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91

Subraya la escritora el adverbio juiciosamente, porque don Ignacio, hombre de carácter muy reflexivo, le rogaba en carta anterior, que no empleara el lenguaje de la imaginación, que a él le exaltaba y le perturbaba en sus estudios.

 

92

En el sobre lleva esta indicación: «Sr. D. Ignacio Cepeda, en S. M.» (Su mano.)

 

93

Vuelve a incurrir en el defecto, ya notado en la Autobiografía, de usar del la como dativo en vez de le.

 

94

En el sobrescrito se lee: «Sr. D. Ignacio Cepeda, en S. M.»

 

95

Las palabras de don Ignacio, tomadas del borrador de su carta, eran éstas: «Nadie puede dar más de lo que tiene; si yo poseo veinte y doy veinte, ¿seré por esto menos liberal y generoso, que el que teniendo veintiuno entregase por igual causa veintiuno? ¿No supone esto una igualdad perfecta de voluntades? ¡Y qué cosa tan dura como exigir del que da los veinte un guarismo más que no posee!»

Y en la postdata le decía: «El martes deberé ir allá. Haz por devolverme la parte de reposo que me has robado y que por algún tiempo me es indispensable.»

 

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Las palabras del señor Cepeda, tomadas fielmente del borrador de su carta, eran éstas: Cuando veo a otros jurar por su amor y creer en la amistad, una amarga pena hiela mi alma y maldigo mi corazón porque se ha dejado escapar tamaño bien. No maldice, por tanto, al que cree en la amistad y en el amor, que es la consecuencia sacada por la poetisa, sino que se maldice a sí mismo en su desesperación por haber dejado escapar del corazón de Tula el amor y la amistad, que a él ya le profesaba.

 

97

El respeto debido a las personas que actúan en esta correspondencia, aconseja suprimir cinco renglones de la carta.

 

98

En la misma carta a que hace referencia la nota primera, le decía don Ignacio: pero tú, que vives para el mundo, tú que le buscas, tú que le hallas, sé feliz...

 

99

En la cara interna de la hoja de papel que sirvió de sobre a esa carta, escribió la poetisa al remitírsela a don Ignacio: «Sólo, hay una persona en el mundo a quien yo enseñase una carta como ésta...: esta persona eres tú. Para ti no tengo reserva, eres otro yo, es mi deber decirte todo, todo lo que me pase, porque tú eres mi Dios. Pero, ¡cuidado!, dime lo que debo hacer con ese loco, y devuélveme su carta con tu mano pronto.»

 

100

00. Acertaba la escritora en esa suposición. Su temperamento ardiente e imaginación fogosa contrastaron perfectamente con el temperamento flemático y espíritu profundamente reflexivo del señor Cepeda, quien poseía en alto grado la cualidad de la templanza, distante por igual de las exaltaciones de la alegría como de los abatimientos de la pesadumbre.