Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente





  —7→  

ArribaAbajoGaldós y sus contemporáneos

Alfonso Armas Ayala


No fue Galdós un escritor de cartas fecundo; al menos, sí corresponsal puntual. El archivo epistolar existente en su Casa Museo demuestra la variedad, cantidad y calidad, en ocasiones, de estos corresponsales.

Esta ponencia tratará de las cartas escritas por G. Azcárate, un krausista-republicano; por Nicolás Estébanez, un ministro de la primera República Española; por Estrañi, un republicano santanderino autor de obras teatrales, y por Fernando L. y Castillo, ministro de varias carteras durante la Restauración y embajador de España en Francia. En cada carta, el documento político, o el asunto personal, o el juicio literario; la carta como documento y como medio de comunicación. Galdós, cruzado de cartas, necesarias, imprescindibles para su biografía; en cada una, páginas inéditas, poco conocidas de la biografía galdosiana. Porque en las cartas de María, una misteriosa y apasionada admiradora del escritor, hay casi hojas amarillentas de un Diario; y en las de un loco recluido en Carabanchel, pedazos rotos de esquizofrenia religiosa.

Las cartas están ordenadas por corresponsales. En algunas, la contestación de Galdós puede completar mejor el texto. El cotejo de algunas cartas, la confrontación de temas comunes aclaran mejor el conocimiento de los mismos. Desde el republicanismo de Galdós hasta el éxito de Electra; o desde los problemas políticos más menudos hasta los de mayor entidad. Galdós, consejero, amigo; vehemente o preocupado. El escritor visto a través del prisma de sus cartas, espejo de su intimidad.


I. Azcárate

Su vida transcurre entre 1840 y 1917. En 1873, catedrático de la Universidad de Madrid; especialista en Derecho Político, republicano progresista, diputado a Cortes por León, pionero del socialismo español. Presidente de la Institución Libre de Enseñanza y del Instituto de Reformas Sociales; reformista y antimonárquico, al igual que Galdós en Electra (1901). Preocupado por la cuestión social, por la educación, por el problema religioso, Azcárate -como Galdós-, entrañable y apasionadamente comprometido con los acuciantes temas españoles de fin de siglo.

La mayoría de las cartas, políticas; sólo en algún caso asoma la literatura. En junio de 1885, Azcárate le pide a Galdós ejemplares de sus novelas, porque M. Webster, crítico inglés, va a ocuparse de la novela española en The Academy. El envío de Doña Perfecta, El Amigo Manso y La de Bringas es la respuesta.

  —8→  

El 29 de enero de 1901 se excusa Azcárate de no poder asistir al ensayo general de Electra por tener ineludibles obligaciones que cumplir; pero sí vale la pena recalcar el hecho de haber sido invitado el corresponsal de Galdós -al igual que otros políticos y escritores españoles de ideología ultraliberal- al estreno de Electra, obra de tanta carga ideológica. Quiso tener a su lado Galdós a sus amigos y correligionarios; esto es, a críticos que supiesen enjuiciar la obra para descubrir en ella el mensaje de protesta que encerraba. Mensaje cuyo contenido tan cerca estaba de la ideología socialista de Azcárate.

1907. Dos años antes de la semana trágica de Barcelona. Los problemas obreros se recrudecen. Los grupos políticos de oposición duplican sus esfuerzos frente al Gobierno. Lerroux, perteneciente al partido republicano, demagogo y virulento, es separado del partido. La actuación de Lerroux en los sucesos de Barcelona obliga a los dirigentes republicanos a constituir un tribunal de honor. Azcárate le comunica a Galdós las disposiciones que el Comité ejecutivo ha comenzado a tomar: las reuniones celebradas, los miembros que constituirían el tribunal, acuerdos tomados con motivo de una carta protesta de Lerroux, etcétera. Azcárate desea tener al corriente a Galdós de todos los detalles de un proceso que resultaría enojoso, dilatado y poco edificante para el buen nombre del partido político.

Galdós contesta el 31 de julio; la carta tiene el membrete de «El Diputado a Cortes por Madrid». Acepta la mayoría de los acuerdos tomados, y concluye:

Y, por último, me permito formular a V. mi deseo de que se llegue pronto al término de este enojoso pleito entre republicanos.



Galdós evita intervenir personalmente; no acepta formar parte del tribunal de honor por no comprometerse, aunque sí delega en el propio Azcárate su voto para cualquier decisión que deba ser tomada. Prudencia y cautela, normas características de su vida, frente a apresuramiento y pasión. El escritor, siempre testigo, siempre observador, siempre atento a la historia, constante compañera de su obra; en ningún momento, ni juez, ni acusador.

En 1911, pasados los sucesos de Barcelona, Azcárate comenta unas declaraciones de Pablo Iglesias, por quien ya los socialistas neófitos empezaban a tener devoción y gran respeto.

Leo en un periódico -dice Azcárate- que nuestro simpático compañero Pablo Iglesias dijo anteanoche, en la Casa del Pueblo, que si la guerra viniera, era seguro que el proletariado entero, unido, libraría la batalla decisiva contra el capitalismo y la burguesía. ¿Nosotros?



Pablo Iglesias gozó, no sólo de la simpatía, sino de la admiración de Galdós y de Azcárate. Con el primero sostuvo una breve correspondencia que prueba el grado de esa admiración. En 1909, constituida la conjunción republicana-socialista, Iglesias adquiere la calidad de «compañero»   —9→   señalada en la carta. Los términos «proletariado», «burguesía» y «capitalismo» tienen cargas semánticas muy diferentes, según los intérpretes. Y la pregunta retórica formulada por Azcárate resulta bastante expresiva. La clase media española de la Restauración, la entonces cada vez más conservadora clase media -apenas incorporada con su papel principal a la sociedad española-, la misma que Galdós enalteció e inmortalizó en sus novelas, oiría, entre asustada y sorprendida este nuevo léxico apenas comprendido o, lo que es peor, mal comprendido. Justa era la recíproca cautela de los dos corresponsales; porque el comentario de Galdós hubiese diferido muy poco del de Azcárate.

Es el mismo tono de otra carta (27 de febrero de 1911) de Azcárate, fechada en León. Después de excusarse por no poder participar en un mitin al que Galdós deseaba que concurriese, le comenta:

Celebraré que en el mitin no haya quien, como hizo Soriano en Barcelona, haga votos por la secundación de la Semana Trágica y que no se le ocurra a algún colega socialista declararse antipatriota, antimilitarista y revolucionario.



Por estas fechas, después de los sucesos de Barcelona, la moderación es norma esencial en los partidos políticos. Los incendios, las muertes, los fusilamientos habían precipitado la caída de un gobernante (Maura), pero también había producido distensiones dentro de los propios grupos de oposición. Aún con todo, Galdós había publicado el manifiesto anti-Maura (28 de agosto de 1909), la conjunción de republicanos y socialistas se había reforzado, los progresistas y liberales se agrupaban junto a la mencionada conjunción; y hasta los radicales de Soriano y los federales entraban dentro de la misma coalición. Pero... los temores al exceso, los vocablos demasiado radicales son el resultado de estas advertencias de Azcárate. Posiblemente, lo hacía porque no ignoraba cuál era el sentir de Galdós. Y tal vez, por esa misma razón, tanto uno como otro no hubiesen admitido ninguno de los párrafos, escogidos al azar, de un artículo de Lerroux, publicado en 1906 («La rebeldía»), tres años antes de la Semana Trágica:

Rebelaos contra todo: no hay nada o casi nada bueno.

Rebelaos contra todos: no hay nadie o casi nadie justo.

Sed arrogantes como si no hubiera en el mundo nadie ni nada más fuerte que vosotros...

Sed osados y valerosos... Sed imprudentes...

Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura. Destruid sus templos..., alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para vivificar la especie...



Era lógico, no sólo la prudencia, sino el horror entre la mayoría de los lectores. Era mucho más comprensible la actitud de Galdós y de Azcárate, necesitados más de la participación de muchos que del energumenismo de unos pocos. La estridencia de Lerroux o el vocabulario de Soriano, comentados por Azcárate, debían tener poco eco. Que las agoreras palabras de Lerroux se cumpliesen en todo o en su casi totalidad,   —10→   no quitaba un ápice al anarquismo total que encerraban. El extremismo de Soriano -años más tarde compañero de destierro de Unamuno en la Isla de Fuerteventura- y el acratismo de Lerroux no entraba en la línea ponderada y medida de quienes, como Azcárate, preferían construir y no destruir. Porque no en vano, tanto Galdós como Azcárate tenían una línea reformista bien clara y bien trazada; incompatible con la que propugnaban las palabras del futuro creador del partido radical.




II. Estébanez

Nicolás Estébanez: 1838-1914. Desde Las Palmas (Canarias) a París, en donde fallece. Militar: guerra de África, campanas de Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba; exilio en Estados Unidos, Portugal y Francia. Republicano de vieja estirpe; conspirador reiterado; figura novelesca aureolada por la prosa de Galdós y de Baroja. Epistológrafo de primera calidad; dueño de un sentido del humor muy en consonancia con su origen insular. Figura olvidada en nuestro siglo XIX. Hombre de probidad sin límites. Español transterrado de su patria y atenazada a ella con pasión y con coraje. Antiborbónico, antimonárquico, testigo excepcional de la historia española, Estébanez no podía faltar entre los corresponsales galdosianos.

Galdós le pide datos, información, «materia novelable». Y Estébanez satisface sus deseos. Para que el novelista, después, urdiese la información; para recrear la historia.

Recuerdo que es en las últimas páginas del «Audaz» donde he leído lo que sabe V.: un acuerdo revolucionario declarando que los Borbones habían dejado de reinar en España. Deseo saber si es histórico este precioso dato.


Para Estébanez, «precioso dato»; para Galdós, procedimiento novelesco. La fecha de la carta (mayo 1874), restaurada la Monarquía, es doblemente significativa. Galdós había ya comenzado sus Episodios. El audaz, La sombra y La fontana de oro habían ya dado renombre al escritor. Acudir el político al novelista en solicitud de rigor histórico resulta paradójico. El latido vital, la experiencia política de Estébanez frente a la minuciosidad, al espíritu observador de Galdós. No podía ser más significativa una novela, de tan alto contenido revolucionario, precisamente publicada en el año de la Restauración: un detalle que seguramente no escapó a la perspicacia de Estébanez.

Otra carta, esta vez sobre Casandra. Y esta vez, el anticlericalismo de Estébanez, mucho más virulento que el de Galdós.

Acababa de leer en El País (periódico republicano) del 15, los dos artículos que dedica a su Casandra, cuando cayó en mis manos La guerra de 30 años, del gran Schiller (edición francesa de 1844). Y casualmente la abrí por la página 361, en la que dice, refiriéndose a la muerte de Wallestein:

  —11→  

«Depuis le prophete Samuel, l'experience nous a prouvé que ne vivent en paix avec L'Eglise finissent par des catastrophes tragiques».

En guardia, pues, que abundan los Pantoja, y las doña Juana.


Carta sin desperdicio. Por lo que dice y lo que sugiere. Y, además, por la oportunidad con que está escrita. Publicada Casandra en 1905 (casi al fin del verano), en diciembre, al recibir la obra, el comentario, entre jocoso y punzante de Estébanez: con sus manías bibliográficas (citas de ediciones), con su humor, con sincera naturalidad (precisión de la lectura de Schiller en francés, no en su lengua de origen). La mención de los dos personajes galdosianos más significativos colabora más a dar una imagen fiel de la obra comentada.

Estébanez -«estudiante, periodista / militar y guerrillero / varias veces diputado / y fabricante de versos», según sus propias palabras fue un español que, fuera de España, soñó mucho, volcó continuamente su apasionada intimidad; y, sobre todo, fue símbolo de una generación (nacida en los últimos días del Rey Fernando) que, además del aliento romántico, supo tener coraje, empeño y sensibilidad. Un destierro que en ningún momento le alejó de su Patria, y en especial de su «Patria chica», unida rabiosa, apasionadamente siempre al desterrado gracias a los versos, a las cartas y al amor.

No fue sólo Estébanez corresponsal de Galdós, sino personaje de algunos de sus Episodios. En Amadeo primero lo hace aparecer como un español llegado de Cuba, «vestido con pantalón de rayadillo», apenas sin dinero, rico en experiencias y sinsabores, según el propio don Nicolás cuenta en sus Memorias, extractadas y recreadas por el numen del novelista. El propio Galdós se refiere a esta recreación en una carta dirigida a Estébanez:

A fin de este mes tendré el gusto de enviarle otro episodio que se titula La Primera República, en el cual, como comprenderá fácilmente, figura V. mucho. He reproducido, extractándola de sus Memorias, la campaña revolucionaria de usted en Despeñaperros a fines del 72, y después los actos de usted como gobernador y como ministro.


(Carta del 30 de diciembre, 1910)                


Galdós, una vez más, resumiendo memorias, diarios; interesándose por la historia viva, no por la grandilocuente y solemne. Galdós, admirador de Estébanez -de su probidad, de su entereza moral, de su patriotismo-, procurando mitificar la historia menuda y anecdótica. Historia en la que había intervenido un hombre dotado de cualidades nada comunes y poseedor de unas vivencias que resultaban páginas valiosísimas para conocer mejor una época histórica: la misma que servía de marco a la novela.

En la misma carta, amplía Galdós el criterio que lo guió para escribir su nuevo Episodio (La Primera República), en el cual tiene Estébanez papel tan destacado: como asesor y compañero del legendario Tito, uno de los más simpáticos y expresivos apócrifos galdosianos.

  —12→  

Espero que no le desagradarán las páginas que le dedico; después verá usted, en el curso del libro que me he permitido presentarle interviniendo en sucesos más novelescos que históricos; pero como en ellos no he alterado el carácter de usted, ni hay en ello nada que para usted no sea lisonjero, confío en que no lo tomará como impertinencia o abuso de confianza.


«Sucesos más novelescos que históricos»: he ahí el propósito del autor de los Episodios. Hacer novela de la historia; mezclar lo real y lo imaginado (la misma técnica seguida en sus novelas); convertir a las personas en personajes; hacerlas hablar con voz del novelista. Pero, con todo, sin desvirtuar «la realidad»; sin alterar la sustancia objeto de la narración, muchas de cuyas páginas parecen escritas más por el relato de Estébanez que por el del novelista. Saber mezclar, con habilidad, pasado y presente; hacer hablar a don Nicolás Estébanez -gobernador de Madrid en los días en que transcurre la novela- de sus tiempos de guerrillero en Sierra Morena. Desmitificar la guerrilla a fuerza de anécdota humana y no de gestas heroicas; convertir la acción bélica en un viaje alocado por sierras, gañanías y poblados. Tal era el propósito de Galdós, dominado, como bien dice Casalduero, por un deseo de proyectar la historia pasada como guía o como espejo deformador de los sucesos contemporáneos.

Estébanez -militar en Cuba, conspirador y guerrillero, gobernador y ministro- le sirve a Tito no sólo de compañero de sus preocupaciones, sino como resonador de su conciencia. Bajar y subir escalones de ministerios, entrar y salir en cafés sedes de conspiradores, ambular por los alrededores del Ministerio de la Gobernación -esto es, de la Puerta del Sol-, dan pretexto al Estébanez personaje novelístico para hilvanar y deshilvanar, más con ironía que con sesudez, episodios de su propia vida: esto es, páginas de historia.

En mayo de 1911, Estébanez contesta una carta de Galdós. Se regocija de poder recibir La Primera República, envío anunciado por don Benito:

Le anticipo las gracias por el envío que me ofrece de «La Primera República»; y siento que la segunda tarde tanto. Leeré ese episodio con tanto gusto como he venido leyendo los demás.

Pero eso de que usted me haga personaje novelesco (era lo que me faltaba) excita mi curiosidad y redobla mi impaciencia por recibir el tomo.


Por esas mismas fechas, Estébanez cuenta a su hermano Patricio, residente en Tenerife, cuál era su vida en París. Recibir a los correligionarios republicanos llegados de España, escribir a su amigo Maffiotte -bibliófilo canario residente en Madrid- para hacer mangas y capirotes de la política insular, traducir menestralmente al español -con destino a América española- novelas y libros franceses (trabajo que también hicieron los hermanos Machado, Baroja, Azorín y muchos otros escritores españoles residente en París)... y servir de personaje en un episodio galdosiano. O de corrector de la «menuda historia» del novelista;   —13→   como ocurre con una página del Cartago a Sagunto, penúltimo de la tercera serie de los Episodios, libro que Estébanez recibe y comenta.

He notado una contradicción, y se lo advierto, por si en otra edición quisiere corregirla.

Dice usted (pág. 98) que el coronel Iglesias era alto; y luego (pág. 268) dice que era chiquitín. Sin duda ignora usted que esos dos personajes son una misma persona. El coronel del Congreso y el brigadier de Cuenca son el mismo don José de la Iglesia; no hay tal Iglesias.

Era alto.

Yo conocí mucho al personaje, por haber sido uno de mis maestros en Toledo.

Todo lo cual puede corroborarlo su hijo, coronel de la Guardia Civil.


El puntal Estébanez -memorialista, lector atento, con pujos de bibliógrafo-, anotando, rectificando un error histórico. Y Galdós, novelista, trocando, recreando, interesado más por la sustancia novelesca que por el rigor histórico. El «yo conocí mucho al personaje» convertido materia moldeable y novelada; la historia pretexto de la narración. Los dos planos, el imaginativo y el real, manejados con gran habilidad por el escritor no tiene apoyatura histórica sino ficticia. Porque al escritor le interesaba más la ficción que la historia.




III. Estrañi

José Estrañi (1840-1920) fue un periodista nacido en Albacete y avecindado, después de ejercer la profesión en varias capitales de provincia, en Santander, en donde trabajó en La Voz Montañesa y El Cantábrico. Manejó mucho y bien la sátira periodística, y la sección «Pacotilla» de este último prueba muy bien esta cualidad de Estrañi. Republicano bien conocido, su amistad con Galdós, con estancias continuadas en Santander, nace tanto por razones ideológicas cuanto literarias, ya que Estrañi escribió, con mejor o peor éxito, algunas piezas cortas, todas cómicas, y tuvo en más de una ocasión el valimiento de Galdós para el estreno de alguna obra. En La Voz Montañesa, desde 1882, Galdós escribe colaboraciones solicitadas por Estrañi; y en el mismo periódico, como después en El Cantábrico, Galdós encuentra propaganda eficaz para la venta de la edición de Los Episodios Ilustrados.

En 1900 dirige El Cantábrico, órgano del republicanismo santanderino; Santander, como reconoce el propio Estrañi, no es «un paraíso liberal». Estrañi sostiene con Galdós intensa correspondencia casi toda de índole política; el novelista comienza a sentirse rodeado por los mítines, por las declaraciones, por las reuniones. Y el partido republicano de Santander no podía encontrar mejor valedor.

El 24 de marzo de 1901 -Electra se estrena en enero del mismo año-, Estrañi le pide a Galdós «una cuartilla para La Voz del Pueblo», periódico del partido socialista, al que pertenecen los cajistas del Cantábrico. Galdós accede: algo debió pesar el recuerdo de P. Iglesias, cada   —14→   vez más cerca de la ideología galdosiana, y, también, la simpatía sentida por el novelista por los cajistas, como lo prueban las firmas de la última página compuesta en la edición ilustrada de Episodios, todas pertenecientes a las manos de los componedores de la obra unidas a la del propio autor.

En junio del mismo año hay manifestación en Santander para celebrar el triunfo de Electra. Una más entre las muchas que se celebraron en muchas ciudades y pueblos españoles. Galdós está en Madrid; Estrañi le comunica que está preparada otra segunda manifestación, cuando llegue a Santander,

porque, a pesar de los trabajos del jesuitismo... se ha demostrado... que en este pueblo hay verdadero espíritu liberal...

Su llegada de usted a Santander, que ha manifestado el orgullo de que aquí se haya escrito «Electra», tiene que ser sensacional.



Estrañi está eufórico. Quiere volcar su entusiasmo dentro y fuera del periódico; quiere hacerse la ilusión de ese «espíritu liberal» santanderino en el cual él mismo cree bien poco. Pero Galdós, como siempre cauteloso, nada dice; prefiere esperar. Retrasa el viaje. A pesar de todo, en la casa de Sardinero, había quedado una corona llevada por los fervorosos republicanos: una mustia corona que aún hoy se guarda en la Casa Museo de Las Palmas...

1906. Sucesos presagiadores del año nueve. Tumultos, huelgas, detenciones. Maura está en el poder. Contra él dirige la oposición sus tiros, entre los que se cuentan los del propio Galdós. Estrañi comenta el «reaccionarismo» del político mallorquín.

Maura, con su exagerado reaccionarismo, ha despertado el espíritu liberal. ¿Lo habrá hecho con este fin, o será verdad que es reaccionario por convicción?



Maura otra vez en torno a Galdós. En las cartas de Azcárate, en las de Giner, en muchas cartas familiares, en el proceso con Cámara por los derechos de propiedad de algunas obras, en los avatares políticos y aún académicos de Galdós.

1909, 24 de junio. Galdós, después de los trágicos sucesos de Barcelona, se siente eufórico. Parece inflamado del optimismo de Estébanez, ansioso por la instauración de «la segunda República».

En los últimos días de julio o los primeros de agosto, celebramos un gran mitin en Santander, el cual ha de ser el más sonado y trascendente de la serie de este verano... Nada más le digo por hoy, sino que de tal modo se van poniendo las cosas, que no será difícil en plazo no lejano el cambio de régimen.



Galdós cada vez más tocado por la fiebre política. «Ando tan atropellado en la política, que el tiempo para escribir a usted se me ha ido de entre las manos», le dice en una carta a Estrañi, en el año 1910. Metido de lleno en la tolvanera de las elecciones. Intercediendo por candidatos   —15→   republicanos detenidos. Escribiendo cartas o firmando peticiones. Visitando al ministro de la Guerra, en cuya jurisdicción estaba la sumaria incoada a Estrañi por delito de prensa. Galdós, pues, comprometido, entregado de lleno a la política, dominado por su ideología; un español más, encadenado por las pasiones del momento.

Fue Estrañi, sin duda, uno de los pocos amigos de Galdós que conoció bien de cerca el fervor republicano del escritor. Ese fervor entrevisto en sus cartas y que dan una nueva imagen del indiferente don Benito apenas sacudido por los sucesos de su tiempo. No tan sólo observador, sino actor mismo del drama histórico.




IV. León y Castillo

Fernando León y Castillo: 1842 (Telde, Gran Canaria)-1918, (Biarritz, Francia). Condiscípulo en los estudios de Bachillerato de Galdós, amigo muy íntimo durante los años madrileños de estudios universitarios. Diputado, gobernador civil de varias provincias españolas, subsecretario del Ministerio, dos veces ministro, embajador de España en Francia: una vida entregada por completo al servicio de su patria, en especial durante casi veinte años ininterrumpidos de embajador.

Orador brillante, bien conocido en las Cortes por sus enfrentamientos con Castelar, con Pi y Margall. Perteneciente al partido liberal, se opuso siempre a las ideas federalistas, impulsor del engrandecimiento de su isla nativa; diplomático de grandes dotes y de intuiciones felices, como lo demostró con su intervención y sus consejos -nunca cumplidos- en el Tratado de París de 1901, en la conferencia de Algeciras y en la política africana, conocida por él como insular de unas islas tan próximas y tan ligadas a la geopolítica africana. Embajador eficaz para potenciar aún más las relaciones hispano-francesas, culminadas con el viaje del Rey Alfonso XIII a París, aunque ensombrecido por el fallido atentado anarquista; gestor de gran habilidad para convertir la Embajada española en la feliz mediadora durante la conflagración de 1914; negociador inigualable para conseguir la creación del Colegio Español en París, inaugurado casi veinte años después, durante la Segunda República Española. León y Castillo, por tanto, además de amigo de Galdós, colaborador suyo en el afán escrutador del novelista en la búsqueda de fuentes vivas para sus episodios nacionales.

Como ocurrió cuando, gracias a la mediación de León, consiguió Galdós visitar a la destronada Reina Isabel II residente en París. O, en otras ocasiones, para intercambiar en su valiosa correspondencia puntos de vista acerca del estado político español.

Hay que señalar a España, como tú dices, direcciones que no sean los caminos del cementerio. Esta frase de primer orden, encierra un pensamiento político de inmenso alcance y de apremiante oportunidad.


  —16→  

León y Castillo, ante todo político, sabe valorar el contenido y trascendencia de «una frase» que culminaba un ideario, el del optimismo, defendido constantemente por Galdós en cuantas ocasiones podía hacerlo. Desde su discurso de 1901, ante sus paisanos, en el que proclamaba su Fe Nacional, hasta las páginas de Cánovas, el último de sus Episodios, sin duda el más dramático y también el más enfervorizado de optimismo patriótico.

En más de una ocasión tuvo Galdós que solicitar de su amigo León y Castillo su influencia para solventar problemas relacionados con su hermano Ignacio, militar al que el Gobierno de turno no miraba con buenos ojos. Sobre todo, en cuestiones de ascensos y de destinos. Sobre todo, cuando pretendía la Capitanía General de Canarias, destino al que se oponía el ministro de la Guerra por considerarlo poco afecto al Gobierno. Ese Gobierno, como decía Galdós, que parecía sordo y ciego ante los problemas insulares, en aquellos años, reciente la repatriación del ejército español colonial, agravados por la presencia de nuevas fuerzas de guarnición acostumbradas a las guerras coloniales y poco familiarizadas con la vida urbana...

Lo que hay es que nuestra provincia, que antes de las pérdidas de las colonias era la última en la jerarquía administrativa... ahora ha venido a ser la primera. Pero nuestros hombres de Estado que por lo visto carecen del don de hacerse cargo, no lo han comprendido así todavía; Canarias, en el pensamiento de esos señores continúa aún en las antípodas. Que allá se manda lo peor de cada casa, bien a la vista está; que nos tienen por cubanos, también está demostrado por la conducta despectiva y arrogante del elemento militar.


Galdós, conocedor por su hermano Ignacio -en aquellos meses gobernador militar de Las Palmas- de los sucesos ocurridos entre paisanos y militares, se duele, y se duele con pasión, porque refiere el hecho a otro paisano (ausente de las islas por su función de embajador en Francia), del desgobierno, del abandono, del «cubanismo», del centralismo, de la falta de «hacerse cargo» de los administradores de las islas. Galdós -en la línea de Larra, de Costa, de Ganivet, de Labra-, doliéndose de los males españoles, unos males que le afectaban en su propia carne de insular.

En diciembre de 1901, homenaje a Galdós organizado por la colonia canaria en Madrid: entre los firmantes, desde Nicolás Estébanez al marqués de la Florida, o desde el general Verdugo a A. Domínguez. Todos los estamentos sociales y todas las banderías políticas. Las Bodas Reales, último de los Episodios de la tercera serie estaba ya en la calle. Don Benito dice en su discurso de agradecimiento:

Contra ese pesimismo que viene a ser una forma de pereza, debemos protestar confirmando nuestra fe en el derecho y en la justicia negando que sea la violencia la única ley de los tiempos presentes y próximos...

No seamos jactanciosos, pero tampoco agoreros, siniestros, fatídicos.

Nosotros, los últimos en fuerza y abolengo histórico, seremos los primeros en   —17→   la confianza, como somos los primeros en peligros; nosotros, los más distantes, seremos los más próximos en el corazón de la Patria.


Las Islas, entre 1898 y 1901, convertidas en presa posible para futuras bases militares: Francia, Inglaterra y Estados Unidos, deseosos de encontrar bastiones militares para sus necesidades estratégicas. Galdós, en su sublimación hacia lo espiritual -como ha dicho Casalduero-, encontrando en el pretexto de un agorero anuncio de arriendo de bases militares, el fundamento el refuerzo de su Fe Nacional, la que estaba transmitiendo, en términos tan realistas, a su auditorio insular. Galdós, dictando optimismo, serenidad y confianza, cuando España, sin pulso, desembocaba, después de la tragedia del 98, en las convulsiones más diversas y en los radicalismos más extremados. La cautela y la prudencia galdosianas unidas a su patriotismo, a su gran amor a la Patria grande y a la Patria chica.

Es el mismo tono que se encuentra en una carta de Galdós a L. y Castillo. El novelista presagiando el futuro nacional -como lo haría en sus últimos Episodios- y, al mismo tiempo, haciéndose eco del pesimismo imperante (el mismo que invadía a los noventayochistas).

Con verdadera efusión, como español y como canario, te felicito por tu triunfo diplomático [se refiere al Tratado de París, 1901] que ha venido a ser, así lo siento yo, un respiro para esta tristeza en que vivimos como nación, y un argumento para el pesimismo de acá... la murria insana que nos devora y que al fin nos dará muerte si no viene un ideal, una aspiración grande a ponerle remedio.


«Esta tristeza en que vivimos como nación»: Galdós, una vez más, auscultador y con acertado diagnóstico; tomando el latido común de los españoles para, después, transfigurarlo en ficción novelesca. Galdós, como se ve, satisfecho del triunfo del antiguo amigo, insular como él, y, por tanto, con perspectivas más amplias y menos recortadas que las de los diplomáticos «oficiales», alicortos y miopones.

León y Castillo, al recibir la carta anterior, se congratula del comentario galdosiano; y vuelve a insistir sobre el tema del «optimismo nacional»:

Hay que dar constantemente esa nota -dice L. y Castillo en enero de 1901-, a pesar del pesimismo que inspira tu carta y que invade cada vez más mi espíritu.


La misma insistencia -prueba de la preocupación común de los dos corresponsales- que Galdós reitera en otra carta, siempre deseoso de encontrar dosis de fe y de esperanza:

Me ha sabido muy bien que te agradaran aquellos cuatro renglones (alude a su carta anterior), y no siento sino carecer por ahora de tiempo para examinar el tema [el mismo que explayaría en el discurso a los canarios en 1901] y armar un pequeño cisco en apoyo de tus ideas internacionales y combatiendo el pesimismo   —18→   que aquí priva, y este desprecio de la propia nacionalidad que acabará por reducirnos a la nulidad y a la abyección.


(Carta del 29-7-1900)                


Ideas comunes en León y Castillo y en Galdós, con el propósito de «armar un pequeño cisco»; y no fue otra su intención cuando pronunció su discurso ante los canarios, «los españoles más distantes». Regeneracionismo que llenará bastantes páginas de los Episodios. Galdós, como Unamuno -en especial, el Unamuno de 1900-, luchando contra el pesimismo nacional, enfermedad nacional de fin de siglo. Enfermedad contagiosa aún a los españoles más ilustres y a los escritores de mayor fuste.

León y Castillo y Galdós, dos insulares con dimensión nacional, viendo, juzgando, viviendo los difíciles años posteriores al desastre. Los dos concordes en sus juicios, porque los dos, aunque distantes en la política menuda, muy acordes en la grande, en la que interesaba a todos los españoles. Y de un modo especial, en aquellos momentos, a los canarios, «españoles distantes» en la geografía... y en el pensamiento del poder central, olvidadizo en tantas ocasiones de pensamientos ultramarinos.




V. Conclusiones

Cuatro corresponsales de Galdós. Un Institucionista-republicano, dos republicanos y un monárquico. Con Azcárate, metido de lleno en la conjunción republicana-socialista; combatiendo la poca escrupulosidad de Lerroux; participando de los efluvios revolucionarios de P. Iglesias. Con Estébanez, jugando a la historia y a la novela; escuchando la voz más autorizada del republicanismo histórico; transformando la historia en ficción novelesca. Con Estrañi, reviviendo sus triunfos de Electra; preocupado por el entorno de la Semana Trágica. Con León y Castillo, resucitando una vieja amistad de la infancia; intercambiándose patriotismo y fe; lanzando ideas después desarrolladas en otros textos literarios.

Galdós atrapado por la política. Apasionado, preocupado. Navegando en el oleaje español de la Restauración. Tentado por el afán de buscar nuevos caminos para la «salvación de la Nación», como diría en uno de sus Episodios. Galdós, hombre de su tiempo, comprometido con un ideal. Deseoso de encontrar, como su personaje Tito, una España distinta que había sido calificada en las primeras series de los Episodios, como la de «los años bobos».

Detrás de sus cartas, Galdós confesándose con sus corresponsales. Transmitiéndoles su honda preocupación por España. Concibiendo a la Patria con distintas medidas, llenándola de nuevos contenidos ideológicos. Optimista y burgués, sí, pero henchido de la «sana revolución».   —19→   Buscador, como P. Iglesias, de la socialización, del esfuerzo común, de la fraternidad.

La sombra de España, en fin, reflejada de continuo, obsesivamente, en la hoy amarillenta, pero siempre aleccionadora prosa galdosiana.

CASA-MUSEO PÉREZ GALDÓS





Anterior Indice Siguiente