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ArribaAbajoColonias penales francesas

Entre nosotros, la deportación es un expediente, una crueldad, un absurdo, un atentado, una medida política, como se dice, resumiendo en pocas palabras muchas malas cosas, y sería en vano hablar al egoismo temeroso o vengativo de los partidos triunfantes, de justicia y de derecho, cuando lo que ellos quieren y buscan es dominio, poder y mando. Pero a fin de contribuir a que la deportación continúe excluída de nuestras leyes; a fin de desengañar a los partidarios que pueda aún tener entre nosotros y de fortificar a los que son opuestos a ella, y de argumentar con hechos a los que principalmente con hechos se dejan convencer, creemos conveniente reproducir los siguientes datos que vemos en nuestro apreciable colega italiano la Rivista di discipline carcerarie, que dice así:

«BIBLIOGRAFÍA

»Noticia de la deportación o la Nueva Caledonia, publicada bajo la dirección del vicealmirante senador Pothuau, ministro de Marina y de Ultramar. -París, Imprenta Nacional, 1878.

»Con el acostumbrado modesto título de noticia de la deportación, el Ministro de Marina francés da cuenta de lo que se ha hecho en el año de 1876 en la importantísima parte del servicio penitenciario que le está encomendada.

»El trabajo se divide, como siempre, en tres partes: la primera es un breve relato; la segunda una serie de cuadros estadísticos; la tercera consta de las disposiciones oficiales.

»Analicemos.

»En 1876 sólo 15 individuos han sido deportados a la Nueva Caledonia.

»La mortandad no fue ciertamente mucha, pues 52 defunciones a consecuencia de enfermedad, y tres por causa de accidentes, dan un 1,48 por 100 de la población, compuesta de:

  • 3.537 deportados.
  • 19 mujeres.
  • 42 hombres, cuya pena fue conmutada en detención, prisión o confinamiento.

»Los deportados habitan principalmente en dos localidades: la península de Ducos, donde está la colonia industrial; y la isla de los Pinos, colonia agrícola: los edificios de esta última están rodeados de jardines y huertos; hay también gallineros.

»Los terrenos no producen aún lo suficiente para mantener a los concesionarios, pero se han mejorado mucho sus condiciones generales, y la organización del trabajo y la mercantil o industrial pueden considerarse ya como completas.

»El sistema de vigilancia se ha regularizado; por la parte de tierra y de la península de Ducos se ha hecho un camino de ronda que se ilumina bien durante la noche; los puestos de guardia comunican entre sí y con la cañonera que vigila el puerto. En los puntos más elevados de la montaña se ha cortado o segado toda planta cuya altura pudiera favorecer las evasiones.

»En cuanto a la parte disciplinaria, si en general puede decirse mejorada, persiste aún el vicio de la embriaguez; el gobernador manifiesta que en los días de cobranza casi todos se emborrachan.

»Debe notarse, como circunstancia poco favorable a la colonización de la Nueva Caledonia, esta declaración: De pronto se ha visto suspendido el trabajo, y casi abandonado a principios de 1876, porque corrió la voz de una amnistía general; hasta las operaciones agrícolas se suspendieron casi por completo: volvieron a emprenderse cuando los deportados se convencieron de que era vana su esperanza.

»Es notable la Exposición agrícola, industrial y artística verificada en Noumea el 16 de Marzo de 1876; faltó la parte interesante de la ganadería, pero fue mucho mayor de lo que se esperaba la artístico-industrial. Muebles, joyas fotografías, cuadros, planos de construcciones: flores artificiales, obtuvieron medallas y menciones honoríficas. El historiador de esta interesante Exposición pone en evidencia la riqueza del suelo, y principalmente indica un metal, el níquel, cuya explotación bien dirigida podría formar uno de los principales ramos de riqueza del país.

»La instrucción no ofrece brillantes ni aún perceptibles resultados. De 72 niños que hay en la isla de los Pinos, apenas asisten 17 a la escuela; los demás están casi todos de aprendices o ayudando a sus padres. En la península de Ducos van a la escuela 10 muchachos.

»He hecho notar más arriba algunos hechos que parecen probar la aversión a colonizar; debo citar aquí uno que indica lo contrario, y es la llegada de 36 familias de deportados, que componen un total de 70 personas, mientras que el número de los muertos y vueltos a Francia no pasa de 20. El 31 de Diciembre de 1876 las familias eran 216, con 465 personas.

»Indicado más arriba el número medio de deportados, debo añadir que, según los datos oficiales, en 31 de Diciembre quedaban 3.561, de los cuales eran:

Católicos 2.786
Protestantes211
Israelitas22
Mahometanos82
Idólatras356

»Con respecto a su estado civil, son:

Solteros2.229
Viudos188
Casados1.147

»De gastos efectivos nada se dice en estos informes; se habla de créditos abiertos, de presupuesto, y nada más. Parece natural que éste se aproxime mucho a los gastos, de modo que por lo presupuesto puede calcularse desde luego el término medio de lo que gasta cada individuo.

»Para el ejercicio de 1875 (son los datos más recientes) se habían presupuestado 2.639.785 pesetas para manutención de los deportados. Dividiendo esta cantidad por los 3.598, vemos que cada uno gasta por este concepto 1.024 pesetas al año, o sea un poco más de dos pesetas 80 céntimos diarios.

»Añadiendo a esta cantidad los gastos de trasporte, sueldos de personal, material, etc., que ascienden a 6.404.197 pesetas, resultará que cada deportado cuesta 1.780 pesetas al año, o sean un poco más de 4 pesetas 88 céntimos diarios. ¡No es poco!

»Por último, examinando los actos oficiales, hallo un despacho dirigido el 26 de Septiembre de 1876 por el ministro de Marina al Gobernador de Nueva Caledonia, en el cual revela otra gran dificultad de la colonización como pena, y recuerda el precipicio en que cayó la inglesa después de principiar con brillantes apariencias. Dice así el despacho. «Aprovecho esta ocasión para hablaros de un telegrama que me ha dirigido nuestro Cónsul en Sydney, y del cual resulta que las colonias de Australia no quieren recibir a aquéllos de nuestros deportados cuya pena se conmuta por el destierro. Esta determinación contraría seriamente los proyectos del Gobierno, que estaba dispuesto a conceder cierto número de conmutaciones de esta clase, y se ve hoy obligado a no hacer esta gracia sino con mucha reserva. No debéis, pues, dar autorización para que vayan a Australia los deportados cuya pena se conmuta por la de confinamiento, sin aseguraros antes de que el Gobernador de aquella colonia no los rechazará. Por lo demás, podéis continuar (excepto para Australia) facilitando a esta clase de deportados los medios de dejar la colonia, enviándolos, por ejemplo, a los puntos en que hacen escala los buques del Estado. -G. B.»

Pocos comentarios necesitan los datos que anteceden.

Gastar con cada penado cerca de cinco pesetas diarias para que casi todos se embriaguen cuando tienen dinero, es un resultado que recomendamos a los partidarios de la deportación. Nosotros ya sabíamos que ésta no es un sistema, sino un expediente; pero a los que no temen sustituir los principios de justicia con expedientes, les preguntamos si éste no les parece de los peores y más caros.

Un conde ruso, hablando de la reincidencia, decía que era preciso enseñar a trabajar bien a los penados, a menos que no se señalase una renta de 3.000 francos a cada uno, en cuyo caso no habría reincidencias. No entraremos hoy a discutir si se evitarían por este medio; pero es cierto que lo dicho en son de burla por el ilustrado escritor casi viene a realizarse de veras en la deportación, si no en cuanto a evitar reincidencias, por lo tocante a los gastos. No son 3.000 francos, pero se acerca a 2.000 lo que cuesta cada penado, cuya regeneración moral puede inferirse de los hechos oficialmente confesados, de que la mayoría se embriaga siempre que puede, de que son rechazados de la Australia y de que la madre patria que tales desembolsos hace para su regeneración no cree en ella, puesto que su plan era enviarlos fuera del territorio francés; lo cual, si no es muy moral, tampoco muy previsor, porque si las colonias inglesas habían rechazado los penados ingleses, ¿era probable que admitieran los de Francia?

Como la deportación, además de un mal expediente para la justicia, es una mala arma puesta en manos de las pasiones políticas, arma que se afila o se embota según que aquéllas se enfurecen o se calman, ahora se han amnistiado en Francia una gran parte de los colonos forzados de la Nueva Caledonia, cuya población, dicen, quedará reducida a menos de la mitad. El Estado sólo por rarísima excepción paga el viaje de vuelta a los deportados, mas pagará el de todos los comprendidos en la amnistía a razón de novecientos francos cada uno. Se habla de miles, pero aunque no sean más que 1.000, costará volverlos a Francia más de tres millones y medio de reales. No se puede dar una injusticia más cara.

Gijón, 31 de Enero de 1879.




ArribaAbajoLa princesa Adilia


- I -

Han desaparecido o son ininteligibles algunas palabras del manuscrito en que se habla de esta ilustre dama, y no puede venirse por él en conocimiento de la época ni del lugar donde vivía, ni de sus principales circunstancias. Éstas debieron ser relevantes, o grandes su poder, su riqueza o su hermosura, porque, llegado el caso de contraer matrimonio, acudieron príncipes y reyes a pedir en mano.

Por su posición, por las costumbres de su país y de su tiempo, o por lo difícilmente que en todos penetra en los palacios la verdad, Adilia no podía saberla en lo que más le interesaba, ignorando cuáles eran los sentimientos de aquellos hombres entre los cuales tenía que elegir el compañero de su vida. Cuando procuraba informarse, hablábanle de ilustres y numerosos progenitores, de numerosos y obedientes vasallos, de tesoros sin cuento, de poderío sin límites, y, en fin, de todos los esplendores del poder, de la ambición y de la vanidad humana. Después que los informantes juzgaban que nada esencial quedaba por decir, ella veía que no le habían dicho nada de lo que le importaba investigar.

La nobleza del carácter, la rectitud de conciencia, la elevación de los sentimientos, la ternura de los afectos, esto era lo que lo importaba saber, y de esto nada sabía, porque si alguna cosa preguntaba, por las respuestas veía claro cuán poco debía fiar en ellas.

Perpleja, pensativa, triste, aplazaba su resolución como quien comprendía su importancia y las probabilidades de que fuera desacertada. Apurábanla, para que se resolviese, los pretendientes, con esperanza cada cual de ser el preferido; los desocupados, que deseaban fiestas; los ambiciosos, que pensaban medrar con motivo de la boda, y los aduladores, que hacían depender de ella la suerte del mundo y que siempre aconsejan lo peor.

Comprendió la Princesa que aquella situación no podía prolongarse más; pidió quince días más para reflexionar, y al cabo de ellos, en audiencia solemne y rodeada de toda su corte, recibió a sus ilustres pretendientes.

En número igual al de éstos había cadenas de oro, de las cuales pendían, a manera de relicario, recipientes del mismo metal, pero tan pequeños que en cuanto cabría en ellos una perla gruesa; y dando uno a cada personaje de los que aspiraban a su mano, les dijo:

-Os doy, señores, las gracias por el honor que me dispensáis, y deseosa de haceros justicia, buscaba hace tiempo el modo y no le hallaba; de aquí han provenido mis vacilaciones, no de otro impulso que ofendiese la dignidad vuestra, ni amenguara la mía. Al fin, con la ayuda de Dios, a quien pedía que me inspirase lo mejor para vuestros pueblos, para vosotros y para mí, creo haber descubierto el medio de resolverme con el acierto posible, dadas la limitación del humano entendimiento y la facilidad con que en todo erramos. Cada vino de vosotros colocará en el recipiente que pende de la cadena que le entrego, el objeto que a su juicio valga más de cuantos pueda hallar en un año, que doy de término, y al cabo del cual, aquí mismo convocados, iré examinando los presentes; el que en mi concepto tenga más valor lo colocaré sobre mi pecho, y el que me lo haya ofrecido será mi esposo: unido a cada presente irá una breve explicación escrita de las circunstancias que puedan hacerle más estimable.

Esto diciendo, levantóse la Princesa, saludó con dignidad y sin altanería, dejando asombrados y sorprendidos a sus pretendientes, que hubieron de someterse a la singular condición que les imponía.




- II -

Cada cual revolvió sus estados y su imaginación para ver cuál sería el objeto de más valor que pudiera encerrarse en tan pequeño espacio, contra cuyos reducidos límites parecía estrellarse la riqueza de los opulentos, el poder de los poderosos y hasta la imaginación de los mayores ingenios que en cortes y palacios se esforzaban por introducir el objeto más preciado en dije tan diminuto. Para conseguirlo estimulóse el interés y la vanidad, ofreciendo premios y honores; esto hicieron todos los pretendientes, menos uno que, dice el manuscrito, no consultó más que a corazón.

Largo les pareció el año a todos; pero por largos que parezcan los años, pasan, y pasó el del plazo dado por la Princesa Adilia, ante cuya presencia y corte aparecieron con sus presentes los que en ellos fiaban el logro de su pretensión.

Las huellas del temor, de la esperanza, de la incertidumbre, que las dejan muy profundas, notábanse en el rostro de la Princesa, y, muy conmovida, temblaba. Acercáronse a ella los que aspiraban a su mano en el orden de su mayor resolución, y fueron entregando sus dones, que eran y tenían las leyendas siguientes:

Una perla de regularidad y belleza muy raras. Para sacarme del fondo del mar, muchos hombres han expuesto la vida y alguno la ha perdido. Adilia arrojó el presente al extremo de la mesa en que había de colocarlos todos, menos el que aceptase.

Una preciosa esmeralda. He adornado la espada de un famoso conquistador y visto humillarse multitud de pueblos vencidos. Fue puesta al lado de la perla.

Un diamante de grandes dimensiones, que se talló de modo que una parte de él entrase en el reducido recipiente. Soy el primero de la primera corona imperial; el Sol, cuya luz cmbellezco y multiplico, brilla menos que mi gloria. Se le apartó con un desdén proporcionado a su altanería.

Un polvo blanco. Soy un remedio en la enfermedad. Quedó sobre la mesa, poro colocado como cosa que se aprecia.

Una banda arrollada en que estaba escrito con caracteres diminutos: Soy una verdad que acerca a Dios y un precepto de justicia para los hombres. La Princesa la posó con respeto, dejándola cerca de sí.

No faltaba más que un presente; adelantóse con timidez un mancebo a ofrecerle: consistía en un líquido diáfano con esta leyenda: Soy una lágrima de compasión. Las de Adilia cayeron sobre el collar que rodeaba su cuello, y extendiendo la mano, se la dio de esposa al que como ella sentía. Dice la historia que fueron felices, que consolaron a muchos desdichados, recordando siempre que el lazo que los unía se formó por la piedad hacia el mísero que padece.






ArribaAbajoLa Caja de Ahorros de Madrid y el derecho

La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas ha dado en uno de sus certámenes, como tema, los medios de promover el ahorro: si hubiera propuesto los de escarmentarle, nos parece que podían optar al premio la Caja de Ahorros y el Sr. Ministro de la Gobernación que lo era en 3 de Mayo de 1877. Este parecer nuestro se apoya en un real decreto que hace pocos días hemos leído en la Gaceta con extrañeza y dolor, y por el cual se viene en conocimiento de los hechos siguientes:

1.º Un imponente en la Caja de Ahorros deja en ella una cantidad, llena todas las formalidades prescritas y recoge su libreta de imposición.

2.º Un estafador se presenta en las oficinas de la Caja de Ahorros fingiendo ser el citado imponente, pide y obtiene un duplicado de dicha libreta, que se le expidió, según se dice, con todos los requisitos y formalidades que en tales casos se requieren.

3.º Que en virtud de la libreta entregada al estafador, éste cobró la cantidad que en ella constaba.

4.º Que se presentó el imponente a cobrar su dinero, y se le negó por aparecer ya pagado.

5.º Que el imponente recurrió al Sr. Ministro de la Gobernación, que tuvo por buena y confirmó la negativa de la Caja de Ahorros.

6.º Que el imponente recurrió al Juzgado; que el Gobernador promovió una competencia al Tribunal que procedía contra un empleado del Monte de Piedad y Caja de Ahorros, y contra el alcalde de barrio que expidió el volante con que se obtuvo la cédula personal que sirvió para la estafa, y que esta competencia no se ha resuelto hasta Marzo último, siéndolo a favor de la Administración por lo que toca al empleado.

7.º Que el imponente, cuyas economías sabe Dios de cuántos esfuerzos y privaciones serían fruto, se ve privado de ellas cuando las necesitaba, puesto que acudía a cobrarlas, y que en vez de este recurso, de cuya falta podrán resultarle acaso males irreparables, se ve obligado a figurar como actor en una causa criminal, con todos los sinsabores, gastos, vejámenes y tal vez peligros que en ello pueda haber.

8.º Que han pasado dos años, y no se sabe cuánto tiempo pasará antes de que la causa se falle, y que si el estafador o estafadores resultan insolventes, el que llevó sus economías a la Caja de Ahorros las perderá si no se vuelve sobre lo acordado.

Ahora díganos el lector si nuestra opinión, que debió parecerle extraña y aún extravagante antes de conocer los hechos, no le parece razonable una vez conocidos, y si la Administración y la Caja de Ahorros, sin voluntad por supuesto, no hacen mucho por escarmentar el ahorro.

La cuestión es de derecho y, a nuestro parecer, tan clara y sencilla, que para resolverla bien no se necesita más que pensar en ella un poco. El Monte de Piedad y Caja de Ahorros dice al público: Si quieres traerme tus economías, las prestaré al 7 por 100, próximamente, y te daré el cuatro; ya que el rédito sea tan mezquino, tan poco a propósito para estimularte al ahorro, al menos tendrás seguridad. Yo respondo de los fondos que me confías, como todo depositario autorizado por la ley, y para esto formo reglamentos, exijo formalidades, tomo precauciones y nombro empleados; mi fianza material es un capital cuantioso, mi fianza moral es mi crédito, mi justicia la respetabilidad de las personas que dirigen mis asuntos.

El público cree esto, lleva sus economías a la Caja de Ahorros y se va tranquilo respecto a que quedan seguras; podía irse hasta aquí, ahora no. ¿Por qué?

Por una equivocación deplorable. En el caso de que nos ocupamos, o en cualquier otro análogo, la estafada ha sido la Caja de Ahorros, no el imponente. La Caja es la que se ha dejado sorprender y engañar, y aunque su empleado no resulte culpable sino de imprudencia temeraria, como supone el juez, a ella corresponde el pago de la cantidad estafada, que debió satisfacer inmediatamente, sin perjuicio de reclamarla de los culpables. El público no confía el dinero a un D. Fulano, empleado que no conoce, sino a la Caja, que cree conocer y en quien confía. La Caja es la responsable, tiene con qué responder; el acreedor es legítimo, la deuda sagrada. ¿Por qué no la ha pagado? No puede ser más que por error.

Si el empleado que pagó al estafador y éste resultan insolventes, la Caja pierde lo indebida o equivocadamente pagado, como pierde un banquero el importe de una letra falsa que abona, sin que le ocurra siquiera privar de su importe al portador de la letra legítima. Y el Estado, y una corporación respetable y respetada ¿tendrá una moralidad menos severa que el último banquero?

Si no hay quien responda de la cantidad estafada de que vamos hablando, la Caja de Ahorros debe perderla; es una quiebra inevitable, como otras que habrá tenido y tendrá, y tienen todos los establecimientos de préstamo y de crédito. Esa cantidad, han dicho al negarse a abonarla a su dueño, constaba en los libros como pagada, y todo estaba allí en regla. ¡Los asientos y los libros! ¿Ha de posponerse la justicia a fórmulas burocráticas y despedazarse cuando no quepa en las casillas de un libro de asientos? Más vale anotar en él una página, o inutilizarla, que escribir otra que no debe tener en su historia ningún establecimiento de crédito, y menos de una institución piadosa.

Gijón, 3 de Mayo de 1879.




ArribaAbajoMás sobre cárceles y presidios

El incansable promotor de la reforma penitenciaria, nuestro amigo el Sr. Armengol y Cornet, continúa diciendo... LO QUE DEBE DECIRSE... De su quinto artículo, publicado en el Diario de Barcelona, tomamos los párrafos siguientes:

«Prescindiremos del escandaloso hecho del presidio de Burgos, cuyos empleados todos están sujetos a un procedimiento criminal, porque aguardamos el día del fallo para comentar lo que debe ser esta organización de todo un establecimiento penal que queda envuelta en las mallas de un proceso, quiénes son estos empleados tan escogidos que de carceleros se convierten en encarcelados, si son ciertos rumores que han adquirido cuerpo acerca de si hubo o no empeños particulares para que dicha causa quedara sobreseída, y del empeño mayor de la Audiencia territorial en hacer mucha luz sobre todos los hechos y sus detalles, porque este vergonzoso ejemplo para España necesita un estudio ad hoc y aparte, y deseamos se conozcan otras cosas, sí no tan graves, del mismo carácter.

»En el número de El Imparcial del 25 de Febrero último hay un artículo titulado La Cárcel de Madrid, en el cual se dice que el domingo anterior volvió a permitirse otra entrada general en dicha cárcel, y que se prescindió por ello del dictamen contrario emitido por la Junta auxiliar (pues allí, como aquí, se entenderá que la Junta sólo debe suministrar pan, rancho, vestidos y patatas; no debe administrar moralidad, limpieza, ni puede atajar abusos interiores que redundan en beneficio de los empleados); y haciendo referencia a una Memoria que el celoso juez del Hospicio, don Nemesio Lonqué, ha elevado al Ministro de Gracia y Justicia, se copian algunos párrafos que, por aplicables a muchas cárceles de España, y en particular a la de Barcelona, deseamos sean conocidos y propagados.

»Dice el Sr. Lonqué: «Uno de los motivos, quizá el principal, que originan la criminalidad de Madrid, es el estado de la cárcel de hombres; esto es, la organización, disciplina, personal de empleados, vicios y costumbres inveteradas del Saladero. En este año de 1878 se han formado por este Juzgado, y por delitos cometidos dentro de la cárcel, noventa y tres causas. Los delitos más frecuentes son la falsificación y estafa, lesiones, exacciones ilegales o infidelidad en la custodia de presos. En los cuatro años que el juez que suscribe desempeña esta jurisdicción, ha tenido lugar de observar que en la cárcel encuentran protección ciertos delitos y es el foco donde más a mansalva se cometen. Ha existido un preso, que ahora se halla en presidio, contra el cual se han sustanciado cuarenta y una causas en estos cuatro años, por falsificación y estafa: nada de esto sucedería con un buen sistema de vigilancia y otra organización dentro de la cárcel, ni se concibe que ocurra tratándose de hombres que están sub judice y a disposición de la autoridad. Y no se diga que se toleran faltas en los empleados, al menos en cuanto se refiere a la administración de justicia y este Juzgado. Durante estos cuatro años, el juez que suscribe ha conocido cinco o seis jefes, y casi todos han salido procesados y penados, y lo han sido igualmente más de treinta empleados subalternos. En la actualidad se hallan procesados dos jefes, dos subjefes y seis o siete empleados subalternos: la autoridad judicial no puede hacer otra cosa.»

»Añádase a este tristísimo cuadro que uno de estos jefes procesados que cita el Sr. Lonqué, al ver los cargos que se formulaban contra él, se suicidó cuando el celoso juez del Hospicio había presentado su Memoria al Ministerio.

»Gravísimo era lo consignado en este luminoso trabajo, y, sin embargo, la Dirección general del ramo no ha tenido una sola palabra que oponer al verdadero voto de censura del funcionario judicial; y no podía decir nada en verdad, porque hechos de esta naturaleza y denunciados con el carácter oficial que tiene la Memoria, no permiten otras consideraciones si no son las siguientes: -Si esto pasa en Madrid, donde es de suponer se escogen los mejores empleados o a lo menos los mejor acomodados, ¿qué pasará en provincias? Si esto son los empleados que la Dirección tiene bajo sus ojos, ¿qué serán los que están lejos de ella? Si en esta Memoria se consignan algunos hechos que han podido probarse a pesar de la habilidad de las medidas adoptadas para evitar el descubrimiento, ¿no cabe presumir que son infinitos, innumerables, los abusos cometidos, y que quedan sin rastro y sin poderse comprobar? Hablen por nosotros las familias de los muchísimos presos que en la cárcel de Barcelona han sido explotados por los demás presos y empleados, y que han debido entregar dinero, dádivas, ropas, para evitar los apaleos que sufren los novatos; hablen por nosotros las familias que cada día se lamentan de que en esta cárcel el gobierno y dirección existan de hecho en manos de un preso, y que han sido inútiles las órdenes de la autoridad para que éste permaneciese siempre encerrado en su departamento; hablen por nosotros los que han de ir a visitar a un preso, y quedan horas privados de la libre salida del edificio, de la necesidad de ver, más que al jefe, al preso que todo lo dirige, y se verá cómo lo que consigna el Sr. Lonqué en su Memoria es un grano de arena comparado con la multitud de abusos de nuestro régimen carcelario, abusos que se descubrirían sin remedio si se encargasen de aclararlos jueces de las condiciones del Sr., D. Nemesio Lonqué.»

Después de hablar de cuán bochornoso es para los españoles amantes de su patria y celosos de su honra recibir de corporaciones extranjeras, de que son miembros, interrogatorios a que no pueden contestar sino avergonzándose, añade:

«Hemos, pues, de abrigar la triste, la desconsoladora convicción de que aún otras humillaciones de este género nos aguardan, y otros documentos han de dirigirse del Extranjero a la Dirección general del ramo, que deberán también quedar sin respuesta por la sencilla razón de que aquí no tenemos base alguna científica de régimen carcelario, ni estadística que en lo más elemental pueda ser presentada a otros países, ni podemos contestar una sola palabra, aunque sí inter nos debamos consignar una y cien veces, pero siempre en balde, que así deberá suceder por precisión por mucho tiempo, ya que al ramo penitenciario jamás se lo ha dado en España la importancia científico que tiene, que los altos puestos del mismo se han de confiar por sistema a personas pura y exclusivamente de méritos y antecedentes políticos, que el gobierno de las cárceles y los presidios ha de seguir otorgado a hombres sin carrera ni estudios. Dígalo, si no, las plazas de comandantes provistas en toreros, y personas de ocupaciones y análogas categorías. ¿A quién se le ocurre nombrar alcalde de una cárcel de una población importantísima, y que siempre alberga 500 ó 600 presos, a un sexagenario que toda su vida ha servido en el ramo de Correos? ¿No es lógico que, cuando éste es el criterio con el cual se escoge el personal, no sea mejor el que dicta las disposiciones de toda índole que en el ramo se adoptan? ¿No es natural que España ocupe el último lugar de todas las naciones en lo tocante a la reforma? ¿Puede darse crédito alguno a la vaga indicación de propósitos de hacerla, que de cuando en cuando se deja escapar, como cediendo a la fuerza de desaires y a la conciencia de que las cosas han de cambiar de rumbo?

»Enemigos de exagerar y presentar al país un estado administrativo que no sea cierto, queremos aducir un ejemplo práctico y reciente, de que no hay asomo de esperanzas de días mejores en pro de la reforma. La Junta auxiliar de esta cárcel, excitada por el gobernador Sr. Cossío, su presidente, formó un Reglamento para el gobierno de dicho establecimiento, trabajo que si ha obtenido algunos elogios aquí, fuera de España ha sido considerado como un gran paso para el buen régimen carcelario;3 con este Reglamento se dificultaban los abusos de los empleados, los de los presos, la libre comunicación de éstos con el público, las riñas, las fugas y las explotaciones que de muchos años se llevan a cabo en la cárcel en perjuicio sólo de los detenidos y sus familias; pues bien, este Reglamento no ha merecido la aprobación superior, simple y sencillamente, porque el alcaide, ayudante y llaveros, si bien debían ser nombrados por la Dirección general, era en virtud de terna formulada por la Junta.

»El resultado más inmediato y próximo de esta resolución ha sido el homicidio cometido hace pocos días en un patio de esta cárcel, la ocupación de dos disformes cuchillos empleados en la riña, la libre entrada del público dentro de varios locales de la cárcel en comunicación directa con los presos durante los pasados días de Pascua, la continua introducción de vino y aguardiente en todos los departamentos, y todos los demás males que la Junta toca de cerca. ¿Sucedían antes en la cárcel los escándalos que hoy se lamentan, los empleados estaban frente a frente de la Junta, desobedeciéndola y desautorizándola? ¿Tenían lugar los graves abusos de que ha sido y es teatro la cárcel? No, por la sencilla razón de que la Junta era la que nombraba todos los empleados; por consiguiente, los escogía, sabía a quién daba la credencial y tenía a la mano el «cese» para contener todos los desmanes, y no hay un solo ejemplo de los hechos que hoy ocurren con alarmadora frecuencia. Este procedimiento podrá no convenir a los altos centros oficiales, asediados de continuo por los pretendientes; podrá cerrar la puerta a los pedigüeños y a la libre repartición de credenciales; pero en cambio evitaba de un modo que no tiene sustitución los abusos que lamenta hoy todo el que visita la cárcel, en la cual hay un alcalde de hecho, que es un preso, quien manda y ordena como el jefe, quien distribuye los presos, interviene en la oficina, etcétera, etc., y ahí están las familias de los detenidos que pueden dar detalles de todo este régimen interior.

»No se ha querido reconocer que la cárcel de Barcelona, por sus condiciones peculiares de localidad, por los vicios que tienen arraigados sus habitantes, necesita un Reglamento ad hoc, y se ha negado la aprobación que reclaman como necesaria todos los que quieren conocer la verdadera situación de las cosas, aunque aquella negativa sea origen de continuos males.

»Durante tres años se viene diciendo que la Dirección general tiene redactado un Reglamento para todas las cárceles de España, base de un sistema penitenciario, y ahora nos dice un periódico oficial, o cosa por estilo, que el expresado Reglamento, después de tantas promesas de darlo a luz al otro día, ha pasado a la Junta de reforma para su discusión artículo por artículo, de suerte que deberemos esperar meses sin cuento antes de poder leer aquel trabajo, que tras tanto tiempo de incubación y este póstumo de análisis no dejará de ser obra, perfecta y acabada. Mientras tanto, la cárcel de Barcelona ha de continuar presentando los ejemplos de barbarie o indisciplina que tanto escandalizan.

»El alcaide gobierna y la Junta administra, dice una resolución de la Dirección general; y si bien esto es admisible donde hay un buen personal y leyes de prisión sabias y meditadas, este mismo principio en España da por resultado que dicho gobierno sea: los abusos entronizados; la hostilidad de los alcaides contra las Juntas porque los persiguen y conocen la arbitrariedad más irritante; la existencia de armas en todos los locales; la representación de simulacros y comedias poco edificantes en los patios y dormitorios; la intrusión de presos en la oficina; la explotación del preso, y el que los efectos de alimento, abrigo y limpieza que la Junta suministra sean vendidos casi de balde a las pocas horas de entregados, produciendo así desnudez en los presos y falta de aseo en los departamentos, no obstante las enormes cantidades que se invierten en aquellos objetos. ¡Y porque la Junta denuncia abusos, y se procesa a algún empleado, y no quiero que a mansalva se derrochen sus fondos, se dice que la Junta quiere invadir atribuciones del jefe de la cárcel y entrometerse en todo! Pues ésta es la clase de gobierno y de administración que ha de regir por mucho tiempo, desde que se ha negado la aprobación al repetido Reglamento. ¿Es de extrañar ya que los presos se desafíen, que se emborrachen, que ocurra, en una palabra, todo lo que no es para escrito, pero que conoce y adivina quien quiera que visite dos veces el establecimiento carcelario de esta capital? Lo asombroso sería que dejara de suceder, siendo inexplicable aún el que no ocurran mayores desmanes. Esto pasa, esto es público, y, no obstante... no se corrige ni censura por quien debiera hacerlo.

»El fruto de estas manifestaciones será el del que arroja el trigo sembrando en la arena: el resultado de nuestros lamentos será estéril; lo sabemos perfectamente, pero esta convicción, lejos de desalentarnos, nos excita aún más para reunir verdades amargas, y poniéndolas en parangón con la ciencia y el progreso, nos prestan campo vasto para lo... que debe decirse

Como se ve, no ha sonado todavía la hora de la reforma, pero sonará alguna vez, aunque los que somos viejos es muy probable que no la oigamos; sí, sonará, porque tanta maldad y tanta ignominia no pueden perpetuarse, no puede ser una inevitable desdicha y un eterno oprobio para España. Clamemos contra ese oprobio y esa desdicha, porque hasta las voces que claman en el desierto, cuando son voces de verdad y de justicia, hallan ecos invisibles y misteriosos que las repiten a los hombres de los campos y de las ciudades, y un año antes o un siglo después, al fin oyen los que tienen oídos y ven los que tienen ojos.

Hemos dicho un siglo porque la evolución penitenciaria en España es tan lenta, que trae a la memoria los cambios físicos que se verifican en nuestro globo; sin querer se recuerdan los períodos geológicos, y la imaginación quiere suplir con el tiempo tantas cosas como faltan en nuestra sociedad para que se abrevie el de la reforma penitenciaria. Podría contribuir a ella, como hemos dicho en otras ocasiones, sacar la Dirección de Establecimientos penales del Ministerio de la Gobernación, el más eminentemente político de todos los ministerios. La política, según los pueblos, es mejor o peor, pero siempre es mala para mezclarla con la Administración, y pésima para sobreponerse a ella. Que nuestra política es de las menos recomendables, parece cosa evidente; que donde hay más es en el Ministerio de la Gobernación, tampoco tiene duda, siendo claro que los ramos que de él dependan serán los que reciban mayor y peor influencia. En algunos otros países, se dirá, también dependen las prisiones del ministerio esencialmente político; nunca nos parece buena una cosa mala porque se haga en algún país, aunque está muy adelantado. Es cierto que algunos de los que van a la cabeza del progreso conservan en Gobernación el ramo penitenciario; pero también los que se reclama contra esto y que tienen en sí elementos que neutralizan el daño de lo que a nosotros y a muchos parece un error; que separan y hasta emancipan la Administración de la política, y exigen en los funcionarios públicos aptitud y méritos proporcionados a la dificultad e importancia de las funciones que deben desempeñar. Así, por ejemplo, en Italia, aunque está la Dirección de Prisiones en el Ministerio del Interior, tiene de inspector a un hombre como Beltrani Scalia.

Entre nosotros, la práctica, y aún podría decirse la teoría, es que, tratándose de empleados, cualquiera sirve; que no es necesario que los de Correos sepan geografía, ni aritmética los de Hacienda. Aplicado este criterio, o lo que sea, a las prisiones, agregándose el mal general al particular del ministerio de la política, tiene que dar un pésimo resultado, y lo da.

No creemos nosotros que, cuando un país llega al grado de desmoralización del nuestro, hay centro alguno oficial completamente a cubierto de ella; no creemos que las cárceles y los presidios se transformarían con trasladarlos a Gracia y Justicia, pero nos parece que el mal podría remediarse algo, y que la Memoria del Sr. D. Nemesio Lonqué, en que se revelan hechos tan propios para llamar la atención de los que pueden remediarlos, hechos que apenas podrían creerse si no fuera imposible dudar de su verdad; esta Memoria, decimos, no es probable que se hubiera mirado en el Ministerio de que depende el que la ha escrito con tanta indiferencia como en el de la Gobernación.

Reciba el Sr. Lonqué el pláceme cordial que le enviamos en nombre de la justicia por el servicio que le ha prestado. Dirá tal vez que no ha hecho más de lo que debía, pero es digno de alabanza y de alto aprecio quien así entiende el deber y le cumple, donde hay tantos que impunes y aún premiados faltan a él.

16 de Mayo de 1879.




ArribaAbajoTrenes de auxilio

Este nombre se da en los ferrocarriles al tren que acude cuando hay un descarrilamiento, y lleva médico, botiquín, operarios, autoridades, guardia civil, etc., etc. Con más propiedad deberían llamarse trenes de socorro por lo urgente que es darlo en ocasiones a los heridos y contusos que lo necesitan, y por los sufrimientos terribles y daños irreparables que a veces resultan de que no sea pronto y eficaz.

Los descarrilamientos, choques y demás averías que causan muertes y heridas, son un hecho constante o inevitable; dícese que casi siempre tienen por causa el descuido, la imprevisión o la imprudencia; pero como no es posible que haya miles de hombres que desempeñen un servicio en general penoso y mal retribuido, sin que nunca se descuiden ni sean imprevisores e imprudentes, resulta que con un servicio bien organizado y un buen material, tanto fijo como móvil, se disminuirán mucho las averías, pero que siempre habrá algunas, o muchas, si es grande el movimiento y la velocidad.

Partiendo del hecho, por desgracia demasiado cierto, de que todo tren en marcha está en peligro de chocar o descarrilar, y de ser muertos o heridos algunos de los que en él van, el socorro que necesitan debe estar siempre preparado y pronto a acudir donde sea necesario. ¿Sucede así? Las Compañías de ferrocarriles de España, que no tienen que indemnizar, como en otros países, a las familias de los muertos y a los heridos, ¿acuden siquiera al socorro de éstos como exige la justicia? Fuerza es responder que no. Todavía recordamos los horribles detalles del descarrilamiento del puente de Viana, que con haber sido cerca de un pueblo como Valladolid, dio lugar a escenas de inhumano abandono y de punible descuido. A más de la inspección facultativa, debería haber en los ferrocarriles la que pudiera llamarse humanitaria, encaminada a que fuese pronto y eficaz el socorro a los heridos: Compañía hay que no tiene ni una camilla para recogerlos.

En los sitios que se marcara, que sería donde hay siempre máquina encendida, debería estar el tren de socorro siempre preparado y pronto a salir al primer aviso que se recibiera. En él habría efectos sanitarios y material suficiente para dar los primeros socorros a heridos y contusos, y un médico que, si no de guardia, estuviera siempre pronto e indicara dónde se le podría hallar sin pérdida de tiempo. En todo caso, si el encargado o los encargados de este servicio no podían prestarle inmediatamente, se echaría mano del primer facultativo que se encontrara, salvo la indemnización debida y la responsabilidad que se exigiría al que incurriera en ella.

Pero los heridos a consecuencia de un descarrilamiento están con frecuencia en peores condiciones para ser socorridos que los del campo de batalla; a éstos siquiera se puede llegar; aquéllos son a veces inaccesibles, por mucho tiempo al menos, porque quedan debajo de los coches o de la máquina, que no se puede levantar o tarda mucho en levantarse por los medios que generalmente se emplean. Esto da lugar a torturas horribles y cuadros espantosos: las víctimas oyen la voz compasiva de los que intentan salvarlas, como éstos oyen sus ayes desgarradores; testigos, si no impasibles, impotentes, ven cómo el terreno cede y la rueda va penetrando en las carnes y triturando lentamente los huesos, como el agua hirviendo va abrasando las entrañas; de todo esto hay numerosos y repetidísimos ejemplos: uno tenemos bien reciente. En el último descarrilamiento cerca de Cádiz, una infeliz mujer quedó debajo de la rueda de un coche, y después que llegó el tren de auxilio pasaron tres horas antes que pudieran sacarla de aquella horrible situación, por más que se esforzaban los que oían sus quejidos lastimeros. Estas tres horas hubieran podido reducirse a pocos minutos si el tren de auxilio llevara una grúa con que suspender inmediatamente grandes pesos: la grúa es tan indispensable en un tren de auxilio de ferrocarril como las vendas; más necesaria aún, porque con las ropas se improvisan vendajes, pero no hay medio de suplir la máquina, que en muchos casos es salvavidas, o cuando menos evita tormentos indecibles y que debe formar parte de todo tren de socorro. También debería ir en él una máquina para producir luz eléctrica.

Cuando el descarrilamiento se verifica de noche, como es muy frecuente, y hay muertos y heridos, es indecible cuánto la obscuridad aumenta el horror de su situación, y cuanto dificulta los trabajos para socorrerlos, «A la luz de un farol, dice la relación del descarrilamiento entre San Fernando y la Cortadura, vimos un grupo de tres cadáveres y de una mujer que debajo de una rueda exhalaba ayes lastimeros.» Los trabajos de los operarios, la dirección del que apenas sabe lo que hacen, la asistencia del médico y sus ayudantes, todo, en fin, cuanto hay que hacer bien y pronto, se hace tarde y mal, porque se hace casi a obscuras, a tientas puede decirse, y con la confusión y el desorden inevitables en la obscuridad. ¡Qué diferencia si la luz eléctrica, como el sol, viniese, cual auxiliar poderoso, a facilitar los socorros disipando las tinieblas! La luz eléctrica que tantas veces se emplea en fiestas y regocijos, ¿no sería bien emplearla en estas solemnidades del dolor para aliviarle?4

Con el material necesario, organizado el personal de modo que, teniendo la inteligencia, suficiente, acudiera al primer aviso, y de no hacerlo incurriese en positiva responsabilidad, habría elementos suficientes: para aprovecharlos bastaba que los empleados todos supieran dónde estaba el tren de socorro y expresasen al pedirle5 la situación de las personas que la necesitaban, cumpliesen, en fin, un breve reglamento bien meditado que dispusiese todo lo esencial para trenes de auxilio y de socorro y teniendo éstos un carácter de urgencia que aquéllos no necesitaban.

No es probable que las Compañías de ferrocarriles organicen este servicio bien y espontáneamente; como apenas tienen otra ley que su voluntad, se tuerce con frecuencia, y suelen abonar aquel dicho de que el que hace todo lo que quiere, hace más de lo que debe. Sólo la opinión, clamando muy alto, podría enderezar esa voluntad torcida, y sólo la caridad mover esa opinión inerte: la forman hombres que, si no por el bien de los otros, por el propio, y como viajeros, están interesados en disminuir los peligros del viaje; pero no hay cosa más rara que el interés bien entendido, y lo que se ve en su lugar suele ser un egoísmo hipócrita o brutal, siempre ciego y dañoso para el mismo que en él se encastilla.

Ya en otra ocasión dijimos cuántos servicios podría prestar una asociación caritativa que, a la manera de las que socorren a los heridos en campaña, socorrieran a los heridos en viaje. Tendría secciones en todos los pueblos que están próximos a las líneas férreas, comprometiéndose a acudir, siempre que en ellas hubiera descarrilamientos, choques, explosiones, etc. El trabajo sería pequeño; el bien muy grande y de dos maneras. Primero contribuirían eficazmente al socorro de los que lo necesitasen; después a despertar la opinión pública, a denunciar el descuido, si le hubiese, en las Compañías, y a ilustrarla sobre este punto y robustecerla. Hay casos de inhumanidad que claman a Dios, sin ser oídos por los hombres, y los habrá mientras éstos, cuando son débiles, no se asocien para hacer valer su justicia contra los fuertes. Las Compañías de ferrocarriles son cada vez más poderosas en España; en general son extranjeras, y los individuos aislados no tienen medios de hacerles cumplir con su deber cuando a él faltan: la caridad en este caso, como en tantos otros, podría contribuir poderosamente a que se realizara la justicia.

19 de Mayo de 1879.