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Años difíciles: Valle-Inclán y la Fundación San Gaspar

Alonso Zamora Vicente



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En 1895, se creó una «Fundación San Gaspar», entregada a la Real Academia Española para su custodia y cumplimiento de unos fines establecidos en la voluntad del fundador. Éste era «una persona piadosa y caritativa, cuyo nombre ha de quedar perfectamente ignorado». La Fundación tenía como objetivo ayudar económicamente a académicos sumidos en la indigencia, a sus descendientes necesitados y a los escritores en extrema necesidad. Las asignaciones, ya desde sus principios y dada su momentaneidad, no eran, sobre todo pensando en la cambiante realidad socioeconómica del país, demasiado sustanciosas. La Academia se vio obligada, con el transcurso del tiempo, a sopesar cuidadosamente la administración de los caudales. La cantidad disponible se repartía en dos grandes apartados: premios y socorros. Los premios se otorgaban a aquellas personas de comportamiento ejemplar (asistir casi heroicamente a familiares incapacitados; sacar adelante a una familia hundida en amarga orfandad; viudas que, a fuerza de superar agobios, lograban educar a sus hijos, etc., etc.). Sobre los premiados se vertía el universal ensalzamiento. Y los socorros se destinaban a personas en reconocida y manifiesta situación de penuria, pero cuyas actividades no se adornaban con el sacrificio y dedicación que aureolaba a los premiados.

En un principio, tanto los premios como los socorros se entregaban   —456→   en los días navideños o sus cercanos, con notable pompa y relumbrón social: actos especiales, solemnes, discursos de circunstancias... Incluso se editaba una memoria explicativa, a cargo de un académico, que, impresa y repartida a los asistentes al acto, proclamaba los méritos de los afortunados, a la vez que procuraba pasar de puntillas sobre la triste situación de los socorridos. El oropel de esa especie de caridad dirigida llegó a veces a extremos de suntuosa teatralidad. Así ocurrió, por ejemplo, en 1900, 13 de mayo; el acto de entrega de los premios y socorros fue presidido por la Familia Real. Encabezó la Presidencia la Reina Regente, doña María Cristina, acompañada del Rey, adolescente (tenía catorce años), de la Princesa de Asturias, María de las Mercedes (ya con veinte años) y, las Infantas María Teresa e Isabel, esta última tía del Rey, la famosa «Infanta» de Luces de bohemia (la Chata para los madrileños acostumbrados a su presencia en todos los lugares públicos y en todas las ceremonias rituales de la Corona). El acta de la sesión rebosa de uniformes, condecoraciones, títulos de honrosos cargos palatinos, diplomáticos y autoridades de todo tipo. Como en otras ocasiones señaladas, el Palacio Real ha prestado muebles, tapices, alfombras, etc., para decorar los salones académicos, y el jardín Botánico ha enviado, con el mismo fin, plantas llamativas. La Academia aprovechó la reunión para celebrar el traslado a un panteón de famosos apellidos, en la Sacramental de San Isidro, de los restos de Leandro Fernández de Moratín, Juan Meléndez Valdés, Francisco de Goya y Juan Donoso Cortés. (Alguno de ellos volvería a pasear por las calles madrileñas, Goya, por ejemplo, que fue trasladado a la ermita de San Antonio de la Florida, bajo sus admirables frescos, en 1919.) Celebró a los difuntos Juan Valera, quien no pudo leer lo escrito por su decadencia física: lo leyó el Conde de Casa Valencia. El elogio y proclamación de los nombres premiados, con exposición detenida de sus virtudes, lo hizo Luis Pidal, Marqués de Pidal. La Familia Real, como recuerdo del acto, recibió ejemplares de los discursos, lujosamente encuadernados. La Reina María Cristina entregó a los galardonados la «Comunicación» de que habían sido merecedores del premio establecido por la Fundación. Cobrados premios y socorros   —457→   con anterioridad, es probable que muchos hubieran ya recaído en las mismas urgencias que las solicitudes delataban...1

Para los dos apartados eran abundantes las solicitudes. En los días actuales, en que, por los cambios del valor de la moneda, es casi vergonzante la ayuda (los premios desaparecieron ya en la tercera década del siglo; era notorio, además, que no era entendida por los peticionarios la diferencia entre una y otra designación), la entrega se relega a una silenciosa firma oficinesca. Se hace de una forma casi clandestina, con el sano intento de apagar el sonrojo que produce la escasez de las ayudas. Sin embargo, las solicitudes siguen apareciendo (viudas o hijas de periodistas que disfrutaron en su tiempo de cierta nombradía, columnistas, etc.) e incluso se hacen presentes antes de que se publique la convocatoria oficial.

Ya en 1918, la situación económica de la Fundación fue un tanto conflictiva, debido quizá a la alteración monetaria causada por la Gran Guerra y por la inestabilidad social del país. En ese año, el doctor Mariano Pardo de Figueroa, el afamado «Doctor Thebussem», académico correspondiente en Andalucía, aumentó espontáneamente, de su propio peculio, los fondos de la Fundación. En años sucesivos, la Academia ha acudido a aumentar la asignación, pero parece imposible detener la marcha descendente de sus reducidas rentas.

Todo este prólogo viene a aclarar la situación real de una «ayuda» que la Academia Española concede -o concedía- a escritores en situación penosa. Es verdad que hoy esas coyunturas se mitigan por otros caminos, y que va es difícil encontrar un escritor de tipo bohemio, noctámbulo y sablista: el que nos ha llegado en las Memorias de Pío y Ricardo Baroja, en las de   —458→   Cansinos Assens, el que atraviesa la noche madrileña en Luces de bohemia, camino de la nada... Son los epígonos de un clima literario, que, entre sus ocupaciones cotidianas, colocan, venga o no a cuento, el atacar a la Real Academia Española y a sus componentes. Pues bien, en el reparto correspondiente a 1902, nada menos que Ramón del Valle-Inclán, ejemplo de voz antiacadémica, solicita y obtiene un socorro de la piadosa Fundación.


ArribaAbajoLas ayudas de 1902

En 1903, en la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, se imprime el Informe leído ante la Real Academia Española en la sesión pública celebrada el día 15 de noviembre de 1903, para la repartición de Premios y Socorros de la Fundación San Gaspar correspondientes a 1902. Se aprovecha la sesión solemne para recordar a Gaspar Núñez de Arce, muerto el 9 de junio de ese año, 1903. Juan Valera escribió el elogio del poeta desaparecido y lo leyó Menéndez Pelayo. También en la misma sesión, la Academia entrega los premios convocados por la Corporación en 1900: a Juan Estelrich, por su estudio sobre el influjo de la lengua y la literatura italianas sobre las españolas (lo recoge R. Álvarez Sereix, correspondiente levantino): a Víctor Fernández Llera, por su trabajo Gramática y Vocabulario del Fuero Juzgo, y a Rafael Ramírez de Arellano, por su Juan Rufo, jurado de Córdoba. Firma el Informe de la Fundación San Gaspar Emilio Cotarelo Mori, académico desde 1899 (sería Secretario de la Corporación en 1913, a la muerte de Mariano Catalina). Cotarelo desempeñó la secretaría de la Comisión encargada de repartir los premios y socorros. Le acompañaban en la Comisión (por orden de antigüedad) Marcelino Menéndez y Pelayo (académico desde 1880), José Echegaray (desde 1882) y Daniel de Cortázar (desde 1897). El Informe de la Comisión se lee ante el Pleno de la sesión correspondiente al 23 de diciembre de 1902; se aprueba en la sesión siguiente (31 de diciembre). Sin embargo, el reparto real, sonante, de las ayudas se había hecho con anterioridad: lo registran así las actas de 12 de junio de 1902, día en que se proponen las cantidades concedidas. Se   —459→     —460→   acuerda el pago a los favorecidos en la sesión siguiente, 19 de junio. Debió de cumplimentarse inmediatamente: el recibo firmado por Ramón del Valle-Inclán está fechado el 21 de junio, dos días después de la orden del Pleno. Eran 400 pesetas. En 1902, aún se notaría bastante ese alivio en una economía personal inexistente. Dice así:

«He recibido de la Real Academia Española la cantidad de cuatrocientas pesetas que esta Corporación, encargada del Patronato de la Fundación de San Gaspar, ha acordado concederme de los fondos de dicha fundación destinados a socorros de literatos pobres o de sus familiares.

Madrid, 21 de junio de 1902.

Son cuatrocientas pesetas. Ramón del Valle-Inclán.»



Lámina I.-
Invitación de la junta pública de entrega de
premios de la Fundación de San Gaspar

Lámina I.- Invitación de la junta pública de entrega de premios de la Fundación de San Gaspar

[Página 459]

La instancia de Valle-Inclán solicitando la ayuda es autógrafa y escueta en sus términos. Su lectura se deja invadir por una sensación de dignidad, de temor a parecer exagerado en la petición, y, a la vez, abre el portillo para que se entrevea su decisión de «ser escritor». Así lo notamos en ese sentirse incluido «por mi mal en el triste número de los literatos indigentes», y proclamar su «situación angustiosa». No hay, en el breve texto, las acostumbradas zalemas obsequiosas, encarriladas al destinatario de la petición, sino una escueta llamada a la realidad atenazante. Pero... La instancia aparece fechada en «30 de febrero, 1902». ¿Equivocación? ¿Presagio de un tiempo interminable de mal pasar, de desazón...? No parece un error, viniendo de quien viene. ¿Sería una manera de exponer su poca fe en alcanzar lo que pedía, o de una desconfianza agazapada ante el posterior desarrollo de la súplica? Lo cierto es que ese 30 de febrero, autógrafo, en ocasión indudablemente grave, nos despierta bastantes intranquilidades2.

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Lámina
II.- Recibo de la ayuda económica concedida a Valle-Inclán

Lámina II.- Recibo de la ayuda económica concedida a Valle-Inclán

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Este año de 1902 (año crucial en la vida literaria española: aparecen en los escaparates de las librerías algunos libros decisivos: Sonata de Otoño, de nuestro indigente; Amor y pedagogía, de Miguel de Unamuno, ya en su cátedra salmantina; Camino de perfección, de Pío Baroja; La voluntad, de Azorín), los Premios San Gaspar han tenido muchos solicitantes. El fondo disponible asciende a 11.469 pesetas con 64 céntimos (según los datos de Cotarelo). De ellos se reparten 11.234 (incluidas 134 de gastos de oficina, material, impresión del Informe, etc.): 7.400 corresponden a los Premios, y 3.700 a los socorros. La Comisión ha concedido 21 premios y 10 socorros. En el impreso (¿se leería así en el Pleno de la concesión solemne...?), se recuerdan cuidadosamente los méritos y nombres de los premiados. Los socorridos, en cambio, se citan solamente por las iniciales. Hay que evitar el rubor de la pobreza.

Han acudido a la convocatoria 108 peticiones. Ramón del Valle-Inclán hace el número 42. Por la lista-registro de las solicitudes-instancias nos enteramos de su domicilio: Argensola, 9; 3.º Sin embargo, inmediatamente antes de la dirección, aparece tachado sin señas. Al no aparecer más datos expresos en la instancia, podemos suponer que alguien se ha acercado a la secretaría académica a proporcionar esa dirección.



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