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1

Juan Velázquez de Echeverría. Paseos por Granada y sus contornos. (1768), estudio preliminar de Cristina Viñes Millet. Granada: Universidad, 1993, 2 vols. Colección Archivum 40, vol. I, pp. 130-132.

 

2

«El hombre y el mito». Introducción al volumen colectivo Mitologías del Mediterráneo al Ganges (1 ed. francesa 1963). Trad. de José María Valverde. Barcelona: Planeta, 1973, p. 8.

 

3

Utilizo el Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Real Academia Española, 1992. Bajo la voz Cegrí (del árabe tagrī-fronterizo), se registra la locución «cegríes y abencerrajes» como equivalente a «tirios y troyanos».

 

4

Lo hace notar R. Arié en el estudio citado infra, nota 12. Cf. pp. 158-159.

 

5

Cf. M. R. Lida. «Civil: 'cruel'». Nueva Revista de Filología Hispánica, 1 (1947), 80-85.

 

6

La cita es de 1828 e ilustra el matiz de rudeza que adquirió el prototipo al popularizarse, y que no deja de registrar el Diccionario histórico de la lengua española. Madrid: Real Academia Española, 1972. En Cuba la locución adverbial «a lo Abencerraje» se aplicaba a «la moda o costumbre berberisca de dejarse crecida toda la barba».

 

7

La cita remite a Obras completas, con prólogo de Isidro Méndez. La Habana: LEX, 1946, vol. II, p. 1001. Corresponde a un artículo, o crónica (Escenas Europeas, I: Crónicas de España, #22), que apareció en La Opinión Nacional de Caracas (4, IV, 1882). El autor comenta contingencias diversas, entre ellas el fallecimiento de un orientalista, apellidado Rivadeneyra. Se trataba, sin duda, de Adolfo Rivadeneyra (1841-1882), que desempeñó cargos diplomáticos en el Medio Oriente y escribió dos libros de memorias sobre sus viajes por el continente asiático. Era hijo del editor Manuel Rivadeneyra y se ocupó de completar la publicación de la Biblioteca de Autores Españoles.

El pasaje completo a que refiere el Diccionario Histórico bajo la voz BENCERRAJE indica que José Martí alude a los Abencerrajes como prototipo de los conquistadores de la Península, así como de los constructores que los siguieron: «y alzaron, frente a los lóbregos y corpulentos castillos godos, aquellos palacios alados que parecen, más que hechos de piedra, hechos de espuma, en la hora en que a luz [sic] fresca del alba la bordan y decoran rayos tibios de oro y reflejos de nubes coloreadas». La misma dualidad, por cierto muy presente en la visión de España que tiene el arabismo romántico, sirvió a Martí para caracterizar el estilo de Pedro Antonio de Alarcón: «que une a la fiereza gótica en el pensar, tales donaires y centelleos en el decir que parece su estilo, como los palacios de Granada, obra de artífice árabe, realzada de mosaicos de colores, y de calados transparentes ajimeces». De Nuestra América: «Centenario de Andrés Bello. Un libro de Fausto Teodoro de Aldrey» (1881). En Obras completas, vol. II, p. 439. La sensibilidad y empatía que estas citas revelan se extendía a la esfera política, como señala Bernabé López García, «José Martí y el renacimiento árabe», Cálamo. Revista de Cultura Hispano-Árabe, Madrid, núm. 6 (julio-agosto-septiembre 1985), pp. 53-56. Agradezco a mis amigos y colegas Rosario Rexach y José Olivio Jiménez su asesoramiento respecto a Martí.

 

8

Cito los Cuentos de la Alhambra. Edición de José Antonio Gurpegui, traducción de José Miguel Santamaría y Raquel Merino. Madrid: Cátedra, 1996, p. 256.

 

9

Remito al vol. IV (1846), p. 84.

 

10

José Martí. Lucía Jerez. Ed. Carlos Javier Morales. Madrid: Cátedra, 1994, p. 130.