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Apuntes sobre el mito de los Abencerrajes y sus versiones literarias

María Soledad Carrasco Urgoiti





Debo, quizás, empezar explicando por qué el título que encabeza estas páginas refiere al mito y no a la leyenda de los Abencerrajes, cuya existencia es obvia. En parte, he querido transitar por textos que no siempre nos cuentan unos hechos, aunque siempre susciten respuestas emotivas, mediante un juego de sugerencias. Desde finales del siglo XVI, toda mención del célebre linaje nazarí lleva implícita una alusión a un hecho legendario luctuoso: la muerte que por orden de un rey moro se dio en la Alhambra a treinta o más miembros de esta noble familia. No sé si tal leyenda forma parte aún hoy de la información que comunican los guías a los turistas, o lo que sería más interesante, los padres a sus hijos pequeños cuando los llevan a visitar los palacios árabes, pero hace doscientos años no sólo se contaba, sino que en el supuesto escenario de la tragedia se producían escenas de histeria: los hombres expresaban rabia y las mujeres lloraban al contemplar una indeleble mancha en el mármol de la fuente donde se decía que fueron muertos los caballeros Abencerrajes. Así nos lo refiere, fingiendo indignación por la credulidad del pueblo granadino, el P. Juan Velázquez y Echeverría, en un curioso libro dialogado que puede considerarse la primera guía de Granada1.

Esta vigencia emocional que mantuvo, ya en la Edad Contemporánea, la evocación de un hecho que, de haber sucedido en el emplazamiento y con las características que se recuerdan, habría tenido lugar a finales del siglo XV, singulariza el tema legendario y lo inserta, o por lo menos lo acerca mucho, al terreno de los mitos. Sin ir más lejos en el Diccionario de la Academia Española nos encontramos, como tercera acepción del término 'mito', esta definición: «Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima», lo que evidentemente cuadra a toda aparición de un Abencerraje en el ámbito de la leyenda o de la literatura. Pero los antropólogos van más lejos y nos dicen que un mito, mientras está vivo, no es una simple ficción, pues condiciona la manera en que un pueblo primitivo se ve a sí mismo y por ende se comporta. En las sociedades civilizadas el proceso es otro, pero la visión mítica de un hecho histórico guarda una clave que de algún modo es relevante. En su forma más simple -nos dice Pierre Grimal- el mito «es la brecha abierta en la montaña por la espada de Roldán»2. Roldán moribundo, se entiende, tras la derrota de Roncesvalles. Cierto que el tajo de Roldán configura un paisaje, testigo perenne de un portento que convierte al héroe caído en deidad cuya muerte propicia la futura grandeza de Francia. Pero en otro sentido, también se verá anclado en el escenario físico de la tragedia el fin luctuoso de un linaje excelso, que es el núcleo de este mito granatense. Cierto que cuando va fraguando la fábula, la literatura está modulando de mil maneras el tema de la caída de príncipes. Pero sucede que este caso particular, al que aluden múltiples textos, arraiga en la oralidad, así como en la literatura, y traspasa fronteras de naciones, lenguas y épocas. El simple nombre Abencerraje llegó a ser proverbial y aquí vuelvo a la Academia para recordar algo que quizás sorprenda. En el diccionario oficial de la lengua se escribe con minúscula este apellido, que figura como sustantivo [com. = nombre común]. La respuesta podría ser que se trata de un gentilicio, aunque las referencias históricas y legendarias hablan de una familia o linaje, como si dijéramos los Mendoza, los Guzmán, o también los Omeya. La Real Academia da la siguiente definición de la voz 'abencerraje': «Individuo de una familia del reino musulmán granadino famosa en el siglo XV por su rivalidad con el linaje de los Cegríes y el partidario de aquella familia»3. La primera circunstancia definitoria es históricamente dudosa pues la enemistad a que se alude no ha sido recogida por la historiografía medieval4, aunque sí hay noticias en fuentes árabes y cristianas sobre las discordias en que intervinieron diversos miembros de la efectivamente poderosa familia Abencerraje. También hay datos sobre las ejecuciones de algunos de ellos, que fueron ordenadas en varias ocasiones por más de un monarca nazarí, aunque nunca por Boabdil, como refieren numerosas versiones literarias de la persecución que se abatió sobre el idealizado linaje, símbolo y cifra de las excelencias y del adverso destino que singularizaban al reino moro de Granada. Resulta evidente que la citada definición deriva, quizás por vía indirecta, de un libro que ni siquiera en el siglo XVII gozaba de crédito en cuanto fuente histórica, aunque se presentaba como tal bajo el título Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes, caballeros moros de Granada. Esta obra de Ginés Pérez de Hita, que se movía en ambientes mudéjares o propiamente moriscos, se publicó en 1595 y fue muy leída, dentro y fuera de España, durante tres siglos. Se la conoce por el subtítulo Guerras civiles de Granada, que en la acepción moderna de 'guerra civil' ('civil' significaba originariamente 'cruel'5) cubría por igual las novelizadas rivalidades de linaje entre nobles moros nazaríes que la realidad histórica de las disensiones que surgieron dentro de la propia familia reinante en el estado musulmán. Sin duda la grafía académica guarda relación con lo que la figura del caballero Abencerraje tiene de prototipo.

Tal ejemplaridad es fácil de demostrar, pues la voz 'abencerraje' figura también en el Diccionario histórico de la lengua española, y allí, además de las citas esperadas de autores del Siglo de Oro, encontramos alguna curiosa del XIX, que testimonia la vigencia que aún tenía la alusión al paradigmático linaje y el matiz de fortaleza física que llegó a adquirir: «Es usted un Cananeo, es usted un Abencerraje, un Hércules, un Sansón» replica irónicamente un personaje de Manuel Bretón de los Herreros a un hombre que presume de fuerte6.

A «aquellos Abencerrajes valerosos que pusieron pie en tierra de España» hacía referencia en 1882 José Martí7, que en su anhelo por la independencia de Cuba -que iba a costarle la vida- mantenía una actitud emocional contradictoria frente a España, y acaso se identificaba de un modo nuevo con una figura mítica cuyos atributos de heroísmo y refinamiento iban unidos irremisiblemente al destino de víctima. Para incluir a los Abencerrajes entre los conquistadores del reino visigodo, Martí pudo recordar lecturas de Washington Irving, quien mezclando historia y fantasía, habla de la ascendencia oriental, puramente árabe de estos ejemplares caballeros, y supone que a la caída del califato de Córdoba se trasladaron a Granada, donde se hicieron célebres, «estando al frente de los espléndidos caballeros que dieron lustre a la corte de la Alhambra»8. En la misma línea se sitúa Miguel Lafuente Alcántara, en cuya Historia de Granada (1843-1846), que también conocería el escritor cubano, el legendario linaje encabeza una lista de las familias que conservaban el temple heroico de las «razas primitivas de los árabes»9. Aun más importaba a Martí la dimensión artística de la civilización árabe, que recuerda en su única novela, cuando por boca de un personaje paradigmático afirma que fue en Granada donde «el hombre logró lo que no ha logrado en pueblo alguno de la tierra: cincelar en las piedras sus sueños»10.

Estas citas decimonónicas corresponden al ocaso del mito. Veamos cómo se había manifestado y desarrollado en textos literarios, a partir del comienzo de la Edad Moderna. Omito las menciones propiamente históricas que muestran el protagonismo de miembros de este linaje en la política y la defensa del reino nazarí, pues tal perspectiva ha sido cumplidamente explorada, utilizando fuentes árabes y cristianas, en los estudios de Luis Seco de Lucena11 y Rachel Arié12. Ambos historiadores documentan episodios en que algún Abencerraje o varios de ellos fueron ejecutados por orden de su soberano. Naturalmente, la pugna histórica fue cuestión de poder, y su interpretación novelesca girará en torno a la envidia y los celos.

Aunque en la España cristiana el interés por conocer la vida y las luchas dinásticas de Granada dará lugar a que se escriban un buen número de relaciones y diversos textos históricos, será en los romances fronterizos, con sus vívidos brochazos, finales truncados y abruptas transiciones, donde se refleje con más fuerza una fascinación ante el adversario musulmán que no excluía el afán de conquista. Recordemos el simbólico diálogo entre el rey castellano, prendado de Granada, y la voz femenina que la representa en «Abenámar, Abenámar». O los lamentos del rey moro que nos llegan en el romance sobre la pérdida de Alhama («Paseábase el rey moro»). Los últimos versos de este poemita introducen una alusión a la muerte de los Abencerrajes ajusticiados y una predicción de la caída de Granada, como si los hechos fueran a producirse en cumplimiento de la justicia poética. Estamos ante una interpretación emotiva de la historia, influida por elementos de tragedia: se ha introducido la figura del héroe sacrificado y la del monarca que ha de purgar su culpa.

A lo largo del siglo XVI, cuando la imprenta y la tradición mantenían vivos éstos y otros cantos alusivos a la desaparición del reino nazarí, ¿qué impresión causarían entre los moriscos, que vivían la paulatina erosión de sus señas de identidad? Y la misma población cristiana vieja de esas tierras y las zonas limítrofes, en que habitaban numerosos núcleos mudéjares, todos ellos representantes de una cultura fronteriza, ¿no reaccionarían emotivamente ante la irrevocable caída de fortuna de quienes fueron los adversarios, pero también los vecinos durante largos años de tregua, de sus padres o abuelos? Por de pronto, el Rey Chico -es decir Boabdil, en la nomenclatura occidental- se perfila como sujeto de lamentaciones en otro tipo de romance, el noticioso, que suele tener autor conocido13. En 1550 Alonso de Fuentes14, quien trata temas históricos de todos los tiempos refundiendo en estilo culto romances que corren de boca en boca, dedica sendos poemas a la captura de Boabdil en Lucena, que tuvo lugar en 1583, y a su salida de Granada el día que toman posesión de ella los cristianos. Más que el acontecimiento se canta la recepción de la noticia y las manifestaciones de un estado de decaimiento. «Junto al vado de Xenil / por un camino seguido»15 describe el llanto de los vasallos del rey apresado. Se lamenta «toda Granada / con grande llanto y gemido» y las mujeres se entregan a ritos de plañideras, mesando sus cabellos y arañándose el rostro. La pequeña obra maestra de la prosa narrativa que es El Abencerraje16 describe también un cuadro de lamentaciones colectivas en la capital del reino nazarí, pero esta vez viene provocado por la caída en desgracia, muerte y destierro de los Abencerrajes. Me parece que la coincidencia del motivo en textos coetáneos, con distinta temática pero un mismo protagonista plural, muestra una imbricación entre ambos planos que implícitamente apunta a la caída de Granada. Además, ofrecen un claro precedente dos romances cortesanos de Juan del Encina cuyo tema es el dolor de Boabdil desposeído17.

Para trazar la órbita del mito de los Abencerrajes es fundamental recordar que justamente esa historia de Abindarráez y Xarifa, a que acabamos de aludir empleando su más conocido título, define a la perfección la figura del moro sentimental. Sin embargo, la caída de fortuna y la muerte injusta, motivos básicos al mito, constituyen en El Abencerraje, no el punto de destino sino el de partida hacia una aventura en que los ideales de la caballería medieval se dan la mano con la plenitud del gozo y la belleza del Renacimiento europeo, y también con una visión positiva de la insoslayable dualidad de un pasado que en el ámbito peninsular enfrentó y acercó a cristianos y musulmanes. Eran muchos los que querían borrar la mitad de ese pasado, mientras otros lo preciaban en su totalidad, y entre éstos se cuentan las plumas sin nombre que crearon el modo literario que identificamos con el adjetivo 'morisco'. Entre tales poetas y prosistas fragua la exquisita novela corta en que se alcanza, no la homogeneidad de los nobles adversarios fronterizos, pero sí una armonía posible a un nivel de altos valores compartidos.

Los paralelismos temáticos de El Abencerraje con los romances de moros, tanto los épico-líricos como los de tono novelesco, saltan a la vista: guerra de emboscadas, escaramuza y duelo; el moro como sujeto poético por el que se expresa la casuística amorosa; el cautiverio como escollo en el proceso de amores; el recuerdo de momentos gloriosos en horas de desolación; la envidia que corroe el esplendor cortesano y subvierte la acción justiciera del monarca. Por otro lado, las circunstancias legendarias, adscritas a la Alhambra, de la decapitación de los Abencerrajes y la imborrable huella de su sangre no forman parte de la acción novelística, aunque sí entran en el relato de Abindárraez cuando habla de la acusación calumniosa y resultante condena de los suyos, sucesos que envuelven en un halo de adversidad, como sucede en tantos relatos míticos, la cuna del héroe.

El escenario de la tragedia se identifica en «Las partidas de la muy noble, nombrada y gran ciudad de Granada» [«Dezir quiero de Granada»]18, poema impreso en un pliego de cordel que presenta un paseo por calles y plazas comparable a una guía moderna. Al describir brevemente la Alhambra, el poeta menciona «...el quarto de los leones / do murieron los varones / Bencerrajes degollados». En el otro extremo del espectro cultural, pero dentro de la literatura descriptiva, se puede situar a Francisco Bermúdez de Pedraza, quien a principios del siglo XVII nos brinda el testimonio de que por entonces se hablaba y debatía sobre el preciso lugar en que fueron muertos los Abencerrajes19, lo cual corrobora que, cierto o falso, el hecho había entrado en el circuito de lo legendario.

En cuanto al enredo que suple una motivación al trágico desenlace, surge de modo gradual en el romancero nuevo. Curiosamente, sólo a través de dos glosas conocemos el poema o cantar que parece haber iniciado este desarrollo anecdótico, que se produce en el último cuarto del siglo XVI, cuando había tenido lugar el destierro de los moriscos del reino de Granada a Castilla. Se trata de un romance que, como veremos, Lope de Vega recordará en su teatro, y que se reconstruye a partir de «Entre los moros guerreros» de Lucas Rodríguez, reuniendo los dos últimos versos de las décimas que componen el poema:


Caualleros Granadinos
aunque moros, hijos dalgo,
.........................
con embidiosos intentos
al Rey moro van hablando.
.........................
Viendo que los fauorece
todo el Granadino estado,
.........................
hombres, niños, y mugeres
caualleros y villanos,
.........................
dizen que los Vencerrajes,
linaje noble afamado,
.........................
procuran dalle la muerte
para gozar su reynado20.



Todavía se trata aquí de una lucha de poder, pero la glosa ya añade el elemento novelesco: «Todos dizen a una boca / que la reina tiene amigos». Y sigue la pregunta y respuesta: «[¿] qué linajes [?] / dizen que los Vencerrajes/...». La versión que ofrece Pérez de Hita lleva como estribillo la frase «gran traición se va ordenando», y en este poema se empieza a concretar un proceso de novelización, que desarrollará ampliamente la peripecia de la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes:


Y a su Reyna tan querida
de trayción la han acusado,
que en Albín Abencerrage
tiene puesto su cuidado:
Gran trayción se va ordenando21.



Serán muchas las vueltas que dé en la posterior materia de Granada el motivo novelístico de la esposa calumniada. Las glosas que he comentado no refieren las trágicas consecuencias de la calumnia, pero no era necesario hacerlo, pues la muerte de los Abencerrajes en la Alhambra estaba en la mente de todos los públicos que escuchaban, leían o cantaban el romance, como también recordarían la rendición de Boabdil. Un desastre fictivo y otro real, que ya se enlazaban en el tan citado romance de la pérdida de Alhama. Y aunque no aduzco aquí citas de historiadores, he de mencionar unas escuetas palabras que escribió en latín Antonio de Nebrija, pues revelan la clara percepción que desde el primer momento pudo tener el humanista hispalense del hundimiento de una forma de vida que le era próxima y ajena. La traducción reza así: «se entregaron a sí mismos, y todas sus cosas, tan sagradas para ellos como profanas para nosotros»22.

Los romances moriscos noticiosos y los novelescos, que cultiva en especial Pedro de Padilla23, coinciden con la primera novela morisca en su evocación de la Granada nazarí como enclave en que las armas y la cortesanía se aliaban con una particular gracia expresiva y una aguda sensibilidad ante la belleza, especialmente la que se da en los objetos que el hombre fabrica para su defensa y deleite. Pero tales textos también muestran como contrapartida la discordia y la amenaza de extinción, que parece augurar el trágico destino de quienes mejor representan los valores de esa sociedad caballeresca. Quizás faltaba para que el tema alcanzase categoría de mito un detalle que alterara el orden natural de las cosas. Suplirá esta carencia la aparición del motivo folklórico ya mencionado de la mancha indeleble que marca el lugar donde se realizó el acto atroz24. Cuando Góngora visita Granada en 1585 y compone al año siguiente el romance descriptivo «Ilustre ciudad famosa»25, recoge esta tradición e integra la referencia en un amplio marco descriptivo, donde los trazos paisajísticos alternan con imágenes de una Alhambra trágica y suntuosa, «do están las salas manchadas / de la mal vertida sangre / de los no menos valientes / que gallardos Bencerrajes». Como en la obra de Pérez de Hita, que aún tardaría casi una década en aparecer, se recuerda el sacrificio de los mejores, al tiempo que la gala de esa corte cuyo recuerdo guardan las espaciosas salas, «do las damas y galanes / ocupaban a sus reyes / con sus zambras y sus bailes;».

Pocos años después Lope de Vega irá más lejos en su temprana comedia El hijo de Reduán26, cuando un personaje recuerde el hecho abominable: «...que no acaba / hoy de llorar Granada su tragedia, / pues con su sangre sus peñascos lava». Se ha producido una traslación de la fuente al entorno natural, cuyo colorido peculiar, ferruginoso, permite proyectar sobre el paisaje el portento de las indelebles manchas de sangre. Lope alude aquí a los mismos ríos -«uno es llanto y otro es sangre»- de la «Baladilla de los tres ríos» de Federico García Lorca, donde acaso siga latente el sustrato mítico, apoyado en los matices del paisaje27.

Durante las dos últimas décadas del siglo XVI se produjo un cambio cualitativo importante en el romancero. Se mantiene la temática de fiestas y cortejos, así como el énfasis en lo descriptivo, pero todo ello se utiliza como un particular lenguaje poético en que se expresa una emoción personal. En estos romances moriscos nuevos la figura caballeresca del moro llega a ser el sujeto lírico de un poema de amor, celos o despecho, en que la escena misma cuenta más que la acción, y caben el monólogo o la invectiva. Los jóvenes ingenios cortesanos, entre los que figura de modo preeminente Lope de Vega, cultivan en el anonimato este modo poético y desarrollan una técnica de signo manierista, en que el sentimiento se manifiesta a través de los detalles y la policromía de la estampa, descrita o sugerida, de un guerrero musulmán. Dado que los poemas se difundían como canciones y aparecían en colecciones llamadas «Flores de romances», el público alejado de los medios literarios ignoraba la motivación lírica o la referencia coetánea en que se fundaban. De este modo se popularizó una imagen estilizada de la Granada nazarí, percibida como quintaesencia de una cultura diferente, pero cercana y sugestiva, de cuyas facetas antagónicas a la propia se hacía abstracción.

En el conjunto del romancero morisco nuevo, la aparición del apellido Abencerraje es frecuente, unas veces porque se adjudica al protagonista, otras porque el linaje se destaca en un espectáculo de fiesta o de escaramuza. Este último enfoque da lugar a poemas de gran dinamismo que captan gestos airosos, reflejados también en la reacción inmediata de quien los contempla. Así en el romance «Afuera, afuera, aparta, aparta, / que entra el valeroso Muza»28, después de conocer las galas de la cuadrilla de jinetes Abencerrajes, los vemos lanzarse a la carrera y percibimos la fascinación que ejercen: «Atraviesan cual el viento / La plaza de Vivarrambla, / Dejando en cada balcón / Mil damas amarteladas». Momentos después «Las cañas se vuelven lanzas», pero al fin todo ha sido un desahogo del poeta, «Resultando del enojo / Una muy hermosa zambra».

No hemos mencionado los muchos romances que versifican la novela El Abencerraje o recrean alguno de sus momentos líricos. Entre éstos merece particular atención el que comienza «En la fuerza de Almería / se disimulaba Hacén, / Abencerraje hurtado / a la indignación del rey». No se trata esta vez de un poema anónimo, sino de una obrita muy característica de Góngora en que el dios Amor se disfraza con el «listado alquicel» del incógnito Abencerraje, para insinuar en el ánimo de la casi niña Celidaja la lección del «Carpe diem»29.

Desde que se publicó en 1595, la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes30 de Ginés Pérez de Hita, esta obra fue utilizada como un banco de datos sobre la materia fronteriza y morisca. Gracias a su popularidad, en cuanto libro de amena lectura, se mantuvo vigente hasta comienzos del siglo XX la visión estilizada de los últimos tiempos del reino nazarí que su autor ofrece. La historia de Granada, desde una inicial etapa legendaria hasta principios del siglo XVI, enmarca una recreación de una caballeresca corte, engalanada a la morisca, dentro de la cual se despliegan episodios amorosos, lances caballerescos y grandes cuadros áulicos, como las suntuosas fiestas de toros y cañas, o aquel juego de sortija precedido de espectacular entrada cuyo trofeo obtiene -preludiando el triunfo cristiano- el Maestre de Calatrava. Viene a poner su nota trágica en el brillante panorama la división interna de los moros de Granada, motivada por la animosidad de los Zegríes contra los Abencerrajes. En los últimos capítulos del libro, la acción novelesca, hasta entonces episódica, tiende a unificarse en torno al tema caballeresco de la acusación a la esposa calumniada, siguiendo la pauta de los romances que hemos comentado. Se cuenta con todo detalle la forma en que el rey celoso prepara, con la complicidad de los calumniadores, la masacre de los Abencerrajes. Los primeros en llegar son ejecutados en el Quarto de los Leones -así reza el texto, junto a una gran taza de alabastro. Gracias a un paje que da aviso a los restantes no se completa el exterminio. Adaptando un tema caballeresco muy difundido, la intriga culmina con un combate judicial en que un caballero moro y tres castellanos defienden, bajo disfraz sarraceno, la inocencia de la reina de Granada. Posteriormente ella abrazará la fe católica, y también se convertirán los mejores adalides nazaríes, movidos por el ejemplo de virtud y caballerosidad que ofrecen los monarcas y los nobles cristianos, en contraste con la atroz conducta de su propio soberano. En cuanto a los Abencerrajes, se susurra que murieron invocando a Jesucristo31. Este proceso espiritual no está desarrollado de un modo coherente, pero sirve para explicar la caída del reino musulmán y rehabilitar ante la sociedad española post-tridentina a las familias hidalgas de origen moro cuyas ejecutorias de nobleza fueron otorgadas por los Reyes Católicos durante la guerra de conquista o al final de la misma. Los últimos capítulos del libro recuperan el aire de crónica. Se cuentan los disturbios internos, los episodios finales de la campaña, las alteraciones en Granada y la rendición del Rey Chico.

Pasemos ahora al teatro. Lope de Vega compuso un ramillete de comedias que reflejan el enfoque y los estilos, así como la temática, de los géneros moriscos32. La más lograda quizás sea la inspirada por El Abencerraje, que lleva el título El remedio en la desdicha33. El texto dramático no adopta el orden que guarda la novelita al desvelar la historia, sino que incorpora a la acción parte de la experiencia recordada en la confidencia de Abindarráez cautivo. Así, ocurre en escena la dolorosa y liberadora revelación de que el protagonista pertenece a la sacrificada familia de los Abencerrajes, con lo que adquiere el derecho de amar a la que hasta ese momento ha creído hermana suya. De nuevo se reflejará la tragedia con visión retrospectiva en el relato autobiográfico, y servirá, como en la novela breve, para introducir en la genealogía del protagonista moro el motivo de la caída de fortuna. En algunas otras obras acoge Lope de Vega como elemento significativo de la caracterización dramática de la Granada nazarí el tema de la excelencia y la desdicha de los Abencerrajes. Un cruce de papeles se produce en El hidalgo Bencerraje, pues los amantes son cristianos y moro su valedor. No se prescinde del motivo de la ejecución de un inocente junto a la Fuente de los Leones, pero aquí se trata de una falsa noticia que podía resultar de efecto cómico, pues la audiencia sabe que la injusta sentencia no se ha llevado a efecto. En el protagonista de El cordobés valeroso Pedro Carbonero34 Lope retrata un guerrillero andaluz que hostiga a los moros, libra cautivos cristianos y muere combatiendo, poco antes de la caída de Granada. La intriga secundaria, muy imbricada con la principal, versa sobre la calumnia y orden de exterminio que se abate sobre los Abencerrajes. Prisión de los Bencerrajes y Envidia de la nobleza es el título de una posterior comedia morisca que funde elementos de la «Historia de Abindarráez y Xarifa», el romancero morisco nuevo y la obra de Pérez de Hita. En la tercera jornada y con importante intervención del gracioso, se desarrolla el tema de la calumnia y muerte de los Abencerrajes. La ejecución tiene lugar fuera del espacio visual, pero dentro del campo auditivo del espectador. Una variante jocosa del famoso romance «Caballeros granadinos», vertida en la jerga característica del morillo de comedia35 sirve para informar a personajes y público del hecho atroz que se está perpetrando. Ello da lugar a que patetismo y comicidad se proyecten de modo simultáneo, a través de la actuación de una excepcional figura del donaire.

Terminaremos nuestro recorrido dramático comentando la pieza anónima La honesta infamada y muerte de los Abencerrajes36, que podría calificarse de comedia morisca a lo divino, pues está centrada en el tema de las conversiones. Las del Abencerraje protagonista y la esposa del Rey Chico obedecen a una evolución espiritual. Uno de los caballeros castellanos de la obra de Pérez de Hita, don Juan Chacón, hace viajes de incógnito a la corte nazarí con el fin de dirigir y alentar los procesos de conversión. Desde las primeras escenas, el Abencerraje Albín es un criptocristiano que viste cilicio y procura llevar hacia su nueva fe a la reina mora. Aunque éste sea el único vínculo que los une, la devoción a la Virgen María les inspira palabras y acciones que se prestan a equívocos propios de comedia de enredo. Todo ello contribuirá a que tenga una motivación verosímil la calumnia de adulterio, que da lugar, como en las Guerras civiles, a que la defensa de la reina mora sea asumida en combate judicial por caballeros cristianos, en disfraz sarraceno. El elemento trágico entra de lleno con la muerte de los Abencerrajes, interpretada como un martirio. El desconocido autor debía conocer La envidia de la nobleza de Lope de Vega, ya que, como sucede en esta comedia, la ejecución no se ve pero en parte se oye, y a la audiencia le llega de modo reflejo la emoción que experimentan los personajes que en escena se percatan del horror que se está produciendo. En otros momentos, el Abencerraje de la comedia anónima personifica la fortaleza en la adversidad de forma que recuerda al mártir calderoniano, protagonista de El príncipe constante. Al mismo tiempo, la variedad de escenas espectaculares -duelos y escaramuzas, una zambra cantada y danzada, el desfile de los nuevos cristianos cuando abandonan la corte mora- presta a La honesta infamada el tono de las comedias conmemorativas que se representaban durante las fiestas patronales u otras solemnidades cívico-religiosas. En tales casos, podríamos decir que una figura literaria caballeresca se transforma en figura emblemática, que encarna la singularidad de lo español al fundirse en el paradigma del Abencerraje convertido los prototipos de moro y cristiano.

No debemos cerrar este recorrido por el Siglo de Oro sin mencionar una breve novela de Lope de Vega en que aborda el silenciado conflicto de los descendientes de esos moros ahidalgados, como decía Pérez de Hita, que se ven incluidos, mal que les pese, en la comunidad morisca. «La desdicha por la honra»37 se titula esta narración, cuyo protagonista vive entre jóvenes nobles españoles, sin que nadie sepa que desciende de moros y justamente de los Abencerrajes de Granada. Cuando se lo revela al Virrey de Nápoles, a quien sirve, en una carta de despedida que envía desde Turquía, ha renegado ya de la fe cristiana, a causa de que sus padres han sido conminados a expatriarse, sin que su nobleza les exima de la orden de expulsión. La respuesta del Virrey es invitarle a regresar, e incluso llegan a entrevistarse en la mar. Un sentido de la honra muy típico de los españoles de su momento ha llevado a este primer «último Abencerraje» a negarse a sí mismo. Tras varias peripecias, volverá a proclamarse cristiano y sufrirá el martirio. Sólo a la hora de la muerte, cuando ya el honor no impera, podrá un hidalgo cristiano nuevo, que lo es en la acepción religiosa y social de la palabra, reconstruir su identidad. Lope, ya viejo y dirigiéndose a Marta de Nevares, adopta un tono conversacional veteado de ironía al referir éste y los otros casos que componen sus Novelas a Marcia Leonarda. Sin embargo, burla burlando, nos da el envés de su recreación dramática de la frontera entre Castilla y Granada. No falta la amistad de un Abencerraje con un noble español, pero en la realidad del presente, cualquier posible «remedio en la desdicha» para este nuevo desdichado, había de pasar por la ignominia de ocultar su ascendencia en España, o su fe en Turquía.

Quizás deba mencionar, junto a tantas voces, algunos silencios. Escasas son las referencias al tema y en general al pasado moro en la poesía que fomentaban en los siglos XVI y XVII las academias -entiéndase tertulias de hombres de letras- patrocinadas por los Granada Venegas, nobles que, como es bien sabido, descendían de la última familia reinante en la capital nazarí38. Una excepción, que comentó don Emilio Orozco39, se encuentra en una octava del poema «Granada» por Agustín Collado del Hierro donde se recuerda la muerte de los Abencerrajes. Cuando el poeta describe el supuesto escenario, alude al «cristal sangriento» que bañó «las aras / aun ahora enrojecidas». En términos generales, se puede observar que alienta un fino sentido del paisaje en los poetas del grupo granadino, que cultivan una exquisita poesía descriptiva, a veces ligeramente hermética y frecuentemente volcada hacia el mito griego40. Aunque no sean exclusivas de estos ingenios, podríamos preguntarnos si tales preferencias no encontrarían un acicate en la situación de exilio interior que se había vivido en la Granada morisca y mudéjar, aunque no necesariamente por parte de quienes mejor expresan en su poesía esa huída a un recinto apartado, que se abre sólo a la naturaleza y el arte. Es un tono de época en que late quizás cierta afinidad con posturas vitales y tendencias poéticas que estuvieron presentes en un pasado musulmán, que ya no se asumía como propio.

En la trayectoria extrapeninsular de la materia de Granada, aparecen una y otra vez como dechados de cortesanía, adaptada a los criterios del momento de la escritura, los caballeros del reino de Granada. Se convierte en figura central la calumniada esposa del Rey Chico, cuando, dotada de la sutileza propia de una heroína de complejos «romans hispano-mauresques»41, se debate entre un amor extramatrimonial y la fidelidad conyugal. Larguísimas novelas heroicas del barroco y neoclasicismo francés, poemas románticos de toda Europa y de América, dramas, óperas, incluso «ballets», nos ofrecen un caleidoscopio de variantes del paradigma. La conversión es poco frecuente y en cambio va ganando terreno el conflictivo amor entre quienes no profesan la misma fe. Según el prototipo de moda en el momento, los caballeros del reino granadino serán presentados como los más exquisitos cortesanos, o los más irreductibles enemigos de la cristiandad, pero en todo caso su destino es ejemplificar la resistencia heroica frente a un destino adverso. Cuando en España se inicia el periodo prerromántico, un escritor francés aficionado a la literatura española, Jean Pierre Claris de Florian, renueva el género del «roman héroïque», dando mayor peso al contenido histórico, en su Gonzalve de Cordoue ou Grenade reconquise (1791). El patético relato de la muerte de los Abencerrajes, puesto en boca de una princesa mora, vuelve a dar vigencia a la leyenda42.

Al avanzar el siglo XIX y producirse la característica proliferación de revistas, surge el subgénero narrativo de las tradiciones, mientras nuevas tendencias poéticas modulan la gama de lo exótico. Paralelamente la literatura descriptiva, incluyendo los diarios de viajeros y las guías43, acogen la leyenda y especialmente el motivo de la indeleble mancha de sangre que marca el lugar de la ejecución de los Abencerrajes, bien se localice en el Patio de los Leones44 o en la Sala que adquiere el nombre del linaje sacrificado45. Los autores suelen explicar racionalmente la tonalidad rojiza de la piedra como efecto del óxido de hierro. Un viajero francés que recorrió España en 1878, confiesa con humor que se guardó mucho de contradecir al guía, cuando contaba el episodio y mostraba su huella, que parecía una mano sobre el fondo de la fuente en que fueron degollados los nobles moros46. Richard Ford, en cambio, valora el carácter mítico del motivo, y relaciona esta leyenda con otras en que se perpetúa el rastro de un crimen sangriento47.

El Diccionario geográfico de Pascual Madoz ofrece un buen ejemplo de ambigüedad en su forma de acoger la leyenda, acompañándola de un comentario negativo y abundante bagaje erudito. En esta obra de carácter científico, también se destaca, al describir los jardines del Generalife, el ciprés asociado a la leyenda de la Reina Sultana: «Se cuenta vulgarmente que los rivales de los Abencerrajes calumniaron a la esposa de Boabdil y supusieron que la habían visto a la sombra de este árbol entregada a los livianos amores con el caudillo Aben Amet. La altura estraordinaria del ciprés, su antigüedad y la tradición amorosa inherente a él, llaman la atención de todos los viajeros que han carcomido parte de su tronco arrancándole astillas para conservar memoria»48. El poeta Théophile Gautier, autor de uno de los libros de viaje por España más leídos49, dedicó al ciprés del Generalife un comentario irónico y un poema lírico en que la alusión a la anécdota se soslaya, pero de modo implícito envuelve el recuerdo50.

Se alcanza un hito en la trayectoria de la figura con Las aventuras del último Abencerraje de François René de Chateaubriand51. Se trata de un libro breve en que la nostalgia es asumida y aceptada como condicionante del destino individual. Hay que advertir que carece de un fondo histórico coherente con las realidades de la España de los Austrias, pero ello no importa mucho, ya que se plantea un dilema que puede darse en todos los tiempos. Abenhamet, un superviviente de los Abencerrajes que visita España, tiene un encuentro en la Alhambra con Blanca, descendiente del Cid Campeador. El amor que nace entre ellos supera los obstáculos derivados de sus opuestas perspectivas ante la realidad de los palacios árabes y lo que simbolizan. Es la cristiana quien muestra al joven que creció en el destierro la mancha de sangre que perpetúa el recuerdo de sus mayores. Cuando él besa el mármol, el pasado trágico y heroico queda asumido como condicionante de su vida futura. Aben Hamet y Blanca se guardan fidelidad desde la distancia y se encuentran año tras año, siempre para afirmar su amor pero también para ratificar la lealtad de cada uno a la tradición heredada. Desaparece el último obstáculo que la sociedad pone a su unión cuando el moro se gana, como es de rigor en la novela morisca española o francesa, el respeto y amistad del caballero cristiano -en este caso hermano y dueño de los destinos de Blanca-. Pero los enamorados no pueden renunciar al vínculo con el pasado, y se despiden definitivamente.

Cualquiera que fuese la correlación entre el proceso de amor y renuncia que en la obra se despliega y el que vivió por entonces su autor, al plasmar la creación literaria el esfuerzo heroico se interioriza. El pasado legendario, identificado con la belleza del palacio árabe, impone su sello en la vida del personaje que asume su herencia espiritual. Quizás la renuncia de los protagonistas al matrimonio mixto y al conato de sincretismo cultural y religioso que implica, apunte ya hacia el radicalismo de la posición conservadora que el autor de Le Génie du Christianisme adoptaría en su edad madura. Literariamente, dio en este caso con una veta de oro. En Granada le cautivaban las huellas de dos civilizaciones que en suelo español y en la Edad Moderna resultaron incompatibles, aunque los Abencerrajes de la leyenda significaban un movimiento de aproximación. Interpretando esta línea a la luz de sus recuerdos personales y sumándole el tema romántico de la vuelta del desterrado, el escritor logra forjar un nuevo caso de parcial superación de los antagonismos heredados. Moldea esa materia desde una postura, transigente en lo accesorio, pero irreductible en cuanto atañe a la identificación de un hombre o de una mujer con sus raíces. El mito vuelve a tener validez, pues encarna ahora un conflicto siempre posible.

Washington lrving, autor importante por su obra y su influencia, se asignó a sí mismo la misión de desmitificar la materia de Granada, aunque al mismo tiempo creó una nueva variante de evocación, nutrida por sabias lecturas pero regida por la fantasía. El punto de partida fue una inmersión juvenil, propiciada por la lectura de Pérez de Hita52, en el ámbito caballeresco de nobles moros y cristianos, que compiten en bizarría y generosidad, al tiempo que los primeros despliegan sus galas exóticas en un lugar de la tierra privilegiado. Hay que mencionar también la influencia, en la etapa inicial, de Florian, y un primer contacto, a través de Las mil y una noches, con la literatura oriental. La primera visita de Irving a Granada tiene mucho de peregrinaje, y afortunadamente se ha conservado el testimonio directo de sus emociones en la carta que escribe a una amiga: «Prometí escribirle una carta desde la Alhambra; he huido del ruido y bullicio de la posada, ... Es la hora en que se acerca el crepúsculo de un día caluroso, el sol se refleja sobre las torres que dominan este patio y una luz suave se extiende por sus columnas y mármoles de sus salas. La fuente se encuentra ante mi vista, siempre memorable desde el día trágico de la muerte de los valerosos Abencerrajes. Acabo de disolver mi tinta con sus aguas; aquí me dispongo a componer una carta frívola en el mismo lugar en que se desarrolló una atroz matanza»53. Curiosamente se queja de que le perturba el jolgorio que le rodea, cuando quiere conjurar los fantasmas del pasado. La superación de este rechazo inicial será la clave de su originalidad, ya que cuando realice su obra en torno a Granada, logrará armonizar el hecho histórico, plasmado en el paisaje y reinventado, con la captación de lo popular y pintoresco que le ofrece el entorno coetáneo.

Las lecturas de fuentes históricas y literarias que realizó con vistas a su biografía de Cristóbal Colón y sobre todo a la muy documentada Chronicle of the Conquest of Granada (1829), habían hecho del joven escritor y viajero norteamericano un erudito especializado en los últimos tiempos del reino nazarí, pero como hombre de letras su vena no era la del historiador sino la del fabulador. Para él, la caída de Granada constituye un emblema de mutabilidad, e incluso las pérdidas de plazas que anteriormente sufren los moros se tratan como signos de un destino adverso54, que convertirá en paraíso perdido la tierra donde sus mayores desarrollaron su genio constructor y poético. El rey Boabdil será la figura central de esa particular visión de los nazaríes, en el tránsito hacia la vivencia del destierro. Por ello, en The Alhambra. A Series of Tales and Sketches from the Moors and Spaniards (1832) Irving analiza, deslindando historia y ficción, la leyenda de la muerte de los Abencerrajes e impugna con datos la atribución de tal hecho al último soberano de Granada55. Lo hace con sinceridad, en cuanto historiador, y con coherencia, en cuanto autor de ficción, ya que el prestigio del desposeído es esencial para verlo como figura representativa de un destino con el que se puedan sentir identificados hombres de otras generaciones y culturas56.

Sería posible seguir las peripecias de los Abencerrajes decimonónicos españoles en su periplo por novelas, dramas, relatos legendarios y poemas románticos, entre los que destaca por su dimensión, ambición y diversidad la obra de José Zorrilla. Pero el tiempo nos falta, y por otro lado los miembros del legendario linaje aparecen como personajes escasamente diferenciados, dentro de la recreación de la España musulmana57. Su capacidad de símbolo parece haberse agotado, si bien se ofrece aún a los visitantes el relato de su exterminio. En torno al comienzo de siglo, algunos modernistas, como Francisco Villaespesa, siguieron envolviendo a los prototipos nazaríes en nuevos ropajes y sonoridades, que integraban con los viejos tópicos impresiones subjetivas de arte y paisaje e incluso el impacto de las condiciones del entorno en la estación o la hora del día que ambienta el poema. A ello podía aliarse un tinte exótico conectado con el decadentismo58. Hay que añadir que entre los principales escritores de nuestro siglo se produjo una reacción de silencio, como correctivo de los excesos en que incurrieron tantos autores decimonónicos, representativos del post-romanticismo. También llegará la parodia, que está presente en la poesía juvenil de García Lorca y su entorno59. Hoy en día, el mito de los Abencerrajes pertenece a la historia de la literatura. También puede merecer la atención de los etnólogos, aunque sobreviva solamente como el eco, anclado en el matiz de unas piedras, de un sangriento sacrificio, que según la recreación legendaria de la historia, se produjo como augurio del fin de una era.





 
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