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ArribaAbajoLa bandera


Éste es el sol y éste es el cielo que en la bandera victoriosa nos hermanan.
Éste es el sol que une los cuerpos y éste es el cielo cuyo amor une las almas.
Ambos están sobre nosotros para mostrarnos el camino que no engaña.
Y levantarnos de la tierra con la energía de las cosas sobrehumanas.
Su luz nos junta en el recuerdo y al mismo tiempo nos congrega en la esperanza.  5
Mientras su fuego nos domine seremos libres como el vuelo de sus llamas.
Si alguna vez nos dividimos, quiera el Señor que levantemos la mirada.
Y contemplemos en el cielo celeste y blanco la bandera de la patria.
En su virtud encontraremos aquella fuerza que una vez nos hizo falta.
Y volveremos a estar juntos como los hijos bajo el techo de la casa.  10

Su limpia historia es la del río que se desborda por amor y fertiliza.
Cruzó desiertos y montañas para calmar la sed de un mundo en sus orillas.
Bajó del cielo de la patria para mostrarnos la razón de nuestra vida.
Para enseñarnos a ser libres como el espacio que en sus pliegues nos traía.
Hombres de ayer la recibieron en la raíz del corazón, con alegría.  15
Y la llevaron en los ojos llenos de fuego y en las manos decididas.
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Desde aquel día, su carrera fue la del sol que la besaba y la encendía.
Y que, al pasar sobre los pueblos, los despertaba de la muerte y los unía.
Con su calor fundió cadenas y con su luz abrió las cárceles sombrías.
Donde alumbró se disiparon todas las sombras y empezó la luz del día.  20
Pero también hubo la noche sin compasión, la noche ciega del fracaso.
La obscuridad de la derrota llenaba el mundo con su voz y con su llanto.
Noche de labios temblorosos, noche de frentes escondidas en las manos.
Noche de gritos reprimidos, noche de dientes y de puños apretados.
Noche final en que la historia ya estaba a punto de volver sobre sus pasos.  25
Y en que el camino de las horas ya no llevaba al porvenir, sino al pasado.
Pero la patria no moría, porque algo suyo era invencible, sin embargo.
Un resto limpio de bandera se defendía entre la muerte y sobre el caos.
Y era la chispa de otro fuego que despertaba más glorioso que el de antaño.
La roca viva entre las olas y la semilla junto al árbol desplomado.  30

En torno al resto de bandera, la patria entera en un momento estaba junta.
Todos los vivos que quedaban y hasta los muertos arrancados de las tumbas.
La patria eterna convocaba sus energías más remotas y profundas.
Y en un impulso de victoria se derramaba como un mar lleno de furia.
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Olas inmensas de caballos y de caballos inundaban la llanura.  35
Y reventaban en los pechos que se oponían vanamente a su locura.
En lo más alto de las olas, aquel jirón que iba flotando era la espuma.
Cuando se hundía entre las lanzas era un relámpago perdido entre la lluvia.
Al fin llegaba la victoria, para mecer al pueblo fuerte con su música.
Y aquel jirón se adormecía, vivo y glorioso como nadie y como nunca.  40

Esta bandera es la bandera que nos congrega en un solar y en una historia.
Esta es el alma de la patria: su voluntad, su entendimiento y su memoria.
Si algo valemos es por ella, que nos agranda con su fuerza generosa.
Y que, después de agigantarnos, nos da el ejemplo soberano de sus obras.
El elemento en que palpita ya no es el aire, sino el viento de la gloria.  45
Y el resplandor que la ilumina ya no es del sol, sino del Ser que hizo las cosas.
Su luz de cielo nos alumbra, su sombra de árbol nos ampara y nos convoca.
Mientras vivamos en la tierra, seamos dignos de su luz, y de su sombra.
Quiera el Señor que la sigamos cuando nos llame como ayer a la victoria.
Y, si la muerte no nos deja, que por nosotros nuestros hijos le respondan.  50

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ArribaAbajoSoneto a la Asunción de la Santísima Virgen


Al puro cielo que nació en la tierra
y que en la tierra tuvo preso al cielo
(para que el cielo convirtiera en cielo
la tierra que hasta entonces era tierra)

el cielo lo levanta de la tierra  5
y de la tierra se lo lleva al cielo,
y al verse abandonada por el cielo
la tierra llora lágrimas de tierra.

Que no llore la tierra por el cielo,
porque el cielo que ahora está en el cielo  10
nunca estuvo tan cerca de la tierra;

porque aquel puro cielo está en el cielo
para que el cielo mire, desde el cielo,
a la tierra con ojos de la tierra.




ArribaAbajoEl charquito


Hundido en la peña
más sola y más dura,
el charquito sueña
con la estrella pura.

En callado vuelo,  5
su limpia mirada
busca por el cielo
la luz de su amada.
—146→

Con el alma entera
perdida en la altura,  10
el charquito espera
que se ponga obscura.

Cuando en él anida
la estrella soñada,
su agüita llovida  15
parece llorada.




ArribaAbajoCanción de otoño


En la casa silenciosa
el viento pensando está
cosas que, por ser de viento
el viento se llevará,
mientras un grillo olvidado  5
en la inmensa obscuridad
añade al mar del silencio
su gota de soledad.
   Viento de otoño:
   ¿qué pensarás?  10

En las viejas galerías
el viento diciendo está
cosas que sólo comprenden
el viento, la obscuridad
y alguna estrella perdida  15
que, desde la inmensidad,
oye lo que dice el viento
sin saber qué contestar.
   Viento de otoño:
   ¿qué me dirás?  20
—147→

En las ventanas vacías
El viento escribiendo está
cosas que la dulce mano
de la lluvia borrará,
y cuyo vago recuerdo  25
confundido rodará
con la emoción de las hojas
que el viento empujando va.
   Viento de otoño:
   ¿qué escribirás?  30

En los umbrales desiertos
el viento llorando está
cosas que con él se fueron
para no volver jamás;
pero el corazón, que espera  35
sin cansarse de esperar,
oye pasos que se acercan
en los pasos que se van.
   Viento de otoño:
   ¿qué llorarás?  40




ArribaAbajoEl espinillo


Estaré muy lejos,
muy lejos de aquí,
pero este espinillo
quedará por mí.

Estaré callado,  5
no podré sentir,
pero este espinillo
cantará por mí.
—148→

Estaré marchito
hasta la raíz,  10
pero este espinillo
dará flor por mí.

Estaré olvidado,
no sabrán quién fui,
pero este espinillo  15
llorará por mí.




ArribaAbajoNocturno


¿Qué fuego es éste cuyo fiel latido,
cada vez más profundo y más cercano,
sólo para mi pecho es parecido
a la palpitación de un ser humano?

¿Qué paso es éste cuyo leve ruido,  5
siendo en las sombras un sonido vano,
sólo en mi corazón tiene sentido,
porque resuena como el de un hermano?

¿Qué voz es esta voz cuyo sonido;
sin turbar el silencio soberano,  10
sólo sabe sonar para mi oído?

¿Qué mano es ésta cuyo amor lejano,
mientras el mundo entero está dormido,
sólo se acuerda de mi pobre mano?

  —149→  


ArribaAbajoEl libertador


Meditación ante la tumba del general San Martín.




Despierto está sobre nosotros, como una estrella protectora en nuestro cielo.
En el hogar que nos reúne, su nombre augusto es como el pan y como el fuego.
No hay argentino que no sienta dentro del alma la virtud de su recuerdo.
Y que no escuche en lo más hondo del corazón la voz profunda de su sueño.
Hasta en la muerte es de sus hijos, hasta en la muerte silenciosa es de su pueblo.  5
Hasta en la muerte se derrama sobre la vida y el honor de nuestro suelo.
Mientras vivió, vivió de darse, como el misterio de la música en el tiempo.
Como la fuente, como el río, como la luz, como la llama, como el viento.
El alma inmensa de aquel hombre sólo cabía sin dolor en un ejército.
Para vivir en este mundo, su corazón necesitó miles de cuerpos.  10

Aquel ejército era el eco de su emoción, pues era carne de su carne.
Su corazón le daba forma; sus venas vivas de pasión le daban cauce.
Su voz vibraba en los clarines y sostenía las banderas en el aire.
Hasta en los últimos tambores, lo que sonaba era su _pulso formidable.
Su voluntad se propagaba como un incendio hasta los puestos más distantes.  15
—150→
De regimiento en regimiento, de batallón en batallón, de sable en sable.
Su fe rodaba por las filas con el empuje de un torrente infatigable.
Y su calor llegaba en olas a los lugares más confusos del combate.
En el momento de la gloria, no había herida que en su ser no palpitase.
Si todo el triunfo era su triunfo, toda la sangre derramada era su sangre.  20

Llegó la fecha señalada, y el gran ejército cruzó la cordillera.
La mole altiva no se opuso, porque sintió que aquella fuerza era su fuerza.
Aquellos hombres que pasaban estaban hechos de su polvo y de su piedra.
Eran hermanos de sus rocas, de sus tremendos precipicios, de sus crestas.
Eran volcanes de los suyos: tenían fuego en la raíz y en la cabeza.  25
Eran montañas y montañas, movilizadas con fervor para una empresa.
Del otro lado había pueblos esclavizados y naciones prisioneras.
Había seres que esperaban la libertad, había hermanos en cadenas.
Un vasto sueño los unía, y era que un sol les disipaba las tinieblas.
Aquella luz con que soñaban llegó por fin en el temblor de una bandera.  30

Detrás del sol, el alma inmensa de San Martín desembocó de las montañas.
Y sobre medio continente se desató como un ciclón de luz y llamas.
Su fuerza enorme recorría todas las fibras de aquel cuerpo que avanzaba.
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Y aquel abismo de materia se convertía poco a poco en cumbre de alma.
Y era relámpago en los pechos, trueno en las bocas y centella en las miradas.  35
Chispa en el bosque de las crines y tempestad en la floresta de las lanzas.
Estaba entera en cada grito de rebelión, en cada puño, en cada espada.
Tanto en la sangre turbulenta como en el río silencioso de las lágrimas.
Nuestro destino y su destino se confundieron como el hierro con la fragua.
Y nuestra historia fue tomando la forma justa de la gloria en sus entrañas.  40

Seamos fieles a esta forma, como soldados de verdad a una consigna.
Porque es la forma de la patria: justo equilibrio de valor y de justicia.
Sólo una espada como aquélla pudo engendrar, este milagro de armonía.
Porque en ninguna de la tierra la semejanza con la cruz fue tan estricta.
Guardemos siempre la memoria de aquella mano sin temor y sin mancilla.  45
Guardemos siempre su recuerdo fundamental, como si fuera nuestra vida.
Con el amor con que la fruta guarda en el fondo de su seno la semilla.
Con el fervor con que la hoguera guarda el recuerdo victorioso de la chispa.
Que su sepulcro nos convoque mientras el mundo de los hombres tenga días.
Y que hasta el fin haya un incendio bajo el silencio paternal de sus cenizas.  50

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ArribaAbajoDe El ruiseñor

(1945)


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ArribaAbajoEl ruiseñor


Todas las noches de aquel tiempo, la voz lejana y misteriosa me llamaba.
Cuando las cosas se dormían, el dulce canto en el silencio despertaba.
Para escuchar lo que decía, yo interrumpía mis deseos y mis páginas.
Y con las manos distraídas cerraba el libro y me apoyaba en la ventana.
La voz llegaba de tan lejos, que en vez de oírla parecía recordarla.  5
Y era tan pura y tan hermosa, que percibirla parecía profanarla.
Pero aquel canto me atraía, y hubo una noche en que sentí que me arrastraba.
Y que hacia el bosque en que vivía, con una fuerza irresistible me acercaba.
A cada estrella de aquel cielo, la tierra fiel con una flor le contestaba.
Mayo reinaba dulcemente, yo ya tenía corazón, y era en España.  10

Llegué a la orilla de aquel bosque cuando la noche era más bella y más profunda.
Y con el alma en cada paso fui penetrando poco a poco en la espesura.
Entre los pinos soñolientos el viento andaba como un niño entre columnas.
Y en voz más baja que un suspiro les preguntaba por el mar y por la lluvia.
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Vagos rumores vegetales estremecían la quietud meditabunda.  15
Y delicados aleteos acariciaban el silencio con ternura.
Pero el silencio iba creciendo, pues esperaba el nacimiento de la música.
Y cada vez era más débil aquel susurro de las hojas y las plumas.
Todas las cosas descansaban con esa calma que precede a la hermosura.
Y de repente el bosque entero se conmovió con una voz como ninguna.  20

Primero fue como una queja, como un sollozo de cristal, como un gemido.
Luego un sonido entrecortado por el murmullo tembloroso de los pinos.
Más tarde un hilo melodioso, luego una pausa y un rumor, después un trino.
Y al fin el canto, el canto, el canto del ruiseñor en el silencio conmovido.
Un canto limpio y armonioso, cuyo fervor era el del aire sensitivo.  25
Y cuyas notas inflamadas resplandecían como gotas de rocío.
Más inventivo que el del fuego, su movimiento era el del alma y el del río.
Se deslizaba por el tiempo, pero en la paz del corazón estaba fijo.
El canto ardía en él silencio con el misterio de un lucero lejanísimo.
Impenetrable y luminoso como un purísimo diamante, pero vivo.  30

Cerrada estaba todavía para mi frente silenciosa la Belleza.
Y de repente, por el canto del ruiseñor, tuve noción de su grandeza.
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El gran amor que lo encendía se desbordaba de su voz con inocencia.
Y algo del bien que yo ignoraba caía en gotas de emoción en mi conciencia.
Entonces vi con toda el alma que aquella voz era un destello de la eterna.  35
Que la pasión que la inflamaba me daba el ser para que yo la comprendiera.
Que aquel amor era la fuente del manso río de mis ojos y mis venas.
Y la raíz que alimentaba la voz del mar y la canción de las estrellas.
Luego salí de mis sentidos y me encontré desamparado en las tinieblas.
Y sin más luz que la del canto me fui perdiendo en un olvido sin fronteras.  40

Y así, perdido para todos, hallé el sendero de mi vida en aquel canto.
Tuve conciencia de mi rumbo, supe la causa y el objeto de mis pasos.
Vi la razón de haber nacido, de amar la luz, de ser feliz, de haber llorado.
De haber estado pensativo, de ver, de oír, de comprender, de estar soñando.
Al despertar alcé los ojos; y no recuerdo si después junté las manos.  45
Sólo recuerdo que la dicha me hacía sitio con amor en su regazo.
El alba erraba por el bosque con un dulcísimo rumor de pies descalzos.
Y va se oía el de las cosas entre los trinos cada vez más espaciados.
Luego cesó la melodía del ruiseñor y se apagó la de los astros.
Pero en mi frente silenciosa la voz divina ya se había despertado.  50

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ArribaAbajoSoneto a Bach


Quiero subir por tu escalera de oro
hacia ese mundo sin dolor ni viento
desde donde tu limpio sentimiento
me está llamando con amor sonoro.

Quiero subir en busca del tesoro  5
presentido en la gracia de tu acento,
más allá de este júbilo que siento,
más allá de estas lágrimas que lloro.

Quiero subir, desnudo de mi mismo,
viendo que todo en el creciente abismo  10
se vuelve más pequeño y más fugaz,

mientras el alma, cada vez más pura,
y tu voz, cada vez menos obscura,
se van fundiendo en una sola paz.

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ArribaAbajoAgua y fuego


Dolor y amor en forma de agua y fuego
se reparten mis horas fugitivas,
y con olas y llamas sucesivas
soy el mar y la luz en que me anego.

Unas veces en chispas sin sosiego  5
y otras veces en gotas pensativas,
subo cantando a las estrellas vivas
o me sepulto en el abismo ciego.

Cuando el fuego amoroso es más ardiente,
el agua se desata dulcemente  10
y apaga en llanto los latidos rojos.

Pero el fuego despunta nuevamente,
se apodera del mundo y de mi frente
y enjuga en paz el agua de mis ojos.

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ArribaAbajoSoneto a Hændel


Líbrame de este sueño de agonía
con el sagrado trueno de tu canto,
desata sobre mi tu viento santo,
hiéreme con tu rayo de armonía.

Lávame dulcemente, noche y día,  5
con la lluvia serena de tu llanto
hasta que el alma que ha sufrido tanto
quede limpia del polvo que tenía.

Para que cuando cesen tus rigores
y del ciclón de pájaros y flores  10
sólo quede el recuerdo en mi emoción,

el alma sin angustia y sin anhelo
sea más digna de mirar al cielo
y de oír su palabra de perdón.

  —161→  


ArribaAbajoLa luna


En el silencio de la tarde suena la voz de una campana cristalina.
Y su latido emocionado vibra en el pulso tembloroso, de la brisa.
Entre dorados resplandores, se apaga el fuego melancólico del día.
Y va creciendo el de la luna, que mira el campo desde el cielo de ceniza.
Como la luna es muy pequeña, su brillo es débil como el aire que palpita.  5
Y sólo enciende algunas formas que se confunden con las sombras indecisas.
Pero las sombras se agigantan, y hasta esos lánguidos fulgores se disipan.
Y ya no queda en el espacio sino el candor de su mirada lejanísima.
El cielo inmenso se despierta sobre la calma de la noche pensativa.
Y, desde el mundo abandonado, los grillos cuentan las estrellas infinitas.  10

El manso brillo de la luna sigue creciendo en la quietud del firmamento.
Y anima el campo taciturno con el fulgor de su lejano sentimiento.
Su luz de manos infantiles une la tierra silenciosa con el cielo.
Y resucita en este mundo formas perdidas y apagadas en el tiempo.
En los caminos solitarios piensa rebaños y rebaños de corderos.  15
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Y sueña miles de palomas y de cigüeñas impasibles en los techos.
Entre sus olas cristalinas, habla en secreto de gaviotas y veleros.
Y desde todas las ventanas les dice adiós con el temblor de sus pañuelos.
Su palidez maravillosa se comunica poco a poco al mundo entero.
Y el mundo entero es un gran lirio cuyo perfume misterioso es el silencio.  20

Purificada por el tiempo, la milagrosa claridad sigue aumentando.
Y en lo más vivo y más intenso de su callada perfección halla descanso.
Este sosiego luminoso se va extendiendo sin rumor por el espacio.
Y en cada cosa resplandece con la pureza de un espejo ensimismado.
La luz feliz fija las formas y las figuras en un éxtasis lejano.  25
Y las convierte en monumentos de lo que fueron en el mundo que poblaron.
La luna llena que hoy alumbra, bien puede ser que haya nacido hace mil años.
Y que las cosas que hoy la miran, desde aquel tiempo la estuvieran contemplando.
Todo ha quedado quieto y mudo como la luz que en el silencio está brillando.
En esta paz inverosímil, el universo es un océano de mármol.  30

Pero la luna se marchita, y el mundo extático se anima y se despierta.
Las cosas vuelven dulcemente de la emoción en que se hallaban prisioneras.
La luz pregunta por el viento, que está dormido en la quietud de la arboleda.
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Y el viento escucha y se levanta para saber quién es el ser que lo recuerda.
Juntos de nuevo entre las hojas, encienden nardos temblorosos en la hierba.  35
Y en los lugares más obscuros ponen destellos palpitantes de inocencia.
¿Quién ha pensado esta blancura que se derrama con amor sobre la tierra?
¿Qué dulces almas la olvidaron como una flor en esta luz que da tristeza?
¿Desde qué sueños virginales viene sin voz por entre pálidas estrellas?
¿Hacia qué sueños infantiles va por la noche con su carga de azucenas?  40

La luna pierde poco a poco la refulgencia y el fervor de su mirada.
Y se deshoja lentamente, con la tristeza de una flor abandonada.
Su luz marchita es como el eco de una palabra muy hermosa y muy lejana.
Y como un nombre de otro tiempo, que el cielo dice con cariño en voz muy baja.
Pero las almas que recuerda son cada vez más imprecisas y apagadas.  45
Y las ciudades que imagina se desvanecen como el humo en la distancia.
Entre las ruinas de sus sueños brillan temblando algunas cosas olvidadas.
Y blancos restos de columnas yacen perdidos en la tierra devastada.
La obscuridad inunda el cielo y anega el mundo silencioso con sus aguas.
Sobre sus olas infinitas, sólo este pétalo de luz espera el alba.  50

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ArribaAbajoCanciones paternales



I

El carpinterito


Desde que el día se levanta
hasta que Venus reverbera,
sólo suena en la casa entera
tu martillo que canta y canta.

La flor callada en su rincón  5
y el dulce pájaro en su nido
oyen en paz este latido
que parece el de un corazón.

Y cuando empieza a obscurecer
y la noche viene a buscarte,  10
cada grillo sale a escucharte
a la puerta de su taller.

Estos seres maravillosos
que te contemplan en secreto
buscan la causa y el objeto  15
de tus afanes misteriosos.

Y su pacífica mirada
tarda muy poco en darse cuenta
de que tu lírica herramienta
canta bien, pero no hace nada.  20

La flor, el pájaro y el grillo
van llegando al convencimiento
de que apenas si son de viento
las hazañas de tu martillo.
—165→

Sólo yo, que creo en tus manos,  25
veo sus obras misteriosas,
que no digo porque son cosas
para lenguajes sobrehumanos.

Pero sé que ni en las estrellas
más luminosas y más puras  30
se levantan arquitecturas
tan armoniosas y tan bellas.

Y que sus rectas increíbles
y sus curvas incomparables,
de tan bellas son inefables,  35
y de tan puras, invisibles.

¿No es natural que entienda bien
estos milagros de tu frente
quien como yo vive pendiente
de las cosas que no se ven?  40

No dejes, pues, que el desencanto
interrumpa tu largo sueño,
que si otros sólo ven tu empeño,
yo veo el fruto de tu canto.

Sueña siempre con este brío  45
con que sueñas desde la aurora,
pues cuando sueñas como ahora
me pareces más hijo mío.
—166→


II

El viaje


Cuando en los cielos apagados
abre los ojos el lucero,  50
oigo tus pasos de cordero
que me buscan por todos lados.

Al escuchar tu voz ansiosa
dejo la pluma y el papel,
y confío a tu mano fiel  55
la mía quieta y silenciosa.

Y olvidando en la casa fría
las palabras que sueño en vano,
salgo contigo de la mano
para el viaje de cada día.  60

No bien cruzamos el umbral
y llegamos a cielo abierto,
me levantas del mundo yerto
con una fuerza sin igual.

Y hacia la inmensa muchedumbre  65
del firmamento milagroso
me vas llevando sin reposo
por los caminos de costumbre.

Recorriendo el aire sin nombre
rumbo al enjambre que destella,  70
damos al fin con una estrella
donde nunca se ha visto un hombre.

Y allí vivimos una vida
que no es ésta de carne y hueso,
—167→
porque ni el alma tiene peso  75
ni el corazón tiene medida.

Y porque todo lo soñado
durante el día con la pluma
ya no es vano como la espuma
sino seguro y bien fundado.  80

Pero la tierra tenebrosa
se va cansando de esperar,
y es necesario abandonar
el fulgor de tu estrella hermosa.

Cuando vuelvo a pisar el mundo,  85
que me recibe con sus penas
el castigo de sus cadenas
me parece menos profundo.

Y hasta puedo, sin un reproche,
mirar la sombra frente a frente,  90
desafiando resueltamente
la perspectiva de otra noche.

Pues en la dicha que me das
en el viaje a tu paraíso
hallo la fuerza que preciso  95
para vivir un poco más.


III

La ciudad


En la noche pura y serena
y entre los grillos infantiles
aparece la luna llena
con su ejército de albañiles.  100
—168→

Estos hombres bajan al mundo
y con sutiles argamasas,
en poco menos de un segundo
edifican miles de casas.

Con misteriosas herramientas,  105
que por mudas parecen flores,
levantan torres soñolientas
y pensativos miradores.

Abren calles y tienden puentes,
dibujan plazas silenciosas,  110
y alzan murallas relucientes
para encerrar todas las cosas.

Una ciudad como ninguna,
por lo pálida y por lo bella,
nace por fin bajo la luna,  115
con la tristeza de una estrella.

En la ciudad, que está brillando
como un astro desconocido,
sólo hay niños que están soñando
con juguetes que no han tenido.  120

Tú contemplas la dulce pena
que los aflige y los consume,
con la pena que a la azucena
le dan las flores sin perfume.

Y la blancura fulgurante  125
de la ciudad maravillosa
te parece menos brillante
y bastante menos hermosa.

Pero el sueño te va inundando
con su gran río de algodón,  130
y en este mundo, palpitando,
sólo queda tu corazón.
—169→

Porque el resto de tu persona
sueño adentro se va soñando
hacia un rey de cetro y corona  135
que en el fondo te está esperando.

El buen rey te dará montones
de juguetes y de cariños
para colmar las ambiciones
de las almas de aquellos niños.  140

Y la ciudad, que todavía
dará luz en la obscuridad,
ya no tendrá melancolía
sino inmensa felicidad.


IV

El tren


Hacia el fin de la tarde pura  145
brilla una luz en la distancia,
y un rumor como una fragancia
te conmueve con su dulzura.

Desde la cuna en que tu frente
resplandece como una flor,  150
oyes el plácido temblor
del tren que avanza lentamente.

Entre curioso y temeroso,
alzas un poco la cabeza,
siguiendo el ritmo y la tristeza  155
del murmullo maravilloso.

Y en la confusa lejanía
que se recorta en tu ventana
ves la sonora caravana
que se va con la luz del día.  160
—170→

Con los ojos entrecerrados
por el sueño que los acosa
miras la cinta melodiosa
de vagones iluminados.

Y, recorriendo su raudal  165
de luceros consecutivos,
cuentas los astros fugitivos
hasta el rojo farol final.

Con la luz del último coche,
que ya no alcanzas a ver bien,  170
tu sueño dulce y el del tren
penetran juntos en la noche

Y, formando un extraño río
de hierro frío y de ternura,
llenan el cielo y la llanura  175
con su dichoso desvarío.

El tren feliz en que te alejas
por enigmáticas regiones
te va llevando hacia estaciones
menos tristes que la que dejas.  180

¡Quién me diera ver lo que ves
y gozar lo que estás gozando
en el convoy en que, soñando,
vives sin antes ni después!

Mientras huyes con el sonido  185
que se apaga en la noche obscura,
siento crecer la desventura
de hallarme solo en el olvido.

Pero, pensando en la emoción
de recobrarte al otro día,  190
me consuelo con la armonía
de tu lenta respiración.

  —171→  


ArribaAbajoLos Reyes Magos


Desde sus torres desveladas, los Reyes Magos ven la estrella misteriosa.
Y oyen la voz con que les dice que un sol sin fin vino a salvarlos de las sombras.
Por ella saben que su fuego brilla escondido en una tierra muy remota.
Y que es preciso ir a buscarlo por los caminos de la noche tenebrosa.
Porque su día no se alcanza sino por medio del silencio sin memoria.  5
Y sólo a obscuras es posible llegar en paz hasta su luz maravillosa.
Llenos de amor y de alegría, los Reyes bajan de sus torres silenciosas.
Llaman a todos sus esclavos y les ordenan que se alisten sin demora.
Ponen en fila sus camellos que son montañas de riquezas fabulosas.
Y se abandonan a la estrella, que los conduce con amor hacia la aurora.  10

Con sus tres ríos de tesoros, Melchor, Gaspar y Baltasar van como ciegos.
Ciegos que sólo tienen ojos para la luz que les indica el derrotero.
Por el gran rey que los reclama dejan la gloria y el orgullo de sus reinos.
Y por el sol que los aguarda se van perdiendo entre las sombras del desierto.
Pero ¿qué cetros son más firmes que los cayados con que buscan el sendero?  15
—172→
¿Dónde hay coronas más seguras que las que un día ceñirán sus pensamientos?
Por fin el astro se detiene sobre la gruta en que ha nacido el sol eterno.
Y la palabra de Isaías entra en sazón y se transforma en fruto cierto.
Pues en el suelo ha comenzado la inundación de dromedarios y camellos.
Y las naciones prometidas han empezado a congregarse bajo el cielo.  20

Los Reyes Magos se aproximan con emoción hasta la entrada de la gruta.
Y desde allí ven en silencio la forma exacta del amor y la hermosura.
Cerca de un hombre muy callado, reza una virgen más perfecta que la luna.
Y un dulce niño está brillando con una luz mucho más bella que ninguna.
Los peregrinos se adelantan para gozar desde más cerca su dulzura.  25
Y en su belleza reconocen la majestad y el resplandor del bien que buscan.
Pero en seguida se avergüenzan de que las manos del gran rey pidan ayuda.
Y de que el sol mire con frío desde las pajas del pesebre en que fulgura.
Puesto que ven que aquellas manos son las del Ser que por amor hizo las suyas.
Y porque ven que aquellos ojos son los de Dios, que los contempla con ternura.  30

Entonces doblan las rodillas, y ante el Señor abren sus cofres y sus almas.
Y mientras sacan sus riquezas dejan lugar para el tesoro de la gracia.
Melchor le alcanza el bien del oro, cuyo ferviente resplandor se da sin tasa.
—173→
Y cuya luz es un reflejo de la del sol que se prodiga y no se acaba.
Gaspar le ofrece el santo incienso, que se parece por su amor a la plegaria.  35
Pues, desde el mundo en que se quema, busca el fulgor del firmamento que lo aguarda.
Y Baltasar le da la mirra, que tiene el gusto y el aspecto de las lágrimas.
Y que, como ellas, gana el cielo con el poder de su dolor hecho fragancia.
Los Reyes dejan sus ofrendas, besan los pies del Niño Dios y se levantan.
Y, cuando salen de la gruta, lloran de fe, de caridad y de esperanza.  40

Después reúnen sus camellos innumerables y sus hombres infinitos.
Y, por distinto derrotero, vuelven dichosos a sus reinos escondidos.
Sus pasos leves y callados no dejan rastros en el polvo del camino.
Y su jornada por la tierra parece un vuelo por el cielo compasivo.
Porque las arcas y los cofres de la infinita caravana están vacíos.  45
Pero también porque las almas vuelven colmadas del tesoro conseguido.
En la inocencia de los ojos brilla el eterno resplandor del dulce Niño.
Y en la ternura de los pechos arden las llamas del amor de Jesucristo.
La luz y el fuego soberanos les abren paso por la noche y por el frío.
Y, por el rumbo de sus reinos, los van llevando al otro reino prometido.  50

  —174→  


ArribaAbajoOración a San Isidro Labrador


Tú qué labraste la tierra del hombre:
con el ardor de tu amor cristalino,
y que, perdido en el cielo divino,
siegas en paz la cosecha sin nombre;

tú que calmaste la sed de este mundo  5
con la esperanza en la lluvia del cielo,
y que ablandaste el rigor de su hielo
con el calor de tu pecho fecundo;

tú que dormiste en su lecho de abrojos
para soñar con las flores divinas,  10
tú que llevaste su yugo de espinas
sin una queja en la paz de los ojos;

tú que aceptaste sin pena y sin duda
la voluntad del designio sagrado,
tanto en el bien del granero colmado  15
como en el mal de la troje desnuda;

tú que abrazaste la cruz de la tierra,
tú que sentiste en silencio su frío,
tú que enjugaste su llanto sombrío,
tú que sufriste su espanto y su guerra:  20

vuelve hacia, el hombre tu eterna mirada,
tiende hacia el hombre tus manos benditas,
y desde el cielo de amor en que habitas
ven con amor a su triste morada;

pisa de nuevo el lugar en que llora  25
y con tu diestra feliz en su arado
—175→
hazle más fácil el yugo pesado
y algo más firme la tierra traidora;

siembra con él en los surcos abiertos
y alza con él al Señor tu pedido,  30
hasta que adviertas que el trigo dormido
sube hacia el sol con los ojos despiertos;

y haz que el Señor recompense su llanto
con el que caiga del cielo copioso
mientras el oro del grano copioso  35
crece en la luz con fervor sacrosanto;

para que vea en el campo maduro
con que el Señor premiará su desvelo
un resplandor de la gloria del cielo
y un anticipo del trigo futuro.  40




ArribaAbajoEstampa de San Juan de la Cruz


Manos hondas como el mar desconocido.
Ojos ciegos, ojos sordos, ojos mudos.
Pies que van hacia el amor por el olvido.
Manos juntas, ojos altos, pies desnudos.

Pies sedientos de alcanzar al ciervo herido.  5
Ojos limpios de recuerdos y preguntas.
Manos solas como pájaros sin nido.
Pies desnudos, ojos altos, manos juntas.

Manos vivas para el cielo prometido.
Pies exentos de temor y sobresaltos.  10
Ojos muertos para el mundo sin sentido.
Manos juntas, pies desnudos, ojos altos.

  —176→  


ArribaAbajoOración a Santa Teresa del Niño Jesús


Desde la luz que en su seno te ampara
y en la que ves la verdad frente a frente
con la humildad que tu vida obediente
puso en mirar el dolor cara a cara;

desde la brisa que, fiel a tu ejemplo,  5
mide la tierra con pasos de niño,
y entra en el alma con mudo cariño,
como un rayito de sol en un templo;

desde la estrella que canta en tu idioma
lo que tu voz escondida le enseña;  10
desde la flor que, por dulce y pequeña,
guarda mejor tu silencio de aroma;

desde la nube que pesa en el viento
o que pesaste una vez en el mundo,
y que será para el yermo infecundo  15
lo que tu amor para el hombre sediento;

desde la espuma que tiembla en el agua,
desde la gota fugaz de rocío,
desde la brizna que va por el río,
desde la chispa que brota en la fragua:  20

pídele al Niño que brilla en tu nombre
que nos devuelva la infancia perdida,
para poder entender en tu vida
lo que no entienden los ojos del hombre;

que nos revele tu límpida ciencia  25
de lo pequeño, lo simple y lo puro,
—177→
para encontrar el sendero seguro
que en este mundo siguió tu inocencia;

que nos infunda el valor que hace falta
para emprender el camino escondido  30
que te llevó, por el bien del olvido,
a la memoria más viva y más alta;

que nos conceda tu paz bienhechora
para llegar, con feliz mansedumbre,
por el abismo sin fondo a la cumbre  35
y por la noche sin fin a la aurora;

que nos deje subir, paso a paso,
hasta poder encontrarnos contigo,
para vivir, con tu amor por testigo,
viendo la gloria del sol sin ocaso.  40




ArribaAbajoSan Francisco


El huracán llenaba el mundo con el horror de su bramido y de sus garras.
Y con sus alas poderosas hurtaba el cielo al corazón y a la mirada.
La voluntad de la tormenta dictaba leyes a la tierra desgarrada.
Y el desamparo y las tinieblas eran los límites del ser sin esperanza.
El cuerpo erraba por el mundo, con la ceguera de las hojas arrancadas.  5
Y, castigado por el viento, se deshacía con furor en rojas llamas.
Pero en el alma silenciosa resplandeció la bendición de una palabra.
Y entre las formas conmovidas, el huracán devastador cerró las alas.
—178→
La creación, restablecida, recuperó su perfección originaria.
Y San Francisco abrió los ojos y se dispuso humildemente a contemplarla.  10

Consideró todas las cosas con el candor de la primera criatura.
Y comprendió que las más bellas eran, sin duda, las más pobres y desnudas.
La luz del sol, el agua clara, la voz del viento, el cielo azul, el alma pura.
La nieve casta, el fuego virgen, el mar feliz, la soledad, la noche obscura.
Cosas que a fuerza de ser pobres estaban solas en su estricta arquitectura.  15
Y que, por limpias, revelaban con más vigor la intimidad de su hermosura.
Fue descubriendo con asombro la desnudez de la Unidad en cada una.
Y, para ser como ellas eran, se despojó de la primera hasta la última.
Libre del mundo para siempre, siguió la senda del amor con fe segura.
Y en su camino solitario se halló de pronto ante un abismo de amargura.  20

Vio la negrura de aquel pozo que lo esperaba con su espanto y con su frío.
Pero bajó serenamente por la escalera del oprobio y del olvido.
Cada peldaño era una pena; cada escalón era, un tormento penosísimo.
Pero él seguía descendiendo para aliviar nuestro dolor, con su martirio.
Porque sabía que sus ansias eran el precio de lejanos regocijos.  25
—179→
Y los firmísimos cimientos que sostenían ignorados edificios.
Que cada angustia padecida dulcificaba la de un pecho remotísimo.
Qué cada pena soportada desvanecía la de un ser desconocido.
Su voluntad hizo las veces de la raíz en este suelo dolorido.
Para que arriba hubiera flores se hundió sin queja ni rencor en el abismo.  30

Llegado al fin de su descenso, vio su raíz entreverada con las otras.
Y distinguió las ligaduras que lo hermanaban con los seres y las cosas.
Examinó con ojos nuevos todas aquellas criaturas misteriosas.
Los animales, las montañas, los grandes ríos, las estrellas y las rosas.
Todas las formas que veía le recordaban la belleza de una sola.  35
Y en sus gemidos diferentes reconocía sin esfuerzo un solo idioma.
Todos los seres eran gotas del mismo mar que llena el mundo con sus olas.
Todas las cosas eran rayos del mismo sol que nos conduce entre las sombras.
El corazón de San Francisco se fue llenando de una luz deslumbradora.
Y descubrió que el dulce Obrero le sonreía con amor desde sus obras.  40

Con la emoción de descubrirlo, su ser notó que rebasaba sus fronteras.
Y que, sin peso ni amargura, se levantaba poco a poco de la tierra.
—180→
Mientras ganaba el firmamento se redimía de sus últimas tinieblas.
Y recobraba lentamente la plenitud original de su inocencia.
Así transpuso el aire limpio, las nubes cándidas, el sol y las estrellas.  45
Y entró desnudo en las regiones donde la luz es más profunda y más perfecta.
En el umbral definitivo, la eternidad lo libertó de sus cadenas.
Y algo entre música y aroma fue penetrando con ternura en sus potencias.
Luego sintió la fuerza enorme y el dulce ardor de la divina primavera.
Y dio su flor entre las flores de la floresta innumerable y sempiterna.  50

  —181→  


ArribaAbajoCanciones Cristianas



I

Villancico


Solitario y silencioso
volvía yo cierta vez
por entre sombras amargas
y bajo estrellas de hiel,
cuando, al llegar a mi puerta,  5
sobre el umbral encontré,
desnudo y abandonado,
el cuerpo del niño aquél.
   Y conmigo está
   desde aquella vez.  10

Con el mismo desamparo
y la misma desnudez
de los astros que temblaban
en el firmamento fiel,
aquel niño me miraba  15
como dándome a entender
que conocía mi nombre,
mi soledad y mi sed.
   Y conmigo está
   desde aquella vez.  20

Lo miré, lo vi pequeño,
tuve piedad y lo alcé
desde el mármol del umbral
hasta el mármol de mi ser;
—182→
y en el frío de mi vida  25
de pronto sentí nacer
un fuego que convertía
todo mi mal en su bien.
   Y conmigo está
   desde aquella vez.  30

-¿Cómo te llamas?, le dije.
-¿Quién eres?, le pregunté.
-¿Qué quieres? ¿Por qué me miras?
-¿Dónde naciste y de quién?
Y en aquel hondo silencio  35
que jamás olvidaré,
campanas de Nochebuena
me respondieron por Él.
   Y conmigo está
   desde aquella vez.  40


II

La Flagelación


Todos los puños del mundo,
en despiadado ciclón,
descargan su rabia ciega
sobre el cuerpo del Señor,
pero el Señor, como un árbol  45
de paz y de bendición,
sobre los que lo golpean
llueve sus frutos de amor.

   Aquellos golpes, Señor,
   todavía están sonando  50
   dentro de mi corazón.
—183→

Las olas de nuestro encono
se levantan con furor
y en la roca de su cuerpo
revientan sin compasión,  55
pero la roca bendita
las hace brillar al sol
deshechas en blanca espuma
de inocencia y de perdón.

   Aquellos golpes, Señor,  60
   todavía están sonando
   dentro de mi corazón.

Nuestras culpas infinitas
hieren su carne de amor
que se va volviendo tierra  65
de perpetua salvación,
porque los surcos abiertos
en su cuerpo redentor
ya están prometiendo el Pan
de nuestra resurrección.  70

   Aquellos golpes, Señor,
   todavía están sonando
   dentro de mi corazón.

Nuestros pecados castigan
el yunque de su dolor,  75
pero el yunque los devuelve
convertidos en canción,
porque sabe que mañana,
sobre su hierro de amor,
el alma del hombre impío  80
tendrá la forma de Dios.

   Aquellos golpes, Señor,
   todavía están sonando
   dentro de mi corazón.
—184→


III

Bajulatio Crucis


Por la reja de mi cuerpo,  85
que también es una cruz,
veo pasar al Señor,
veo pasar a Jesús,
entre cabezas perdidas
y corazones sin luz,  90
hacia la muerte sin nombre
que le daremos yo y tú.

   Carne: déjame salir
   para seguirlo hasta el fin.

Hasta mi cárcel de lodo  95
llega su respiración,
y la obscuridad se llena
con su vida y su calor;
pero el hielo de las almas
es más duro que su ardor,  100
pues ni con todo este fuego
se vuelve llanto de amor.

   Carne: déjame salir
   para seguirlo hasta el fin.

A pesar de estas paredes  105
que ahogan mi libertad,
veo que pasa cargado
con su cruz por la ciudad,
sin que la ciudad lo vea,
sin que lo sienta pasar,  110
—185→
pues va mil veces más solo
que la misma soledad.

   Carne: déjame salir
   para seguirlo hasta el fin.

Desde mi prisión de tierra  115
oigo el rumor de su voz
que anega todos los ruidos
en su océano de amor,
menos el sordo latido
del peñón sin compasión  120
que entre las olas del pecho
tenemos por corazón.

   Carne: déjame salir
   para seguirlo hasta el fin.


IV

La Resurrección


Aunque la tierra de siempre  125
nos muestra muros sin fin
y ya no vemos el cielo
como una puerta feliz,
sabemos que al tercer día
de cautiverio tan vil  130
vendrás para que sepamos
por dónde se puede huir.

   Resucítanos, Señor,
   de nuestro mundo a tu amor.
—186→

Aunque todo el mar nos cubre  135
con su amarga inmensidad
y el peso de tantas olas
nos hunde cada vez más,
sabemos que al tercer día
de tan dura soledad  140
vendrás para rescatarnos
del fondo de nuestro mar.

   Resucítanos, Señor,
   de nuestro llanto a tu amor.

Aunque la noche cerrada  145
nos agobia con la cruz
de su profundo silencio
y de su helada quietud,
sabemos que al tercer día
de tan ciega esclavitud  150
vendrás para conducirnos
a la verdad y a la luz.

   Resucítanos, Señor,
   de nuestro error a tu amor.

Aunque del fuego que fuimos  155
ni la ceniza quedó,
y sólo hay frío y tinieblas
donde hubo luz y calor,
sabemos que al tercer día
de tanta desolación  160
vendrás para devolvernos
el alma y el corazón.

   Resucítanos, Señor,
   de nuestra muerte a tu amor.

  —187→  


ArribaAbajoLa lluvia


Solo y callado en su desvelo, mi corazón escucha en paz la noche obscura.
Y en las tinieblas de la casa, percibe el ritmo de una sangre que no es suya.
En la quietud suena un latido que no se sabe si es de amor o de amargura.
Poco después, otro más claro y algo más vivo le responde con ternura.
Otro más hondo le sucede, y otro más alto se propaga en ondas puras.  5
Y otro latido, y otro, y otro, llenan la inmensa obscuridad con su dulzura.
Ya convertida en manso ritmo, la sucesión de dulces notas se apresura.
Y va poblando el gran silencio con el temblor de sus luciérnagas de música.
Sobre la noche solitaria se abren las puertas melodiosas de la lluvia.
Y el corazón entra por ellas hacia los días que lo llaman y lo buscan.  10

Envuelto en música lejana voy desandando poco a poco el tiempo lento.
Y recobrando en melodía lo que las horas me robaron en secreto.
Por el camino de la lluvia llego soñando a una ciudad que está muy lejos.
Y al dulce día que se acuerda del nacimiento de mi dicha en el silencio.
El agua canta por las calles y habla de amor en las ventanas y en los techos.  15
—188→
Y su emoción vive en el aire como el perfume de una flor en el recuerdo.
El sol que falta en las alturas está escondido en lo más hondo de mi pecho.
Y allí, viviendo y alumbrando, toda su luz es poca luz para mi sueño.
Siento que un río misterioso brota en la paz de mi profundo sentimiento.
Y que la fuerza de la lluvia lo hace crecer hasta cubrir el mundo entero.  20

Luego me acerco a un pueblecito que con su cielo me acaricia la memoria.
Y entro en la casa de mis versos y abro en secreto una ventana luminosa.
La obscuridad ensimismada cubre la tierra con sus alas silenciosas.
La carretera taciturna pasa pensando come un río entre las sombras.
En los pinares y en los techos, el alma lenta de la lluvia se emociona.  25
Y lo que sueña en los desvanes lo está diciendo en el murmullo de las hojas.
Su voz invade mis sentidos y se difunde por mi ser en dulces olas.
Ya confundida con mi sangre, sigue el camino de mis venas fervorosas.
Atravesando cuerpo y alma, llega cantando hasta la mano temblorosa.
Y entre los dedos conmovidos hace nacer una palabra melodiosa.  30

Sigo avanzando por el tiempo, y hacia el final veo los cielos infantiles.
Y las murallas y las torres donde me aguardan los dragones y los príncipes.
—189→
Con la emoción de aquel entonces, vuelvo callado a la ciudad que ya no existe.
Y la recorro con la lluvia, que va cantando entre sus niños invisibles.
Ella me guía, por las calles donde los pasos de mi amor fueron felices.  35
Y hacia las puertas de las casas donde una vez mi corazón no tuvo límites.
Pero las calles están solas, y en cada umbral sólo el silencio me recibe.
Bajo los arcos de los puentes sólo discurre en voz muy baja un viento triste.
Siempre guiado por la lluvia, llego a las verjas de los últimos jardines.
Y en ellos oigo el dulce llanto de mi niñez abandonada entre jazmines.  40

Pero estas formas de la dicha y estas figuras del amor se van borrando.
Y en su lugar crece la lluvia con su gran bosque melancólico y lejano.
Por escuchar los de las gotas, mi corazón deja de oír sus propios pasos.
Y, por seguirlos por el viento, se va olvidando de su cuerpo abandonado.
Todas las cosas del recuerdo se desvanecen poco a poco en este canto.  45
Y el viejo río de las horas pierde la voz y se adormece en un remanso.
El vasto espacio se desnuda y el tiempo fiel ya no es presente ni pasado.
Tanto el espacio como el tiempo se vuelven música sin tiempo y sin espacio.
La melodía inmensa y pura llena el abismo tenebroso y solitario.
Y en este sueño sin memoria, mi corazón está despierto y escuchando.  50

  —190→  


ArribaAbajoSoneto a Beethoven


Cantas, y el universo que me abruma
se olvida de su pesó doloroso
y descansa en mi pecho silencioso
con ser de flor y condición de pluma.

Lloras, y en este mar de noche y bruma  5
donde suena tu llanto melodioso
la emoción del abismo tenebroso
resplandece en tu voz como en su espuma.

Sueñas, y las figuras y las formas
ya no tienen más leyes ni más normas  10
que las de tu alegría y tu dolor.

Hablas, y las preguntas de la vida
reciben en la tierra conmovida
la profunda respuesta de tu amor.

  —191→  


ArribaAbajoLa paz


Ya quieta el agua, silencioso el viento,
la tierra en paz y el fuego consumido,
encuentro el derrotero perseguida
y entro en mi corazón con paso lento.

Ya perdido en su puro sentimiento  5
de pájaro callado y escondido,
sólo escucho su lánguido sonido,
sólo siento su blando movimiento.

Sobre la dulce muerte de las cosas,
el cielo; con sus alas poderosas,  10
cubre el mundo hasta el último confín.

Y en el silencio del celeste abismo,
mi ser se va olvidando de sí mismo
y abre los ojos a la luz sin fin.

  —192→  


ArribaAbajoSoneto a Schumann


Deja el astro feliz en que reposas,
y con su luz, que tiembla en el vacío,
ven por el cielo solitario y frío
a través de las sombras silenciosas.

Acércate a las nubes temblorosas,  5
mira este mundo tácito y sombrío
y derrama tus gotas de rocío
en la paz de los seres y las cosas.

Las piedras mudas y las almas yertas
revivirán entonces y, despiertas,  10
se alzarán de su yermo y de su cruz.

Para sentir en tu rocío santo
lo que tiene de tierra, que es el llanto,
y lo que tiene de astro, que es la luz.

  —193→  


ArribaAbajoEl bosque


Abrí los ojos inocentes y vi la luz entre los árboles enormes.
El alba entraba en la espesura, y en cada brizna se acordaba de su nombre.
Con el fulgor que amanecía, llegaba un aire sin deseos ni rencores.
Y despertaba en la arboleda cosas más vivas que el silencio y que la noche.
Las flores mudas se animaban, y recobraban sus perfumes y colores.  5
Los dulces pájaros tendían su firmamento de cristal entre las flores.
Las hojas nuevas palpitaban con alegría de pequeños corazones.
Y su rumor de lluvia lenta se difundía con el aire por el bosque.
El mundo virgen reservaba su ser de hierro y de dolor para los hombres.
Y ante mis pasos infantiles era de pétalos, de plumas, de canciones.  10

El aire lento y candoroso creció conmigo en el fervor de la mañana.
Y, convertido en ronco viento, latió con fuerza entre las hojas aterradas.
Después cerró sus torvos puños y levantó su voz de abismo y de montaña.
Y fue llenando el bosque inmenso con el clamor de su pasión desenfrenada.
Las grandes copas se movían como las olas cuando el viento las desata.  15
—194→
Y de las últimas raíces subían ríos de furor en vez de savia.
El huracán enloquecido siguió creciendo como el fuego entre las ramas.
Y en lo más alto de su furia se resolvió calladamente en lluvia mansa.
Entonces fue cuando la selva me descubrió lo que en su pecho me ocultaba.
Su viejo amor era más puro visto a la luz resplandeciente de sus lágrimas.  20

Entre perfumes y tormentas, llegué sin rumbo al esplendor del mediodía.
Pero los árboles de siempre se repetían sin descanso ante mi vista.
La selva eterna me abrumaba con el rigor de sus cadenas sucesivas.
Y hasta sus íntimas dulzuras me parecían amarguras infinitas.
Algunas cosas eran rejas por donde el bien de la verdad se presentía.  25
Pero las más se levantaban como murallas sin perdón y sin salida.
¿De qué servían los consuelos de las corolas y las aves escondidas?
Trinos y aromas eran vagas insinuaciones de la luz que yo quería.
Entre las hojas destellaban algunas gotas de esperanza lejanísima.
El cielo azul brillaba en ellas con todo el brillo de su amor y su alegría.  30

La primavera y el verano se consumieron con el sol en la arboleda.
Y todavía estoy buscando por dónde huir de la prisión que me condena.
—195→
La luz callada se marchita con emoción entre las alas que regresan.
Y las abejas rezagadas liban el resto de dulzura que hay en ella.
Las tibias huellas de la tarde se van borrando poco a poco en la maleza.  35
Y, con la brisa que se apaga, llega el perfume de la noche que se acerca.
El aire mustio del otoño cuenta su historia de suspiros y de ausencias.
Y la arboleda, que lo escucha, llora en la sombra sus primeras hojas secas.
El llanto alivia dulcemente la pesadumbre silenciosa de la selva.
Y, por los claros de las frondas, el firmamento solitario la consuela.  40

Con las tinieblas de la noche, vendrán por fin las del invierno que se anuncia.
Y seguiré, como hasta ahora, buscando en vano una salida en la espesura.
En el silencio despiadado, la obscuridad irá creciendo con mi angustia.
Y pesará sobre la selva como la piedra silenciosa de una tumba.
Pero el rigor del viento helado desnudará las ramas yertas y confusas.  45
Y, por los árboles sin hojas, el firmamento invadirá la tierra obscura.
La paz del cielo solitario se extenderá por mi prisión como una música.
Y, con sus dedos invisibles, desatará mis dolorosas ligaduras.
Libre de todas sus cadenas, mi corazón despertará de su amargura.
Y, palpitando con el cielo, se irá perdiendo en la verdad y en la hermosura.  50

  —196→  


ArribaAbajoSoneto a Chopin


¿De dónde vienes por la tarde fría
llorando entre las hojas olvidadas,
para dar luz a cosas apagadas
y eternidad a mi melancolía?

¿Hacia qué tarde fría de qué día  5
y hacia qué criaturas ignoradas
llevas entre tus penas desveladas
ésta que ya no sé si es tuya o mía?

¿Quién nos distinguirá cuando, mañana,
lleguemos con amor a una ventana  10
donde alguien llore sin saber por qué,

y, recogiendo su dolor profundo,
sigamos confundidos por el mundo
hacia otro ser que sollozando esté?



  —197→  

ArribaAbajoOtros poemas

  —198→     —199→  


ArribaAbajoSoneto a Palestrina


Virgen de toda mancha y toda herida,
virgen de toda carne y todo mundo,
virgen en su latido más profundo
y en su palpitación más escondida,

tu voz de serafín, que no se olvida  5
del corazón lejano y vagabundo,
escucha mi silencio moribundo
y penetra en la sombra de mi vida.

Baja despacio al fondo de mis penas,
suelta mis lazos, rompe mis cadenas,  10
sufre los sufrimientos que sufrí;

calla un momento en mi prisión obscura,
recoge mi esperanza y mi amargura,
y, subiendo hacia Dios, llora por mí.

  —200→  


ArribaAbajoNochebuena


Noche en que el sol infinito
mira nuestra ceguedad
y nos envía una chispa
de su inmensa claridad,
para que aparte las sombras,  5
incendie la soledad
y abra nuestros ojos ciegos
a la luz de la verdad.

Noche en que el mar infinito
contempla nuestra aridez  10
y se ofrece a nuestros labios
en una gota de miel,
que a pesar de ser pequeña
tiene bastante poder
para saciar hasta el fondo  15
las ansias de nuestra sed.

Noche en que el cielo infinito
mira la tierra infeliz
y se confunde con ella
en un abrazo sin fin,  20
para que, de tan dichosos,
no podamos distinguir
dónde termina la tierra
y empieza el cielo feliz.

Noche en que el tiempo infinito,  25
sin ayer, mañana ni hoy,
contempla el tiempo que mide
—201→
Nuestra pena y nuestro amor,
y le infunde la energía
de su eterna perfección,  30
para que nuestros latidos
se cuenten por los de Dios.

Noche en que el Ser infinito
se apiada de nuestra cruz
y da comienzo a la suya  35
sobre la tierra sin luz,
para que, yendo a su lacto
por el bien y la virtud,
encontremos el camino
de la paz y la salud.  40

  —202→  


ArribaAbajoSoneto a la Natividad de la Santísima Virgen


(Aire de Fray Pedro de Padilla)




Vino a la vida para que la muerte
dejara de vivir en nuestra vida,
y para que lo que antes era vida
fuera más muerte que la misma muerte.

Vino a la vida para que la vida  5
pudiera darnos vida con su muerte,
y para que lo que antes era muerte,
fuera más vida que la misma vida.

Desde entonces la vida es tanta vida
y la muerte de ayer tan poca muerte,  10
que si a la vida le faltara vida,

y a nuestra muerte le sobrara muerte,
con esta vida nos daría vida
para dar muerte al resto de la muerte.

  —203→  


ArribaAbajoPoema del pan eucarístico


Yo, que lo miro con mis ojos, sé que este pan es el Señor de cielo y tierra.
Yo, que lo gusto con mi boca, sé que este pan es el Señor que nos espera.
Sé que la forma de las formas vive feliz en este trozo de materia.
Y que esta harina inmaculada no es otra cosa que su carne verdadera.
Sé que la luz que no se apaga brilla desnuda en esta luna siempre llena.  5
Y que la voz de las alturas duerme callada en esta boca siempre quieta.
Sé que el océano sin fondo cabe sin mengua en esta gota que destella.
Y que la selva sin orillas está encerrada en esta brizna carcelera.
Sé que el volcán inextinguible se manifiesta en esta chispa de inocencia.
Y que el amor inenarrable tiembla escondido en esta lagrima serena.  10

Durante siglos lo esperamos comiendo a obscuras el manjar del viejo rito.
Y señalando nuestras puertas con una sangre que era sangre y era símbolo.
Aquel cordero misterioso nos daba fuerzas y valor para el camino.
Y con las huellas de su sangre cerraba el paso a la traición y al exterminio.
—204→
Cuando los tiempos maduraron, el firmamento dio su fruto prometido.  15
Y otro cordero vino al mundo para pagar al buen pastor nuestros delitos.
Antes de ser sacrificado, quiso enseñarnos el supremo sacrificio.
Y en este pan maravilloso se repartió de corazón entre sus hijos.
Desde aquel día lo tenemos como alimento, como escudo y como alivio.
Y su poder nos une a todos en una grey, en un pastor y en un aprisco.  20

¿Quién al mirarlo no se acuerda del que llovió sobre la vieja caravana?
¿Quién al gustarlo no se acuerda del que comimos en la tierra solitaria?
La sed y el hambre nos movían hacia el magnífico país del pan y el agua.
Pero la fe de nuestros pasos desfallecía en el desierto sin entrañas.
Como la tierra estaba sorda, quisimos ver si el cielo azul nos escuchaba.  25
Y el cielo azul nos dio con creces lo que la tierra desdeñosa nos negaba.
Nubes de pan se deshicieron sobre el rencor de la llanura desolada.
Y poco a poco la cubrieron con vestiduras de alegría y de abundancia.
Con la virtud de aquel sustento fuimos llegando sin dolor al agua santa.
Y, por el agua que renueva, dimos al fin con este pan que no se acaba.  30

Su luz que alumbra y alimenta brilla sin tregua en el altar y en la custodia.
Y desde el fondo del sagrario se multiplica sin descanso en limpias ondas.
—205→
Cruza los muros de materia que la separan de los seres que ambiciona.
Vence las puertas que resisten a la profunda caridad que la devora.
Pisa el umbral de las tinieblas, entra en la ciega obscuridad, busca en las sombras.  35
Y al fin reposa en nuestras almas, que son estrellas apagadas y remotas.
Infunde paz en las que sufren; deja su brillo de piedad en las que lloran.
Y a todas juntas las abraza con un amor incomprensible para todas.
Después ajusta el movimiento de nuestras almas al del sol que la ocasiona.
Y con el sol que la difunde concierta el ansia incontenible de sus órbitas.  40

La luz penetra en los lugares más silenciosos y en los sitios más obscuros.
Y va llegando con sus rayos hasta los últimos rincones de este mundo.
En los más fríos y olvidados abre con honda caridad su blanco puño.
Y de su mano bienhechora deja caer una semilla en cada surco.
Luego de haberlos fecundado, vuelve cantando hacia su sol eterno y puro.  45
Y en su reflujo melodioso va cosechando nuestros seres, uno a uno.
Rumbo a su nido fulgurante, cruza de nuevo los umbrales y los muros.
Pero esta vez lleva consigo nuestros más íntimos destellos, que son suyos.
Bien abrazada con nosotros, entra por último en el cielo sin crepúsculo.
Y se confunde con el astro que está escondido en este pan que miro y gusto.  50

  —206→  


ArribaAbajoSoneto del viento


Este ser invisible y casi humano
que me acompaña con su voz furtiva
puebla mi soledad y hace que viva
la vida musical de lo lejano.

El rumor de su frente pensativa  5
y el tímido silencio de su mano
me dejan ver su corazón hermano
y comprender su lengua fugitiva.

Las voces y los pasos de las cosas
ocultas y las quejas misteriosas  10
del firmamento suenan en su canto.

Y del mundo más solo y más pequeño
llega con este ser de ausencia y llanto
la resonancia de mi propio sueño.

  —207→  


ArribaAbajoLa ascensión


Después de abrir para siempre
la muerte de par en par
y de poner a las almas
cautivas en libertad,
el Señor deja la tierra  5
sumida en su eterna paz
y, subiendo al firmamento,
nos muestra el rumbo final.

Pero en su vuelo glorioso
no sube solo el gran Rey  10
sino que lleva consigo
y en señal de su poder:
una carne que recuerda
nuestro frío y nuestra sed
y una sangre que circula  15
por nuestras venas también.

El Verbo sigue subiendo
al firmamento feliz
y nuestra naturaleza
va dejando de ser vil,  20
porque otra, pura y eterna,
con ella se quiso unir
y ahora sube con ella
hacia la gloria sin fin.
—208→

Sube Jesús y, subiendo,  25
reconcilia por amor
la tierra de los pecados
con el cielo del perdón,
así como ayer, bajando,
en su ser reconcilió  30
la debilidad del hombre
con la majestad de Dios.

Cuando el Señor de la tierra
llega por fin a la luz
y abre las puertas eternas  35
con la llave de la cruz,
nuestra carne se liberta
de su vieja esclavitud
y con su carne gloriosa
penetra en el cielo azul.  40

  —209→  


ArribaSoneto a Gluck


El furor del océano se estrella
en la paz de tus mármoles seguros,
y el viento es menos alto que los muros
que defienden tu voz profunda y bella.

En tus bastiones de cristal se mella  5
el rencor de los días más obscuros,
y en el candor de tus umbrales puros
las noches del dolor no dejan huella.

Del espacio distante y dolorido
y del tiempo lejano y sin sentido  10
sólo llegan la luz y la emoción

hasta el alma sin horas y sin penas
que, ceñida de amor por tus almenas,
vive para escuchar tu corazón.