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Benedetti hace sólo 20 años

Rafael González Gosálbez





La puerta de «llegadas» se abrió, se abalanzaron los viajeros, pero Mario Benedetti no aparecía. Estiré el cuello, me puse de puntillas para ver más allá, sin éxito. El profesor Rovira intentaba tranquilizarme, Conchi Agüero se preparaba para captar la histórica imagen del escritor uruguayo pisando por primera vez suelo alicantino. Era el 21 de mayo de 1990, apenas han pasado dos décadas.

Unos años atrás, siendo yo estudiante de Hispánicas en la Universidad de Alicante, le había propuesto a José Carlos Rovira dirigir mi memoria de licenciatura sobre la obra narrativa de Mario Benedetti. El de La tregua ya era por entonces un escritor de sobra conocido aquí; sin embargo, la Universidad española todavía no había dedicado un estudio relevante a Benedetti. No digo que el mío lo fuera; si algún mérito tuvo, además de su inmejorable voluntad, fue el de ser el primero.

A Benedetti yo lo había descubierto como poeta gracias a Celso Serrano, el mismo profesor de bachillerato que me reveló a Cortázar. Celso llegó al aula del Jaime II donde comenzábamos a crecer con un librito alargado de suave color violeta titulado Cotidianas. Lo había escrito Mario. «Cada vez -leyó- que un dueño de la tierra proclama / para quitarme este patrimonio / tendrán que pasar / sobre mi cadáver / debería tener en cuenta / que a veces / pasan». Verso a verso me deslumbró descubrir que una poesía como esa era posible, sin palabras ininteligibles, sin metáforas laberínticas, capaz de comunicar emociones en un castellano claro, nada petulante, ni artificioso ni artificial.

Benedetti (sus poemas, sus novelas, sus cuentos) continuó persiguiéndome durante años, hasta que el profesor Rovira aceptó dirigir mi tesina sobre sus relatos, y entonces fui yo el que comenzó a perseguir a Mario. Gracias a Juan Luis Cebrián, director de El País, logré trasladarle mis intenciones investigadoras, y él aceptó ayudarme. Pasaba la mitad del año en Madrid (calle Ramos Carrión), la otra mitad en Montevideo. A ambas ciudades le dirigí mis dudas; que Benedetti respondía con paciencia, con infinita paciencia y generosidad. Guardo sus cartas manuscritas como un tesoro de incalculable valor para mí.

Una tarde, mientras dábamos los últimos retoques a mi trabajo sobre Benedetti, el profesor Rovira me propuso invitarlo a venir. No era la primera vez que hablábamos, pero recuerdo que el corazón se me salía del pecho aguardando que cogiera el teléfono. Por fin respondió.

Llegó el 21, se marchó el 23. En esas horas, además de asistir a la defensa de mi tesina, recitó sus versos, atendió a la prensa, firmó decenas de ejemplares de sus libros, habló sobre la poesía latinoamericana (sus riesgos y sus rasgos), presentó Despistes y franquezas... Estaba a punto de subir al avión cuando le pedí que nos dedicara mi volumen de aquellos cuentos. Se caló las gafas de cerca y, antes de escribirnos un abrazo para Eva y para mí, repasó casi página a página el libro corrigiendo las erratas que los duendes de la imprenta habían esparcido a traición. Rovira me miraba resentido: no estoy seguro de que fuera envidia sana.

Mario volvió varias veces a nuestra ciudad. En el 97 fue investido doctor honoris causa y se celebró el Congreso Internacional Mario Benedetti. Apoyó desde antes de nacer la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de cuya Fundación es Patrono de Honor. Su biblioteca española se encuentra en el Centro de Estudios Mario Benedetti, en nuestro campus.

Han pasado 20 años desde la primera vez que Alicante recibió a uno de los escritores más populares (en el sentido más puro e intenso del término) de la literatura en español. Cuantos, en estas dos décadas, en Alicante y el resto del mundo, compartimos algún instante con él conservamos, estoy seguro, el recuerdo con infinito cariño. Hace un año su muerte nos partió de pena; pero somos afortunados: sus 90 libros están ahí como 90 Marios preparados para un abrazo.





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