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121

La contemplación estética implica el abandono del principio de razón. De esta manera se marca «la diferencia entre un conocimiento de lo óntico (o conocimiento utilitario) y un conocimiento ontológico (o conocimiento de la esencia)» en A. H. Puleo (60) y Philonenko (123).

 

122

Entre esta dominación de los instintos, como manifestación de Voluntad, se encuentra la crueldad gratuita, el regocijo ante la contemplación del sufrimiento ajeno. En La conquista Ganivet, además de mostrarnos el espectáculo de la Voluntad desatada en el pueblo Maya, explica la necesidad irrevocable de la guerra como sigue: «la verdadera civilización exige imperiosamente, ya que no sea posible extinguir los odios entre los hombres, ir agrandando cada vez más las filas de combate hasta llegar a destruir los odios parciales y congregar a todos los hombres en dos masas enemigas, que, o bien se destruyen recíprocamente y definitivamente, o bien se decidan a vivir en paz a causa del miedo mutuo permanente» (O. C., I, 574).

 

123

«Me gusta pasar por las cercanías de los conventos de monjas a la hora de los maitines o vísperas, cuando llega a mi oído el vago rumor de las canciones, que me suenan a cosa inmutable y perenne como los movimientos de los astros. Para esta inquietud malsana que devora hoy a los hombres no hay mejor medicina que esos cánticos, que antes eran himnos de la fe, y ahora, por el cambio de los tiempos, son himnos de desprecio a esta sociedad, cuya gloria se cifra en agitarse sin motivo y sin objeto» (O. C., II, 226-227).

 

124

En Schopenhauer este concepto está ligado con la Gracia cristiana, pues a la compasión se llega no por la razón. Por otro lado, su propuesta ética la reconoce unida a las propuestas del cristianismo primitivo según lo recogió Lutero (El Mundo como Voluntad y Representación, IV, 70). Vid. Puleo (74).

 

125

Sobre el héroe schopenhaueriano léanse las atinadas páginas de P. Gardiner (1975, 425-451).

 

126

Vid. la explicación de Herrero (281-283).

 

127

Vid. O. C., II, 24, 99, 449-450.

 

128

Vid. también O. C., II, 561.

 

129

Sobre esta etapa véase Unamuno (1976).

 

130

En el texto original de la carta no se lee bien este nombre.