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Emilio Carrère destaca en unas páginas tituladas «La capa bohemia» [La copa de Verlaine, Fontanet, Madrid, 1918, 161-165] el valor simbólico de la capa, gesto aristocrático de desdén, y acerca de Alejandro Sawa escribe: «Glorioso emperador de la bohemia, del gesto amplio y magnífico como Hugo, ciego como Milton, altivo y suntuario como un dios, con la cabeza en las nubes y el corazón en la hoguera del amor y del dolor de la Humanidad. En Alejandro Sawa la capa bohemia era manto pluvial, capa pontifical, manto de púrpura, clámide y aureola. Alejandro fue la suprema consagración de la capa bohemia» (164).

 

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Sobre los altibajos de esa amistad literaria, véase mi artículo «Sobre Rubén Darío y Gómez Carrillo: sus relaciones literarias y amistosas», Homenaje a Luis Alberto Sánchez, Ínsula, Madrid, 1983, 407-441.

 

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José Enrique Rodó, «Bohemia», El mirador de Próspero, Obras completas, 2.ª ed., Aguilar, Madrid, ¿1967?, 654-655.

 

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En el libro Pequeñas cuestiones palpitantes (Pueyo, Madrid, s.a.) hay otro breve texto («La bohemia en el teatro», 29-38), en que Gómez Carrillo relata una visita a la casa de Catulle Mendès, recién estrenada la obra Glatigny también comentada por Darío en otra parte. En la conversación del maestro francés se revive la época de su bohemia y, refiriéndose a su comedia, dice al final de la entrevista: «¡La bohemia!... Yo no creo en la bohemia... Es la pereza, es la máscara prestigiosa de la impotencia... ¡Ah, los bohemios de mi tiempo!... Allí los he metido en mi comedia... ¡qué tipos!... Unos son la borrachera, el alcohol asesino, el opio, el haschich... Otros, la envidia... Otros, la holgazanería... Glatigny no fue un bohemio, como no lo fue Villiers, como no lo fue Verlaine... Fue un desordenado, pero trabajó con ardor y ganó la vida humildemente. ¡El pobre buen poeta! Lo mismo que todas las almas fuertes, tenía odio por los ratés agrios...» (37).

En una carta reproducida por Gómez Carrillo en sus memorias [Treinta años de mi vida, III, Editorial Mundo Latino, Buenos Aires, 1921, 105-109] Clarín afirma que ha seguido con atención e interés la literatura de los jóvenes, tanto en París como en otras partes, pero aquella vida inquieta ha producido poco sustancioso. Dice también que estudia ahora a los modernistas (¡!), y se refiere a la monotonía de la vida madrileña pasada entre la plaza de toros y el café. Allá viven los literatos como en el Barrio Latino de Verlaine, entre el ajenjo de la mañana y el de la noche. Aunque no quisiese prolongar las referencias a ese texto epistolar de Clarín, que vive ya alejado de la capital y en su provincia, merece recordarse otro párrafo en este contexto: «Ésta es la existencia en que sueñan los jóvenes provincianos españoles, como los de otros países, especialmente los de América; sueñan en la vida, no menos monótona, del Barrio Latino. No sabe usted el número de cartas que recibo de América censurándome porque no comulgo con Moréas ni con otras docenas de Moréas. Es la servidumbre de las novedades parisienses, ya que no francesas. ¡Y lo más florido de la juventud de muchas repúblicas americanas se deja encadenar en esta especie de servidumbre ridícula» (108-109). Sobre las relaciones, bastante cordiales, entre Clarín y Gómez Carrillo, véase mi trabajo «Nueva luz sobre Clarín y Gómez Carrillo», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (núm. 4, octubre-diciembre de 1978), 757-779.

 

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Rubén Darío, «El ejemplo de Zola», Opiniones, Obras completas, I, 229-242.

 

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Pío Baroja, Juventud, egolatría, Obras completas, V, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948, 204. Y luego continúa el novelista: «Vivir alegre y desordenadamente en Madrid o en otro cualquier pueblo de España, sin pensar en el día de mañana, es tan ilusorio que no cabe más. En París y en Londres, esta bohemia es falsa; en España, en donde la vida es tan dura, es mucho más falsa aún. No sólo es falsa la bohemia, sino que es vil. Es como una pequeña secta cristiana de menor cuantía hecha para uso de desharrapados de café» (Ibídem).

 

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Pío Baroja, Los últimos románticos, Planeta, Barcelona, 1954, 139-140.

 

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Léase sobre este patio de Monipodio la auténtica recreación del ambiente y las figuras más características del inframundo bohemio en el capitulillo «La Puerta del Sol. Los hampones de la literatura» en el primer tomo de las memorias de R. Cansinos Assens, La novela de un literato, Alianza Editorial, Madrid, 1982, 110-114.

 

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Pío Baroja, «Bohemia literaria», Nuevo tablado de Arlequín, Obras completas, V, 91. El texto aludido ocupa las páginas 91-95.

 

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Además Baroja desarrolla en El tablado de Arlequín, ibídem (55-59), toda una teoría razonada del golfo y la golfería, tema que no me interesa en el presente contexto.