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Avisos y reglas cristianas para los que desean servir a Dios, aprovechando en el camino espiritual. Compuestas por el maestro Ávila sobre aquel verso de David: audi, filia, et vide, et inclina aurem tuam


San Juan de Ávila




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Preliminares


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Al muy ilustre señor don Luis Puerto Carrero, conde de Palma, el maestro Ávila

La causa, muy ilustre señor, porque, siéndome por Vuestra Señoría mandado muchas veces por palabras y cartas que imprimiese el presente tratado, no lo he hecho, no ha sido por falta de voluntad de obedecerle y servirle, como creo que de mí tiene conocido, mas haber temido de mi insuficiencia que, imprimiendo el libro con intención de aprovechar a los que le leyesen, se les tornase impedimento de leer otros muchos, de los cuales mayor erudición y santo calor pudiesen sacar. Y con pensar esto, me he estado hasta ahora y me estuviera de aquí adelante en lo que toca a la impresión de este libro, sino que los días pasados vino a mis manos, y, leyendo en él, vilo trastrocado, borrado y al revés del como yo le escribí: que, siendo por mí compuesto, yo mismo no le entendía. Y parecióme que ya que no se perdiese mucho en estar tan depravado que ninguno pudiese aprovecharse de él, mas no era cosa de sufrir que sacasen daño de él, por las muchas mentiras peligrosas que en él había, y cada día acaecieran más, porque cada uno que trasladaba añadía errores a los pasados. Lo cual visto, quise tornar a trabajarlo de nuevo e imprimirlo, para avisar a los que tenían los otros traslados llenos de mentiras de manos de ignorantes escriptores, no les den crédito, mas los rompan luego; y, en lugar de ellos, puedan leer éste de molde y verdadero. Y lo que primero iba brevemente dicho y casi por señas (porque la persona a quien se escribió era muy enseñada y en pocas palabras entendía mucho), ahora, pues, para todos, va copiosa y llanamente declarado, para que cualquiera, por principiante que sea, lo pueda fácilmente entender.

El intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para que las personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar su deseo. Y estas reglas quise más que fuesen seguras que altas, porque, según la soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse primero algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales enemigos, y después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el conocimiento de nuestra miseria y poquedad, y en el conocimiento de nuestro bien y remedio, que está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en esta vida más provechosa y seguramente podemos pensar.

Reciba, pues, Vuestra Señoría, el presente tratado, a él por muchas partes justísimamente debido, porque el amor entrañable y dulce benignidad con que su generoso corazón sé que lo ha de recebir, y el mucho provecho que por la bondad de Dios espero que de la lección de él ha de sacar, y el tan perseverante deseo con que siempre me ha puesto espuelas para lo imprimir, lo han hecho tan suyo, que sería gravísimo hierro quererlo hurtar.

Plega a Cristo hable a Vuestra Señoría en él, y le dé fuerzas para que oya y obre lo ansí hablado, para que los buenos principios que, por su gracia, en Vuestra Señoría ha puesto, vayan continuamente adelante, hasta que sean colmados en la eternidad de la gloria. Amén.




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Luis Gutiérrez, librero, al devoto lector

Estoy tan confiado, devoto lector, que ha de agradar y aprovechar muy mucho esta obra a quien con buen deseo y ánimo afectuoso en las cosas de Dios la leyere, que me pareció, presupuesta la voluntad de su autor, que hacía yo algún servicio a nuestro Señor, y ayuda a mis prójimos, en hacer imprimir obra tan espiritual y tan excelente, y de muchos y muy grandes juicios muy estimada. Que, cierto, yo no me fiara en esta parte del mío, si no viera a muchos hombres muy sabios y muy espirituales tener en tanto las obras de un tan santo varón, como es el padre Ávila, que no hay ninguno de ellos que no las haya hecho trasladar para tenerlas, siendo ellos tales que podían escrebir otras muchas; y porque espero en Nuestro Señor que de esta obra así pública se ha de seguir muy mucho servicio suyo.

Espero también en su misericordia que me dará gracia para que haga imprimir otras del mismo autor y de otros hombres espirituales, que puedan servir para los mismos efectos.




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Breve regla de vida cristiana compuesta por el reverendo padre maestro Ávila

Lo primero que debe hacer el que desea agradar a nuestro Señor, es tener dos ratos buenos entre día y noche diputados para oración. El de la mañana, para pensar en el misterio de la pasión; y el de la noche, para acordarse de la muerte, considerando muy despacio y con mucha atención, cómo se ha de acabar esta vida y cómo ha de dar cuenta de la más chica palabra ociosa que hobiere hablado, con otras cosas semejantes. Y así cumplirá el consejo de la santa Escriptura que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás.

Lo segundo sea que trabaje por traer siempre su memoria en algun buen pensamiento, porque el demonio le halle siempre ocupado, y ande siempre con una memoria que Dios le mira, trabajando de andar siempre compuesto con reverencia delante tan gran Señor, gozándose de que su Majestad sea en sí mismo tan lleno de gloria como es. De esta manera le traían presente aquellos padres del Testamento Viejo, los cuales juraban diciendo: Vive el Señor delante de quien estoy. Por do parece que traían consigo esta memoria. Y es mucha razón que así la traya él, pues trae consigo un ángel que está siempre delante de Dios, cuya Majestad hinche todo lo criado; diciendo el mismo Dios: Yo hincho el cielo y la tierra. Y pues en todo lugar está Dios tan poderoso y tan sabio y tan glorioso como en el cielo, en todo lugar es razón que nuestra alma le adore, para que ninguna criatura nos mueva a ofenderle.

El tercero sea que trabaje de confesar y comulgar a menudo, por imitar aquel santo tiempo de la primitiva Iglesia, cuando comulgaban de ocho a ocho días los fieles. De cuya memoria quedó agora el pan bendito que dan a los domingos con la paz, para que, cuando vea sacar aquel pan, se acuerde que la frialdad nuestra causó que se diese aquel pan bendito, y no el mismo Santísimo Sacramento, como antes daban, según parece por muchas historias.

El cuarto documento sea que asiente en su corazón muy fijo que si al cielo quiere ir, que ha de pasar muchos trabajos, y que ha de ser escarnecido y perseguido de muchos, conforme a aquel dicho de nuestro Redentor: Si a mí persiguieron, a vosotros perseguirán; para que, estando así armado, no le aparten de sus buenos ejercicios las malas lenguas, ni los contrarios que dondequiera ha de hallar; sino, como hombre que ya lo sabe, no se le haga nueva una cosa tan cierta a todos los que sirven a Dios, sino mire a Cristo nuestro Redentor y a todos los santos que fueron por aquí, y baje la cabeza sin alboroto ninguno, dejando los perros que ladren cuanto quisieren.

Sea el quinto, que ponga siempre sus ojos en sus faltas, y deje de mirar las ajenas, conforme aquel dicho de nuestro Señor: Hipócrita, ¿por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, y no consideras tú la viga que tienes atravesada en el tuyo? No tenga cuenta más de con sus propios defectos, y si algo viere en el prójimo digno de reprehensión, no se indigne contra él, sino compadézcase de él, porque la santidad verdadera, dice San Gregorio que es compadecerse de los pecados, y la falsa, indignarse contra ellos. Si son personas que tomarán su corrección, corríjales caritativamente conociéndose por hombre de la misma masa de Adán, y si no lo son, vuélvase a Dios, suplicándole que los remedie, y dándole gracias porque ha guardado a él de pecado semejante; hallándose muy obligado a servir al Señor, que de este mal le libró, en el cual él también cayera, si el Señor no le guardara.

Sea el sexto, que trabaje lo más que pudiere por hacer alguna caridad cada día a algún prójimo, acordándose de aquella sentencia del Redemptor que dice: En esto conocerán todos si sois mis discípulos, si os amáredes unos a otros. Y conforme a esto debe también tener memoria cada día de rogar a Dios por la Iglesia, que con tanta costa redimió.

Sea el séptimo, que pida siempre a Dios perseverancia, acordándose del dicho de nuestro Redemptor, que el que perseverare hasta el fin será salvo. Y así ponga sus ojos en la muerte, teniendo delante que si hasta allí no durare en la virtud, que todo lo que hiciere se perderá. Y así quite siempre los ojos del bien que hiciere, y póngalos en lo que le quedaba por hacer, para que lo hecho no le ensoberbezca, y lo por hacer le ponga humildad y cuidado de pedir a Dios gracia para cumplirlo. Y tema siempre no sea él uno de aquellos que dijo el Salvador que se habían de resfriar en la caridad, porque había de abundar la malicia; como vemos que muchos hacen, que la mucha maldad que ven por ese mundo en tanta abundancia, les es ocasión de dejar los buenos ejercicios que comenzaron, y saliéndose de Sodoma, como la mujer de Lot, por tornar la cabeza atrás, se quedan hechos estatuas de sal, su alma endurecida para el bien, y sabrosa y apetitosa para el mal.

Sea el octavo, que en todas su obras busque la gloria de Dios, y no su consuelo ni su provecho, para que, aunque se halle seca su alma y desconsolada, no por eso deje sus santos ejercicios, con que Dios se glorifica y se sirve. Y así ordene cuanto hiciere a que Dios sea glorificado, conforme al consejo de san Pablo que dice: Ahora comáis o bebáis o hagáis otra cualquier cosa, todo lo haced para la gloria de Dios. Y pues las obras naturales, como el comer y beber, dice el Apóstol que se hagan para gloria de Dios, mucha más razón es que se haga la oración y lo demás. Y así, pretendiendo sólo esto, no le desconsolará mucho la sequedad que a muchos desconsuela, y hace aflojar en el servicio de Dios, habiendo de ser entonces más diligentes en la guarda de si mismos, y más solícitos en escudriñar si han hecho algún pecado por el cual el Señor los dejase así desconsolados, y proveer en esto con diligencia, pues las más veces nace el tal desconsuelo de soberbia o murmuración o pláticas vanas, que, aunque parecen pequeña culpa, todavía desconsuelan el alma.

Sea el nono, que huiga muy de raíz toda compañía que no le trajere provecho, porque de ella sale todo el mal que a nuestra ánima lastima. Porque, como dice el Profeta, la garganta de los malos es como una sepultura abierta, de donde siempre salen hedores de muerte. Y por esto siempre debe huir la compañía de los tales, porque, si en ello mira, nunca hablan sino palabras conformes a la muerte que sus ánimas dentro de sí tienen, y a mejor librar, cuando las palabras son cuerdas al parecer de ellos, entonces son nocivas al prójimo, diciendo mal y murmurando. Lo cual debe él con gran cuidado huir, reprehendiéndolo, si es persona que aprovechará, y si no, mostrándole un semblante triste, porque dice san Bernardo que dubda cuál peca más, el que murmura o el que oye de buena gana murmurar. Debe luego, por no caer en este pecado, mostrar mala cara y no oír al murmurador, porque, viendo su semblante, cesará su murmuración, porque, como dice san Hierónimo, pocas veces uno murmura, cuando ve que el oyente oye de mala gana.

El décimo y último sea que de tal manera obre bien, que ponga sus ojos y confianza en los merecimientos de Jesucristo, no mirando a lo que hace, sino a la muerte y pasión del Redentor, porque sin él todo es poco lo que hacemos. Quiero decir, que el valor de nuestras obras nace de los merecimientos de Jesucristo, y de la gracia que por él se nos da. Así debe lanzar toda soberbia y vanagloria de su corazón, por muchas obras buenas que le parecía hacer, porque, si bien mira en ello, hallará que por la mayor parte todo cuanto hace va mezclado de mil imperfecciones, por donde más tenemos por qué pedir perdón al Señor por la mala manera de obrar, que por donde esperar galardón por la substancia de las obras. Porque mirando su Majestad, delante cuyo acatamiento tiemblan los serafines, van nuestras obras tan tibias, tan sin reverencia, y con tanta mezcla de imperfecciones, que está muy claro acetarlas Dios por el amor de su unigénito Hijo. Y así, quitada toda liviandad de corazón, acabada la buena obra, preséntese delante de Dios, pidiéndole perdón del desacato y poca reverencia con que la hizo, y ofrezca a Jesucristo al Eterno Padre, confiado que por amor de aquel Señor, el Padre Eterno acetará aquella obra con que le hobiere servido. De esta manera vivirá humilde y confiado, porque el verdadero camino para el cielo dice un dotor que es obrar bien, y no presumir de sí, sino poner su confianza en Cristo.




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Audi, filia, et vide, et inclina aurem tuam, et obliviscere populum tuum et domum patris tui. Et concupiscet rex decorem tuum

Oye, hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Y cobdiciará el rey tu hermosura.

Estas palabras, devota esposa de Jesucristo, dice el profeta David, o, por mejor decir, Dios en él, a la Iglesia cristiana, amonestándola de lo que ha de hacer para que el gran rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta Iglesia, por la grande misericordia de Dios, parecióme escrebíroslas y declarároslas, invocando primero el favor del Espíritu Santo, para que rija mi péñola y apareje vuestro corazón, para que ni yo la hable mal, ni vos oyáis sin fruto; mas lo uno y lo otro sea a perpetua honra de Dios, y aplacimiento de su santa voluntad.








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I. Audi, filia

Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oyamos. Y es la causa, porque, como todo el fundamento de la vida espiritual sea la fe, y ésta entre en la ánima por el instrumento de la voz, mediante el oír, razón es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer; porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro, ni nos basta que, cuando fuimos baptizados, nos metiese los dedos el sacerdote en los oídos, diciendo que fuesen abiertos, si los tenemos cerrados a la palabra de Dios, cumpliéndose de nosotros lo que de los ídolos dice el profeta: Ojos tienen y no ven, orejas tienen y no oyen.

A las palabras que algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que matan a sus oyentes, es bien que veamos a quién tenemos de oír. Para lo cual es de notar que Adán y Eva, cuando fueron criados, un solo lenguaje hablaban, y aquél duró en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que quisieron edificar la torre de la confusión, fue castigada, con que, en lugar de un lenguaje con que todos se entendían, sucediese muchedumbres de lenguajes, con los cuales no se entendiesen unos a otros. En lo cual se nos da a entender que nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra el que los crió, quebrantando su mandamiento con mala soberbia, un solo lenguaje espiritual hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia que tenían uno con otro, y cada uno en sí mismo, y con Dios, viviendo en el quieto y pacífico estado de la inocencia. Mas, como edificaron torre de soberbia, ensalzándose contra el Señor de los cielos, fueron castigados, y nosotros en ellos, en que, en lugar de un lenguaje, y con que bien se entendían, sucedan otros muy malos e innumerables, que nos molestan con su fatiga y no nos entendemos con ellos, con su gran confusión y tiniebla. Y aunque ellos en sí no tengan orden en su hablar, recojámoslos, para hablar de ellos, al número de tres, que son lenguaje de mundo y carne y diablo.


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A) A quién no debemos oír

Tres lenguajes en el pecador. El primero es de cosas vanas; el segundo, de cosas muelles; el tercero, de cosas malas y amargas



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1. Lenguaje del mundo y honra vana

Al lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales a quien las cree, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia y se usa. E así engañado echa atrás sus espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del aplacimiento del mundo. Semejante a los soberbios romanos, que por la honra mundana deseaban vivir y por ella no temían morir. Y así, hecho el hombre esclavo de la vanidad, pierde la amistad del Señor, cumpliéndose lo que Santiago dice: El amistad de este mundo enemistad es con Dios. Y si alguno quisiere ser amigo del mundo, constituido es enemigo de Dios.

Mas mirad que el mundo malo, a quien no hemos de oír, no es este mundo que vemos y que Dios creó, mas es la ceguedad y maldad y vanidad, que los hombres apartados de Dios inventaron, rigiéndose por su parecer y no por la lumbre y gracia de Dios, siguiendo su voluntad propria y no sujetándose a la de su Criador; y poniendo su amor en las honras y deleites y bienes presentes, siéndoles dados no para pegarse al corazón en ellos, mas para usar de ellos recibiéndolos y sirviendo con ellos al Señor que los dio. Éstos son los mundanos tan miserables que de ellos dice Cristo nuestro Señor: El mundo no puede recebir el espíritu de la verdad, porque, si este corazón malo y vano no echa de sí, no podrá recebir la verdad del Señor. Porque es tan grande la contrariedad que hay del uno al otro, que quien de Cristo y de su espíritu quisiere ser, es necesario que no sea del mundo; y quien del mundo quisiere ser, a Cristo ha perdido. Y pues cualquier hombre bueno debe aborrecer el hablar mentidas y oírlas aunque sea sin perjuicio ajeno o suyo, ¡cuánto deben ser aborrecidas aquellas que llegan hasta privar al hombre de la virtud y verdad, y desnudarle de la rica joya de la amistad del Señor! Y también porque, después que el mundo despreció al bendito Hijo de Dios, que es eterna Verdad, no hay por qué cristiano ninguno le crea, mas antes viendo que fue engañado, no conociendo una tan clara luz, aquello repruebe que el mundo aprueba, y aquello ame que el mundo aborrece, huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció, y teniendo por cierta señal [de] ser amado de Cristo, ser despreciado del mundo.

Remedios

Y si el tropel de la humana mentira quisiere cegar o hacer desmayar al caballero cristiano, alce sus ojos a su Señor, y pídale fuerzas, y oya sus palabras que dicen así: Confiad, que yo vencí al mundo. Como si dijese: «Antes que yo acá viniese, cosa muy recia era tornarse contra este mundo engañoso y desechar lo que en él florece, abrazar lo que él desecha; mas, después que contra mí puso todas sus fuerzas, inventando nuevos géneros de tormentos y deshonras, los cuales yo sufrí sin volverles el rostro, ya no sólo pareció flaco, pues encontró quien pudo más sufrir que él perseguir, mas aún queda vencido para vuestro provecho, pues, con mi ejemplo que os di y mi fortaleza que os gané, ligeramente lo podréis vencer, sobrepujar y hollar». Pues mire el cristiano que como los que son del mundo no tienen orejas para escuchar la verdad de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar las mentiras del mundo, ni curar de ellas, porque ahora halague ahora persiga, ahora prometa ahora amenace, ahora espante ahora parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar. Y en tal posesión le debemos tener, pues en tantas mentiras lo hemos tomado que, las medias que un hombre dijese, en ninguna cosa nos fiaríamos de él, ni aún en las verdades no le daríamos crédito.




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2. El lenguaje de la carne

La carne habla regalos y deleites, unas veces claramente, y otras debajo de título de necesidad. Y la guerra de esta enemiga, allende de ser muy enojosa, es más peligrosa, porque combate con deleites, que son armas más fuertes que otras. Lo cual parece en que muchos han sido de deleites vencidos, que no lo fueron por riquezas ni honras ni recios tormentos, y según sentencia del Salvador, los enemigos del hombre son los de su casa. ¡Cuán de verdad es nuestra enemiga la carne, pues que, de dos partes que nos constituyen, la una es ella! Por tanto, quien de esta batalla quisiere salir vencedor, de muchas y muy fuertes armas le conviene ir armado, porque la preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas a los que con muchos sudores de importunas oraciones la alcanzan de nuestro Señor, el cual quiso ser envuelto en sábana de lienzo limpia, para reposar en el sepulcro; a dar a entender que, como el lienzo pasa por muchas asperezas para venir a ser blanco, así el varón que desea alcanzar o conservar el bien de la castidad, y aposentar a Cristo en sí, como en otro sepulcro, conviene con mucha costa y trabajos ganar esta limpieza, la cual es tan rica que, por mucho que cueste, siempre cuesta barata.

Remedios

a) CASTIGAR LA CARNE

Debe pues el tal hombre, especialmente si se siente tentado de la carne, primeramente tratar con aspereza su carne, en cuanto le fuere posible, sin muy gran daño de su salud. Que, aunque la carne padezca alguna flaqueza por apagar las tentaciones, más vale, como dice San Hierónimo, que te duela el estómago que no el ánima, y mejor que mandes al cuerpo que no que le sirvas; y más provechoso es que tiemblen las piernas de flaqueza, que no que vacile la castidad. El siervo de Cristo que sintiere a su carne rebelde, debe quitarle la cebada y trabajarla con carga. Como San Hilario decía a su propia carne: Yo te domaré, y haré que no tires coces, sino que pienses antes en comer que no en retozar. Y pues San Pablo, vaso de escogimiento, no se fía de su carne, mas dice que la castiga, y la hace servir, porque, predicando él a los otros, no sea hallado malo, cayendo en algún pecado, ¿cómo pensaremos nosotros que seremos castos sin trabajar nuestro cuerpo, pues tenemos menos virtud que él y mayores causas para temer? Muy mal se guarda humildad entre honras, y temperanza entre la abundancia, y castidad entre regalos; y sería digno de escarnio quien quisiese apagar el fuego que arde en su casa y él mismo le echase leña muy seca. Muy más digno de escarnio es quien por una parte desea la castidad, y por otra hinche de manjares y regalos su carne y se da a la ociosidad, porque estas cosas no sólo no apagan el fuego encendido, mas bastan a encenderlo en quien muy apagado le tuviese. Y pues el profeta Ezequiel da testimonio que la causa porque aquella desventurada ciudad, Sodoma, llegó a la cumbre de tan abominable pecado, fue la hartura y abundancia de pan y la ociosidad, que tenían, ¿quién osará vivir en regalos, en ocio, ni aun verlos de lejos, pues que los que fueron bastantes a hacer el mayor mal, con más facilidad harán los menores? Ame, pues, la templanza quien es amador de la castidad; porque, si la una quiere tener sin la otra, no saldrá con ella, mas antes se quedará sin entrambas, que a las que Dios juntó, ni las debe el hombre querer apartar, ni puede, aunque quiera.

Mas habéis de mirar que este remedio de afligir la carne es bueno cuando la tentación nace de la misma carne. Y conocerlo héis en que viene a los que tienen regalada su carne, o crece con el holgar y regalo, y trae muchos movimientos de la misma carne. Entonces aprovecha refrenarla y castigarla, pues el principio del mal viene de ella.

b) BUENAS OCUPACIONES

Mas otras veces viene esta tentación de parte del demonio. Lo cual veréis en que más combate al hombre con pensamientos y feas imaginaciones del ánima que con consentimientos feos de la misma carne; o, si los hay en ella, no es porque la tentación comienza en alteraciones de carne, mas comienzan en pensamientos y de ellos resultan a la carne; la cual algunas veces es flaquísima y como muerta, y los pensamientos vivísimos. Y tienen otra señal, que son del demonio, en venir importunamente, sin catar reverencia a tiempos santos ni a lugares sagrados, en los cuales un hombre, por malo que sea, suele tener reverencia. Y éstos entonces le combaten más; y algunas veces son tantos y tales que el hombre nunca oyó ni imaginó tales cosas, y parece que otro es el que las dice y que no nacen de él. Cuando éstas y otras semejables vierdes, creed que es persecución del demonio en la carne, y que no nace de ella, aunque se padece en ella.

Y el remedio no es afligirla, porque muchas veces suele crecer mientras más la afligen; más debéis de orar, y daros a buenas ocupaciones, y hablar con buenas personas, para apartar el pensamiento de aquellas imaginaciones; las cuales son tan importunas y peligrosas que conviene, cuando mucho combaten, tener por peligrosa la soledad y el ejercicio de los buenos pensamientos, y es más seguro rezar vocalmente o leer, y otras honestas ocupaciones, por el gran peligro que traen, hallando aparejo de ser escuchados. De manera que el mal que nace de carne, con afligimiento de carne, y el mal que nace de pensamientos malos, con buenas ocupaciones y oraciones se deben curar. Y, si con todo esto no cesare esta tentación, no debéis desmayar, mas sufrirla con paciencia y creer que nuestro Señor permite que te atormente como ángel de Satanás, para que no te ensalces, o para otros provechos que su sabiduría suele sacar de los males.

c) EVITAR FAMILIARIDAD DE MUJERES CON HOMBRES

Es también menester para guarda de la castidad que se evite la conversación familiar de mujeres con hombres, por santos y parientes que sean, porque las feas caídas que en el mundo han pasado acerca de aquesto, nos deben ser un perpetuo amonestador de nuestra flaqueza y un escarmiento en ajena cabeza, con el cual nos desengañemos de cualquier falso prometimiento que nuestra soberbia nos hiciere, queriéndonos asegurar que pasaremos sin herida nosotros flacos, en lo que tan fuertes, tan sabios, y, lo que más es, tan grandes santos fueron muy gravemente heridos. ¿Quién se fiará de parentesco, leyendo la torpe caída de Amón con su hermana Thamar; con otras muchas, tan feas y más, que en el mundo han acaecido a personas que las ha cegado esta bestial pasión de la carne, por cercanas que fuesen en parentesco? ¿Y quién fiará en santidad suya o ajena, viendo a David, que fue conforme al corazón de Dios, ser tan feamente derribada en muchos y feos pecados por sólo mirar a una mujer? Ninguno en esto se engañe ni se fíe por castidad pasada o presente, que, puesto que sienta su ánima muy fuerte y dura contra este vicio como una piedra, aun debe huir las ocasiones, porque gran verdad dijo el experimentado San Hierónimo: que a ánimas de hierro la lujuria las doma.

Por tanto, toda mujer, y especialmente doncella de Cristo, ha de ser tan recatada y sospechosa en aquesto que de ninguna persona se fíe mas oiga con atención lo que San Bernardo dice: que las vírgines, que verdaderamente son vírgines, en todas las cosas temen, aun en las seguras. Y las que no lo hacen, presto se verán tan miserables con la caída, cuanto primero estaban con falsa seguridad miserablemente engañadas.

Este mal no combate abiertamente al principio a las personas devotas; mas primero les parece que de comunicarse sienten provecho en sus ánimas, y fiados de aquesto osan, como cosa segura, frecuentar más veces la conversación, y de ella se engendra en sus corazones un amor que los cautiva algún tanto, y los hace tomar pena cuando no se ven, y descansar con verse y hablarse. Y tras esto viene el dar a entender el uno al otro el amor que se tienen; en lo cual y en otras pláticas, ya no tan espirituales como las primeras, se huelgan de estar hablando algún rato, y poco a poco la conversación que primero aprovechaba a sus ánimas, ya sienten que las tiene cautivas, con acordarse muchas veces uno de otro, y con el cuidado y deseo de verse, y algunas veces de enviarse amorosos presentes y dulces encomiendas. Y de estos eslabones suelen venir tales fines que les dan, muy a su costa, a entender que los principios y medios de la conversación, que primero tenían por cosa de Dios, no eran otros que falsos engaños del astuto demonio, que por allí los aseguraba, para después tomarlos en el lazo que les tenía ascondido. Y así, después de caídos, aprenden que hombre y mujer no son sino fuego y estopa, y que el demonio trabaja por los juntar; y, juntos, soplarlos con mil maneras, para encender en ellos el fuego de carne, y después llevarlos al fuego del infierno.

Por tanto, doncella, huid la familiaridad de todo varón, y guardad hasta el fin la buena costumbre que habéis tomado de nunca estar sola con hombre ninguno, salvo con vuestro confesor, y esto no más de cuanto os confesáis, y aun entonces sin meter otras pláticas. Y la esposa de Cristo no como quiera ha de escoger confesor, mas mirando mucho que sea de muy buena vida y de muy buena fama, y, si ser pudiere, de madura edad. Y de esta manera estará vuestra conciencia segura delante de Dios, y vuestra fama limpia y sin mancha delante los hombres; porque entrambas cosas habéis menester. Y aunque de las comunicaciones no se sigan siempre los mayores males que pueden venir, todavía es bien que se eviten, por evitar el escándalo que de ello puede nacer acerca de quien lo sabe, y por evitar tentaciones y muchedumbre de pensamientos [que], aunque no traigan a consentimiento, quitan al ánima su pureza y libertad para pensar en Dios. Y parece que aquel secreto lugar del corazón, donde, como en tálamo, quiere Cristo solo morar, no está tan solo y cerrado a toda criatura como a tálamo de tan alto esposo conviene, ni de todo parece estar casto, pues hay en él memoria de hombre.

d) DEVOTA ORACIÓN

Habéis de saber que una de las principales cosas que aprovechan para poseer castidad, es el gusto de la suavidad divinal, que comunica Dios en el ejercicio de la devota oración; en la cual, luchando el ánima a solas con Dios con los brazos de pensamientos devotos, alcanza de él, como otro Jacob, que la bendiga con muchedumbre de gracias y entrañable suavidad; y hiérela en el muslo, que quiere decir el sensual apetito, mortificándoselo de arte que de allí adelante cosquea de él, andando viva y fuerte en las afecciones espirituales, significadas por el otro muslo que queda sano. Porque, así como el gusto de la carne hace perder el gusto y fuerzas del espíritu, así con el gusto del espíritu nos es desabrida toda la carne, y queda tan sin fuerzas que algunas veces es tanta la dulcedumbre que el ánima gusta, siendo visitada de Dios, que la carne con su flaqueza queda tan desmayada y caída como lo podría estar habiendo pasado alguna larga y grave enfermedad.

Por tanto quien quisiere gozar de la excelencia de la castidad ame el ejercicio de la devota oración; porque allí recibirá rocío del cielo y beberá de una agua tan poderosa que le apague de raíz los apetitos carnales. Y quien quisiere gozar de la devota oración, ame el recogimiento y hallarla ha. De aquí podréis conocer claramente cuánto mal causa la comunicación que hemos dicho, pues hace derramar el corazón y perder la devoción, que eran medios tan provechosos para alcanzar la castidad.

e) DESCONFIANZA EN SÍ Y CONFIANZA EN DIOS

Todo lo dicho, y más que se pudiera decir, suele ser medio para alcanzar esta preciosa limpieza; mas muchas veces acaece que así como teniendo piedra y madera, y todo lo necesario para edificar una casa, nunca se nos adereza el edificarla, así también acaece que, haciendo todos estos remedios, no alcancemos la castidad deseada. Antes hay muchos que, después de vivos deseos y grandes trabajos pasados para que alcanzasen esta joya, se ven miserablemente caídos en el lodoso cieno de su carne, y dicen con gran dolor: Trabajado hemos toda la noche y ninguna cosa hemos tomado, y paréceles que se cumple en ellos lo que dice el Sabio: Cuando yo más lo buscaba, tanto más lejos huyó de mí.

Lo cual muchas veces suele venir de una secreta fiucia que en sí mesmos estos trabajadores tenían, pensando que la castidad era fruto que nacía de sus trabajos y no dádiva graciosa de Dios. Y por no saber a quién se había de pedir, justamente se quedaban sin ella; porque mejor daño les fuera tenerla y ser soberbios e ingratos a su dador, que estar sin ella llorosos y humildes y avergonzados, viendo que no la pueden haber, sabiendo que no es pequeña sabiduría saber cuya dádiva es la castidad; y no tiene poco camino andado para alcanzarla quien de verdad siente que no es fuerza de hombre sino dádiva de nuestro Señor. Lo cual nos enseña el Sabio, diciendo: Como yo supiese que yo no podía ser continente, si Dios no me lo diese, y esto era suma sabiduría, saber cuyo es este don, fuí al Señor y hícele oración con todas mis entrañas.

f) ACUDIR A LA VIRGEN Y A LOS SANTOS

Y aunque los remedios ya dichos para alcanzar este bien sean provechosos, y debemos ejercitar nuestras manos en ellos, ha de ser con condición que no pongamos nuestra fiucia en ellos, mas hagamos con devota oración lo que David hacía y nos aconseja, diciendo: Alcé mis ojos a los montes, donde me venía mi socorro. Mi socorro es del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Estos montes a los santos significan, a los cuales conviene invocar con oraciones, para que nos alcancen de Dios esta merced. Que [si] para sanar de corporales enfermedades, visitamos sus casas, ayunamos sus vigilias, celebramos sus fiestas y los invocamos con oraciones, ¿cuánto con más razón debemos hacer todo esto, para que nos alcancen de Dios remedio contra este fuego infernal? Principalmente y particularmente se debe hacer esto en el servicio de la castísima Virgen María, importunándola con servicios y oraciones por esta merced, las cuales ella oye y recibe de muy buena gana, y por ser muy amadora de limpieza y verdadera abogada de los que la quieren tener. Porque, si hallamos en las mujeres de acá algunas tan amigas de honestidad que ampara[n] con todas sus fuerzas a quien quiere apartarse de la vileza de este vicio y caminar por la limpieza de la castidad, ¿cuánto más se debe esperar de esta limpísima Virgen de vírgines que pondrá sus ojos y orejas en los servicios y oraciones del que quisiere la castidad que ella tan de corazón ama?

No te falte, pues, deseo de haber este bien; no te falte fiucia en Cristo, ni importunas oraciones a sus santos y a su Madre, y a Él, que no faltará en ellos cuidado ni amor para orar por ti, ni en él misericordia para te conceder este don, que él solo lo da; y quiere que todo hombre a quien lo da así lo conozca, pues así es la verdad.

Es don sobrenatural que no se da a todos igualmente

a) A UNOS SE DA CASTIDAD EN EL ÁNIMA SOLA

Y es de mirar que este don no lo da por un igual, mas según a su santa voluntad place. A unos da más y a otros menos. Porque a algunos da castidad en la ánima sola, que es un propósito firme y deliberado de no caer en este vicio por cosa que sea; mas con este propósito bueno tienen en su carne y parte sensitiva tentaciones penosas, que, aunque no hagan consentir la razón en el mal, aflígenla y danla que hacer en defenderse de sus importunidades. Lo cual es semejable a Moisén y a su pueblo, que estando él en lo alto del monte en compañía de Dios, estaba el vulgo del pueblo, adorando ídolos en el valle. Y quien en este estado está debe hacer gracias a nuestro Señor por el bien que le ha dado en su ánima, y sufrir con paciencia la poca obediencia que su parte sensitiva le tiene, porque así como, si Eva sola comiera del árbol vedado, no se cometiera el pecado original, si Adán, su varón, no consintiera, así, mientras aquel propósito bueno de no consentir cosa mala estuviere vivo en lo más alto de la ánima, no puede hacer la parte sensitiva, por mucho que coma, que haya pecado mortal, pues el varón no consiente con ella, antes le desplace y la reprende.

Y si se te hiciere de mal sufrir guerra tan continua dentro de ti, mira que con el trabajo de la tentación se purgan los pecados pasados y se anima el hombre a servir más a Dios, viendo que le ha más menester; y conocemos nuestra flaqueza, por locos que seamos, viéndonos andar a tanto peligro, y a los cuernos del toro, que, a dejarnos Dios un poquito de su mano, caeríamos en la espantable hondura del pecado mortal. Y si fueres fiel siervo de Dios, mientra más tu carne te combatiere, tanto más tú con tu ánima te esforzarás a guardar la castidad, y las tentaciones te serán como golpes que ayudarán a arraigar más en ti la limpieza; y verás las maravillas de Dios, que así como por nuestra maldad parece mayor su bondad, así por la flaqueza de nuestra carne obra fortaleza en nuestra ánima. Y acuérdate que vale más buena guerra que mala paz. Y que es mejor trabajar nosotros por no consentir, y dar en ello placer a nuestro Señor, que, por tomar un poco de placer bestial, que en pasando deja doblado dolor, dar enojos a quien con todas nuestras fuerzas debemos amar y agradar. Llámale con humildad y con fe, que no dejará de socorrer a quien por su honra pelea; que al fin hará que salgas con ganancia de la pelea, y te contará este trabajo en semejanza de martirio, pues como los mártires querían antes morir que negar la fe, así tú padeces lo que padeces por no quebrantar su santa voluntad, y hacerte ha compañero en la gloria con ellos, pues lo eres acá en el trabajar.

b) A OTROS TAMBIÉN EN SU PARTE SENSITIVA

A otros da nuestro Señor este bien de la castidad más copiosamente, porque no sólo les da en el ánima este aborrecimiento de sucios deleites, mas tienen tanta templanza en su parte sensitiva y carne que gozan de grande paz, y casi no saben qué es tentación que les dé pena. Y esto suele ser en dos maneras: unos tienen esta paz en limpieza por natural complexión, otros por elección y merced de Dios.

Los que por complexión natural, no deben engreírse mucho con la paz que sienten, ni despreciar a quien ven tentado; porque no se mide la virtud de la castidad por tener esta paz, mas por tener propósito en el ánima de no ofender en este pecado a nuestro Señor. Y si uno, siendo tentado y guerreado en su carne, tiene este propósito bueno en su ánima, con mayor firmeza que el que no tiene ni siente tentaciones, más casto será éste combatido que el otro con la paz. Ni tampoco deben estos bien acomplexionados desmayarse, diciendo: «Poco gano en ser casto, pues lo tengo de complexión», mas deben aprovecharse de la buena complexión que tienen, queriendo con la razón la castidad, que su inclinación les convida, suplicando a nuestro Señor les ponga mucha firmeza en sus ánimos, y de esta manera servirán a Dios con el ánima por el don suyo, y en la carne por su buena inclinación.

Otros hay que no por inclinación natural, mas por merced de nuestro Señor, son tan cumplidamente castos que en su ánima tienen muy quitada la gana, y sienten entrañable aborrecimiento de esta vileza; y en su parte sensiva, tanta obediencia que no solamente va arrastrando a lo que la razón manda, mas obedécela con deleite y presteza, concertándose en uno ella con la razón, y teniendo entre sí entrañable paz y sosiego. Este excelente estado rastrearon algunos filósofos, los cuales dijeron que había algunos varones tan excelentes que tenían sus ánimos tan purgados que obraban las virtudes con facilidad y deleite, sin que se levantasen pasiones, o si vencidas se levantaban, eran ligeramente y sin pena vencidas. Mas esto que ellos hablaban e quizá no tenían -o, si lo tenían, era por inclinación natural; o, si era por elección, era a cabo de mucho tiempo que se ejercitaban en estas buenas costumbres, y lo que obraban era a fuerzas de sus proprios brazos-, tiénenlo los bienaventurados cristianos, a los que Cristo les quiere conceder este don, no ganado por fuerza de ellos, mas infundido por el fuerte Espíritu de él, el cual es de tanta eficacia, cuando perfectamente obra en ánima y carne, que así como hace que lo superior del ánima está con perfecta obediencia sujetísimo a Dios, y recibe de Él poderosas fuerzas y excelentísima lumbre, estando unido tan perfectamente con Él y tan regido por la voluntad de Él, que diga el Apóstol: El que se llega a Dios, un espíritu es con Él, así esta eficacia de Dios que obra en la parte sensitiva hace que, dejada la bestialidad y fiereza que de su naturaleza tiene, obedezca con deleite a la razón y se le dé muy sujeta. Y aunque en la naturaleza sean diversas, por ser una espiritual y otra sensual, mas allégase tanto la parte sensitiva a la razón que toma también su freno, que anda domada y doméstica, y, aunque no es razón, anda como razonada, no impidiendo, mas ayudando, como fiel mujer a su marido. Y así como hay ánimas de algunos tan miserablemente dadas a la voluntad de su carne que no se rigen por otro norte sino por el apetito de ella y, siendo su naturaleza espiritual, se abate a la miserable sujección de su cuerpo, tan transformadas en carne, que se tornan encarnizadas, y parecen, en su voluntad y pensamientos, un puro pedazo de carne; así la sensualidad de estos otros se junta tanto con la razón que parece más razonal que las mismas ánimas de los otros.

Dificultosa cosa de haber parecerá ésta; mas, en fin, es obra y dádiva de Dios, concedida por Jesucristo, su único Hijo, en el tiempo del cual estaba profetizado que habían de comer juntos lobo y cordero, oso y león; porque las afecciones irracionales de la parte sensitiva, que como fieros animales quieren tragar y maltratar la ánima, son pacificadas por el don de Jesucristo, y dejada su guerra viven en paz, como se dice en Job: Las bestias de la tierra te serán pacíficas, y con las bestias de la región tendrás amistad. Y entonces se cumple lo que está escrito en el Psalmo que dice: Tú, hombre unánime conmigo, guía mía, y conocido mío, que comiste conmigo los dulces manjares, y anduvimos en la casa de Dios de un consentimiento. Las cuales palabras dice el hombre interior a su exterior, teniéndolo tan sujeto que lo llama de un ánima, y tan conforme a su querer que dice que comen entrambos dulces manjares y andan en uno en la casa de Dios; porque están tan amigos que, si el interior come castidad, orar, ayunar y velar, y otros santos ejercicios, hallando mucha dulzura en ellos, también el hombre exterior hace estas obras, y le saben como dulce manjar.

c) SÓLO CRISTO Y SU MADRE, LIBRES DE TODO MOVIMIENTO PECAMINOSO

Mas no entendáis que venga uno en este destierro a tener tanta abundancia de paz que no sienta alguna vez movimientos contra su razón, porque, sacando a Cristo Redemptor nuestro, y a su Madre sagrada, no fue a otros concedido este privilegio; mas habéis de entender que, aunque haya estos movimientos en las personas a quien Dios concede este don, no son tales ni tantos que les den pena, antes, sin ponerlos en estrecho de guerra ni quitarles la paz, son ligeramente por ellos vencidos. Como si viésemos en una ciudad a dos muchachos reñir, y luego se apaciguasen, no decíamos que, por aquella breve guerra, faltaba paz en la ciudad, si la hobiese en los principales del pueblo.

Y pues esta alteza de virtud confesaban los filósofos, con no conocer las fuerzas del Espíritu Santo, no debe ser dificultoso al cristiano confesar esto, y desearlo, a gloria de la redempción de Cristo, y de su poder, al cual no hay cosa imposible, cuya paz, es tanta que sobrepuja a todo sentido, como dice San Pablo. Pues, cuando la carne así estuviere obediente y templada, estonces estamos bien lejos de oír su lenguaje y seguros de caer en la terrible maldición que echó Dios a Adán, nuestro padre, porque oyó la voz de su mujer; antes nosotros hacemos a ella que nos sirva y oya, y, como a pájaro encerrado en jaula, la enseñamos a hablar nuestro lenguaje, y que con alegría nos obedezca. De la cual luenga obediencia, que a la razón tiene, queda tan bien acostumbrada que, si algo pide, no es deleite mas necesidad; y entonces bien la podemos oír, según Dios mandó a Abraham que oyese la voz de su mujer Sara, la cual era ya muy vieja, y con su carne tan enflaquecida y mortificada que no tenía las superfluidades de otras mujeres. Y de esta tal carne algo más nos podemos fiar, oyendo lo que nos dice, aunque no debemos tanto creerla que su solo dicho nos baste, mas debemos examinarlo con razón y con el espíritu, porque la que pensábamos estar muerta no se haga engañosamente mortecina, y tanto más peligrosamente nos derribe cuanto por más fiel la teníamos.




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3. Lenguaje del demonio

Los lenguajes del demonio son tantos cuantas son sus malicias para engañar, que son innumerables. Porque así como Cristo es causa de todos los bienes, que se comunican a las ánimas de los que se sujetan a Él, así el demonio es padre de pecados y tinieblas, porque, instigando y aconsejando a sus miserables ovejas, las induce a mal y mentira, con que eternamente sean perdidas, y porque sus astucias son tantas que sólo el Espíritu del Señor basta a descubrirlas, hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a Cristo, que es verdadero enseñador de las ánimas.

a) SECRETAMENTE PONE ASECHANZAS

De muchos nombres es llamado el demonio, para alcanzar los males que tiene, mas entre todos hablemos de dos, que son ser llamado león y dragón. Dice San Agustín: dragón, porque secretamente pone asechanzas; león, porque abiertamente se enoja.

1) Ensoberbeciendo al hombre

Y la asechanza que tiene para enseñar es aquesta: alzarnos con la vanidad y mentiras, y después derribarnos con verdadera y miserable caída. Ensálzanos con pensamientos que nos inclinan a estimarnos en algo, haciéndonos caer en soberbia. Y como él sepa este mal, por experiencia, ser tan grande que bastó a hacer de ángel demonio, trabaja con todas sus fuerzas hacernos participantes en él, porque también lo seamos en los tormentos que tiene. Sabe él muy bien cuánto desagrada la soberbia a Dios, y cómo ella sola basta a hacer inútiles todas las otras virtudes que un hombre tenga; y trabaja tanto por sembrar esta mala semilla en el ánima que muchas veces deja de tentar a uno y le dice algunas verdades, y le da algunos buenos consejos y espirituales consolaciones, para inducirle a soberbia, y así derribarlo y dejarlo, vacío.

Remedios:

a) MIRAR NUESTROS MALES PASADOS, PRESENTES Y POR VENIR

Mas cuanto él con más diligencia nos hablare este engañoso lenguaje, tanto con mayor diligencia debemos nosotros hacernos sordos a él, que si el profeta dice que debajo de la lengua de los malos hay ponzoña, ¿cuánto mayor pensamos que la habrá en el lenguaje del mismo demonio, más malo que los malos todos? Y si él nos ensalzare de los bienes que tenernos, humillémonos nosotros mirando los males que hacemos y hecimos, los cuales son tantos, que, si el Señor no nos fuera a la mano, y no nos quitara del camino que tan de corazón caminábamos, fueramos creciendo en maldades como en la edad, hasta que los infernales tormentos fueran pequeños para nuestro castigo. ¡Oh abismo de misericordia!, y ¿qué te movió a llamar a los que tan lejos iban de ti? ¿Qué te movió a mirar cara a cara a los que tan vueltas tenían a ti las espaldas? Acordástete de los olvidados de ti, haciendo mercedes a los que merecían tormentos, y tomaste por hijos a los que habían sido malos esclavos, aposentando tu natural persona en las que primero habían sido hediondo establo de suciedades. Estos males que entonces hecimos, nuestros eran, y, si otra cosa ahora somos, en Dios lo somos, como dice el Apóstol: Erades algún tiempo tinieblas, mas ahora luz en el Señor.

Conviene, pues, acordarnos del miserable estado en que por nuestra flaqueza nos metimos, si queremos estar seguros en el dichoso estado en que por su misericordia Dios nos ha puesto, creyendo muy de verdad que lo mismo haríamos que antes hecimos, si la poderosa y piadosa mano de Dios de nos se apartase. Y si miramos a los muchos peligros a que estamos sujetos por nuestra flaqueza, no osaremos del todo alegrarnos con el bien que de presente tenemos, con el temor de los pecados que podemos hacer. Grande alegría mostraron los hijos de Israel y devotos cantares hicieron a Dios, cuando tan gran maravilla hizo con ellos que los pasó por el mar a pie enjuto, y parecíales que, pues en tan gran peligro no habían peligrado, ninguna cosa había de ser bastante para los derribar ni impedir que alcanzasen la tierra por Dios prometida; mas la esperanza salió de otra manera porque, después de aquel gran favor, sucedieron tentaciones y pruebas, y fueron hallados flacos e impacientes en la prueba y pelea los que habían sido devotos y alegres después de la pasada del mar. Y porque no alcanzan la corona prometida por Dios, sino los que son hallados fieles en las pruebas que él les invía, éstos no la alcanzaron; mas que quedaron muertos en el desierto por sus pecados.

¿Quién será, pues, tan desatinado que ahora mire a la vida pasada, ahora a la que resta por venir, ose alzar su cabeza a tomar alguna soberbia, pues en lo pasado ve cuán miserable cayó, y en lo por venir a tantos temores está sujeto? Y, si bien conociere la verdad de cómo todo lo bueno viene de Dios, verá que el tener dones de Dios no ha de ensalzar vanamente a los que los tienen, mas abajarlos más, como a quien más agradecimiento y servicio debe. Y cuando piensa que creciendo las mercedes, crece la cuenta que ha de dar de ellas, parécenle los bienes que tiene una carga pesadísima, que le hace gemir y ser más cuidadosa y humilde que antes.

b) PEDIR A DIOS HUMILDAD: CONOCER A DIOS Y A SÍ

Y porque es tanta nuestra liviandad, y tenemos tan metida en los huesos la secreta soberbia, que fuerzas humanas no bastan del todo a limpiarnos de este pecado, debemos pedir a Dios este don, suplicándole importunamente no nos permita caer en tan gran traición, que nosotros seamos robadores de la honra que de todo lo bueno a él es debida. Con el ayuno se sanan pestilencias de la carne, y la oración las de la ánima; y por eso conviene al que esta pestilencia siente en su ánima, orar con toda diligencia y continuación, presentarse delante el acatamiento de Dios, suplicándole abra los ojos para conocer la verdad de quién sea Dios, y quién sea él, para que ni atribuya a Dios algún mal, ni tampoco a sí algún bien.

Y cuando Dios es servido de hacernos esta merced, invía una celestial lumbre en el ánima, con que, quitadas unas gruesas tinieblas, conoce ningún bien, ni ser, ni fuerzas haber en todo lo criado mas de aquello que la bendita y graciosa voluntad de Dios ha querido dar y quiere conservar. Y conoce entonces cuán verdadero cantar es aquél: Llenos son los cielos y la tierra de tu gloria.

Porque en todo lo creado no ve cosa que buena sea, cuya gloria no sea a Dios. Y entiende con cuanta verdad dijo Dios a Moisén, que dijese a los hombres, que el que es me invío a vosotros; y lo que dijo el Señor en el evangelio: Ninguno es bueno, si no sólo Dios, porque, como todo el ser que tengan las cosas y todo el bien, ahora sea del libre albedrío ahora de la gracia, sea dado y conservado de la mano de Jesucristo, conoce que más se puede decir que Dios es en ellas y obra el bien ellas, más que ellas de sí mesmas. No porque ellas no obren, mas porque obran como causas segundas movidas por Dios, principal y universal hacedor, del cual ellas tienen la virtud para obrar. Y así, mirando a ellas, en cuanto de sí mismas, no les hallan tomo ni arrimo en si proprias, sino en aquel infinito ser que las sustenta, en cuya comparación parecen todas ellas, por grandes que sean, como una pequeña aguja en un infinito mar.

Y de este conocimiento de Jesucristo queda en el ánima una profunda reverencia a la sobreexcelente majestad divinal que le pone tanto aborrecimiento de atribuir a sí misma ni a otra criatura algún bien, que ni aún pensar en ello no quiere, considerando que así como el casto de Josef no quiso hacer traición a su señor, aunque fue requerido de la mujer de él, así no debe el hombre alzarse con la honra de Dios, la cual él quiere para sí como el marido a su propria mujer, según está escripto: Mi gloria no la daré yo a otro. Y está el hombre entonces tan fundado en esta verdad, que aunque todo el mundo lo ensalzase, él no se ensalzaría, mas, como verdadero justo, desnúdase de la honra, pues ve no ser suya, y dala al Señor, cuya es. Y en esta luz ve que cuanto más alto está, más ha recebido de Dios y más le debe, y más pequeño y abajado es en sí mismo; porque quien tan de verdad crece en otras virtudes, también ha de crecer en la humildad, diciendo a Dios: Conviene crecer en ti, y a mi ser abajado cada día más en mí mismo.

Y entonces no oye el ánima el falso lenguaje del demonio soberbio, que con la propria estima la quería engañar; mas oye la verdad de Dios, que dice que la verdadera honra y estima de la criatura no consiste en sí misma, mas en recebir y ser estimada y amada de su Criador.

2. Desesperándole:

1. Con la memoria de sus pecados

Otra arte suele tener el demonio contraria a esta pasada, la cual es, no haciendo ensalzar el corazón, mas abajándole y desmayándolo, y así traello a desesperación. Y esto hace trayendo a la memoria no los bienes que el hombre ha hecho, mas sus pecados, gravándoselos cuanto puede, para que, espantado con la muchedumbre y graveza de ellos, caya desmayado como debajo de carga pesada, y así desespere. De esta manera hizo con Judas, que, al hacer del pecado, quitóle delante la graveza de él, y después trájole a la memoria cuán grave mal era haber vendido a su maestro y por tan poco precio, y para tan mala muerte. Cególe los ojos con la grandeza del pecado, y dió con él en el lazo, y de allí en el infierno.

De manera que a unos ciega con las buenas obras poniéndoselas delante y escondiéndoles sus señales, y así los engaña haciéndolos ensoberbecer; y a otros escóndeles que no se acuerden de sus bienes que por la gracia de Dios ha hecho, y tráeles a la memoria sus males, y así los derriba. A los unos díceles que sus bienes son muchos y sus pecados pocos y livianos; a los otros, que los bienes que han hecho son pocos y llenos de falta, y sus males muchos y grandes.

Remedio: PONER LOS OJOS EN LOS BIENES HECHOS Y EN LA MISERICORDIA DE DIOS Y BENEFICIO DE CRISTO

Mas así como el remedio es, porque él nos quiere alzar de la tierra, asirnos más a la tierra y tener los pies más hincados en ella, y considerando, no nuestras plumas de pavo, mas nuestros lodosos pies de pecados que hemos hecho o haríamos, si Dios no nos guardase, así en este otro engaño es el remedio quitar los ojos de nuestros pecados y ponerlos en los bienes que hemos hecho y en la misericordia de Dios, de donde nos vinieron. No es esto para poner confianza en las obras nuestras, porque no cayamos en un lazo, huyendo de otro; mas para creer que, pues nos dio gracia para las hacer, no las dejará de galardonar, y, pues nos ha puesto en la carrera, no nos dejará en la mitad de ella, pues sus obras son acabadas como él lo es; y más hizo en sacarnos de enemistad que en conservarnos en su amistad. Lo cual nos amonesta San Pablo diciendo. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados a Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que somos reconciliados seremos salvos en la vida de Él.

Cierto, pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos, también lo será su vida para conservar en vida a los vivos. Hízonos de enemigos amigos, pues no nos desamparará siendo amigos. Si nos amó desamándole, no nos desamará amándole. De manera que osemos decir lo que dijo San Pablo: Confío que aquel que comenzó en vosotros el bien, lo acabará hasta el día de Jesucristo.

Si el demonio nos quisiere turbar con gravarnos los pecados que hemos hecho, miremos que ni él es la parte ofendida, ni tampoco el juez. Dios es a quien ofendemos cuando pecamos, y él es el que ha de juzgar a hombres y demonios, y, por tanto, no nos turbe que el acusador acuse, mas consuélenos que el que es parte y juez nos perdona y absuelve. Y esto dice San Pablo así: Si Dios con nos, ¿quién será contra nos? El cual a su proprio Hijo no perdonó, mas por todos nosotros lo entregó. Pues, ¿cómo es posible que dándonos a su Hijo, no nos haya dado todas las cosas? ¿Quién acusará contra los hijos de Dios? Dios es el que justifica, ¿quién habrá que condene? Todo esto dice San Pablo. Lo cual, bien considerado, debe esforzar a nuestro corazón a esperar lo que falta, pues tales prendas de lo pasado tenemos. No nos espanten nuestros pecados, pues el eterno Padre castigó a su Hijo unigénito por ellos para que así viniese el perdón sobre nos, que merecemos el castigo. Y pues Dios nos perdona, ¿qué aprovecha que el demonio dé voces, pidiendo justicia? Ya una vez fue hecha justicia de todos los pecados del mundo; la cual cayó sobre el inocente cordero, que es Jesucrito, para que todo culpado que quisiese llegarse a él sea perdonado. Pues, ¿qué justicia sería castigar otra vez los pecados del penitente con infierno, pues ya una vez fueron suficientemente castigados en Jesucristo? Él nos es dado por la misericordia del Padre, y en él tenemos todas las cosas; porque, en comparación de tal persona divina, como es el Hijo, ¿qué es todo lo demás sino menos que él? Y quien dio el Señor, también dio el señorío; y quien dio el sacrificio, dio el perdón; y quien dio al Hijo, dará todo cuanto quisiéremos.

Así que, doncella de Cristo, si nos quisiere el demonio cegar en nuestros pecados, digamos que no son sino pocos y chicos, y nuestros bienes muchos y grandes. Pocos son nuestros pecados, no en sí, mas comparados a los muchos merecimientos de Jesucristo. Muchos son nuestros bienes, no en nosotros, mas en Cristo, que nos dio lo que él ayunó, oró, y caminó y trabajó; y sus espinas y sus azotes, y clavos y lanza, muerte y vida, haciéndonos participantes en todo mediante los sacramentos y fe. Cuantas son las misericordias del Señor, tantos podemos decir que son nuestros merecimientos; y cuantos son los bienes de Cristo, en tantos tenemos parte nosotros. Y así como en el mar Bermejo fueron ahogados Faraón y los suyos, que perseguían a Israel por las espaldas, así, en la sangre y merecimientos de Cristo, son los pecados que hemos hecho ahogados, que ninguno queda. Por tanto, cerremos las orejas a este lenguaje, y hagamos ir avergonzado al demonio, como lo fué de unos, de los cuales dijo: «Estos me han vencido, porque cuando yo los quiero ensalzar, ellos se abajan, y cuando yo los quiero abajar ellos se ensalzan». Y digamos con David: Siendo el Señor mi ayudador, yo despreciaré a mis enemigos.

2. Con pensamientos contra Dios

Otras veces suele hacer desmayar, trayendo pensamientos muy sucios y abominables aun contra las cosas de Dios, y hace entender al que los tiene que de él salen y que él los quiere tener y con esto atribúlale de tal manera que le quita toda el alegría del ánima, y le hace entender que está muy desechado de Dios y condenado de él, y dale gana de desesperar, creyendo que no puede parar en otra parte sino en el infierno, pues ya le parece tener blasfemias semejantes a las de allá. No es tan necio el demonio que no se le entiende que el tentando no ha de venir a consentir en cosas tan abominables, mas es su intento asombrarle y desmayarle, para que así pierda la confianza que en Dios tenía, y trabajarlo tanto con sus importunidades e frialdades que le haga perder la paciencia y sosiego, y así ganar él; como dicen: A río vuelto, ganancia de pescadores.

Gran merced hace Dios a muchas personas, que por mucho tiempo les guarda y esconde dentro de sí, para que no sepan qué guerra es aquesta ni oigan aqueste espantable lenguaje; mas otras veces permite que aquel malvado turbe con sus voces importunas nuestro silencio, y en lugar del gozo, que teníamos en pensar cosas de Dios, nos hagan sus tentaciones echar lágrimas de muy gran tristeza.

Remedios:

a) NO DIALOGAR CON EL DEMONIO

Entonces hemos de hacer lo que hacía David: Yo, como sordo, no oía; y como mudo, que no abre su boca. Hecho soy como hombre que no oye y que no tiene en su boca reprehensiones. Y pues no podemos dejar de oír este lenguaje, pues que el demonio, aunque no queramos, nos trae estos pensamientos y hablas tan malas, seamos a lo menos como quien no oye. Lo cual hacemos cuando no nos turbamos ni entristecemos con ellos, mas estamos en nuestra paz como de antes, no curando de tomarnos a palabras ni respuestas con el demonio ni sus asechanzas, mas estamos como sordos y mudos, no haciendo caso de todo cuanto nos dice. Dificultoso es creer aquesto a los que poco saben de las astucias del demonio, los cuales piensan que, si no dejan de hacer lo que hacían y se ocupan en ojear y andar matando las moscas de los tales pensamientos, ya han consentido en ellos, creyendo que es todo uno: sentir pensamientos y consentir en ellos. En la verdad, mientras los tales pensamientos son más abominales, más seguro está el hombre que no consentirá en ellos. Y basta no curar de ellos con una sosegada disimulación, porque no hay cosa que al demonio más lastime que el despreciarlo tan despreciado que ningún caso hagan de él ni hay cosa tan peligrosa como trabar razones con quien tan presto nos puede engañar.

Y por esto la mejor respuesta es no responder, aunque nos parezca que teníamos qué, mas una vez al día decir que creemos lo que cree la santa Iglesia Romana, y que no queremos consentir en pensamiento falso ni sucio; y decir al Señor lo que está escripto: Señor, fuerza padezco, responded vos por mí; y sosegarnos, creyendo que él lo hará con condición que tengamos esperanza en él y callemos nosotros. Porque, si tenemos muchas respuestas nosotros, ¿cómo le diremos que responda por nos? Por lo cual dice la sagrada Escriptura: Vosotros callaréis y el Señor peleará por vosotros. De manera que nuestro pelear no es a solas manos, mas muy más principalmente con invocar al Señor todopoderoso, el cual por nosotros pelea. Y esto es lo que dice el profeta Esaías: En silencio y esperanza será vuestra fortaleza. Porque uno de estos dos que falte, luego el hombre se turba y enflaquece.

b) CRECER EN EL BIEN OBRAR, AUNQUE SEA SIN DEVOCIÓN

Mas dirá alguno: «Quítanme estos pensamientos la devoción, y suélenme venir cuando yo me llego a las buenas obras, y por no oír tales cosas, estoy determinado muchas veces de no las hacer». A esto digo: que esto es por lo cual el demonio andaba, por con sus importunidades estorbar el bien obrar; aunque parece que a otra parte tiraba. Mas debes tú antes crecer en el bien que menguar, como persona que adrede lo hace, por hacer ir al demonio con pérdida de lo que pensaba llevar ganancia.

E si falta la devoción no te penes, pues no se miden nuestros servicios por devoción, mas por amor; y el amor no es devoción tierna, mas un ofrecimiento de voluntad a lo que Dios quiere que hagamos y padezcamos, tengamos voluntad o no, y si algunos, que parece dejan el mundo por servir a Dios, dejasen también la desordenada codicia de los devotos sentimientos del ánima, como dejan la codicia de los bienes temporales, vivirían más alegres de lo que viven, y no hallaría el demonio codicia en que asir, como en cabellos, con sus engaños, y lastimarles con ellos. Desnudo murió Jesucristo, y desnudos nos hemos de ofrecer a él, y sola nuestra vestidura ha de ser su santísima voluntad, sin mirar a otra parte. Igualmente hemos de tomar la tentación que la consolación de su mano, y oír demonios como oír ángeles, y ser tentados y azotados como ser abrazados. Finalmente, no estar asidos a los flacos ramos de nuestros quereres, aunque nos parezcan buenos, mas a aquella fuerte columna de la divina voluntad, que nunca se muda. Para que así no vivamos en mudanzas, mas participemos a nuestro modo de aquella immutabilidad y sosiego que la divina voluntad tiene, haciendo siempre lo que quiere, y tomando lo que nos invía.

Decidme, doncella, ¿qué más hace al caso servir uno a Cristo por consolaciones y gustos de ánima que servirle por dinero, qué más por cielo que por tierra, si el postrer paradero es mi codicia? Lucifer, según muchos doctores dicen, la bienaventuranza deseó, mas, porque no la deseó como debía y de quien debía, y que se le diese cuando Dios quería, no aprovechó que lo que deseaba era bueno, mas pecó por no desearlo bien; y así fué su deseo codicia, y no buen deseo.

c) CONFORMAR NUESTRA VOLUNTAD CON LA DE DIOS

Pues de esta manera digo que no hemos de estar atados a desear nuestros consuelos o devociones, o sosiego, o semejantes cosas, parando en ellas, mas, libres de estas cosas, asestar nuestro querer en aquel norte inmutable de la divina voluntad, tomando lo que nos diere, y cuando y como; y no holgarnos por lo que nos da, principalmente por nuestro provecho, mas porque se huelga él en dárnoslo, aparejados a carecer de ello, si supiésemos que él es servido. Y no digo yo esto, porque se puede excusar el gozo cuando el Señor nos visita, o la pena, cuando nos deja en manos de nuestros enemigos para ser de ellos tentados, mas porque, en cuanto pudiéremos, nos mostremos a no hacer mucho caso del consuelo, porque no sintamos las mudanzas que necesariamente hemos de sentir, si a estas cosas nos arrimamos.

Suplicad al Señor que nos abra los ojos, que más claro que la luz del sol veríamos que todas las cosas de la tierra y del cielo son muy poca cosa para desear ni gozar, si de ellas se apartase la voluntad del Señor. Más vale sin comparación comer o dormir, si el Señor lo manda, que estar en el cielo sin su querer. No estemos pues tanto asidos de las cosas, por buenas que nos parezcan, más de cuanto fuere siempre la voluntad buena de nuestro Señor Dios. Y así ligeramente tendremos sosiego entre los alborotos que el demonio causa, porque estará mortificada nuestra voluntad, que es la que causaba el descontento, y viviremos siempre en una continua paz, según en este destierro se puede haber, por estar conformes con la voluntad de nuestro Señor Dios, la cual tan bien se cumple en nosotros cuando somos atribulados, como cuando somos consolados. Echemos, de nosotros tanta fruta perdida, que estaba colgada de nuestra secreta codicia, y cogeremos otros nuevos frutos de gozo y paz, que de esta unión con la divina voluntad suelen venir.

Esta es el arte con que se engaña el arte que el demonio traía. El quería hacernos enojar, aunque a otra parte parecía que tiraba. Nosotros guardámosle el golpe y cobrímonos con paciencia, conformándonos con la voluntad divina, y así quedamos sin llaga y aún con corona, porque, no curando de lo que en nos pasa, por penoso que sea, mas de la voluntad del que lo invía, vencemos nuestra propria voluntad; lo cual es la causa de nuestra corona.

Y porque el vencimiento de esta batalla más se hace por arte de contentarnos con lo que viene, y de tener confianza, mientra más el demonio nos la quiere quitar, que por vía de fuerza, queriendo evitar que no nos vengan estos pensamientos, pues que no son en nuestra mano, por eso dice el esposo a la esposa en los Cantares: Cazadnos las pequeñuelas zorras, que destruyen las viñas, porque nuestra viña ha florecido. La viña de Cristo nuestra ánima es, plantada con su mano y regada con su sangre. Esta florece cuando, pasado el tiempo en que fue estéril y seca, comienza nueva vida y fructifera al que la plantó. Mas porque a los tales principios suelen acechar estas y otras tentaciones del astuto demonio, y les suelen dañar con hacerles desmayar, trayéndoles pensamientos tan feos estando ella ternecica y en flor, por eso nos amonesta el esposo florido, que pues nuestra ánima, viña suya, ha florecido, que tengamos manera para cercar estas importunas tentaciones. En decir cazar, da a entender que ha de ser por maña y no por fuerza. Y en decir que son zorras, da a entender que son tentaciones solapadas, que pareciendo ir a herir en una parte, hieren en otra. En decir pequeñas, da a entender que para quien las conoce no son grandes, porque el solo conocerlas es vencerlas; y a quien le parecen grandes, es el que con su temor y poco saber las hace grandes. Y en decir que destruyen las viñas, da a entender cuánto daño hacen en los hombres que no las conocen, hasta traerlos algunas veces a tanto enojo, que de enojados, como no les quita Dios las tales tentaciones, vienen por miserable consejo a consentir o casi consentir en ellas, y algunas veces pasa tan adelante este mal que, por no sufrir guerra tan cruda en el camino de Dios, lo dejan y se dan abiertamente a pecar, pensando por allí huir de ellas; o, si esto no hacen, algunos suelen venir a desesperar, por no sufrir guerra tan cruda.

d) BUSCAR UN BUEN CONFESOR

Y suele a los que tales tentaciones tienen, dar mucha pena, el haberlas de decir abiertamente a su confesor, por ser cosas tan feas que no merecen ser tomadas en lengua, y que dan gran desmayo, por su abominación, cuando se cuentan. Y, por otra parte, si no se las dicen, paréceles no ir bien confesados, y así nunca salen satisfechos de la confesión por el callar, o salen muy penados por haber dicho cosas que tanta pena les dan. Lo que estas personas cerca de esto deben hacer es buscar un confesor sabio, experimentado en las cosas de Dios, y darle a entender las tentaciones que pasan, de arte que, aunque no se digan los pensamientos de la misma manera que se piensan, porque esto no es menester y muchas veces daña y no se puede hacer, mas dígase de manera que el confesor pueda entender la enfermedad que es, y esto basta.

Y el tal confesor no debe ser áspero, ni importunarse por muchas veces que el penitente le pregunte una misma cosa, ni por otras flaquezas que estas personas escrupulosas y tentadas pueden tener; mas antes se acuerde de lo que el Apóstol dice: Corrígele en espíritu de blandura, considerándote a ti mismo, y no seas también tentado. Y por graves cosas que en estas personas vea, no desmaye, porque no suele el Señor olvidar sus ovejas en aquestos peligros, mas socórrelas cuando más desesperado parece estar el remedio, según yo he visto en muy muchas personas afligidas gravísimamente con estas tentaciones, aun hasta trance de desesperar. De las cuales ninguna he visto parar en mal, mas ser socorridas de Dios con entera sanidad de estos trabajos.

Ore, pues, el confesor, y busque oraciones ajenas; y encomiende al penitente la enmienda de su vida; y déle buena esperanza de parte de nuestro Señor, que él cumplirá las promesas que de su parte le dieren con fe; y enseñe al penitente que ningún pensamiento, por sucio y malo que sea, no puede ensuciar el ánima, cuando no es consentido. Y pues el penitente no consiente, mas toma mucho desplacer en aquestas cosas, antes las debe tomar en purgatorio de sus pecados y en ejercicio de paciencia, como quien está padeciendo martirio en manos de crueles sayones, que pensar que ofende a Dios en ello, o que va camino de perdición.

Y con esta cordura y sabiduría engañará el arte que el demonio como zorra trae, que era amagar para hacernos caer en infidelidad o blasfemias, o suciedades o cosas semejantes; y cuando nosotros íbamos a escudarnos de aquel golpe, penándonos mucho, desmayándonos con los tales pensamientos, descubríamos el ánima una vez o otra por la parte de la paciencia, y allí nos hería en descubierto muy a su placer como quien amaga a la cabeza y hiere a los pies. Mas contra este arte usemos de otro arte, y es no asombrarnos ni desmayarnos, ni perder la paciencia, mas cubrirnos de pies a cabeza y en todo tiempo con la fe y conformidad de la voluntad del Señor; y estar contentos de tener aquello, si el Señor es servido que lo tengamos, toda la vida.

Y así ganamos más con aquella paciencia que ganáramos con la devoción que nos quitó, y ayúdanos a crecer en el servicio de Dios el que pensaba estorbarnos. E hizo por su ocasión que, estando nuestra ánima en flor de principios, comience a dar frutos de hombres perfectos, porque nos hace desnudar de nosotros mismos y que, comiendo antes leche de devoción tierna, comemos ya pan con corteza, manteniéndonos con las duras piedras de las tentaciones; las cuales él nos traía para probarnos si éramos hijos de Dios, y sacamos de la ponzoña miel, de las llagas salud; y así de la tentación salimos probados y aprovechados.

Los cuales bienes no hemos de agradecer al demonio, cuya voluntad no es fabricarnos coronas, mas cadenas; sino a aquel sumo y omnipotente Bien, Dios, el cual no dejaría acaecer mal ninguno, sino para sacar mayor bien; ni dejaría a nuestro enemigo y suyo, el demonio, atribular a nosotros, sino para gran confusión del que atribula y bien del atribulado; y esto es lo que dice David: Este dragón que formaste para que hiciesen burla de él. Dragón llama al demonio por sus asechanzas, al cual crió Dios bueno y él se hizo malo y tentador de los buenos; mas permítelo Dios así, sacando bien de sus males, porque mientras más piensa dañar a los buenos, más provecho les hace, y queriéndolos abatir al infierno, les da ocasión que ganen el cielo; de lo cual él queda tan corrido y burlado que no quisiera haber comenzado el juego. Y esto es en lo que todos harán burla de él, pues por sus tentaciones aprovechó a los que pensaba dañar, cayendo sobre su cabeza la maldad que a otros urdía, y cayendo en el lazo que armó; y, quedando él con tristeza muerto de invidia, verá ir a los amigos de Dios, que él, tentó, cantando con alegría: El lazo ha sido quebrado, y nosotros quedamos libres; nuestra ayuda es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

b. ABIERTAMENTE SE ENOJA

Remedios:

a) TENER FE: DIOS ES NUESTRO AYUDADOR

Es tanta la invidia que de nuestro bien tienen los demonios que por todas las vías tientan que no gocemos lo que ellos perdieron; y cuando en una batalla van de nosotros vencidos o, por mejor decir, de Dios en nosotros, mueven otras y otras, para si alguna vez hallaren algún descuidado a quien traguen; mudan armas y género de batalla, pensando que a los que no vencieron en una vencerán en otra. Por lo cual, después que han visto que por astucia no han podido empecer, por estar enseñados por la verdadera doctrina cristiana, que nos enseña a ponernos en el justísimo querer del Señor, intentan guerra más descubierta, haciéndose león feroz, el cual antes era dragón ascondido. Ya no tienta de uno y va a parar en otro, mas claramente se quiere hacer temer, pensando de alcanzar por espanto lo que por arte no pudo. Aquí no le verán hecho raposa, mas león fiero, que con su bramido quiere espantar, como dice San Pedro: Hermanos, sed templados y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león bramando, rodea, buscando a quien trague; al cual resistid fuertes en la fe. No deben ser destemplados ni descuidados los que tal enemigo tienen, ni deben dejar de orar al verdadero pastor, las ovejas que se ven cercadas de boca tan mala. Mas, ¿cuáles son las armas con que se vence este bravo león, para que de esta guerra, como de la pasada, vaya confundido el que pensó confundirnos? Estas son la fe, según dice San Pedro. Porque cuando una ánima desprecia lo que ve y confía en Dios, al cual no ve, no hay por donde el demonio le entre; mas este firme crédito y confianza en Dios la guarda muy firme y sin temor, y le hace despreciar las amenazas de los demonios, porque, como una de las principales, cosas en que él ponga sus fuerzas sea en hacer los corazones pusilánimes y desmayados, es eficacísimo remedio contra él la firme confianza en Dios, como leemos haber dicho aquel gran vencedor de demonios San Antón: La señal de la Cruz y la fe con el Señor nos es a nosotros inexpugnable muro. ¿Cómo temerá al demonio quien cree que ninguna cosa puede sin darle Dios el poder? ¿Pudieron quizá los demonios tocar en Job, o en su hacienda, o siquiera ahogar los puercos de los genesarios, sin tener licencia primero de Dios? Pues quien no puede tocar a los puercos, ¿podía tocar a los hijos?

Si el consejo de Cristo tomamos, muy seguros viviremos de este temor, porque él nos le quita diciendo: Yo os enseñaré a quien temáis: Temed a aquel que, después de haber muerto el cuerpo, tiene poder para echar en el infierno: a éste temed. Y quien a Dios no teme, aunque le pese, ha de temer a mundo y demonios. De manera que, creyendo muy firmemente que el demonio no puede llegar al cabello de nuestra cabeza, porque todos los tiene Cristo contados, haremos burla de los fieros del demonio, y decirle hemos que se vaya a hacer cocos a niños, que acá no conocemos sino a Dios por Señor. El temor a uno es hacerle un modo de reverencia y darle sujeción, y por esto ni en poco ni en mucho debemos temer al demonio, pues Cristo nos libertó y nos le puso debajo los pies; y debemos estar siempre delante de Dios humillados con su santo temor; mas para con el demonio, muy esforzados y llenos de una santa soberbia. Cosa es muy probada que a los que el demonio temen les hace mil befas, y a los que le desprecian huye, y tanto cuanto él más braveza mostrare tanto menos se debe temer. Por costumbre de meter a voces y guerra a quien le falta justicia, y querer alcanzar por amenazas lo que no ha podido por arte.

Creedme, doncella de Cristo, que cuando el demonio asombra, tomando figura de serpiente, o de toro o de león, o de otras bestias, y estorbando la oración con sonidos, y hace crujir toda la casa; y cuando impide el reposo del sueño con espanto, como al santo Job se lee que hacía; cuando en estas y otras bregas anda el demonio, no se debe temer, porque de puro vencido y temeroso lo hace, mas decirles como San Antón: «Si tuviésedes algunas fuerzas, uno solo de vosotros bastaría para pelear; mas, porque sois quebrantados de Dios, trabajáis por atemorizar, juntándoos muchos a una. Si el Señor os ha dado poder sobre mí, veísme aquí, tragadme; mas si no podéis, ¿por qué trabajáis en balde?». Verdad es que nuestras fuerzas, cotejadas con las suyas, son muy pequeñas; mas la fe nos dice, si sordos no estamos, que el Señor es delendedor de todos los que esperan con Él. Y si tenemos un enemigo muy sabio para hacer mal, muy fuerte, y que tanto nos aborrece, tenemos un amigo más sabio, más fuerte, y que más nos ama sin comparación. Mucho dicen que sabe el demonio, según el mismo nombre lo dice -quieren decir resabido-, pues ¿qué es su saber en comparación del abismo de la sabiduría divina que no tiene fin? Si el poder del demonio no tiene igual sobre la tierra, según se escribe en Job, el poder divino no tiene igual en el cielo ni en tierra. Muy mal nos quiere el demonio, mas mucho más nos ama Dios que él nos desama. No duerme el demonio, buscando cómo nos dañe más. Mucho velan los benditos ojos de Dios guardándonos como a sus ovejas, por las cuales derramó su preciosa sangre. Pues, si tenemos el brazo del Omnipotente con nos, ¿qué temeremos al demonio, cuyo poder es flaqueza en comparación del divino?, ¿qué temeremos de este león que busca a quien trague, pues nos defiende el fuerte león de Judá, el cual siempre vence? Y si el demonio nos cerca, Cristo está aparejado para pelear por nosotros; empero, si no perdemos la fe, como se escribe en la Santa Escriptura, la cual cuenta que, como contra el rey Josafat viniese innumerable copia de gente, tanto que él fue lleno de miedo, y dejando sus pocas fuerzas por las muchas de sus enemigos, dióse a pedir favor al Omnipotente. Y respondióle Dios por boca de un profeta de esta manera: Esto dice el Señor Dios: No queráis temer ni haber miedo de esta muchedumbre, porque no es la guerra vuestra mas del Señor. No seréis vosotros los que habéis de pelear, mas solamente estad con confianza, y veréis el socorro del Señor sobre vosotros. ¡Oh Judea y Hierusalem, no queráis temer ni haber miedo, que mañana saldréis y el Señor será con vosotros!

Si bien hemos oído esta divina respuesta, que a todos los que pelean en la guerra del Señor se da, veremos que, resistiendo nosotros en fe, el Señor ha de hacer la victoria, y que es gran maldad haber miedo los que tan mandados están que no lo tengan, y los que tal favor tienen. No sienten bien del poder de Dios los que, teniéndole a Él sólo por ayudador, tienen temor del cielo o tierra; ni siente bien de su verdad quien no cree esta promesa; ni siente bien de su bondad quien no cree que tiene sus ojos y su corazón puesto en nosotros. Aún cuando nos parece que más olvidados estamos, acordémonos de cómo San Antón, siendo reciamente azotado de los demonios y acoceado, alzando los ojos arriba, vio abrirse la techumbre de su celda, y entra por allí un rayo de luz, tras del cual huyeron todos los demonios, y el dolor de las llagas de él fue quitado. Y, viendo a Jesucristo nuestro Señor, díjole con entrañables sospiros: «¿Adónde estabas, buen Jesú, adónde estabas? ¿Por qué no estuviste aquí al principio, para que sanaras todas mis llagas?». A lo cual respondió el Señor diciendo: «Antón, aquí estaba, mas esperaba ver tu pelea, y porque varonilmente peleaste, siempre te ayudaré, y te haré ser nombrado por toda la redondez de la tierra». Con las cuales palabras, y con la virtud de Cristo, se levantó tan esforzado que entendió haber recobrado más fuerza que primero había perdido.

b) PENSAR LAS MUCHAS VECES QUE NOS SACÓ VICTORIOSOS

E ya que nuestra flaqueza nos hiciese sordos a todas estas consideraciones, debemos mirar las muchas veces que nos ha sacado victoriosos, y nos ha defendido de semejantes peleas. En lo cual nos da crédito que así lo hará adelante. No deja el Señor a los suyos venir a riesgo de extremos peligros, sino para que vean que nada son de sí y como no hay en ellos ni un cabello de fortaleza, ni se pueden aprovechar de los favores que en tiempos pasados de Dios han recebido; y quedan desnudos y en unas escuras tinieblas, sin hallar en qué hacer pie, mas súbitamente los levanta y fortalece más que antes estaban. Porque vean cuán fuerte es Dios en librarlos de tanta flaqueza; cuán bueno, en acordarse de los que están extremamente fatigados; cuán verdadero, en sus promesas, que promete, de no desmamparar a los que le sirven. Para que, conociendo el hombre por experiencia su propria flaqueza, no le engañe la mentira de su estimación; y experimentando la fortaleza y bondad divina, le adore y le crea, y espere en él, cuando en otro peligro se viere. Y esto afirma San Pablo haberle acaecido, diciendo: No quiero que ignoréis, hermanos, nuestra tribulación en Asia, en que sobremanera y sobre nuestras fuerzas fuimos atribulados, tanto que nos daba pena el vivir, y nosotros, dentro de nosotros, tuvimos por cierto que no habíamos de escapar de la muerte. Y esto acaeció así, para que no tengamos fiucia en nosotros, mas en Dios, que da vida a los muertos; el cual nos libró de tan grandes peligros, y en el que esperamos que también nos librará de aquí adelante.

Y en esto no se hace mucho con Dios, porque cualquier hombre que diez o doce veces nos hobiese enseñado su amor y favor en nuestros trabajos, creeríamos que nos amaba y que nos lo enseñaría también otra vez, si en trabajos nos viésemos. Y pues tan muchas veces hemos a Dios experimentado en fidelísimo en no dejarnos caer el tiempo de la tribulación, ¿por qué no le ternemos en posesión de fiel amigo para todo lo que nos puede venir? Extrema incredulidad es, y digna de grande castigo, no creer más de Dios de lo que presente con nosotros hace y nunca de lo pasado cobrar fe que no nos asegure de lo por venir, pues esta fe es la que nos hace victoriosos, la cual no nos engañará, porque los que en el Señor esperan nunca serán confundidos, y así como cuando el demonio nos quiere alzar, le vencemos abajándonos, así, mientra más él se hiciere temer, más lo despreciemos; y, mientra más nos quisiere abajar, más nos levantemos en el favor de aquel que es todo nuestro y cuyos ángeles pelean por nos. Como fue enseñado el criado del gran Eliseo, el cual tenía mucho temor de gran compaña de gente que venía a prender a su señor. Al cual dijo Eliseo: No quieras temer, porque más son con nosotros que contra nosotros. Y como orase Eliseo: Abre, Señor, los ojos de este mozo porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un monte lleno de caballería y carros enderredor de Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor, venidos a defender al profeta de Dios. De manera que tenemos de nuestra parte muchedumbre de ángeles, uno de los cuales puede más que todos los infernales poderes, y, lo que más es, tenemos al Señor de los ángeles, el cual, solo, puede más que los infernales y celestiales poderes, y, por tanto, abastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejado todo temor; hacernos fuertes leones contra él en virtud de Cristo, que fue manso cordero en entregarse por nosotros, y fue león fuerte en despojar los infiernos, y vencer y atar los demonios, y en defendernos como a sus amadas ovejas.






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B) A quién debemos oír


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1. Palabra primera. De cómo hemos de oír a solo Dios

Mucho nos hemos detenido en avisar que cerremos nuestras orejas de estas malas hablas; queda ahora de oír la primera palabra, en que el profeta David nos amonesta que oyamos. Y pues no hemos de oír a la diversidad de los ya dichos lenguajes, desearéis saber a quién hemos de oír. Brevemente digo que a solo Dios, que es suma verdad y es oído con gran provecho del que le oye, según él dice: Oyéndome, oíme; y comed del bien, y deleitarse ha en grosura vuestra ánima; inclinad a vuestra oreja, y venir a mí. Oíd y vivirá vuestra ánima, y haré con vosotros un sempiterno concierto.

Grandes promesas son éstas, las cuales ninguno otro que Dios basta a cumplir; y dichoso es aquel a quien les cumple y con quien hace este sempiterno concierto, el cual es que el Señor sea Dios del hombre, y el hombre tenga al Señor por Dios y por Padre. Y esto declara San Pablo diciendo: Vosotros sois templo de Dios vivo. Como le dice Dios: Yo moraré entre ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo. Por lo cual, salid de en medio de los malos, y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa sucia, e yo os recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos y hijas, dice el Señor todopoderoso.

No puede haber duda en estas promesas, pues el Señor todopoderoso lo dice; ni hay lengua que pueda explicar cuánta sea la merced que Dios hace en querer ser Dios de alguna persona, porque es tener un particular cuidado de ella, defendiéndola, guiándola, favoreciéndola, y capitular con ella de serle su amparo, como buen rey con sus vasallos o padre con hijos, y tornando por ella, como dicen, en presencia y ausencia con gran fidelidad, y, después de todo, darle su hacienda, para que en el cielo le herede como hijo a Padre. Por todo lo cual decía David: Bienaventurada la gente, de la cual el Señor es Dios, y el pueblo al cual él escogió para heredad para sí. Y así como Dios tiene cuidado de rey y de padre de aquellos de quien él es Dios, así el tener uno al Señor por Dios es reverenciar y adorar su Majestad infinita, y obedecerla como a padre y señor, y vivir confiado debajo del amparo de él, creyendo que, teniendo su Dios lo que tiene, no le podrá a él ir mal; y en fin, esperar de Dios lo que un hijo espera de su Padre.

Este concierto no es temporal, mas llámase sempiterno, porque no se acaba aunque muera la una parte, mas, comenzándose en esta temporal vida, durará en el cielo muy más perfectamente para siempre jamás.




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2. Este oír es por la fe

Veis aquí cuán grandes bienes nos trae el oír a Dios, y con cuánta atención debemos oír esta palabra que nos manda que oyamos. Este oír a Dios es por la fe; la cual no es enseñanza humana, mas divina, porque no creemos a las Escripturas como a palabras de Esaías o Jeremías, o de San Pablo o de San Pedro, ni creemos más al evangelista que fue testigo de vista de lo que escribió que al que no lo fue, mas recibimos estas palabras como dichas de Dios por la boca de ellos, y a Dios creemos en ellos. Y por eso nuestra fe imposible es dejar de ser verdadera, como es imposible la suma verdad de Dios dejar de ser.

1) La fe, fundamento de todo bien

Esta fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia que el hombre hace al Señor cuando le toma por Dios; y es fundamento tan firme de todo el edificio de Dios que no le pueden derribar vientos de persecuciones, ni ríos de deleites carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas entre todos los peligros tiene el ánima en mucha firmeza como el áncora tiene a la nao en las mudanzas del mar. Y es tanta su firmeza que las puertas de los infiernos, que son errores y pecados, y hombres malos y demonios, no prevalecerán contra ella; porque no la enseñó carne ni sangre, mas el Padre que está en los cielos, a cuyas obras y poder no hay quien resista. Esta hace a los creyentes hijos de Dios, como dice san Pablo: Todos vosotros sois hijos de Dios por la fe que tenéis en Jesucristo; y por ella alcanzan el cielo, pues, siendo hijos, han de ser herederos. Ésta incorpora al hombre en el cuerpo de Jesucristo, y le hace ser hermano y compañero de Él, y ser participante en la justicia y merecimientos y bienes de Cristo, a lo cual no hay igual bien.

2) Es don de Dios

Y cuando hablamos de fe, no entendáis de fe muerta, mas de la viva, la cual dice San Pablo que es fe que obra mediante el amor. Como cuando hablamos de hombres o de caballos, no entendemos de los muertos, mas de los que viven y sienten, y obran obras de vida. Y esta fe no es de nuestras fuerzas ni se hereda de nuestros pasados, mas obra de divina inspiración, como lo afirma en el evangelio Jesucristo nuestro Señor, diciendo: Ninguno puede venir a mí, si mi Padre no le trajere, y yo le resucitaré en el día postrero. Escripto está en los profetas: Serán todos enseñados de Dios. Todo aquel que oyó y aprendió de mi Padre viene a mí.

La verdadera fe cristiana no está arrimada a decir: «nací de cristianos», o «veo a otros ser cristianos, y por eso soy cristiano», y «oyo decir a otros que la fe es verdadera y por eso la creo»; porque a hombre principalmente cree, no mirando a Dios. Mas esta otra es un atraimiento divino que hace el Eterno Padre, haciendo creer con gran firmeza y certidumbre, que Jesucristo es su único Hijo, con todo lo demás que de él cree su esposa la Iglesia, en la cual está el verdadero conocimiento y culto de Dios, y fuera de ella no hay sino error y muerte y condenación. Y el que así cree es el que oyó y aprendió del Padre, y el que dicen los profetas que es enseñado por Dios. Y por eso, aunque viese titubear o caer a todos los hombres, no se turbaría él por las caídas de ellos, pues que no creía por ellos; mas, arrimándose a Dios, cree su fe con mucho deleite, aun hasta derramar de buena gana la sangre en confirmación de esta verdad. De la cual está tan cierto que ni aun por pensamiento cosa contraria le pasa, o, si pasa, es tan de paso que ninguna pena da en el corazón de quien así cree.

Esta fe debemos pedir con mucha instancia al Señor, si no la tenemos con la certidumbre ya dicha; o, si la tenemos, pedir que la conserve y acreciente, como la pedían los apóstoles diciendo: Acreciéntanos, Señor, la fe. Y si algún rato se atibiare, debemos convertir los ojos del entendimiento a la cierta y suma verdad de Dios, que es el sol de donde ella nace, para que sus rayos calienten y alumbren y esfuercen nuestra flaqueza y tinieblas, y nos confirmen más y más en esta verdad, con condición que, teniendo esta fe, seamos fieles al dador de ella, conociendo que lo somos por él, y no por nosotros ni por nuestros merecimientos, como lo amonesta San Pablo, diciendo: Por gracia sois hechos salvos mediante la fe. Y entonces no es de vosotros, porque don de Dios es, no de vuestras obras, porque ninguno se gloríe. De lo cual parece que ningún achaque ni ocasión pueden tener los hombres vanos para atribuir a sí mismos la gloria de este divino edificio, que somos nosotros; el cual consiste en fe y caridad, pues que la fe, que es el principio de todo el bien, es atraimiento de Dios, como dice el Evangelio, y don gracioso de él, como dice el bienaventurado San Pablo, y la caridad, que es el fin y perfección de la obra, tampoco es de nuestra cosecha, mas como dice el Apóstol: es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos es dado.

3) Y obra del libre albedrío

Mas dirá alguno: Pues Dios es el que infunde la fe y caridad, ¿para qué nos amonesta la Escriptura que creamos y amemos? A esto digo que para que conozcamos nuestra flaqueza e invoquemos la gracia de Dios, que por Jesucristo se da. Porque, viendo un hombre que le es puesto un mandamiento muy alto, y sus pocas fuerzas para cumplillo, aunque, cuando no había mandamiento, pensaba que podría mucho, mas ya conoce por experiencia su mucha flaqueza, y acuerda de quitar la confianza de sí, y humillarse a nuestro Señor, pidiéndole con oraciones devotas que, pues él le puso la ley, él mismo le dé la gracia y fuerza para cumplirla. No debe, pues, desmayar el hombre por la grandeza de los mandamientos de Dios, por sentir su inclinación ser contraria a ellos, mas debe trabajar con ayuno, limosnas y otros buenos ejercicios, y principalmente con importuna oración a Dios, invocando el nombre de Jesucristo, su unigénito Hijo, y pedir el don de la gracia, con que cumpla provechosamente los mandamientos de Dios, como lo aconseja San Agustín diciendo: «Si no sientes que eres traído de Dios, suplícale que traya». Y como Dios sea sumamente bueno, da de buena gana su espíritu bueno a quien se lo pide; y trae para sí al que estaba caído debajo de la pesadumbre de su propria flaqueza. Y este atraer no es forzar, mas suavemente convidar, y instigar y mover, de arte que el libre albedrío del hombre es ayudado por el movimiento de Dios a consentir y a obrar lo que Dios le inspira; mas no de tal arte forzado, que, si él quisiese contradecir el llamamiento de Dios, hobiese quien le fuese a la mano. De manera que, si el hombre consiente, Dios le instigó y le puso gana para consentir, y a él se debe la gloria; y si no consiente, a su propria flaqueza se ha de imputar, que quiso con su libertad escoger la peor parte, que fue no seguir a Dios que le llamaba. Así como si tú quisieses traer hacia ti un hombre, y le echases cuerdas tirándole hacia ti, no tan recio que lo lleves por fuerza, mas tirando algún tanto, de manera que, si él quisiere libremente seguir a tu traimiento, puédelo hacer, y diremos que tú le trajiste, porque tú le tiraste y fuiste causa que libremente fuese para ti; mas, si él no lo quisiese hacer, y tirase hacia tras, contradiciendo a tu tirar, podríalo hacer, y la culpa de ello sería propria suya, sin que de ti se pudiese quejar. Porque, según dice el Señor: Tu perdición es de ti, y tu remedio está en mí solamente.








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II. Et vide

Palabra segunda. Que es ver y que cosa hemos de ver


Si bien habéis oído las palabras ya dichas, veréis cuán necesario es el oír para agradar a Dios nuestro Señor. Ahora escuchad la segunda palabra, que dice: Ve. No basta estar atento a las divinas palabras de fuera y inspiraciones de dentro, que es el oír; mas conviene también tener sano el otro sentido que es ver, porque no menos son reprehendidos de Cristo los ciegos que no ven la luz, que los sordos que no oyen.


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A) Con los ojos del cuerpo

Mas no penséis que, amonestándoos que veáis, os quiere decir fiestas o mundo, porque aquel ver, ¿qué otra cosa es sino cegar, pues impide la vista del ánima? Los ojos del cuerpo basta que miren la tierra, en que se han de tornar; mas los espirituales pasen adelante y deseen el cielo donde está su deseo, según dice David: Veré tus cielos, obra de tus dedos, la luna y estrellas que Tú fundaste. E, si más criaturas quisiere ver, no lo impedimos, con tal que sea la vista para pasar de ellas a Dios, no para perder y olvidar a Dios en ellas; porque de esta vista dice David al Señor: Aparta, Señor, mis ojos, porque no vean las vanidades; en el camino tuyo anímame. Bien sabía este santo rey que el demasiado mirar es impedimento para correr con ligereza la carrera de Dios, y suele entibiar el corazón encendido y por eso dice: Avívame en tu carrera. Porque, según está claro a los experimentados, cuanto más recogidos tienen estos ojos exteriores tanto más ven con los interiores, cuya vista es más alegre y más provechosa. Lo cual es justo que fácilmente crea un cristiano, pues leemos de algunos filósofos haberse sacado los ojos del cuerpo por tener más recogido su entendimiento para contemplar. En el cual hecho debemos burlar de su error en sacarse los ojos, y aprovecharnos de su buen deseo en tener recogimiento en ellos.

Así con toda guarda debemos guardar nuestros ojos, porque no nos acaezcan los males que de la soltura suelen venir. ¿De dónde pensáis que vino la causa de la perdición al mundo? Por cierto, no de más que de una vista desordenada. Miró Eva al árbol vedado, dióle gana de comer de su fruto, porque le parecía hermoso, comió y hizo comer a su marido y la comida fue muerte para ellos y cuantos de ellos vinieron. No es cordura mirar lo que no es lícito desear, como parece en el santo rey David, cuyos ojos se deleitaron en mirar la mujer que se lavaba en su huerto; y tuvo después que mirar noches y días, lavando su cama y estrado con lágrimas, en tanta abundancia que sus ojos estaban carcomidos, como de polilla, de mucho llorar; y él dice: Arroyos de aguas corrieron de mis ojos, porque no guardaron tu ley. Buen consejo hobiera sido a sus ojos no deleitarse en lo que después tan caro les costó, y también lo será a nosotros pecadores, pues tan livianos somos que, tras los ojos, se nos va el corazón. Pongamos, pues, un velo entre nosotros y toda criatura, no hincando los ojos del todo en ella; por ocupallos allí, no perdamos la vista del Criador, quiero decir, nuestras devotas consideraciones que de Dios teníamos.

Y creed, por cierto, que una de las más ciertas señales de corazón recogido es la mortificación en el mirar, y del corazón disoluto, la disolución del mirar. No hay pulso que tan cierto declare lo que hay en el cuerpo cuanto el ojo declara lo que hay en el ánima, de bien o de mal. Por lo cual el esposo alaba a la esposa de los ojos, diciendo: Tus ojos son de paloma, dando a entender que son honestos como los de la paloma, que suelen ser negros. Miremos, pues, cómo miramos, si no queremos pagar llorando lo que pecamos mirando.




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B) Con los ojos del ánimo

E si esto conviene mirar en los ojos de fuera, ¿cuánto más en los interiores, en los cuales verdaderamente está el bien o el mal mirar, y por los cuales es uno juzgado que tiene vista o que es ciego? Claro está que los fariseos a quien Jesucristo nuestro Señor hablaba, ojos tenían en la cara, mas, porque no veían con los del ánima, llámalos ciegos, y guías de ciegos. Y, por el contrario, el patriarca Isaac y Tobías muy clara vista tenían en los ojos del ánima, y por eso poco les dañaba estar ciegos en los ojos del cuerpo. Porque, como dijo San Antón a un ciego llamado Dídimo, que era muy sabio en las Escripturas divinas. «No es razón que toméis pena por no tener ojos del cuerpo, los cuales tienen también los gatos y los perros, y otros menores animales, pues tenéis claros los ojos del ánima, con los cuales podéis ver a Dios».

Pues de esta vista debéis de entender lo que se amonesta en la segunda palabra, que dice: Ve. Si la queréis cumplir, ojos tenéis que es vuestro entendimiento, que para ver a Dios os fue dado. No lo hincháis de polvo de tierra y de honras, ni lo atapéis con gruesos humores de pensamientos de cuerpo, mas sacudido de estas poquedades, que ocupan la vista, tened vuestro entendimiento claro, para emplearlo en aquel que os le dio, y que os le pide para haceros bienaventurados en él. No penséis que os desocupó Cristo en balde de las ocupaciones del mundo, y hizo que no entrásedes a moler en la tahona de las cargas del matrimonio, cuyos cuidados suelen turbar los ojos de quien anda en ellos, si muy especial gracia del Señor no tienen para cumplir bien con dos partes; mas libertóos el Señor, para que fuésedes toda suya, y vuestros ojos a Él solo mirasen, como la esposa casta a su solo esposo suele mirar.


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1. Del proprio conocimiento

1) Necesidad del propio conocimiento

Ternéis, pues, este orden en el mirar: que primero os miraréis a vos, y después a Dios, y después a los prójimos. Miradvos porque os conozcáis y tengáis en poco; porque no hay peor engaño que ser uno engañado en sí mesmo, teniéndose por otro del que es. Lodo sois de parte del cuerpo, pecadora de parte del ánima. Si en más que esto os tenéis, ciega estáis y deciros ha vuestro esposo: Si te conoces, hermosa entre las mujeres, salte y vete tras las pisadas de tus manadas, y apacienta tus cabritos par de las moradas.

No hay cosa tan de temer y temblar, como oír de la boca de Dios: Salte y vete. Porque si la más recia palabra de un padre para su hijo, o marido con su mujer, que la tiene en grande abundancia, es apartarla de su amparo y riquezas, diciendo: «Vete de mí, y de mi casa», ¿qué será salirse el ánima y irse de Dios, sino desterrarse de todos los bienes, y caer en todos los males? ¿Dónde iremos, dijo San Pedro a Cristo, que palabras de vida tenéis? ¿Dónde iremos, Señor, que fuente de vida tienes, y tú solo la tienes? ¿Dónde iremos, alegre luz, sin la cual hay tinieblas? ¿Dónde, pan y vino, sin el cual hay hombre mortal? ¿Dónde, firmísimo amparo, sin el cual la seguridad es peligro? ¿Dónde irá la oveja, estando en todas partes cercada de los lobos, si el pastor la desabriga y alanza de sí? Recia palabra es: Salte y vete. Y semeja aquella que Cristo ha de decir el día postrero a los malos: Idos, malditos, al fuego que os está aparejado. Otra vez digo que no hay cosa que más deba temer, ni tanto deba trabajar por evitar quien está en la abundante y alegre casa del Señor, y debajo de su fortísimo amparo. ¿Cómo oirán sus ovejas: Salte y vete? Y esta salida no es cosa liviana, mas es causa de todos los males. Porque, desmamparado el hombre del amparo divino, ¿qué hará, como dice San Augustin, sino lo que hizo San Pedro cuando negó a nuestro Señor, sin conocer ni arrepentirse del mal que había hecho, hasta que el amparo y mirar divino tornó sobre Pedro caído en pecado, y olvidado en él? Y conoció que había hecho mal y haber caído, y que la causa de su cuidado había sido haber confiado de sí.

De manera que la causa porque el benigno Señor se torna riguroso en echar de casa sus hijos, es porque no se conocen, atribuyendo a sí los bienes que de él venían. Así a esta ánima dice el esposo: Salte y vete tras las pisadas de tus manadas; que quiere decir, que la deja ir perdida, siguiendo las obras o rastros de los pecadores, que andan juntos en sus pecados, como manadas, ayudándose en ellos unos a otros. Los cuales también serán en el día postrero atados como manojos, para ser en el infernal fuego juntamente quemados los que fueron juntos en los pecados. Dice el esposo a la tal ánima: manadas tuyas, porque el pecado es de nosotros, no de Dios; y el bien es de Dios y no nuestro, pues por su virtud lo hacemos. Lo cual Él quiere muy de hecho que conozcamos ser así, no tanto por lo que a Él toca, cuya gloria conoce en sí mesmo, aunque nosotros no le glorifiquemos; mas por lo que toca a nosotros, cuyo bien es muy grande conocer que de todo el bien que tenemos, no a nosotros, sino a él se debe la honra. Y si de lo que Él puso en nosotros para su alabanza, queremos edificar ídolo, atribuyendo la gloria del incorruptible Dios a nosotros, corruptibles hombres, no lo dejará Él sin castigo, mas dirá: «Razón es que te quedes con lo que es tuyo, y te pierdes, pues no quesiste permanecer en mí para salvarte». ¡Oh cuán de verdad se cumplen en los soberbios estas palabras, y cuán presto de espirituales se hacen carnales, de recogidos disolutos, de oro lodo; y los que solían comer con sabor pan celestial, deléitanse después en comer manjares de puercos, siéndoles cosa muy pesada no sólo obrar las obras de Dios, más aún oír hablar de Él! ¿Dónde pensáis que ha venido haber sido algunas personas castos en el tiempo de su mocedad, aunque fueron combatidos de graves tentaciones, y, venidos a la vejez, haber miserablemente caído en vilezas tan feas que ellos mismos se espantan de sí y se abominan? La causa fue que en la mocedad vivían con santo temor y humildad, y, viéndose tan al canto de caer, invocaban a Dios y eran defendidos por Él. Mas después que, con la larga posesión de la castidad, comenzaron a engreírse y confiar de sí mismos, en aquel punto fueron desamparados de la mano de Dios y hicieron lo que era proprio suyo, que es el caer.

Y entonces se cumple que apacientan sus cabritos, que son sus livianos y deshonestos sentidos, cerca de las tiendas de los pastores, que son los cuerpos, porque en ellos están los siervos de Dios como en cabaña de campo, que presto se muda, y no comen en casa o ciudad de reposo; y así, con mucha razón, en cuerpos y en cosas de cuerpos apacientan sus sentidos, porque perdieron por su soberbia el verdadero sentido, sintiendo de sí otra cosa que es ser nada y pecadores, robando a Dios la gloria que tan de verdad se le debe a todo lo bueno que, por libre albedrío o por gracia, hemos.

Despertad, pues, doncella, y escarmentad, como dicen, en ajena cabeza, y aprovechaos de la amenaza, porque no probéis el castigo. Sed semejable a la esposa, a la cual fueron dichas estas palabras, la cual, oída la palabra, y de boca de quien son todos los bienes: Salte y vete, miróse, y conocióse, y quitó de sí algunas osadías que antes tenía. Y hecha humilde con la reprehensión, consuélala el esposo, diciendo: A mi caballería en los carros de Faraón te he asemejado, amiga mía. Hermosas son tus mejillas, como de tórtola. Por la soberbia es una ánima semejable al demonio, el cual, como dice el evangelio, no estuvo en la verdad, que es Dios, mas quiso estar en sí, poniendo a sí por su arrimo y descanso. Por eso cayó; porque la criatura no puede estar en sí, sino en Dios. Mas por el conocimiento de sí es un ánima semejable a los buenos ángeles, que se arrimaron a Dios y desasiéronse de sí; porque se veían ser caña quebrada. Y túvolos Dios, y confirmólos, porque dieron voces diciendo: Michael?, que quiere decir: ¿Quién como Dios?, en lo cual contradecían al malaventurado Lucifer y los suyos, que se querían hacer ídolos, atribuyendo a sí lo que era de Dios, que es ser principio, arrimo y descanso de toda criatura; no porque éstos creyesen que lo podían ser, pues que se conocían ser criaturas; mas porque se deleitan en ello, como si lo tuvieran, como suelen hacer los soberbios, que, aunque su boca y entendimiento diga a voces que de Dios tienen y esperan todo su bien, más con la voluntad ensálzanse y gózanse vanamente en sí mismos, como si de suyo tuviesen el bien; confesando con el entendimiento que la gloria se debe a Dios, y robándosela con la voluntad. Mas los buenos ángeles claman con el entendimiento y voluntad: ¿Quién como Dios?, porque de corazón se humillaron y desestimaron, según por el entendimiento lo conocían. Y por esto fueron ensalzados a ser participantes de Dios. Pues a esta caballería, que es el angélico ejército, que destruyó a Faraón y sus carros en el mar Bermejo, asemeja Cristo a su esposa cuando se conoce y se mide por cosa baja.

Y alábale las mejillas donde suele estar la vergüenza, porque hubo vergüenza la esposa de la tal reprehensión, por haber perdido cosas mayores que a su poquedad convenían; y de mejillas deslavadas tornáronsele vergonzosas y honestas, como de tórtola, que es ave honesta. Y por eso decía aquel devoto Bernardo que había hallado por experiencia no haber cosa tan provechosa para alcanzar y conservar la gracia, y recobrarla, como vivir siempre en un temor y santo recelo. Recelo cuando no la tenemos, porque estamos aparejados a todas caídas; recelo cuando la tenemos, porque hemos de obrar conforme al talento que nos es dado con ella; más recelo cuando la perdemos, porque por nuestro descuido se ha ido nuestro favor. Y por eso dice la Escriptura: Bienaventurado el varón que siempre está temeroso.

De lo ya dicho, y de muchas otras cosas que los santos dotores han hablado en alabanza del proprio conocimiento, veréis cuán necesaria es aquesta joya para venir al conocimiento de Dios. Y pues queréis edificar casa en vuestra ánima para este tan alto Señor, sabed que no los altos, mas los humildes de corazón, son casas suyas.

Y por tanto, el primero cuidado que tengáis sea cavar en la tierra de vuestra poquedad, hasta que, quitado de vuestra estimación todo lo movedizo que de vos tenéis, lleguéis a la firme piedra que es Dios, sobre la cual, y no sobre vuestra arena, fundéis vuestra casa. Y por esto decía el bienaventurado San Gregorio: «Tú que piensas edificar edificios de virtudes, ten primero cuidado del fundamento de la humildad; porque quien quiere ganar virtudes sin ella, es como quien llevase ceniza en su mano en contrario del viento». Lo cual dice, porque no sólo no aprovechan las virtudes sin la humildad, mas son ocasión de muy grande pérdida, así como el grande edificio sobre el pequeño y flaco cimiento es ocasión de caída. Y por tanto, conforme al alteza de las virtudes ha de ser lo bajo del cimiento de la humildad, porque la ánima esté firme, y no sea derribada con el peso de la soberbia.

2) Cómo conseguir el propio conocimiento

Y si me dijeres: ¿Dónde hallaré esta joya del proprio conocimiento?, dígoos que, aunque es de mucho valor entre el establo y entre el estiércol de vuestra poquedad y defectos la habéis de hallar. Quitad los ojos de las vidas ajenas, no os entremetáis en saber cosas curiosas, volved vuestra vista a vos misma, y perseverad en examinaros, que, aunque al principio no halléis tomo en conoceros, como quien entra de la claridad del sol a una cámara obscura; mas, perseverando en sosiego, poco a poco veréis lo que en vos hay, aunque sea en los muy secretos rincones.

a) LUGAR DONDE RECOGERSE, Y TIEMPO

Y para que sepáis el modo que cerca de esto, que tanto os va, habéis de tener, oíd a San Hierónimo que dice a una mujer casada: «De tal manera tengas cuidado de tu casa que también tengas para tu ánima algún reposo; busca algún lugar conveniente, y algún tanto apartado del bullicio de esta familia, al cual te vayas, como quien va a un puerto, huyendo de la gran tempestad de tus cuidados; y allí solamente haya lección de cosas divinas, y oración tan continua, y pensamiento de las cosas del otro mundo tan firme, que todas las ocupaciones del otro tiempo del día ligeramente las recompenses con este rato de desocupación. Y no te decimos esto para apartarte de tu casa, mas antes porque allí aprendas y pienses cómo te debes haber con ella».

Si este bienaventurado santo encomienda a una mujer casada quitar a las ocupaciones de casa algún rato y que se recoja en quieto lugar a leer y pensar cosas de Dios ¿con cuánta más razón la doncella de Cristo, que está libre de los mundanos cuidados, y que debe pensar que no vive para otra cosa sino para usar de la oración y recogimiento, debe buscar en su casa algún lugar ascondido y secreto, en el cual tenga sus libros devotos, e imágines devotas, diputado para ver y gustar cuán suave es el Señor? El estado de religión y virginidad que habéis tomado, no es para que estéis enlazada en ocupaciones perecederas; mas, así como es semejable cuanto a la entereza e incorrupción de la carne, así habéis de pensar que no ha de entrar en vuestro corazón cuidado de tierra, mas habéis de ser un templo vivo, en el cual se ofrezcan continuas oraciones y suenen continuos loores a aquel que os creó. Daos por muerta a este mundo, pues ya os habéis desposado con el rey celestial.

Y acordaos que dice el esposo a la esposa: Huerto cerrado, hermana mía, esposa, huerto cerrado. Porque no sólo habéis de ser limpia y guardada en la carne, mas también muy cerrada y recogida en el ánima. Porque virginidad se toma entre cristianos no por sí sola, mas por que ayuda para con más libertad dar el corazón a Dios. La doncella que se contenta con virginidad del cuerpo, y no vive cuidadosa en el recogimiento y gusto de Dios, ¿qué otra cosa hace, sino pararse en el camino y nunca llegar a donde va, y tener aparejo para coser y labrar, y nunca entender en ello? Cosa vergonzosa es a todo cristiano no tener ejercicio de santa lección y de santos pensamientos en su ánima; mas, en la virgen que a Cristo se ha dado, no sólo es vergonzoso, más intolerable y digno de mucho castigo. Por tanto, si queréis gozar de los frutos de la santa virginidad, que a Cristo habéis prometido, sed enemiga de ver y ser vista. Salid todo lo menos que fuere posible, no os entremetáis en temporales ocupaciones, buscad cuanto tiempo pudiéredes para os encerrar en vuestro oratorio; que, aunque al principio se os haga de mal, después probaréis que en las celdas se tratan negocios del cielo, y que ningún rato de tanto contentamiento hay como el que allí en sosiego se gasta.

Buscado, pues, este lugar quieto, recogeos en él, a lo menos dos veces al día, una por la mañana, para pensar en la sacra pasión de Jesucristo nuestro Señor, como después diremos, y otra en la tarde, en anocheciendo, a pensar en el ejercicio del proprio conocimiento. Y el modo que tornéis sea éste.

b) PRINCIPIO DE LA ORACIÓN: LECCIÓN Y REZO DE DEVOCIONES

Tomad primero algún libro de buena doctrina, en que, como en espejo, veáis vuestras faltas, y con él toméis manjar con que vuestra ánima sea esforzada en el camino de Dios. Y este leer no ha de ser con pesadumbre, ni pasando muchas hojas, mas alzando el corazón a nuestro Señor y suplicarle que os hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas. Con aquella atención y reverencia estad atenta, escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera leéis, como si a Él mesmo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba. De manera que, aunque tengáis los ojos en el libro, no peguéis en él con mucha ansia el corazón para que os haga olvidar de Dios; mas tened a lo que leéis una mediana descansada atención, que no os captive ni impida la atención libre y levantada que al Señor habéis de tener. Y leyendo de esta manera no os cansaréis, y daros ha nuestro Señor el vivo sentido de las palabras que obre en vuestra ánima, unas veces arrepintiéndose de vuestros pecados, otras confianza de ellos y de su perdón, y os abrirá el entendimiento a conocer otras muchas cosas, aunque leáis pocos renglones. Y algunas veces conviene interrumpir el leer, por pensar alguna cosa que del leer resultó, y después tornar a leer. Y así se van ayudando la lección y la oración.

Y, con el corazón así devoto y recogido, podéis empezar a entender en el ejercicio de vuestro proprio conocimiento, de esta manera. Vuestras rodillas hincadas, pensaréis a cuán excelente y soberana Majestad vais a hablar; la cual no la penséis lejos, mas que hinche cielos y tierra, y que ninguna parte hay en que no esté, y más dentro de vos que vos misma. Y considerando vuestra pequeñez, hacelle una entrañable reverencia, humillando vuestro corazón como una pequeña hormiga delante de un ser infinito, y pedir licencia para hablarle.

Comenzad primero en decir mal de vos, y rezad la confesión general, y acordándoos particularmente, y pidiendo perdón de lo que en aquel día hobierdes pecado.

Después rezad algunas devociones que debéis tener por costumbre; no tantas que demasiadamente os fatiguen la cabeza y os sequen la devoción; ni tampoco las dejéis del todo, porque sirven para despertar la devoción del ánima, y para ofrecer a Dios servicio con nuestra lengua, en señal que él nos la dio. Y por eso nos enseña San Pablo que hemos de orar y cantar con el espíritu de la voz, y con el ánima. Y estas oraciones no sólo sean para pedir mercedes a nuestro Señor para vos, mas por aquellos por quien tenéis especial obligación. Y otras, por toda la Iglesia cristiana, el cuidado de la cual habéis de tener muy fijado vuestro corazón, porque, si a Cristo amáis, razón es que os toque aquello por cuyo nombre derramó su sangre. Y rezados así por los vivos como por los que en purgatorio están, y otras por toda la infidelidad, que está privada del conocimiento de Dios, suplicándole traya a su santa fe a todos, pues todos desea que sean salvos. Y estas oraciones han de ser las más de ellas enderezadas a dos partes: una a nuestra Señora, a la cual habéis de tener muy cordial obediencia y amor, y entera confianza que os será muy verdadera madre en todas vuestras necesidades; y la otra a la pasión de Jesucristo nuestro Señor, la cual también ha de ser muy familiar refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de vuestra salud.

Y luego, dejad de rezar con la boca y meteos en lo más dentro de vuestro corazón, y haced cuenta que estáis delante la presencia de Dios, y que no hay más de él y vos.

c) MEDITACIÓN DE LA MUERTE Y JUICIO

Pensad cómo antes que a este mundo viniésedes érades nada, y como aquella sobrepujante bondad de Dios nuestro Señor os sacó de aquel abismo de no ser, y os hizo criatura suya, no cualquiera, sino razonable. Pensar cómo os dio cuerpo y ánima, para que con lo uno y con lo otro trabajésedes de le servir.

Haced cuenta que estáis ya en el paso de vuestra muerte, lo más verdaderamente que lo pudiéredes sentir, diciéndovos a vos misma: «Llegar tiene algún día esta hora de mi acabamiento, no sé si será esta noche o mañana, y pues ciertamente ha de venir, razón es que piense en ello». Pensad cómo caeréis mala en la cama, y cómo habéis de sudar el sudor de la muerte. Levantarse ha el pecho, quebrantarse han los ojos, perderse ha el color de la cara, y con grandes dolores se apartará esta juntura tan amigable del cuerpo y del ánima. Amortajarán después vuestro cuerpo, y poneros han en unas andas, y llevarlo han a enterrar cantando unos, llorando otros. Echaros han en una breve sepultura; cobijaros han con tierra; y, después de haberos pisado, quedaros heis sola y seréis presto olvidada.

Pensad, pues, que todo esto por vos ha de pasar. ¿Qué tal estará vuestro cuerpo debajo de la tierra? Y cuán presto se parará tal que ninguno, por mucho que os quiera, no os pueda ver, ni oler, ni estar cerca de vos. Mirad allí con atención en qué para la carne y su gloria, y veréis cuán necios son aquellos que, habiendo de salir tan pobres de este mundo, trabajan acá por ser muy ricos; y habiendo de ser tan presto hollados, tienen gran sed de ponerse en más altos lugares que otros, y cuán engañados viven los que regalan el cuerpo, y se van tras sus deseos, pues que otra cosa no hicieron sino ser cocineros de gusanos, guisándolos bien el manjar que han de comer, y ganaron con sus bienes y deleites tormentos que nunca se acaban. Considerad y mirad con muy gran atención y despacio vuestro cuerpo tendido en la sepultura; y, haciendo cuenta que ya estáis en ella, mortificad los deseos de la carne cada vez que os vinieren a la memoria, con mirar qué muerto estará vuestro cuerpo; Y mortificad los deseos de agradar y desagradar al mundo, y de tener en algo cuanto en él florece, pues que tan presto y con tanto abatimiento lo habéis de dejar, y él a vos. Y considerando cómo nuestro cuerpo, después de ser manjar de gusanos, se tornará en cieno y en polvo, no miréis de ahí adelante, sino como a un muladar cubierto con nieve, y que os dé asco de acordaros de él. Y teniendo al cuerpo en esta posesión, no seréis engañada cerca de estima de él, mas ternéis verdadero conocimiento, y sabréis cómo le habéis de regir, mirando el fin en que ha de parar; como quien se pone al fin de la nao, para desde allí regirla mejor.

En esto que habéis oído ha de parar vuestro cuerpo; resta que oyáis lo que ha de acaecer a vuestra ánima, la cual será en aquella hora llena de angustias, acordándose de las ofensas que en esta vida hizo a nuestro Señor, y pareciéndole entonces muy grave lo que antes le parecía muy liviano. Será desamparada de sus sentidos, no podría servirse de la lengua para pedir socorro a nuestro Señor, y entenebrerse ha el entendimiento, que aun pensar en Dios no podría, y, en fin, poco a poco acercarse ha la hora en que por mandamiento de Dios salga del cuerpo, y se determine de ella o perdición para siempre o salud para siempre. Oír tiene de la boca de Dios: Apártate de mí a fuegos eternos, o: Queda conmigo en estado de salvación. Colgada habéis de estar de sola la mano de Dios, y en sólo Él estará vuestro remedio. Por lo cual habéis mucho de huir de enojar en vuestra vida al que a la hora de vuestra muerte habéis tanto de menester. Demonios que os acusen y que pidan justicia a Dios contra vuestra ánima, acusándoos particularmente de cada pecado, no os faltarán, y si la misericordia de Dios entonces os olvida, ¿qué haréis, oveja flaca, cercada de tan rabiosos lobos, muy deseosos de os tragar? Pensad, pues, en el rato de vuestro recogimiento, cómo en aqueste estrecho punto habéis de ser presentada delante el juicio de Dios, desnuda y sola de todas las cosas y acompañada del bien o mal que habiéredes hecho. Y decid agora a nuestro Señor que vos os presentáis agora de gana, para alcanzar misericordia en aquella hora que por fuerza habéis de salir de este mundo. Haced cuenta que sois un ladrón, a quien han tomado en el hurto, y le presentan ante el juez, las manos atadas; o una mujer, que la halla su marido haciéndole traición; los cuales, de confundidos, no osan alzar los ojos ni pueden negar su delito; y creed que muy más claramente os ha visto Dios en todo lo que contra Él habéis pecado que pueden ningunos ojos de hombres ver cosa que delante de Él se hiciese. Y por haber sido mala en la presencia de tanta bondad, cubríos de la vergüenza que entonces perdistes, y sentid en vos confusión de vuestros pecados, como quien está delante la presencia de nuestro Señor. Acusaos vos como habéis de ser acusada; y especialmente traed a la memoria los pecados más graves que hobiéredes hecho. Juzgaos y sentenciaos por mala, y abajad vuestros ojos a considerar los infernales fuegos, creyendo que los tenéis muy bien merecidos.

Poned en una parte los bienes que Dios os ha hecho desde que os crió, descurriendo por vuestro cuerpo y vuestra ánima, cómo debíades de servir a nuestro Señor con todos los miembros y potencias vuestras, cómo érades obligada a reverenciarlo y serle agradecida, y amarle con todo vuestro corazón, sirviéndole con toda obediencia, guardando su santa ley. Mirad cómo os ha mantenido, con otros mil bienes que os ha hecho, y de males que os ha librado; y, sobre todo, cómo, por convidaros a que fuésedes buena, vino el mismo Señor al mundo, haciéndose hombre; y por daros ejemplo, convidándoos que le sirviésedes y remediaros de la ceguedad en que vos habíades caído, pasó muchos trabajos y derramó muchas lágrimas, y después su sangre, perdiendo la vida por vos. Todo lo cual se ha de poner el día de vuestra muerte y juicio en una balanza, haciéndoos cargo de ello como de recebido, y hanos de pedir cuenta de cómo habéis servido tantas mercedes, y como habéis usado de vos misma a servicio de Dios, y con qué cuidado habéis respondido a tanta bondad con que Dios ha querido salvaros. Mirad bien, y veréis cuánta razón tenéis de temer, Pues que no sólo no habéis respondido con servicios conformes a estas deudas, mas habéis dado males en pago de bienes, y despreciado al que tanto os preció, huyendo y volviendo las espaldas a quien os seguía para vuestro bien.

¿Qué gracias os parece que se deben dar a quien por su infinita misericordia nos ha librado, de los infiernos, habiéndolos nosotros justamente merecido? ¿Qué daremos a quien tantas veces tendió su mano para que los demonios no nos ahogasen y llevasen consigo? Y, siendo nosotros crueles ofendedores de su Majestad, Él nos fue piadoso padre y dulce defendedor. Pensad que quizá están algunos en los infiernos con menos pecados que vos. Y de tal manera os mirad y servid a Dios como si hobiérades por vuestros pecados entrado en el infierno, y Él os hobiera sacado de allá; porque todo es una cuenta: haber estorbado que no vais allá, mereciéndolo vos, o sacaros de allá, por su gran misericordia.

Y si contejando los bienes que con vos Dios ha hecho y los males que vos a Él, no sintieres vergüenza y dolor como deseáis, no os turbéis por ello, mas perseverad en aqueste juicio, y presentad delante los ojos de Dios vuestro corazón tan llagado y tan adeudado. Suplicadle que os diga Él quién vos sois y en qué posesión os habéis de tener. Porque el efecto de este ejercicio no es solamente entender que sois mala, mas sentirlo y gustarlo con la voluntad, y hallar tomo en vuestra maldad e indignidad, como quien tiene un perro muerto a sus narices. Y por eso estas consideraciones que os he dicho no han de ser apresuradas, trabajando luego por llegar a cosas semejantes, mas han de ser largas y despacio, y con mucho sosiego, para que poco a poco se vaya embebiendo en vuestra voluntad aquel desprecio o indignidad que con el entendimiento pensastes. El cual pensamiento habéis de presentar delante de Dios, pidiéndole y esperándole que Él lo asiente y haga embeber en vuestra voluntad, estimándoos de ahí adelante, con mucha sencillez y verdad, como una persona muy mala o indigna de todo bien, y merecedora de todo desprecio y tormento, y como una cosa infernal, maravillándoos mucho de la infinita benignidad del Señor, cómo a un gusano hediondo no lo alanza de sí, más mantiénelo y regálalo, y le hace mercedes, todo para gloria de Él, sin que tengamos nosotros de qué gloriarnos.

d) EXAMEN COTIDIANO

Para acabar este ejercicio de proprio conocimiento, dos cosas os restan que oyáis: la una, que no se debe contentar el cristiano en entrar en juicio delante de Dios para acusarse de los pecados pasados, mas también de los que cada día comete. Y por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmienda de la vida como tornarse el hombre cuenta de cómo lo gasta y de los defectos que hace, porque el ánima que no es cuidadosa en examinar sus pensamientos y palabras y obras, es semejable a la viña del hombre perezoso, de la cual dice el Sabio que pasó por ella, y vio su seto caído, y a ella llena de espinas.

Haced cuenta que os han encomendado una niña, hija de un rey, para que tengáis cuidado continuo de mirar por sus costumbres; y que, a la noche, le pedís cuenta, reprehendiéndola de sus faltas y amonestándole las virtudes. Miraos como a cosa encomendada por Dios, y haceos entender que no habéis de vivir sin regla, mas debajo de santas dotrinas y diciplina; y entrad en capítulo con vos a la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades contra tercera persona. Reprehendeos de vuestras faltas, y predicaos a vos misma con muy mayor cuidado que a otra persona alguna, por mucho que la améis. Y donde sintiéredes que más faltáis, allí poned mayor remedio. Porque creed que, durando este examen y reprehención de vos mismo, no podrán durar mucho vuestras faltas sin ser remediadas.

Y aprenderéis una ciencia muy saludable que os haga llorar y no hinchar; la cual os guardará de la peligrosa enfermedad de la soberbia, que entra poco a poco, pareciéndose un hombre bien a sí mismo. Velad sobre aquesta entrada, y guardaos con todo cuidado no os parezcáis bien vos a vos misma, mas con la lumbre de la verdad sabeos reprehender y desaplaceros; y seros ha vecina la misericordia de Dios, al cual aquellos solos parecerán bien, que a sí solos parecen mal, y a aquéllos perdona sus faltas con largueza de bondad, que las conocen y se humillan por ellas en el juicio de la verdad.

Y escaparéis de otros dos vicios que suelen acompañar a la soberbia, que son desagradecimiento y pereza, porque, conociendo y reprehendiendo vuestros defetos, veréis vuestra flaqueza y indignidad, y escaparéis de soberbia, y veréis la misericordia grande de Dios en sufriros y perdonaros, y haceros bienes, mereciendo vos males; y seréis agradecida al hacerdor de tantas gracias. Y mirando el poco bien que hacéis, y males en que caéis, despertaréis del sueño de la pereza, y comenzaréis cada día de nuevo a servir a nuestro Señor, viendo cuán poco habéis hecho en lo pasado.

Y por esto, y por otros muchos bienes que de conocerse el hombre suelen nacer, siendo preguntado un santo viejo de los pasados dónde estaría uno más seguro, en la soledad o compañía, respondió: «Si se sabe reprehender, donde quiera estará seguro; y si no, donde quiera estará a peligro».

Porque por el mucho amor que nos tenemos, no sabemos conocernos y reprehendernos con aquel verdadero juicio que requiere la verdad, debemos suplicar al Señor que nos reprehenda Él con amor, para que sintamos de nosotros lo que, según verdad, debemos sentir. Y esto es lo que Hieremías pedía, diciendo: Corrígeme, Señor, en juicio, y no en furor; porque por ventura no me tornes nada. Corregir en furor pertenece al día postrero, cuando enviará Dios al infierno a los malos por sus pecados; y corregir en juicio es reprehender en este mundo a los suyos con amor de padre a sus hijos. La cual reprehensión es un testimonio tan grande de amar Dios al que reprehende que ninguno hay tan seguro y cierto en esta vida, y suele ser víspera de grandes mercedes de Dios. Así cuenta San Marcos que, apareciéndoles nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, los reprehendió de incredulidad y dureza de corazón; después de lo cual les dio poder para hacer obras maravillosas. Y el profeta Esaías dice que el Señor lava las suciedades de las hijas de Sión, y la sangre de en medio de Jerusalén en espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando a entender que el lavar el Señor nuestras manchas, viniendo a nosotros, es dando a entender primero quién somos, y esto es en juicio, y espíritu de ardor, que es amor. Y así nos lava sin que podamos atribuir a nosotros cosa buena, pues nos ha dado a entender primero nuestra indignidad.

Y esta reprehensión no entendáis ser alguna que desmaye y demasiadamente entristezca el ánima, trayéndola desabrida; mas es un sosegado conocimiento de las proprias faltas que así avergüenza al reprehendido y le pone espuelas para con mayor diligencia servir al Señor, que le da muy gran confianza que el Señor le ama como a hijo, pues usa con él oficio de padre, según está escripto: Yo a los que amo corrijo.

Sed, pues, cuidadosa en miraros y reprehenderos, y presentándoos delante la presencia de Dios, delante del cual es más seguro el humilde conocimiento de nuestras faltas que la soberbia justicia de nuestras buenas obras. Y no seáis como algunos amadores de su propria estima, que, por no parecerse mal a sí mismos, se huelgan en pensar mucho otras cosas devotas, y pasan por el conocimiento de sus defetos, porque no hallan en ellos sabor, pues no aman su proprio desprecio; como, a la verdad, ninguna cosa hay tan segura, ni que así haga que aparte Dios sus ojos de nuestros pecados, como mirarnos nosotros y reprehendernos, según está escripto: Si nos juzgásemos nosotros mismos, no seríamos juzgados de Dios.

e) CONOCIMIENTO DE NUESTRAS BUENAS OBRAS

Lo segundo que habéis de mirar cerca de este conocimiento es que, aunque es bueno y provechoso, pues por él recebimos perdón de nuestros pecados, mas tiene esta falta, que se funda sobre haber pecado. Y no es mucho de maravillar, que un pecador se conozca y estime por pecador, mas sería muy grande monstruo que, siéndolo, se estimase por justo; como si un hombre lleno de lepra se estimase por sano. Por tanto no nos hemos de contentar con estimarnos en poco en nuestros pecados, mas aún mucho más hemos de mirar esto en nuestros bienes, conociendo profundamente que ni nuestros pecados son de Dios, ni los bienes nuestros son de nosotros; y de todo lo bueno que en nosotros hobiere, dar perfectamente la gloria al Padre de todas las lumbres, del cual procede todo don bueno y dádiva perfeta. De arte que, aunque nosotros tengamos el bien, lo tratemos tan fielmente, que no nos alcemos con la gloria de Dios; ni se nos pegue como dicen, la miel en las manos.

Esta humildad no es de pecadores como la primera, mas de justos; y no sólo la hay en este mundo, mas en el cielo; porque de ella se escribe: ¿Quién como el Dios nuestro, que mora en las alturas, y mira las cosas humildes en el cielo y en la tierra? Ésta tuvo en pie a los ángeles buenos, y los hizo dispuestos para gozar de Dios, pues le fueron sujetos, y la falta de ella derribó a los ángeles malos, porque se quisieron alzar con la honra de Dios. Ésta tuvo la sagrada Virgen María nuestra señora, que siendo predicada por bienaventurada y bendita por la boca de Santa Isabel no se hinchó ni atribuyó a sí gloria alguna de los bienes que en ella había, mas con humilde y fidelísimo corazón enseña a Santa Isabel y al mundo un verso, que de las grandezas que ella tenía, no a sí, mas a Dios se debía la gloria, y con profunda reverencia comienza a cantar: Mi ánima engrandece al Señor.

Y esta misma, muy más perfeta, tuvo Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, el cual, así sus buenas obras como sus buenas palabras fidelísimamente predicaba al mundo que las había recebido del Padre, diciendo: Mi dotrina no es mía, mas de aquel que me envió. Y en otra parte dice: Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo, mas del Padre que está en mí. Él hace las obras. Y así convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde, pues que la raíz de todos los males es la soberbia. Y queriendo dar a entender cuánto más convenga esta santa y verdadera humildad. Él se hace particularmente maestro de ella, y se nos pone por ejemplo de ella, diciendo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; porque, viendo los hombres a un maestro tan sabio encomendar tan particularmente esta virtud, trabajasen por la tener; e viendo que un señor tan grande no atribuye el bien a sí mismo, ninguno haya tan desvariado que tal maldad ose hacer.

Aprended, pues, sierva de Cristo, de vuestro maestro y señor, aquesta santa bajeza, para que seáis ensalzada, porque palabra suya es: Quien se humillare, será ensalzado. E tened en vuestra ánima aquesta pobreza, porque de ella se entiende: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. E tened por cierto que, pues Jesucristo nuestro Señor fue por camino de humildad ensalzado, el que no la tuviera fuera va de camino; e débese desengañar con lo que dice San Augustín: «Si me preguntardes cuál es el camino del cielo, responderos he que la humildad; o si otra vez me lo preguntardes responderos he que la humildad; e si tercera vez me lo preguntardes, responderos he lo mismo; e si mil veces me lo preguntardes, mil veces os responderé que no hay otro camino sino la humildad».

E porque creo que deseáis agradar al Señor teniendo aquesta santa bajeza, es razón que se os diga el modo que para ello tendréis.

Y sea primero, pedírsela con importuna y fiel oración al dador de los bienes, porque éste es un muy particular don suyo. Y aun el conocer que lo es, no es pequeña merced. La experiencia que los que son tentados de soberbia tienen, da bien claro a conocer que no hay cosa más lejos de nuestras fuerzas que esta verdadera y profunda humildad, y que muchas veces acaece, con los remedios que ellos ponen para la alcanzar, huir ella más; y aun del mismo humillarse les suele nacer su contrario, que es la soberbia. Por lo cual de tal manera tomad los ejercicios para alcanzar esta joya, que no los dejéis de hacer, diciendo: «¿Qué me aprovecha, pues es dádiva de Dios»?, ni tampoco los hagáis poniendo confianza en vuestro brazo de carne, mas en aquel que suele dar sus dádivas a los que da gracia para se las pedir y para entender en los buenos ejercicios.

1. Consideración de nuestro «ser»

El modo pues que ternéis será éste. Considerad tres cosas por orden: una el ser, otra el bien ser, otra el bienaventurado ser.

Cuanto a lo primero, debéis de pensar qué érades antes que Dios os criase, y hallaréis ser un abismo de nada y privación de todos los bienes. Estaos un buen rato sintiendo este no ser, hasta que veáis y palpéis vuestra nada. Y después considerad cómo aquella poderosa y dulce mano de Dios os sacó de aquel abismo profundo, y os puso en el número de sus criaturas, dándoos verdadero y real ser. Y miraos a vos, no como a hechura vuestra, sino como una dádiva de Dios, que os hizo merced de vos a vos. Y por tan ajeno de vuestras fuerzas mirad vuestro ser como miráis el ajeno, creyendo que tan poco pudistes criaros a vos como criar a otro. Y tan poco podíades salir de aquellas tinieblas de aquel no ser como los que se quedaron en ellas, teniéndonos por igual de vuestra parte a las cosas que no son, atribuyendo a Dios la ventaja que les lleváis. E mirad que, después de criada, no penséis que ya os tenéis en vos misma, porque no menos necesidad tenéis de Dios cada momento de vuestra vida para no perder el ser que tenéis que la tuvistes para, siendo nada, alcanzar el ser que tenéis. Entrad dentro de vos misma y considerad cómo sois una cosa que tiene ser y vive: y preguntaos: «¿Esta criatura está arrimada a sí, o a otro? ¿Susténtase en sí o ha menester mano ajena?». Y responderos ha el apóstol San Pablo que no está lejos Dios de nosotros, mas que en él vivimos, y nos movemos, y tenemos ser. E considerad a Dios, que es ser que es, y sin Él hay nada; y es fuerza de todo lo que algo puede, de todo lo que es, y sin Él hay nada; y que es vida de todo lo que vive y sin Él hay nada; y fuerza de todo lo que algo puede y sin Él hay flaquezas; e bien entero de todo lo bueno, sin el cual no se puede ver el más pequeño bien de los bienes, porque él es causa de todos. Y por esto dice la Escriptura: Todas las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y en nada y en vanidad son reputadas delante de Él. Y en otra parte está escripto: El que piensa que es algo, como sea nada, él se engaña. Y el profeta David decía hablando con Dios: Yo soy delante de ti como nada. En las cuales partes no habéis de entender que las criaturas no tengan ser o vida, o operaciones proprias o distintas de las de su criador; mas, porque lo que tienen no lo hobieron de sí, ni lo pueden conservar de sí, dícese no ser, que quiere decir que tienen el ser de mano de Dios, y no de la suya.

Sabed, pues, ahondar bien en el ser que tenéis, y no paréis hasta hallar el fundamento postrero, que como firmísimo e indificiente, y no fundado sobre otro, mas fundamento de todos, os sustentará que no cayáis en el pozo profundo de la nada, de la cual primero os sacó. Conoced este arrimo que os tiene, y esta mano que, puesta encima de vos, os hace estar en pie, y confesad con David: Tú, Señor, me hiciste, y me pusiste tu mano sobre mí. Y pensad que estáis ya tan colgada de esta virtud de Dios que, si ella faltase, en aquel momento vos faltaríades, como se quita la lumbre que había en la cámara cuando sacan de ella la hacha que la alumbraba, o como se quita la lumbre de sobre la tierra por la ausencia del sol. Adorad, pues, a este Señor con reverencia profunda como a principio de vuestro ser, y amarle por continuo bienhechor vuestro y por conservador de él; y llamadle con corazón y con lengua: Virtud mía, en que me sostengo.

2. Nuestro «bien ser»

Si con cuidado habéis entendido en el conocimiento de vos, para atribuir a Dios la gloria del ser que tenéis, con mucho mayor debéis entender que el bien ser que tenéis no es de vos, mas graciosa dádiva de la mano del Señor. Porque, si atribuís a él la gloria de vuestro ser, confesando que no vos, mas sus manos os hicieron, y apropriáis para vos la honra de vuestras buenas obras, creyendo, que a vos se debe la gloria de ellas, mayor honra tomáis para vos que dais a Dios, cuanto es mayor el bien ser que el ser. Por tanto, conviene que, con grandísima vigilancia, entendáis a conocer a Dios por causa de vuestro bien vivir, de arte que no se os quede asida en vuestras manos punta ni repunta de loca soberbia, mas así como conocéis que ningún ser, por pequeño que sea, podéis tener de vos, si Dios no os le da, así también conozcáis que no podéis tener de vos el menor de los bienes, si el potentísimo y cumplido bien, Dios, no abre su mano para os lo dar.

Pensad que así como lo que es nada no tiene ser natural entre las criaturas, así el pecador, por mucho estado y bienes que tenga, faltándole la gracia, es contado por nada delante los ojos de Dios. Lo cual dice San Pablo de esta manera: Si tuviera profecía, y conociese todos los misterios y toda la ciencia, y tuviese toda la fe, tanto que pase los montes de una parte a otra, y no tuviere caridad, nada soy. Lo cual es tanta verdad que aun el pecador es menos que nada, porque peor es mal ser que el no ser. Ningún lugar hay tan bajo ni tan apartado, ni tan despreciado en los ojos de Dios, entre todo lo que es y no es, como el que vive en ofensa de Dios, estando desheredado del cielo y sentenciado al infierno.

Y para que tengáis alguna cosa que os despierte algo en el conocimiento de este miserable estado, pensad, cuando alguna cosa muy contra razón y desordenada viéredes, que muy más fea y abominable cosa es estar en desgracia y enemistad de nuestro Señor. Oís decir de algún hurto o traición, o maldad que alguna mujer a su marido hace, o desacato que algún hijo hace contra su padre, o algunas cosas de esta manera, que a cualquier, por ignorante que sea, parecen muy feas por ser contra toda razón. Pensad vos que ofender a Dios en un solo pecado mortal es mayor fealdad, por ser contra su mandamiento y reverencia, y agradecimiento que se le debe como a padre, señor y esposo, y bienhechor y amigo, que todas las cosas que pueden acaecer en el mundo por ser contra sola razón. Y, pues veis cuán desestimados son de todos los que tales fealdades cometen, teneos por una cosa muy despreciada y sumíos en el profundo abismo de vuestro desprecio, que se debe al ofendedor de Dios. Y así como para conocer vuestra nada os acordastes del tiempo en que no teníades ser, así para conocer vuestra culpa, os acordad del tiempo, cuando viviades en ella, y mirad, cuan entrañable y profundamente pudiéredes, con mucho espacio, en cuán miserable estado estuvistes, cuando delante de los ojos de Dios estábades feas y desagradable, y contada por nada y menos que nada; porque ni los animales, por feos que sean, ni otros criaturas, por más bajas que sean, no han hecho pecado contra nuestro Señor, ni están obligadas a fuegos eternos, como vos estábades; y despreciaos y abajaos en el más profundo lugar que pudiérades, que seguramente podéis creer que, por mucho que os despreciéis, no podréis bajar al abismo del desprecio que merece la ofensa de una cosa infinita que es Dios. Y, después de haber bien sentido en el ánima y embebídose en ella aquesta desestima de vos misma, alzad vuestros ojos a Dios, considerando la infinita fuerza que de pozo tan hondo os sacó, siendo para vos cosa imposible, y mirad aquella bondad infinita que con tanta misericordia os sacó, sin haber en vos merecimiento. Porque, antes que os diese él su gracia, ¿qué cosa podíades vos hacer que no fuese mala? O, si era buena, era imperfecta y muerta, y no agradable. Sabed que quien os sacó de vuestras tinieblas a su admirable lumbre, y os hizo de enemiga amiga, y de esclava hija, y del no ser, en cuanto tocaba a la gracia de Dios, os hizo tener ser agradable en sus ojos, Dios fue. Y la causa porque lo hizo no fueron vuestros merecimientos pasados, ni el respeto de los servicios que le habíades de hacer; mas fue por su sola bondad, y merecimiento de nuestro único medianero Jesucristo nuestro Señor. Contad por vuestro el mal estado en que estábades, y contad al infierno por lugar debido a vuestros merecimientos, que lo que demás de esto es a Dios y a su gracia es conocer por deudora. Oíd lo que dice el Señor a sus amados discípulos y a nosotros en ellos: No vosotros me escogistes a mí, mas yo a vosotros. Mirad lo que dice el apóstol San Pablo: Justificados sois de balde por la gracia de Dios, por la redención que está en Jesucristo. Y asentad en vuestro corazón que así como tenéis de Dios el ser, sin que atribuyáis a Dios gloria de ello, así tenéis de Dios el ser algo delante de sus ojos, todo para gloria de él; y traed en la lengua y en el corazón lo que dice San Pablo: Por la gracia de Dios soy lo que soy. Considerad que así como cuando érades nada no teníades fuerzas para moveros, ni para ver, ni para oír ni gustar, ni entender ni querer, mas dándoos Dios el ser os dio aquestas potencias y fuerzas, así no sólo está el pecador privado del ser agradable delante los ojos de Dios, mas está sin fuerzas para obrar obras de vida que agraden a Dios.

Si algún cojo viéredes, o manco, pensad que así está el pecador en su ánima. Si algún ciego, sordo o mudo, tomaldo por espejo en que os miráis. Y en todos los enfermos, leprosos, paralíticos, y que tengan los cuerpos corvados y los ojos puestos en tierra, con toda la otra muchedumbre de enfermedades que se presentaban delante el acatamiento de Jesucristo, nuestro verdadero médico, otra no entendáis principalmente sino que tales están los pecadores, cuanto a los espirituales sentidos, cuales estaban aquellos en los corporales. Y mirad, como una piedra con el peso que tiene es inclinada a ir hacia bajo, así, por la corrupción del pecado original que traemos, tenemos una vivísima inclinación a las cosas de nuestra carne y de nuestra honra, y de nuestro provecho, haciendo ídolo de nosotros, y obrando nuestras obras no por amor verdadero de Dios, sino por el nuestro estamos vivísimos a las cosas terrenales, y que nos tocan, y muertos para el gusto de las cosas de Dios; manda en nosotros lo que había de obedecer, y obedece a lo que había de mandar. Y estamos tan miserables que, debajo de cuerpo humano y derecho, traemos apetitos de bestias y corazones encorvados hacia la tierra. ¿Qué os diré sino que en cuantas cosas faltas, y feas, y secas, y desordenadas viéredes, en tantas miréis y conozcáis la corrupción y desorden que el hombre que está en pecado tiene en sus sentidos y obras? Ninguna cosa de éstas veáis que luego no entréis en vuestra ánima a considerar que/aquello sois vos de vuestra parte, si Dios no os hobiera dado salud; e, si verdaderamente estáis sana, habéis de conocer que quien os abrió los sentidos para las cosas de Dios, quien subjetó los afectos debajo de vuestra razón, quien os hizo amargo lo que era dulce y os puso gana en lo que antes tan desabrida estábades, obrando en vos obras nuevas, Dios fue, según dice San Pablo: Dios es el que obra en nosotros el querer, y el acabar, por su buena voluntad.

Gracia y libre albedrío

No entendáis por esto que el libre albedrío del hombre no obre cosa alguna en las obras buenas, porque esto sería grande ignorancia y error; mas dícese que Dios obra al querer y al acabar, porque él es el principal obrador en el ánima del justificado, y el que mueve y suavemente hace que el libre albedrío obre y sea su ayudador, como dice el bienaventurado San Pablo: Ayudadores somos de Dios. Lo cual hace incitándole Dios a que dé libremente su consentimiento en las buenas obras. Por eso obra el hombre, porque de su voluntad y libre albedrío quiere lo que quiere y obra lo que obra; mas Jesucristo obra más principalmente, produciendo la buena obra, y ayudando al libre albedrío, para que también lo produzga; y la gloria de lo uno y de lo otro a sólo Jesucristo se debe. Por tanto, si queréis acertar en aquesto, no queráis escudriñar qué bienes tenéis de naturaleza y libre albedrío, y qué bienes de gracia; mas a ojos cerrados, regíos por la sagrada fe, que nos amonesta que de los unos y de los otros hemos de dar la gloria a Dios, y que nosotros de nosotros mismos no somos suficientes ni aun para pensar un buen pensamiento. Mirad lo que dice San Pablo, reprehendiendo al que se atribuye a sí algún bien: ¿Qué tienes que no lo hayas recebido? Y pues lo has recibido, ¿de qué te glorias como si no lo hobieras recebido? Como si dijese: «Si tienes la gracia de Dios, con que le agradas y haces obras muy excelentes, no te glories en ti, mas en quien te la dio, que es Dios. Y si te glorias de usar bien de tu libre albedrío, en consentir con él a los buenos movimientos de Dios y su gracia, tampoco te glories en ti, mas en Dios, que hizo que tú consintieses, e incitándote y moviéndote él suavemente, y dando él mismo libre albedrío con que tú libremente consientas. Y si te quieres gloriar que, pudiendo resistir al buen movimiento e inspiración de Dios, no lo resististe, tampoco te debes gloriar, pues eso no es hacer, mas dejar de hacer; y aun esto también lo debes a Dios que, ayudando a consentir en el bien, te ayudó para no resistillo. Y cualquier buen uso de tu libre albedrío, en lo que toca a tu salvación, dádiva es de Dios, que desciende de aquella misericordiosa predestinación con que determinó ab aeterno de te salvar. Sea, pues, toda tu gloria en solo Dios, de quien tienes todo el bien que tienes; y piensa que, sin él, no tienes de tu cosecha sino nada y vanidad y maldad».

Y con esto concuerda lo que dice una glosa sobre aquello de San Pablo: El que piensa ser algo, como no sea nada, a sí mesmo se engaña; que el hombre de sí mesmo no es sino vanidad y pecado, y, si alguna cosa más es, por merced y gracia del Señor lo es. Ítem dice San Agustín: «Abrísteme los ojos, luz, y despertásteme y alumbrásteme. Y vi que es tentación la vida del hombre en esta tierra, y que ningún hombre se puede gloriar delante de ti, ni es justificado todo hombre que vive, porque, si algún bien hay chico o grande, don tuyo es. Y lo que es nuestro, no es sino mal. ¿Pues de dónde se gloria todo hombre? ¿Por ventura de mal? Esta no es gloria, sino miseria. ¿Pues gloriarse ha del bien? No, porque es ajeno. Tuyo es, Señor, el bien, tuya es la gloria». Y, concordando con esto, dice el mesmo San Augustín: «Yo, señor Dios mío, confieso a ti mi pobreza, y a ti sea toda la gloria, porque tuyo es todo el bien que yo haya hecho. Yo confieso, según me has enseñado, que otra cosa no soy sino toda vanidad y sombra de muerte, y un tenebroso abismo, y tierra vana y vacía que, sin tu bendición, no hace fruto, sino confusión y pecado y muerte. Si algún bien en cualquier manera tuviere, de ti lo recebí. Cualquier bien que tengo tuyo es, de ti lo tengo. Si algún tiempo estuve en pie, por ti lo estuve, mas, cuando caí, por mí caí. Y siempre me hobiera estado caído en el lodo, sino me hobieras levantado; y siempre fuera ciego, si tú no me hobieras alumbrado. Cuando caí nunca me hobiera levantado, si tú no me hobieras dado tu mano. Y después que me levantaste siempre hobiera caído, si no me hobieras tenido. Muchas veces me hobiera perdido, si tú no me hobieras guardado. Y así, Señor, siempre tu gracia y tu misericordia anduvieron delante de mí, librándome de todos los males, sacándome de los pasados, y despertando de los presentes, y guardándome en los por venir; y cortando delante de mí los lazos de los pecados, quitando las ocasiones y causas. Porque si tú, Señor, esto no hobieras hecho, todos los pecados del mundo hobiera yo hecho, porque sé que ningún pecado hay que en cualquier manera haya hecho un hombre, que no lo pueda también hacer otro hombre, si se aparta el guiador, por el cual es hecho el hombre. Mas tú heciste que yo no lo hiciese, y tú mandaste que me abstuviese, y tú me infundiste gracia para que te creyese, porque tú, Señor, me regías para ti, y me guardabas para ti, y me diste gracia y lumbre para no cometer adulterio y todo otro pecado».

3. Nuestro «bienaventurado ser» por la predestinación

Considerad, pues, doncella, con atención estas palabras de San Augustín, y veréis cuán ajena debéis de estar de atribuir a vos gloria alguna, no sólo de levantaros de vuestros pecados, mas del teneros que no tornásedes a caer. Porque así como os dije que, si la mano de Dios de vos se apartaba, en aquel punto tomaríades al abismo de vuestra nada, en que antes estábades, así, apartando Dios de vos su guarda, tomaríades a los pecados, y otros peores, de donde Él os sacó. Sed por eso humilde y agradecida a este Señor, de quien tanta necesidad en todo tiempo tenéis, y conoced que estáis colgada de Él y todo vuestro bien depende de su mano bendita, según decía David: En tus manos, Señor están, mis suertes. Y llama suertes a la gracia de Dios, a la eterna predestinación, las cuales vienen por la sola bondad de Dios, y se conceden a aquel a quien él con su justo, aunque oculto juicio, es servido de dallas, y así como si él os quita el ser que os dio, tornaréis nada, así, quitándoos la gracia, quedaréis pecadora, y quitándoos su predestinación, quedaréis reprobada y condenada. Lo cual no se os dice para que cayáis en desmayo y desesperación por ver cuán colgada estáis de las manos de Dios, mas para que tanto con mayor seguridad gocéis de la gracia que Dios os ha dado, y tengáis confianza en la misericordia de él, que acabará en vos lo que ha comenzado, y os hará merced de os llevar al cielo, cuanto con mayor humildad y profunda reverencia y santo temor estuviéredes prostrada a sus pies, temblando de vuestra parte y confiando de la suya. Porque ésta es una cierta señal que no os desmamparará su infinita bondad según lo cantó aquella bendita y sobre todos humilde María, diciendo: La misericordia de él de generación en generación sobre los que le temen. Y, si con estas consideraciones ya dichas no halláredes en vos vivo el fruto del proprio desprecio que deseáis, no desmayéis, mas llamad con perseverante oración al Señor, que él sabe y suele enseñar interiormente, y con semejanzas exteriores, lo poco en que la criatura se ha de estimar; y, en tanto que viene esta misericordia, vivid en paciencia y conoceos por soberbia. Lo cual es parte de humildad como el tenerse por humilde es verdadera soberbia.




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2. Del poco conocimiento de sí mismo y del verdadero, de Jesucristo

a) FRUTOS DE LA MEDITACIÓN DE LA PASIÓN

Los que mucho se ejercitan en el poco conocimiento, como tratan a la continua, y muy de cerca, sus proprios defectos, suelen caer en grandes tristezas y desconfianzas, y pusilanimidad de corazón, por lo cual les es necesario que se ejerciten en otro conocimiento que les alegre y esfuerce mucho más que el primero les desmayaba. Y para éste, ninguno otro hay igual como el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, especialmente pensando cómo padeció y murió por nosotros. Esta es la nueva alegre, predicada en la nueva ley a todos los quebrantados de corazón, que les es dada una medicina muy más eficaz para su consuelo que sus llagas les pudieron desconsolar. Este Señor crucificado es el que alegra a los que el conocimiento de sus proprios pecados entristece, y el que absuelve a los que la ley condena, y que hace hijos de Dios a los que eran esclavos del demonio. A éste deben de conocer todos los adeudados y flacos. Y a éste deben de mirar todos los que sienten angustia en mirar a sí mismos. Porque así como se suele dar por consejo que miren arriba los que pasan por algún río y se les desvanece la cabeza, mirando a las aguas que corren, así quien sintiere desmayo, mirando sus culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y cobrará esfuerzo. Porque no en balde se dijo: En mí mismo fue mi ánima conturbada, y por esto me acordaré de ti, de la tierra del Jordán y de los montes de Hermón y monte pequeño. Porque los misterios que Cristo obró en su baptismo y pasión son bastantes para sosegar cualquier tempestad de desconfianza que en el corazón se levante, y así por eso, como porque ningún libro hay tan eficaz para enseñar al hombre de todo género de virtud, y cuánto debe ser el pecado huido y la virtud amada, como la pasión del Hijo de Dios; y también porque es extremo desagradecimiento poner en olvidado un tan inmenso beneficio de amor como fue padecer Cristo por nos, conviene, después del ejercicio de nuestro conocimiento, ocuparnos en el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, lo cual nos enseña San Bernardo, diciendo: «Cualquiera que tiene sentido de Cristo, sabe bien cuán expediente sea a la piedad cristiana, y cuánto provecho le traya al siervo de Dios, y siervo de la redempción de Cristo, acordarse con atención, a lo menos una vez en el día, de los beneficios de la pasión y redempción de nuestro Señor Jesucristo, para gozarse suavemente en la conciencia, y para asentallos fielmente en la memoria». Esto dice San Bernardo. Y, allende de esto, sabed que así como, queriendo comunicar Dios con los hombres las riquezas de su divinidad, tomó por medio hacerse hombre, para que en aquella bajeza y pobreza se pudiese conformar con la pequeña capacidad de los pobres y bajos, y juntándose a ellos, los ensalzase a la alteza de él, así el camino usado de comunicar Dios su divinidad con las ánimas es por medio del pensamiento de su sacra humanidad. Esta es la puerta por donde el que entrare será salvo, y la escalera por donde suben al cielo. Y quiere Dios Padre honrar la humanidad de su unigénito Hijo, y no dar su amistad sino a quien la creyere; y no dar su comunicación si no a quien con mucha atención la pensaré. Hacedos, pues, esclava de esta sagrada pasión, pues por ella fuistes libertada del captiverio de vuestros pecados y de los infernales tormentos. Y no sea a vos pesado pensar lo que a Él con vuestro grande amor ro le fue pesado pasar.

b) MODO DE MEDITAR LA PASIÓN

Y así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un lugar recogido, así, y con mayor vigilancia, buscad otro rato antes que amanezca, o por la mañana, en que con atención penséis en aquel que tomó sobre sí vuestras miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad y descanso. Y el modo que ternéis será éste, si otro mejor no se os ofreciere. Repartid los pasos de la pasión por los días de la semana en esta manera: El lunes, la oración y prendimiento del huerto, y lo que aquella noche pasó en casa de Anás y Caifás. El martes, las acusaciones de un juez a otro, y sus crueles azotes, que, atado a la columna, pasó. El miércoles, cómo fue coronado y escarnecido, sacándole con vestido de grana, y caña en la mano, porque todo el pueblo le viese, y dijeron: Ecce homo. El jueves, no le podemos quitar su misterio muy excelente, conviene a saber, cómo el Hijo de Dios con profunda humildad lavó los pies a sus discípulos, y después les dio su Cuerpo y Sangre en manjar y bebida, mandando a ellos y a todos los por venir que hiciesen lo mismo en memoria de Él. Hallaos vos presente a tal lavatorio y a tan excelente convite. Y esperad en Dios, que ni saldréi sin lavar, ni muerta de hambre. Tras el jueves pensaréis, el viernes, cómo el Señor fue presentado delante el juez, y sentenciado a muerte, y llevó la cruz encima sus hombros, y después fue crucificado en ella, con todo lo demás que pasó hasta que encomendó su espíritu en las manos del Padre y murió. En el sábado quédaos de pensar la lanzada cruel de su sagrado costado; cómo le quitaron de la cruz y le pusieron en los brazos de su sagrada Madre, y, después, en el sepulcro. E id acompañando su ánima al limbo de los santos padres, y hallaos presente en las fiestas y paraíso que allí les concede. Y tened memoria de pensar en este día las grandes angustias que la Virgen y Madre pasó. Y sedle compañera fiel en se las ayudar a pasar, pues que, aliende de serle cosa debida, os será a vos muy provechosa. Del domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al pensamiento de la resurrección y a la gloria que en el cielo poseen los que allá están, y en esto os habéis de ocupar aquel día.

AVISOS Y NORMAS PARA LA ORACIÓN

1. Oraciones vocales y lección

Recogida, pues, en vuestra celda, como os he dicho, haréis vuestra confesión general y rezaréis algunas oraciones vocales, y leed, en algún libro de la pasión, aquel mismo paso en que habéis de pensar aquel rato. Y serviros ha esto de dos cosas: una de enseñaros como acaeció aquel paso, para que vos lo sepáis pensar; otra, para recogeros el corazón y pegaros alguna devoción, para que, cuando fuéredes a pensar, no vais derramada ni tibia, y, aunque no paséis de una vez todo lo que el libro dijere cerca de aquel paso, no pierde nada, porque en otra semana, cuando venga el mesmo día, se podía pensar. Y como os he dicho, no ha de ser la lección hasta del todo cansar, mas para despertar el apetito del ánima y dar materia al pensar y obrar.

2. Hacerse presente con sencillez

Y la lección acabada, hincadas vuestras rodillas y muy recogidos vuestros ojos, suplicad al Señor tenga por bien de os dar verdadero sentido de lo que piadosamente quiso padecer por vos. Y poned dentro de vuestro corazón la imagen de aquel paso que quisierdes pensar; y, si esto se os hiciere de mal, haced cuenta que la tenéis allí cerquita de vos. Y digo esto así, por avisaros que no habéis de ir con el pensamiento a contemplar al Señor a Jerusalén, o apartaros lejos de vos, porque suelo ser gran daño de la cabeza y secar mucho la devoción; mas, haciendo cuenta que lo tenéis presente, poned los ojos de vuestra ánima en los pies de Él, o en el suelo, cercano a Él. Y con toda reverencia oíd lo que le dicen, y mirad lo que pasa, como si a ello presente estuviérades guardándoos mucho de alborotar vuestro corazón con tristezas forzadas, o con trabajar demasiadamente por echar lágrimas, porque estas cosas suelen secar más el corazón y hacerle inhábil para la visitación del Señor, y suelen destruir mucho la salud corporal; y dejan el ánima tan atemorizada con el sinsabor que allí siente, que teme otra vez de tornar al ejercicio, como a cosa que ha experimentado dalle mucha pena. Si el Señor da lágrimas, o semejantes sentimientos, débense tomar, mas querer el hombre tomarlos por fuerza, no es cordura, mas débese de contentar con hallarse presente con vista sosegada y sencilla a lo que el Señor pasó, y mirar el amor con que padecía, y cuán grandes tormentos y deshonras eran los que padecía. Con otros mil pensamientos buenos que el Señor suele dar, dejando en las manos de Dios lo que toca a tener devoción o lágrimas.

3. No forzar la imaginación

Debéis de estar avisada que no trabajéis mucho los pechos ni cabeza, ni sienes, por fijar mucho en vuestra imaginación la imagen del Señor, porque suelen venir de estas cosas grandes peligros al ánima, pareciéndoles a algunos que ven verdaderamente las imágines que de dentro piensan y caen en locura o en soberbia. E ya que esto no sea, este modo de imaginar tan profundo causa daño sin remedio en la salud. Por eso haced este ejercicio con todo el mayor sosiego que pudiérdes. Y con una simple atención que tengáis a aquel paso que consideráis, fundaos más en el pensamiento espiritual de la grandeza de quien padecía, y la bajeza vuestra, con otros pensamientos devotos, que no en meter mucho vuestra ánima en la imaginación y figura del Señor, no porque del todo lo debéis dejar, mas para que de tal manera la imaginéis, que no la tengáis a la contina ni con pena fijada, mas poquito a poquito, según que sin trabajo se os diere. Y para esto sirve mucho tener algunas imágines de los pasos de la pasión, bien proporcionadas, en las cuales miréis muchas veces, para que después, sin mucha pena, las podáis vos sola imaginar. Y no sólo habéis de evitar este trabajo de la cabeza y sienes, y pecho, en el imaginar, mas aun en el pensar. Porque algunos piensan con tantos movimientos y trabajos que caen en daños de cuerpo y grandes sequedades del ánima. Por tanto, quien quisiere acertar en este negocio, fúndese principalmente en humillarse a Dios y llegarse a él como un ignorante niño y humilde discípulo a su maestro, yendo más proveído de sosegada atención para oír lo que le han de decir, que con lengua afilada para hablar.

4. De Dios viene la fuerza del pensar

Pensad, pues, vuestros pensamientos, de arte que no os metáis tanto ni pongáis tanta fuerza en ellos, que parezca que vos sola lo habéis de hacer; mas así obrad vos vuestro ejercicio como que no sale de vos, sino que mana de aquel Señor que os alienta el corazón para pensar. Y nunca de tal arte penséis que perdáis la atención a lo que el Señor os quiere dar, teniendo aquello por principal, y lo que vos pensáis por accesorio. Y, si esto no pudiéredes hacer, y sintiéredes que la cabeza y lo que os he dicho siente algún trabajo notable, no prosigáis adelante, mas sosegaos y quitad aquella angustia de corazón; con entrañable sosiego y simplicidad humillaos a Dios, para que de Él os venga la fuerza para pensar, sin que sea tan a vuestra costa. Hasta que esta pena y angustia se os quite, no prosigáis, por no caer en los males ya dichos. Y, si el Señor os hiciere merced de os dar este sosiego de pensamientos interiores, y más entrañable devoción de lo que se suele sentir con movimiento de la persona, y que os dure por muchos días, ya podréis estar pensando muy largos ratos sin sentir pesadumbre; lo cual, todo hallaréis, al contrario, si de otra manera pensáis. Y estad avisada que el paso que en un día pensáredes no os contentéis con pensarlo aquel solo rato del recogimiento, mas, en abriendo los ojos en la cama, acordaos de Él y traedlo todo aquel día en vuestro corazón; y dígolo así, porque algunos piensan el paso como si tuviesen a nuestro Señor dentro de sí, puestos los pies dentro de su corazón, y reclinados como otra Magdalena, y ante ellos hallan reposo. Y otros lo piensan fuera de sí, aunque cerca, mirando sus pies, según hemos dicho. Lo que mejor cuadrare a uno por la experiencia, aquello siga, con condición que el paradero del pensamiento devoto no sea fuera de sí. Mas agora sea pensando, agora imaginando, agora mirando o oyendo cualquier cosa de fuera, luego ha de recurrir al corazón, en el cual ha de tener el hombre su aposento y ejercicio, estando recogido dentro de sí, como abeja solícita que dentro de su corcho hace la miel.

5. Los que no son para oración mental

Cuando este ejercicio de pensamiento es más excelente, tanto es razón que haya más aviso en él, porque no dañe con indiscreción; mas, quitadas las espinas de los errores, se cojan los buenos frutos que suele dar. Y sea el primer aviso, que hay muchas personas las cuales no conviene poner en este ejercicio por muchas causas: una, por enfermedad corporal, especialmente de la cabeza, porque, aunque a los muy ejercitados en tiempo de sanidad no les sea penoso ejercitarlo, aun con indisposición corporal, mas a los principiantes esles dañoso e imposible. Otros hay tan dados a ocupaciones exteriores, que no las pueden dejar sin pecado, ni las vaga con ellas darse al recogimiento ni es bien que se den. Otros tienen el ánima tan inquieta, y del todo indevota y seca, que por mucho tiempo y cuidado que en el recogimiento gasten, ninguna cosa aprovechan.

Deben éstos consolarse y saber que el espíritu del orar es dádiva de nuestro Señor liberalmente dada a quien Él es servido, y pues a ellos no se la da, débense contentar con rezar vocalmente algunas devociones o pasos de la pasión. E yendo rezando, piensen, aunque brevemente, en aquel paso de que rezan, y tengan alguna imagen devota a quien miren, y usen mucho el leer libros devotos; porque muchas veces acaece que de estos escalones los suele subir el Señor al ejercicio del pensamiento. Y, si no fuere servido, conténtense con lo que les diere.

6. Ni sólo pensar pecados ni nunca mirarlos

Hay otros que están mucho tiempo de su vida ocupados en pensar los pecados que han hecho, y nunca osan pensar en la pasión, o en otra cosa que les dé algún consuelo. Los cuales no lo aciertan, según San Bernardo dice; porque, aliende de levantarse tentaciones de andar mucho pensando los pecados pasados, no se agrada nuestro Señor de que anden sus siervos en continua tristeza y desmayo. El contrario de lo cual hacen otros que, el primer día que comienzan a servir a Dios, olvidan sus pecados del todo, y con liviandad de corazón se dan a pensamientos más altos que provechosos. A los cuales les está cercana la caída como a casa sin edificio. Y, si después quieren tornar a pensar cosas humildes, no aciertan ni pueden, por estar engolosinados en cosas mayores, y ansí suelen quedar sin saber andar ni hablar. Por tanto, conviene que a los principios nos ocupemos más en el pensamiento de nuestros pecados que en otros por devotos que sean. Y después, poco a poco, vamos aflojando en aquel pensamiento y creciendo en el de la pasión, aunque nunca del todo debemos estar sin el uno o sin el otro. Otros hay que se suelen quejar que ninguna puerta hallan para entrar en el pensamiento de la pasión, y, si quieren porfiar en ello, sienten gran dureza en el corazón y gran sequedad. Débeseles decir a éstos que no se lleguen a este pensamiento como por fuerza y angustia de corazón, porque muchos con el apretamiento que en sí mismos llevan, y afligimiento por sentir y llorar, cierran la puerta a toda blandura y suavidad que del pensamiento de la pasión les puede venir; mas, si llegándose con humildad y sosiego, todavía no fueren recebidos, no se desconsuelen, mas lean alguna cosa sobre ello. Y si sintieren que en buena gana piensan o hablan en devoción o en otra cosa, agora sea en pensamiento de muerte, o de infierno o de cielo, o cualquier cosa, por chica que sea, no la impidan ni la quiten de allí, mas entren por la puerta que hallaren abierta, porque aquélla es por donde Dios les quiere meter.

7. No atarse demasiado a reglas y posturas del cuerpo

Y no hay cosa que más contraria sea a este ejercicio que, hallando el ánima devoción y provecho en alguna parte, sacarla de allí y forzarla a que se vaya a meter a donde no la convidan. Y por eso es muy loable cosa, poniéndonos en nuestro ejercicio, ir con libertad y no estar atados a nuestras reglas, ni estar congojosos en cómo pensaremos lo que deseamos; mas, con tranquilidad y santo descuido, así pensar el paso que solemos que no impidamos a la mano de Dios, si a otra parte nos quisiere llevar. Y lo mismo se ha de entender de los que así toman a dientes el leer o el pensar cierta cosa, que, aunque sienten mucha devoción en el principio de ella, déjanla y piérdenla por acabar su tarea, sabiendo que el fin del leer o el pensar al Señor, y cuando Él se comunica no hemos de dejar a Él por proseguir nuestra obra. Y a este propósito hace el rigor que otros tienen en estar hincados de rodillas todo el tiempo de este ejercicio, puesto caso que su flaqueza sea tanta que no puedan tener atención a lo que hacen con el trabajo del cuerpo. Los cuales deben saber que, aunque la oración tenga alguna poca de pena, y se ofrezca en satisfacción de los pecados, no es éste el principal fruto de ella, mas el menor, porque en comparación de la lumbre, y del gusto y de las virtudes que en ella da Dios, muy pequeña es la aflición y ejercicio del cuerpo, porque, como dice el Apóstol, tiene poco provecho. Por tanto, de tal manera debe estar el cuerpo en tiempo de esta meditación como la salud lo sufre, y como el ánima esté descansada para vacar al Señor, mayormente si este tiempo es largo, de dos o tres horas, como algunos lo usan, de los cuales muy pocos son los que pueden tener el cuerpo penado, sin perder la atención que requiere este ejercicio. Y por esto, por no perder la atención, tengan el cuerpo como más esté descansado. También hay otros que se fatigan tanto en la cabeza que otra cosa no sacan sino daño de ella y ceguedad en el corazón. Y han de saber que este negocio más es dado que tomado, y que no en la cabeza, más en el corazón, ha de ser el mayor ejercicio, haciendo allí centro y el nido de todo lo que hobiéremos de recebir.

8. Devoción sensible

Y mírese mucho que, si en este corazón se levantaren movimientos hervorosos de devoción sensual, o demasiados sollozos, que no se vaya la persona tras ellos, mas debe disimularlos, y, recogiéndose en su ánima, débelos dejar pasar como si no los tuviese, y guardar dentro de sí aquel pensamiento que se los causó. Quiero decir que, quitando de sí los alborotos que causó la carne, goce con el ánima en sosiego de la lumbre y devoción que Dios le dio. Y de esta manera durarle ha mucho tiempo y será su consolación más de raíz y entrañable, y no verná a dar muestras de si con gemidos, y otras veces con gritos y con otras exteriores señales. Lo cual no se podrá evitar sin muy gran trabajo, si una vez la persona se acostumbra a darse mucho a los dichos movimientos y hervores sensuales; los cuales, cuanto más recios parecen de fuera, tanto más suelen apagar la lumbre de dentro y ponerle impedimento que no pase adelante. Heos querido dar estos avisos cerca de la oración, porque, huyendo de los inconvenientes que os pueden acaecer, gocéis a vuestro salvo de las muy grandes misericordias que Dios en ella suele hacer.

9. No dejar la oración por temor de los peligros

No seáis vos como algunos ignorantes que, por temor de los peligros que han acaecido a los que por su soberbia, o grande ignorancia, han errado en el camino del bien, no quieren servir a Dios ni tener oración, porque no les acaezca lo que a los otros. No debe el hombre dejar de entender en otro negocio, en que muchos han salido con ganancia, porque alguno, por su propria culpa, salió de él con pérdida; mas la caída ajena le debe a él hacer ser avisado, no para dejar el negocio, mas para entender en él con mayor cautela. La Escriptura dice: Quita el orín de la plata y saldrá vaso purísimo; y así debemos, con humildad y cautela, seguir el ejercicio de la santa oracion, por lo cual tantos santos y amigos de Dios han sido enriquecidos. Y no por el orín que algunos pocos indiscretos le pegaron, arrojar de nos a él, y a ella. Que, si a eso mirásemos, en ninguna cosa osaríamos entender corporal ni espiritual, pues en todas ha habido quien yerre. Y por eso, no débense con vanos temores espantar los que quieren seguir el camino de la oración, mas con caridad amonestados y con prudencia avisados. Y más nos deben convidar a la seguir los muchos que en ella aprovecharon que espantarnos los pocos que erraron.

10. Ejemplo de Cristo y de los santos

Notorio está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en Él que se le pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el bien que en ella va, nos amonesta muchas veces que oremos, y que siempre oremos. Y sus santos apóstoles, especialmente San Pablo, nos amonesta orar en todo lugar, y su discípulo San Dionisio. Y después todos los santos a una boca nos enseñan esto mismo, y nos dan reglas y avisos de cómo hemos de entender en este santo ejercicio. Y muchos de ellos cuentan, para nuestro ejemplo, las grandes mercedes que Dios por este santo ejercicio les hizo. Entre los cuales oí lo que el devoto San Buenaventura dice de la virtud de la oración, que es inestimable y poderosa para alcanzar todas las cosas provechosas y alanzar todas las dañosas: «Por tanto, si queréis sufrir con paciencia las adversidades, sed hombre de oración; si queréis sobrepujar las tentaciones y tribulaciones, sed hombre de oración; si queréis conocer las astucias de Satanás y huir sus engaños, sed hombre de oración; si queréis vivir alegremente en la obra de Dios y andar con fuerza el camino del trabajo y aflición, sed hombre de oración; si queréis ejercitaros en la vida espiritual, y no hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de oración; si queréis ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed hombre de oración; si queréis engrosar vuestra ánima con santos pensamientos y deseos, y hervores y devociones, sed hombre de oración; si queréis establecer vuestro corazón en la voluntad de Dios en espíritu varonil y propósito constante, sed hombre de oración. En conclusión, si queréis extirpar los vicios, y ser lleno de virtudes, sed lleno de oración, porque en ella se recibe la unción del Espíritu Santo, que enseña al ánima de todas las cosas. Y si queréis huir a la contemplación, y gozar de las cosas del esposo, sed hombre de oración, porque por el ejercicio de la oración van a la contemplación y gusto de las cosas celestiales. ¿Veis de cuánto poder y virtud sea la oración? Para confirmación de todo lo cual, dejadas las probanzas de las escripturas, esto os sea suficiente prueba, que hemos oído y vemos cada día por experiencia personas sin letras y simples haber alcanzado estas cosas ya dichas, y otras mayores, por virtud de la oración. Por tanto, mucho deben dar su ánima a la oración todos los que desean imitar a Cristo, y mayormente los religiosos, los cuales han de tener mayor aparejo para vacar a Dios. Por lo cual te amonesto y encomiendo estrechamente, cuanto puedo, que tomes la oración por principal ejercicio tuyo. Y ninguna otra cosa, sacados los cuidados necesarios, te deleite sino la oración; porque ninguna cosa te debe tanto deleitarte como estar con el Señor, lo cual se hace por la oración». Todo esto dice San Buenaventura, con el cual concueran otros muchos en la alabanza de la oración, los cuales no relato por ser cosa tan manifiesta, y porque para vos es demasiada, pues Dios os ha hecho misericordia de enseñaros por experiencia cuánta sea la ganancia de este santo ejercicio. Y pues San Hierónimo cuenta y alaba de Santa Paula, viuda honesta, que estaba en oración desde que anochecía hasta que salía el sol, muy más lo alabará en la doncella dedicada a Cristo, que tiene particular obligación a más se comunicar con él, mediante la oración, pues tiene entereza de cuerpo, y nombre de esposa.

11. No meterse en consideraciones altas

Estas consideraciones que habéis oído así del proprio conocimiento como del conocimiento de Cristo deben ser de vos usadas más que ningunas, porque, aunque haya otras más altas, son éstas más provechosas y más seguras y manuales. Y es cosa delante de Dios agradable que, orando, nos pongamos en el postrer lugar que es el conocimiento de nuestras llagas, o en el lugar de nuestra medicina, que son las llagas de Cristo. Y no debemos temer de ser bajos por ponernos en esta bajeza, porque cuando Dios es servido bien sabe levantar de estos lugares al pobre a la alteza de los gozos de su divinidad. Mas, así como se huelga de levantar al que está humillado a sus pies, así le suele desagradar el desmesurado atrevimiento de los que se quieren meter en consideraciones muy altas. A los cuales o se las concede para su mal, siéndoles ocasión de soberbia o de error, en pena de su atrevimiento, o usando con ellos de misericordia les reprehende blandamente, para que, abajando sus alas, estén más seguros y dispuestos para volar cuando Dios los llamare, y no por su propria presunción. De esta manera acaeció a la esposa que con atrevido amor dice en los Cantares: Enséñame tú al que ama mi ánima, adónde apacientas, y adónde te acuestas al mediodía. Quiere decir y pedir que le sean demostrados los eternos y sobrelucientes pastos del cielo, en los cuales el eterno Pastor Jesucristo, claro como el sol de mediodía, apacienta sus bienaventuradas ovejas, demostrándoles claramente su haz así como Él es. Mas esta petición no le es concedida por Dios, antes es reprendida por él, dándole a entender que más razón es que le pida ser enseñada adonde Cristo apacienta y acuesta, no al mediodía, sino a la tarde, cuando haciéndose tinieblas en la universa tierra, porque se ponía el verdadero sol, Cristo, enclavado en su cruz, como rey echado en su real cama. En la cruz apacienta Cristo sus ovejas, y en la cruz veréis su cara no resplandeciente, como el sol de mediodía, mas tan desfigurada que aún sus conocientes tengan que hacer en conocerlo. Esta cama y pasto pedid que os sea enseñada, que la otra su tiempo se tiene. Agora tiempo es de cruz y de gustar el cáliz que el Señor bebió la noche de la pasión. Después será tiempo de gozo, y de beber del cáliz de los celestiales deleites que embriagan en el reino de Dios. Y no debemos de celebrar primero la fiesta que la vigilia, ni el domingo que el viernes; mas, por el trabajo de nuestro conocimiento y de la imitación de Jesucristo crucificado, hemos de pasar y esperar la gloria eterna de su resurrección.

c) EXPOSICIÓN DE UN LUGAR DE LOS CANTARES

Y esto mismo nos es amonestado en los Cantares, que dicen así: Salid y mirad hijas de Sión al rey Salomón con la guirnalda con que le coronó su madre en el día del desposorio de él, y en el día de la alegría del corazón de él. En ninguna parte de la Escriptura santa se lee que el rey Salomón fuese coronado con guirnalda o corona de mano de su madre Bersabé en el día del desposorio de él; y por eso según la historia no conviene al Salomón pecador. Por fuerza, pues la Escriptura no puede faltar, lo hemos de entender de otro Salomón verdadero, el cual es Cristo, y con mucha razón, porque Salomón quiere decir pacífico; el cual nombre le fue puesto porque no trajo guerras en su tiempo, como las trajo su padre David. Por lo cual quiso Dios, que no David, varón de sangres, mas su pacífico hijo le edificase aquel tan solmne templo en Hierusalem en que fuese Dios adorado. Pues, si por ser pacífico Salomón en la paz mundana, que algunas veces los reyes, aunque malos, la suelen en sus reinos tener, le fue puesto nombre de pacífico, ¿con cuánta más razón le conviene a Cristo?, el cual hizo paz entre Dios y los hombres, no sin su costa, mas cayendo sobre él la pena de nuestros pecados que causaban la enemistad, e hizo paz entre los dos contrarios pueblos, judíos y gentiles, quitando la pared de la enemistad que estaba en medio, como dice San Pablo; conviene a saber, las cerimonias de la vieja ley, y la idolatría de la gentilidad, para que unos y otros, dejadas sus particularidades y ritos que de sus pasados traían, viniesen a una nueva ley de debajo de una fe, y de un baptismo y de un Señor, esperando partir una misma herencia, por ser todos hijos de un padre del cielo que los tornó a engendrar otra vez por agua y Espíritu santo, con mayor ganancia y honra que la primera vez fueron engendrados de sus padres de carne para miseria y deshonra. Y estos bienes todos son por Jesucristo, pacificador de cielos y tierra, y de los de lejos y cerca, y de un hombre dentro de sí mismo, do la guerra es más trabajosa y la paz más deseada. Estas paces no las pudo hacer Salomón, mas tuvo el nombre, en figura del verdadero pacificador. Así como la paz de Salomón, que es temporal, tiene figura y es sombra de la espiritual y que no tiene fin.

Pues, si bien os acordáis, esposa de Cristo, de lo que es razón que nunca os olvidéis, la madre de este Salomón verdadero, que fue y es la bendita virgen María, hallaréis haberlo coronado con guirnalda hermosa, dándole carne sin ningún pecado en el día de la encarnación, que fué día de ayuntamiento y desposorio del Verbo divino con aquella santa humanidad, y del Verbo hecho hombre con su Iglesia, que somos nosotros, y de aquel sagrado vientre salió Cristo como esposo que sale del tálamo. Y comenzó a correr su carrera como fuerte gigante, tomando a pecho la obra de nuestra redempción, que fué la más dificultosa que ha habido. Y, al fin de la carrera, en el día del viernes santo, casóse con palabras de presente con esta su Iglesia, por quien tanto había trabajado como otro Jacob por Raquel, porque entonces le fue sacada de su costado, estando él durmiendo el sueño de muerte, a semejanza de Eva sacada de Adán, que dormía. Y por esta obra tan excelente y de tanto amor en aquel día obrada llama Cristo a este día mi día, cuando dice en el Evangelio: Abraham, vuestro padre, se gozó para ver mi día; viólo y gozóse. Lo cual fue, como dice Crisóstomo, cuando a Abraham fue revelada la muerte de Cristo en semejanza de su hijo Isaac, que Dios le mandó sacrificar en el monte de Sión. Y entonces vio este penoso día y gozóse. Mas, ¿por qué se gozó? ¿Por ventura de los azotes, o tristezas o tormentos de Cristo? Cierto es haber sido la tristeza de Cristo tanta que bastaba a hacer entristecer de compasión a cualquiera por mucha alegría que tuviese. Si no, díganlo sus tres amados apóstoles, a los cuales dijo: Triste es mi ánima hasta la muerte. ¿Qué sintieron sus corazones al sonido de esta palabra, la cual suele aún a los que de lejos la oyen lastimar su corazón con agudo cuchillo de compasión? Pues sus azotes y tormentos y clavos y cruz, fueron tan lastimeros, que, por duro que uno fuera, y los viera, se moviera a compasión. Y aún no sé si los mismos que le atormentaban, viendo su mansedumbre en el sufrir, y la crueldad de ellos en el herir, algún rato se compadecían de quien tanto padecía por ellos, aunque ellos no lo sabían. Pues, si los que a Cristo aborrecían pudieran ser entristecidos por ver sus tormentos, si del todo piedras no fueran, ¿qué diremos de un hombre tan amigo de Dios como era Abraham que se gozase de ver el día en que tanto pasó Cristo?

Mas, porque de esto no nos maravillemos, oíd otra cosa más maravillosa, la cual dicen las ya dichas palabras de los Cantares: que esta guirnalda le fue puesta en el día de la alegría del corazón de él. ¿Cómo es aquesto? ¿Al día de sus excesivos dolores, que lengua no hay que los pueda explicar, llama día de alegría de él? Y no alegría fingida o de fuerza, mas dice: en el de la alegría del corazón de él. ¡Oh alegría de los ángeles, y río del deleite de ellos, en cuya cara ellos se desean mirar y de cuyas sobrepujantes ondas ellos son envestidos viéndose dentro de ti, nadando en tu dulcedumbre tan sobrada! ¿Y que se alegre tu corazón en el día de tus trabajos? ¿De qué te alegras entre los azotes y clavos, y deshonras y muerte? ¿Por ventura no te lastima? Lastímate, cierto, y más a ti que a otro ninguno, pues tu complexión era más delicada que todas. Mas, porque lastiman más nuestras lástimas, quieres sufrir de muy buena gana las tuyas por con aquellos dolores quitar los nuestros. Tú eres el que dijiste a tus amados apóstoles poco antes de la pasión: Con deseo deseado comeré esta pascua con vosotros antes que padezca. Tú eres el que antes dijiste: Fuego viene a traer a la tierra, ¿qué quiero sino que se encienda? Con baptismo tengo de ser baptizado, ¡cómo vivo en estrechura hasta que se ponga en efeto! El fuego de amor de ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos heciste. Y lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste. ¿Y quién hobiera que te amara, si tú no murieras de amor por dar vida a los que por no amarte están muertos? ¿Y quién será leño tan húmedo y frío, que, viéndote a ti, árbol verde, del cual quien come vive, ser encendido en la cruz y abrasado con fuego de tormentos que te daban, y del amor con que tú padecías, no se encienda en amarte aún hasta la muerte?¿Quién será tan porfiado, que se defienda de tu porfiada requesta, en que tras nos anduviste desde que naciste del vientre de la Virgen y te tomó en sus brazos y te reclinó en el pesebre, hasta que de las mismas manos y brazos de ella te tomaron y fuiste encerrado en el santo sepulcro como en otro vientre? Quemástete, porque no quedásemos fríos; lloraste, porque riésemos; padeciste, porque descansemos, y fuiste baptizado en el derramiento de tu sangre, porque nosotros fuésemos lavados de nuestras maldades. Y dices Señor. ¡Cómo vivo en estrechura, hasta que esto baptisino se acabe!, dando a entender cuán encendido deseo tenías de nuestro remedio, aunque sabías que te había de costar la vida. Y como el esposo desea el día de su desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu pasión, para sacarnos con tus penas de nuestros trabajos. Una hora, Señor, se te hacía mil años para haber de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla por tus criados. Y pues lo que se desea atrae gozo, cuando es cumplido, no es maravilla que se llame día de tu alegría el día de tu pasión, pues era deseado por ti. Y aunque el dolor de aquel día fuese muy expresivo, de manera que en tu persona se diga: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended, y ved si hay dolor que se iguale con el mío, mas el amor que en tu corazón ardía sin comparación era mayor, porque, si menester fuera a nuestro provecho que tú pasaras mil tanto de lo que pasaste, y que estuvieras enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara, con determinación firme subiste en ella, para hacer y sufrir todo lo que para nuestro remedio fuese necesario. De manera que más amaste que sufriste, y más pudo tu amor que el desamor de los sayones que te atormentaban, y por eso quedó vencedor tu amor, y, como llama viva, no se pudieron apagar los ríos grandes y muchas pasiones que contra ti vinieron. Por lo cual, aunque los tormentos te daban tristeza y dolor muy de verdad, tu amor se holgaba del bien que de allí nos venía. Y por eso se llama día de alegría de tu corazón.

Y este día vio Abraham, y se gozó, no porque le faltase compasión de tantos dolores, mas porque veía que el mundo y él habían de ser redimidos por ello. Pues en este día, salid, hijas de Sión -que son las ánimas que atalayan a Dios por la fe-, a ver el pacífico rey, que son sus dolores, que va a hacer la paz deseada; y miralde, pues, para mirar a Él os son dados los ojos. Y entre todos sus atavíos de desposorio, que lleva, mirad a la guirnalda de espinas que en su divina cabeza lleva, la cual, aunque la trajeron y se la pusieron los caballeros de Pilato, que eran gentiles, dícese habérsela puesto su madre, que es la sinagoga, de cuyo linaje Cristo descendió según carne; porque por la acusación de la sinagoga, y por complacer a ella, fue Cristo así atormentado. Y si alguno os dijere: «Nuevos atavíos de desposado son éstos: por guirnalda, lastimera corona; por atavíos de pies y manos, clavos agudos que se los traspasan y rompen; azotes por cinta; los cabellos pegados y enrubiados con su propria sangre; la sagrada barba arrancada; las mejillas bermejas con bofetadas; y la cama blanda, que a los desposados suelen dar con muchos olores, tórnese en áspera cruz donde justiciaban los malhechores. ¿Qué tiene que ver este abatimiento extremo con atavíos de desposorio? ¿Qué tiene que ver acompañado de ladrones, con ser acompañado de amigos, que se huelgan de honrar al nuevo desposado? ¿Qué fruto, qué música, qué placeres vemos aquí, pues la madre y amigos del desposado comen dolores y beben lágrimas, y los ángeles de la paz lloran amargamente, y no hay cosa más lejos de desposorio, que todo lo que aquí parece?

Mas no es de maravillar tanta novedad, pues el desposado y el modo de desposar todo es nuevo. Cristo es hombre nuevo, porque es sin pecado, y porque es Dios y hombre, y despósase con nosotros, feos, pobres y llenos de males, no para dejarnos en ellos, mas para matar nuestros males y darnos sus bienes. Para lo cual convenía, según la ordenanza divina, que pagase Él por nosotros, tomando nuestro lugar y semejanza, para, con aquella semejanza de deudor, sin serlo, y con aquel duro castigo, sin haber hecho por qué, matase nuestra fealdad y nos diese su hermosura y riquezas. Y porque ningún desposado puede hacer a su esposa de mala, buena; ni de infernal, celestial; ni de fea en el ánima, hermosa; por eso busca las esposas que sean buenas, hermosas y ricas, y van, el día del desposorio, ataviados a gozar de los bienes que ellas tienen, y que ellos no les dieron. Mas nuestro nuevo esposo a ninguna ánima halla hermosa ni buena, si Él no la hace. Y lo que nosotros le podemos dar, que es nuestro dote, es la deuda que debemos de nuestros pecados. Y porque Él quiso abajarse a nosotros, tal le paramos, cuales nosotros estábamos. Y tal nos paró cual Él es. Porque, destruyendo con nuestra semejanza nuestro hombre viejo, nos puso su imagen de hombre nuevo y celestial. Y esto obró Él con aquellos atavíos que parecen fealdad y flaqueza y son altísima honra y grandeza, pues pudieron deshacer nuestros muy antiguos y endurecidos pecados, y traernos la gracia y amistad del Señor, que es lo más alto que se puede ganar. Este es el esposo, en que os habéis de mirar, y muchas veces al día para hermosear lo que viéredes feo en vuestra ánima. Y ésta es la señal puesta en alto, para que, de cualquier víbora que seáis mordida, miréis aquí y recibáis la salud en sus llagas. Y en cualquier bien que os viniere, miréis aquí, y os sea conservado, dando gracias a este Señor, por cuyos trabajos nos vienen todos los bienes.




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3. Con que ojos hemos de mirar los prójimos

a) CON OJOS QUE PASEN POR NOSOTROS

Pues ya habéis oído con qué ojos habéis de mirar a vos misma y a Cristo, resta, para cumplimiento de la palabra del profeta que os dice: Ve, que oyáis con qué ojos habéis de mirar a los prójimos, para que así de todas partes tengáis luz y ningunas tinieblas os hallen. Y para esto habéis de notar que aquél mira bien a sus prójimos, que los mira con ojos que pasen por sí mismo y pasen por Cristo. Quiero decir: tiene un hombre trabajos, cuanto a su cuerpo, o tristezas o ignorancias y flaquezas, cuanto a su ánimo. Claro es que siente pena con el calor y frío, y le duele la enfermedad y desea ser no despreciado ni desechado por sus flaquezas, mas sufrido y remediado y aplacado. Pues de esto que pasa en él, así en sentir los trabajos, como en desear remedio en ellos, aprenda y conozca lo que el prójimo siente, pues es de la misma flaca naturaleza de Él. Y con aquella compasión le mire y remedie y sufra, con que se mira a sí mismo y desea ser de los otros mirado y remediado. Y así cumplirá lo que la Escriptura dice: De ti mismo entiende las cosas que son de tu prójimo. Y haga con su prójimo lo que quiere que se haga con Él; porque de otra manera, ¿qué cosa puede ser más abominable que querer misericordia en sus yerros y venganza en los ajenos? Querer que todos le sufran con mucha paciencia, pareciéndole sus yerros pequeños, y no querer él sufrir a nadie, haciendo él de la pequeña mota del ajeno defecto una gran viga? Hombre que todos quiere que miren por él, y le consuelen, y él ser desabrido y descuidado para con los otros, no merece llamarse hombre, pues no mira a los hombres con ojos humanos, que deben de ser piadosos. La Escriptura dice: Tener peso y peso, medida y medida, abominable es delante de Dios, a dar a entender que quien tiene una medida grande para recebir, y otra pequeña para dar, que es desagradable delante los ojos de Dios. Y su pena será que, pues él no mide a su prójimo con la misericordia que quiere que midan a él, que le mida Dios a él con la crueldad y estrecha medida con que él mide a su prójimo. Porque escripto está: con la medida que midiéredes, seréis medidos. Y juicio sin misericordia será hecho a quien no hiciere misericordia. Pues, doncella, en cualquier cosa que en vuestro prójimo vierdes, ¿qué es lo que vos sentís, o querríades que otros sintiesen de vos, acaeciendos a vos?, y con aquellos ojos que pasan por vos compadeceos de él, y remedialdo en cuanto pudiéredes y seréis medida de Dios con esta piadosa medida que vos midiéredes, y así habréis sacado conocimiento del prójimo de vuestro proprio conocimiento, y seréis piadosa con todos.

b) CON OJOS QUE PASEN POR CRISTO

1. Los prójimos son pedazos del Cuerpo de Cristo

Agora mirad cómo lo habéis de sacar del conocimiento de Cristo. Pensad con cuánta misericordia se hizo hombre por amor de los hombres, con cuánto cuidado procuró en toda su vida el bien de ellos; y con cuán excesivo amor y dolor ofreció en la cruz su vida por la vida de ellos, y así como, mirándoos a vos, mirastes a los prójimos con ojos humanos, así, mirando a Cristo, los miraréis con ojos cristianos, quiero decir, con los ojos que Él los miró. Porque, si Cristo en vos mora, sentiréis de ellos como Él sintió, y veréis con cuánta razón sois vos obligada a sufrir y amar a los prójimos, a los cuales Él amó y estimó como la cabeza ama su cuerpo, y el esposo ama a su esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos. Suplicad al Señor que os abra los ojos, para que veáis el encendido fuego de amor que en su corazón ardía cuando subió en la cruz por el bien de todos, chicos y grandes, buenos y malos, pasados y presentes y por venir. Y por los mismos que le estaban crucificando. Y pensad que este amor no se le ha resfriado, mas, si la primera muerte no bastara para nuestro remedio, con aquel amor muriera ahora que entonces murió. Y como una sola vez se ofreció al Padre en la cruz corporalmente por nuestro remedio, así muchas veces se ofrece en la voluntad con el mismo amor. Decidme, ¿quién será aquel que pueda ser cruel a los que Cristo es tan piadoso? ¿Cómo hallará puerta para codiciar mal ni destruición al que ve que Dios le desea todo bien y salvación? No se puede escribir ni decir el amor que se engendra en el corazón del cristiano que mira a sus prójimos, no según lo de fuera así como según riquezas, linaje o parentesco, o otras condiciones semejables, más como unos entrañables pedazos del Cuerpo de Jesucristo, y como cosa conjuntísima a Cristo, con todo linaje de parentesco y amistad. Porque, si según dice el refrán: «Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can», ¿cuánto os parece que querrá un amador de Cristo a su prójimo, viéndole hecho cuerpo de Él, y que ha dicho el mesmo Señor, por su boca, que el bien o el mal que al prójimo se hiciere, el mismo Señor lo recibe hecho a sí? Y de aquí viene que conversa el cristiano con sus prójimos con tanto cuidado de no los enojar, y tanta mansedumbre para los sufrir, que le parece que con el mismo Cristo conversa. Y tiénese en su corazón por más esclavo de ellos y más obligado al provecho de ellos, que si por gran suma de dineros fuera de ellos comprado. Porque, mirando el precioso precio que Jesucristo dio por él, derramando su bendita sangre, ofrécese todo en servicio de Cristo, sin querer ser suyo en poco ni en mucho. Y tiene por muy gran merced poder en algo emplearse en servicio de aqueste Señor. Y como oye de la boca de él que los prójimos son su esposa y hermanos, y entrañablemente amados de él, ocúpase con grande alegría en provecho de ellos por él, pareciéndole el trabajo pequeño y los años breves por la grandeza del amor, y trayendo a la contina en su corazón lo que el Señor amoroso tan estrechamente mandó, cuando dijo: Mi mandamiento es aqueste, que os améis unos a otros como yo os ame.

2. El amor del Señor en los prójimos se paga

Y añadid a esto otros ojos con que habéis de mirar a los prójimos. Y sabed, que aunque por una parte sea gran verdad que de los bienes que el Señor hace a uno no quiera ni espere el Señor interese proprio, mas todo lo que da es para gracia y merced; mas, mirando por otra parte, ninguna cosa da de la cual no quiera retorno, no para sí, mas para los prójimos. Así, como, si un hombre hobiese prestado a otro muchos dineros, y héchole otras muchas buenas obras, y le dijese: «De todo esto que por vos he hecho, yo no tengo necesidad de vuestra paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo cedo y traspaso en la persona de hulano que es necesitada; pagalde a él el agradecimiento y amor y deudas que a mí me debéis, y con ello me doy yo por pagado, porque con esa intención hice con vos lo que hice». De esta arte entre el cristiano en cuenta con Dios, y mire lo que de él ha recebido, así en los trabajos y muerte que el Hijo de Dios pasó por él, como en las misericordias que después de criado le ha hecho, no castigándole por sus pecados, no desechándole por sus enfermedades, esperándole a penitencia, y perdonándole cuantas veces ha pedido perdón, dándole bienes en lugar de males, con otras innumerables mercedes, que no se pueden contar. Y piense que esta amorosa contratación de Dios con él, le ha de ser un dechado y regla para la conversación que él ha de tener con su prójimo. Y que el intento con que Dios ha obrado con él tantas mercedes es para darle a entender que, aunque el prójimo no merezca por sí ser sufrido, ni amado, ni remediado, quiere Dios hacelle gracia de todas estas obligaciones que tiene contra el que recibió las mercedes, para que el bien que el prójimo por sí no merece, le sea concedido por lo que se debía a Dios. Y se conozca por obligado y esclavo de los otros, mirando a Dios, el que, mirando a ellos, se hallaba no deber nada; y tema mucho no sea en algo cruel o desamorado con los prójimos porque Dios no lo sea para con él, quitándole los bienes recebidos y castigándole como a desagradecido del perdón de los males pasados, así como lo hizo con aquel mal siervo que, habiendo recibido de su Señor perdón de diez mil talentos, fue cruel para con su prójimo, encarcelándole porque le debía cien maravedís. Y oyó de la boca de su Señor palabras de grandísima ira con que le dijo: Siervo malo, perdonéte toda la deuda que me debías, porque rogaste, ¿pues no fuera razón que hobieras tú misericordia de tu prójimo, como yo la hube de ti? Y airado el Señor entrególe a los atormentadores, hasta que le pagase toda la deuda que le había perdonado. Considerad, pues, a vos, y considerad a Cristo y los bienes de él recebidos, y engendrarse ha en vuestro corazón un limpio y fortísimo amor con todos los prójimos, que ningún trabajo que por ellos pasáredes, y ningunos males que ellos os hagan, os lo puedan quitar; mas, ardiendo este amor como viva llama, vencerá siempre los males que hicieren con bienes que él haga. Y mirando que no los amáis por ellos, no los dejaréis de amar por las malas obras de ellos; mas considerando a Cristo en ellos, aunque os veáis desechada, no os airaréis; aunque recibáis mal por bien, no os enojaréis, porque los ojos que ternéis puestos en Cristo, por cuyo amor los amáis, os darán tanta luz que en ninguna cosa que los prójimos hagan sentiréis tropiezo.

Y éste es el amor y el respeto que a los prójimos habéis de tener, fundado en vos y fundado en Cristo. Y el que de estas fuentes no nace es muy flaco y luego se causa. Y como casa edificada sobre movediza arena a cualquier combate y ocasión da consigo en el suelo.







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