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Autobiografía de José Mármol1

José Mármol

Teodosio Fernández (ed. lit.)





Yo nací, amigo mío, el 4 de diciembre de 1818 en esta tierra que, por ironía de lo que había de ser más tarde, se llamó Buenos Aires.

Ese año debió de ser de seca y ese día de vigilia pues nací enfermizo y con una propensión a comer bien que no se me ha quitado todavía; y debió ser año de quiebras, pues he vivido siempre en una completa bancarrota.

Mis estudios primarios los hice en el bajo y no en lo de Sánchez donde me mandaba mi madre, porque siempre tuve una aversión irresistible a los maestros de escuela, y una vocación ardiente a jugar con las olas del mar, indicación misteriosa de mi destino futuro.

Como no sabía leer, a los 10 años se me tomaron maestros en mi casa; pero a uno lo echó mi padre a pescozones porque se puso a enamorar a mi hermana mayor, y a otro lo emborrachaba yo todos los días con vino de Mendoza que robaba de la despensa de mi casa.

El resultado fue que a los 13 años yo seguía a mi madre a Montevideo, sabiendo apenas la Cartilla. Allí empecé a ser un poco más aplicado y tres años después yo era de los mejores estudiantes de Geografía y Matemáticas; pero cuando estaba más adelantado y querido de mi maestro se dio un día la maldita casualidad de que éste me encontrara sentado en la falda de su mujer, lo que me obligó por prudencia a saltar una ventana, romperme el brazo izquierdo y no volver a la academia y no volver a mi primera maestra de ojos negros y 22 años.

En fin, llegó el año 35, y muerta mi madre, y mi padre en el Brasil, pasé huérfano a mi patria a los 17 años de vida: un cambio casi milagroso se obró en mí, y amando los estudios, yo mismo me procuré la entrada en la Universidad el año 36, empezando por el curso de Filosofía. Vivía solo y aislado, sostenido escasamente con la pensión que me pasaba mi padre, que después de haber obtenido las charreteras de coronel en la guerra de la Independencia, vivía pobre como mil otros.

En mis dos exámenes de filosofía y mi primer año de derecho adquirí la clasificación de sobresaliente, que, como usted sabe, es la más alta según nuestro reglamento universitario.

Ya estamos en el año 38. A esta época ya sabe usted que gran parte de la juventud estaba en Montevideo trabajando contra Rosas. Yo no podía ser indiferente a las calamidades de mi patria que ya veía tan claras e impulsado por esa fiebre de libertad que ha marcado después todos los actos de mi vida, yo también escribía cartas a Montevideo y pedía diarios para hacerlos leer a cuantos podía. Bajo la activa policía de Buenos Aires no tardó en conocerse, tomáronme cartas y bienes, y héteme aquí en la cárcel en abril de 1839 con dos barras de grillos, en un bien cerrado calabozo.

En él fue, amigo mío, donde hice los primeros versos de mi vida, escritos en la pared con palitos de yerba carbonizados en la luz.

He aquí la última estrofa de un apóstrofe a Rosas:


Muestra a mis ojos espantosa muerte,
mis miembros todos en cadenas pon.
Bárbaro, ¡nunca matarás el alma
ni pondrás grillos a mi mente, no!



Desde de 23 días salí de la cárcel, y en la imposibilidad de salir de Buenos Aires, continué mis estudios, teniendo la ciudad por cárcel.

Pero en los primeros días de octubre del año 40, ya la cosa pasaba de broma; fueron a mi casa a buscarme para cortarme una cabeza que yo quería conservar todavía y me oculté y permanecí hasta noviembre en casa del cónsul americano. El 20 de ese mes emigré para Montevideo. Lo demás ya usted lo sabe. Hemos sido hermanos de destierro, de desgracias, de ideas, de afecciones muchas veces y muchas veces de bolsa. Así pues, ¿qué puedo decirle que usted no sepa tan bien como yo mismo?

Ya está usted complacido; ahora haga lo que le dé la gana, menos ponerme la edad que no tengo, sino unos 5 o 6 años menos, como le dije en mi anterior, y mucho hablar de las desgracias para hacer creer que son el origen de las canas y de alguna que otra arruga que ya va apareciendo.





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