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«Observaciones sobre la novela contemporánea», op. cit., pp. 236-37. Cf. el punto de vista bien distinto de Pereda: «Que lleva V. lanzadas a la faz de un público como el de España seis tomos heterodoxos, de pura controversia sobre un punto sin trascendencia real, pues que se imagina conflictos que no existen en el seno de la familia católica [...]» (Carta del 29 de marzo de 1879, op. cit., p. 75).

 

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Lo que a primera vista puede parecer una batalla sencilla y clara en que unos pierden y otros ganan, mirado de cerca resulta algo más enredado y turbio. Volveremos al tema del fracaso y del triunfo para verlo más detenidamente y matizarlo mejor.

 

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Joseph E. Gillet llama la atención sobre la autonomía de algunas de las primeras creaciones de Galdós en obras de fantasía -La sombra, La novela en un tranvía- y de otras posteriores, principalmente la de Máximo Manso y don Romualdo, en «The Autonomous Character in Spanish and European Literature», HR, XXIV, 1956, núm. 3, pp. 179-90.

 

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En su reseña del primer tomo de La familia de León Roch decía Clarín: «Las novelas contemporáneas del Sr. Pérez Galdós son tendenciosas, sí, pero no se plantea en ellas tal o cual problema social, como suele decir la gacetilla, sino que como son copia artística de la realidad, es decir, copia hecha con reflexión, no de pedazos inconexos, sino de relaciones que abarcan una finalidad, sin lo cual no serían bellas, encierran profunda enseñanza, ni más ni menos, como en la realidad misma [...]» (Solos, Madrid, 1891, p. 216). La clave está en las palabras «copia artística». Es lo que Galdós se proponía hacer en la novela (V. supra p. 4). Por su parte, Sherman H. Eoff subraya con razón lo persistentemente individualizador del arte de Galdós: «[...] in his conception of man as a social being [...], he saw always an individual character rather than a fragment of group consciousness at the mercy of a mysterious vital force or will» (The Modern Spanish Novel, N. Y., 1961, pp. 120-21).

 

25

Ver también G. A. Davies, «Galdós' El amigo Manso: An Experiment in Didactic Method», Bulletin of Hispanic Studies, XXXIX, núm. I, 1962, pp. 16-17.

 

26

Cf. el artículo de Gustavo Correa, «Pérez Galdós y su concepción de novelar», Boletín del Instituto Caro y Cuervo, XIX, 1964, núm. 1, pp. 99-105. Pereda, que tanto critica la tesis de las primeras novelas (salvo Marianela) de su amigo, aunque reconociéndole talento narrativo, a partir de La desheredada se muestra admirador incondicional. En sus cartas da a entender que aprecia lo individual de las situaciones y los personajes hasta en un caso como el de Pedro Polo, el eclesiástico enamorado de Amparo Sánchez Emperador en Tormento. De esa obra escribe: «[...] nada hallo en esta novela que justifique los temores de V. con respecto a mi intransigencia católica. Cierto que tiene algo de repugnante la brutal pasión de aquel cura desdichado; pero al cabo es un cura sin licencias, sin vocación y sin fe [...] En fin, aunque con ciertas irreverencias, no es Tormento libro de tesis religiosa, ni obra de sectario [...]» (Cartas a Galdós, p. 91).

 

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Galdós acostumbra distinguir entre la Historia con mayúscula, es decir, la oficial, la de los hechos relatados en los libros de historia, y la íntima o pequeña, la que viven y sienten Fulano y Mengano. Y no deja la menor duda de que prefiere ésta a aquélla, actitud perfectamente de acuerdo con su vocación creadora. En los Episodios nacionales se plantea el problema del valor que debe darse a cada una de estas historias. Desde la primera serie, en Cádiz, p. ej., expresa Galdós su interés en lo que luego llama «vida interna»: lo que Unamuno llamará a su vez intrahistoria. Ésta empieza a predominar ya en la segunda serie; y cuando, veinte años más tarde, se reanuda la publicación de los Episodios, pasa a ocupar el primer plano. Por ese camino llega Galdós a presentarnos la historia «lógico-natural», o sea la inventada, la que debió ser, y acaba haciendo pronósticos de historia futura. En El equipaje del rey José; exclama que «¡Si en la historia no hubiera más que batallas, si sus únicos actores fueran las celebridades personales, cuán pequeña sería!» Mientras se cuentan las aventuras horrendas o empalagosas de los grandes hombres, «la vida interna permanece oscura, olvidada [...]» Y agrega «[...] de las personas no hay memoria, y sólo tienen estatuas y cenotafios los vanos personajes...» (ed. cit., pp. 53-54). Personas y personajes. Llenará con ellos su lienzo y «se atreve a asegurar que la ficción verosímil ajustada a la realidad documentada, puede ser en ciertos casos más histórica y seguramente es más patriótica que la [Historia] misma» (El terror de 1824, Madrid, 1884, p. 62). Cf. esta observación de Ortega: «[...] la verdad es que, aunque poseyésemos todos los datos imaginables, no tendríamos historia y que con muchos menos de los que ya hay podría existir algo que, remotamente siquiera, se pareciese a una Historia del Hombre» (Velázquez, Madrid, 1959, p. 2.).

 

28

Op. cit., pp. 507-8.

 

29

Recogido en O.C., t. XV, pp. 283-302.

 

30

Pero no tanto como La Fontana de Oro, que «sigue siendo la obra maestra de Galdós» (292). Sobre esta crítica y la importancia que atribuye Galdós a la opinión de Giner, véase W. H. Shoemaker, «Sol y sombra de Giner en Galdós», Homenaje a Rodríguez-Moñino, II, Madrid, 1966, pp. 213-25. En un apéndice da a conocer Shoemaker la importantísima carta de Giner a Galdós en que comenta La desheredada, que pone por encima de los Episodios, León Roch y Gloria (p. 224).

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