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Aquel niño de la calle Cano

Manuel Herrera-Hernández

Asociación Internacional de Hispanistas (AIH)

La casa número de la familia Pérez Galdós tenía un frontis estrecho, en lo alto un balcón con celosías pintadas de verde y, junto al balcón, una ventanuca. Abajo otra ventanuca y el portón del zaguán con el clásico postigo y campanillas cuyo repique anunciaba la llegada del visitante. En su hogar de Las Palmas, en esta calle del Cano, número 33, Sebastián Pérez Macías y sus hijos permanecían en silencio expectante. En una de las habitaciones bajas a la derecha del patio, en la tercera, tenía lugar el parto de Dolores Galdós Medina. En el piso alto se oía el ritmo acelerado de los pasos de Teresa, la sirvienta, que seguía las órdenes de la matrona. A continuación, se percibía el roce de la falda al correr escalera abajo hacia el patio llevando palanganas con agua hervida y caliente. Así hasta que se oyó un grito de la parturienta que llenó el silencio y, detrás, el vagido de un recién nacido. Era cerca de las tres de la tarde del miércoles 10 de mayo de 1843. El niño era el décimo hijo del matrimonio de edad madura formado por don Sebastián Pérez Macías, de cincuenta y nueve años, teniente coronel del Regimiento de Las Palmas, y doña María de los Dolores Galdós Medina de cuarenta y tres años. El bautizo se realizó dos días más tarde en la parroquia de San Francisco de Asís de Las Palmas y su hermano Domingo, de diecinueve años, fue el padrino en la ceremonia del bautismo. El nombre del niño, Benito, se le puso como su tío, hermano de doña Dolores Galdós, fallecido en 1837.

En contra de su mejor deseo, «mamá Lola» incluso permitió tolerar el cuidado de las hijas, especialmente Carmen y Concha, porque el niño parecía prosperar mejor bajo el cuidado de sus hermanas, particularmente de Carmen. A pesar de todos esos cuidados el desarrollo ponderal de «Benitín» fue lento. En la psicología de Benito Pérez Galdós influyó la edad avanzada de sus padres, sobre todo de su padre, cuando nació. A esto se añadió que era el menor de los hijos y que fue muy mimado por las numerosas mujeres de la casa. También la prolongación de la lactancia materna durante más de tres años, como confirmó su hermana doña Tomasa cuando tenía noventa años, y una madre severa que establecía en el hogar su voluntad en ley. Cuando Benito tenía diecinueve años escapó de ese dominio y bien podría servir esto de explicación de la vida desordenada que llevó en Madrid. A ese ambiente familiar se unía el hecho de que Benito era un niño enfermizo. «Me crie malucho siempre, padecía unos catarros que me ponían a la muerte». Benito padecía asma bronquial. En la personalidad asmática infantil se añade la ansiedad, tanto del niño como de la familia, la sobreprotección, la falta de confianza en sí mismo y la timidez.

En su primera infancia jugaba con todas sus hermanas, pero sobre todo con Manuela, Dolores y Carmen y, en ocasiones, Ignacio, en el patio primero de la casa en donde tenía su madre las macetas de barro cocido. Ya en la tercera infancia, sobre todo después de los ocho años, acompañaba a los hermanos en escapadas sin permiso de la severa doña Dolores y atravesaban las tapias de las ruinas del convento de las Bernardas que daban paso a las huertas de San Lázaro y al humilde barrio de pescadores de la Vica, que es la actual calle de Domingo J. Navarro. Para sus compañeros de juego Benito era un niño tímido, enfermizo y torpe por lo que ellos le evitaban ser una víctima fácil durante los juegos. «Yo era tan flacucho, tan débil que si tomaba parte en cualquier juego ya no había otra víctima». Los compañeros consentían la presencia de Benito en sus heroicas hazañas porque era un simple espectador. Sin embargo, les desconcertaba que un niño, que tan evidentemente se entusiasmaba con las manifestaciones de audacia y agresividad de los amigos, permaneciera con una actitud tan achicada y sumisa.

 A Benito le agradaba estar sentado en las rodillas de su padre oyendo las historias patrióticas de las unidades canarias en la Península, durante la Guerra de la Independencia, conocidas luego como la «Granadera Canaria». El capellán del batallón era su tío Domingo y el padre, Sebastián Pérez Macías, formaba parte del batallón como subteniente de la segunda compañía. Don Sebastián le relataba a su hijo Benito los avatares del viaje de la Granadera Canaria, descritos en el diario titulado «Expedición a España del batallón de granaderos de canaria», que redactó su hermano Domingo, y que él luego completó con cinco folios manuscritos en las «Notas del Diario». Entonces estas historias abrieron su imaginación y Benitín deseó ser tan buen patriota como su padre y su tío. Cuando no podía pasar estos apasionantes momentos con su padre pasaba las horas de juego con una gran colección de figuras hechas de papel y, otras veces, con tela. Sus hermanas Dolores y Tomasa le enseñaron otras actividades que ocupaban los ratos de ocio. Dolores le enseñaba a tocar el piano y le leía poesías con delicadeza. Benito fue un aventajado alumno de piano, pero habitualmente dirigía su imaginación hablándole a las figuras que había hecho. Un día recortó una figura de hombre en papel y lo pegó en la puerta principal. Aquel monigote tenía un perfecto parecido con Pepe Chirino, el tosco novio de la sirvienta Teresa, y, como casualidad increíble, recibió alabanzas de mamá Dolores por su habilidad artística.

 Pero la infancia de Benito no disfrutó siempre una actitud familiar complaciente. Con el tiempo se vio obligado a someterse a la disciplina inflexible que «mamá Dolores» imponía. Sus caprichos fueron desapareciendo ante la autoridad materna y aprendió a comportarse con los consejos juiciosos de su hermana Carmen. Sin embargo, mamá Dolores pensaba que los pasatiempos no justificaban que su hijo no adquiriera una educación formal en un colegio. La escuela de las «Migas» (aféresis de amiga, maestra) corregiría su conducta. El médico don Domingo J. Navarro, en su obra «Recuerdos de un noventón» dice que solo existían dos escuelas en la ciudad, situadas en Vegueta y Triana, y que ninguna era buena y que se trataba mal a los alumnos. En 1848, cuando estaba en la edad del primer estadio de la enseñanza escolar, fue a la escuela de doña Luisa Bolt (Balls, según Chonon Berkowitz) de origen británico. Esta «Miga» estaba en la cercana calle de los Malteses. Allí se inició en el estudio del inglés que, más tarde, continuaría con Adriana Tate cuando llegó de Cuba en marzo de 1850. Para terminar su instrucción primaria Benito asistió a la «Miga» de las niñas de Mesa. Esta escuela estaba en la casa marcada con el número 43 de la calle Carnicería, actual Mendizábal, enfrente de la calle Montesdeoca, y allí iba Benito cada día cuidado por la sirvienta Teresa. Allí en esta «Miga» impartían la enseñanza primaria, como maestras sin título, una familia constituida por tres hermanas solteras llamadas Belén, Bernarda y Rafaela y por un varón, don José. Estas maestras eran tías del periodista y literato Rafael de Mesa que sería secretario de Galdós y quien también le asistió en su muerte. Benito en las clases era obediente y aplicado pero, como niño tímido, procuraba no asistir a las clases con el apoyo de sus hermanas. Frecuentemente decía que la escuela estaba lejos y tenía que caminar mucho desde la calle del Cano y pasar por el puente que separaba los barrios de Vegueta y Triana. Otro recurso frecuente era caer en la corriente fangosa al cruzar el puente inseguro para ir a las Migas. Él sabía que la limpieza personal era una manía de «Mamá Dolores» y, considerando el tiempo que tardaría en lavarle, no siempre sería posible que estuviera presentable para que le obligaran otra vez a volver a las «Migas».

Más tarde, a principios de junio de 1851, la familia Pérez Galdós, a causa de la epidemia de cólera, tuvo que protegerse en Santa Brígida en su posesión del Monte Lentiscal «Los Lirios». Allí Benito jugaba con sus hermanas pequeñas Dolores y Manuela y también con su prima Sisita. Y con su imaginación de ocho años, construyó una pequeña ciudad medieval con trozos de madera, yeso, cartón, masilla, pegamento y trozos de cristal que, cubierta por una urna de cristal, siempre presidió el salón de la vieja casa construida en las laderas occidentales de la Montaña de Los Lirios.

Benito Pérez Galdós completó los años de preparación necesarios para ingresar como alumno interno en el Colegio de San Agustín. Con catorce años inició estos estudios de Secundaria en el curso 1857-1858. En el Colegio de San Agustín, que era el único centro de enseñanza secundaria de la Ciudad, Benito cursará el bachillerato de 1857 a 1862 sin mucha brillantez. Benito seguía con su conducta tranquila, incluso en el recreo, y encogido en clase con posturas laxas. Por su habitual falta de atención recibía reprensiones de sus maestros. En vez de estudiar, hace caricaturas del profesor o de sus condiscípulos, dibuja, compone versos satíricos, es un inagotable lector y se inicia la vocación de escribir. En los inicios de su creación literaria vemos influencia de Cervantes, Dickens y Alejandro Dumas. Pero, algo que influiría en su vida, fue el magisterio de Graciliano Afonso, Teófilo Martínez de Escobar y otros profesores en los que Benito Pérez Galdós, siempre observador, aprendió el espíritu liberal, el humanismo, discutidas referencias clericales y el modo de expresión literaria que pretende representar fielmente la realidad. Los géneros literarios incluidos en la obra de Benito Pérez Galdós son el conjunto de obras dramáticas, la poesía y el género literario constituido por la novela corta y el cuento. Como autor de obras dramáticas escribe Quien mal hace, bien no espere (1861) y como actividad poética compone tres poemas, El pollo (1862), El nuevo teatro (1861-1862) y La Emilianada (1862). Además, como narración breve de cuento Galdós escribió con rasgos cervantinos Un viaje redondo por el bachiller Sansón Carrasco (1861), así como El sol (1861-1862), Un viaje de impresiones (1864) y Tertulias de El Ómnibus: Yo y mi criado Bartolo. Finalmente escribió para los periódicos de Las Palmas, publicando en El Ómnibus en 1862, y retrató en un periódico manuscrito, La Antorcha, lo que se discutía en las tertulias de su ciudad natal. Asimismo, en esta época, obtiene un accésit en la Exposición provincial de Bellas Artes inaugurada por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria por su obra «Boceto sobre un asunto de la historia de Gran Canaria». 

El 2 de septiembre de 1862 solicitó su admisión a los exámenes de reválida en el Instituto de Canarias (La Laguna) examinándose los días 3, 4 y 5 del citado mes. El 6 de septiembre se tramitó la certificación relativa a su título de Bachiller en Artes. Entonces embarcó para Cádiz, desde Santa Cruz de Tenerife, en el vapor «Almogávar» el 9 de septiembre. Al llegar a Madrid su amigo desde la infancia Fernando León y Castillo le llevó a su misma casa de huéspedes.

Decía Rabindranath Tagore que el genio no se entretiene en arrancar flores para guardarlas. Sigue caminando y las flores alegrarán su camino.