1
P. RICOEUR, Finitud y culpabilidad, Madrid, 1982, p. 174. San Juan de la Cruz, que nunca utiliza el vocablo «símbolo», como tampoco la palabra «poesía», calificó literariamente este poema, en sentido amplio, de «metáfora y semejanza» (cf. 2N 14, 1; 25, 1).
2
J. GUILLÉN, «Lenguaje insuficiente. San Juan de la Cruz o lo inefable místico», en Lenguaje y poesía, Madrid, 1969, pp. 78 y 82.
3
J. L. LÓPEZ
ARANGUREN, San Juan de la Cruz, Madrid, 1973: «De todos ellos [los símbolos
sanjuanistas] el más profundo, por la original y originaria
intensidad con que aparece vivido, es el de la Noche. Sin duda ello
contribuye a que la Noche oscura sea el mejor de los
poemas para el gusto de muchos, y para el mío»
(p. 20)... «El símbolo de la Noche se muestra el
más poderoso y la Noche oscura el poema en que se
condensa la quintaesencia de la mística
sanjuanista»
(p. 41).
Véase también D. ALONSO, La poesía de San
Juan do la Cruz. (Desde esta ladera), Madrid, 1942,
pp. 215 ss.; F. RUIZ, Introducción a San
Juan de la Cruz. El escritor, los escritos, el sistema,
Madrid, 1968, pp. 190-194;
Id., «El símbolo de la noche
oscura», en Revista de Espiritualidad, 44 (1985)
79-110; M. J. MANCHO, El símbolo de la Noche en San Juan
de la Cruz. Estudio léxico-semántico, Salamanca,
1982; C. CUEVAS, «La poesía de San Juan de la
Cruz», en Introducción a la lectura de San Juan de
la Cruz, Junta de Castilla y León, 1991, pp. 283-313: «la
Noche se distingue por ser el más
«místico» de sus poemas, el más juvenil,
descomprometido y audaz de entre los suyos»
(p. 294).
4
J. BARUZI, San
Juan de la Cruz y el problema de la experiencia
mística, Valladolid, Junta de Castilla y León,
1991, pp. 323-329. La
expresión subrayada es del propio Baruzi, que acertó
a ver el símbolo no como un a posteriori que traduce vivencias en pautas
verbales, sino como parte de la experiencia misma, adherido a ella:
«una adhesión íntima, y en
cierto modo irresistible, a un todo indescomponible, captado por el
poeta con tanto fervor que no necesita trasponer su emoción,
sino únicamente hacer expreso en palabras lo que cabe llamar
una percepción»
(ibid.,
p. 332). «Un símbolo místico que no llegue
a hacernos sentir, aun dentro de la cadencia de las
imágenes, la hondura de la experiencia, no es más que
un pseudo-símbolo. El verdadero símbolo se adhiere
directamente a la experiencia. No es la figura de una
experiencia. Y así es, en último análisis,
como el simbolismo se diferencia del alegorismo»
(ibid., p.
334). Esto quiere decir que el símbolo puro no remite
necesariamente a otras realidades, aunque pueda hacerlo, sino que
las tiene consigo en el cuerpo verbal, en un innombrable espesor
que hace sensibles las sustancias del espíritu, de manera
que «la
réalité symbolisée dans le symbole n'est
donnée ni avant ni après le symbole, mais en
même temps, dans une saisie unique et totale de
l'esprit»
(LUCIEN MARIE DE SAINT JOSEPH,
«Éxperience mystique et expression
symbolique chez Saint Jean de la Croix», en
Polarité du
symbole, Études
Carmélitaines, 1960, p. 33). Es lo que se ha llamado
también «el grado cero del
lenguaje»
(G. DURAND, Las estructuras
antropológicas de lo imaginario. Introducción a la
arquetipología general, Madrid, 1982, p. 376). A Federico Ruiz, sin embargo, le
parece excesiva esta valoración del símbolo, reprocha
a Baruzi «que no marca suficientemente
la distinción entre experiencia mística y experiencia
simbólica»
y sostiene que «por muy unidas que se den en el caso de San
Juan de la Cruz, siguen manteniéndose en dos planos: el
plano estético y el plano religioso»
(F. RUIZ, «El símbolo de la noche
oscura», O. C.,
p. 96)
.
5
Así lo
advertía Domingo Ynduráin, como premisa obligada para
todo tipo de lectores: «La mayor
cantidad de información y la más valiosa se encierra
en la poesía, que es el hecho diferencial, el testimonio
más próximo a la fuente, directo. Por ello, incluso y
sobre todo, para teólogos y doctrinales es la poesía
el texto más rico»
(D. YNDURÁIN, «San
Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia», en
Ínsula, 537 (1991) p. 20). Tanto más rico si, como en
este caso, «el poema se erige como la
más sutil arquitectura, donde cada pieza ha sido trabajada
por el artífice más cuidadoso de aproximarse a la
perfección, y la perfección artística se
aúna a la espiritual»
(J. GUILLÉN,
O. C., p. 82).
6
«No es posible describir el conocimiento de Dios
si no es a través de un análisis semántico de
la palabra simbólica»
(P. TILLICH,
Teología sistemática, vol. I, Barcelona, 1972, p. 163).
7
M. ELIADE,
Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el simbolismo
mágico-religioso, Madrid, 1979, p. 12. Véase también su
excelente análisis en Mefistófeles y el
Andrógino, Madrid, 1969, pp. 260-269, sobre «lo que revelan los símbolos»
,
los seis aspectos o profundidades de dicha revelación.
8
E. CASSIRER, Antropología filosófica, México, 1963, pp. 45-70.
9
G. DURAND, La imaginación simbólica, Buenos Aires, 1971, pp. 14-15.
10
P. RICOEUR, O. C., p. 180.