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141

Unamuno (1966, pág. 146).

 

142

Schopenhauer (1960, I, p. 264); trad. de Ed. Porrúa, 1983, pág. 151.

 

143

Laureano Bonet ha analizado la presencia de las consideraciones schopenhauerianas sobre la música en La Regenta y en varios cuentos de Clarín (1984 y 1985). Cf. también las aportaciones de Sotelo Vázquez para la lectura del cuento Cambio de luz (1995), y de Lozano Marco para Las dos cajas (1988). En La Regenta se aprecia la presencia de Schopenhauer en el siguiente fragmento: «No, no hay nada -decía aquel tormento de cerebro-; no hay más que un juego de dolores, un choque de contra sentidos que pueden hacer que padezcas infinitamente; no hay razón para que tenga límites esta tortura del espíritu, que duda de todo, de sí mismo también, pero no del dolor que es lo único que llega al que dentro de ti siente, que no sabe cómo es ni lo que es, pero que padece, pues padeces» (II, págs. 522-523). Se trata de la conocida idea del dolor como única conciencia del mundo, por la cual el hombre con más conocimiento y más voluntad es aquel que siente más dolor.

 

144

Así, en Del sentimiento trágico de la vida podemos leer: «El único misterio verdaderamente misterioso es el misterio del dolor. El dolor es el camino de la conciencia, y es por él como los seres vivos llegan a tener conciencia de sí. Porque tener conciencia de sí mismo, tener personalidad, es saberse y sentirse distinto de los demás seres, y a sentir esta distinción sólo se llega por el choque, por el dolor más o menos grande, por la sensación del propio límite» (págs. 140-141). Compárese con el pasaje de la novela Amor y pedagogía (1902), cuando Avito quema a su hijo ex profeso con una vela para despertar su conciencia a través del dolor (pág. 81). De imprescindible consulta es el estudio de Antonio Vilanova (1989).

 

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José Alberich no señala en su estudio qué libros de Schopenhauer poseía el escritor, ni si estaban anotados: «Aparte de la filosofía formativa de su ideología juvenil (Kant, Schopenhauer, Nietzsche), se encuentra una mediana colección de obras más o menos estrictamente filosóficas»: 150, según su cómputo (págs. 272 y 267). Es probable -pero sólo una hipótesis-, por este testimonio del escritor, que poseyera Parerga y Paralipomena en traducción española de Antonio Zozaya (1889), y El mundo como voluntad y representación en traducción francesa (París, Félix Alcan, 1888), aunque el volumen fuera comprado en Madrid.

 

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La novela de costumbres, la social, la que pinta los medios, una clase entera, una profesión, debe escoger los tipos normales [...], porque sólo estas medianías representan bien lo que el autor se ha propuesto estudiar y expresar, mientras la novela psicológica, la que atiende al carácter, necesita siempre, según Bourget, referirse a los extremos [...], a los seres excepcionales, en los que no se estudia un término medio de su género, sino una individualidad bien acentuada, original y aparte» (La España Moderna, III-1890; 1892, pág. 241). Cf. Sotelo Vázquez (1991).

 

147

Contamos con una reciente aportación de Nil Santiáñez-Tió (1995). Se trata de un importante trabajo de caracterización, pero tiene el problema de extender su análisis retrospectivamente hasta el Romanticismo y el Realismo-Naturalismo; al menos en este último movimiento no es el héroe decadente el centro de interés principal de la novela, sino la imitación del movimiento de la vida. Por ello debería reservarse el marbete héroe decadente únicamente para la narrativa finisecular o modernista.

 

148

Pesimismo que, si bien fue formulado por Schopenhauer, es de clara raigambre romántica. Nil Santiáñez-Tió ha rastreado su origen en la Fenomenología del espíritu de Hegel y en Schiller (págs. 183-184).

 

149

«El final del siglo venía marcado en Francia -ha escrito Juan Oleza- por un discurso que ponía en cuestión la primacía de la ciencia, proclamaba la conciencia como primer mecanismo del conocimiento, por encima de la razón y de la experiencia, y con ella arrastraba a un primer plano epistemológico la intuición, la voluntad o el impulso vital bergsoniano, trasladaba al mundo interior o espiritual la verdadera esencia de lo real, abandonando la larga hegemonía de la materia» (1989, págs. 79-80).

 

150

En palabras de Iturrioz, «ante la vida no hay más que dos soluciones prácticas para el hombre sereno: o la abstención y la contemplación indiferente de todo o la acción limitándose a un círculo pequeño» (Baroja, 1911a, pág. 132).