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Antonio Di Benedetto

Noé Jitrik

Tangencialmente, don Diego de Zama tiene algo que ver con el desarraigo de Justo1. Zama debería sentirse en su tierra y ligado a su medio, pero tiene el espíritu puesto en otra parte. Concretamente, es un americano que pretende ser considerado español en una época en que la diferencia presupone muchas cosas. Para los demás, es americano pero Zama no lo acepta. Sueña con Europa y espera de la vida cualquier cosa, pero siempre en otra parte, nunca en el lugar en que se encuentra y al cual, de todos modos, va entregando su vida porque es incapaz de abandonarlo. Di Benedetto ha encarnado en la persona de Zama una actitud más contemporánea que su personaje: la de los americanos que por imaginarse en Europa, realizan mal la vida en América y desdeñan formular el proyecto americano que define toda relación posible con una América en construcción.

Di Benedetto no se ha quedado, por medio de esta alusión, en un problema humano bastante debatido en estos últimos años. No ha pretendido tampoco hacer planteos teóricos sino que ha tomado este problema como motivo para revestirlo de otras instancias de un orden más universal. Con todo ello, ha construido, en Zama, una novela cuyo valor mayor no sé si reside en su «tempo», en la tersura de su lenguaje o en la precisión descriptiva. A partir de circunstancias tan concretas, Di Benedetto escapa constantemente hacia zonas más imprecisas, donde los símbolos vienen a conjugarse con los mensajes reveladores de una lúcida conciencia por encima de una capacidad artística notable.

Es claro que Zama es el americano inadecuado, pero al mismo tiempo es el caracol que todo insatisfecho viene a resultar: da vueltas sobre sí mismo y se pierde en los vericuetos de una conciencia que lo más que gana es un resplandor final, que lo ayuda tardíamente a tomar cuenta de errores definitivos, errores no advertidos cuando era tiempo. Zama prefiere suponer que las cosas están lejos de él, siempre en otra parte, negándose a reconocerlas a su lado. De este modo, se enrola para buscar en los confines del Virreynato a un bandolero que no ha dejado ni un momento de estar con él. En esta imaginaria Zama juega su orgullo y su vanidad y ambas le cobran a cada rato un precio de humillación porque exige con voz muy alta objetos que sabe que exceden sus pretensiones. La humillación lo hace sentir postergado, con intensidad tan grande que traslada hasta antes de nacer su postergación. Una hermosa imagen sexual concebida en uno de sus sueños define el alcance de sus reticencias respecto de la realidad. ¿Busca Zama algo más que restablecer el equilibrio de su postergación? Aparentemente sin otro objetivo que eso, se sigue postergando sin embargo en una demora de las resoluciones, en una vuelta sobre sí mismo, ayudado por una fantasía gracias a la cual él es siempre el héroe, el vencedor de toda contienda, el triunfador sin menoscabo y con gloria. Pero la vuelta se cierra fatalmente: antes de morir, desmembrado y en derrota, ese misterioso niño que se escapó un día de su cuarto, se le vuelve a presentar. «No has crecido…» le dice. Y el niño, con «irreductible tristeza», le responde: «Tú tampoco». No es pesimismo sino condena la figura final, condena que se va acumulando de negatividades, de imprecisiones, de una suprema e inútil incomunicación.

Di Benedetto se maneja en zonas límites de la realidad, allí donde puede desaparecer la consistencia de las cosas borrada por el sueño. Así, emplea elementos novelísticos de hermosa solución, como la gran casa, con dos alas y dos entradas, las mujeres veladas, de cuya realidad no se puede hacer afirmaciones pero cuya presencia tampoco puede negarse, los barcos-correo, las bastas cortesanas virreinales, las intrigas, las hambres, la selva. Con absoluta comodidad, dirigiendo la ambigüedad, Di Benedetto ha hecho una de las más hermosas novelas de los últimos años, tan cargada de sugerencias que su objetivo fundamental, lograr la lucidez para acompañar a las criaturas, ha sido obtenido con una dosis de poesía que hace olvidar los requerimientos de la clara angustia que Di Benedetto no ha desdeñado exponer.