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ArribaAbajo Apuntes para el estudio de la bohemia en algunas novelas modernas (1880-1930)

Allen W. Phillips


Universidad de California, Santa Bárbara

Para Dorothy, siempre



   Y escribimos canciones bellas
de libertad y de lirismo,
y nos coronamos de estrellas
y nos salvamos del abismo.

   Y pasaron los años. Y tales
se fueron a la muerte. Y otros
pensaron en ser inmortales.
¡Y siempre quedamos Nosotros!

    Y unos quedan extraordinarios,
y otros buenos burgueses son:
papás, doctores, funcionarios;
y otros prosiguen su canción.


Rubén Darío, «Versos de Año Nuevo»                


Con las páginas actuales en que se estudian algunas novelas modernas de la bohemia española, publicadas durante un período de unos cincuenta años, concluyo mis someras investigaciones en ese mundo o submundo literario característico de aquellos años finiseculares y de los primeros decenios del siglo XX. Constituyen también una continuación de dos trabajos anteriores publicados asimismo en los Anales de literatura española. En el primero (núm. 4, 1985) me propuse ordenar sistemáticamente algunos textos hispánicos para intentar   —392→   de esta manera una aproximación al modo de ser bohemio: sus ideales y su estilo de vida. Había escogido en mi exposición textos por lo general escritos por testigos auténticos que habían participado en esa existencia anticonvencional desde Darío y Baroja por un lado y, por otro, Alejandro Sawa y Carrère. El propósito del segundo estudio (n.º 5, 1986-1987) fue examinar cómo se manifestó el tema en la obra de algunos de los poetas de la época. En el caso del verso, cuyos textos son de acceso bastante difícil, yo sabía perfectamente bien que, había visto solamente una reducida porción de los poemas escritos por aquellos escritores rebeldes e independientes. Tratándose de la novela o el relato, me doy cuenta de que es aún más problemática la tarea. Aunque la prosa bohemia es sin duda más abundante, ha sido imposible consultar todos los textos que hubiera querido.

Así, con las indicadas reservas, se ofrecen ahora algunas consideraciones sobre la novelística de los bohemios mismos y de algunos autores que, sin ser ellos mismos bohemios, cultivaron ese tema literario. El punto de partida remonta a mediados del siglo XIX cuando en 1848 se publicaron las Escenas de la vida bohemia, libro de Murger que da una visión risueña de los artistas que habitaban en aquel entonces el Barrio Latino. Sin embargo, en la época que me concierne, ya no existe ese mundo idealizado por los románticos. Había terminado la edad dorada de la risa y de los amores fáciles, y el bohemio se encuentra frente a las duras e implacables realidades de una sociedad más pragmática y materialista. En su pintoresco libro Tipos de café (Imprenta Galo Sáez, Madrid, 1936), por cuyas páginas desfilan casi todos los bohemios habidos y por haber, el novelista Eduardo Zamacois evoca con amplio conocimiento de causa el alma del café madrileño y sobre todo el modo de ser bohemio en algunos fragmentos que merecen ser recordados aquí:

La bohemia no se halla vinculada inexorablemente a la pobreza. Hay muchos ricos de instintos bohemios y muchos pelagallos con alma de burgués. La bohemia, consiguientemente, supone una disposición de espíritu sustantiva y aparente. El bohemio artista «nace» y sus rasgos temperamentales mejor acusados son: la improvisión y un culto desbordado a la Belleza (60)...

Por eso, la mayoría de los escritores y artistas viven desgobernadamente. Ilusionados siempre, no establecen equilibrio entre su labor y sus ganancias. Las comodidades materiales no les absorben; ambulan fuera del tiempo; el ensueño les venda los ojos; no saben por donde van, y de la terrible desproporción entre lo mucho que ambicionan -nada menos que la inmortalidad buscan- y lo poquísimo que tienen, dimana su bohemia. Adoran la independencia. Son orgullosos, ególatras, díscolos (61)... La bohemia no es una moda, ni una librea... La bohemia -no confundamos   —393→   la bohemia con la abulia- significa indisciplina, exceso de idealismo, exaltación lírica, heterodoxia, alegría, seguridad en las propias fuerzas (69)... Los bohemios de raza no envejecen. Los años no les hieren... He aquí el supremo milagro de la bohemia: llevar consigo -y como embalsamada- la juventud

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Dos cumbres de la novelística bohemia

Hay dos obras de gran calidad literaria que recrean con fidelidad el mundo artístico de la bohemia en España: Troteras y danzaderas (1913) de Ramón Pérez de Ayala y Luces de bohemia (1920) de Valle-Inclán. Ninguno de los dos escritores fue en realidad bohemio aunque Valle, más que Pérez de Ayala, se movía siempre en aquel mundo fantasmagórico poblado por los tipos más raros de aquellos años. Sin embargo, ambos libros son testimonios auténticos, y han sido estudiados exhaustivamente por la crítica, lo que me exime de comentario dilatado648. Sin embargo, para comenzar, algo tiene que decirse acerca de las dos obras estrechamente emparentadas en más de una forma.

Para 1913 y 1920 Pérez de Ayala y Valle se habían alejado del movimiento modernista, y su literatura mientras tanto había asumido un aspecto sarcástico y de parodia. Ambos relatos no sólo son de tipo satírico sino también de clave, porque están creados sobre realidades de la época, y en ellos pueden reconocerse rostros verdaderos de escritores, libreros, políticos y otros tipos más o menos pintorescos del día. Como hemos visto ya, el personaje Teófilo Pajares de Troteras y danzaderas, poeta modernista de cisnes ebúrneos y pálidas princesas, tiene mucho de Villaespesa, y el modelo más cercano para el hiperbólico Max Estrella de Luces de bohemia es sin duda Alejandro Sawa, ciego, borracho y loco, que se movía en aquel Madrid absurdo, brillante y hambriento para morir luego en circunstancias grotescas. Tanto Pérez de Ayala como Valle-Inclán, indignados por la farsa de la vida nacional, se comprometen con la abyecta y deformada realidad. Es verdad que por la naturaleza dialogada de Luces suelen faltar las largas digresiones ensayísticas sobre España y la regeneración, pero eso no implica que Valle esté menos comprometido con una dimensión político-social revelada en las palabras y acciones de   —394→   Max. Se impone, por lo demás, en ambos libros un tono tragicómico y una misma ironía expresada en el gesto teatralizado. Al estilizar aspectos feos o risibles de sus personajes Ayala y Valle se acercan al arte de la caricatura, servidos los dos de un lenguaje expresivo que acentúa la degradación de los seres y las cosas. Lo que quiero subrayar es que para 1909 ó 1910 la bohemia se había convertido en tema apto para la parodia aunque persiste al menos en Max Estrella algo de heroico por ser auténtico superviviente de la edad dorada. Así Valle ve las luces de la bohemia que se apagan poco a poco, con una nota de sátira y de nostalgia649.




Dos tempranas visiones de la vida artística en Madrid

Si bien rebasa los estrictos límites cronológicos de mi trabajo, el indispensable punto de partida al comenzar el examen de la novela bohemia es El frac azul (1864) de Enrique Pérez Escrich, obra que en España corresponde a las Escenas de Murger e inicia la modalidad en el país650. En efecto el autor, abundante folletinista, cita al popular escritor francés, y un personaje de la novela dice textualmente: «... vas hecho un príncipe, y te quejas... ¡Ah! malditos sean los falsos bohemios que hablan con entusiasmo de las excentricidades de Henry Murger», y se añade al pie de la página la siguiente nota: «Este escritor francés es conocido en París por el rey de los bohemios»651. También al empezar su novela Pérez Escrich escribe: «La vida bohemia, como dicen los franceses, apenas se comprende en provincias, pero en Madrid ya es otra cosa; porque Madrid es el inmenso hospital donde se refugian todos los desheredados, todos los soñadores, todos los perdidos de España». Y otra vez la nota al pie de la página: «Así denominan los franceses, y es una denominación que se ha hecho general en Europa, a esos hijos del genio que, abandonando la paz de sus hogares,   —395→   se trasladan a las grandes capitales en busca de un nombre y una fortuna, sin más patrimonio que sus esperanzas y su fuerza de voluntad» (4). Además los personajes en la novela española recuerdan muy de cerca a los de Murger y hasta hay una Mimí tísica, Enrica, abandonada por su amante que se ha marchado a Roma a perfeccionar su arte. Esta es en realidad una obra fundamentalmente romántica en tema y tono, así como en su intención moralizadora. Pero también es una novela simpática, lejos de los cuadros sombríos que serán la materia normal en los textos posteriores. Los jóvenes de Pérez Escrich, entusiastas y alegres a pesar de su pobreza, viven una etapa venturosa de la vida, y todo tiende a verse de color de rosa.

El mecanismo utilizado en El frac azul es sencillo: se trata de las memorias de un joven poeta inédito, Elías Gómez, valenciano, que abandona su hogar y dirige sus pasos a Madrid con todas sus ilusiones a cuestas, representadas éstas por un frac azul con botones dorados. Gómez es, según se afirma, amigo del narrador que cuenta los episodios de su vida de bohemio a otro joven, de nombre Arturo, quien a su vez ha llegado a la Corte con dos dramas en su baúl y la cabeza llena de sueños de gloria. Pérez Escrich insiste en la verdad histórica de su novela, y se va a limitar a narrar solamente las escenas que considera «de más interés o de más provecho para los jóvenes que sueñan en los inmarcesibles laureles de la gloria» (132). Al final de la obra se revela lo que todo lector ya sabe: que Elías es, por su puesto, el mismo narrador que aconseja a Carlos que lo medite bien antes de decidirse por una vida tan azarosa como la de un poeta (365).

Elías, durante su estancia madrileña, conoce todos los rigores del provinciano recién llegado a la ciudad con aspiraciones a la gloria literaria. Infructuosas sus gestiones teatrales, primero se gana la vida escribiendo romances y aleluyas, pero el porvenir ofrece pocas esperanzas y se amontonan las dificultades. Pasa a escribir artículos y discursos, así como un memorial en verso que le ha encargado un cura, y con el tiempo pasa a ser corrector de pruebas, oficio que daña de manera grave su vista. Mientras tanto lleva una obra suya a Ventura de la Vega, quien le ofrece consejos y a cuenta un billete de banco, siendo el dramaturgo popular la tabla salvadora de Elías (208). Logra por fin el triunfo artístico con el estreno de su drama, pero para componer la salud se retira del mundo literario, instalándose a la orilla del Mediterráneo donde se dedica como terapia a la caza. Ha comenzado a escribir una novela («procurando darle a su libro ese perfume   —396→   religioso y encantador que se aspira en los campos», 357)652 y, pasados seis meses en el monte, termina su obra y va a Madrid en busca de editor. Leyó algunos capítulos a los amigos y éstos convinieron que era un género novedoso apartado de las obras francesas imitadas por Fernández y González (Ibídem). Acogida su novela por el público, cambia Elías la existencia precaria del dramaturgo por la más tranquila del novelista. Su estética: «La novela... está en todas partes, la cuestión es verla bien. El mundo es una novela inmensa, inagotable, llena de novedad, de vida, de color; es preciso escribir en estilo sencillo, claro, que lo comprenden hasta los niños; es indispensable elegir tipos conocidos...» (358).

El último capítulo de la novela se titula «Una retirada a tiempo» (366-367), y en él se cuenta que Arturo (el escritor a quien el autor narraba los sucesos de la vida de Elías) está resuelto a abandonar la literatura por el estudio de leyes. El autor se aprovecha de la ocasión para puntualizar el propósito moralizador de su obra: «Dichoso yo, si con mis humildes escritos pude ser útil alguna vez a los que me honran dedicándome por algún momento su atención, porque la esterilidad de un libro es el mayor castigo que puede recibir aquel que lo ha escrito» (367). En estos términos, pues, se formula el fondo admonitorio e intención ejemplar de la novela.

Uno de los aspectos más simpáticos de El frac azul es el compañerismo entre Elías y sus amigos bohemios, lo que contribuye notablemente al sentido vitalista de esas amistades:

Dichosa edad... Período encantador de los sueños de color de rosa, de las alboradas sin nubes, en que todo sonríe en derredor de la juventud; dichosa edad en que hasta las lágrimas se derraman cantando, y con la hermosa sonrisa de la esperanza en los labios; dichosa edad en que el corazón exento de la abrumadora prosa de la vida, encuentra armonía hasta en el ruido de las cadenas y las tétricas paredes de una cárcel se revisten de los poéticos encantos de la primavera.


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El predilecto punto de reunión de los amigos es el Café de la Perla, y allí el lector conoce a varios jóvenes entusiastas de la democracia y el arte; entre ellos se destaca uno que se llama Florencio Moreno Godino, quien se hace llamar Floro-moro-godo por el sentido armonioso del nombre («...tiene algo de perfume, algo de oriental, aunque   —397→   tengo la seguridad que mi pereza será la causa de que no se inmortalice», 130). Víctima de esa flojera exagerada malgasta el tiempo, pero con su carácter en el fondo noble se mezcla una buena cantidad de farsa y simulación. Y bastante picardía. Dice que odia a los falsos bohemios (127) y siempre exalta lo que él denomina la principalidad de la clase, pero tras la publicación de algunas obras se arroja en brazos de la pereza, léase impotencia. Cargada su pipa, lanza el soliloquio del bohemio (125).

Una palabra final sobre el frac azul: Arturo ha comprado en el rastro el mismo que Elías había traído de Valencia años antes, traje de mártires y suicidas (76). Representa fatalmente la mala suerte que sigue a quien se lo pone, y cuando se guarda comienzan los éxitos. Al alejarse del mundo literario, Arturo se quita el frac azul, lo que permite su eventual salvación. Vale la pena consignar que Cansinos-Asséns cree que irónicamente y a pesar del propósito ejemplar de Pérez Escrich, esa decisión actúa no como forma de disuadir sino de in citar a los jóvenes sedientos de gloria artística653.

Menos interés quizá tiene aquí Declaración de un vencido (Madrid, 1886) por Alejandro Sawa aunque el personaje principal Carlos Alvarado, joven de Cádiz y autor de unas obras exiguas, también como Elías Gómez dirige sus pasos a Madrid donde espera hallar el renombre literario. Carlos no es propiamente dicho un bohemio profesional aunque en la Corte pertenece por algún tiempo al cuerpo de redacción de La voz pública, periódico de oposición, y sufre su primera decepción al averiguar que el diario está vendido al gobierno. Otra vez es poco menos que evidente la estrecha relación que hay entre el fermento liberal de los cafés y las redacciones donde también se congregan los marginados.

Creo que Declaración, novela de contenido misceláneo que acoge muchos materiales digresivos y hasta doctrinales (por ejemplo, los primeros capítulos constituyen una larga disertación histórica y social en que se satiriza la España del XIX), tiene dos aspectos dignos de destacarse aquí. En primer lugar, es la historia de Carlos y su progresivo envilecimiento, que termina en el suicidio, otra víctima de la sociedad. Conoce la pobreza y se entrega a la borrachera; hacia finales de su penosa trayectoria vive con Carmen, una prostituta generosa y compasiva, a quien Carlos trata muy mal aunque ella lo atiende   —398→   en sus últimos días. Si hay salida para Elías, no la hay para Carlos, quien encuentra todas las puertas cerradas. Abatido y vejado, sucumbe. Para dar la máxima intensidad a la narración de la vida angustiada del protagonista, la novela tiene forma autobiográfica, y en ella el autor relata los recuerdos de Carlos, quien se da prisa para redactar los antes de morir. En esta novela introspectiva se trata esencialmente de la «educación sentimental» de un joven y su formación intelectual654.

Lo que me interesa advertir ahora es que en otro plano la historia de Carlos es la de otros muchos, desde la existencia oscura de provincia en el seno de una familia acomodada hasta la derrota final en la ciudad. La novela, pues, es un documento simbólico de la época, que refleja no sólo el lastimoso caso individual sino también un estado de ánimo colectivo. Carlos vive los mismos conflictos sociológicos y psicológicos con los cuales tenían que luchar Sawa y sus compañeros generacionales durante la época inmediatamente anterior al desastre de 1898. Triste y pesimista es el panorama intelectual (46-47); su suicidio una protesta contra la vida (227). En la «Nota al lector» que abre la novela, Sawa explica que Carlos merece vivir y que la multitud tiene sus manos manchadas con la sangre del joven escritor; nadie acude en su ayuda; y, agotados los recursos, no hay para él otra solución. Sigue diciendo Sawa, con su habitual vehemencia, que la obra puede servir de pieza de acusación «el día... en que se entable un proceso formal contra la sociedad contemporánea», y añade que publicándola puede ayudar a los historiadores del porvenir.

Alejandro Sawa, con todos los bríos de su relativa juventud en aquel entonces, postula un arte audaz y fuerte, combativa y redentora, con la misión de purificar un pueblo envilecido, un arte capaz de despertar en el país una nueva conciencia. Esa premisa revolucionaria fue acogida por los bohemios, cuyo calvario Carlos Alvarado conoce muy bien. Como comentario último, agrego que ésta es tal vez la novela extensa menos naturalista de cuantas escribió Sawa, abanderado en sus comienzos de un fuerte y atrevido naturalismo que prodigaba los análisis clínicos y detalles sórdidos o crudos de toda índole. Tales inmundicias y degradaciones explícitas faltan casi por completo en Declaración de un vencido, documento de aquella edad conflictiva.   —399→   Y estamos ya bastante lejos de los cuadros placenteros de Pérez Escrich655.




Una novela de Blasco Ibáñez: «La horda» (1905)

La horda, novela de la ciudad que pertenece a la segunda etapa de Blasco Ibáñez, describe con detallado realismo social toda la miseria de los barrios pobres en las afueras de Madrid: Cuatro Caminos y Vallecas, Tetuán y las Cambroneras656. Los habitantes de aquellos sitios, que viven rodeados de basura y desperdicios, son traperos, golfos, mendigos, albañiles y otros obreros del bajo proletariado. En fin, la escoria de la sociedad, los pobres indefensos que entran en la capital al amanecer para regresar a sus casuchas sórdidas por la tarde. Una triste vida circular que se repite y se repetirá siempre. Esa es la horda que lleva el hambre a cuestas y azuzada por el deseo de vivir percibe en la lejanía inalcanzable la belleza y la monstruosidad a la vez de Madrid, ciudad dominadora y sin piedad. Con ella se funde el destino inevitable de la horda y su sufrimiento diario. De ahí, pues, la posible relación con las novelas de Pío Baroja agrupadas en la trilogía de La lucha por la vida. El fondo social y revolucionario es una parte integral de la obra, y no se limita a la mera discusión teórica sino que también el lector presencia una grave confrontación entre la policía y los obreros (1471 y siguientes).

El protagonista de La horda es un intelectual, Isidro Maltrana, producto de aquellas circunstancias adversas que en parte ha podido superar gracias a la desinteresada bondad de una generosa protectora,   —400→   y el autor narra los episodios más negros de su desgraciada vida de bohemio. Siendo gran lector y erudito, Isidro tenía el vicio de los libros; escritor de simpatías anarquistas y traductor mal pagado frecuentaba las redacciones y los cafés literarios, el Ateneo y la Biblioteca Nacional. Sin embargo, es el hijo de una generación perdida que no sabe encontrar su camino, y, a pesar de su evidente talento y cultura, se le había roto el principal resorte de la vida: la voluntad. Como tantos otros personajes que adolecen del mismo mal, era impotente para actuar y no aprovecha sus estudios universitarios, pronto abandonados para entrar de lleno en la existencia errante del bohemio profesional. Tampoco puede fijar en letras de molde las grandes ideas que le solían salir en la abundante charla de café (1371).

Rechazada la universidad como otra mentira de la sociedad e inútil para el verdadero intelectual, se afilia Maltrana a lo que Blasco Ibáñez llama «la tumultuosa e ingobernable República de las Letras» (1386). Se re crean en la novela las noches de Fornos, acompañado Maltrana de otros genios convencidos de su propio valor aunque no habían producido ni una línea de los libros inmortales que iban a revolucionar los destinos humanos. Exaltaban, al mismo tiempo que insultaban a los grandes, a los autores oscuros y de poca obra (1386-1387). La fortuna relativa comienza para Maltrana cuando entra sin remordimientos en trato con don Gaspar Jiménez, Marqués y Senador, para escribir por encargo de su protector un libro notable que consolidase su prestigio de economista y pensador, con la idea de facilitar así su nombramiento de ministro. Ese tomo se iba a titular El verdadero socialismo y lo que más demandaba el falso autor eran no tas eruditas en cada página. Desde luego, don Gaspar simboliza lo práctico y su muletilla tantas veces repetida: «La vida no es un sueño; hay que trabajar, hay que ser práctico».

Nuestro bohemio, que no tiene nada en absoluto de práctico, acepta sin vacilación alguna el dinero que le paga don Gaspar por esa piratería literaria. Constituye un liberación de la miseria y garantiza por algún tiempo el bienestar material. En seguida, Isidro, como buen bohemio despreocupado y hambriento, se dirige a la taberna de los genios, sirviéndose los mejores platos bien rociados con vinos y otras delicias. Piensa también en el porvenir, uno más ordenado y dedicado al trabajo metódico, y hasta se le ocurre la idea de ponerse una casa (1420). En virtud de su nueva prosperidad, se aburguesaba, como decía, y ya habían comenzado sus relaciones con Feli, simpática y débil hija de un amigo de Isidro; poco tiempo dura el idilio que   —401→   termina después con la maternidad y la muerte de ella. Las cosas van mal y se acaba el dinero. Hasta Feli empieza a dudar de Isidro, quien «...pasaba gran parte del día olvidado de su situación, charlando en el Ateneo y en los cafés del futuro de la juventud, de la decadencia de los viejos, de lo que debía ser el arte, anunciando a voces que pensaba escribir grandes cosas, pero sin fuerzas para coger la pluma, sin constancia para la labor» (1463). Ya no hay nadie más en Madrid que ayude a Maltrana; Feli tiene que dedicarse a un humilde trabajo agotador mal remunerado; y la situación de los jóvenes es ahora desesperada. Hasta se compara la historia de su existencia con la de El bachiller de Julio Vallés (1467). A pesar de sentir deseos sinceros de lograr trabajo, rota la voluntad y avergonzado, no puede hacer otra cosa que romper papeles en raptos de cólera y frustración. Se le va cerrando el camino a una posible realización de su potencial y poco a poco se destruye mientras vaga a la deriva por las calles de la ciudad. Muerta Feli en el sanatorio y terminado el invierno, con la nueva estación del año se rehace algo de la vida de Maltrana, ahora padre de una criatura (1513). En los instantes finales de esta larga novela acerca del calvario de Isidro Maltrana, se efectúa un cambio positivo en su actitud. Superará el mal de su generación y, por el hijo, piensa lanzarse enérgicamente a la lucha: «...Adiós, ideas, fe, entusiasmos... Ilusiones, todo ilusiones. Despreciaba su cultura, pero pensaba aprovecharla para hacerse pagar mejor. El dinero y el poder tendrían un siervo más» (1516). Así se despide Blasco Ibáñez introduciendo una ambigua nota optimista dentro del cuadro sombrío y cruel de la vida española de aquellos tiempos. Significativos entonces son los constantes sobretonos socialistas que se mezclan repetidamente con la existencia bohemia, que parece no llevar a ninguna parte.




Sobre la prosa narrativa de Carrère

En la segunda parte del presente trabajo me ocupé con cierto detenimiento de la poesía del bohemio empedernido Emilio Carrère (1881-1947), cuyos versos son en el fondo todavía modernistas si bien en ellos se cultivan temas de la ciudad y de la mala vida. Ahora me propongo estudiar someramente su extensísima obra de prosista. En virtud de su inagotable facilidad, Carrère dejó literalmente miles de páginas en los periódicos y revistas del día, páginas no recogidas en los numerosos volúmenes publicados por el escritor. También escribió ocasionalmente para el teatro, en verso y en prosa, siendo tal vez la obra más conocida La canción de la farándula, comedia lírica de   —402→   la cual hay varias ediciones. Como veremos, Carrère tenía la costumbre de repetir textos y así abultar el cuerpo de su obra. Asimismo, al hablar en términos generales de la bohemia española, aproveché ampliamente sus obras críticas y crónicas sobre el tema.

Basta decir nuevamente que Carrère, quizá el último de los grandes bohemios españoles, era una figura muy conocida y muy popular en su tiempo aunque la crítica posterior le da un lugar mucho más modesto y hasta secundario entre los escritores de su época. Sin embargo, leído y admirado, alentaba a los jóvenes, y presidía un sector amplio del mundo literario entre 1910 y 1930 aproximadamente. Trasnochador impenitente, recorría los barrios bajos, y, poeta lunático, frecuentaba el hampa así como otros lugares ínfimos de la ciudad. Bien pagado por sus abundantes colaboraciones en aquellas revistas populares que publicaban semanalmente cuentos y novelas cortas, Carrère puede ser clasificado entre los continuadores de un tipo de realismo español relacionado por un lado con una picaresca moderna y, por otro, fundido a menudo con un modernismo verbal, si bien no deja jamás de inspirarse en las amarguras del hampa y la miseria de la vida bohemia. En vista del fuerte erotismo típico de las ficciones de Carrère, recordemos también que ése era el momento del auge de la novela erótica o galante, moda a la cual paga evidente tributo657

Aquí me concierne tan sólo una reducida porción de su abundante ficción distribuida entre quince o veinte tomos, y advierto de nuevo que descaradamente Carrère, para la desesperación de futuros estudiosos, solía publicar y repetir textos en diferentes volúmenes a veces con un mero cambio de títulos, y la lectura de esas refundiciones da la extraña sensación de haber visto lo mismo en distintas partes. Leer todos los relatos de Carrère sería entonces contraproducente, porque tratan con pocas excepciones de un idéntico si no parecido mundo de enormidades y violencias brutales motivadas por el sexo o por la maldad congénita de sus personajes. Se describen con prolijo detalle los encuentros sexuales y ocupan un primer plano los   —403→   apetitos carnales. Por lo general, se regodea en la violencia de la posesión o, mejor dicho, de la violación de la mujer. Ellas son portentos de belleza física y objetos voluptuosos, a menudo víctimas de la pasión masculina o sometidas totalmente a los deseos lujuriosos del hombre. Sin embargo, de cuando en cuando la representación de las escenas amorosas, de lujuria y morbidez sensual, trae eco de las languideces eróticas de gran refinamiento características de muchas obras finiseculares y de modo especial las Sonatas de Valle-Inclán658. Desde luego no todas las mujeres en la ficción de Carrère son bellas y apetitosas: se describen, sin suprimir los detalles más repugnantes, a las rameras viejas y agotadas, a las grotescas y alcoholizadas habitantes de los cafés de baja calidad.

Por tanto, muy contados son los personajes decentes y buenos en la novelística de Carrère. Son las heces de la sociedad, los degenerados que buscan refugio de la calle inhóspita para encontrar momentáneo asilo en los hostales baratos o dormitorios en que comparten las mugrientas camas gentes de ambos sexos. Esos personajes, abyectos y groseros, suelen ser vagabundos, hampones, presidiarios, mendigos, galloferos y trashumantes de toda clase. Y el arquetipo: el poeta fracasado e impotente creador, llegado de la provincia en busca de la gloria literaria. Transcribo la descripción ahora de dos cofrades: García de Tudela y Gonzalo Aparicio. Del primero se sabe que era de una capital norteña y, despreciado por su progenitor, dueño de un pingüe figón, se entrega a sus sueños y toma un tren para la corte armado de una maleta llena de libros659:

... su espíritu, enfermo de esa exquisita y monstruosa pasión de la literatura, y alucinado por el espejismo de la corte, sólo soñaba en una loca expedición a la casualidad que le permitiese ver de cerca a los grandes maestros, recitar sus versos en los cenáculos de pipas y melenas e ir de tertulia a las redacciones. Pero sobre todo, lo que más le seducía era hallar un ambiente propicio para la lucha, para la heroica y tartarinesca lucha por el brillo del nombre y del alucinante laurel...

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Respecto a la nutrición no había pensado nada serio, y así fueron sus huesos de molino de calle en plazuela y de figón en zahúrda por los esquinazos dolorosos de la bohemia cortesana.

Era alto y bien configurado, a pesar de la petulante extravagancia de su indumento. El sombrerillo de fieltro se arrugaba sobre la rizosa y negra melena merovingia; sus ojos, negros y audaces, parecían siempre alucinados, y el bigote incipiente se corría sobre la boca gruesa y sensual. Sus botas, sus calzones y sus chalinas eran vetustas reliquias. Pero por la prenda que él sentía una rara ternura era por un gabancillo color de aceituna, con cuello y bocamangas de astracán, y que podía decirse que había sido el fiel compañero de su juventud. A la sazón era una ruina,... (10-11).


Del otro que había abandonado la riente campaña de Galicia, otra víctima del encanto de la bohemia, a quien poco le importaba comer y sin lugar fijo donde dormir, se lee:

... poeta espectral, era un superviviente de sí mismo. Después de las hambres y de los fríos de la invernada, cuando se arrastraba moribundo por los quicios y sus camaradas se despedían todas las noches diciéndole: «Hasta mañana, amigo Aparicio; en el Depósito de cadáveres, ¿eh?»; tras de aquellas horas errantes, y vacías y miserables, el poeta desapareció, y todos supusieron que el trashumante había tomado definitivo alojamiento en alguna Sacramental...

Tocaba su amarilla cabeza de difunto con una especie de birretillo azul, del que descendía lacia la melena bizantina, de un rubio desvaído. Los ojos azulencos tenían una dulzura opaca de melancolía y resignación. Su figura escuálida y enfermiza tenía los cueros tundidos en su chocar cotidiano por las encrucijadas de la mala vida; pero a pesar de su guisa, de extremo apocamiento, de su aire de vencido, de débil, Aparicio poseía un alma ardiente y visionaria, una honda fe en su ideal y sufría los azares de su horrible vivir con una calma estoica y magnífica (11-12).


Aunque la vida prostibularia y la del hampa es el fondo favorito y más cultivado por Carrère en su prosa, no es justo silenciar su profundo amor a las viejas tradiciones madrileñas de épocas pretéritas (Los ojos de la diablesa, El reloj del amor y de la muerte, La leyenda de San Plácido).

En el presente apartado me limito a examinar un muy reducido número de textos en prosa de Carrère: «La cofradía de la pirueta» del libro con el mismo título (Madrid, Renacimiento, s.a., 7-79)660; «Aventuras de Amber el luchador» (El encanto de la bohemia, Madrid,   —405→   ¿1917?, 83-125); y «La tristeza del epílogo» (La bohemia galante y trágica, Madrid, Sanz Calleja, s.a., 85-137)661.

La cofradía de la pirueta, novela corta de unas setenta y cinco páginas, cuenta la historia de dos piruetistas o navegantes en su lucha para sobrevivir: el pobre Belda, antiguo bajo de ópera, y Ataúlfo Roldán, fracasado escritor que había venido de lejos a la conquista de Madrid. Se encuentran en el «palacio nocturno», hostal impúdico regido por doña Magdalena, quien cobraba a cada huésped treinta céntimos la noche. El empeño de ambos pícaros fue operar (expresión más bonita que la villana de dar sablazos, 23), y así, con unas miserables pesetas pagar una cena en «La cocina encantada», lugar «...en donde entraban perros vagabundos y gatos tuberculosos que salían trocados en chuletas con patatas y suculentos pedazos de solomillo por arte de magia del cocinero criminal... Por una peseta podían organizar dos personas un menú de cuatro platos exquisitos, con tal de que no adoleciesen de prejuicios burgueses ni quisieran conocer el obscuro origen de los animales sacrificados» (23).

En la novela, de floja y episódica estructura, se narran a menudo con tono humorista picardías de toda clase. Por ejemplo, la Filo finge ser moribunda para recibir el viático y así, tras estafa sacrílega, su compañero Belda recibirá de la cofradía del Refugio tres duros, con los cuales podrían comer y beber, entregándose «con verdadera religiosidad al aguardiente escarchado» (35), amén del vino ya digerido por ambos. También otros episodios recuerdan anécdotas aparentemente verídicas de la época, una de las cuales era la siguiente: siempre se cuenta que Pedro Luis de Gálvez, bohemio de quien se hablará luego, iba de café en café llevando a su hijo muerto en una caja pidiendo dinero a la clientela. Así en La cofradía de la pirueta lo hace igual un tal Luis Villegas (24-25), y se lee este diálogo: «-¡Esto es operar con dinamita! No hay quien se resista. -¡Es que este Villegas es un genio de la pirueta! Puede que ese fiambre sea alquilado...» (26). De la misma manera se narran otras tretas inventadas para engañar a los candorosos e ingenuos, y hasta un tipo, catedrático en el oficio, ha escrito la biblia de los timadores, viviendo sus propios textos con gran éxito. Todos, pues, viven a salto de mata y en el capítulo «Los   —406→   nietos de Monopodio», designación reveladora de los lejanos antecedentes de esos pícaros, se lee el siguiente fragmento acerca de la vida de bohemia:

Para la vida bohemia es preciso poseer la doble energía. El fracaso está en no tener esa fuerza. Generalmente se gasta la actividad durante todo el día en conseguir algún dinero para las necesidades apremiantes, y al caer de noche en el diván de un café o en la soledad del hostal, se ha gastado toda la imaginación, y el alma está seca y el cuerpo tundido. Hay que dividir la energía en buscar dinero, en operar, en atacar a los transeúntes, para tener derecho a sentarse ante el mantel de un figón, y después del condumio, con la energía reservada, trazar el artificio de una novela o dejar pedacitos luminosos de corazón entre los renglones de un soneto. Si no, de la bohemia literaria se desciende a la gallofa, y en vez de un caballero bohemio, que lleva en sus hombros el penacho de su ideal y el optimismo de su juventud, se es solamente un hampón vulgar o un sablista menesteroso.


(51-52)                


No falta en esta obrita de Carrère el tema amoroso, y Ataúlfo queda hechizado por Lola la rubia, mujer inquietante y sensual que no se entrega (60-61). Dominado por la pasión y la frustración de sus deseos mata a Lola e n un arranque de locura (78). Consumado el asesinato la despoja de sus joyas, y se refugia en la casa de «el Avión», quien lo delata ante la autoridad, quitándole las alhajas mientras Ataúlfo duerme la borrachera. Camino de la legación pasa revista de su vida, cuya trayectoria marca una curva descendiente desde el sueño literario hasta el hampa, y, al toparse con un cofrade, derrengado y hambriento a quien antes había engañado, quien le pregunta por el lamentable trance en que se encuentra, contesta Ataúlfo con amarga ironía: «¡Esta es mi última pirueta!» (79). La ironía final es característica de Carrère y, de hecho, una nota evidente de sus narraciones en prosa es el sesgo humorístico con que se relata hasta las pequeñas tragedias de esas vidas inútiles. El autor, como Valle, está viendo a sus criaturas desde un nivel más alto, y los considera inferiores. Quisiera añadir que también el lenguaje popular contribuye al humor de La cofradía de la pirueta, lenguaje seguramente muy común entre las personas de aquella sociedad bohemia662.

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Uno de los textos sin duda más graciosos de Carrère es el titulado «Aventuras de Amber el luchador» (a pesar de algunos cambios evidentes, el mismo texto abre El reino de la calderilla, pero ahora tengo a la vista la versión aparecida en El encanto de la bohemia), y en él se trata de otro paladín melenudo e intrépido que llega a la conquista de Madrid trayendo bajo el brazo un volumen de poesías inéditas titulado Mariposuelas. Ha venido a luchar el fiero Jesús de Amber, antihéroe absurdo e ingenuo, que es el blanco de las repetidas burlas y estafas realizadas por los pícaros con quienes se encuentra en su camino. Siempre está a punto de llevar a cabo algún acto de gran importancia como en aquel momento cuando en El irreconciliable, periódico demagógico y clerófobo, le encargan un artículo de fondo. Después de seis horas de lucha ha logrado una sola frase: «Todas las fuerzas vivas del país están muertas» (95).

Un amigo suyo es Gonzalo Seijas, el mismo poeta espectral llamado Gonzalo Aparicio, cuya fisonomía e indumentaria ya conocemos por la presentación que se hizo de tan estrafalaria persona en una página anterior del presente trabajo663. Finalmente abandona la literatura y se amanceba con una paisana, generosa con los últimos favores y dueña de una casa de huéspedes. Gonzalo se convierte en burgués, vistiéndose con pulcritud y durmiendo ahora en una cama blanda con sábanas. En algún momento, sin embargo, antes de la transformación de Gonzalo, los dos se dirigen a una covacha especializada en la venta de ropa robada de los cadáveres, y si no fuese por tan fúnebres prendas «veríamos por esas plazas tantos cueros vergonzantes» (89). La ropa de Amber provoca cierto escándalo entre los perros vagabundos que lo persiguen por la calle y también los concurrentes del café, porque huele a cadaverina. Amber también es víctima por inocente de los discursos retóricos con que le adula del modo más exagerado otro tipo desorbitado llamado Monteleón el equilibrista, quien le pega un estupendo sablazo culinario (99-100).

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Otro personaje de increíble traza es el socio de Monteleón, una señora Jacamalanga, unidos los dos por una notable pasión: el aguardiente. Esa lírica dama entona canciones en las plazas de Madrid con una voz ruinosa, y ofrece a nuestro poeta candoroso comida y hospedaje en su palacio, sucio y tirado, donde roncaba ya el cínico Monteleón. Amber también se duerme sin que se realicen los proyectos amorosos de la señora; compadece a los tres niños obligados a vivir en el tal pobreza, pero resulta que en realidad son alquilados para efectuar una combina. La filosofía de vida y artes picarescas del equilibrista se resumen en los siguientes términos:

... el ideal de toda persona decente es vivir sin trabajar. El trabajo es sucio, triste y embrutecedor... Soy un alma de príncipe que, al encarnar, se equivocó de entrañas, y, en vez de nacer en un palacio, nació en un piso tercero de la calle del Tribulete. Ahora, lo que parece más difícil es realizar el precioso ideal de holganza. Sin embargo, el hombre listo ve en seguida que la sociedad es perfectamente imbécil, hipócrita y vanidosa, y estos tres defectos son los admirables resortes del éxito. Lo demás es un trabajo de adaptación al medio. Para el oficio de equilibrista es preciso un gran talento, ser doctor en filosofía vivida, saber pulsar la cuerda flaca de nuestra víctima, ser sutil antropólogo para hacer la ficha exacta de nuestros prójimos y gran esgrimidor para tirarse a fondo en el instante oportuno.


(109-110)                


Sería excesivo contar un episodio final, tan absurdo como los anteriores inclusive el enamoramiento de Amber, de triste desenlace, y basta decir que una aventura anarquista precipita la vuelta a su destino final en la provincia donde sirve de ayudante en el figón de su padre. Agrego, sin embargo, que nuestro antihéroe había conocido en la casa de huéspedes a dos tipos siniestros, naturalmente anarquistas, y al oír los gritos de uno que proclama la revolución social y la lucha contra los tiranos, así como los burgueses, se contagia Amber del mismo ardor. Cuando oye la palabra lucha, exclama: «... ¡Yo iré con la tea encendida a quemar los palacios de los poderosos, a destruir los templos y los Bancos, que son las catedrales de la burguesía!... ¡Esta sociedad está podrida! ¡Ya asoma en el horizonte la aurora roja de la revolución!» (116). Instalado por fin en el rincón provinciano e influido por el vino proyecta, en sus ratos de ocio, una segunda salida para Madrid, otra vez con sus Mariposuelas, y, como ironía final, los con tertulios del Casino local le invitan a relatar algunas de sus aventuras fantásticas en la Corte.

La tercera y última novela de Carrère que considero en las presentes páginas es La tristeza del epílogo, un texto que también se publica   —409→   con el título intencionado de El dolor de llegar664. El lector puede imaginarse los aspectos físicos y espirituales de los dos personajes principales de esta novelita de la bohemia madrileña: Oliverio el Gamo y Rubín Nonvela, dos tipos pintorescos que viven naturalmente del arte sutil del sablazo y que se parecen a conocidos antecedentes de la literatura picaresca. Se mueven también en un mundo literario fácilmente reconocible de aquellos tiempos: la librería de Argüeyo, editor de los modernistas, y allí aparece por un instante don Darío; entran en los cafés principales, el de La Luna y del Levante. Veamos la semblanza de uno de los contertulios en el Levante: «Aquel era el café de los pintores y de los literatos, reunidos en pequeño cenáculo, cuyo pontífice, un ilustre novelista, de rostro nazareno, gran conversador, ingenioso y sutil, solía entretener la velada contando fabulosos episodios de cuando él cazaba caimanes en los países cálidos. Era un tartarín espiritual y elegante que además cultivaba la sátira con un fino y artístico gracejo» (448). Se conoce también a un «anarquista cristiano y filósofo hiperpsíquico», de nombre Elías Rodríguez, autor de un largo poema titulado Dios, que esgrimía una frase de la época «Sol de la tarde... café de la noche». Y hay otro poeta, don Reóforo, fabricante de almas, que está escribiendo trescientas octavas italianas bajo el título de Diálogos generales (443-444). Se proclama «poeta de lo fuerte, de la Naturaleza, del Universo. Estos poetillas de ahora son enfermizos, decadentes. Yo, señor mío, soy un poeta cosmogónico...» (444).

Por supuesto las novelas de Carrére, pocas veces pensadas como estructuras unitarias, suelen componerse de cuadros algo sueltos, y El dolor de llegar no es excepción. Muchas páginas se dedican naturalmente al mundo dantesco de los cafés y sus habitantes bohemios, de lenguaje soez, cuyo concurso tenía aire alucinante y siniestro (432-433). Tampoco los escritores hispanoamericanos y su lenguaje se salvan de las ironías punzantes de Carrère, y en el texto hace breve aparición Panchito Bengali, escritor paraguayo de excesivas reverencias y zalemas (439). Por otra parte, hay que confesar que el novelista sabe recrear, con todos sus colores chillones, aquel mundo anacrónico mediante una serie de instantáneas que contribuyen al conjunto movido.

Rubín siempre había vivido al instante sin pensar nunca en el futuro.   —410→   Desdeñaba el ahorro y vivía por el presente gastando el poco dinero que le producían los sablazos: «E1 orden y la buena administración... eran virtudes propias de tenderos de ultramarinos y de covachuelistas prosaicos. Él era un poeta y tenía derecho a vivir, a vivir con arreglo al rango de su lírica aristocracia» (445). Rubín se aburguesa al amancebarse con Amelia, pero ella lo abandona, y, después de una temporada en la cárcel, denunciado por un artículo publicado en El Demócrata, tiene que regresar a la cofradía de los fracasados. No obstante, piensa en su vida estéril y en la pobreza que a menudo arrastra a los incautos al hospital, para llegar a la conclusión de que hay que rectificar esas irregularidades que sólo llevan al desastre en virtud de la atracción fatal que ejerce sobre sus adeptos la señorita bohemia, a quien «algunos la llaman la Vampiresa, porque cuando cesa en sus caricias, los demás ya es labor del gusano» (422). Ya no hay ambiente; Murger les ha defraudado: «En el desamparo de sus vidas no habían sonado nunca las risas de Musseta ni habían bebido las lágrimas de Mimi, en una hora de dulce reconciliación, ni la Locura les había prestado su látigo funambulesco de cascabeles para sus tedios infinitos...» (431). La parte doctrinal llega a su punto álgido en el capitulillo final, donde se transcribe un fragmento de la carta que Rubín Nonvela dirige al filósofo Elías Rodríguez (459-460). Ha llegado Rubín, pero en el camino a la gloria ha sacrificado con absurdo heroísmo su juventud en aras del arte y del ideal. No está contento a pesar de sus triunfos, y se acuerda de tantos que se hundieron irremediablemente en el arroyo. Es necesario -piensa Rubín- destruir la leyenda de la bohemia (460), pero al mismo tiempo una melancólica onda sentimental no le permite romper totalmente con ese pasado juvenil. No condena al fuego las reliquias de aquellos memorables tiempos de dolor y miseria: «... y atándolas de nuevo con su cinta azul y desteñida las guardó en su bolsillo, en el izquierdo, el más cercano al corazón (Ibídem).

En resumen: la abundante novelística de Emilio Carrère, de tipo fragmentario (por ejemplo, él era uno de los más asiduos colaboradores en La novela corta desde sus comienzos hacia 1916 y en otras publicaciones de la misma índole), es en más de un sentido monocorde en cuanto a los personajes y los ambientes en que se movían. Con un fondo muchas veces satírico y a menudo humorista, predomina obviamente el tema de la bohemia o la mala vida, y Carrère tiene una decidida predilección por los sitios viciosos y fúnebres. Ironiza sin embargo sobre la inutilidad de aquella existencia a salto de mata, reconociendo   —411→   no obstante a la vez que la bohemia tiene una atracción irresistible de vampiresa. La crítica en general considera ahora a Carrère como representante de una época ya pasada; no inventa nada, y continúa una tradición novelesca que remonta al género picaresco. No obstante en sus obras se desdibuja el residuo romántico y sus caracteres son gentes sin escrúpulos rodeadas de una realidad dura. Muy popular en su tiempo, creo que a las alturas de hoy puede afirmarse que sus novelas valen más por su valor documental que por cualquier otro motivo.




Alfonso Vidal y Planas: «Santa Isabel de Ceres» (1922) y otras obras

En la segunda generación de bohemios profesionales, junto con Pedro Luis de Gálvez, mejor conocido como poeta, se destaca Alfonso Vidal y Planas (1891- 1965), autor de una amplia obra como novelista y dramaturgo665. Hacia 1920 era una figura típica de la bohemia literaria: ex-seminarista, vagabundo, militar, presidiario y golfo auténtico que había vivido realmente aquellas dolorosas vicisitudes; colabora en periódicos de combate y funda otros (El loco, España republicana, La linterna); y, tras un período de destierro y otra temporada en la cárcel, pasa a ser redactor de El Parlamentario. Este bohemio, no obstante, tuvo un instante de gloria y popularidad a raíz del estreno en 1922 de Santa Isabel de Ceres, pero un poco después, por motivos no del todo aclarados, a pesar de un proceso sensacional, mató en el Teatro Eslava (2 de marzo de 1923) al escritor Luis Antón de Olmet, con quien había colaborado en la representación de una comedia fracasada, El señorito Ladislao. Pasados algunos años en el presidio, emigró a los Estados Unidos y murió a los setenta y cuatro años en Tijuana (México).

Vidal y Planas era una persona rebelde y agresiva, de carácter difícil. Su obra es producto directo de sus experiencias vividas y descritas sin mayores pretensiones literarias. Sus temas: el presidio y la locura, el prostíbulo y el hampa. Por encima de todo flota un acre   —412→   vaho de cinismo, pero paradójicamente no le es posible a Vidal y Planas olvidarse por completo de su época de seminarista. Frecuentes son las reminiscencias de aquellos días de formación religiosa, y no pocos son los afanes místicos incorporados a su obra. En efecto, anuncia como libro en preparación uno titulado Prosas místicas aunque dudo que se haya publicado.

No he podido consultar dos de las primeras obras de Vidal y Planas, cuyos títulos son elocuentes: El rancho de la cárcel (confesiones de Ángel Malo), 1914 y Tristezas de la cárcel (confesiones de Abel de la Cruz), 1917. En el prólogo para Memorias de un hampón, libro citado en la nota anterior, Cansinos-Asséns comenta esos libros y la literatura de su autor: «está demasiado llena de amargura real y de rebeldía, demasiado llena de úlceras enconadas para ser una obra de arte» (17), pero, dicho esto, se apresura a añadir que esto es lo que le confiere un valor único a su obra. «En esta obra abigarrada e incoherente -sigue Cansinos- como un vórtice de pasión, se nos da enteramente un alma, un corazón, y resulta así una obra sinceramente fervorosa, tanto como las más serenamente sentidas y formadas (18)... Por eso esta obra, escrita con la pasión del momento, es apenas una obra literaria y es más una vida...» (19). En fin, Vidal y Planas vive visceralmente su tragedia y la de todos los desafortunados. Tiene simpatía por ellos; los compadece e indudablemente se molesta sincera y profundamente por las iniquidades e injusticias del mundo.

Como preámbulo algo tiene que decirse de las Memorias de un hampón, cuyo narrador es Abel de la Cruz, alter ego del autor, y su muerte arranca de los hampones del dormitorio Han de Islandia la siguiente oración con que termina el epílogo:

Abel de la Cruz: tú que estás en el cielo, porque ya tienes novia que te comprende, ruega por nosotros. Se seca de tristeza nuestro pobre corazón, igual que se secaba el tuyo. ¡Pide a Dios nuestro Señor que nos lo arranque y lo deposite en las manos de la Muerte, novia amantísima de todos los tristes y los locos! (102).


En el fondo es un librito anecdótico y fragmentario acerca del hampa madrileña y algunos de los tipos que la habitan666. Se describe con detalle prolijo la casa de Han de Islandia, el horrendo dormitorio   —413→   común donde pernoctan todas las noches unos veinte hampones y que está presidido por un temible viejo que empuña un garrote siniestro:

Al remate de un luengo corredor tenebroso, que hiede a suciedad y miseria, está la alcoba. Es amplia esta alcoba... pero de baja techumbre y muy opaca, con dos ventanucos que dan a un patio interior. Veinte sórdidos camastros se hacinan en la habitación. Las colchas son encarnadas, con caprichosos dibujos negros, como las de los hospitales. En el centro de la alcoba, sobre una mesa perniquebrada, la lúgubre luz de aceite agoniza con agonía tremenda e interminable, con quejumbroso y constante chisporroteo. Y los amarillentos reflejos de esta luz pintarrajean los rostros de los durmientes con pinceladas misteriosas... (26-27). El dormitorio es tétrico. Parece fosa común de cementerio, en la que se pudriesen trágica y fatalmente veinte almas juveniles, floridas... (29).


Duerme también en el mismo hostal Abel de la Cruz, que compra para las prostitutas medias de seda con el dinero ganado con la publicación de Tristezas de la cárcel. El mismo, que alterna la literatura y la pirueta, presenta a algunos de los tipos reales del hampa, y cuenta anécdotas de sus andanzas tanto en las tabernas como en los burdeles. Se dedican unas páginas a Vicente del Olmo, el bueno que opera por carta; se habla del pícaro Gonzalo de Seijas, celoso de su dignidad de sablista profesional y personaje en la ficción de Carrère; y otros capitulillos refieren las tretas de Dorio de Gadex, quien dilapidó una fortuna, así como las de Pedro Luis de Gálvez, recitador de sonetos, e inclusive se cuenta el episodio folletinesco del niño que nació muerto. En unas páginas casi finales del libro el autor se refiere a dos artículos de periódico, uno de Basilio Álvarez y el otro de Antonio Zozaya, que elogiaban la emoción y el valor de las Tristezas de la cárcel (65-71).

A mi juicio, una de las obras más interesantes de Vidal y Planas es la novela tardía titulada El manicomio del doctor Efe (Madrid, Renacimiento, s.a.) y escrita según lo que se dice en el prólogo cuando estuvo loco667. Además se trata de un relato autobiográfico e introspectivo, cuya realidad se ajusta al menos parcialmente al crimen por el cual fue procesado el autor. La novela consta de un largo monólogo del protagonista Adolfo, a veces alucinado, contradictorio e incoherente,   —414→   que se cuenta desde la cárcel donde está recluido por el delito de homicidio. El monólogo también se interrumpe por una serie de cartas del narrador a su amada Monigote (quien le había sido infiel) y por las que dirige ella al narrador. A veces, en su confusión mental, el personaje principal se cree muerto, pensando que la celda es ataúd y confundiendo constantemente presidio con manicomio:

¡Ah, pero estoy en la cárcel! Es seguro que estoy en la cárcel. ¡Pobre de mí, que necesito creer en la mentira de mi realidad! ¡Pobre de mí, que querría fugarme del presidio horroroso de mi cordura, de la negra verdad que me enjaula! ¡Pobre de mí, que no puedo escaparme de la prisión, como no sea por una de estas dos puertas que dan a la libertad: la de la Locura o la de la Muerte!


(46)                


Parece que el amigo le traicionó con su amada, lo que causó el asesinato involuntario de aquel mal amigo que lo humillaba constan temente (109-110). Su consuelo: que Monigote existe y que él no está loco. En algún mo mento también el narrador piensa en sus buenos propósitos fracasados que influyeron en los pasos más significativos de su propia vida (30-31): el seminarista en Toledo cuando quería ser santo; el golfillo en las capeas; el soldado en Melilla; el bohemio en Madrid, cargado de ilusiones y en busca del renombre literario; y luego el romántico que soñaba con un amor puro y honesto hasta llegar al triunfo teatral en la capital. Con su dinero iba a comprar las penas de los demás, redimir a las rameras y alimentar a los golfillos hambrientos (32). No obstante, sus buenas intenciones fueron destruidas por la Vida «de clima ponzoñoso, dentro del cual se asfixian y mueren todas las honradeces espirituales» (33). Al vivir su pesadilla contradictoria Adolfo se pregunta repetidamente ¿quién soy? y ¿dónde estoy? Necesita ser convencido sobre todo de la realidad de Monigote, y quiere que ella le saque de sus dudas: ¿cárcel? o ¿manicomio? Ella y solamente ella sería capaz de curarle del mal terrible de creer ser un criminal encarcelado por haber matado a su amigo. Muy bien se resume su concepción del mundo en las siguientes frases: «La calle, señor, es un gran manicomio. Desde la cárcel se ve muy bien... La calle es eso: pasillo de manicomio de incurables, lóbrego corredor de una inmensa y sombría casa de locos, de pobres locos cuerdos: almas que se asfixian, corazones que se secan... Todo es mentira en la calle; todo es quimera, ilusión, fe... No hay religión; y si no hay religión, ¿quién es menos obispo: el loco que se cree obispo o el cuerdo que es obispo?» (78-79). Eficaz, pues, es el sentido fluctuante en las realidades interiores y exteriores que está viviendo Adolfo en esa novela de tipo confesional. La obra se resuelve en un aire de locura y demencia. Por lo visto había muerto Monigote (quizá Adolfo también); los dos   —415→   son almas capaces de ver al través de la materia; y van al cementerio a ver el hermoso pero horrible cuerpo sepultado de ella: «¡¡Cuerpo de mujer, ara sobre las que ofician reptiles: lujurias atroces, picudas ansias feroces, largos deseos culebrinos, concupiscencias epilépticas y babosas!! ¡¡Cuerpo de mujer, lodo de plata, cieno de oro!!... Verdaderamente -exclamó a mi oído Monigote- esto tan bello afeaba mi hermosura. Era una mancha horrible en mi alma...» (157)668.

El libro Bombas de odio (Madrid, Mundo Latino, s.a.), como indica el título, revela otro aspecto significativo de la obra de Vidal y Planas. Se trata de una novela de tema político, de terrorismo y sindicalismo barcelonés, cuyos personajes se mueven en un mundo siniestro de asesinos y presidiarios. Pienso que el mérito principal del libro es documental al reflejar con acierto el alcance de los movimientos obreros que sacudían el país hacia aquellos años. Vidal y Planas publica otra novela extensa, La virgen del infierno (Barcelona, López Librero, 1927), con subtítulo de «novela de presidio»669. La obra, cuya acción transcurre dentro de la cárcel, manicomio sombrío de los presos, relata la historia de Sor Martirio, hermana enfermera que atiende con ejemplar caridad y afecto a dos presidiarios alucinados. Uno de ellos (El Cartagena) la mata con un puñal en un rapto de locura, creyendo que Sor Martirio no abraza a su compañero moribundo (El Gaviota) sino al amante de la mujer que por celos mató hace tiempo. Cuando muere el Gaviota se escuchan las palabras de Jesús: «¡Ven conmigo a mi Gloria, esposa mía! ¡Abrázate a mi cuello!» (139). En aquel momento se abre la puerta y aparece el Cartagena, hundiendo el puñal en el cuerpo de Sor Martirio670. Con el subtítulo de «novela   —416→   realista y espiritual contra la corrupción de menores», desde la Cárcel de Madrid y fechada el 10 de junio de 1923, Vidal y Planas firma su novela La papelón (Madrid, Hispania, s.a.). El prólogo de su amigo y abogado encargado de su defensa Alberto Valero Martín (7-10) destaca el estilo entrañable e hinchado de dolor, así como la sed de justicia que palpita en las páginas de la obra. Afirma acertadamente que Vidal y Planas es uno de aquellos autores que saben hallar anhelos de pureza y redención aun dentro de lo más infame. Se agregan también unas breves palabras del autor (13-15), en que califica su novela de salvaje y atroz, producto de un realismo vivido, aunque es a la vez una obra higiénica. En efecto, no se puede dudar de la violencia y la crudeza de esta novela, poco notable a menos que sea por la lujuria y perversión de los personajes. Se trata de la horrenda existencia de la niña Soledad San Juan, premiada en la escuela por su virtud, y una de las doncellas corrompidas por un monstruoso aristócrata degenerado, el conde Cipresal. La triste historia de Soledad, víctima inocente de la concupiscencia del conde, ha sido contada muchas veces: el prostíbulo, la sífilis, la locura. Sin embargo, en manos de un loco sublime (Pedro Leal) está la venganza, y en crimen espantoso mata al conde y se suicida después de violar a sus tres hijas. Atroz novela de violencia y de profanación, la acción se mueve entre los dos polos de lo bueno y lo malo, la abnegación y el egoísmo. El autor no obstante afirma como paliativo que cree en la justicia de Dios y la expiación de los crímenes.

En 1919 Vidal y Planas publicó una novela dramática de grandes pasiones y sacrificios titulada Santa Isabel de Ceres (Madrid, Imprenta Artística de Sáez Hnos.); la acción transcurre principalmente en dos sitios familiares: el prostíbulo y la cárcel671. Aunque los episodios novelescos de la trama melodramática son por lo general previsibles y no presentan ninguna novedad especial, la glorificación de Santa Isabel, capaz del más sincero sacrificio y abnegación, alcanza por momentos cierta grandeza inesperada. Sin pecar de vanos sentimentalismos,   —417→   pienso que conmueve el relato, lo que casi nunca pasa con otras obras de Vidal y Planas. Dos años después, un arreglo escénico, con el mismo título, se estrena en el Teatro Eslava de Madrid, el 7 de Enero de 1922 (El teatro moderno, III, núm. 96, Julio de 1922), y se designa como tragedia popular en cinco actos. La representación por lo visto se debía a la generosidad de Martínez Sierra, director del Eslava, y el autor logró con el éxito del estreno un momento de triunfo y gloria, en gran parte, supongo, por el tema prostibulario de la tragedia. Así, antes del infortunio que le esperaba, Vidal y Planas conoce una tregua placentera en su agitada vida de bohemio.

Se cuenta en la novela la historia de la caída de Isabel y su vida posterior de prostituta (La Lola), víctima de todos los sufrimientos físicos y morales experimentados por las mujeres del oficio. El pintor León, quien quiere a Isabel de un modo noble y misericordioso, le desea redimir sacándola del burdel. Encarcelado injustamente algún tiempo, conoce a Abel de la Cruz (de quien hablaré luego); un chulo deja desfigurada a Isabel, cosiéndole una mejilla; y ella decide desaparecer para no ser carga ni estorbo, despidiéndose de León mediante una carta conmovedora escrita desde el hospital (121-124). No obstante, superados los obstáculos, llegan a establecer un modesto hogar, y León comienza a alcanzar cierto renombre como retratista. Por fin un caballero rico le encarga el retrato de su hija Sagrario. Poco tiempo después surge el conflicto esperado cuando el protector de León quiere que se case con Sagrario. Aunque su conciencia no le permite abandonar a Isabel, ella se entera de estas circunstancias durante el delirio de su amante que regresa borracho a casa. El día en que se le ofrece a León en El Palace un homenaje, Isabel madura su propósito heroico y así asegurar la felicidad de León: se irá a la calle de Ceres y refugiarse en un burdel cualquiera donde no la podrá hallar su amante. Deja una carta en que explica que nunca le ha querido y que sólo se ha aprovechado de él para retirarse de la mala vida. Sigue diciendo que ya no puede aguantar su romanticismo y su cursilería; por tanto se va con su chulo recién salido de la cárcel. Una noche no puede más y, empuñando una navaja, se suicida pasándola por todo el cuello al mismo tiempo que sus últimos pensamientos son los de las caricias de León. Allí, en el prostíbulo, la encuentra Abel, quien tiene la costumbre de dormir en ese sitio de placer. Un breve epílogo da fin a la novela con tres secas noticias periodísticas: el banquete, el suicidio, y el anuncio de las bodas de León.

El argumento del arreglo teatral, aunque menos desarrollado naturalmente,   —418→   es en el fondo igual. Algunos detalles han sido cambiados, agregando personajes episódicos y algunos nombres, y de modo especial se efectúan unas modificaciones en las circunstancias del desenlace (por ejemplo, León, totalmente borracho y acompañado de Abel, ha regresado del banquete, y ambos van al burdel en que se degüella Isabel). Además se lee en el telón blanco, escritas claras, las siguientes palabras del autor: «No tema: Yo, Señor, soy bueno y he de hablarle en nombre de la justicia, de la caridad y del Amor...» También cada acto tiene título propio: «Noche de juerga» (I), «Abel, visionario» (II), «Maleficio» (III), «El alma suicida» (IV) y «El aguafuerte del collar de rosas» (V). En el caso del último título conviene aclarar que las últimas palabras de la obra pronunciadas por Abel son las siguientes:«...¡Silencio! ¡Mirad! ¡Mirad! ¡Yo veo un collar de rosas en su cuello! ¡¡Santa!! ¡¡Santísima!!» (62).

Como ya se dijo, Abel de la Cruz es el alter ego de Vidal y Planas, y se identifica de manera estrecha con ese personaje que expone sus ideas y concepto del mundo. A Abel se le cuentan cosas; escucha y comenta; y fundamental es su papel en Santa Isabel672. León el pintor conoce en el calabozo hediondo del Juzgado a un hombre, de capa andrajosa, sentado en el rincón de la celda, y piensa que es un loco. El individuo curioso contesta: «Yo no soy un loco; yo soy un hampón que lleva en el pecho una gran rosa de fuego. Nadie la ve. Vivo de las limosnas de unos cuantos, y yo lo agradezco, tirando a la Humanidad las piedras preciosas de mi tesoro espiritual» (73). Es escritor bohemio, sorprendido de que León no conoce sus libros, pero éste siente la necesidad de narrar la historia de su odisea, lo que da origen a la siguiente observación cínica de Abel: «La realidad, compañero, es una cucaracha que nos hurga en las narices» (75). Más adelante se vuelven a encontrar, y León lo recuerda como aquel muchacho del rincón, reminiscencia que arranca de Abel otra confesión sobre su persona. Vive tirado en el último rincón de la vida -dice- y para escribir se mete en un café, donde todos le conocen pagándole el café con media tostada (154). Se retiran a un café donde Abel lee un capítulo de la novela que está escribiendo, y, como todo bohemio, está borracho de ilusiones e indignaciones (157). Abel duerme en los burdeles donde le tratan con toda generosidad; ha prometido escribir para sus hermanas las rameras un libro noble pero vengativo «que haga   —419→   llorar y sufrir a todos los que ríen y gozan comprando placer de burdel; a los que comen tajadas de alegría de ramera» (162).

En la adaptación escénica, Abel está casi siempre presente, borracho de entusiasmos encendidos (11). De cuando en cuando habla en verso, y a una de las niñas (La Romántica), quien está enamorada de él, le «daría pétalos de rosa; pétalos de esta magnífica rosa de fuego» (16), que está donde la gente tiene el corazón. En el segundo acto Abel está encarcelado por escándalo público, habiendo alborotado a los ignorantes con blasfemias. En el momento de estar conversando con el Juez levanta una cruz y entona un largo himno a Jesús, del cual transcribo algunas frases:

... El de los brazos abiertos en hambre furiosa de abrazar corazones; esposo casto y calenturiento de todas las bellas y puras inquietudes desmelenadas; el del costado manante, fuente perenne, inagotable fuente de rubíes, que riega las almas... ¡¡Beso-estrella de amor en frentes de rameras y en pechos de hampones!! ¡¡Jesús, egregio, alto, único amigo de los que sufrimos terriblemente, porque la vida, exangüe de sangre tuya, anémica de sentido tuyo y de doctrina tuya, nos aplasta como el pie de un monstruo,... (25).


Loco o visionario, según el juez, Abel, siempre generoso con la Humanidad, se contenta con que Jesucristo le tenga consideraciones especiales. Finalmente un periodista le hace una entrevista al bohemio (45), quien da sus señas en la calle de Ceres donde la dueña le consiente, y por último para Abel de la Cruz la vida es como un gran burdel, porque es imposible vivir sin mancharse (46).

Poco ó ningún interés realmente dramático tiene Los gorriones del Prado (Madrid, Tipografía Artística, 1923), drama en cinco actos dedicado a Martínez Sierra, quien al año anterior le había facilitado el escenario del Eslava. Se estrenó la obra sin éxito taquillero, manteniéndose solamente cinco días en cartel, lo que no sorprende dada la naturaleza endeble de la obra. Se trata de las tristes aventuras de tres golfillos, por los cuales Vidal y Planas siente sincera compasión. Se marchan de Madrid con la ambición de ser toreros, y el desenlace subraya el dolor de la madre al saber de la muerte de su hijo fusilado por la Guardia Civil. Termina el drama una Nochebuena: la luna se apaga y un borracho dispara dos tiros a la luna exclamando: «...Quiero matar la Vida, la Vida perra, la Vida mala, la Vida feroz y antropófaga, que se ceba con carne tierna de golfillos y con tajadas de dolor humano. ¡Dejadme!» (171).

Aunque sea de modo muy somero, quisiera referirme a otra obra de Vidal y Planas: El loco de la masía (Barcelona, Ediciones Adán y   —420→   Eva, 1930), farsa tragicómica y simbólica en tres actos, estrenada el 1 de Octubre de 1930. Es de nuevo una adaptación de una novela anterior La vida, el deseo y la víctima (Barcelona, Ediciones Adán y Eva, ¿1929?), pero por cuestiones de espacio prefiero limitarme principalmente al drama, obra a mi juicio más lograda en la cual han sido introducidas bastantes modificaciones argumentales. En cuanto a la novela basta decir que en ella mayor papel tienen las fuerzas sobrenaturales, y se subraya más el deseo carnal (los amantes son dos brasas de pasión), así como el insaciable tormento sexual. Hasta el lenguaje utilizado en la descripción del paisaje levantino se sensualiza con imágenes brillantes no usuales en la prosa del autor. Allí se lee también que el magnífico loco don Hermógenes es tres veces loco: «¡loco como loco; loco como ajedrecista, y loco como santo! » (232)673.

El loco de la masía es un drama rural, por tanto excepcional en la obra del autor, tenso y esencial, de diálogos convincentes y sobrios dentro del ambiente simbólico en que se desenvuelve la acción. Se impone sobre todo una fuerza indomable que adquiere a menudo sobretonos cósmicos: el deseo carnal. Las notas de farsa aludida en el subtítulo tienden a ser disminuidas ante la tremenda seriedad de la pasión y la monstruosidad del violento crimen. Bien presentado a mi ver es el conflicto anímico de remordimientos y escrúpulos dentro de la torturada conciencia de Ramonet, ahijado de don Hermógenes, que es amante de Cándida, la mujer de éste. Ella es la vida y el deseo: «¡Eras el abismo! ¿Qué fieras de espanto, qué monstruosos reptiles de horror hay en tus profundidades?» (20). Persigue a Ramonet un demonio atroz, y, dominado por su infamia, es meramente una hoja arrastrada por el viento de su deseo. Por su traza fuerte los personajes me traen eco lejano de las Comedias bárbaras de Valle-Inclán y, posteriormente, del teatro de Lorca, en el último caso por los explícitos valores simbólicos representados frecuentemente de modo cósmico. El tema de la locura, con toda su ambivalencia acentuada a propósito en la obra, acompaña la actuación de don Hermógenes, quien al final descubre la verdad y, corriendo hacia la tormenta, cae muerto fulminado por un rayo de oro. A menudo caen rayos en su corazón y   —421→   en el sueño del último acto la Maldad, una mujer extraordinariamente bella, explica a don Hermógenes que son verdaderos: «¡Quebradas saetas de fuego, desgajadas de las tormentas de ese cielo! ¡El dolor de los demás te apuñala, te atraviesa el alma!» (82).

Es difícil llegar a un juicio ponderado del valor de la obra de Vidal y Planas, en parte por los evidentes desniveles que caracterizan el conjunto y la imperiosa necesidad que siente el autor de escribir sin grandes preocupaciones literarias. Contados son en realidad los momentos felices en ella (destacaría yo quizá la sentida emoción lograda por momentos en Santa Isabel de Ceres o unos fragmentos de la prosa simbólica de El loco de la masía), y como novelista y dramaturgo Vidal y Planas está destinado a quedar siempre situado en tercera fila entre los prosistas de la época. Sin embargo, para algunos lectores el fuerte realismo, si bien temáticamente monocorde, sería su mayor mérito, y es imposible negar la sinceridad e indignación con que escribe sus páginas sobre la maldad humana. No elude el compromiso con los tiempos ruines e injustos que golpeaban al desafortunado novelista, autor de una obra desgarrada y palpitante674.




Pedro Luis de Gálvez: algunas obras

Ya se ha dedicado suficiente espacio a Pedro Luis de Gálvez (1882-1940) como poeta pero cabe decir algo, aunque relativamente poco, sobre su obra de narrador. De su generación Gálvez es sin duda el tipo más pícaro, siempre listo para pegar un sablazo hasta a sus mejores amigos, entre los cuales contaba Vidal y Planas. Como en el caso de éste, tiene una obra bastante nutrida de narrador (novela y cuento) y también de dramaturgo.

Aunque sólo de manera marginal me concierne la producción dramática de Gálvez; sin duda alguna el sainete Bohemia y la comedia La señorita Bohemia, escrita en colaboración con Pedro Mata, interesan en el presente contexto, pero si hay ediciones no las he podido localizar. Sin embargo, me permito llamar la atención sobre otra comedia, Los caballos negros (Madrid, Sociedad de Autores Españoles, 1922), que se estrenó en Barcelona con apropiado subtítulo de melodrama   —422→   y escrita en colaboración con Luis Antón del Olmet. Se trata de un drama violento, cuyos personajes son por lo general viciosos y pertenecen a los niveles más bajos de la sociedad (matones, ex presidiarios, juerguistas y golfos de toda clase). Su lenguaje es, desde luego, el argot del hampa madrileña. No sólo es el tema principal la tragedia de los que se arruinan en la ruleta, tanto los ricos como los pobres que dejan el pan de sus hijos en el tapete verde, sino también la comedia conlleva una preocupación social que merece señalarse. El autor critica la falsa caridad y supuesta filantropía que encubren la infamia más abyecta de parte del dueño del Kursal. Al poeta Fajardo, hombre destrozado por el juego y la bebida, le falta el último verso de un soneto. Protesta que los poderosos no cumplen la ley: «...Si los altos no lo hacen -dice- el pueblo, harto un día, barrerá tanta inmundicia, tanto asco. ¡Ya tengo el último verso!» (33). Y se lee en su totalidad el soneto en cuestión, cuyo verso final es «¡Contra el Kursal las bombas, hermanos anarquistas!» (34).

En realidad poco interés novelesco tiene el temprano libro de Gálvez Los aventureros del arte (Madrid, Imprenta Ibérica, 1907) que iba a iniciar una trilogía titulada Existencias atormentadas. Se anuncia también al final la publicación de una serie de folletos «de su doliente bohemia por Europa» y algunas semblanzas de personajes a quienes ha visitado en sus viajes. Su novela de 1907 se llena de largas disquisiciones sobre los monumentos de Ocaña, así como anécdotas de los próceres del pueblo. La obra fue escrita desde la cárcel de Ocaña y lleva dedicatoria al Inspector General de Prisiones. También en ella el lector sigue las andanzas del poeta Tirso Muñoz, que ha frecuentado asiduamente a Baudelaire y Verlaine, y no faltan rápidas viñetas de la bohemia madrileña a principios del siglo XX675.

En La santita de Sierra Nevada (Los contemporáneos, núm. 105, 30 de Diciembre de 1910) Soledad, una pueblerina muy devota, se enamora de un cura liberal, pero ella muere antes de que regrese el muchacho a Granada, pero al terminar el relato deja un largo beso en los labios de la difunta que parece sonreír. De cierto interés son las páginas en que se describen la vida y costumbres de Lanjarón, especialmente las que se dedican a la política y la lucha de clases. El maestro de escuela piensa que ninguna fortuna es legítima y sobre   —423→   todo la heredada, cuyo origen siempre ha sido el robo y los negocios sucios. Alguien afirma que los ricos siempre son ricos y los pobres, pobres, pero continúa el boticario: «Por eso espero... que venga la República y que el gobierno haga que los ricos paguen por los pobres. Hace falta que venga un gobierno republicano que meta en cintura a los ricos y que favorezca el comercio y la industria para que pueda vivir el pobre». Las hembras de las vistillas, también publicado en Los contemporáneos (núm. 86, 19 de Agosto de 1910), es una historia sentimental, contada en lenguaje arcaizante, de un viejo caballero tradicionalista del siglo XVIII con dos hijas, una de las cuales tiene inclinación a la vida artística y la otra a la religión. Muy diferente es La casa verde (Madrid, González y Giménez Editores, 1913), cuya acción transcurre en la cárcel y el burdel, caminos que después serán transitados por Vidal y Planas, pero por el momento me gustaría detenerme un poco más en otro relato característico de Gálvez y de fondo autobiográfico: La chica del tapicero (Los contemporáneos, núm. 72, 13 de Mayo de 1910).

El argumento de la novela es sencillo: los amores de la simpática y ocurrente hija del tapicero llamada Carmen con Leopoldo Soria, pintor bohemio y amigo de todo lo exótico. Ha regresado a Madrid después de varios años durante los cuales recorre toda Europa a pie, y, como todo bohemio, gusta de su vida libre sin trabas de ninguna clase. Conoce los caminos ásperos de la bohemia «andariega y sentimental»; se gana la vida en París pintando cuadros de tipo costumbrista; y en Montmartre se apasiona del ajenjo rodando de taberna en taberna. Ya no es el bohemio alegre de antes sino «envejecido, maltrecho, arrastraba su miseria moral y física, enmascarada tras un escepticismo de buen tono». Antes de haberse entregado a la vida nómada había sido amigo de Carmen, y se enamora de ella a pesar de una prolongada lucha interior. Superados los escrúpulos de ambos, huyen; pero pronto en el idilio amoroso ocurren problemas sentimentales debido a la mudanza en el carácter de Leopoldo. Al final sin embargo todo se resuelve felizmente. Lo más interesante es que Gálvez introduce en la novela al poeta gallego Veigas, burlón y gracioso, que tiene papel activo en la historia, y de él se narran anécdotas conocidas. Se lee de Veigas:

...no tenía domicilio. Solía pasar las noches en el estudio de un amigo pintor, o en casas mal famadas, cuando poseía numerario. Todo un verano durmiendo estuvo en una fosa del cementerio del Este. Tenía el poeta gallego el espíritu burlón de nuestros pícaros más famosos, y esto constituía todo su patrimonio; pues, fatigado pronto de la bohemia   —424→   honrada; cansado de luchar en vano por acomodarse en la redacción de un periódico, hambriento, casi desnudo, sin techo bajo el que guarecerse, decidió, por antojársele más lucrativo y cómodo vivir, no del producto de su talento literario, sino de los recursos del ingenio...



No es otro que Gonzalo Seijas, por supuesto, y en otra instancia caminando por las calles se les acerca otro ciudadano descrito en los siguientes términos:

Acercóseles un tipo extraño, liado en una capita verde y tocado de un sombrero negro, redondo, pequeñín, con el ala arrugada, formando canalones. Mordía una enorme pipa, bajo los azules bigotes ásperos. Parecía su rostro un acerico plagado de alfileres, por tener la barba muy poblada, ocho días sin rasurar. Los ojos, enormemente grandes, tenían una expresión de rara melancolía. Reíanse sus botas, con el cinismo de un Voltaire, y de los extremos inferiores de sus pantalones, pendían unos hilachos en los que el barro de dos inviernos habíase secado. Era otro poeta, y poeta célebre: Eduardo Carrillo...



Creo que es posible reconocer a este célebre poeta así retratado.

Pedro Luis de Gálvez, si bien más preocupado por la forma, ocupa como narrador un sitio muy parecido al que un poco después se le concede a Vidal y Planas. Los dos bohemios poseían mucho en común y seguramente en la época sus libros tenían lectores benévolos. Ambos se quejaban de las instituciones oficiales y protestaban ante las injusticias sociales, pero creo que hay una diferencia en su actitud. No sé si me explico diciendo que la protesta revolucionaria de Gálvez abarca la humanidad entera. Quiere cambiar las raíces de la sociedad y corregir los abusos. Por otra parte, las constantes imprecaciones lanzadas por Vidal y Planas sobre el dolor de vivir y la crueldad del destino parece tener su origen en algo mucho más personal e intimista aunque no por esto menos acres y desilusionadas. Tal vez sería más exacto afirmar que a Vidal y Planas le gustaría hallar algo bueno en la maldad si fuera posible. Lo que percibe Gálvez y expresa sin paliativos en la parte más característica de su obra es el vicio y la perversidad humanas676.




Rafael Cansinos-Asséns: La huelga de los poetas

De singular importancia aunque no lo suficientemente valorado en los círculos académicos es el papel de Cansinos-Asséns en la literatura contemporánea española. Su obra es variada y abundante: novelista,   —425→   traductor, crítico e historiador, y por último preciso memorialista. Sin duda alguna era promotor de lo nuevo influyendo en las orientaciones del ultraísmo. También ejerce por bastante tiempo cierto magisterio sobre los jóvenes que en aquel entonces se iniciaban en la carrera literaria. Conocedor de las intimidades del mundo bohemio, desde los divanes del Colonial fue un gran estímulo, y como creador escribía una prosa preciosista que ya no se lee porque sucumbe bajo el peso del excesivo formalismo alejado de la trascendencia de la literatura más reciente677. El crítico es asistemático, dando a la estampa sus preferencias personales, pero con frecuencia las páginas de Cansinos son casi las únicas disponibles sobre muchos autores actualmente remotos y olvidados. Insaciable como lector y metido en la politiquería literaria de aquellos tiempos, el suyo era, como se dijo, un espíritu orientado hacia la nuevo aunque no abandonó jamás lo antiguo. Tal vez por esto su obra queda algo marginada en el balance de las letras de tan fecundo período678. Y repito que sus páginas de crítico, así como las más recientes de memorialista, son fundamentales en el estudio de la época que aquí se intenta. Por el momento sólo me ocupa una novela suya, La huelga de los poetas (Madrid, G. Hernández Galo Sáez, 1 921), de gran interés en el presente contexto aun que la obra como novela tiene poca o casi ninguna vitalidad. Es más bien un largo ensayo sobre la poesía y el papel del creador, así como del conflicto que hay entre periodismo y literatura de evidente fondo autobiográfico.

Como novela La huelga de los poetas es inerte, pero las extensas disquisiciones sobre el arte y la vida intelectual tienen un evidente interés ahora. Sin embargo, resulta sumamente difícil resumir en poco espacio la parte doctrinal del libro, porque se sostiene una constante dialéctica mediante la cual se examinan desde distintas perspectivas una serie de temas antitéticos: la literatura y el periodismo, el arte aristrocrático y el del proletariado, la verdad y el ensueño, el creador y el obrero además de otros tópicos parecidos. Los méritos y deméritos de esos conceptos se discuten por el Poeta con su hermana y con su amigo Irisarre, quien por motivos prácticos ha renunciado a las vanidades del arte y cree paradójicamente en un socialismo individualista   —426→   (93). Además el mismo amigo sugiere que se imponga una huelga de poetas para determinar si el mundo necesita y desea verdaderamente el arte o si se trata de algo superfluo (68)679. También se prolonga la discusión teórica en torno a la revista La ofrenda que por fin se suprime porque los poetas abusan de ella y de su generoso dueño (133-134).

Desde un principio el Poeta protagonista, que vive en su casa rodeado de libros y, en el café rodeado de los discípulos que le llaman Maestro, duda de la bohemia por su falsedad y los engaños de ese tipo de vida anticonvencional. No obstante, a la vez se siente irresistiblemente atraído por la locura del Arte y la sirena de la bohemia. Para escapar de ella se ha refugiado en el periodismo, trabajo desde luego indigno de un escritor que acepta tan sólo a regañadientes: «¡Ni siquiera el consuelo de la vida errabunda de los bohemios verdaderos y francos, sino la pobreza triste y grave!» (41). Frecuentes son las escenas de la bohemia capitalina y la vida de café, vistas generalmente de un modo negativo:

¡Oh, bohemia horrible del escritor, lepra hedionda que a todos los oficiantes de las excelsas aras mancilla, aun a los más arrogantes y de más solemne aspecto, aun a los que procuran y se jactan de tener las manos más puras! ¡Oh, fatalidad del escritor que le condena siempre a arrastrar la pompa de su existencia por el cieno más bajo, a encoger su talla excepcional ante los hombres ruines que tienen en sus manos las llaves de esas cajas cuyo contenido asegura la vida!... Hay el bohemio absoluto, impenitente y voluntario, que hace una prez de su miseria; pero hay también el bohemio forzado, que no desearía serlo -antes cualquier cosa- y que, sin embargo, por la tremenda insuficiencia de los dones del arte, se ve obligado a caer en esa actitud ambigua e histriónica del bohemio...


(76-77)                


Hasta aparece en los divanes del café una musa, la poetisa joven Laura (a veces Leonor), que se muere de anemia, y todos los jóvenes poetas quieren hacer de ella la Mimí de su bohemia (45).

El sindicato de periodistas declara huelga, pero para los artistas no hay sindicato. Aunque pocos beneficios se logran a la larga, el Poeta se ha sentido proletario por algún tiempo rechazando la mentira   —427→   de sus ilusiones: «periodista y Poeta, ¡qué cosa tan ambigua y vaga he sido yo en mi vida! ¡Ni siquiera un bohemio franco, con el orgullo de sus harapos y la ilusión de llevar estrellas entre sus greñas piojosas! Ahora siquiera, soy algo: soy obrero y he puesto un precio a mi labor como los artesanos» (214-215). Don Criterio, director del periódico y hábil e hipócrita manipulador, despide al Poeta por ser poeta: el periodismo es una cosa, la literatura otra es su dictamen. Se marcha el Poeta tras una fuerte diatriba contra la fabricación de noticias y otros tópicos pertinentes (253 y ss.). «Con él -escribe Cansinos- se iban de allí la Poesía y el Espíritu» (258).

Desde ese momento en adelante se efectúa un profundo cambio en el protagonista, ahora más viejo espiritual y físicamente. Se propone vivir en la verdad (263, 278), y comienza a desprenderse de los libros, su única riqueza. Piensa en una huelga de los poetas, pero no se puede concebir el silencio del poeta destinado fatalmente al canto (269). Permanece fiel no obstante a su huelga solitaria; ya no escribe; y deja de fomentar la locura del arte. Al romper borradores deja caer los blancos papeles como una nevada: «se ha restañado la vena generosa y, en adelante, su pluma será una cosa simplemente útil, humilde y respetable, como esos instrumentos del trabajo que se exhiben en los cortejos cívicos» (284). Vuelve a pensar, pues, en el arte proletario, y se pregunta si el proletariado irá a recoger la lira abandonada por los poetas (281). Liberado de las redes del ensueño, el Poeta por casualidad se da con un pobre copista, residuo de los divanes rojos del café, y dice al Poeta que los otros, desesperados, han regresado a sus provincias, aunque algunos han formado una nueva escuela de obras herméticas y piden la muerte de los viejos. El copista también le informa de la muerte de Laura. No ha muerto del mal romántico y declara en un rapto emocionado: «...no ha muerto de eso. Ha muerto víctima de la tremenda crueldad del arte. La ha matado el arte» (286). Al terminar la novela de nuevo se insiste en los cruentos sacrificios que exige el Arte, así como en la posibilidad de un cambio cuando se reparta entre todos el don de la inspiración. El poeta ha renunciado y dice, finalmente: «Los proletarios enriquecidos por el trabajo van a recoger las liras de los pobres poetas. Yo ya les di la mía...» (289).




Breve paréntesis americano

Aunque no haya una fórmula cómoda que abarque la pluralidad de direcciones estéticas que se dan en la novela finisecular, el mundo del arte y los artistas es sin duda un rasgo constitutivo de la realidad   —428→   reflejada en la ficción de aquellos años680. Recordemos también que la novela modernista nace precisamente cuando todavía perduraba un lastre naturalista, a veces en pugna con el deseo de un arte más subjetivo e intimista propio del modernismo. Reconocer esa condición híbrida, amén del romanticismo subyacente, es fundamental en el estudio de la novelística de aquella época.

Las tres novelas de la bohemia parisiense de Enrique Gómez Carrillo fueron escritas en aquel momento de una cierta vacilación y, por tanto, comparten algunas cualidades de un pasado superado, aunque sobre todo apuntan a un nuevo y más atrevido concepto del arte de novelar. Basta decir aquí que las novelas que se examinarán ahora de Gómez Carrillo logran recrear un mundo exótico para muchos lectores y audaz para otros, pero no se sacrifica la andadura novelesca a una mera serie de páginas de brillante prosa lírica. Es decir, Gómez Carrillo sabe mantener un equilibrio entre la narración y la efusión poética. Otra cosa merece tenerse en cuenta: el subtítulo del segundo volumen de sus memorias Treinta años de mi vida es «En plena bohemia»; en el tercero y último volumen («La miseria de Madrid») se evoca la bohemia literaria fin de siglo y se dan datos sobre varios escritores del día, siendo de interés especial la estrecha amistad que tenía Gómez Carrillo con Dicenta, Bonafoux y Luis París681. El quinto tomo de las Obras completas (Madrid, Mundo Latino, ¿1920?) del guatemalteco se titula Tres novelas inmorales, en que se recogen   —429→   tres obras sustancialmente modificadas y escritas con anterioridad (1894-1899): Bohemia sentimental, Del amor, del dolor y del vicio y Pobre clown (antes Maravillas)682. Y un personaje de Bohemia sentimental quiere dejar la poesía «para consagrarse por completo a la novela y al teatro. Soñaba en hacer comedias incoherentes en las cuales la vida apareciese cortada y nerviosa, como lo es en efecto. Deseaba escribir novelas relativamente cortas, atrevidas, algo descuidadas aparentemente, pero en el fondo muy artísticas, muy perversas y muy crueles... (23).

Como se indica en el título, Bohemia sentimental da un relieve muy especial al tema, ya no del sexo vicioso sino del sincero y verdadero sentimiento de amor entre dos bohemios: Luciano, poeta y dramaturgo, y Violeta, anteriormente modelo en los talleres de Montparnasse, con aspiraciones actuales de actriz. Ambos han conocido la miseria y ella la vida horizontal del barrio para poder comer, y la presencia física en algún momento de Verlaine da un toque realista a la descripción del Barrio Latino. Poco a poco sus vidas se van acercando y, vencida cierta repugnancia por el amor físico, Violeta se enamora de verdad del poeta, y lo abandona todo para ir a vivir a su lado en la modesta «celda» bohemia que habita. La bohemia eterna, libre e ilusionada, matiza los amores de Luciano y Violeta, y Gómez Carrillo logra penetrar el alma femenina, haciendo que sean convincentes y hasta conmovedores los sentimientos amorosos.

Sin mencionar las complicaciones secundarias de la trama otras dos cosas son dignas de mencionar aquí. Cuando comienza la obra Violeta es la querida de René Durán, hombre rico que compra versos y el drama que se va a representar con Violeta en el papel de protagonista femenina. El mismo está buscando datos para escribir un libro sobre la bohemia en el siglo XIX. Luis, otro tipo bohemio e íntimo amigo de Luciano, cree que la pantomima es el más noble de los géneros (39-41) y representa con gran éxito artístico (no económico) una en que intervienen solamente él como Pierrot y su amante como Colombina.   —430→   Bajo el sortilegio de esta farsa tragicómica, las relaciones personales entre los dos protagonistas se cambian sensiblemente, lo que conduce hacia su unión final.

Del amor, la segunda novela inmoral, es una obra francamente erótica y sexual. Inclusive el amor lésbico se sugiere en varias ocasiones; se exaltan la lujuria y la voluptuosidad en un ambiente de bohemia aristrocrática. ¡En los refinados salones de París estamos ya muy lejos de la sórdida taberna madrileña frecuentada por el hampa literaria! Más que nada se acentúa la vertiente decadentista, en los personajes y los ambientes. Tanto las mujeres como los hombres son raros, muy fin de siglo en sus gustos e indulgencias. Vale la pena transcribir la siguiente semblanza de un personaje:

En realidad, Carlos había sido siempre un ser débil, sensitivo y orgulloso, sin ninguna verdadera robustez moral. Degenerado, como casi todos los artistas modernos, no a causa de las condiciones atávicas de su naturaleza, sino por culpa de la vida contemporánea y de la evolución de su propia personalidad en el medio ambiente de la existencia literaria de París, sus cualidades enérgicas habíanse atrofiado de un modo precoz e insensible, en beneficio de sus gustos refinados. Lo ideal del mundo real confundíanse en su cerebro con la idea artificial de un mundo fantástico, y de esa mezcla de visiones inarmónicas nacía en él una doble personalidad que le impedía conocerse a sí mismo


(154-155).                


Según su amante Liliana, ponía Carlos en sus caricias algo de literario, y, para ella, «la palabra literario quería decir artificial, quintaesenciado, decadente» (165). Todos los personajes de la novela expresan con claridad un manifiesto desprecio y odio hacia la burguesía (42, 108). A Liliana le atraían ciertos aspectos de la vida parisiense que revelan, sin duda alguna, su personalidad enfermiza y no desperdicia ocasión de ver algo raro u original:

...Todo lo extraño, todo lo misterioso, todo lo infame, despertaba su curiosidad enfermiza, hasta el punto de producirle verdaderas crisis de deseo... los bebedores de éter y de opio, los pálidos hijos de Tomás de Quincey; los bohemios satánicos a la Baudelaire; los efebos adoradores de su propio sexo, verlenianos o wildistas; toda la gran caravana de la moderna decadencia latina, en fin, atraía a la antigua marquesa, con el prestigio de sus pecados y de sus refinamientos (160).


En una casa alejada de la vida cotidiana y situada en las afueras de París solían reunirse los amigos artistas, de distintos oficios aunque todos «diletantes apasionados» (41), y se organizaban suntuosas fiestas, con platos suculentos rociados con los más escogidos vinos. ¡En efecto, en estas fiestas alegres no se indicaban en el menú los nombres de los platos sino los de los vinos! Estos artistas bohemios formaban   —431→   así su Club de los Intransigentes. En más de un sentido, pues, Del amor, al combinar un exaltado decadentismo con una dorada bohemia, es una novela clásica de la ficción modernista y finisecular.

Pobre clown, la última de la trilogía cuyo título original era Maravillas por el nombre del teatro en que trabajaban los personajes, es una novela de mayor complejidad argumental. Los motivos de siempre, sin embargo, se imponen en ese ambiente bohemio del teatro: el amor, el sexo y el vicio. En cuanto a los actores parecen distribuirse en parejas de amantes y se polarizan en el grupo de los buenos y el de los malos, destacándose entre los últimos Ofelia, la viciosa cantadora de canciones obscenas. El cambio de título corresponde al deseo de acentuar los conflictos psicológicos y emocionales de Rip-Rip, antes trapecista pero resignado ahora a ser clown683. Ofelia representa por supuesto el amor perverso y la tentación erótica: Venus del arroyo y docta en los más bajos erotismos es «flor de fango» (205) y «carne de alquiler y del placer vil» (207). Por otra parte, Luisa, bailarina, siempre mantiene su fidelidad a Eugenio, un burgués que tiene empleo burocrático en una oficina comercial. Cuando abandona su trabajo, en busca de otro destino, lo hace «...no con la febril actividad de un principio, sino perezosamente, a la manera de los Rodolfos y de los Marcelos, que, en la novela de Murger, se pasaban las tardes en el bulevar San Miguel esperando a la fortuna» (247). Si bien honrado, es en el fondo un hombre débil e indeciso, cuyo carácter comienza a cambiar debido a la nociva influencia de la gente de Maravillas deseosa de corromperle. A pesar de su amor a Luisa, puede más el sexo y se deja seducir por Ofelia. Pronto se descubre el engaño y, por la oportuna intervención de Rip-Rip no se suicida Luisa, quien se refugia en la casa del clown. Al final éste no puede dominar ya sus pasiones y se precipita sobre ella, quien se deja poseer creyendo en su borrachera que es Eugenio684.

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Novelista e historiador de la literatura mexicana, Carlos González Peña (1885-1955) escribió en su juventud una obra no despreciable titulada La musa bohemia (Valencia, Sempere y Cía, 1908), digna de breve comentario aquí. En cuanto a la trama, se trata de una novela todavía en muchos aspectos romántica, en que se narran los desafortunados amores de un escritor (Mauricio Villaescusa) con su musa bohemia, una joven muy simpática (Nita), pero la fina prosa de González Peña delata un evidente parentesco con el modernismo. La musa bohemia es la historia del derrumbe de una vida. Mauricio, nacido en la burguesía rica con alma de bohemio, tiene con el tiempo cierto éxito con la publicación de sus libros y es objeto de varios homenajes. Consigue un puesto bien remunerado en El siglo, periódico importante, y hasta se casa con la hija del director abandonando a Nita a quien quiere volver al final de la novela. Poco apoco su carácter va transformándose, y, tras períodos de esterilidad y frustración creadores, se convierte en burgués, pero «...sentía ansia de vivir como antaño viviera; un deseo invencible de retornar a la juventud y al arte... En sus horas de amargura había pensado muchas veces que su facultad de crear belleza habíase desvanecido con la musa bohemia, desdeñada, perdida para siempre» (255- 256).

Dos años antes había aparecido en México una novela del conocido escritor, musicólogo y folklorista Rubén M. Campos (1876-1945): Claudio Oronoz (México, J. Ballesco y Cía, 1906). El autor pertenecía al círculo bohemio formado en torno a la importante Revista moderna. Fundamentalmente es una novela psicológica, la de una personalidad, superado ya el realismo decimonónico más orientado hacia las circunstancias exteriores. No obstante hay en la novela de Campos unas excelentes páginas descriptivas de la vida moderna de la capital y el incesante movimiento de sus calles, así como otras dedicadas al paisaje mexicano presidido por los eternos volcanes, que a su vez funcionan en la obra como testigos de la acción y símbolos de lo permanente.

Es casi imposible reducir a síntesis viable el alcance de una obra de tan misceláneo contenido. Es paradigma de la novela modernista. Claudio rechaza el utilitarismo mercantil, yendo a México una vez liberado del yugo familiar, donde vive por algunos meses una vida bohemia despreocupada y rodeado de amigos igualmente indolentes, llegados también en su mayoría de la provincia. Les esperaba, sin embargo, una desilusión:

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... en vez del barrio bohemio y de los artistas luchadores que yo soñaba, había encontrado una muchedumbre anónima de rostros calenturientos, el estruendo de la lucha por la vida en talleres, en fábricas, en almacenes, en el tráfico diario de las calles, en el apresuramiento de los transeúntes.

¿Dónde estaba, pues, aquel barrio dichoso que, como París, las metrópolis de raza latina debían tener? Yo había imaginado una zona aparte para los soñadores, para los contemplativos, un barrio especial para músicos, pintores, escultores, poetas... (29-30).


Carlos, tísico incurable cuya agonía final se describe con infinitos detalles típicos de naturalismo en las últimas páginas de la novela, es autor de prosas poemáticas, algunas de las cuales se insertan en la marcha de la obra (especialmente bella es la prosa «Sobre la lluvia nocturna» 131-135). Demuestra también una sensibilidad muy especial por la música. Otro síntoma de la rebeldía de Carlos, hastiado y abúlico, son sus distintos amoríos, evocados en una exuberante prosa sensualista, de signo decadentista685. Esa «vorágine de placeres» (146) da origen al mismo conflicto espiritual evidente en las novelas de Nervo, Rebolledo y otros escritores de aquellos tiempos cuando Carlos siente un tipo de amor, más puro y casto, por la mujer que le cuidó durante una crisis de salud.

La vida bohemia de Carlos y sus amigos, incorregibles trasnochadores y elegantes hedonistas, se confunde con el arte y con una especie de indiferencia ante la problemática del país en los últimos años del porfiriato. Esos jóvenes por lo general no son viciosos aun que se entregan con entusiasmo a la vida y a la aventura. Nuevamente existen en un mundo hermético, cuyos habitantes sin propósito definido vagan un poco al azar, a la deriva en busca de nuevos placeres. Es curioso notar el repetido uso del verbo flanear en este contexto: «salíamos a flanear por las avenidas» (51) o «sus ojos se adormecen mirando a las mujeres que flaneaban bajo las arcadas» (62). No creo   —434→   que le falte a Campos una conciencia social, fácil de comprobar en varias páginas de la novela (208-210), aunque sus personajes no se comprometen con una política revolucionaria686.

Junto con la vida bohemia y del arte, se funden en Claudio Oronoz muchos elementos típicos de las ficciones de aquellos tiempos: interiores rellenos de objetos de arte; largas digresiones sobre la música y la pintura; evocaciones sugestivas de las bellezas femeninas; alusiones cultas de toda clase; lujos exóticos e indigenismos (110-111); motivos helénicos; y de máxima importancia un cuidadoso estilo imaginativo, rico en imágenes y toques de cromatismo, que dan a la prosa un marcado tono lírico.




Últimos autores y algunos libros misceláneos

En un libro híbrido, de verso y prosa, Letra menuda (Madrid, Carlos Bailly-Bailliere, 1877) de Manuel del Palacio, además de un gracioso cuadro de costumbres titulado «La puerta del sol» (7-16), hay un breve capítulo «Un día de ayuno. Escenas de la vida literaria» (17-27), en que se describe de manera alegre y humorista la existencia de un grupo de semi-bohemios llegados a la Corte hace algunos años. Actualmente han superado aquella etapa juvenil de hambre y pobreza. Sin embargo, un viernes de cuaresma en 1855 todos aquellos muchachos que vivían en estrecho compañerismo idean un plan para ganarse algún dinero y así mitigar los rigores económicos. El grupo de bohemios sale a la calle en dirección del Café Suizo, donde se congregaban los más afortunados del mundo artístico, pero siguen adelante, comprando pan y queso con los pocos céntimos que llevaban. En la fuente de Neptuno celebran, «entre brindis y discursos tan sentidos como inspirados» (27), un sabroso e inolvidable ágape. A pesar de la prosperidad actual de todos: ¿quién no se acuerda -pregunta Manuel del Palacio- con nostalgia de aquel festín opíparo de hace dos años?

No menos bohemio que su hermano Alejandro aunque llevaba una vida más ordenada, Miguel Sawa (1866-1910) era una figura muy   —435→   conocida en el mundo literario de Madrid, colaborando en importantes publicaciones periodísticas de la época, inclusive en El Motín de Nakens. Dirigió el semanario satírico, de tendencia progresista, Don Quijote (1897-1898) y murió prematuramente siendo director de La voz de Galicia en La Coruña. Su primer libro Amor (Madrid, Imprenta de Antonio Marzo, 1897) se compone de breves fragmentos, apenas cuentos, todos de tema amoroso (loco amor) y especialmente de infidelidad conyugal. No he podido consultar Ave fémina, relatos publicados en 1904. Más logrado es el volumen Historias de locos (Barcelona, E. Domenech Editor, 1910), que contiene diez y nueve cuentos de publicación póstuma en libro. Como indica el título, son precisamente historias de locos (tal vez de cuerdos) contadas en varias instancias desde el manicomio donde están ya confinados los narradores. Otro procedimiento característico es que la voz narrativa en su monólogo se dirige aparentemente a un médico o a un juez. Los cuentos son casos de amor y de muerte, que se desenvuelven en los mundos fantásticos de la demencia, y en ellos naturalmente predominan los elementos más extraordinarios e inexplicables. A veces se trata del desdoblamiento de la persona o de vidas paralelas separadas en el espacio y el tiempo. El amor carnal suele ser un tormento desesperado, una fuerza incontrolable de la vida que lleva a la destrucción y la muerte. La mujer, un apetitoso portento de belleza física, es a menudo una abominación fatal, de engaño y falsía. Así se le ve a Miguel Sawa en sus últimos textos como un autor atraído por lo sobrenatural y misterioso, presentado también a veces sus historias fantásticas con un humorismo sombrío y de espanto687.

Una de las tempranas novelas de Manuel Ciges Aparicio (1873-1936) se titula Del periódico y de la política (Madrid, Mundo Latino, 1907), y, fiel a lo anunciado, los temas son precisamente el periodismo visto desde dentro y la política radical688. La novela se nutre de recuerdos autobiográficos de la vida bohemia entre los periodistas, y Ciges Aparicio, escritor formado en el ambiente noventayochista,   —436→   se preocupa por la regeneración y el lamentable estado del país. El director del periódico, por ejemplo, aconseja que el protagonista deje la redacción diciendo:

-Matará lentamente la voluntad; se degradará; caerá deshecho. Esto es muy hermoso desde afuera; dentro es un muladar. El trabajo es estéril; el desinterés, indicio de tontería. Este periódico es un compendio de España: se habla de regenerarla y redimirla, pero íntimamente sabemos todos que es imposible: el veneno lo llevamos en la sangre. Cada uno propone su receta para depurarla, y todas sólo sirven para neutralizarse, mientras progresa el mal. Faltan el carácter y el tesón colectivos. Un momento hay en que el desengaño desciende, y entonces nos rendimos con indiferencia, esperando lo más cómodamente posible la hora de morir (77).


Sin embargo, de mayor interés en el presente contexto es Circe y el poeta (Madrid, 1926), obra en la cual el protagonista (Adolfo Lena), revolucionario y poeta, deserta del ejército y se refugia en París, donde tiene lugar la acción principal. Nuevamente el lector entra en el mundo de las editoriales y la política avanzada; personajes reales (Bonafoux, Estévanez, Lapuya, Romo-Jara y otros) intervienen en la novela; y, a través de sus relaciones amorosas con Sara, el poeta llega a conocer la vida viciosa de los apaches, mitad bohemia y mitad hampa. Adolfo concibe la idea de un largo poema («Circe y el poeta»), y arregla su publicación con don Daniel Hervás en la editorial Iberoamericana. A pesar de las amonestaciones constantes del editor, Adolfo no se cuida y enferma gravemente. Recluido en un sanatorio en las afueras, todo París comienza a vaciarse ante el avance de los alemanes. Se encargó a un amigo del poeta la entrega de su manuscrito al editor, pero distraído, Sancho Quintín tan sólo se lleva el sobre con los cinco mil francos dejando el otro con el poema debajo de la almohada de Adolfo, ya moribundo. Así acaba la novela con la huida de Sancho, quien se duerme de modo indiferente en un tren que lo lleva fuera de peligro.

De contenido misceláneo (relatos, entrevistas, estampas provincianas y urbanas) es el volumen El libro de la bohemia (Madrid, Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés, s.a.) por Luis Antón del Olmet (1886-1923), afamado periodista y mundano novelista. Se trata de una obra fragmentaria, producto de la juventud irreverente e inquieta del autor, y contiene también unas semblanzas de pobres artistas que luchan para hallar un lugar decoroso en el mundo artístico de Madrid. Sobre todo se impone en esos breves textos la nota cínica y despreocupada, así como una ironía escéptica. En las páginas que   —437→   introducen el libro («Yo», 7-10) Antón del Olmet declara con aparente orgullo ser periodista que escribe a la buena de Dios y al mismo tiempo parece despreciar al literato serio. Explicados los motivos por los cuales publica sus obras, las describe de la siguiente manera: «...Son hijas de un bohemio versátil, que un día ante el ajenjo soñó en Verlaine; que un día, sintiendo entre sus manos otras pequeñas y de color de rosa, se sintió poeta;... Desocupado lector: Aquí tienes mi libro. Sonríele. Desdéñalo. A mí nada me importa. Es mi obra una obra de bohemia, de inquietud, de mocedad. Mírala como quieran verla tus ojos» (9-10). Buen ejemplo del cinismo del autor es la viñeta «Una aventura de Mariquita» (57-63), mujer traviesa y liviana que se burla cruelmente de un pobre pintor bohemio enamorado de ella. En otra parte del libro se halla también una especie de defensa irónica de la vida bohemia cuando en «Mi vieja» (73-77) el narrador hace que una viuda adopte ese despreocupado y alegre estilo de vivir sin guardar nada para mañana, despreciando el método y un ordenado régimen de vida. Un día, agotados sus pingües recursos se dejó morir, y el narrador pregunta: «¿Ha hecho mal doña Desideria? ¿Valía la pena de vivir un año más a trueque de miserias y ruindades? ¿No ha hecho mejor viviendo menos, pero gozando más?» (77). El relato «Por qué soy un bohemio» (El cuento semanal, 23 de Julio de 1909) del mismo autor narra la trayectoria siempre descendiente de Carlos Carmona, abogado con promesa y escritor, que llega por fin a la sordidez de la bohemia. Tras una larga serie de contratiempos y catástrofes de índole sentimental y económica, se encuentra en la calle: le han echado de la redacción; no encuentra quien le edite sus novelas y cuentos; sus amistades se esfuman; y se le acaba el dinero. Poco a poco un espíritu de abulia y desaliento se apodera de Carlos, andrajoso y mugriento, y se afilia a las huestes de los bohemios («anarquistas todos, iconoclastas todos, ateos, borrachos y holgazanes»). Por último, humillado y hambriento, entra en una taberna y pide una suculenta cena. Sin pagarla se escapa huyendo, y luego, deshecho por esa última canallada, se pone a llorar sin consuelo, pero en la noche silenciosa nadie lo oye gritar dos veces «¡Madre de mi alma!».

Merecen un lugar en el presente bosquejo algunas narraciones del escritor valenciano Federico García Sanchiz (1886-1964), intelectual que con el transcurrir del tiempo logró cierta celebridad literaria en el mundo hispánico. Escenas pintorescas. Diario de un bohemio mundano (La novela corta, II, núm. 69, 28 de Abril de 1917) cuenta los amores de un escritor español y una francesa; Champagne (Madrid,   —438→   Sanz Calleja, s.a.) es un libro misceláneo, de anécdotas y recuerdos, así como otro diario de un bohemio mundano residente en París; y más novela es Barrio latino (Madrid, Biblioteca Hispania, 1914), una historia sentimental de los amores de un pintor español (Rafael) con una joven francesa (Elia), que viven inmersos en el ambiente de la bohemia galante. Estos textos de García Sanchiz se destacan no sólo por el erotismo de tono bastante subido, sino también por su estilo preciosista, salpicada la prosa de palabras francesas. La prosa es brillante, culta y suntuosa en el decorado: un estilo de biblioteca y museo. La bohemia siempre es elegante y aristocrática, llena de refinamientos y decadentismos sugestivos. La prosa, pues, libresca de un diletante, y en este sentido prolonga una vertiente del modernismo ya pasado de moda. Valga como ejemplo de esas exageraciones estilísticas el breve fragmento «Mujeres en el bar» tomado del libro Champagne (27-28). La semblanza de un escritor, a quien conoce Rafael en París, cuyo ambiente está bien recreado en la novela, podría ser casi un autorretrato, o al menos refleja por lo visto los ideales de García Sanchiz como escritor689:

Distinguía a Brunetti su arte en glosar las invenciones de los modistos y componer deliciosos grupos femeniles. Otra característica del afamado escritor era su fastuosidad en la literatura de viajes. Considerábasele como el Loti de las letras castellanas. A través de sus crónicas palpitaba un temperamento impresionable, mimoso, efusivo, cándido y cordial. A falta de criaturas de carne y alma que adormecen con sus caricias, trabajaba el estilo sensualmente. De cuando en cuando asomaba su flor de cinismo con que el parisiense armaba la intención del criollo.


(Barrio latino, 50)                


No puede ser excluido aquí un curiosísimo libro, que no es novela ni relato, por el sevillano Antonio Sánchez Ruiz titulado Cosas de Hámlet-Gómez (Madrid, Imprenta Valery Díaz, 1903). Constituye por lo visto un largo prólogo general para tres otros libros, cuyo protagonista es el mismo Hámlet Gómez. Dudo sin embargo que las anunciadas continuaciones (Adán y Eva, El hombre, Hacia el super-hombre) se hayan publicado690. Una noche se reunían cuatro alegres bohemios y   —439→   el narrador para festejar el éxito del poeta que ha cobrado la publicación de un soneto a «Ella», y, en esta forma, piensan consolarse por las abstinencias acostumbradas. A pesar de sus ilusiones entusiastas no les espera, según el narrador, un futuro de gloria y de fortuna. De repente, terminado el banquete, se presenta ante los amigos risueños, confiados en un ilusorio mañana, un joven Lucas Gómez de evidentes cualidades contradictorias: finura y cinismo, osadía y timidez, soberbia y modestia (XV). Sobre todo hay que destacar en su persona una profunda ironía y tono insolente. Reciben a Gómez como uno de los suyos, lo que éste rechaza de inmediato, y comienzan los largos monólogos que constituyen el cuerpo del libro, monólogos interrumpidos de tiempo en tiempo por los oyentes, muchas veces ofendidos por las palabras conceptuosas de Gómez. Sería imposible estudiar a fondo el contenido del abstruso pensamiento de aquel joven que todos califican de loco (XXXV), y diserta acerca de unos temas abstractos mostrando siempre una actitud de cinismo e insolente ironía. Convencido de su propia superioridad intelectual alecciona a los otros, con acento desdeñoso y despreciativo, y vale la pena señalar al menos un par de fragmentos en que habla de España y su literatura:

... Y no es que yo piense mal de este glorioso país, no;... En España se ama mucho la vida; es país de hambrientos y de esclavos, de héroes y de santos... y se adora con fruición a las mujeres en lo que tienen de hembras... es país de Tenorios y de artistas... es país de oradores y de literatos... la literatura española, en general, es la más insoportable retórica, fría e insubstancial de todas; pero es, en cambio, la menos sucia e infecciosa, y la menos fea, por lo tanto... así como en otras partes el objeto principal del arte y de la literatura es hacer dinero, en España el objeto del arte y de la literatura es comer...


(XXV-XXVI)                


En efecto, en una de las partes más interesantes del monólogo de Gómez, a veces muy pesado, se hacen algunas recomendaciones al dramaturgo, al novelista, al poeta y al crítico sobre el cultivo de sus artes respectivas (LIX y ss.).

Este tipo estrafalario sufre de lo que él llama «la rabia de vivir» (XXXVI) y al escepticismo expresado entre burlas y veras se opone la actitud de los bohemios. Poco se sabe en realidad de este joven que expone hasta el amanecer su pensamiento paradójico, pero de cuando en cuando se le permite al lector una mirada directa hacia su interior: «yo soy la Humanidad que sufre, rebelde por naturaleza, y ansiosa, por lo mismo de lo mejor... adquirí el atroz convencimiento de mi superioridad... la terrible certeza de que, teóricamente, yo soy hasta ahora el único ser humano que vale la pena de haberle dado a   —440→   su madre el mal rato de parir a un hombre... detesto cordialísimamente la santidad, el genio, la sabiduría y el heroísmo» (LXXVIII-LXXIX). En los próximos meses buscaron los amigos al infeliz divertido que tanto les había sermoneado aquella memorable noche. Aunque no revela nada de su vida, Gómez les habla de su deseo de creer en algo racional y por tanto empieza a creer en la transmigración de las almas. Está convencido que el alma de Hámlet vive en él: «¡aquella alma triste, árida y lúgubre, atormentada de dudas y vacilante, ansiosa de lo mejor e impotente para hallarlo» (CX), que es símbolo de los tiempos actuales y del porvenir llevado por un eterno peregrinaje hacia la perfección. Hacia finales del prólogo, cuando los amigos bohemios lo llaman loco, responde: «...La cabeza humana, cuando no es manicomio, es limbo... El hombre que no da en loco muchas veces, según el común decir, corre grave riesgo de caer en jumento... Y observándolo bien: para llegar a tener sentido común, con conciencia de ello, es preciso, indispensable, haber estado antes loco...» (CXVI). Y termina el texto con otras admoniciones sobre los prejuicios y convencionalismos en que viven los hombres.

Mediante una prosa sumamente amanerada y literarizada, lujosa en el detalle y cursi en la descripción de personas e interiores, el abundante escritor Antonio de Hoyos y Vinent (1885-1940) incursiona en aquel mundo bohemio de poetas a lo Musset y chulos peligrosos, como ha de esperarse dada su reconocida orientación hacia la novela erótica y los fondos bajos de la ciudad. En Bohemia triste, (Los contemporáneos, I, núm. 12, 19 de Mayo de 1909), por ejemplo, combina la nota decadentista con el aire de un capricho goyesco de un colmado donde, una noche de carnaval, muere el elegante poeta y bohemio Florito Salazar, víctima de los celos de un gitano. El bohemio, afectado y teatral, siempre quería «epatar» y se define en sus modos de hablar: «... Hablaba mucho, mezclando raros conceptos, juicios malévolos, flamenquerías, alambicados sentimientos y sensaciones raras, paradojas brillantes... barajaba con quintaesenciadas palabras, incompresibles para el vulgo, exóticas frases y graciosas chulerías que tenían el picante aroma del barrio de Lavapiés». Así un ambiente típico de juerga, escenas de baile y de amor, pasión y muerte. Muy diferente a pesar de una semejanza de título entre ambas obras es el relato La tristeza de la bohemia (Los contemporáneos, núm. 356, 22 de Octubre de 1915) por E. Loygorri de Pereda, novela breve que refiere las aventuras de un joven que abandona su rincón provinciano para buscar en Madrid la gloria literaria. No difiere mucho de otras historias   —441→   que cuentan la misma trayectoria, y todo termina en una tragedia precipitada por el hambre y la indiferencia de todos ante el dolor de Vicente Olmedo. En las primeras páginas se lee un grave aviso a los inocentes y utópicos jóvenes que dejan el hogar como Olmedo en busca de la inmortalidad artística. Prioridad tiene el estómago -dice el autor- sobre el cerebro y agrega «vivimos días de inhumanas luchas y es imprescindible desechar ancestrales lirismos ridículos, que ya en los pretéritos tiempos de Murger sólo eran buenos para hacer novelas...»691. A pesar de su título Amores de París (La novela corta, VIII, núm. 382, Marzo de 1923) relato del simpático Emilio Ramírez Ángel (1883-1928), que cultiva con éxito los temas cotidianos de la clase media de Madrid, no tiene interés aquí aunque se recrean escenas del Barrio Latino. Sin embargo, la primera parte de La juventud de Aurelio Zaldívar (Madrid, Renacimiento, 1914) por Alfonso Hernández Catá transcurre en París y de cuando en cuando el novelista se acuerda de los bohemios anacrónicos que se obstinan en prolongar la dorada época de Murger. Esos pobres bohemios tienen mucho de teatro y parecen una parodia de antes: «La bohemia profesional de hoy tiene la tristeza a la vez macabra y grotesca, que tendría una nomia articulada» (54)692.




Resumen final

No creo que haya una viable definición que abarque la gran variedad, en forma y contenido, de las novelas de la bohemia literaria. Suele combinarse en ellas un realismo tradicional, cuyas raíces remontan a la picaresca, con ciertas modalidades de la novela modernista,   —442→   de modo especial en su vertiente decadente. Tanto los bohemios como los modernistas quieren destruir los dogmatismos de una sociedad retrógrada; el modernista, también inadaptado e iconoclasta, exalta la individualidad y zahiere a la burguesía. En esta literatura hay una clara dimensión anarquista, de compromiso y protesta. Los temas son, desde luego, de la ciudad, y los autores reflejan una fascinación por el burdel y la cárcel, así como por el ambiente del café donde sueñan y peroran los bohemios. Contra un fondo de violencia, locura, truculencia y miseria se desarrolla la acción de la mayoría de estos relatos que transparentan un exagerado cinismo y una profunda amargura.

Hay distintos niveles de bohemia: primero, la bohemia galante de los aristócratas, y, segundo, la sórdida de los víctimas de la pereza e impotencia creadora, cuyos ensueños se disipan ante el empuje implacable de la realidad. Existía también una bohemia heroica: sus pocos adeptos mantienen con fidelidad los ideales del arte y la verdad. El destino más probable de los bohemios es sucumbir ante el encanto de la sirena de la bohemia o salir de ella, superando su vida irregular y aceptando las normas impuestas por la sociedad. Dan lástima los que no pueden (o no quieren) apartarse de ese calvario, condenados a la pobreza e indiferencia de los demás. Hecha la excepción de las obras de Pérez de Ayala y Valle-Inclán, los logros artísticos de los bohemios son muy contados. Sin embargo, esta literatura refleja un tema significativo basado en una realidad vivida, y no cabe duda de que los bohemios constituían un activo núcleo de política avanzada. Así estos iluminados fomentan la ruptura con todo lo rutinario e intentan abrir nuevos caminos, que merecerían una más detenida consideración crítica.