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Archaeus

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

Incontestadas como son muchas cosas para el entendimiento de quienes no les da la cabeza de un miembro importante del ayuntamiento o de un comisario de policía -aunque estos son generalmente hombres que entienden todo.

Al menos cuando se trata de la expropiación de un gallinero, de infundadas de respeto en el ciudadano carnicero con medidas falsas, hombres más mañosos que los dos arriba mencionados desconozco. No obstante nos parece -se entiende que no imponemos a nadie la opinión- que, a parte de las balanzas torcidas y los gallineros en las callejuelas, también existen algunas materias, de una importancia secundaria en verdad, como por ejemplo la filosofía, la poesía, las artes, todo cosas que escapan a la perspicacia de los susodichos señores, pero cuya existencia no se puede negar.

Se ve que el autor quiere empezar desde el comienzo. En verdad, el mundo tal como lo vemos no existe nada más que en nuestro cerebro. Nadie negará que haya distinción entre ganso y perro. La mirada del perro es inteligente, él entiende de este mundo una porción mucho mejor que la del ganso; sin embargo ambos seres tienen ojos y cerebro. El mundo no es como es, sino como lo vemos; para el ganso, como lo ve él, para el perro lo mismo, para el miembro del ayuntamiento -para Kant lo mismo-. No obstante cuánta diferencia hay entre los ojos de cerdo del sobrentendido miembro y la mirada honda del sabio de Königsberg.

¿Qué es la verdad? ¿La vista clara de un ganso o la apenas entrevista como por una tiniebla de Kant? En verdad, he aquí una cosa extraña. El primero distingue claramente los granos de maíz de la grava amarilla, él nada con certeza sobre el agua, mide a ojo las distancias a las que puede llegar y no tiene ningún tipo de lástima ante una oca en la época de la virginidad. El segundo olvida comer, queriendo saltar sobre un hoyo cae en medio de él, y las hermosas vírgenes -o no vírgenes- pasan junto a él sin que levante los ojos.

Sin embargo nosotros presuponemos que el filósofo es más tranquilo que un ganso, más aún en los problemas de ese hay mucha más verdad que en las seguridades de este.

Un signo es que para una gran mente, todo es problema, mientras que para 75 pizcas de cerebro todo es seguro.

Es sabido que la regla pitagórica de la geometría se llamaba el puente de los burros. El puente de los burros que tienes que pasar en cualquier pensamiento más hondo es: que no podemos entender el mundo en sí, y que toda su explicación es la explicación de unas reacciones de nuestros cerebros y nada más lejos. El mundo en sí resulta ser un problema dentro del cual se extravía algún rayo débil, algún destello que el pensador profundo lo pone atónito sobre el papel, el cual, leyéndolo, nace en las paredes de su cabeza aquella resonancia larga que hace que veas en verdad que mundo y vida son un sueño.

Pero, como dije, todas estas cosas son pequeñeces para un miembro del ayuntamiento. La vida tiene para él sentido solo porque percibe la tasa de inscripción en los registros de estados civiles, la muerte en cuanto que percibe una tasa por el sepelio y porque añade con uno el número nacidos y de muertos. El miembro del ayuntamiento no ve en estos hombres nada más que individuos tributables, el comisario - individuos que tienen que ser vigilados para que no se roben unos a otros y que respeten las normas.

Tras este manto de hombres siguen los enseñados de la palabra. Estos preguntan siempre quid novissimi? El libro más nuevo es para ellos el mejor. Ellos leen mucho y tienen en su cabeza una multitud de definiciones, fórmulas y palabras sobre cuya verdad no se duda nunca, porque no tienen tiempo de dudar. Les llamo de la palabra porque su sabiduría consiste en palabras, en las cáscaras de unos razonamientos que su memoria guarda. Porque un razonamiento es un acto, un terremoto de los nervios. Cuánto más tiemblen los nervios tiemblen, más libres, tanto más claro será el pensamiento. Para ellos este acto, que el pensamiento extraño se repita exactamente en sus cabezas, no se produce, porque la multitud de lecturas y el cansancio del cerebro no lo permiten. Lo leído pasa como unas cáscaras muertas en el granero de la memoria, de donde sale a la luz después todo con la misma forma.

Y yo por mi parte pienso así: cualquier cosa que ha pensado un hombre solo, sin que lo haya leído u oído de otros, abarca una semilla de verdad. Por eso los libros viejos, que los hombres no escribían solo porque sí, solo por escribir, sino porque habían pensado algo les oprimía el corazón y querían decírselo a los demás, los libros viejos yo los leo y encuentro entre cosas abstraídas unas semillas de luz que luego retengo en la memoria.

Así un día estaba silbando desde la ventana abierta, había nieve y era hermoso afuera, cuando he aquí que veo pasando a un anciano con un gabán largo a la espalda y con el sombrero con los márgenes muy extensos. Lo vi entrando en el Navío de Noé. Este Navío es una tasca donde se encuentra buen vino húngaro. Allá tenía también yo mi mesa originaria y por la tarde, cuando me cansaba de la lectura y la escritura, iba a mi mesita del rincón del navío y me parecía que me hacía de nuevo niño, que estaba en el tiempo de Sim, Ham e Iafit1. Cuando vi entrando al anciano dije: «¡Qué diablos! a este no lo vi nunca... ¿vamos a ver quién es?». Cogí el sombrero del perchero, bajé veloz las escaleras y fui al navío.

Entró adentro... el anciano -a mi mesa-. El navío era un cuarto grande, abovedado y lóbrego en el que también de día ardía la lámpara. El anciano era interesante. El pelo de la cabeza era blanco, afeitada completamente la cara, ojos pardos, grandes y penetrantes, luego olía de lejos a tabaco y a mí me han gustado siempre los hombres que huelen a tabaco.

Le di las buenas tardes y me puse delante de él, porque estaba en mi derecho de sentarme en mi mesa. Él se incorporó un poco, pero no dijo nada. Después empezó a golpear en la mesa con sus dedos largos y delgados y silbó entre dientes... Era una impropiedad... pero ahora yo callaba; porque, por muy indecoroso que hubiera sido, la aria era de una belleza rara... era delgado como el zumbido de abeja, pero te parecía que en su boca se hubiera colocado un virtuoso del violín largo como un palmo y, sobre un violín como la corteza de una avellana, cantaba suave y hermoso, que te habrías enamorado de él... Luego calló y de nuevo empezó a golpear con sus dedos largos, de modo que su mano me parecía una telaraña grande, que juega temblorosa.

-Perdóname, señor Doctor -dije yo abrochándome la capa por delante-, pero a mí me parece que la aria esta que has silbado ya la había oído en algún sitio... y quisiera preguntarle...

-La aria la ha oído en su cabeza -dijo él-, cuando limpiaba las botas de Beethoven.

-Perdóneme, señor, pero ni siquiera tuve el honor de conocer a Beethoven.

-Qué sabe usted, si le conoció o no. Yo le digo que le conoció... Yo le digo que le limpió las botas, y basta.

«¡Qué diablos! está loco el viejo este, pensé yo».

-¡Qué diablos! Está loco el viejo este -dijo él guiñando el ojo e imitándome la voz exactamente. Después añadió-: ¡Camarero! Vino húngaro de cinco años, embotellado bien... rápido. Vamos, muchacho, añadió él, no es verdad que el primer pensamiento que te vino a la mente a mi respuesta fue: «¡Qué diablos! está loco el viejo este». Ves tú, ¡eso quería saberlo!... El hombre es como un violín... si pones el dedo en un lugar sobre la cuerda, suena de una manera, en otro sitio, de otra, pero un violín se parece a otro. Hoy me siento dispuesto a hacer filosofía y qué bien que te encontré, muchacho, porque a mí me pareces un hombre inofensivo y que se asombra, y el asombro es la madre de la sabiduría.

Yo quedé boquiabierto. El anciano me miró y empezó a reír.

-Dime muchacho -si puedes- una cosa imposible y una idea imposible.

-Una cosa imposible es que yo hubiera limpiado las botas de Beethoven, que murió ya hace muchos años, y una idea imposible es que algo que sea y que no sea a la vez.

El camarero trajo el vino pedido, el anciano me llenó un vaso a mí, otro a él, que bebió de un trago.

-Escúchame, muchacho, tú eres un simplón -dijo él-. ¿Has oído alguna vez sobre Archaeus?

-No.

-¿No? Ahora bien, Archaeus es la única realidad del mundo, todas las otras son pequeñeces - Archaeus es todo.

-¡Ptiu! ¡Pero hombre!, tío, con todo tu Archaeus... Como veo, quieres tomarme el pelo. ¿Quién es Archaeus?

-¡Ssut! Calla, muchacho... Todo a su tiempo. En seguida te diré quién es Archaeus, pero primero bebe el vaso de vino y escucha las siguientes palabras del anciano. Pensamientos imposibles no existen, porque, una vez que un pensamiento existe, ya no es imposible, y si fuera imposible, no existiría. ¿Qué es imposible? Te pondré en seguida una multitud de problemas. Las condiciones a cualquier posibilidad están en nuestra cabeza. Aquí están las leyes extrañas a las que la naturaleza tiene que someterse. Aquí está el tiempo con sus reglas matemáticas, aquí el espacio con sus leyes geométricas, aquí la causalidad con su necesidad absoluta, y si borras estas... también un sueño profundo las borra por unas horas... ¿qué sentimiento nos queda durante este intervalo de olvido? Nada. Y sin embargo llegan momentos en la vida en los que estos tres elementos de nuestra mente, estos cajones en los que metemos un mundo desaparece por un instante... es verdad solamente como un relámpago, desaparece o en parte o en su totalidad y te quedas como ante unas maravillas y te preguntas... así como el hombre que había creído que todo lo que ve es justo tal como es... qué puede significar eso. Cuando miras una fisonomía extraña, te viene por sí sola la pregunta: ¿cómo demonios puede pensar este hombre? Porque la falta de uno de los cinco sentidos, aunque aparezcan más tarde, modifican radicalmente el mundo del pensamiento.

-¿Cómo es posible? Precisamente el mismo Beethoven compuso música cuando había perdido el oído.

-Sabía que me ibas a objetar esto. Sí, Beethoven compone la ópera Fidelio después de que hubiera olvidado desde hace mucho la naturaleza de las voces humanas... él escribe música para las voces como cree él que tendrían que ser y te encuentras frente a una ópera que te parece que se escapa a tus ojos... que la miras con el binóculo del revés... y la verás lejos, lejos, en lo profundo del pensamiento de un hombre, algo extraño que pareces no entender bien, hasta que te das cuenta de que son las imaginaciones de un sordo acerca de la voz humana, cuya naturaleza normal él la había olvidado o tenía solo una reminiscencia débil acerca de ella. Pero imagínate que todos los hombres tuvieran en sus orejas solo una reminiscencia de memoria como aquella de Beethoven... toda la ópera se acerca evidente, al igual que cuando la miras con el monóculo colocado normalmente en el ojo... y se acerca tanto que toda la escena se te mete en la cabeza y oyes la ópera aullando en tu cráneo desierto, con bosquecillos, con prisiones, con actores, con actrices, con todo. Cómo será la cabeza de un hombre que tiene una ópera o un drama dentro, con sus hombres interesantes, luz de lámparas, con las telas pintadas, con completamente todo en su cabeza... Un teatro entero en el que su alma, acurrucado en un rincón de la sala, es el único espectador.

-Bien. ¿Pero por qué no creer que la hechura normal del hombre es la explícitamente hecha para ver la verdad?

-¿Por qué? Porque precisamente esta hechura normal no es una ni la misma -siempre habrá pequeñas distinciones; dónde además si las distinciones son grandes, tenemos otro mundo-. Pero continúo. No sé si alguien se soñó alguna vez elástico... que puede crecer, se puede hinchar, se puede contraer. Si a semejante hombre no lo despertara nadie del sueño, él viviría una vida entera con un mundo real y palpable, porque en el sueño se palpa igual de bien que despierto... es decir, no falta ni este control, el más seguro, el de la realidad... Y este hombre se contraería en un tahúr que gritaría a los hombres de la callejuela para que se den cuenta de su presencia y no le pisen, o adelgazaría en una pértiga con barba inglesa y con el sombrero alto, o engordaría como un bodegonero bávaro... pasaría por mil figuras él mismo y, si durmiera toda su vida, ni se le pasaría por su mente dudar que esta es su naturaleza, que de otro modo no puede ser y que todo tiene que ser como es... Si se despertara poco antes de morir, creería, por contra, que adormeció y que sueña. Un mundo como no mundo es posible, ininterrumpida siendo de otro orden de cosas. Existen muchos hierbajos que, aportando una pequeña modificación del órgano de la vista, crean ante el hombre otro mundo. Una bebida preparada de una esponja aumenta las proporciones de las cosas. Una paja parece grande como un travesaño y el hombre, en la reminiscencia de la figura que tuvo antes de esta, salta encima de un hilo de paja del camino. Un trigal se transforma en un bosque de oro, los hombres se convierten en gigantes y puede que el cuento viejo, que antiguamente los gigantes habitaban la tierra, dependía de la construcción de los ojos de aquel entonces y no de su tamaño objetivo o, más exactamente, del tamaño en el que refleja nuestro ojo de hoy los hechos humanos. ¿Cuál es el criterio de la realidad? Sobre los ojos ya no hablemos... Quién no sabe con cuanta realidad, con cuanta verdad se presenta en el sueño los rostros conocidos, jardines, casas, calles; la oreja oye música agradable y la mente se acuerda como que ha oído una vez esta música... Un amigo se muestra... él ha envejecido, algunos pelos blancos tiene sobre la cabeza... la mente le compara con la reminiscencia que tenía sobre él, y la imaginación de cómo fue y la visión concreta de cómo es nos arranca el arrepentimiento: «¡Cómo cambió este hombre! ¡Oye!»... En estado de locura todas las ideas son de una tremebunda realidad... El hombre es torturado, es puesto en la cruz, es batido, sin que alguien le toque. Los más terribles dolores físicos desgarran el alma y le surcan la cara... por contra, los dolores reales en nuestros sentidos no los sientes... No tenemos criterio... No sabemos si sabemos algo... O creemos, porque lo han creído también otros, porque es una norma predominante, y eso no porque el mundo sea como nos lo imaginamos, sino porque hombre a hombre se parecen más o menos... ¿Se puede decir que tal hombre extraño no tiene razón cuando dice algo? ¿Con qué lo combates?... ¿Con lo que también otros dicen como tú que no es así? ¿Con qué derecho? El valor de su mirada tiene el mismo que el valor de nuestra mirada... solo que la suya está aislada, mientras que la nuestra encuentra también otras cortadas por el mismo patrón. ¡Pero es un soñador! Bien. ¿Quién? ¿Nosotros o él? Esa es la pregunta... Puede que nosotros no hacemos otra cosa que soñar de una manera y él de otra...

-Pues bien... vemos el mundo.

-También él lo ve.

-Pero lo palpamos.

-También él lo palpa. ¿Con qué derecho nuestro modo sea el verdadero y el suyo el falso? ¿Por qué no es al revés? Estamos nosotros locos o él es loco... esa es la pregunta. Y si pensamos en lo diferente que fue la mirada de los hombres en otros siglos, que lo que nos parece a nosotros extraño a ellos les parecían natural, que cualquier cosa incomprendida no tenemos más que una forma bajo la cual otra frente de hombre veía una cosa comprendida, entonces nos preguntamos ¿cuál es el criterio de la mente sana? Una mente que hoy aprueba lo que desaprobó ayer, que desaprueba lo que aprobó; una mente que vemos que se nutre siglo a siglo de paradojas...

-¿Cómo de paradojas?

-¡Sí! Porque dile solo a un hombre salido de la cáscara de la naturaleza que el sol está quieto y la tierra gira a su alrededor... él lo encontrará irracional, paradoja, contra la mente sana... Dile que las estrellas son como tantos otros mundos... él lo encontrará una paradoja.

-Pero, sin embargo es la verdad.

-¿La verdad? Como quieras... Como desaparece, como se vuelven lentamente intangibles incluso las teorías del movimiento cuando presuponemos lo que se nos impone por sí mismo... ¡que el espacio es inconmensurable!... ¿Dónde está el movimiento cuando el espacio es inconmensurable?... La tierra ha hecho un trozo... Bien... Encima y debajo de ella ha quedado el mismo espacio, porque es inconmensurable... es decir que la ha recorrido, cuando no recorrió nada, porque por todas partes se queda en el mismo lugar, en el mismo cinturón, en la inconmensurabilidad, y si permaneciera quieto o si se movería, sería lo mismo... ¿Cuál es el criterio de su movimiento? De nuevo nuestros sentidos y nuestro sensorial visionar, de modo que su movimiento no está pensado sin que pongamos a la vez nuestro ser. La tierra anda igual que andamos nosotros en sueño. Lejos llegamos, y no obstante en el mismo sitio estamos... Detrás y delante no ha crecido, ni ha disminuido la distancia -porque es inconmensurable.

-Pero ¿el tiempo?

-¡Oh!, este maldito tiempo, que es a veces largo, a veces corto, siendo sin embargo el mismo, al menos el resorte lo llama... Cuando alguien espera en invierno en la puertecita de algún vallado a su amada... y ella no viene... y espera... y ella sigue sin venir... ¿qué es el tiempo? Una eternidad. Y cuando alguien lee un libro hermoso... miles de cuadros suceden delante de sus ojos... ¿qué es el tiempo? Un minuto. ¿Quién no ha tenido alguna vez una novela entera en la mente para cuya realidad normal necesitaría de una vida entera o de una juventud entera?... En el sueño él puede tener en una sola noche la vida entera de un hombre. Y ¿por qué la de un hombre? ¿Por qué no la de todos de los que giran a su alrededor? Y ¿en cuánto tiempo? En siete u ocho horas. Pero ¿es una tragedia o una comedia diferente? Y, en verdad, si semejante hombre es interesante, no te das cuenta de cuánto tiempo pasó. Si tomamos el criterio de la normalidad, hemos borrado todo el exclusivismo de una posibilidad convencional y de moldes y hemos puesto en su lugar otra igual de justificada. Entonces ya no diga: solo eso es posible y solo así es posible, sino digamos: Según nuestro entendimiento, así es... pero el diablo sabe si no podría ser de otras mil maneras...

-¡Qué extraña idea sobre la vida!

-Imagínate un manuscrito viejo, con las hojas untadas, en un rincón de cajón... una comedia, por ejemplo. El director de teatro, en apuros, da con él, lee... lee... golpea con los dedos... «¡Sí, esto es!»... Y he aquí que te encuentras de repente sobre la escena con un icono vivo de la vida... el público se ríe, los actores hacen muecas y todo esto como antes... hace cien años. Entonces dices que o el público y el teatro se distancian en doscientos años, o que la pieza es nueva. ¿Dónde está el tiempo? Cuando vuelves el binóculo, las cosas te parecen una anormalidad lejana... Un hombre nacido con el binóculo sobre la nariz vivirá toda su vida según su propia nariz, porque es suficiente, y eso sería muy natural... ¿Dónde está el espacio? Por eso cuando oímos el clarín de las grandes verdades, que se presentan con tanta conciencia de sí mismas, sonreímos y decimos: ¡Palabras! ¡Palabras! ¡Palabras! Escuchemos los cuentos, porque ellos al menos nos hacen vivir la vida de otros hombres, mezclemos nuestros sueños y razonamientos con los suyos... En ellos vive Archaeus... Puede que el cuento sea la parte más hermosa de la vida humana. Con los cuentos nos mece el mundo, con los cuentos nos adormece. Nos despertamos y morimos con ellos. ¿Has oído alguna vez el cuento del rey Tlà?

-Nunca... Pero desearía saber primero ¿quién es Archaeus?

-¡Hm! Cómo demonios te lo digo si no has entendido nada hasta ahora. ¡Ay muchacho! A pesar de todos los cambios que pueda desear un hombre en su persona, no obstante querría quedar él mismo... su persona. Conocí hombres que deseaban ser más hermosos (¡cuántas mujeres!), mejores (¡cuántos hombres de estado!), más geniales (¡cuántos escritores!), conocí unos que tenían deseos de Cezar, en los que se amontonaban los sueños de gloria del mundo entero... pero ellos querían seguir siendo ellos. ¿Quién y qué es aquel él o yo que en todos los cambios del mundo desearía permanecer él mismo? Este es posiblemente todo el misterio, todo el enigma de la vida. Nada desearía tener de lo que tiene. Otro cuerpo, otra mente, otra fisonomía, otros ojos, ser otro... pero ser él. Quisiera poder convertirse en miles de rostros, como un camaleón... pero seguir siendo él. Abstrayéndose del deseo de estos recuerdos, cada uno tiene su deseo cumplido..., porque es indiferente, para el que no desea la memoria de la identidad, si es él o no es él rey. Él es el rey, si no tiene esta pretensión de seguir siendo él... He aquí otro cuerpo, otra mente, otra posición, solo que no eres tú. Bueno, ¿has entendido quién es Archaeus?

-Pues no. Menos que nunca.

-Tampoco es fácil de entender porque es eterno. Y eterno es todo lo que está siempre delante... en este momento. No lo que ha sido, porque han sido estados de cosas, no lo que será, porque serán nuevamente estados de cosas. Lo que es. Tan solo si el tiempo se quedara quieto podríamos ver esclarecido lo que es eterno... Solo en un punto en que naciese una moratoria entre la muerte y vida, porque el mundo no es más que un eterno pago hacia la vida, un eterno cobro por parte de la muerte. Y esta circunstancia es la madre del tiempo. Sin esta, la suma de lo que existe en verdad se podría mirar por todas partes, sabríamos lo que es atemporal.

-¿Qué me importan a mí estas exposiciones cuando yo sigo sin saber qué es Archaeus?

-¡Hm! Eres duro de mollera. Cuando piensa alguien el insignificante tamaño del cuerpo humano no está en absoluto en concordancia con el poder, con la inmensidad de la voluntad (piensa en Napoleón), como que el hombre es solo el motivo, a menudo delgado, apenas alma, para unas pasiones tremebundas, cuando piensas como que el portador de estas pasiones puede en cualquier momento convertirse en una cáscara, como un vaso que te ha roto el vino, luego cuando ves que el único y mismo principio de vida germina en miles y miles de flores de las que la mayoría se pierden en mitad del camino, pocas quedan, y estas pocas tienen al fin la misma suerte, entonces ves como que el ser del hombre es inmortal. Es el único y mismo punto saliente que aparece en miles de hombres, desnudado de tiempo y espacio, entero e indivisible, mueve las cáscaras, las conduce una hacia otra, las abandona, forma otras nuevas, mientras que la carne de su pintura aparece como una materia, como un Ahasver2 de las formas, que hace un viaje que parece eterno.

-Y es en verdad eterno.

-En cada hombre se prueba el espíritu del Universo, forcejea de nuevo, se levanta como un nuevo rayo de la misma agua, de alguna manera un nuevo asalto hacia los cielos. Pero se queda en el camino, justo como de manera especial, aquí como rey, allí como mendigo. Pero ¿de qué ayuda sirve la cáscara al carro que se ha quedado petrificado en la madera de la vida? El asalto es la juventud, permanecer en el camino -la decepción, la recaída del animal herido- la vejez y la muerte. Los hombres son problemas que se crea el espíritu del universo, sus vidas -intentos de solucionar-. ¿El tormento prolongado, eterna huida tras algo desconocido, no se parece a la avidez de hallar la respuesta a una pregunta curiosa?

-Pero a mí me parece que donde hay un problema está al mismo tiempo su solución.

-Sí. Kant. La mayoría de los hombres todavía tienen preguntas, a veces cómicas, otras veces necias, otras veces llenas de sentido, otras veces desiertas. Cuando veo nariz humana, siempre me da por preguntar ¿qué busca esta nariz en el mundo?

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