obsequio no miran;
y aún éste a de costarle un sobresalto,
según ya los temores me lo inspiran.  990
Prestarán los albogues su dulzura
de mi voz a la triste desbentura;
y estas selvas, que un tiempo me escuchaban,
sentirán lo que entonces me envidiaban.
Contra ti, peregrina zagaleja,  995
no confiado ya como solía,
desata el pecho la amorosa queja,
despique lebe de la ofensa mía.
No la tuya, por eso, me aconseja
de mi atención la justa cobardía,  1000
que aun teme que hagas el rigor empeño,
por que no venza mi razón tu ceño.
Acordaréte, sí, quando el ganado,
desde el primer albor de la mañana,
le uníamos alegres y, abrevado,  1005
discurría a su arvitrio en la campaña,
en tanto que los dos, dejando el Prado,
por redimirnos de la estiba saña
buscábamos, con plácida costumbre,
la fresca falda de frondosa cumbre.  1010
—241→
Allí, sobre las matas que bañaba
arroyuelo del monte desprendido,
dévil junco con liga embarazada
a más de un pajarillo inadvertido,
verde red otras veces atajaba  1015
su buelo, por nosotros dirigido,
y yo a tus pies rendía diligente
del malicioso ardid triunfo inocente.
Del Álamo más alto, que domina
la vegetable población del soto,  1020
a mi traviesa planta se destina
el más distante o ignorado coto.
El nido, que en la copa se avecina,
su firme apoio desgajado o roto,
despojo fue de mi trabiesa mano,  1025
y después de tu arbitrio soberano.
No olvidaré tampoco el tiempo en que era
obligado el cobarde gazapillo
a que busque veloz la madriguera
y entregue el cuello a lazo no sencillo.  1030
¡O, nunca esta fatiga se me huiera,
y durase el hacello, no el decillo!
Quanto silvestre Dios desde algún tronco
llorara fino, gemiría ronco.
¡Pues qué, si mientras dabas al reposo  1035
el delicado cuerpo, recostada
sobre el cálido brazo, ardía hermoso
el carmín en megilla delicada,
y yo a tu lado, quieto y silencioso,
gozé vista tan dulce y anhelada!  1040
Amor entonces, por mirarte, ufano
depuso con la venda lo tirano.
Vosotras, aguas de esta fuente pura,
que vais a Manzanares, desde donde
corréis con el Tajo, mientras dura  1045
su nombre claro, hasta que el mar le esconde,
ya que unión tan antigua me asegura
que a vuestro trato su favor responde,
preguntadle si acaso en su ribera
no fue mi dicha en todo la primera.  1050
En uno y otro margen, yo confío
que aún cantarán, con labios placenteros,
felices lauros del afecto mío
no menos los Pastores que Barqueros.
Del alto monte al valle más sombrío  1055
no ignorarán frecuentes pasageros
lo mucho que debiste a mi memoria,
que aún se acuerda la embidia de mi historia.
Sólo tú, Galatea, ya cortaste
de comercio tan fino el nudo estrecho,  1060
y con ingrato paso abandonaste
de tu mísero Julio el triste pecho.
—242→
Mas no imagines, no, que lo lograste
de parte suya, pues verás desecho
antes el común orden, y que agrade,  1065
que corra el Pez y el Jabalí nade.
Primero a la montaña cabernosa
subirá, contra el curso que le guía,
de este arroyuelo la corriente undosa,
o faltará la luz al medio día.  1070
Primero en la tiniebla silenciosa
renovarán las aves su armonía.
Primero, en fin, que falte a Galatea,
vivirá sin afán el que desea.
Nací para quererte, y mi fineza,  1075
no sé si a influxo de celeste lumbre,
a la dicha de ser naturaleza
añade nueva causa a la costumbre.
No conoce mi ardor de la tibieza
la villana, enojosa pesadumbre;  1080
ni crece merecer, aun quando temo,
por que supo empezar por el extremo.
La poderosa lima de la ausencia
ni un eslabón gastó de mis prisiones
ni en la constante fe de mi paciencia  1085
lograron un desliz tus sinrazones.
Más fino que me viste en tu presencia
te adoraron mis puras oblaciones,
y en mi feliz humilde rendimiento
ni aún osó delinquir el pensamiento.  1090
Bien sé que algún cuidado malicioso
te supuso mi olvido o ligereza,
y que al aviso injusto y engañoso
asintió voluntaria tu velleza.
Plegue al cielo que nunca venturoso  1095
vuelva a ser, (o Pastora) en tu fineza,
si te falté jamás; pues él lo sabe,
él, si te miento, mi esperanza acabe.
Volvamos, pues, a aquel gozar tranquilo
de nuestras almas tiernamente unidas.  1100
Mientras indulta la tigera el hilo,
no como dos se cuenten nuestras vidas;
halle el veloz, inexorable filo
las ebras entre sí tan bien tegidas
que un solo golpe que la Parca egerza  1105
las corte, pues no es fácil las destuerza.
Mas si al vínculo afable te negares,
rebelde a la razón que te persuado,
vive tú, vive, y sean los pesares
el término fatal de mi cuidado.  1110
Sólo pido que el día que escuchares
que murió Julio, triste y desdichado,
no dudes, aun que paga inútil sea,
que murió idolatrando a Galatea.
—243→

LISARDO

Cese ya, cese el lagrimoso canto,  1115
cese el acorde llanto
y no pródigo, Julio, de tu vida,
lástima das aun a las duras peñas
en cuyos ecos vaga dolorida
tu penetrante voz, de que da señas  1120
Ninfa que en ellos mísera se esconde
y, tiernamente, a tu gemir responde.
Desde este montecillo te escuchaba,
creyendo que la queja te aliviase;
pero, viendo la agraba  1125
más que dilates sus funestas voces,
por que el continuo sollozar cesase,
como viste, con pasos tan veloces
bagé, que pudo mi feliz desvelo
legar sin dilación, con ser consuelo.  1130

JULIO

No presumas, Lisardo, que minora
el silencio la rabia que me ofende.
Dentro del pecho, a donde siempre mora,
la reflexión la enciende
del mismo modo que subiendo al labio.  1135
Jamás cesa mi agravio
de afligir mi memoria,
por que jamás de su beldad me olvido,
ni de aquella victoria
en que triunfó mi amor con ser vencido.  1140

LISARDO

Tú, Julio, me decías,
quando escuchabas las angustias mías,
que no hay mal que no deba
remedio a la razón, si ella le prueba.
Torna el consejo aora.  1145

JULIO

No es mi razón, amigo, quien lo ignora.
Mi pasión solamente lo resiste,
que si ha de hablarte la verdad su idioma,
en estos accidentes
se da el consejo, pero no se toma.  1150

LISARDO

¿Luego, tú te rendiste
a los últimos riesgos inclementes
de amar la ingrata que tu ofensa quiere?

JULIO

Yo te confieso que el dolor desea
(¡quán gozosa el alma lo prefiere!)  1155
durar, mientras le cause Galatea.

LISARDO

En tan idalga, generosa lucha,
sólo a la mía iguala tu fineza.

JULIO

Pues si mi amor te escucha
que le imitas, no culpes su tristeza,  1160
quando eres egemplar al sentimiento.
Y ya es infructuoso
disputar en las penas que sufrimos.
—244→
Continúa el succeso de Leonisa,
que me tiene curioso  1165
ver cómo nos unimos
en el fin sin ventura.

LISARDO

Por que no esté indecisa
tu atención, le prosigo,
cueste o no a mi pesar mayor ternura,  1170
que hago al cielo testigo
de que, a no ser a ti, ni suspirara
de temor, que aun el viento lo escuchara;
que si me agravia su veldad, más quiero
pensar callando que gemir grosero.  1175
Débame este silencio ya que un día
le rompió torpe la desdicha mía.
Apenas, pues, miré como posible
mi amor recién nacido,
quando la sed del pecho inextinguible  1180
cebé a su vista, tanto más rendido
quanto encontré sereno
a mis ojos el plácido veneno.
Jamás del Alva la rosada huella,
entre visos y albores,  1185
de Venus descubrió la clara estrella
sin que yo no estubiese,
al primero bostezo de las flores,
donde a Leonisa viese,
al tiempo de salir de su cabaña,  1190
más que las flores y que el Alva hermosa.
Seguíala después en la campaña,
haciendo acaso el ansia de servirla
la fe de mi obediencia escrupulosa;
y aun que pasaron meses sin decirla,  1195
con espacio, mi afecto fervoroso,
y sólo a veces con partida frase
conseguí que mis ansias escuchase,
algún agrado, bien que receloso,
trabeseando en sus ojos me alentaba,  1200
y aquel silencio por feliz contaba.
Una tarde, a la ora en que el ganado
busca la sombra donde mansamente
penetra el aura suabe v deliciosa,
y dejando de pacer yace cansado  1205
sobre la tierra herbosa,
yo, que también llamaba diligente
con la quietud al sueño,
en el punto que empieza
a esparcir su veleño  1210
en las acciones, torpe, la pereza,
siento un rumor, y el corazón me avisa
en lugar del oído.
Los agrabados párpados desplego,
y casi junto a mí veo a Leonisa.  1215
—245→
Creo que estoy dormido;
desengáñeme; y quando a hablarla llego,
como también me recivió turbada,
la dije mucho en no decirla nada.
No corto tiempo se pasó callando  1220
sin que uno u otro la expresión cobrase
hasta que, los espíritus pausando,
la rogué que benigna se sentase
a escucharme lo mismo que sabía.
Tarea peculiar de los amantes,  1225
repetir lo que ya llenó oficioso
y ocupó, con recíproca porfía,
los mejores instantes
en que ya se esplaya el corazón gozoso,
que a no volverse a la expresión primera,  1230
más de una vez el labio enmudeciera.
Oyóme, Julio, no te digo fina
que es por razón forzosa
en la Muger que oírnos determina
oír y agradecer todo una cosa;  1235
pues vencido el rubor, hasta inclinarse,
no tiene ya el desdén en que apoyarse.
Tampoco te diré lo que amorosa
me respondió: archívalo el secreto
de una justa atención que, cortesana,  1240
conserba a su decoro este respeto;
que aun que publique su afición el labio,
voz que sus expresiones no profana
no la juzga ya el uso por agravio,
y en fin, son los arcanos en que entienden  1245
los que con mutua fe se corresponden
tan estraños que públicos ofenden
tanto como se eleban si se esconden.
Sólo confesaré que, blandamente
volando entonces el alado niño  1250
entre nosotros dos, con nueva flecha
rasgó sin duda, repetidamente
de nuestros corazones las heridas,
para que más capaces al cariño
se comuniquen, por cursada brecha,  1255
las almas, ya sin embarazo unidas,
acreditando los benignos tiros
el eco que formaban los suspiros.
Noté entonces (tal vez sería acaso,
aun que el suceso mío lo desmienta)  1260
que con afable paso
cándida palomilla acompañaba,
de su elección contenta,
a su Galán, que, airoso,
con lascibos arrullos la pagaba.  1265
Ella el cuello lustroso
cuidadosa y amantele pulía;
la blanca pluma él, tornasolada,
con alegre esperezo sacudía;
—246→
y en fin, el uno al otro tanto agrada  1270
que los dos, con no oídos ay de míes,
los dos picos juntaron carmesíes.
Envidia de otras aves, disfrutaban
la ferborosa unión que te dibujo,
quando, con pronto vuelo,  1275
con acción impaciente,
otro Palomo, al ver lo que gozaban
y que sin duda siente,
nuebo Rival se presentó en el duelo,
y aun que tosco y sin ayre, la condujo  1280
no sé qué oferta que, feliz padrino,
afianzó el empeño a su destino.
Con el pico ocupado,
sobervio y presuntuoso, la enamora,
y aun que, al primer escarce desayrado,  1285
quanto es favor ignora,
porfió como necio,
y al presentar con el regalo el pico,
como dejó sin fuerzas al desprecio,
consiguió como rico.  1290
El otro, que ya en vano solicita
que el alago repita,
antes que el prado sea
tálamo a su enemigo,
buela de tronco en tronco, mal hallado  1295
con su infeliz estado.
Ya mira, ya se oculta, ya rodea,
y, ya resuelto, por no ser testigo
del presuroso agrado
con que los dos se rondan y se buscan,  1300
cede, en fin, a los celos que le ofuscan.
Rápidamente la campaña deja,
y a nunca más volver de allí se aleja.
Esto miraba yo, pero tan ciego
con el bien que creí que me burlaba  1305
de que fuese amenaza a mi sosiego.
¡Ay, cómo me engañaba!,
que rara vez las dichas no se rotan
con el pesar que en su apariencia envotan,
siendo a quien no las teme tan fatales,  1310
que a espaldas de los bienes van sus males.
Acuérdome que un día
en la arena escribía
mi nombre, y que, llorosa,
añadió que en su pecho enamorado  1315
le escondía grabado.
Mas quando esto afirmaba, cariñosa,
lo escrito borró el mar, llevó el viento
su delicado accento,
prueba y anuncio de que nunca alcanza  1320
duración la firmeza o la esperanza.
—247→
Serví, en fin, y adoré correspondido,
con gusto tan perfecto
quanto supo, entendido,
guardar Amor las leyes de secreto.  1325
En lo más escondido
del Bosque nos buscábamos amantes,
¡o, mi Julio, y qué instantes
tubo allí mi fortuna!
No la Corneja infausta e importuna  1330
con agorero canto
turbó nuestro dulcísimo embeleso,
o a lo menos, suspenso en logro tanto,
que no la oí confieso,
como dichoso que ni atiende o mira  1335
más objeto que aquel por quien suspira.
Quando algún accidente
su trato me impedía,
Marfisa, nuestra noble confidente,
la inquietud de mi anhelo socorría;  1340
y en las amigas sombras, los umbrales
del respetado albergue me escuchaban,
entre ansias desiguales,
más de un sollozo tiernamente fino.
Ya también, mientras daban  1345
al primer esperezo matutino
noticias de la luz los altos montes,
distinguiéndose a penas
en tierra y mar distantes orizontes,
las blancas Azucenas,  1350
aún no enjutas del llanto del Aurora,
la escondida violeta,
aquélla entre las llores más señora;
la Rosa digo; el Mirto, la Mosqueta,
y otras, también fragantes,  1355
cogía, Julio, y luego, primorosas,
sin embidiar las perlas y diamantes
-piedras, en fin, con nombre de preciosas-,
en el adorno de Leonisa fueron,
como suyas, más bellas que nacieron.  1360
Assí vivía quando...

JULIO

No prosigas,
que nos busca Menalcas, según veo,
que hacia aquí se encamina,
y corre quanto digas,
por más que simulado lo refieras,  1365
el riesgo de que Alcina
lo sepa y Melibeo;
por que nunca calló su fácil trato,
hijo de las costumbres lisongeras,
lo que escuchó al amigo.  1370
Por eso me recato
de su comercio falso y enemigo;
—248→
que aun que no es una culpa haver amado,
como se mezclan ierros y finezas,
nadie gusta de verse censurado.  1375

LISARDO

¡Qué bien lo piensas, Julio! Las flaquezas
a que induce el cariño
parece lo que son, por más que quiera
cubrirlas el engaño
de nuestras sutilezas.  1380
El juicioso, el estraño,
su frágil estravío considera,
sin que las valga el aparente aliño,
y al aplaudir la que creí ventura,
se ríe interiormente la cordura.  1385
Y si es, como Menalcas, lisongero,
en todo pone el malicioso diente,
no cauto sino dando placentero
materia a la pasión del maldiciente.

LISARDO

Con acierto, Lisardo, has discurrido.  1390
Mudemos, pues, de estilo; no sospeche
que hay que callar a su vicioso oído;
o vamos al encuentro, no lo aceche.

JULIO

En esto eres, mi Julio, prevenido.
Contigo mi fortuna se sosiega.  1395
Por eso te amo y...

JULIO

Calla, que llega.


Estancia cuarta


LISARDO

Bien se conoce, Julio, que madruga
más que el Alva un cuidado.
¿Aún no la noche el ceño desarruga,
y ya al monte caminas desvelado?  1400

JULIO

Sí, Lisardo, más creo
que havré de reprimir a mi deseo;
que el temporal parece que, inclemente,
inundando con furia la campaña,
ni al Pastor más robusto le consiente  1405
que deje la cabaña.

LISARDO

Mientras durare, pues, impetuosa
la llubia con que empieza obscureciendo
el día, ya que fue tan venturosa
mi choza que defensa tuya ha sido,  1410
muébanse o no las nubes impelidas,
que aquí no serán interrumpidas
de mi antiguo infortunio las razones,
tantas veces con lástima advertidas,
y nunca hasta su estremo declaradas.  1415
Si gustas, tendrán fin sus espresiones,
que molestan a fuer de dilatadas,
y yo, Julio, no intento
apurar tu atención y sufrimiento.
—249→

JULIO

Jamás me cansaría de escucharlas,  1420
siendo, Lisardo, tú quien las refiere
con tal ternura y natural estilo;
pero miro distante el moderarlas,
con sólo oír su sinrazón tranquilo.
La pena assí a mi gusto se prefiere,  1425
pidiéndome el afecto de justicia
que perdone lo estenso a la noticia.
Recoge, pues, quanto hace a la importancia
de lo que resta al caso lastimero;
no espire con la voz la tolerancia;  1430
que el cortador acero,
infausto al uso aun de la diestra mano,
mejor está en la vaina; pues si dura
el riesgo, por que dura el soberano
influxo que le rige,  1435
también, como suspenso, se asegura
en quanto algún arbitrio le corrige.

LISARDO

Tu dictamen apruebo,
que bien conozco que seguirle debo.
Quedamos, pues, en el feliz estado  1440
de mi amor, que vivía
desvanecido como confiado.
Ponderábate yo que, en mi alegría,
ni aún sospeché un amago de disgusto,
dichoso hasta en amar sin competencia.  1445
Que un Rival, aun que no correspondido,
no causa celos, pero causa susto;
y es, con tal evidencia,
que el que logra y posee más querido,
buelve al remo fatal de la esperanza,  1450
condenado al temor de una mudanza.
Pensión cruel del hombre, no contarse
por feliz mientras pueda señalarse
el último guarismo de la muerte.
Assí me sucedió, pues, descubierta  1455
del acaso o la envidia nuestra suerte,
más de una osada voluntad concierta
perturbar mi sosiego.
Viérasme, Julio, luego,
de amarillez cubierto y de tristeza,  1460
buscar en vano por la selva amiga
ocasión de quejarme.
Varío dudar de la mayor fineza;
en la noche más quieta desvelarme;
y, para más aumento a mi fatiga,  1465
oír y ver, con fina competencia
voces amantes, lágrimas rendidas.
En tanta poderosa concurrencia
de pretensiones por mi mal unidas,
la del tosco Salicio solamente  1470
mobió más guerra a mi confuso pecho;
—250→
por rico, por pariente
de mi Leonisa hermosa,
por necio, en fin, que siempre el dulce lecho
de un mérito especial goza, injusto,  1475
el torpe anhelo de un villano gusto.
¡O violencia de amor, o ley infame
impuesta a la infeliz naturaleza!
¿Jamás ha de faltar quien, ofendido,
en su razón contra el insulto clame?  1480
¿Jamás digna fineza
ha de verse sin ceño o sin olvido?
¡O, falaz hermosura,
de nuestros males pérfido instrumento!
¿Siempre ha de ser tu condición perjura?  1485
¿Siempre sin duración tu valimiento?
¡O, ciega, alebe Diosa,
sólo constante en tu fatal mudanza!
¿No has de tener acción sin causa odiosa?
¿No has de obrar sin huir de la esperanza?  1490
Mas ¡ay!, ¿por qué mi voz gime importuna,
si nunca ha de lograrse
que puedan hermanarse
el mérito, el amor, beldad, fortuna?
No duró, Julio, no, la incertidumbre  1495
del daño que a mis glorias amagaba;
bien como suele en la empinada cumbre
lebantarse vapor que, estrecho, agraba
sólo la corta cima,
delicia más que susto de los ojos,  1500
y, a poco espacio denso se derrama,
al incauto Pastor causando grima,
quando, resuelto, en rápidos despojos,
no deja firme rama
ni antiguo tronco sin probar su ruina;  1505
ya, en la región primera,
los condense el calor que opugna el frío
o ya fuente, a su origen aún vecina,
acreciente el arroyo, de manera
que corra al mar como enojado río.  1510
Esto me acaeció pues, Tirso, luego,
con la codicia que la edad engendra,
preparó diligente el casto fuego
de la Nupcial Antorcha; por que prende
recíproca la llama que reúsa  1515
lucir contra la fe que me debía.
Ya del alago y ya del rigor usa
(a lo menos, assí me lo dixeron
los que mi llanto y su mudanza vieron)
hasta que, dilatando la porfía  1520
y cumpliéndose el plazo de las Bodas,
executó Leonisa lo que todas.
—251→
Quién la huviesse escuchado,
la víspera del día señalado
al trájico Himeneo, prometerme  1525
fervores y firmezas,
nunca creyera que pudiera hacerme
ni un agravio su olvido o su fineza.
Mas ¿qué muger, quando el engaño traza,
no destruye, qual hiedra, lo que abraza?  1530
Razón tengo, Leonisa; no me arguyas
con la obediencia de las ansias tuyas.
¿Lágrimas viertes al romper mis lazos
y las enjugas en agenos brazos?
¿Un precepto te muebe,  1535
y tan poco mi súplica te debe?
¡Ay!, que no era tu pecho como el mío,
pues fue dócil a otro su albedrío.
Perdíla, en fin, con riesgo de mi vida;
que la salud, rendida  1540
al desorden del ánimo, me puso
en los últimos trazos del aliento.
No aquí el notar escuso
quánto fue general el sentimiento
de los que antes contrarios ofendían;  1545
y es que ya no atendían
la dicha que envidiaban,
sino el estremo mal que no esperaban.
Vicio del hombre con moberse, fiero,
contra el bien que otro goza,  1550
y a lo piadoso trascender, ligero
quando ve que perdido lo solloza.
No me consistió el Hado que acabase
de una vez con mi pena,
ni que, entero, el alivio moderase  1555
el peso a la cadena.
Antes, obrando lento,
me dejaba salir, bien que oprimido,
a buscar en la selva esparcimiento
que hiciera mi dolor menos sentido;  1560
si puede en él fixar alguna pausa
remedio que no ofrece quien le causa.
Un día que miraba, recostado
sobre una peña el mar, que proceloso
rompía en las blanduras de la arena  1565
su orgullo desvocado,
vi venir a Leonisa con su esposo,
dulcemente serena,
fiándole la mano
de quien un tiempo me creía dueño.  1570
¡Quál fue entonces, o Julio, el inhumano
furor de mis pasiones!
¡Quál de mi estrella el insufrible ceño!
¡Quál, Julio, el triste asombro de mi vida!
¡Quáles de mi valor las turbaciones!  1575
¡Quál de mi rabia envidiosa herida!
—252→
No lo diré, que a mi quebrado aliento
faltan las voces, falta el sufrimiento;
pues, aún oy, la memoria de este día
renueba el pasmo a la congoja mía.  1580
Pasaron junto a mí, mas a mirarme
no volvió la enemiga.
Alebe y torpe, sí, por ultrajarme,
con ternuras y alagos lisongea
su venturoso amante,  1585
que bien conoce quanto assí le obliga,
despreciando que yo lo note o vea,
por qué más triunfo su fortuna cante.
Indigno sacrificio si olvidase,
y no menos indigno si me amase;  1590
que usar sin precisión de la venganza
y sin justo motivo de la ofensa
es infame baldón de la templanza,
y al que sufre dispensa
de la ley, a que fácil agraviara  1595
quien si tanto pretexto se irritara.
Entonces resolví mudar de cielo,
por si mudar la suerte assí pudiese.
¡Qué engañado desvelo
pensar que en los influxos consistiesse  1600
mal a quien ciego obligo
a caminar conmigo!
Si es el alma el origen, nadie espere
se mude mientras ella persebere.
Esto, en nobles afectos, que en vulgares  1605
mudan a los sentidos los lugares.
Leño busco velero
que el postrer desvarío
del corage redima;
mas luego que en el mar me considero,  1610
práctico ya el desvío,
la resuelta paciencia desanima,
el corazón se turba y, de repente,
no menos fácil que indiscretamente
(aun que se apoye en la razón mi agravio)  1615
estas querellas desató mi labio,
mezcladas de algún lebe rendimiento
que acordó la pasión al sentimiento:
Ondas que blandamente
vais a buscar mi venerada orilla,  1620
mientras yo tristemente
me acerco al Turia con ligera quilla;
si el llanto de un ausente
merece acaso que atendido sea,
entre vosotras sus arenas vea.  1625
Engañaré el cuidado
con la inútil pensión de proponerlo;
y aun después de burlado
me ocupará el deseo de creerlo;
—253→
que a un fino desdichado  1630
le sirben de embeleso las razones
que producen también las ilusiones.
Tú, faborable viento,
a la gozosa Nave que apresuras
cede a contrario aliento,  1635
que es mucho ya lo que en mi ofensa duras.
Deja que otro, violento,
hiera la proa con veloces tiros,
envolviendo en sus soplos mis suspiros.
Discurrirán ufanos  1640
hasta los verdes Bosques donde avita
de mis afectos vanos
el dueño alebe, por que assí repita
desdenes inhumanos;
y el aura, que algún tiempo los ha oído,  1645
intérprete será de su gemido.
Mas si necia porfía,
¡quán en vano el deseo lisongea!
Grite la rabia mía,
ya que en el labio el daño centellea,  1650
contra la ingrata impía
causa que a tales sinrazones hace
que inmenso aogo mi congoja abrace.
O quieran, pues, los cielos,
de mi violenta súplica mobidos,  1655
padezca infames celos
como yo lloro agravios repetidos;
y en sus tristes desvelos
mire también opuesta la mudanza
por que aun muera la fe de su esperanza.  1660
Jamás el rostro vea
del que oy tan ciegamente favorece,
afable; ni posea
plácido el lecho. Antes, si padece
como apetezco, sea  1665
lid donde pruebe, en insufrible calma,
duro valdón que martirice el alma.
Ambrientos sus ganados
en el valle más fresco y más sombrío
no encuentren delicados  1670
los pastos que antes sazonó rocío.
Mustios sí, y agostados,
la selva les ofrezca, para enojos
los tomillos, y verdes los abrojos.
Quando abrebar intente  1675
los que blasona próvidos rebaños,
la cristalina fuente
halle ya turbia por los pies estraños
de otros, que en la corriente,
después que de la sed se redimieron,  1680
las cenagosas obras remobieron.
—254→
De las verdes espigas
vea ceder el inclinado cuello
a piedras enemigas.
Del irritado Boreas el resuello  1685
malogre sus fatigas,
las ramas deje sin florida pompa,
ya que sus pingües árboles no rompa.
Los pámpanos sabrosos
de la vid más robusta y bien cuidada,  1690
al brotar generosos
sientan del ielo la prisión ayrada;
y si esprimió copiosos
dulces racimos del lagar la fuerza,
en tinajas se tuerza.  1695
Si yegua corredora
con que las liebres fatigó en el llano
tu Salicio, y que aora
busca el heno más fértil y lozano,
su esperanza mejora  1700
con el bruto Andaluz que la apercibe,
no conciba, y aborte si concibe.
Brame la ternerilla,
hallando enjuto de su Madre el pecho.
La inocente quadrilla  1705
de los polluelos, al dejar el lecho,
para buscar sencilla
los granos que arrojó piadosa mano,
despojo sea del voraz Milano.
Todo, en fin, la suceda  1710
contrario a lo que aguarde su deseo.
Ni lamentarse pueda,
que es el último mal que yo no veo,
y si acaso la queda
de las dudas el término espacioso,  1715
éste la falte, y siempre su reposo.
Pero, ¿qué es lo que digo?
¿Cómo de mí mi llanto me enagena?
¿Yo, villano enemigo
de la que adoro en medio de mi pena?  1720
¿Yo busco su castigo,
quando la amo constante? Miente el labio.
Mi vida ofendo si la suya agravio.
¿A Leonisa, a Leonisa,
a quien el alma tímida venera,  1725
pudo mi fe remisa
faltarla de cobarde o de ligera?
¿Quién mi juicio precisa
a ceguedad tan torpe? ¿Acaso cabe
encono tal en quien sus prendas sabe?  1730
No, no, la voz desmienta
quanta alebe expresión ha dilatado;
y ya que el pecho sienta,
no infame, el pundonor de su cuidado.
—255→
Si a suspirar se alienta,  1735
tan dulces ansias a su queja aplique
que parezca fineza y no despique.
Viva Leonisa, y viva
sin que la suerte, con tirano influxo;
se la declare esquiba.  1740
Ante los bienes, con perenne fluxo,
de su mano reciba;
y de la edad sin los estragos viles
no numeren sus años sino Abriles.
Ella viva y yo muera,  1745
gozoso de que sea mi omicida;
que si otro bien no espera,
¿por qué interés conservaré la vida?
Y más si considera
la razón que sin alma es vano intento  1750
que dure sólo mi tenaz aliento.
Ella viva, y si junto
llegare acaso a la paterna cuna
este polvo difunto,
por que el ingrato tiempo no desuna  1755
tan miserable asunto,
sobre el sepulcro, en reducida Historia,
guardará este escarmiento la memoria.
Aquí yace, Pastores,
el más feliz un tiempo y envidiado,  1760
de amados y amadores
egemplo dignamente señalado.
A los dulces rigores
de Leonisa murió. Su desengaño
lea en Lisardo quien temiere el daño.  1765
Quando esto profería,
del Aquilón la saña bramadora
ya levantado havía
las ondas inclementes;
y el Piloto, que ignora  1770
del sobresalto la pasión villana,
con manos diligentes
amayna la mesana,
la mayor y el trinquete;
y a un pequeño velacho le comete  1775
correr al vago arbitrio de los vientos,
cuyos soplos violentos
rompen veloces la murada entera,
sin reservar su rápido corage
al mástil más robusto.  1780
Entonces, confundida la faena,
enrredado el cordage,
sólo gobierna al Marinero el susto,
y al timón el acaso;
la brújula olvidada,  1785
o del terror no escaso
no bien examinada.
—256→
La noche tenebrosa
la turbación y la congoja aumenta.
Escúchase entre el Naútico alboroto  1790
aquí voz lastimosa,
allá, entre mucho llanto, más tormenta;
en otra parte repetir el voto;
y en fin, en todos un terror cobarde
con el recelo de que se oyga tarde.  1795
Ya con la nueba luz se distinguía
de uno y otro semblante
entre pálidas señas la agonía;
y enmudecido el silvo proceloso
del Uracán furioso,  1800
el Buque fluctuante
vuelve a esperar que el puerto le reciba;
y el que más retirado
tubo el miedo en la estiba,
sube con paso no precipitado  1805
a ver la costa que el grumete enseña,
de que aún duda confuso,
por más que advierta de una y otra peña
orizonte difuso.
No muchas millas caminamos quando  1810
la dilatada playa descubrimos,
a cuyo abrigo el viento, entonces blando,
donde en tristes fragmentos advertimos
sobre la orilla algosa
más de un crecido fracasado leño;  1815
ruina que lastimosa
al despertar en la memoria el susto
también sin crimen introduce el gusto.
Yo, el primero al Caique descendido,
salté en la amada tierra y prontamente  1820
volví al cielo la vista agradecido;
y en la arena, que apenas se consiente
a mi trémula planta,
el labio, que los ruegos ocuparon,
reconocidas gracias estamparon.  1825
Luego mi diligencia se adelanta
a seguir su destino;
y mientras de Pisuerga la ribera,
que es dulce patria mía,
me admite, paré en ésta, peregrino,  1830
en que por alta causa me desvía
del principal intento
dominio superior que no me deja
vaya a buscar contento
donde acabe mi vida con mi queja.  1835
Y pues ya, Julio, sabes la fatiga
que con fuerza violenta
a estremo tal me obliga,
ya que aora no es fácil me consienta
—257→
ni aun a oír los consejos de un amigo,  1840
no estorbes, Julio, no, que de cansado
con la lucha que sigo
me prepare, tal vez más sosegado,
a estudiar en tus sabias prevenciones
el acierto mayor de mis acciones.  1845