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Argentina en el corazón: una comparación entre «El oscuro» y «Dónde estás con tus ojos celestes» de Daniel Moyano

Virginia Gil Amate





Los elementos estructurales que sustentan la trama de la novela El oscuro conducen a pensar que estamos ante una narración de marcado carácter político, insertada a la perfección en el compromiso que asumían los autores hispanoamericanos en la década del sesenta. Así el protagonismo de un militar de alta graduación, obsesionado con la multiplicación del mal que su conciencia torturada percibe en cuanto le rodea, y la anécdota central basada en la muerte de un joven estudiante a manos de las fuerzas represivas del Estado, que parecieran estar representando el totalitarismo que asolaba, y seguiría devastando en proporciones crecientes, a buena parte de las repúblicas hispanoamericanas. Y en parte es así pero, sobre todo, esta cuestión es la que más se ve en un texto cuya esencia, desde mi punto de vista, es, sin embargo, la introspección en las obsesiones personales, en los más íntimos sentimientos, de los dos personajes centrales, el coronel y su padre. Es parte de la riqueza de esta notable novela ser una narración psicológica sobre el fracaso y la soledad bajo la forma de una novela política1.

Para apreciar las capas de sentido que guarda El oscuro no es del todo necesario descubrir que los asuntos centrales se encontraban diseminados en Una luz muy lejana y en algunos cuentos2 escritos por Moyano en los años sesenta y que buena parte de ellos seguirán apareciendo, dispersos, sin ocupar el eje central de la narración, en todas las narraciones que siguieron a esta, hasta encontrar una nueva versión de la obra en la novela póstuma Donde estás con tus ojos celestes. No es necesario, como he dicho, puesto que todas las claves están dadas en el mismo texto desde el momento en que en el capítulo final de la novela del 68 suspende el sentido de realidad hacia la ambigüedad, no resuelta en la novela sino abierta a la interpretación del lector, de si lo narrado hasta ese capítulo X ha sido un delirio o una pesadilla del protagonista, o, al contrario, la invención fabulosa es todo lo que se cuenta en esa capítulo final. Dándose, entonces, la paradoja de que los elementos fundamentales para el desarrollo argumental de la novela (la investigación policial, la represión de los contrarios ideológicamente, etc.) queden relegados a un segundo plano para ocupar la totalidad del sentido la conflictiva relación entre un padre y un hijo, la recurrencia de la memoria como espacio obsesivo, la vida vislumbrada como campo de batalla asediado constantemente por la violencia, el acoso permanente de los fantasmas personales y la recreación de situaciones anímicas que recorren la soledad, la angustia o el desarraigo. Como decía, no es necesario acercarse a la última novela de Daniel Moyano para percibir este nivel de significación de El oscuro pero ayuda mucho a comprender la evolución narrativa del autor vislumbrar que con los mismos materiales, extraídos de sus propias vivencias, construyó, al menos, dos novelas, similares en el fondo, dispares en la forma y opuestas en la resolución del sentido del conflicto narrado.

Al escribir El oscuro Moyano borró las huellas autobiográficas valiéndose de una técnica narrativa que situaba la lectura en un relato con un misterio central que iba desvelándose en sucesivos capítulos narrados desde la perspectiva de distintos personajes. La novela se abría con una secuencia dominada por la imagen del coronel mirándose en un espejo, tratando de verse a sí mismo ante la desesperación de reconocerse en la figura del padre. Y se cierra con un pasaje, consecutivo al delirio, solitario y alcohólico, del coronel en el que todo lo narrado ha podido ser una pesadilla (o viceversa, el padre aceptable en los cánones trazados por el hijo, que aparece en la última secuencia, puede tener la entidad de un sueño). La experiencia personal del autor, los «demonios» según expresión de Vargas Llosa3, dotarían de sentido a la visión lanzada sobre el mundo pero a partir de la construcción de una ficción autónoma a su propia persona, quizá con voluntad de ocultación, o, tal vez, porque en esta época, en sus inicios narrativos, creaba con esos fantasmas otros mundos posibles y no cerró su final porque la fábula le permitía esa indefinición en el ámbito de la literatura, sin embargo si clausuró, podríamos decir, la historia narrada, puesto que el coronel puede terminar, en el desarrollo argumental, pensando en la reconciliación con el padre en cualquiera de los dos planos de la realidad planteados: o bien asumiendo la entidad precaria de su padre, desde el amor y el reconocimiento, narrada en el penúltimo capítulo; o bien vislumbrando a su padre como un caballero digno de toda consideración social, tal cual se expresa en el último capítulo.

Dominaba Moyano en este momento su mundo narrativo, desarrollaba un argumento sencillo y bien definido, sacado de su imaginación: un coronel empeñado en la represión del mal, perseguido él mismo por su propia paranoia hasta el punto de encargar una investigación sobre la virtud de su mujer que lo conduce a la soledad extrema. Un personaje, en definitiva, obsesionado por la apariencia engañosa del mundo. La acción narrativa iba creciendo sin desviarse de la trama principal, ahondando en los estratos psicológicos de la difícil relación del coronel con su entorno y consigo mismo. Combinaba la novela las voces narrativas para vislumbrar el prisma de una realidad nunca percibida en su totalidad. Todos los elementos estructurales y argumentales, están perfectamente compactados por el lenguaje narrativo empleado, ligado a una expresión realista que esquiva el salto hacía los planos maravillosos o fantásticos evitando con ello, a la par, la pirotecnia verbal.

Veinticuatro años después retomaría el asunto central de El oscuro en Donde estás con tus ojos celestes. La técnica narrativa había variado, obviamente, puesto que Moyano no cristalizó su estilo en una pura repetición de fórmulas ya probadas, sino que este se fue adaptando a las visiones del mundo que lanzaba en cada una de sus novelas. Creo que este es uno de los valores más notables de la producción literaria de Daniel Moyano: la profusión de técnicas narrativas empleadas, puesto que adaptó la forma novelesca, no a la magnificación de un estilo personal, sino a la demanda de la historia narrada. Si la descentralización del relato radicaba, en El oscuro, en los distintos puntos de vista dados, en capítulos sucesivos, por diferentes personajes; en Donde estás con tus ojos celestes la narración crece a partir de un único narrador-protagonista, fragmentándose su relato en distintas historias pertenecientes a varios momentos cronológicos de ese mismo personaje. Son narraciones enmarcadas donde, además, se combinan todos los tonos narrativos que Moyano utilizó a lo largo de su trayectoria literaria: del capítulo 1 al 8, junto con los capítulos 12, 14 y 15, encontramos los elementos más imaginativos que empleó desde El trino del diablo (1974) hasta Tres golpes de timbal (1989), aquel universo literario caracterizado por lo delirante y simbólico que José Luis de Diego, refiriéndose a esta última novela, calificó de «realismo mágico»4. Del capítulo 9 al 11, Moyano retoma el tono, sobrio, hondo, nada condescendiente con la recreación en el propio lenguaje, de su primera narrativa, el de Una luz muy lejana (1966), el de El oscuro y el de sus primeros libros de cuentos, aquellos relatos de un realismo social, «profundo» lo llamó Augusto Roa Bastos5, sencillo en la expresión directa de los conflictos narrados, abierto al ensueño o al deseo a través de la mirada inocente o infantil o desconcertada de los protagonistas. Y finalmente el capítulo 136 donde conviven ambas formas de narrar, al mezclarse la expresión de la primera etapa con la dimensión deliberadamente irrealista practicada en las narraciones que escribió a partir de la década del 707, cuando la realidad comenzó a crecer para Moyano hacia el plano de lo incomprensible, mientras la ficción era el refugio ordenado frente a ese caos. Esta estructura de composición donde elementos dispares forman una sola pieza narrativa conduce a la consecución de un sonido que no evita ni la disonancia ni la estridencia y que conecta la novela a la tendencia literaria hermanada a la modernidad, aquella que contempla la fragmentación de la realidad y capta, en la forma dispersa de la narración, la imposibilidad de objetivar la realidad.

Paradójicamente, la novela, a diferencia de El oscuro, cuyo proceso era justo el contrario, tiene un único narrador, Juan, el músico protagonista que va accediendo a su vida en todas sus dimensiones, las contingencias del presente, los recuerdos del pasado, la atemporalidad de las obsesiones íntimas y los anhelos del futuro. El prisma que conformaba la realidad en El oscuro ha estallado en secuencias dispares entre sí en Dónde estás..., y sin embargo el relato comienza con un leguaje directo no evocativo, como sucedía en las demás novelas de Moyano. Ese inicio alude a una búsqueda personal que por momentos desea nombrarse con la objetividad del discurso histórico. La experiencia personal, al menos los hechos que marcaron su infancia, era la misma que tenía en el año 68 no así la historia colectiva. Por eso el estrato psicológico en el que ahondaba El oscuro va ir encaminándose hacia una indagación sociológica en esta última novela.

Los tonos narrativos, del realismo a lo fantástico, pasando por lo onírico, el absurdo, el grotesco o el íntimo y confesional del diario-carta, la variedad lingüística y la proliferación de historias, junto al hecho de que Moyano no pudo corregir esta última novela8, dan como resultado una extraña narración, en la que todas sus partes conviven en un difícil equilibrio, unidas entre sí por pequeños detalles que son los ejes que ensamblan cada una de sus partes. El nombre, Eugenia, que conecta a los personajes femeninos (sean sublimes o sean grotescos); la violencia paterna que se va amplificando en la violencia de otros personajes, por ejemplo la del Sr. Hidalgo, el acosador conocido en la infancia, o la del propio protagonista, tanto la involuntaria de la niñez como la evitable inflingida en la madurez; el diente de oro que puede tener el Sr. Palcos, en el relato circunscrito a la infancia, o el hermano de la enana, en el presente del relato; los golpes de Estado en Argentina y el asedio a la democracia española perpetrado el 23 de febrero de 1982; la violencia contenida en las canciones y leyendas populares, historias de depredación humana con las que se convive toda la vida.

La metáfora central de ambas novelas, que es también su argumento, radica en la relación de un hijo y un padre. La situación de los protagonistas, el coronel en El oscuro y Juan, el músico, en Dónde estás..., es idéntica, al sentirse ambos acosados por el padre, en El oscuro a partir de su presencia física:

[...] un padre envejecido que lo seguía por todas las ciudades del país y que lo acosaba desde puertas y ventanas sin decidirse a entrar y decir concretamente que quería9.


En Dónde estás... en forma de recuerdo incesante, un «ruido» interno para el protagonista:

Vine a España en busca de Eugenia pero también huyendo de un ruido que se interpone en mi camino hacia ella. Ese ruido es mi padre. Me vine aquí con la esperanza de que él no apareciera, durante mis búsquedas, con sus cuchillos y esas panteras asquerosas que nacían y crecían durante sus delirios etílicos10.


Siendo igual la situación percibida por el protagonista, los matices varían porque mientras el coronel se protege de la indignidad que para él representa su padre humillándolo, cuando lo tiene cerca, evitándolo, cuando puede, y planeando la forma de desgajar de sí mismo esta marca de origen; el músico de la última novela decide perseguir al padre para enfrentarse al pasado, al origen, ajustando las cuentas necesarias para poder vivir en el futuro. En ambas novelas el hijo acusa al padre y en ambas el hijo está marcado por el origen. Sólo que en El oscuro se conmutará el peso de esa carga, de ese pecado original sin absolución posible, haciendo que los dos personajes, el padre y el hijo, atisben la tragedia del hijo:

Yo sé [dice el padre] que no soy digno de usted, pero no quiero que el recuerdo que tenga de mí sea más desagradable que mi condición. Me gustaría que, en los muchos años que le quedan por vivir, me recuerde como un hombre que podía hablarle con precisión de los cometas y del movimiento de los astros.


(EO, p. 146)                


En este aspecto se ha producido un cambio sustancial entre ambas obras, puesto que en El oscuro Moyano construía una historia autosuficiente, marcada por los caminos a los que conducía la ficción imaginada, mientras en Dónde estás... se plantea una búsqueda vital del protagonista que no admite un final abierto a una pluralidad de soluciones, de significaciones. Las características del protagonista de El oscuro hacen posible que la relación paterno-filial se sustente en la ambigüedad, en una falta de concreción hacia lo que es verdadero y lo que es falso:

Los despojos del cuerpo de su padre en los peldaños de la escalera habían inventado una larga historia para impedir que nadie los vulnerase en su sagrado abandono. En la historia aquella, el padre se había jubilado después de tocar durante treinta años el tambor entre las palmeras, y ahora lo acosaba por todas las ciudades adonde él iba, par gritarle o proclamarle la precariedad de la que sin duda todos participaban después de la batalla. Todos menos su padre, cuyos despojos, ya en instancias definitivas, fingían todavía una historia para vengarse. En esa historia había muchos espejos puestos allí solamente para que su padre se multiplicara.


(EO, pp. 49-50)                


Curiosamente, para el caso del estudiante asesinado, una de las obsesiones del coronel y la anécdota motora del relato, el protagonista quiere informes que reconstruyan el pasado de su mujer como un relato, a saber, como una historia ordenada y coherente. Víctor espera ese informe con ansiedad porque, según supone, contará la verdad de una historia que para él no es más que una repetición de hechos idénticos:

El coronel esperaba que el informe de Joaquín fuese la visión clara de un mundo que sólo le daba sus sonidos, su burda imagen auditiva en una interminable sucesión.


(EO, p. 177)                


Este sería el primer estadio narrativo de los personajes moyanianos, percibir el «sonido» del mundo y querer penetrarlo y conocerlo en una posible congruencia que nunca llega, de ahí los finales soñados, en el plano de la acción, de sus dos primeras novelas, Una luz muy lejana y El oscuro, que contrastan con la estructura circular de ambas, trazando la forma narrativa una tela de araña de la que no pueden salir los personajes. En un segundo estadio, marcado por la producción narrativa a partir de la violencia de Estado, vendría el paulatino abandono de los personajes al «sonido» puesto que el entorno empieza a parecerles completamente impenetrable. Sin embargo se busca con el mismo ahínco una posibilidad de plenitud para los personajes, el arribo a un lugar hermoso que cada vez se va convirtiendo más en una utopía regresiva: volver al origen, cambiando el origen. Se potencia entonces un mundo subjetivo y fuertemente imaginativo encarnado en unas criaturas arquetípicas cifradas en sus propios nombres11: Nabu, la familia Aballay, Triclinio, Ufa, Rolando, Eme Calderón, Fábulo, etc. Al escribir Dónde estas... Moyano se encontraba en otra etapa narrativa, aquella en la que deseaba, después de Tres golpes de timbal, salir del ciclo político, romper «la guitarra latinoamericana», y escribir una «novela de amor»12 Cuando hacía estas declaraciones, el tema señalado podía interpretarse en sentido amplio, es decir, Moyano trataba de escribir algo que no tuviera que ver con la violencia, con la represión, con el determinismo histórico, pero, lejos de ello, el planteamiento no era metafórico sino concreto y, de nuevo, la respuesta estaba en las mismas páginas de El oscuro, en el capítulo VI, largo monólogo del padre dirigido al hijo, propuesta narrativa paralela a la escenificada en Dónde estás... con la carta redactada por el hijo para un padre muerto. En El oscuro, el padre del coronel va adentrándose en los sentimientos del hijo:

[...] no era desprecio lo que usted sentía por mí (de eso me dio varias pruebas) sino vergüenza. Desde chiquito usted se avergonzaba de su padre. Usted había comenzado a vivir en otro mundo, tenía otras amistades, otros gustos, y eso me alegraba porque significaba que tendría un gran futuro.


(EO, pp. 120-121)                


Para ello reconstruye la vida pasada, enfrentándose a la memoria y al olvido, descubriendo la miserable trama de la historia en común:

Lo feo del caso es que después del recuerdo de cada episodio venía otro peor. Decidí sacarlos todos a la luz para agotar aquello.


(EO, p. 128)                


Dispuesto a reconocerse a sí mismo teniendo en cuenta la visión del hijo. El intento es llegar a vislumbrar lo que en esta novela se denomina el «contorno», es decir, aquello que constituye a los personajes, que engloba tanto por la apariencia como la experiencia:

Porque uno no es más que su contorno irremplazable [...] Uno no es más que su contorno, que lo limita con el resto del mundo [...] Uno es finalmente un contorno que contiene una sola vida y una sola muerte. Es una especie de cárcel donde está condenado a vivir y a morir.


(EO, p. 133)                


Y es en este punto, cuando el lastimado padre del coronel habla del amor como la única vía capaz de transcender la propia existencia. El planteamiento exalta los sentimientos de solidaridad, la plenitud de la vida cuando esta puede llenarse de expectativas positivas vaciándose de las obsesiones individuales. Las coordenadas del monólogo del padre casan con las expectativas de la década del sesenta, dónde la utopía tomaba un cariz social:

Pero hay algo que lo salva a uno cuando uno presiente la existencia total de otros ser (su contorno y lo que contiene) y siente de pronto que ese otro ser responde, y entonces los contornos, tocados por el amor, se unen y sienten que ya no son un solo contorno, una sola cárcel, sino que participan de la maravillosa multiplicidad. Cuando uno ha sentido eso, cuando uno se ha sentido tocado por esa visión de los contornos que se llama amor, entonces qué importan la muerte y el olvido, que importa todo lo demás si de algún modo siente que todos los demás seres están respondiendo por uno, están afirmando la precariedad de la propia limitación. Por eso, al descubrir ahora que usted me ama, siento, hijo, que mi vida está plenamente cumplida. Así es hermoso vivir, sentir que todos los seres del mundo, los que están cerca de uno y aun los que no conoce y están en otras latitudes, responde a uno, lo acompañan en el mundo, están con nosotros para asegurarnos la propia existencia. Puedo decirle que ha sido hermoso vivir y que estoy agradecido por haber podido hacerlo en esta forma y en este mundo.


(EO, pp. 133-134)                


Las palabras del padre contrastan con el narrador de Dónde estás..., porque al redactar esta su última novela, ya en la década del noventa, con la intención de escribir una novela de amor, (y así es temáticamente el texto, un relato de amor imposible), la vía de los nobles sentimientos no podía mantenerse ya en el horizonte del nuevo personaje, aquel que venía a poblar una flamante entrega de la obra de Daniel Moyano cuyos títulos inmediatamente anteriores habían recorrido los sótanos de la historia argentina, los espacios del miedo, la indefensión, la represión, la desaparición, la muerte o el exilio. Vuelven a aparecer en Dónde estás..., los seres contrahechos que tan alto nivel de significación tienen en una narrativa que muestra los aspectos más duros de la vida13, la «precariedad» que advertía el coronel en sí mismo. Pero estos ya no son vistos desde una mirada compasiva, como pasaba en Una luz muy lejana, sino que son meros actantes, elementos que acrecientan la más dura visión sobre la condición humana, sin edulcoración alguna, con cotas de crueldad, así «el gusto a enana» que se apodera en algunos momentos de Juan, el músico, para el cual tampoco hay concesiones. Puede llegar a agudas cotas de degradación alcohólica y ha llegado al descreimiento absoluto en cualquier valor colectivo o ideológico. Así lo histórico14, que había sido eje de explicación de las tramas narrativas de Moyano (aunque fuera para sacar a los personajes de los tentáculos de la historia, como sucede en Tres golpes de timbal), no será ahora sustento argumental porque el protagonista narra desde el desengaño:

[...] porque en realidad no hay nada para querer o tener, todo es una gigantesca espuma, incluso los países, las patrias, los descubrimientos, los así llamados grandes hechos de la historia. Acabamos de aparecer sobre la tierra; el tiempo, que no existe, acaba de empezar, es decir, su fantasía. Acaba de empezar y ya se acaba. Estamos en el siglo XXI, y con el XX que se extingue terminaron los sueños colectivos, la soñada Humanidad. Todo ha sido una gigantesca mentira.


(D, p. 60)                


Esa es la razón, y no un cansancio estético o temático, por la que Juan, el músico, decide seguir la ruta de sus propios e intransferibles anhelos:

Por eso quiero hacer mi propio viaje, un viaje en carabela hacia mi único y verdadero sueño, que es Eugenia. Ella es para mí más importante que el descubrimiento de América, el monoteísmo y todas las ideas de este mundo. Es el cuerpo que amo, esa hechura que, por perecedera, es lo único inmortal que tenemos.


(D, p. 60)                


Si tenemos en cuenta lo apuntado, El oscuro termina siendo un relato coherente de impecable factura técnica, porque agarra sus anclajes en la imaginación y en la utopía, mientras la acción narrativa permanece difusa, abierta a la interpretación. Por su parte, la forma fragmentaria de Dónde estás... enfoca los hechos vitales y políticos con los que ha convivido el protagonista sin posibilidad alguna de indefinición. Y a partir de ahí se concatenan las paradojas: tanto Víctor como, aparentemente, Juan tienen visiones deformadas de la realidad porque su mundo interior transforma lo externo. En El oscuro estos delirios están sujetos a códigos lógicos, sean la confusión o la enajenación por borrachera, por locura o por intolerancia. Mientras en Dónde estás... aparecen desbocados primando lo onírico, lo pesadillesco, lo surreal. Sin embargo, es en esta última novela, desde un discurso que transita todas las esferas de lo irracional, donde el enfrentamiento con el pasado se realiza atreviéndose a adentrarse en él. Y en este punto se bifurcan sustancialmente los caminos de ambas novelas ya que, aunque la intención de los personajes es la huida, con respecto al pasado y a aquello que los constituye desde el origen, simbolizado en la figura del padre, el protagonista de Donde estás... decidirá pronto encarar los recuerdos, cerrar la memoria abriéndola, para que esta no estén, como pasaba en El oscuro, distorsionando su presente. El impulso del personaje consiste en encontrar su «fundamento vital», adentrándose para ello en el conocimiento, que en parte es un desvelamiento, de su propia historia, es decir un viaje hacia el pasado que paradójicamente se realiza yendo en pos de una quimera, una mujer apenas vislumbrada, a veces soñada, proyectada en el futuro, con la intención de que ambas trayectorias puedan proporcionarle un presente congruente. Narrativamente los ejes de ese recorrido están bien definidos: hacia el pasado se reconstruirán los hechos que rodean a la figura del padre; hacia el futuro el hijo buscará una plenitud amorosa ajena a la violencia y a la angustia. Bien diferente era la postura del coronel, perseguido y marcado por recuerdos similares, cuya pulsión era acabar con el pasado arrasándolo:

Luego, percibió de algún modo, todo lo que estaba hacia atrás en el resto de la casa, en los armarios, en los rincones, como para impedir que la memoria se equivocara. Los recortes de diarios con los golpes de Estado en los que de un modo o de toro había intervenido; la historia del estudiante muerto que había conmovido a su mujer hasta ser un factor más de desacuerdo con él; las cartas y el tambor de su padre y tantas cosas más. Faltaba solamente la decisión para quemar todo aquello algún día, a fin de que solo fuesen luego un simple dato de la memoria que pude perderse en cualquier momento e incluso ser modificado, porque todo aquello era la historia de la precariedad, del mal que lo había acosado toda la vida.


(EO, p. 192)                


No obstante, en el desarrollo argumental de la novela del 68 prima el sentimiento de culpa antes que el de venganza al haber cargado la crueldad sobre el hijo y exonerado al padre que, aquí, es el personaje humillado, abandonado y frustrado en su amor y cuidado no correspondido. La catarsis filial se representa en esa larga escena en la que el coronel visita al padre, inmovilizado por la vejez y la enfermedad, y decide que, igual que puede manejar, conmovido, ese cuerpo muerto podrá leer algún día las cartas que durante diez años le mandó su padre:

[...] yo sabré que debo llevarlo al armario. En el último estante va a estar cómodo, cerca de las cartas ordenadas por fechas.


(EO, p. 192)                


Estas cartas no abiertas en la novela del 68 tienen su paralelo en la carta a un padre, que no podrá leerla, en capítulo 11 en Dónde estas... Pero en esta última narración ha cambiado muchos elementos con respecto a todas las demás novelas de Moyano. Por ejemplo, hasta ese momento la ficción era una salida, porque proporcionaba la posibilidad de soñar resoluciones imaginarias a los conflictos narrativos, ahora lo que emprenderá el narrador protagonista es la verbalización de la vida de la que ha sido personaje y testigo. Y lo que descubre es una insana relación entre las sombras internas (las mismas que acosaban al coronel) y las sombras externas (la violencia política, las desapariciones, la desesperanza, el exilio, todo lo que narró Moyano en El trino del diablo, El vuelo del tigre, Libro de navíos y borrascas y Tres golpes de timbal) una «intersección», nada aleatoria, de ahí que Juan elija el lenguaje matemático, tan ajena a la maravilla filosófica del aleph borgeano como distante de esas otras concepciones que el propio Moyano había vislumbrado en la música15 para encontrar alguna coherencia a lo experimentado por sus personajes. La indisolubilidad, en la violencia y la derrota, de los planos privados y públicos, de la historia personal y la historia política:

Y me quedé pensando en los diagramas de Venn-Euler, cuando estudiábamos matemáticas, donde confluyen los elementos comunes de dos o más conjuntos. Pensaba que entre los polos donde me movía había una intersección donde cabían todos los sueños y misterios, todos los mitos que hemos fabricado para nuestro consuelo, todo lo que no vemos en la dispersión. Allí mi padre con su cuchillo asesino y mi madre con su canción y la enana y Eugenia y el mar y las carabelas, y los sueños frustrados de los indios y el fuego de las espadas de la conquista se encontraban en ese lugar where the rose and the fire are one...


(D, p. 61)                


Ya no servirán los sueños (que, en parte, siguen siendo pesadillas como en El oscuro, aunque antes se podía despertar de ellas o soñar que se despertaba, y ahora no), tampoco servirán las ideologías ordenadoras del devenir colectivo, ni siquiera la esperanza personal, ya que nada espera el protagonista de Dónde estás... por mucho que se dedique a buscar a lo largo de toda la acción narrativa. El corte sincrónico de la narración ocupado por el capítulo 13, dedicado a los recuerdos de la infancia, permite a Juan, en su calidad de narrador, cierta distancia, que puede utilizar para cambiar los planteamientos vitales de los personajes, pero decide guardar la amarga verdad de la desesperanza para otro estadio de la vida:

[...] Nos queda la posibilidad de esperar, aunque no sepamos concretamente qué, porque ese qué no existe ni ha existido nunca. Entonces, o nos ahogamos o esperamos; estamos en la atmósfera; el tiempo donde nos encontramos nunca terminará; aunque ahora mismo desapareciéramos en el camión triturador de basura, nos quedaríamos; porque de aquí de esta atmósfera no se sale nunca; y siempre, vivos o muertos, estaremos dando vueltas dentro de ella les digo, les diría, finalmente no les digo nada.


(D, p. 222)                


Los ejes de la búsqueda en Dónde estás... distorsionan las convenciones narrativas del tiempo y del espacio, puesto que Juan vendrá a España en busca de una mujer, Eugenia (en su recuerdo una niña), que conoció en Argentina. Las claves para encontrarla también son difusas ya que su rastro debe seguirse en el vals «La pulpera de Santa Lucía» y en otras piezas musicales que funcionan como ecos de la memoria. Este planteamiento regido por las leyes de la ficción es la vía de acceso a una verdad personal puesto que el protagonista-narrador explica, en el capítulo 6, su percepción del mundo y su relación con lo real, cerrándose de este modo, la obra de Daniel Moyano, con una reflexión de hondo calado sobre la realidad. Admite el músico que la «congruencia», es decir la lógica regida por la razón convencional, pertenece a las «realidades físicas» (D, p. 75). Sabe que a esa realidad se accede mediante los sentidos siendo la limitación de estos la que impide captar en su totalidad lo real, que permanece por ello opaco o se muestra refractario al entendimiento. Cada cual se mueve en esas circunstancias a su manera, Juan lo hace desde las asociaciones rápidas, libres e inesperadas de la música -«Yo me movía en la realidad de todos los días como en la música» (D, p. 76)-, no por incapacidad alguna sino por tendencia, predisposición natural y elección consciente. Hay, entonces, un rechazo activo de lo convencional:

[...] sólo así esperaba poder hallar, en la aburrida partitura de la vida organizada de los sentidos limitativos, objetos eternos y preciosos como Eugenia, por ejemplo.


(p. 76)                


Una vez explicada la técnica autobiográfica del relato, regida por los resortes de la imaginación, pero tan medida y necesaria la cohesión de sus elementos como la pertinente para que los sonidos dispersos se transformen en música, el personaje hace explícito que la consecución de sus deseos le obliga a un viaje interior sin concesiones a la fantasía:

[...] sentía que era algo tremendo lo que tenía entre las manos. Fuese o no fuese ella la mujer que buscaba, el solo hecho de buscarla era lo tremendo. Me obligaba a hurgar sin piedad dentro de mi vida, a remover cosas que hubiera sido mejor dejarlas en el pasado, camino del olvido. Como mi padre por ejemplo, o la muerte de mi madre.


(D, p. 98)                


Al igual que con la ficción se adentra uno en su contrario, la realidad, la proyección del deseo vuelve al narrador sobre sí mismo y la novela va creciendo a partir de la paradoja. El lenguaje acompaña esta ruta de la evidencia no objetivada. Se doblan los significantes (Pulpera-Pampa; Madre-Canción; Padre-Cuchillo; Padre-Pantera; Sábana-Rosal; Corazón-Rueda, etc.) para vulnerar la indefinición de lo real y con ello Moyano transita, dándole otro sentido, la vía, que Alejo Carpentier había querido americanista, de la duplicidad del lenguaje para aprehender la múltiple y proteica realidad americana. El mundo alucinante que expresaban los autores de lo real maravilloso americano, tiene en el discurso de Moyano similares características y opuestas conclusiones, puesto que él no se ha adentrado en el lujo barroco del lenguaje para contemplar el panorama sino para penetrarlo en todas sus consecuencias: el personaje de Dónde estás... ha empezado la ruta hacia el conocimiento de la identidad en el punto de llegada de los realistas mágicos, si estos partían de lo general para concretar teorías identitarias, Juan comienza por lo particular, la verbalización de su propia historia, que lo obliga a viajar a la semilla, a contravida, cuyo origen parte del asesinato de la madre a manos del padre y se desarrolla entre América y Europa (entre Argentina y España), por desplazamientos no del todo voluntarios, para ir descubriendo inexorables concomitancias entre su historia personal y la historia nacional. No se parte del mito para llegar a la elaboración de un discurso estético sino que, en una tesitura más parecida a la marcada por Juan Rulfo, se ahonda en la realidad, percibida o sentida, con el estilete de la ficción.

Otro discurso plenamente identificado con lo americanista, el de la soledad, es reelaborado en Dónde estás... al contemplar el narrador el Padre-País que traza la asimilación del origen y lo telúrico. Pero en estas páginas no hay atisbos de celebración de una América primitiva y hermosa, llena de misterios inquietantes dispuestos a ser explorados, sino duras realidades que marcan el destino del personaje. La soledad de América no se explica a través de las múltiples incomprensiones de las miradas extranjeras, sino que, bien al contrario, uniendo elementos dispares con lógica matemática, Moyano hace que la mirada individual de su narrador-protagonista juzgue al padre como representación del espacio natal y del tiempo vital, al cambiar la mirada, lanza otras conclusiones nada halagüeñas:

Oriento mis ojos hacia ese espacio que debe corresponder a la pregunta [la del origen incierto del padre], y lo único que aparece allí eres tu, absoluta, inconmensurable, inquietante y absurdamente sólo, ocupando espacios que corresponden a otros, asumiendo un tiempo incompleto, solo en el tiempo, solo de nosotros, tu descendencia, solo de una completa soledad, amparado acaso solamente por el filo de un cuchillo.


(D, p. 161)                


¿Qué hizo, entonces, Moyano, en esta su última novela en la que volvía a escenificar el conflicto personal del origen, que ya había abordado en El oscuro? Verle las entrañas a la vida en su dimensión personal y colectiva. Para ello unió todos los elementos estéticos y temáticos con los que había construido sus narraciones. Recorrió la historia de Argentina desde su cara menos grandilocuente y se adentró, sin querer forzar el sentido narrativo, ya que este, en los términos en los que plantea Juan su historia no puede sujetarse a la invención, en la pobreza, el desarraigo, la marginación, la violencia, la represión, la prepotencia y cada uno de estos estratos convoca una dimensión histórica. «En la precariedad se nace» decía el coronel en El oscuro «y ella dura toda la vida» (EO, p. 84); «Yo nací en un incendio» declaró en su día Moyano, «en un incendio permanente»16. Querer nombrar las cosas que se interponen en el camino de encontrar una vida plena, es la intención del músico de su última novela. Desvelar el trazado de ese destino es la sustancia de contenido de Dónde estás... para ello se amplifica el personaje de la madre que había quedado parcialmente oculto en El oscuro. Allí aparecía para el coronel como un vago recuerdo, en algunas escenas como una presencia quizá inventada, en varias ocasiones se alude al «limbo» (EO, pp. 48 y 77) como el lugar en donde habita, y el hijo ha creído y deseado parecerse a ella, a sus rasgos de «remoto origen europeo» (EO, p. 7) todo ello por oposición a la semblanza del padre que sin embargo es la fisonomía que el coronel ve perpetuarse en su propia persona, «la cara terrígena de su padre» (EO, p. 7), el «indio soterrado que había en lo profundo de su padre» (EO, p. 23), las manos que evocan «lejanos antepasados leñadores» (EO, p. 8). Toda la novela del 68 plantea la inmovilidad del protagonista, siempre al acecho de la aparición del padre -«era como trazar sobre un mapa los movimientos del enemigo» (EO, p. 48)-, en un doloroso proceso de autoconocimento -«Heredé su corazón precario» (EO, p. 190); «volvió a servirse pesando que él también bebía, como su padre» (EO, p. 186); «soy idéntico a mi padre» (EO, p. 190).

Los mismos elementos reaparecen en Dónde estás... pero ya no están al servicio de una trama que puede tener dos posibles finales y su proyección simbólica ha crecido notablemente desde el momento en que la apariencia del padre no alude sólo a la pobreza y a la marginación de la que el protagonista quiere escapar sino que es una reflexión global sobre el origen, donde de nuevo el padre simboliza la tierra natal, en principio ligada a lo ancestral, de ahí la reaparición de lo indígena -«tus ojos indígenas» (D, p. 150); «tu desesperada sangre india» (D, p. 154); «tus ancestros, visibles en ciertos momentos de tus rasgos faciales y en tu mirada siempre melancólica» (D, p. 151); «sonreías con esa expresión indígena oculta en tu rostro» (D, p. 157); «esa tristeza que manaba de tus ojos indios suplicantes» (D, p. 164)- que pronto va a completar su significado en la representación de América como un páramo cuya única ley es la repetición periódica de la violencia, ya que parecidas situaciones evocan el lugar y las condiciones del nacimiento que la figura del padre:

Un día empezaron a sonar unos ruidos estridentes de carros y armas de fuego, que yo escuché desde adentro como algo que perturbaba mi corazón. Ella salió corriendo de la casa rumbo al hospital, temerosa de que yo naciera allí mismo pero muerto de un susto en medio de ese espanto, corriendo para que naciera en un sitio seguro [...] Corría apretando las piernas de miedo a que se le cayera el hijo. Tranquila, señora, dijo un comedido que de paso iba huyendo; pero cómo iba a estar tranquila con ese ruido de armas blancas y de fuego y de perros salvajes, y el humo de los tiros en medio de esas extensiones desoladas de la interminable América del Sur.


(D, p. 34)                


Por ti [dice Juan en la carta al padre] tuve acceso por primera vez a la noción de sangre. Por ti me di cuenta de que lo único que somos es eso: sangre. Ni junco pensante, ni homo de la clase que sea. Deberíamos llamarnos: los Sangre.


(D, p. 170)                


Para ir focalizando su objeto en la tierra de origen, que el narrador comparte con el padre, oscilando la mirada entre la ira -«mamá con un vestido blanco bajando del barco europeo que la llevó a la pampa bárbara» (D, p. 158)- y la tristeza -«pampas del sur desamparado» (D, p. 167); «nuestras tierras doloridas» (D, p. 168)-; sin pasar por la piedad autocomplaciente. Es el mismo arco afectivo que recorre la relación con el padre, e idéntica tensión entre el amor y el odio que había experimentado el coronel en El oscuro:

Nadie ha querido a mi padre tanto como yo [...] ¿Quién me va a impedir que venere el recuerdo de mi padre?


(EO, p. 189)                


Mirénme, trato de decir que estoy llorando por mi padre, pero nadie puede verme, nadie puede enterarse de esto.


(EO, p. 192)                


Ahora nadie podrá decir que yo no lo quise.


(EO, p. 197)                


Sólo que en Dónde estás..., el hijo convertido en perseguidor del padre, dispuesto a acceder a la verdad última de su historia, quiere encarar las causas, y en su reflexión el tiempo se mezcla con el espacio y este con la historia argentina:

La condición de la paternidad es dar vida a alguien; pero hay cosas tuyas que no me dejan vivir. Son muchas, por eso no las digo aquí. Ya vendrán solas. Lo que importa fundamentalmente es por qué hay cosas tuyas que no me dejan vivir. Qué hiciste, o qué hicimos, para que no pudiéramos vivir como padre e hijo en esta única oportunidad que hemos tenido sobre la tierra. A pesar de habernos querido. A pesar de haberte querido ahora mismo, desde este otro lado del tiempo y a catorce mil años o catorce mil tumbas de distancia.


(D, p. 150)                


Y, al igual que todo lo que nace del padre biológico queda impregnado de sangre, el espacio de origen queda marcado por el mismo sino:

Ya no puedo usar el vos, tan familiar para nosotros. Me suena a cuchillo.


(D, p. 151)                


Porque en la intersección de elementos con los que el narrador va ordenando su vida la historia particular es un reflejo de la colectiva, transmitida en la expresión de la cultura popular, «en el mundo terrible de esos tangos» (D, p. 160) más que en los relatos esencialistas de cualquier signo. Por eso, al recrear con la imaginación la llegada de la madre -símbolo de lo que pudo haber sido y no fue- adolescente desde Italia a Argentina, el personaje no evita el sarcasmo:

Sin saberlo, mamá acababa de entrar en la letra de un tango. Y los tangos son nuestras verdades más profundas, casi las únicas entre tanta mentira que nos cuentan sobre nuestro país en el colegio.


(D, p. 152)                


Juan es el estadio al que ha llegado el personaje arquetípico de la narrativa de Moyano, una vez que su mirada ya no es apta para la esperanza, es la conciencia fabuladora dañada por el paso de la historia que ha contemplado y padecido, y su perspectiva no ha descubierto ejes de explicación nuevos sino que la novedad estriba en la vuelta a los discursos clásicos sobre la identidad argentina: ha adoptado en grado absoluto la nostalgia mureniana en la que América representaba el destierro del paraíso. Vuelve a repetirse, con mayor insistencia de lo que se hacía en Libro de navíos y borrascas la idea del destino trocado del protagonista por haber nacido en un lugar equivocado, lejos de la representación metafórica de Europa, la tierra materna. Irrumpe, además, el esquema de representación de Argentina a través de la oposición entre la civilización y la barbarie, con matices que acrecientan la vertiente más dura del planteamiento inicial, porque si Sarmiento analizaba el panorama sociohistórico trazando una línea interna que separaba, en Argentina, una pulsión de otra, la mirada que el narrador lanza en Dónde estás... hace que el océano separe los bloques, quedando Argentina subsumida en la barbarie, ahormando la memoria y el destino de todos los que han convivido con su historia. Y al igual que Sarmiento se involucraba en su propio análisis del país, dentro del bando de los civilizados, Juan, el músico también se reconoce, para su dolor, parte de ese todo nacional, y es en ese sujeto compartido, y no en la mirada halagüeña, donde radica su extrema y amarga solidaridad con el país:

Podemos verla [a la madre] entera en el espacio y en el tiempo, tanto desde allá como desde aquí, y calcular con precisión matemática los golpes exactos que dio su corazón desde que empezó a latir de este lado del mar aquí en Europa hasta que terminó de hacerlo en las soledades de esas pampas del Sur desamparado. Aquí en Europa, adonde he venido para buscar, en lo que pudo dejar aquí cuando partió, esas cosas suyas que por quedarse de este lado del mar no murieron con ella. Suelen ser calles madrileñas, formas de la geografía, momentos en el tiempo y gestos y voces de la gente. Intento vivir todo eso con fruición: es la vida cotidiana que pudo tener aquí la de los ojos celestes antes del naufragio, en su existencia plena antes de que apareciéramos nosotros que somos los dueños de su muerte.


(D, pp. 166-167)                


Todo tenía un orden en el análisis de Sarmiento y todo tenía un aliento lírico en la reflexión de Murena, al narrador que Moyano inventó para su última novela le quedó otra cosa: el descubrimiento de esos vasos comunicantes entre lo personal y lo nacional, que aparecen sin forzar el relato; y la amargura de descubrir que, efectivamente, la realidad puede copiar de forma inmisericorde los relatos más bufos o disparatados y que por tanto las tragedias vuelven convertidas en comedias. Le quedó descubrir, que el esquema interpretativo basado en la lucha de la civilización contra la barbarie, era susceptible de crítica y contrarréplica pero acaso nunca la burlesca que el propio Moyano había trazado en algún relato anterior, sino la mirada no dispuesta a espejismo alguno que les quedó a todos los que soñando con la civilización sólo conocieron la barbarie.





 
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