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ArribaAbajoI. Don Pedro Velarde y sus cartas á don José Guerrero

José G. de Arteche


El Excmo. Sr. Conde de Xiquena, actual Ministro de Fomento, se ha servido, por conducto de nuestro digno colega el Sr. Marqués de Molins, ofrecer á esta Real Academia tres cartas autógrafas del insigne Capitán de Artillería D. Pedro Velarde y Santillán, primer mártir de la Independencia española en el glorioso Dos de Mayo de 1808. Van dirigidas á Don José Guerrero, oficial también del arma, que á la sazón servía en el cuerpo de ejército español que, para reforzar al francés en su campaña de 1807 por el Norte de Alemania, se trasladó á Maguncia y Hamburgo, á las órdenes, como nadie ignora, del ínclito Marqués de la Romana.

Las dos primeras, de 13 de Mayo y 10 de Agosto de 1807, no despiertan curiosidad alguna, por más que revelen la que sentía Velarde por conocer los países que iba recorriendo nuestro ejército á través de la Suiza y la Alemania, y, sobre todo, á Napoleón, de quien era ardiente admirador. «Habrás visto, le decía á Guerrero, al victorioso y grande Emperador, cosa que regularmente no veré yo en mi vida.» ¡Intuición profética, acreditada ocho meses después arrojando sobre la memoria del ídolo la sangre toda y la execración de su adorador!

La otra carta, la de 1.º de Setiembre de aquel mismo año, es de un interés verdaderamente excepcional: tantos y de tal importancia son los asuntos que en ella provoca ó trata el que mal podía presumir en aquellos días el brillante papel que, pocos después,   —279→   llegaría á representar en el glorioso prólogo de uno de los dramas que mayor resonancia han tenido en la historia del mundo.

La Academia, después de acordar para el Conde de Xiquena un voto unánime de gracias, tan entusiasta como merecido, por su generosa oferta, dispuso en sesión de 15 del actual la publicación de esa carta en su Boletín, acompañada de observaciones ó notas que conduzcan á explicar palabras y frases que el transcurso de tanto tiempo haya podido hacer oscuras; comentándolas, así como los sucesos á que aluden, hasta ilustrar suficientemente su sentido y dejar, cual merece, bien probada su transcendencia, aun sin eso, indisputable.

Y hé aquí la carta.

Sr. D.n José Guerrero de Torres.=Madrid á 1.º Septe 1807.=Mi q.do amigo: he tenido una complacencia inexplicable con las dos últimas tuyas fhas. en Maguncia á 28 de Julio y 11 de Agosto prox.º pas.do-Nto. Gefe de E. M., Silva, Novella, Osma, y todos los demás han tenido igualm.te mucho gusto en saber de ti, y agradecen mucho, mucho tus memorias.-Se ha manifestado al Srmo. S.r Generalisimo el plano de Stralsund q.e tu me remitiste, diciendole q.e tu le embiabas, y añadiendo algunas reflexiones &.ª S. A. ha agradecido las ideas q.e le han procurado el plano y nras. reflexiones.-El General Nav.º ha visto lo principal de lo q.e me escribes; es decir la viva pintura q.e me haces del grande Napoleón, de q.n es Navarro un entusiasmado admirador, como yo y otros muchos; lo q.e dices de nro. amabilísimo Hedouville y de su Hermano, cuyos abrazos te envidio no poco; quanto cuentas sobre nuestras tropas, las Francesas, y particularm.te de nra. Caballería, y lo q.e me refieres del valor de los Rusos. Todo le ha interesado bastante, p.º ha puesto la atención con particularidad en lo q.e cuentas de la gran Parada q.e vió en Maguncia el S.or Berthier; pues quisiera Navarro q.e nos dixeras no solo q.e la Artill.ª formó en el 1.er lugar, sino q.e lugar era este en la formacion, si hace servicio de otra especie q.e el peculiar de su arma como entre nosotros, si formó con piezas ó con infant.ª y Caballería, q.e armamento, correage y vestuario usan, &ct. &ct. También me ha encargado el X.e q.e te diga procures reunir quantos conocim.tos puedas sobre la fuerza, constitución, régimen   —280→   económico, orden de ascensos, sueldos, gratificac.s, &ct. &ct. de la tropa y ofic.s de Artillería, por Regim.tos ó en total: q.e indagues lo mismo respecto á la Caballería ó Infantería, la Milicia bourgeoise, &ct; también sobre la composición de un Exto., deberes de su Estado Mayor, sistema q.e se sigue en el suministro de víveres, el de la conscription &ct-; como estan organizados los bataillons du train p.ª la Artill.ª; y finalmente quanto pueda servir para q.e se formen acá ideas claras de como estan esos S.res y también con el fin de adoptar, ó á lo menos adaptar á nra. constituc.n, con las modificac.s necesarias, lo q.e prometa utilidad. Sur le matériel de l'Artillerie ya se encargó q.e trabajaseis, particularmente á Bresson, Montes &ct. De todo podrás informarnos mas facilm.te, si puedes remitirnos los Reglamentos de cada Cuerpo, si los tienen impresos, y todo lo q.e esté publicado, á lo qual añadirás tus observac.s y las variaciones q.e hayan ocurrido despues. Lo q.e no sea muy voluminoso, sean Reglam.tos, Mapas, planos de Maquinas, &ct., puedes remitirlo p.r el correo con sobre al Gefe, y otro interior p.ª mi, p.s no solo no le incomodará sino q.e le agradará, además q.e el se quedará con los papeles desp.s q.e los leamos &ct. Sino, si te parece mejor, ó mas seguro, dirigemelos á mi como hasta ahora.=Procura hacer un grande almacen de noticias sobre todos ramos, q.e nos comunicarás á tu regreso, y recoge quantas puedas, p.s todas te cabran en esa cabeza Peruana q.e Dios te ha dado p.ª contribuir á la Ilustracion de tus pobres amigos y paysanos: ademas q.e acaso no te volverás á ver en otra correría como esa. Quando vengas te hemos de devorar á ti á preguntas, y á tus papeles con los ojos. Entretanto, perdona q.e te suplique q.e sigas escribiéndome quanto veas, lo qual, aunq.e te robará algunos ratos de recreo, me dará á mi singular placer; pero no p.r eso quisiera que aumentase demasiado tus ocupaciones.

Que te diré yo de p.r acá? ¿q.e hay grandes baylarines en el teatro, en los diarios y en los carteles de las esquinas? No: hablaremos mas gordo.-El Duque de Frias salió hoy mismo de esta pª París, en calid.d, de E. extraord.º p.ª cumplimentar á Napoleon p.r sus victorias, &ct. Hemos empezado á figurar contra los Portugueses; creimos q.e habria guerra sin remedio; pensabamos   —281→   volver á las andadas, acompañados de nros. aliados, y mandados como in illo tempore, p.r el Gener.º; echabamos nra. cuenta con vivir este invierno en Lisboa ú Oporto, casarnos con una rica Portuguesa &ct; p.º amigo, segun parece, todo se ha arreglado, ó va á componerse.=En Buenos Aires siguen con ánimos de defenderse: hay mucha gente armada: los indios han ofrecido ayudarnos con más de 30 imagen hombres; y los Ingleses permanecen en Montevideo, dueños de la orilla Norte del Rio, es decir de Maldonado, Montevideo y la Colonia del S.to, pero sin atreverse á pasar á la orilla Sur ó de la derecha.

Ya sabrás, necesariam.te, q.e, segun aquí se dice, no continuan su marcha los Regimientos de Almansa y Lusitania; p.r lo q.e supongo no los esperarás ya en Maguncia, y que estarás reunido con tu Gral. y compañeros en el Hannover ó en Hamburgo: y esta es la causa por q.e no te dirijo esta directamente á dicha Ciudad de Mag.ª

Joaq.n me encarga continuam.te q.e te de sus memorias, y de los demas de Segovia; y ya sabes de quienes: lo mismo me encarga Daoiz q.e está aquí destacado. A nro. Bresson y á todos los demas cañoneros dales mis mem.s, y hasles presente el recuerdo de todos estos S.res, q.e continuam.te hacemos una honorifica conmemoracion fraternal de los desterrados á las márgenes del Elba, del Oder y del Pene; p.º desterrados por poco tiempo, y p.ª hacernos honor á todos. Acá nos cuentan q.e los Franc.s os han obsequiado excesivam.te, q.e tienen buena opinión de nosotros, q.e alaban nra. constancia en sufrir los males de la guerra comun con una fidelidad de verdaderos aliados, y q.e se yo quantas otras cosas.=Dime si es cierto todo, como debe serlo; si es verdaderamente fraternal su amor, aunq.e sea solo p.r moda, y si es verdad q.e, nos creen mas atrasados en las ciencias q.e lo q.e realmente estamos, &ct. ¿Que saben ellos de lo qual no tengamos medianas noticias?

Tu tía D.ª Luisa y la Chonita me mandan te riña p.r tu pereza en escribirlas, y asi date p.r reñido. Yo he cuidado de darlas tus memor.s y aun de leerlas lo q.e podía interesarlas: están buenas; agradecen las mem.s y dicen te de muchas: tomalas:::::: también la prima Antoñita y su Madre te hacen el mismo cumplido; é ig.l   —282→   ceremonia de parte de mi tío, de Torr.s y de Córdova q.e ha estado aqui unos días. De la Téxaderie, q.e anda también p.r Madrid, p.º siempre despacio, p.s no gusta de cosas atropelladas, dice, dice, dice lo que tu quieras.

Se ha verificado la reforma de la Comp.ª Flamenca de Guard.s de Corp.s; y las tres que quedan seran 1.ª 2.ª y 3.ª, sin nombre nacional; han quedado, los individuos españoles de dha comp.ª y de la italiana, agregados á las q.e quedan; y los extrangeros de ambas se han agregado al exercito, menos los Gefes q.e quedan ó sueltos ó agregados á las Plazas; algunos de estos se van de España. Se han aumentado Cadetes á las 3 compañías q.e quedan, y tambien otros Gefes &.ª

Me hubiera alegrado infinito de haberte acompañado en tu visita al amigo Hedouville, al mas conseqüente de todos los Franceses, al mas amable de todos los hombres q.e yo he conocido, y á un amigo á quien estimo muchisimo; celebro esté en tal predicam.to con S. M. I., y tan condecorado con honor.s y emolumentos. Si vuelves á verlo le darás mil y mil abrazos de mi parte, y le diras q.e desde el centro de las dos Castillas me acuerdo de la amistad q.e tenemos á la qual le estoy muy agradecido.

Creo q.e mañana se pondra en la gazeta un pequeño affaire de ntras. tropas con las suecas delante de Stralsund.

El S.r D.n Ign.º Villela, me ha encargado mil veces q.e te de muc.s mem.s suyas, y lo mismo tu paisano y mio Pedreguera.

A Dios; cuidate, diviertete, trabaxa y manda q.to gustes á tu muy affmo. amigo q.e te quiere mucho.

Pedro Velarde, S.=Sigue la rúbrica,

A lo que en primer lugar provoca la lectura de esta carta es á conocer á su autor y seguidamente á la persona á quien va dirigida.

Pero ¿qué he decir de Don Pedro Velarde que no sepa hasta el más ignorante de los españoles? Esculpidas están en mármoles y bronces su hazaña del Dos de Mayo y su gloriosa muerte, unido á ese mismo Daoiz que en su carta cita, sobre quien, aun cuando inferior en antigüedad y grado, ejerció una influencia decisiva,   —283→   venciendo con ella las resistencias mancomunadas de la prudencia y de la disciplina en aquella patriótica jornada.

De la personalidad de Guerrero, me ocuparé más adelante, al recordar uno de esos rasgos de carácter que bastarían para obtener la inmortalidad en otro país que el nuestro, donde, por abundar los de su índole ó por la negligencia que nos distingue, se mantienen en la sombra los más dignos de salir á la rutilante luz de la historia patria. Basta, por ahora, con decir que era un oficial tau instruído como celoso y diligente, elegido por esas dotes para desempeñar el servicio de Estado Mayor en el ejército expedicionario, lo cual se comprende perfectamente calculando, por las noticias que le pide Velarde y por los encargos que le hace, la suma de conocimientos militares que debía atesorar.

De ahí el esmero que Velarde y el que éste llama Nuestro jefe de E. M., general Navarro Sangrán, Silva, y Novella y Osma, del mismo E. M. ó de la Junta superior de Artillería, aneja á él, empleaban para mostrar al Generalísimo el plano de Stralsund é ilustrarlo con las noticias y observaciones que les dirigía Guerrero desde Alemania y con las suyas propias.

Pues ¿no habían de interesar á Godoy y á sus más inmediatos subordinados el plano de aquella plaza y la relación del sitio que acababa de sufrir, donde el regimiento de Cataluña y los dragones de Villaviciosa habían recibido los plácemes más calurosos del mariscal Brunue por su gallardía y valor en la brillante jornada del 6 de Agosto, que, según Velarde, aparecería mencionada en la Gaceta del 2 de Setiembre? Los suecos, con su desacordado rey entre ellos, confiando en el auxilio que todos los días les ofrecían los ingleses desde la próxima isla de Rügen, verificaron un enérgico ataque sobre el campo de los sitiadores; pero rechazados por los españoles que mandaba Kindelan, segundo de Romana, hubieron de retirarse á la plaza, perseguidos hasta la estacada del camino cubierto, á pesar del fuego de la artillería y de la fusilería del recinto que, catorce dias después, se entregaba á los franceses.

No se dirá que no dejaron bien puesto el pabellón español nuestros compatriotas en aquel trance, único de su campaña como auxiliares del grande ejército francés, pues al día siguiente   —284→   se trasladaban á Hamburgo y, algo más tarde, á Dinamarca.

Que Napoleón tuviera en España admiradores entusiastas, no hay por qué extrañarlo, entre los militares sobre todo. ¿A quién no había de seducir el espectáculo que ofrecía la Europa continental, puesta puede decirse que á los pies de aquel mónstruo de la guerra, llena de espanto y sin esperanza ya de salvación? Los ejércitos mejor organizados caían vencidos ante el nuevo César; sometíansele los pueblos sin resistencia; y los tronos rodaban hechos pedazos para ocuparlos con distintas dinastías, todas de su familia, y formar con ellas base robusta y corte brillante para otro imperio de Occidente, tan vasto y espléndido como el de Carlo-Magno.

Lo de extrañar es que el Estado Mayor del Generalísimo participara de esos entusiasmos, innegables ahora al verlos confirmados en la carta de Velarde. Porque, consultando las Memorias del Príncipe de la Paz, su jefe, se descubre, principalmente desde la expedición de la misteriosa circular de 6 de Octubre de 1806, manifiesto, siquier solapado, de un espíritu de hostilidad que inmediatamente sofocaron las victorias de Jena y Averstädt, se descubre, repetimos, un marcado rencor á Napoleón, que no parece sino que espera oportunidad propicia para revelarse con todo el aparato de la fuerza. Ni Izquierdo había conseguido aplacar, sino aparentemente, al Emperador, ya en Berlín y árbitro de la Prusia, ni las humillaciones posteriores de Godoy y el asentimiento para que una división española se dirigiese á Alemania en concepto de auxiliar del ejército francés, lograrían apartar el rayo, pronto en las manos de aquel Júpiter á caer sobre su encubierto enemigo.

Hay que desconfiar mucho de cuanto Godoy supone en sus Memorias respecto á las amenazas que sus recelos le hacían exhalar contra el Emperador y á las previsiones de una resistencia á que es muy dudoso se resolviera ya, aun contando con el pueblo español, cuyo afecto tenía perdido, así por el origen de su prodigioso ensalzamiento, como por este empeño, ruín y todo innato en nosotros, de humillar, no digo á los soberbios y poderosos, sino que, del mismo modo, á los que la virtud y el mérito elevan sin ayuda de nadie, justa y merecidamente.

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Y nada mejor para echar por tierra los asertos de Godoy, en este punto, que la carta de Velarde. Ni éste, por independiente que siempre se manifestara, ni sus compañeros del Estado Mayor y de la Junta de Artillería se atreverían á mostrarse tan extasiados ante el genio y los triunfos de Napoleón, si hubieran oído de los labios del Generalísimo palabras ó sospechado siquiera movimientos ó gestos de odio hacia el omnipotente emperador de los franceses.

La carta de Velarde es, pues, un mentís, ya que no á la intención secreta de Godoy, mal dispuesto respecto á Napoleón desde el fracaso de sus ambiciones, primero, y el de su intriga después, cuando lo veía á las manos con Austria y Rusia en Austerlitz y con los discípulos de Federico en Jena, sí á sus procederes ostensibles que no debieron nunca dejar traslucir sus propósitos entre los que de tan cerca le servían y observaban.

Se habrá notado el calor con que Velarde habla en su carta de los hermanos Hedouville, con quienes se conoce había tenido cordial amistad. Uno de ellos era general y por aquel tiempo se encontraba en Silesia, ocupado en la administración de las tropas francesas y aliadas que aún permanecían en aquella provincia después de la batalla de Friedland. El otro, el á quien se refiere Velarde, era diplomático, ministro de Francia en Francfort, donde, á su paso, le hallarían los españoles de La Romana. Napoleón, después, en Junio de 1808, quiso utilizar sus aptitudes al servicio de José ya hecho Rey, diciendo de él: «Hedouville habla perfectamente el español; podríais agregároslo como secretario íntimo. Hasta que lo hayáis tomado definitivamente á vuestro servicio, le conservaré su categoría de ministro plenipotenciario. Es un hombre perfectamente seguro, sobre cuya adhesión y probidad podéis contar.» El más consecuente de los franceses, según Velarde, y el más amable de los hombres que había conocido.

Sería necesario tener á la vista las cartas de Guerrero para conocer sus impresiones respecto á las tropas francesas al reunirse con las españolas en Maguncia, y particularmente en la gran parada que presenció el mariscal Berthier. Napoleón había enviado á su célebre jefe de Estado Mayor á Berlín y Hamburgo, á Stralsund, sobre todo, para inspeccionar los trabajos del sitio   —286→   puesto á aquella plaza por el mariscal Brunne. Por cierto que en uno de los despachos del Emperador, el de 22 de Julio en Dresde, se previene á Berthier que haga marchar á todos los españoles, lo mismo los procedentes de Italia que los de la Península, á Hamburgo, donde formarán, el núcleo (le noyau) del ejército de Bernadotte.» No pudo, pues, el Príncipe de Neufchatel ver reunidas en Maguncia las tropas españolas, pues que, de otro modo, no hubieran llegado á Stralsund en los primeros días de Agosto las que tomaron parte en los combates del 5 y el 6 en el glacis de aquella fortaleza. Sólo debió revistar á las que fueron directamente de España; y aun de estas, las hubo que como el regimiento de Almansa, no llegaron á su destino hasta Marzo del año siguiente y como el de Lusitania que, acreditando la noticia de Velarde, no salió de la Península.

Al presentarse estas cartas á la Academia, dije que para contestar á la anteriormente copiada hubiera necesitado Guerrero escribir todo un tomo y grueso. Y así es, con efecto; porque, para dar noticia de la fuerza, constitución, régimen económico, orden de ascensos, sueldos y gratificaciones de la artillería y después de la caballería é infantería y hasta de la milicia bourgeoise, como le pide Velarde; sobre la composición de un ejército, de los deberes del Estado Mayor, administración militar, el reemplazo; sobre los batallones del tren y el matériel de l'artillerie; sobre cuanto, en fin, podía interesar á los militares españoles y, sobre todo, al Gobierno, le habrían sido precisos medios y tiempo de que no podía disponer. Aun la remisión de los reglamentos y libros que trataran de aquellos asuntos, le sería difícil desde el día en que saliera de Maguncia, parte entonces del imperio francés, y no digo nada si habían de venir á España acompañados de las mutaciones introducidas en ellos y de las observaciones de Guerrero, de seguro, concienzudamente fundadas.

Se nos figura que Velarde exigía demasiado del celo y de la amistad de Guerrero; pero eso constituye un dato precioso para conocer y aquilatar el carácter del héroe del Dos de Mayo, vehemente hasta lo sumo é impresionable, y para comprender aquel arranque sublime de patriotismo que, comunicándose á algunos de sus compañeros, produjo la epopeya del Parque de Monteleón.

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En lo que tiene mucha razón Velarde es en suponer que nuestros oficiales no eran inferiores á los franceses en conocimientos militares. «¿Qué saben ellos, exclama, de lo qual no tengamos medianas noticias?»

Nada; porque si en la práctica del arte de la guerra llevaban á todos los ejércitos de Europa la inmensa ventaja que necesariamente habrían de darles las grandes y felices campañas en que los habían vencido, ese mismo rudo y continuo pelear les privaba del tiempo y el reposo necesarios para, en el estudio y la meditación, descubrir las causas de sus triunfos y nuevos motivos para los adelantamientos científicos á que debían provocar. Nadie ignora que los frutos de una guerra en el campo de la ciencia, se recogen á su término, cuando la paz hace el papel de almohada para el consejo y las lucubraciones de un espíritu reflexivo sobre los resultados obtenidos y sus causas, los errores ó los aciertos que los produjeron.

Así que no es el ciclo napoleónico el en que aparecieran en Francia esos destellos científicos que después lo ilustraron y enaltecieron. El mismo Emperador dejó para más tarde la manifestación escrita de su genio incomparable, cuando en Santa Elena hubo forzosamente de disfrutar del reposo, puede decirse sepulcral, á que le había reducido su desgracia.

Por eso, en ese ciclo, tan glorioso para las armas francesas, el arte del ingeniero no obtuvo progreso alguno, estacionado desde las grandes concepciones de Vauban; la artillería se mantuvo como en la época de Gribeauval, cuyo sistema, en lo que Velarde llamaba Le matériel de l'artillerie, se seguía en todas partes, y la táctica era la misma de Federico de Prusia, medianamente reformada. Los triunfos, no hay que dudarlo, se debían al talento portentoso de Napoleón, á su estrategia irresistible y á sus gros bataillons como se llamaba á las masas inmensas que nadie como él sabía reunir y lanzar sobre el enemigo.

No hay más que estudiar esa misma época en España y se verá que no faltaban oficiales instruídos; y lo acredita el número considerable de obras militares que se dieron á luz en tiempo de Godoy y muchas, hay que reconocerlo, por su enérgica iniciativa. En artillería particularmente, el tratado escrito por Morla ó   —288→   inspirado por los trabajos de D. Vicente de los Ríos, obtuvo tal perfección que hasta hace muy poco no ha sido proscrito de la enseñanza en los colegios militares de nuestra patria.

Y existe un opúsculo, el de D. Emilio de Tamarit sobre el dos de Mayo, que confirma, así las ideas de Velarde en ese punto, como las mías sobre el carácter del insigne artillero de 1808.

«Varios fueron, dice Tamarit, los medios que pusieron en juego los franceses para proporcionarse todas las noticias necesarias á fin de conocer minuciosamente el estado de nuestros parques y ejército; pero ningún ardid creyeron más oportuno que el de ganar á Velarde: en efecto, uno de los ayudantes del comandante general de artillería francesa procuró relacionarse con él; pero Velarde, dotado de una singular perspicacia, supo siempre alejarle su amistad sin inducir á sospechas, no esquivando por ello ocasiones en que probarle se hallaban más adelantados nuestros oficiales de artillería que los franceses, que solo eran meros prácticos: esto mismo dió lugar á que conocieran el sobresaliente mérito de Velarde; por manera que se hizo á Murat un grande elogio de este capitán, el cual ya había fijado su atención el día de su entrada: decidido, por lo tanto, á sobornarle, le envió varias veces á sus ayudantes generales convidándole á comer para interrogarle acerca de asuntos del servicio; no obstante, Velarde, aunque aceptó tales agasajos, no se proponía otro objeto, según él mismo decía, que el de conocer de cerca á la canalla

¿Qué prueba más concluyente para demostrar la sinceridad de Velarde al hacer en su carta el elogio de los artilleros españoles?

En cambio quiere Velarde dar á Guerrero noticia de lo que pasa en Madrid; y, dejando á un lado la de los nuevos bailarines, le envía la de la salida del Duque de Frías para felicitar en París á Napoleón por sus victorias, seguida de una etcétera que podría llenarse muy bien con el fracaso de su misión y el disgusto que experimentaría al oír de boca del Emperador sus proyectos contra Portugal, precursores de los que abrigaba también contra España, desde la paz, sobre todo, de Tilsit.

El párrafo de la carta de Velarde, dedicado á la cuestión de Portugal, necesita, si ha de comprenderse bien, de aclaraciones un poco detenidas y precisas.

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Negociábase en París, y lo hacía secretamente D. Eugenio Izquierdo, en nombre de Godoy, un proyecto de interés vital si habían de satisfacerse las ambiciones que despertó en el valido de Carlos IV el regir, puede decirse que á su antojo, la vasta monarquía de los Reyes Católicos. Si en un principio, esto es, en 1806, se había tratado de señalarle la regencia de Portugal; muy luego se pensó en nada menos que en crearle una soberanía en parte del territorio lusitano, donde, como he dicho con ocasión distinta, «imperase libre de la zozobra que ya iba apoderándose de su ánimo.» La guerra de Prusia había interrumpido las primeras negociaciones, y la desatinada circular de 6 de Octubre las relegó á uno que en otro que Napoleón parecería olvido, no siendo sino aplazamiento para planes de resultado más eficaz, y que lo mismo podían llevar á la realización de tal proyecto que á la de una venganza tan ruidosa como terrible.

Pero dos meses antes de escribir Velarde á Guerrero, el 30 de Julio, el príncipe de Masserano, embajador en París, pasaba á nuestro Gobierno el aviso oficial de estarse formando en Bayona un cuerpo de ejército de 20.000 hombres que, con otro español, exigiría del regente portugués la declaración de guerra á los ingleses y la realización, de todos modos, por su lado del bloqueo continental.

Ese aviso debió ser precisamente el que hizo creer á Velarde que habría guerra sin remedio.

En lo que se hacía ilusiones nuestro insigne artillero, es en lo de que, al volver á las andadas, irían las tropas regidas por el Generalísimo; porque Napoleón, escarmentado con la rapidez de las operaciones de los españoles en 1801, no consentiría en que ahora se le anticiparan en la invasión del reino vecino y menos en que Godoy la dirigiese. Recibió éste el despacho de Masserano el 5 de Agosto, y con la mayor reserva dictó las órdenes convenientes para secundar los proyectos de Napoleón, haciendo reunir en Andalucía 6.000 infantes y toda la caballería establecida en aquellas provincias, 3.000 en el campo de Gibraltar y 18.000 en Galicia.

Ya Velarde echaba, sus cuentas de pasar el invierno en Lisboa ú Oporto y, como él escribe, hasta de casarse con una   —290→   rica portuguesa; pero la parsimonia de Napoleón, después de lo vago de su despacho, aconsejó á Godoy el esperar á ver más claro antes de imprimir la energía necesaria á la ejecución de sus primeras órdenes. Entonces se creyó conjurada la guerra, y el desengaño dictaba á Velarde su frase de «pero amigo, según parece, todo se ha arreglado ó va á componerse.»

¡Qué se había de componer! El 7, el 9 y el 30 de Octubre se expidieron órdenes, ya urgentes, para la organización de un cuerpo de 14.172 infantes, 3.300 caballos y 30 piezas de artillería en Castilla la Vieja, al mando de Junot, pero regido por el general Carrafa; otro de 7.780 infantes, 550 caballos y otras 30 piezas que, formado en Badajoz, mandaría el marqués del Socorro; y un tercero, por fin, de 6.556 infantes y 25 piezas en Galicia, dispuesto á penetrar en Portugal por la provincia de Entre Douro é Minho.

Estas tropas, si no todas por los entorpecimientos que siempre se experimentan en tales casos, invadieron el Portugal como todos sabemos, después que Junot, con las del cuerpo de ejército de la Gironda, tomó el camino de Lisboa, donde entraba el 30 de Noviembre á la cabeza tan solo de 1.500 granaderos franceses, para el 1.º de Febrero de 1808 proclamar que la casa de Braganza había dejado de reinar en Europa.

Pero ni Godoy ni su Estado Mayor tomaban parte en aquella campaña, y Velarde tenía que renunciar á su soñado enlace en Portugal para obtener, eso sí, en Madrid la palma y los laureles que ni el tiempo ni el olvido marchitarán jamás.

El párrafo dedicado á Buenos-Aires, ofrece una curiosidad que solo pueden explicar la consideración del tiempo á que se refiere y las circunstancias políticas por que atravesaba el país. Esa curiosidad consiste en que el 1.º de Setiembre, fecha de la carta de Velarde, se ignoraran en Madrid los importantísimos sucesos ocurridos los primeros días de Julio en las márgenes del Plata.

Dice Velarde que los de Buenos-Aires seguían con ánimos de defenderse y les llegaban refuerzos; continuando los ingleses en la banda N. (léase oriental), esto es, en Montevideo, Maldonado y la colonia del Sacramento, sin atreverse á pasar á la orilla opuesta. Pues bien: el 25 de Junio había desembarcado el ejército   —291→   inglés en la banda occidental, compuesto de más de 15.000 hombres que el 5 de Julio acometían por segunda vez la conquista de Buenos-Aires. Los españoles se habían atrincherado en la posición del Retiro y en las plazas y calles de la ciudad, interceptadas con fuertes barreras y reparos de todo género y defendidas, además, desde las casas y los edificios y monumentos más notables por su solidez y situación.

Dos días duró el combate, obstinado y sangriento, con trances varios para los beligerantes, hasta que en el segundo, el del 6, los soldados de la soberbia Albión, con sus generales y jefes á la cabeza, hubieron de capitular para inmediatamente reembarcarse y abandonar aquel río espléndido, testigo un año antes, de otra derrota más ejecutiva aún y más gloriosa, de consiguiente, para España y su leal colonia.

Solo una nación ha conseguido en estos dos últimos siglos humillar repetidamente á las armas inglesas, y esa nación es la española al vencerlas en Almansa, Brihuega, las Canarias, Ferrol y Buenos-Aires; y en este último punto, á 2.000 leguas de la Metrópoli, incapacitada de enviar refuerzos por su inferioridad naval y contando, por todo auxilio en región tan remota, con unos miles de indios, patagones algunos, sin armamento, organización ni disciplina militar.

Así se comprende que Velarde ignorara todavía acontecimientos tan importantes, interceptada, como estaba, toda comunicación con América y en la imposibilidad aquellas provincias de hacernos saber tan gratas nuevas.

Una de las cosas que parece preocupar más á Velarde es la opinión que los franceses pudieran haber formado de nuestras tropas. Mucho pedir es á un francés, y más todavía en aquella época, como nunca de gloriosa para sus banderas, la confesión de nuestras aptitudes militares; pero nunca negaría, si se preciaba de imparcial, el buen efecto que produjeron los soldados españoles á su paso por el Imperio y en las provincias alemanas que visitaron. Los de Etruria, en su marcha á través del Tirol y de Baviera, causaron un excelente efecto, siendo muy obsequiados por los habitantes en sus tránsitos y por el Rey Maximiliano en Wilheim. En Francia había dispuesto el Emperador se les   —292→   prestase toda clase de comodidades en víveres, vestuario y alojamientos; y ya en el Rhin y el Elba, los Mariscales Brunne y Bernadotte los recibieron con tal agasajo y les tributaron elogios tan calurosos que, mejor que sincera lisonja, parecían representar una verdadera razón de Estado.

M. Thiers en su Historia del Consulado y el Imperio, y suponiendo hacerse eco de la opinión de sus compatriotas en aquel momento histórico, dice con su habitual jactancia: «Eran hermosos soldados, de tez morena, enjutos de miembros, que tiritaban con el intenso frio de las tristes y heladas playas del Océano Septentrional, y que haciendo un singular contraste con nuestros aliados del Norte, recordaban por la extraña diversidad de pueblos sometidos á un mismo yugo, los tiempos de la grandeza romana.»

Muchas frases de relumbrón y pocas verdades que en lugar más propio he reducido á su más probable exactitud.

No: los soldados españoles merecieron concepto más elevado de los franceses; y así lo demostró el Príncipe de Pontecorvo con su conducta en la gran crisis del embarque de nuestros compatriotas para España.

Y aquí es donde viene, como anillo al dedo, el recordar aquel rasgo de carácter que atribuímos á Guerrero en los comienzos de este escrito.

Al negarse nuestros regimientos en Dinamarca á jurar á José Bonaparte como Rey de España, y al decidirse el Marqués de la Romana á obtener el refugio que se le ofrecía en los buques ingleses del Báltico, envió algunos oficiales á avistarse con los jefes de los cuerpos destacados lejos de su cuartel general y darles las instrucciones convenientes para su traslación á Langueland. D. José Guerrero salió un día después con la misión de observar los movimientos del Mariscal en Stadersleben para, si lo veía tranquilo y entregado á su habitual confianza, combinar más desembarazadamente el embarque de las tropas acantonadas á su inmediación. Hecho prisionero en el camino por un destacamento dinamarqués y conducido á presencia del de Pontecorvo, acompañado del General Kindelan, que había ido á denunciarle la fuga de los españoles; al verse Guerrero reconvenido duramente   —293→   sobre el objeto de su comisión, se negó á reconocer á Kindelan por jefe suyo y por general español, sino por un desertor que abandonaba la causa de su patria pasándose á las filas del enemigo. A consecuencia de este arrojado proceder, dice la hoja de servicios de Guerrero, y de otras contestaciones muy vivas y acaloradas con el mismo Príncipe, fué atropellado á culatazos por los granaderos de la guardia y amenazado por él de que sería inmediatamente pasado por las armas si no declaraba cuál era el verdadero objeto de su comisión y cuanto supiese sobre los proyectos é intenciones del Marqués de la Romana. Negóse á ello decididamente manifestando que estaba pronto á sacrificar la vida por su Rey y por su patria. En seguida fué puesto en un calabozo subterráneo de la ciudadela y asegurado con grillos, cadenas y esposas, intimándole que se dispusiera para ser pasado por las armas. En tal situación pasó veintinueve días, tendido en el suelo sin paja ni más alimento que pan de centeno, al cabo de los cuales fué trasladado á Hamburgo, donde continuó preso é incomunicado con el mayor rigor por más de cinco meses. Fué conducido después á Francia, donde permaneció en clase de prisionero de guerra más de tres años, hasta que á mediados de 1812 logró sustraerse del cautiverio y venir á España.

Hay una versión de la historia de los padecimientos de Guerrero en que aparece Pontecorvo, que siempre se había manifestado indulgente con los españoles en sus continuas reyertas con los franceses, proporcionando la fuga á nuestro valiente capitán de artillería. Podrá esto no ser cierto, puesto que, en todo caso, la evasión no fué completa; pero en lo que no cabe duda es en que, al no ser pasado por las armas, Guerrero debió la vida á la generosidad del Mariscal Bernadotte.

Tal era Guerrero, el amigo inseparable, en España, de Velarde, y no se dirá que desmereciesen uno de otro en cualidades de talento, de valor, de energía y patriotismo. Las circunstancias hicieron que cada uno de ellos mostrara esas dotes según el teatro de su acción y las proporciones que le fuera dado á esta alcanzar; pero, dignos uno de otro, la suerte dejó á Guerrero en la penumbra de aquel astro que, refulgente de luz, se elevó á las esferas de la inmortalidad.

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Le acompañó á ellas otro de los que en esta carta aparece, amigo cariñoso y camarada de ambos, el ya veterano Daoiz, destacado en Madrid, según se ve, el 1.º de Setiembre de 1807 y al frente del parque el DOS DE MAYO; y Daoiz y Velarde serán los que eternamente representen en España y allí donde la voz de la patria haya de despertar á los pueblos de sus letargos, el arranque sublime, eficaz y glorioso, necesario en ocasiones parecidas para obtener su independencia.

Y ¿á qué seguir en el examen de la carta de Velarde? Cuantos asuntos encierra, no mencionados todavía; los recuerdos de familia, las noticias particulares, las mil que en tales casos salpican las páginas de ese género de correspondencias con los ausentes del hogar patrio, palidecen ante los importantísimos objetos de tan admirable epístola sacados aquí á luz, y ante la memoria, sobre todo, de la horrenda hecatombe en que cayó su autor, envuelto en el ensangrentado sudario que representa su heróico y generoso sacrificio.

Madrid 22 de Febrero de 1889

José G. de Arteche