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591

Cuando Andrés Hurtado, protagonista de El árbol de la ciencia (Las Américas, Nueva York, 1959) se marcha de la casa del moribundo, afectado por la miseria que rodea a la hija piensa para sí: «¡Pobre hombre! -se dijo-. ¡Qué desdichado! ¡Ese pobre diablo, empeñado en desafiar la riqueza, es extraordinario! ¡Qué caso de heroísmo más cómico! Y, quizá, si pudiera discurrir pensaría que ha hecho bien; que la situación lamentable en que se encuentra es un timbre de gloria de bohemia. ¡Pobre imbécil!» (361).

 

592

Sobre las relaciones entre Baroja y Sawa, véase mi libro Alejandro Sawa, mito y realidad, 119-123; y de Baroja especialmente el fragmento «La enemistad póstuma de Sawa», Juventud, egolatría, ed. cit., 209-210.

 

593

Entre el grupo de bohemios del café había un notable poeta, alcoholizado e impasible, que era un hombre callado y de cara de cerdo triste; repetía en momentos de entusiasmo la palabra «admirable», tan del uso de los modernistas. Ese poeta notable es, desde luego, Rubén Darío.

 

594

Pío Baroja, «Inconvenientes de los éxitos literarios», capítulo XXIV, Los últimos románticos, ed. cit., 236 y ss.

 

595

Pío Baroja, Canciones del suburbio, Obras completas, VIII, 1020-1021.

Merece ser señalado otro breve texto de Baroja, dialogado y en forma teatral: «Adiós a la bohemia», Nuevo tablado de Arlequín, ed. cit., 101-106. Se trata de la separación de dos antiguos amantes que rememoran los episodios de su vida anterior y los tipos que habían conocido cuando vivían juntos: «Casi todos los que nos reuníamos aquí desaparecieron. Nadie ha triunfado, y otros muchachos, llenos de ilusiones, nos han sustituido, y, como nosotros, sueñan y hablan del amor y del arte y de la anarquía. Las cosas están igual; nosotros únicamente hemos variado» (105). Así es la bohemia, y por fin se marcha decidida la muchacha, que simboliza a su vez la juventud que va pasando fatalmente sin posible retorno. A pesar de su extremada brevedad ese diálogo se llena de calor humano y hasta de una comprensión sentimental concentrada en el nuevo encuentro de los dos jóvenes enamorados.

 

596

Todavía está inédito un ensayo mío, muy incompleto por la falta de datos asequibles, sobre la persona y la obra de Ernesto Bark, que se publicará próximamente con el título de «Un personaje de Valle-Inclán en tres tiempos».

 

597

Sawa escribe que «lleva una llama por pelos en la cabeza» [Iluminaciones en la sombra, 238] y después le evoca Carrère como «el rebelde de la melena encendida, roja como un penacho de fuego» [«La casa de la bohemia», Retablillo grotesco y sentimental, Editorial Mundo Latino, Madrid, s.a., 125].

 

598

Aparentemente Bark publicó también dos series más de «Recuerdos bohemios»: La sed de amor y Al murmullo de la selva. Si llegaron a publicarse, no he alcanzado a ver esos breves textos seguramente de índole miscelánea.

 

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La lista de los nombres de los socios de la cofradía llega a noventa según la nómina publicada en las páginas 17-20 del folleto.

 

600

Ernesto Bark, El internacionalismo, Biblioteca Germinal, Madrid, 1900, 93-94.