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ArribaAbajoII. Histoire du bourg d’Arlay par B. Abry D’Arcier

José Gómez de Arteche


Cumpliendo con el mandato de nuestro digno director, voy á dar mi humilde dictamen acerca de la obra titulada «Histoire du Bourg d’Arlay, ancien chef de lieu des possessions de la maison de Chalon par B. D’Arcier,» que su biznieto M. Berthelet ha publicado y remitido en donativo á esta Real Academia.

Seré muy breve en mi informe porque, si bien esa población forma parte del Franco Condado, que por tantos años se halló unido á España como heredado por Carlos V de su padre Felipe el Hermoso, nieto de El Temerario, el célebre duque de Borgoña, ni esa circunstancia que el tiempo y la distancia han debilitado mucho, ni la de referirse el libro de M. D’Arcier á un asunto casi exclusivamente arqueológico, consienten detenerse en un examen que ya no corresponde á la primera y más importante misión de este Cuerpo, instituído para el estudio de la historia española. Y por más que mal se puede tratar de la arqueología de un lugar cualquiera sin ver en los objetos á que ha de referirse su origen, estructura é historia, sus bellezas ó lunares, como sus vicisitudes hasta el estado en que se estudian, la importancia del Bourg   —27→   D’Arlay y la de las ruinas que yacen en el área de su antiguo solar no son bastante para distraer á la Academia de sus habituales y más interesantes tareas.

Obedece la publicación del libro de M. D’Arcier al deseo en su biznieto, M. Barthelet, de dar á conocer un historiador regional, de cuyas obras no se tenía noticia, ya por modestia, bien por las vicisitudes que corrió el autor en su edad madura. Buenaventura Abry D’Arcier, de una familia ilustre en el Franco Condado y jurisconsulto distinguido, prefiriendo á la de Besançon la vida del campo, no sin embargo tan tranquila, contra el sentir del gran poeta granadino, que le evite los efectos de la envidia, daños materiales de consideración, pérdida de la salud y disgustos de suma gravedad, se retira al Bourg d’Arlay para dedicarse á sus estudios predilectos sobre la historia y la arqueología de su tierra natal. Allí lo sorprende la Revolución, que le compromete á mandar, como coronel, la guardia nacional; proporcionándole esta circunstancia y la autoridad de su nombre el salvar de la destrucción el castillo, morada de una dama, la condesa de Grand-Lauraguais, que lo había trasformado en un pequeño Versalles, centro de reunión de las personas más notables é ilustradas de la comarca. Pero eso y sus sentimientos religiosos le hicieron sospechoso á los revolucionarios de Paris y fué como vulgarmente se dice, traído y llevado de una parte á otra con el riesgo siempre de, como tantos otros, acabar en el destierro ó la guillotina, de que le salvaron su energía, su talento, y quizás su amistad con el célebre general Lecourbe, el héroe de Fleurus y de Belfort.

Salvado, como por milagro, del Terror, vivió hasta 1824, dejando á su familia una herencia de sabio; esto es, muchas notas, la memoria de investigaciones eruditas hechas en los tiempos de su retiro en D’Arlay, y el libro que es hoy objeto del presente informe y de las deliberaciones de la Academia.

Con decir que son hasta once los grupos de trabajos históricos y arqueológicos que dejó escritos M. D’Arcier se comprenderá su laboriosidad; y si se enumeran y clasifican, se podrá llegar también al conocimiento de su naturaleza, puramente regional, y de la poca importancia que tienen para los españoles.

«Memorias sobre Nozeroy et le Val de Mièges y la casa de   —28→   Chalon;» «Historia de Saint-Amour, Bletterans, Ruffey, Clairvaux, d’Orgelet y Sellieres;» noticia de otros varios pueblos de la provincia, inmediatos á D’Arlay, castillos y abadías; relaciones sobre las guerras de Luis XI en el Franco Condado, sobre las casas armeras del país y genealogías de algunas familias notables; sobre los campos romanos, por fin, de la Sequanía antes de ser ocupada por los burgondos ó borgoñones.

De todos estos trabajos, inéditos con excepción de algunas biografías, las de Watteville y del conde de Saint-Germain, el más importante debe ser el que nos ocupa ahora, puesto que la familia de M. D’Arcier se ha decidido á darla en primer lugar á la estampa.

Y con efecto, la historia del Bourg d’Arlay reune condiciones que la avaloran como curiosa por los detalles que encierra, como importante para los francoconteses por los descubrimientos arqueológicos que les ofrece, y honrosa para su autor por la conciencia y el arte con que está escrita.

La antigüedad de aquella población, el mérito artístico de la arruinada fortaleza que la protegia y los accidentes topográficos del país comarcano son los objetos sobre que primeramente se llama la atención del lector en el libro de M. D’Arcier. Esa fortaleza da nombre al pueblo y señala también la situación de un campo romano, en cuya descripción suena el nombre de César como en la de casi todos los de aquel país, levantados para sujetarlos á la autoridad del pueblo-rey. A esa relación y la de las vías, también romanas, mosáicos y medallas encontradas en D’Arlay, sigue la de los monumentos religiosos, no escasos, que se describen todo lo minuciosamente que merecen ó que es posible en su estado de fines del siglo último, ruinoso en varias parroquias, conventos, ermitas y hospitales, castillos, población alta y baja con todos sus privilegios y los de sus señores durante la Edad Media.

Lo más importante en la misión de esta Academia es la parte de historia del Bourg D’Arlay en los siglos XVI y XVII. En ella aparecen los españoles saqueando, por supuesto, los pueblos, y cometiendo todo género de atropellos, á punto de construirseles en D’Arlay un puente para su paso por fuera de la población.   —29→   Sin embargo, á los de Arlay les llegó un enemigo de quien hubieron de quejarse mucho más que de sus protectores y de las compañías de lanzas italianas, parece que menos exigentes y, por lo tanto, mejor recibidas que nuestros compatriotas. Ese enemigo era el Bearnés Enrique de Borbón, que les envió al Condestable Montmorency que, después de plantada batería contra la población alta y el castillo, á que se habían acogido los de la tierra, los obligó á rendirse.

«Enrique IV, dice D’Arcier, hizo, por lo pronto recoger cuanto había en el castillo y obligó á los habitantes á pagarle seis mil escudos de oro, amenazándoles, si no, con pasarlos á cuchillo. Se ha dicho antes que fué imposible hallar inmediatamente más que la mitad de aquella enorme suma y que el Rey de Francia, después de tomar rehenes, puso fuego al pueblo por sus cuatro lados y se fué, llevándose al bravo Claudio Pélissonnier (este era el defensor del castillo), á Jorge Pélissonnier, al notario Miguel Boisson y á otros, á quienes condujo á Lyon para encerrarlos en el castillo de Pierre Cise.»

Tras de Enrique IV llegó el Condestable de Castilla, que hizo se alojasen cuatro compañías de las suyas en Arlay y cuyos soldados además de exigir las contribuciones impuestas por su general, estropearon ó destruyeron la fruta existente en las viñas, como en Italia habían hecho los presidarios de la aldea de Lecco, al decir del célebre poeta y novelista Manzoni, y como han hecho, y es lo menos que pueden hacer, todos los soldados del mundo en tierra extranjera y aun en la propia.

También aquí se saca á luz el sitio de Dole en que parece tomaron parte las milicias de Arlay; pero ni siquiera se citan los españoles en los trances á que se refiere M. D’Areier. ¡Qué diferencia con el libro de M. de Piepape, inspirado en el más laudable espíritu de imparcialidad y de justicia!

En la obra del distinguido oficial de E. M. francés se hace resplandecer la conducta de los de Dole en aquel memorable asedio, pero sin olvidar á España, cuyos hijos peleaban á su lado en defensa de un interés, entonces común, el de la integridad nacional: «Los altos hechos del sitio de Dole, dice M. de Piepape, parecían presagiar las hazañas maravillosas del de Zaragoza que,   —30→   ciento setenta y cinco años después, debían ser también inspiradas por el genio de la España.»

Por eso me permití, al informar acerca de la Historia de la reunión del Franco Condado á Francia, hacer un paralelo entre el sitio de Dole y el primero de Zaragoza precedido de este apóstrofe: «¿No es verdad, Sres. Académicos, que parece estarse oyendo á un español que recuerde la inmortal proeza de la ciudad francocontesa, inspirada, como dice M. de Piepape, por aquel espíritu que la política, la alianza y aun elementos propios de nuestra patria harían influir en aquella guarnición invencible, en aquel vecindario todo abnegación y lealtad, en aquel incomparable gobernador, arzobispo octogenario, temeroso de ver su rebaño devorado por la herejía, tan dominante aún en las filas de los invasores?»

Recompensaron esa imparcialidad de M. de Piepape, la Academia con el título de Correspondiente, y nuestro inolvidable soberano D. Alfonso XII con una condecoración militar, instituida para premiar esa clase de servicios, distinciones á que se mostró sumamente reconocido aquel ilustrado oficial. Pero M. D’Arcier se inspiraba en otros sentimientos, nada benévolos para con España, y hasta parece huir de pronunciar este glorioso nombre de nuestra patria, como si, al evocarlo, se eclipsaran las glorias, que se ha propuesto ensalzar, de tan importante burgo como el de D’Arlay.

Lo que sigue del libro de M. D’Arcier nos importa aún menos. Noticias sobre el Duque de la Rochefoucauld que, casándose con la señora d’Arlay visita la población y su comarca que, por muerte de la duquesa, pasan á la condesa de Lauraguais, la elegante y espiritual castellana del palacio que he citado como centro de reunión de las personas más ilustradas del país, víctima, como tantas otras, tan inocentes y dignas, del furor revolucionario el 18 pluvioso del año II de la República; notas también, sobre la Revolución; relación de usos y costumbres y la estadística de la riqueza del país, su administración, etc., etc., son los asuntos que M. D’Arcier trata hasta acabar con 26 páginas de documentos justificativos la 372 en 4.º de que se compone su libro, adornado además con cinco láminas representando al autor y   —31→   algunos de los accidentes del terreno que se propuso describir. Tal es la obra de M. D’Arcier; su mérito es relativo; lo será y grande para los francoconteses de Arlay que podrán conocer la importancia que antes tendría su burgo por la de los monumentos y ruinas que ahora vean en la comarca, la historia, no pocas veces anecdótica, de sus antepasados, y las consideraciones á que les dé lugar. Para los españoles tiene muy poca; y á esta Real Academia, creo yo que no le toca hacer, si ya no lo ha hecho, más que dar las gracias á M. de Berthelet, que ha tenido la bondad de remitírsela, por su galantería, y decirle que la ha visto con todo el interés que se merece un libro que trata de países unidos en otro tiempo á España, y cuyos habitantes pelearon junto á nuestros antepasados en Pavía, en Africa, en Alemania y en Francia, allí donde hubo de ejercer su acción ó lucir sus banderas el vasto imperio de nuestro invicto Emperador.

La Academia, sin embargo, resolverá lo que considere como mejor y más conveniente.

Madrid 19 de Noviembre de 1886.

JOSÉ GOMEZ DE ARTECHE.