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11

Por ejemplo, Astraea, de H. d’Urfé, o Polixandre, de Gomberville.

 

12

Gual, Orígenes..., pp. 15-17. G. Carnero, La cara oscura del Siglo de las Luces, Madrid, F. March, Castalia, 1983, p. 118: Romance y novel «no tienen traducción exacta al español. Por el primero hay que entender lo fantástico, tanto lo contemporáneo como las novelas medievales de caballería; por el segundo, novel, que tenía un sentido más cotidiano y realista, la Novela Sentimental» (El subrayado es del propio Carnero).

 

13

Para la novela en esta época, G. Zellers, La novela histórica en España, 1828-1850, N. York, Instituto de las Españas en los EE. UU., 1938; G. Lukacs, Le roman historique, París, Payot, 1965; R. F. Brown, La novela en España (1700-1850), Madrid, Dirección Gral. de Archivos y Bibliotecas, 1953; G. May, Le dilemme du roman au XVVIIe. siècle. Etude sur les rapports du roman et de la critique (1715-1761), París, PUF, 1963; J. Fernández Montesinos, Introducción a la novela española del siglo XIX, Madrid, Castalia, 19804; M. Allott, Los novelistas y la novela, Barcelona, Seix-Barral, 1966; J. R. Foster, History of the Pre-romantic novel in England, N. York, Kraus Reprint, 1966; J. I. Ferreras, Los orígenes de la novela decimonónica (1800-1830), Madrid, Taurus, 1973.

 

14

La saya verde, III, p. 87, «la heroína vive todavía en Breslau». Hubo quien explicó en el prólogo lo que era verdad y lo que era inventado, y quien incluyó al final un diccionario, dando razón de las personas y sucesos citados. P. M. de Olive, Noches de Invierno, Madrid, A. Espinosa, 1796.

 

15

El problema de la verosimilitud ya lo había zanjado Aristóteles en su Poética: el poeta debe anteponer lo verosímil y creíble a la misma verdad. Diferenció entre el poeta y el historiador, dejando clara la función de cada uno y su reflejo en la obra literaria: «y para establecer una norma general [...] los acontecimientos se desarrollen en sucesión verosímil o necesaria» (cap. 8, p. 155); «nada impide que unos sucesos sean tales que se ajusten a lo verosímil y a lo posible, que es el sentido en que los trata el poeta» (cap. 9, p. 160); «y esto es verosímil, como dice Agatón, pues es verosímil que también sucedan cosas contra lo verosímil» (cap. 18, p. 194); y para terminar, «se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible increíble» (cap. 24, p. 223). Sobre la distinción entre poeta e historiador: «y también resulta claro por lo expuesto que no corresponde al poeta decir lo que ha sucedido, sino lo que podría suceder, esto es, lo posible según la verosimilitud o la necesidad» (cap. 9, p. 157). Poética de Aristóteles, ed. V. García Yebra, Madrid, Gredos, 1974. Por su parte, I. Luzán, Poética, «De la verosimilitud», libro II, cap. IX, incide en la distinción y justifica la libertad del poeta porque éste «busca siempre lo extraordinario, lo nuevo, lo maravilloso, y para esto es mucho mejor la verosimilitud poética que la verdad histórica». Luzán, siguiendo las ideas de Muratori y el marqués Orsi, da más importancia al criterio de credulidad que puede imponer el vulgo porque es el más acomodado «para persuadirle y deleitarle». Por eso Muratori (Perf. poes., lib. I, cap. II), distinguía dos tipos de verosimilitudes: la popular y la noble; esta última identificaba a los doctos. Así todo lo verosímil para los doctos lo era también para el vulgo; pero no a la inversa. A esto se refiere, en cierto modo, H. Lausberg, Elementos de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1975, pp. 30-32, cuando habla de «grados de credibilidad», distinguiendo «grados medios, altos y débiles» y refiriéndose a la mayor o menor dificultad que encontrará el orador para defender sus «cuestiones» y para que le crean.

 

16

Madrid, Imp. Justo Sánchez, 1805. Lo paródico anticaballeresco se extendió durante el siglo. Montesinos, op. cit., pp. 35 y ss., da bibliografía sobre el tema.

 

17

Vid. Ferreras, op. cit., pp. 169-205.

 

18

S. Richardson, Clarissa, the History of a Young Lady, 1747-48, prefacio.

 

19

J. J. Rousseau, La Nouvelle Héloise, 1760, prefacio.

 

20

Montesinos, op. cit., p. 14, cita algunos ejemplos de escritores como Meléndez, que admiraba a Marmontel por la «buena moral» y la filosofía. El mismo Jovellanos, en sus Diarios, alude varias veces a novelas, Pablo y Virginia, Estela y otras, siempre valorándolas por su moralidad y su empleo pedagógico, no por las cualidades literarias.