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Unamuno 1902. pp. 172-173. Schopenhauer es mencionado entre los grandes pensadores, que pudieron dar cima a sus proyectos filosóficos y de los que don Fulgencio trata de sacar el promedio de vida de que dispone para terminar su propia obra: «Y yo me decía: ‘hasta que las lleve a cabo todas no me muero’. ¡Y no poder tener fe... no poder tener fe en mi inmortalidad! ¿Por qué no he de ser yo el primer hombre que no se muera? ¿es acaso una necesidad metafísica la muerte? (Unamuno 1902, p. 174).

 

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«...una escena de la vida diaria puede tener la más alta significación interior siempre que nos muestre con viva luz los secretos de la naturaleza y de la conducta humana» (Schopenhauer [1818-1844] 1960, II, pág. 231).

 

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Más tarde, Juan de Mairena (Machado, 1936, pág. 319) acabaría reconociéndole categoría de filósofo sistemático al compararlo con Nietzsche, por quien ya en 1903 mostraba poca simpatía (véase Alonso 1995, pág. 8).

 

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Recordemos que en este conocido artículo de Revista Nueva -«Nietzsche y su filosofía»- Baroja muestra sus reservas ante el libro de Nordau por el que desfilaba «lo mejor de la humanidad presente no con nimbos de luz ni con aureolas de gloria, sino desquiciada, histérica, con la espuma de la epilepsia en la boca y con el temblor de la ataxia en las piernas». Lisa E. Davis (1977, págs. 321-323), en su conocido estudio sobre la recepción española de Nordau, consideraba que Pío Baroja era el único escritor noventayochista en el que se detectaban «claramente las tensiones entre la nueva literatura y la estética de orientación social a la moda decimonónica». Tengo la impresión de que se trata de un fenómeno más extenso, del que no se podría excluir a Martínez Ruiz o a Llanas Aguilaniedo, entre los autores que estudiamos.

 

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La subordinación de Nietzsche a Schopenhauer en la apreciación de Baroja (a su vez, supeditada a la de Nordau), ya fue advertida por Gonzalo Sobejano (1967, págs. 63 y 122). Baroja había escrito en «Figurines literarios» (El País, 24-4-1899) que la filosofía de Nietzsche era «el detritus de la filosofía de Schopenhauer» y así seguía pensándolo cuando incorporó este artículo al quinto volumen de sus Memorias (Baroja, 1948a, pág. 228). En El escritor según él y según los críticos (Baroja, 1944, págs. 295-318) reproduce, entre complacido y escéptico, algunos pasajes de la tesis doctoral del alemán Helmut Demuth (1937) quien atribuye a la amistad de Pablo Schmitz el conocimiento de Nietzsche que vino «a completar el mundo de Baroja, cuya base fue Schopenhauer». Al lado del vencimiento del dolor por el conocimiento, pondría Baroja el vencimiento por medio de la acción. «Nietzsche, que no en vano era un descendiente de Schopenhauer, le daba el reverso de la doctrina de la voluntad, y con ella la conciliación entre voluntad y conocimiento» (Baroja, 1944, págs. 304-311). El novelista (1945, págs. 68-69) optaría en sus últimos años por un ideal de futuro que armonizara la fuerza y la piedad con ayuda de la ciencia, concertando implícitamente el pensamiento de ambos filósofos.

 

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En Los dolores del mundo (Schopenhauer 1904, pág. 43) se puede leer que la piedad, base de la moral, nacía del sentimiento de la identidad de todos los hombres y de todos los seres. La idea está presente en cuentos juveniles de Baroja, como «Piedad postrera» (Vidas sombrías).

 

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«Los degenerados y los alienados son el público predestinado de Schopenhauer y de Édouard de Hartmann, y les basta conocer el budismo para convertirse» (Nordau, 1894, I, 39).

 

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Este libro constituye otra vía de segunda mano, sin duda muy transitada, para el conocimiento del asunto de la recepción española de Schopenhauer en el fin de siglo. A él recurrió abusivamente José Deleito y Piñuela en su tendencioso, aunque estimable, estudio neorregeneracionista El sentimiento de tristes a en la literatura contemporánea (1922), lleno de tópicos sobre el pesimismo del filósofo alemán (vid. págs. 31-40).

 

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En efecto, para Schopenhauer el suicida ama la vida; al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida insufrible; va contra el dolor de vivir no contra la voluntad metafísica de vivir como cosa en sí, a la que es indiferente el destino de los individuos. Así, la voluntad de vivir se manifiesta tanto en el hecho de darse muerte, como en el placer de la conservación personal (Schopenhauer [1818-1844] 1960, III, págs. 102-105).

 

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Comparto los argumentos de Consuelo Triviño (1995) en su reivindicación del escritor catalán en relación con el modernismo.