Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

51

En el caso de Llanas Aguilaniedo el ejemplo de Gener es determinante, como ha documentado Justo Broto Salanova tanto en su excelente introducción a Alma contemporánea (Llanas 1991, págs. XXVIII-XXXVIIV) como en Un olvidada... (Broto 1992, págs. 64 y ss.). Aunque el biógrafo no menciona a Schopenhauer entre las referencias a la formación filosófica del autor (1992, págs. 71-74), sí registra una alusión del oscense al filósofo alemán, en 1894, a propósito de la «melodía sinestésica, mensaje del infinito» que se desprende de la contemplación de la Naturaleza y penetra «confusamente los arcanos que la razón se esfuerza en vano por alcanzar» (1992, pág. 56). Que Llanas no era ajeno a la inspiración schopenhaueriana se advierte también en algunos pasajes de su primera novela, En el jardín del amor (1902), construida -como asimismo insinúa Broto (1992, pág. 325)- sobre la contradicción que supone que la melancólica protagonista, María de los Ángeles, se sustraiga al «genio de la especie» y declare su homoerotismo, sumiendo la propuesta emotivista en el más oscuro morbo decadente y en el simbolismo más vago. A través de una conciencia femenina diferenciada, el personaje busca apoyo en lo oscuro del arte (Llanas 1902, págs. 93-94), admite que «el descanso final es la gran solución» (id., pág. 101), cree que la felicidad está en la amputación de la inteligencia (id., pág. 104) y que su vida de enferma la enfrenta cada día al destino inexorable, «la negación, la nada eterna e invariable» (id., pág. 105); desea la inacción física, pero su espíritu activo se rebela desesperadamente (id., págs. 106-107) y lamenta que su falta de voluntad individual le impida incluso el aquietamiento místico (id. págs. 121 123). Sobre el escritor oscense también puede verse: Mainer (1 989); Ara Torralba (1990) y Calvo Carilla (1990).

 

52

«¿Para qué vivir? La muerte era un consuelo, y a la muerte invocaba, llamándola tiernamente, con voluptuosidad; deseando tan sólo, como el sublime poeta de las tristezas, Quel di ch’io peghi addormentato el volto/Nul tuo virgineo seno» (Martínez Ruiz, 1895).

 

53

También Martínez Ruiz y Pío Baroja habían mostrado abierta desconfianza ante el simbolismo como modelo literario, aunque en la práctica, no escaparan a sus efectos. Es interesante recordar que el primero, en una Crónica de El País (22-1-1897) se mostraba exasperado por no poder asumirlo plenamente a causa de su oscuridad: «No niego que en algunos de esos literatos simbolistas haya algo de revolucionario, y lo hay; pero ¿por qué escribir en esa forma obscura? ¿Por qué obstinarse en hacer incomprensible lo que puede ser claro como la luz?». Por su parte, Baroja desconfiaba con más socarronería de los excesos simbolistas que incluye, entre los ejemplos de esnobismo modernista a la moda, en «Figurines literarios» (El País, 24-4-1899). Como Bonilla, también Baroja opinaba que los simbolistas se quedaban en las palabras y se limitaban a coleccionar palabras bonitas queriendo convencer de que expresaban mucho, aunque en último término lo mismo les daba decir una idea que no decir nada.

 

54

«El pesimismo se encarnó casi al mismo tiempo en Italia y en Francia, en Leopardi y en Nicolás Lenau, más de una generación antes de que el naturalismo francés edificara su arte sobre él» (Nordau, 1894, II, pág. 472.)

 

55

José Ferrándiz (Un Clérigo de esta Corte) al hacerse eco de este libro en El País (26-6-1903, pág. 2) observaba que «frente a las sociedades robustas, siquiera un tanto brutales, que ha creado el ideal moderno de protesta», el autor exponía «la turbamulta de idiotas, de bribones hipócritas, de estetas, de cornudos, de sáficas, de cursis, impotentes chocarreros, y en una palabra degenerados que llenan el balneario de Panticosa. ¡Bien elegido teatro! representando allí la Sociedad que ha creado la restauración y pulimentado la regencia, la sociedad tísica y llena de lepra jesuita, de virus frailuno».

 

56

Pese a su condición de cuarentón, a haber sido gobernador civil y a dedicar su libro al cacique oscense castelarino Manuel Camo, elevado a «modelo de políticos honrados», el mismo personaje contra quien Queral y Formigales había urdido cinco años antes su novela regeneracionista La Ley del embudo (1897).

 

57

De esta novela hubo una «edición definitiva» (sin prólogo ni dedicatoria, con lo que el autor parecía apostatar del pesimismo) en Barcelona: Ramón Sopena, s. a. [después de 1910], 268 págs.

 

58

Sobre este episodio biográfico véase J. L. León Roca (1990, págs. 343-355).

 

59

Con anterioridad Blasco Ibáñez recurrió a Schopenhauer para reforzar su tesis anticlerical en el cap. III de La catedral [1903] 1909, pág. 82.

 

60

Recuérdese el mismo motivo del entierro infantil, tratado con anterioridad por Martínez Ruiz y por Baroja, situado por ambos en Toledo (La voluntad y Camino de perfección, 1902).