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ArribaAbajoVII. Reconocimiento de los restos mortales del célebre arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada en Santa María de Huerta, y de otras antigüedades contenidas en la iglesia de este monasterio

Vicente de La Fuente


En el número VI del tomo VI102 de nuestro BOLETÍN, correspondiente á Junio de 1885, se publicó el informe leído por el que suscribe, acerca de los restos mortales del arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada, con motivo de las noticias que había adquirido nuestro digno y laborioso compañero D. Cesáreo Fernández Duro, suministradas por el ingeniero D. Gregorio Herzel, el cual, en compañía del párroco y otros sujetos notables, los había visto   —229→   al construirse la vía férrea de Madrid á Zaragoza, próxima al monasterio donde yacen.

Las dudas que aquellas noticias suscitaron, hicieron desear se verificase un reconocimiento detenido y autorizado, acerca de los restos venerables, no solo del glorioso arzobispo y de su mortaja, sino también de los de su amigo San Sacerdote, depositado en la misma iglesia, y comprobar en lo tocante á ellos, la verdad y veracidad de anteriores exploraciones. Contribuyeron también á dar cuerpo á esta idea las excitaciones y galantes ofertas del excelentísimo señor marqués de Cerralbo, Almarza y Campofuerte, cuya erudición y grandes conocimientos arqueológicos son bien conocidos entre los estudiosos; el cual, con generosidad de verdadero grande de España y marqués del Sacro Imperio en Austria, se ofreció á dar hospitalidad á la comisión en la bella quinta, que ha creado en breves años á las inmediaciones del monasterio.

Todo estaba bien dispuesto y preparado. El Excmo. Sr. Obispo de Sigüenza, no solamente accedió gustoso á dar el permiso, sino que ofreció asistir al acto con la debida solemnidad religiosa; las comisiones de ambas Academias de la Historia y San Fernando, estaban nombradas, y la empresa del ferrocarril, con generosidad digna de gratitud y elogio, ofrecía á los expedicionarios cuantas comodidades pudieran apetecer. Por desgracia la epidemia colérica, que afligía desde los meses anteriores á gran parte de la Península con horribles estragos, y ya declarada oficialmente, atajó los deseos, y frustró los preparativos y esperanzas.

Ya con menos entusiasmo, se reanudó el proyecto en el mes de Junio del año pasado, y en condiciones menos propicias. El marqués de Cerralbo estaba para marchar al extranjero; el señor Obispo iba á continuar la pastoral visita; D. Cesáreo Fernandez Duro estaba ausente, y los señores académicos comisionados se hallaban enfermos unos, y detenidos otros por sus tareas parlamentarias, ó destinos; además la emigración veraniega había comenzado. Citóse como justo deber de cortesía á la comisión provincial de Soria, y hubo que aprovechar los últimos días del mes de Junio casi con premura. Hallóse solo el que suscribe, mas, por fortuna, acudieron dos comisionados de la provincial de Soria.   —230→   Acudió también al amanecer del día 28 el digno Sr. Obispo de Sigüenza, que al día siguiente no quería dejar de asistir á la solemnidad de San Pedro en su catedral. Era urgente aprovechar los momentos, y el marqués tenía hechos por su cuenta cuantiosos dispendios, no solamente de poner andamiajes y escaleras, sino también para albergar y obsequiar espléndidamente á más de 30 personas, en aquel casi desierto, dados los pocos recursos del vecino lugar, invadido por un inmenso gentío de los pueblos inmediatos, por los cuales había cundido la noticia de la apertura del sepulcro, y que el Sr. Obispo administraría el sacramento de la Confirmación. La esplendidez del marqués y de la grata hospitalidad de su apreciable familia, al hacer los honores de su casa, nos hizo recordar la frase de Francisco I en Guadalajara á la casa del Infantado, «que los grandes de España, en verdad lo eran, y en otras partes serían príncipes.»

Y en medio de la premura del tiempo, que impidió levantar un acta oficial y recoger las firmas de los numerosos personajes que asistieron al acto, se aprovecharon todavía los momentos para lograr bellas fotografías, que sacó el diestro artista de Calatayud D. Santiago Oñate, á quien había llamado con ese objeto el señor marqués, y para visitar los objetos históricos y artísticos que aún se conservan en la iglesia y los restos del monasterio, sobre que habrá de informar aparte el que suscribe.

En la imposibilidad de levantar el acta y suscribirla con tanta premura, y después de reconocer los restos de San Sacerdote, y copiar un pergamino del P. Estrada, y el de las reliquias de los mártires de Zaragoza, el que suscribe creyó lo más oportuno extender una breve relación, que sometió á la aprobación de los señores Obispo, marqués y comisionados, no sin haber dado cuenta oralmente á la Academia acerca de su excursión, al reanudar esta sus tareas después de vacaciones.

En la iglesia ex-abacial y parroquial de Santa María de Huerta, el día veintiocho de Junio de mil ochocientos ochenta y seis, á presencia del Excmo. é Ilmo. Sr. D. Antonio Ochoa, Obispo de Sigüenza, y con su venia, se procedió á la apertura de la urna del   —231→   Revmo. Sr. D. Rodrigo Ximénez de Rada, Arzobispo de Toledo, estando presentes: el Excmo. Sr. D. Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, grande de España de primera clase, el Ilmo. Sr. D. Vicente de la Fuente, individuo de número de la Real Academia de la Historia, su comisionado y representante en este acto, que suscribe, y los Sres. D. Aniceto Hinojar y Leal, diputado provincial de Soria, y D. Saturnino Martínez, arquitecto provincial, representantes de la comisión provincial de monumentos, D. Carlos Tierno, magistral de Sigüenza, académico correspondiente, D. Juan Gutiérrez, párroco de Santa María de Huerta, y otros muchos personajes que luego se dirán, como también el alcalde de Huerta y el oficial de la Guardia civil.

Colocados los andamios, escaleras y estrado necesarios para el acto, cuya colocación dirigió y costeó el excelentísimo señor marqués, se alzó la enorme lápida sepulcral que cubre la urna de mármol de Calatorao, en que yacen los venerables restos del célebre prelado, reconociéndose que los bordes de la dicha urna sepulcral se hallan maltratados, y en parte hendidos, por haberse abierto con poca precaución en alguna de las varias ocasiones en que se hicieron inconvenientes reconocimientos clandestinos, que obligaron á los prelados de la diócesis de Sigüenza, á recoger las llaves del cancel y balaustres que cierran la hornacina en que está colocado dicho sepulcro, al lado del evangelio, en el anchuroso presbiterio de la iglesia, y á que la Real Academia, deseosa de averiguar la verdad de lo que hubiese de cierto en lo que se decía acerca del estado de aquellos venerandos restos mortales y sus ornamentos, solicitara del digno Sr. Obispo de la diócesis un reconocimiento oficial y detenido, con su benévola anuencia.

Bajo la losa sepulcral apareció una gran plancha de zinc, en un lado de la cual se vieron unas letras escritas con tinta, que dicen: «Aquí está el cuerpo del Arzobispo D. Rodrigo; se puso el 23 de Febrero de 1660.» Sobre la plancha de zinc había un pergamino largo, de más de medio metro y doblado, el cual contiene una Memoria, escrita y firmada por el P. Abad D. Fr. Luis Estrada, en 1558, sobre la traslación del cadáver del venerable arzobispo.   —232→   Este documento es relativo, no á la traslación de los restos del venerable Arzobispo, sino á la otra de los de su amigo San Martín de Finojosa, y de otros que luego se dirán.

Alzada la plancha de zinc, y bajo un sudario amarillento por el tiempo, se descubrió la momia en la forma siguiente: El cadáver del Arzobispo no yace boca arriba mirando al altar con la cabeza ligeramente inclinada sobre el hombro derecho, como se decía, si no con la cabeza enteramente ladeada sobre el costado derecho, viéndose solamente de perfil la mejilla izquierda y vuelta al lado opuesto del altar y presbiterio. Aquel rostro no presenta ya apenas forma humana, sino solamente una masa cenicienta, como de piedra pomez, sin pelo, ni cejas, con unas poco perceptibles hendiduras, que indican apenas las cavidades de boca y ojos. Tiene puesta una mitra pequeña de tela blanca, con un galón sencillo, al parecer de seda morada, con dos pequeñas florecitas. La mitra está arrugada por no caber de otro modo en el sarcófago, y no se tomaron las dimensiones, ni se dibujó, por no manosear demasiado, ó remover la venerable cabeza, en el estado de descomposición que ya presenta; pero desde luego se ve, que la mitra es la mitad más pequeña que las que actualmente usan los prelados, y de la hechura achatada, y bien conocida, de las de aquella época.

El cadáver está amortajado muy ligeramente, y sin ropas interiores, sin amito, alba, ni roquete; el vientre, muslos y rodillas están cubiertos con unos calzones de paño negruzco y tosco; y las piernas, rodeadas de unas bandas de seda carmesí, sujetas con cintas del mismo color. Las sandalias de paño negro, bordadas ligeramente con un cordoncillo de seda y muy pocos filamentos de oro, están desprendidas de las suelas de corcho, sujetas con ligeras estaquillas de caña. Por entre las suelas y paño de las sandalias aparecen los dedos de color amoratado, con las uñas, como también los de las manos, que se descubren á través de los guantes apolillados. En el índice de la mano derecha tiene un solo anillo, pequeño, al parecer de oro, y muy sencillo, con una cruz de la orden de San Juan, toscamente perfilada.

En el pecho tiene fijo con un alfiler, al parecer de oro, el pergamino

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llamado «Testamento,»103 de unos siete centímetros de largo, por cinco de ancho, del cual se hizo una reducción fotográfica á mitad de tamaño. En el reverso dice de distinta letra, más diminuta, y moderna: Rodericus Semeni. Lo mismo las piernas que los dedos de piés y manos se hallan endurecidos, y ya no ceden al tacto, como se decía en reconocimientos anteriores. La grande y amplia casulla de tela oriental, descrita en la pág. 376 del tomo VI del BOLETÍN de esta Real Academia de la Historia, cubre completamente el cadáver con sus anchos pliegues, en la forma que se le ve representado en la cubierta del sepulcro antiguo, que se conserva á los piés de la iglesia, con la estatua yacente del Arzobispo, de que se hizo reproducción fotográfica bastante exacta, en la mejor forma posible, por las malas condiciones de luz y del sitio. El palio metropolítico, consiste en una tira larga y estrecha, de lana blanca, de unos dos dedos de anchura, con una sola cruz negra en el paraje en que se une á la parte que rodea el cuello: dicha faja ó tira desciende hasta los piés, tal cual se ve en la dicha lápida sepulcral, ya muy deteriorada. Ni el cadáver, ni su efigie sepulcral tienen pectoral ni báculo. La hechura de la mitra parece casi una tiara en la losa sepulcral.

Terminado el reconocimiento, se procedió á cubrir el venerable cadáver, en la misma forma que anteriormente estaba, colocando el pergamino del P. Estrada en el mismo sitio, y sobre la cubierta de zinc, después de descifrado y copiado.

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En seguida se procedió en la misma forma al reconocimiento de los restos mortales de San Martín de Finojosa, colocados en otro sarcófago igual, enfrente de los de D. Rodrigo, y al lado de la Epístola.

En aquel sarcófago se encontraron las reliquias del Santo en un cajón de pino blanco, un bolsón de tela antigua muy deteriorada y deslucida, que contiene en cada una de sus fases 16 escudos heráldicos, separados por 24 flores de lis. Los escudos, en forma de pavés, son casi todos ellos bien conocidos; pero en ninguno de ellos se echa de ver figura alguna de castillo ni león.

Se reconoció una cajita morisca con inscripciones arábigas y figuritas humanas, trabajo de mosáico, bastante bien conservado, aunque se ha desprendido de él alguna piececita104.

En un cajón de pino, sin rótulo ni cubierta, se encontraron los restos del pontifical de dicho San Martín, vulgarmente llamado San Sacerdote, Obispo de Sigüenza dimisionario, y Abad de Huerta, y algunos pocos huesos; siendo los principales dos tibias, de longitud de 0,36 centímetros, y la parte superior de un fémur. Entre los restos del pontifical, enteramente deshechos, se hallaron las suelas de corcho de las sandalias, de mayor tamaño que las de D. Rodrigo.

En el bolsón de tela deslucida y rota en uno de sus extremos, se hallaron algunos pocos huesos, que se supone sean los de unos antiguos y venerables monjes que exhumó el P. Estrada, y á que aludía en el pergamino que se copió.

Finalmente, en la cajita de trabajo arabesco, arriba dicha, de que se sacó copia fotográfica, se halló otra bolsa de seda deslucida, y en ella un papel con varias reliquias, y un pergamino de unos tres centímetros de largo y medio de ancho, en que trabajosamente se leyeron las palabras siguientes, en letra diminuta y blanquecina, con su propia ortografía: «Hec sunt ossa sanctor,   —237→   Mr. qui pasi sunt apud civitat Cesaraugustan et eti massa candida.»

Colocados todos en la misma forma y paraje en que se hallaron, y cerrados también el sarcófago y cancela, y clavadas también una y otra á presencia del Sr. Canónigo magistral de Sigüenza, señor D. Carlos Tierno, correspondiente de esta Real Academia, y del Cura párroco, se recogieron las llaves por aquel, según las órdenes del dicho Sr. Obispo, con lo cual se dió por terminado el acto, del cual fueron testigos, además de los arriba citados, el Excmo. Sr. D. Mariano Ruiz de Arana y Ossorio de Moscoso, marqués de Villamanrique, gentilhombre de Cámara de S. M., D. Agustín de Aguilera y Gamboa, conde de Alba de Yeltes, D. Francisco de Goicorrotea y Gamboa, D. José de Fontagut y Aguilera, Excmo. Sr. D. Gonzalo de Aguilera y Gamboa, conde de Casasola del Campo, y varios Curas párrocos de pueblos inmediatos, juntamente con la familia del Excmo. Sr. Marqués, y familiares del Sr. Obispo, y el ingeniero Sr. D. Gregorio Helzel, cuyas primeras noticias dieron lugar á estos reconocimientos informes, y también del hábil fotógrafo de Calatayud, D. Santiago Oñate, que con gran prontitud y maestría obtuvo las bellas y exactas reproducciones, que acompañan este informe, y varias vistas de los cláustros, patio, refectorio y sillería del coro. -Vicente de la Fuente.

Terminado este informe, ó relación, en la parte que pudiera, llamarse casi oficial, y que ha sometido el que suscribe á la benévola aprobación de los principales testigos presenciales, al principio citados, parece conveniente hacer por su cuenta algunas observaciones particulares, tanto acerca del estado de los sepulcros y su contenido, como de algunos objetos artísticos y arqueológicos que, por fortuna, aún se conservan en aquella iglesia, relacionados con los dos personajes cuyos venerandos restos fueron reconocidos.

Con respecto al Obispo y Abad San Martín de Finojosa, choca á primera vista, que resten ya tan pocas reliquias suyas. Al exhumarlas el P. Estrada en 1558, del sepulcro de piedra, donde estaban,   —238→   dió por motivo el hundimiento del sepulcro105, que estaba delante de las gradas del presbiterio, á consecuencia de la gran inundación de aquel año, que dejó destrozada la iglesia y también inhabitable gran parte del monasterio. Entonces se colocó en el relicario la parte superior del báculo de hierro, que tenía en su ataud, y que afortunadamente se conserva, y del cual se ha sacado exacta reproducción fotográfica. En la vuelta del cayado episcopal se ve representado el misterio de la Anunciación del Angel á la Vírgen María, por el estilo del que tiene el riquísimo báculo regalado por el Anti-Papa Pedro de Luna á su hermana la Abadesa de Trasobares, el cual se conserva afortunadamente en el Museo Arqueológico.

De un documento, que me ha proporcionado nuestro digno y laborioso correspondiente el Sr. D. Roman Andrés de la Pastora, aparece, que en 1782, el P. Abad sacó solemnemente tres huesos del sepulcro de San Sacerdote para el monasterio de Óvila, para el de Buenafuente y para la iglesia de Sotóca. En este pueblo, que en su origen era una granja del monasterio, murió el Santo Prelado, viniendo á Huerta de la fundación del monasterio cisterciense de Ovila, á orillas del Tajo, junto á Trillo. La comunidad de Huerta fué hasta Sotóca, á poco más de una legua de Ovila, con cruz alzada, y trajo procesionalmente el cadáver de su Abad en hombros de los monjes hasta Huerta.

Mas no deja de ser extraño que se conserven tan pocos restos del Santo Fundador, cuando la momia de D. Rodrigo se conserva íntegra, aunque las facciones con visible deterioro. La calavera de San Sacerdote, se dice que está en Sigüenza. El pontifical ya está reducido á menudos pedazos semejantes á restos de hoja de tabaco. La pobre caja en que están colocados, no tiene adorno alguno, ni inscripción.

Por lo que hace á la caja morisca con las reliquias de los mártires de Zaragoza, se supone no es la misma con reliquias que se halló en el testero del ataud donde estaban los restos de San Sacerdote, costumbre usada entonces y por el mismo San Bernardo,   —239→   del cual se sabe que había mandado se le enterrase con reliquias que había recibido de Roma. Pero el mismo P. Estrada, aseguró que al trasladar las reliquias no se halló la cabeza, de San Sacerdote. Añade en su relación que puso reliquias de los mártires de Zaragoza y una costilla de San Prudencio, obispo de Tarazona. Él debió ser el que puso esa caja morisca, en vez de la otra podrida por la humedad.

En la misma capilla de la iglesia, donde está el báculo, hay una tosca efigie106 de la Virgen, que revela por su escultura ser del siglo XI, comparada con algunas otras de aquel tiempo, y con la misma titular de la catedral de Sigüenza, llamada la Mayor, que fué efigie de campaña ó (Socia belli) de D. Bernardo de Agén, y con la célebre de Sahagún, la de la Flor de Lis en la Almudena de Madrid y otras publicadas en el Museo español de Antigüedades. Conjeturo que era de D. Rodrigo Jiménez de Rada, y que este la llevó consigo á la batalla de las Navas. Ello es que en las poco esmeradas pinturas al fresco que se ven en el presbiterio, en la que está sobre la hornacina donde se halla colocado el sepulcro de D. Rodrigo, la cual representa á este dando la comunión al Rey y los nobles de Castilla, según el mismo refiere en la Crónica y descripción de la batalla, se ve sobre el altar de campana una efigie de la Virgen, que parece ser esta misma; lo cual sobrado indica que los monjes tenían esa tradición, y que, por ese motivo, y con mucha razón, la colocaron allí como joya de gran valor, y recuerdo de uno de los hechos más grandiosos de nuestra historia nacional.

Para concluir estas ya prolijas observaciones, resta consignar que la momia solo tiene ya el anillo con la cruz de San Juan. Pero ni aun ese anillo era de D. Rodrigo, pues, por documentos que posteriormente he visto, aparece que en 1660, al trasladar el cadáver del sitio donde lo puso el P. Estrada al sepulcro nuevo, se le quitó el P. Abad D. Ambrosio de la Cámara, sustituyéndole con otro, que debe ser el que tiene, según testimonio   —240→   del Notario Juan Pérez de Medinaceli. Del mismo documento, aparece que tenía la mitra puesta y arrugada, si bien personas que habían visto la momia en alguno de los reconocimientos no solemnes, aseguraban que la tenía quitada. Pero tanto el Excelentísimo Sr. Obispo, como el Sr. Marqués de Cerralbo, aseguran que en el anterior y solemne reconocimiento, hecho por el actual prelado, el cadáver la tenía puesta y como ahora está, y todo él en la postura que actualmente tiene.

El alfiler con que tiene el testamento clavado en la casulla y sobre al pecho, se dice que fué robado en alguno de esos indiscretos y clandestinos reconocimientos y que á duras penas se logró recobrarlo. Al trasladar el cadáver á la urna donde ahora está, el alfiler estaba roto.

Debo también hacer constar que, durante el reconocimiento respetuoso de los restos del venerable Arzobispo, no fueron estos removidos, ni se permitió cortar ni tomar nada de su traje, y que después de terminado el reconocimiento por los arriba citados, quedaron el párroco, el alcalde y guardia civil custodiándolos, mientras subía el pueblo á verlos.

De todas maneras, el que suscribe propone á la Academia que se den gracias á los Excmos. Sres. Obispo de Sigüenza y marqués de Cerralbo por los favores recibidos, si ya no se les hubieren dado, que, en tal caso, culpa será del que suscribe, siquiera tenga la tardanza motivos de disculpa, que á la Academia constan.

Propone igualmente, que si la Academia acuerda la impresión de esta Memoria, se envíen ejemplares de ella á los sujetos que autorizaron el acto, acompañando á la comisión, y también al Cabildo de Sigüenza y párroco de Huerta, para sus respectivos archivos.

La Academia, sin embargo, resolverá, como siempre, lo más acertado.

Madrid 10 de Febrero de 1887.

VICENTE DE LA FUENTE.