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ArribaAbajoVII. Valencia

Manuel Danvila


La circunstancia de haber seguido paso á paso la publicación del tomo I de Valencia, que la casa editorial de Cortezo y Compañía, tuvo el buen acierto de confiar al insigne literato, señor D. Teodoro Llorente y Olivares, correspondiente de esta Real Academia, para la colección titulada España, sus monumentos y artes, su naturaleza é historia, me ha permitido poder corresponder desde luego á la confianza que me dispensó la docta Corporación, encargándome el juicio crítico de la obra del Sr. Llorente.

Y debo comenzar declarando, que cuando leí la primera entrega de su trabajo, experimenté gratísima satisfacción, porque si bien recordaba la pulcritud literaria y profundo conocimiento histórico-arqueológico de que los Madrazos, Quadrados, Lafuentes, Piferrers y demás notables escritores han hecho cumplido alarde en las obras de la dicha colección, compañera de la suya, y comprendía lo arriesgado que era competir con aquellas especialidades, la arraigada fe que tengo en el tantas veces probado valer del Sr. Llorente, me daba la seguridad de que por su culpa no había de padecer menoscabo el renombre que en el mundo de la inteligencia ha conquistado la literatura valenciana. Ahora, terminado ya el primer tomo de su obra, quedan cumplidas mis esperanzas; el trabajo resulta bien ordenado, discretamente distribuído, rico en datos, puro en la dicción y elegante en el estilo.

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Valencia es una detenida y minuciosa excursión por las tres provincias del antiguo reino. El lector ve pasar sin cansancio, ante sus ojos, campos, montes, ríos, torrentes, aldeas y ciudades, que el autor puebla con los personajes históricos de otras edades y con los habitantes y vecinos de nuestros días. En fácil y natural consorcio, la geografía, la arqueología y la crítica, desplegan sobre sus páginas el riquísimo manto de la región valenciana, que abrillantan las flores de la poesía y guarnece con la filigrana de una erudición profunda y nunca satisfecha. Nada ocioso ni socorrido huelga en el conjunto, antes por el contrario, su lectura hace comprender que, estrechado por las dimensiones impuestas, el escritor se ha visto en la necesidad de abandonar muchas veces materiales fruto de enojosas y largas investigaciones. Sacrificio es este que impone la conciencia literaria y que solo pueden apreciar los que saben cuánta diligencia y constancia se requieren entre nosotros para descubrir y sacar á luz los datos plásticos y las pruebas documentales con que se reconstruye la verdadera fisonomía de las pasadas generaciones.

Comienza el autor su libro en Tortosa; deja atrás el caudaloso Ebro y cruzando el humilde Cenia, saluda á la tierra valenciana, tendiendo la vista por todos sus ámbitos, que describe con brevedad, pero sin confuso apresuramiento, bajo el doble aspecto geográfico y geológico. Nota la excelencia de su clima, la riqueza de sus producciones, la hermosura deleitosa de sus panoramas, el carácter dulce y bravo de sus habitantes, la gloria de sus grandes hombres, y como atraído por estos recuerdos, entra sin temor en el enmarañado campo de su historia. En cuatro capítulos ¡ochenta y ocho páginas! se compendian multitud de anales, historias particulares, tradiciones, leyendas y documentos, cuyo examen aburriría la paciencia de un benedictino, y concordándolo, rectificándolo todo, consigna en tan congojoso espacio, el espíritu esencial histórico de nuestra patria. Bien sabe el escritor la necesidad en que ha de hallarse luego, al describir los lugares, de ampliar los hechos allí ocurridos, y así no es de extrañar la previsora sobriedad de aquel primer resumen, especie de discreta exposición que imponiendo al lector en los antecedentes del asunto, mueve poderosamente su curiosidad por conocer el desarrollo de   —74→   la acción. De esta forma queda ya más despejado el terreno para las descripciones, y la atención puede fijarse en ellas con mayor desembarazo y conocimiento de causa.

En esta reseña histórica que me ocupa, no sé en verdad qué es más notable, si el bien pensado encadenamiento de la relación, el imparcial y recto juicio de los sucesos ó la apacible amenidad del estilo. De mí sé decir, que aun conocedor de la materia he encontrado en las susodichas ochenta y ocho páginas, no pocos datos que desconocía, y extraño interés, promovido sin duda, por la forma delicada con que se halla tratado asunto de tanta escabrosidad y pesadumbre. Formidable era el escollo que se le presentaba al autor al empezar su tarea; pero su discreción ha sabido sortearle con no escasa fortuna.

Abierto ya el camino, comienza la excursión por el litoral de la vecina provincia de Castellón, y visitadas las poblaciones agrícolas y marineras de Vinaroz y Benicarló, se detiene el viajero ante el postrer refugio del inflexible anti-papa Luna para admirar las joyas de su iglesia parroquial y los restos del castillo de los Templarios. De aquí, y pasando por Alcalá de Chivert, llega el lector, entretenido con la vista y la leyenda de Torreblanca, á las pantanosas marjales de Oropesa, fatales para los agermanados, que abandona ansioso de respirar el aire puro y el ambiente balsámico del Desierto de las Palmas, en el pobre pero hospitalario cenobio de los hijos del Carmen, oculto en aquellas soledades. Breve es la descripción de este retiro, pero bien esmaltada con algunos justos toques de luz que hacen comprender su belleza, y transmiten la dulce y melancólica impresión que debe sentirse al contemplarle. Tras el áspero desierto se llega á la frondosa llanura. Castellón y su plana con las ricas poblaciones de Villareal, Burriana y Almenara, marcan el itinerario, y entre la pintura de sus templos y monasterios, el recuerdo de Ribalta, la leyenda del Duque de Aquitania, la vista del Fanum veneris, y el relato del heróico valor del Duque de Segorbe, nos lleva el autor, oreados por la brisa de mar que se impregna del perfume de los naranjales, al bajo y alto Maestrazgo, sin que nada escape á su investigadora solicitud. Alcora y su fábrica de loza; San Mateo con sus santuarios; Morella envanecida con su castillo que se inmerge   —75→   en las nubes; el peñascoso Forcall y hasta el convento de Benifazá, de triste memoria, pasan á los ojos del lector, con sus cintas de rocas, sus maizales, sus robustas malezas, sus monjes y la grandiosa imagen del Rey conquistador. Luego su varita mágica me impele hacia la sierra de Espadán, último baluarte de los revueltos moriscos valencianos en el siglo XVI, para que bajando por las márgenes del Palancia, admire los muros romanos de Segorbe, el claustro de su catedral y las ruinas de la Cartuja de Valdecrist, testimonio del vandalismo moderno. Húmedos los ojos adoro la sagrada imagen de la Cueva Santa, y echando una ojeada á Jérica, Viver y Candiel, apenas me permito reposo hasta bajar á la antigua Sagunto y al Puig de Santa María. ¡Sagunto! Bien me recuerda su inmortal sacrificio y aquella grandeza que atestigua su famoso anfiteatro, sin que estas gigantes ideas me hagan olvidar la heróica defensa de Andriani, la patriótica firmeza de Romeu y hasta la celebridad de su famosa cerámica. ¡El Puig! Nido de águilas desde el cual tendió su vuelo Jaime I de Aragón para caer sobre el desdichado Wali de Valencia, y donde escueto y solitario monasterio atestigua la piedad de los monarcas y próceres aragoneses.

Y luego, más allá, fundida casi en el transparente y límpido horizonte del Mediodía, se descubre la Reina del Guadalaviar, y llego sin esfuerzo á ella, leyendo su biografía, para admirar sus antiguas puertas, puentes y pretiles, sus ricos templos, sus derruídos claustros, sus colegios, sus capillas, todas sus joyas de arte que la ardiente fe religiosa de los valencianos ha sabido y sabe acumular en su recinto.

Guías existen para que el viajero recorra Valencia y admire sus monumentos civiles y religiosos; pero aun las mejores, no pueden, por su misma naturaleza, mencionarlos sino de ligero, incurriendo con frecuencia en errores, olvidos y tergiversaciones que extravían al curioso viandante. El trabajo que me ocupa, y que supongo ha de continuar en el segundo tomo, no solo reune cuanto se ha publicado sobre ello en libros y periódicos, sino todos los datos que es posible adquirir, investigando los archivos, y consumiendo muchas horas en descifrar apolilladas escrituras. Poco ó nada podrá ya añadirse á los que se ha procurado la infatigable   —76→   diligencia del Sr. Llorente, merced á la cual ha conseguido esclarecer cuestiones muy empeñadas y rectificar hechos cuya relación parecía hasta ahora incontrovertible. Con igual felicidad camina en el terreno de la crítica artística, y de hoy más, gracias á sus estudios, serán conocidas y apreciadas muchas obras de arte que yacían empolvadas en lamentable olvido ó cuya paternidad era disputada ó desconocida.

Los que se hayan dedicado á tales ingratos estudios como supone la confección del libro en cuestión, y sufrido las contrariedades de todas especies que experimenta el estudioso en nuestro país, comprenderán que Valencia encierra en sus páginas un tesoro de esfuerzos realizados por amor á la verdad y á la ciencia histórica. Ellos adivinarán bien pronto, que bajo el paño de oro del estilo, existe una robusta fábrica, cuyas piedras ha venido allegando el autor con la paciencia del erudito y el profundo criterio del filósofo.

Reciba, pues, el Sr. D. Teodoro Llorente la más cordial enhorabuena. Su libro es de los que viven, y sin alardear de una autoridad que no poseo, me permitiré asegurar que, en mi humilcle concepto, puede hombrearse, como de igual á igual, entre los mejores que constituyen la colección Cortezo y Compañía. Valencia hubiese hallado con gran dificultad, entre sus hijos, otra pluma que con tan gallarda delicadeza recordara sus glorias y encomiase sus excelencias.

Madrid 16 de Noviembre de 1888.

Manuel Danvila



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