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3. Libla

Heraclio era emperador del Oriente y Sisebuto regía los dominios de España, cuando apareció el árabe Mahoma que, fingiendo una misión divina, con sus leyes, sus doctrinas fanáticas y sus visiones, logró reunir las tribus dispersas de los árabes del desierto, y con ellos él y sus sucesores, antes de cumplir una centuria, lograron dominar todo el Oriente y pusieron en conflicto á toda Europa. La España fué la primera nación de esta parte del mundo que sufrió la invasión sarracénica, y la ciudad de Niebla, como hemos dicho, una de las que les opusieron resistencia, y las que fueron víctima de su patriotismo y sus creencias religiosas.

Cuando los árabes atravesaron el territorio de la Península y corrieron la Galia Narbonense sin que se opusiera ningún dique á este cataclismo, hubo un momento en que pudo dudarse, si la fe lo hubiese permitido, cuál de las dos enseñas sería la vencedora, la media luna ó la cruz sacrosanta del Redentor. Carlos Martel fué el elegido por Dios para contener á los infieles y en el corazón de la Francia fueron vencidos; y desde entonces el orgulloso sarraceno conocía que el límite de sus conquistas estaba en   —509→   los Pirineos. Los árabes por dos siglos enteros fueron dueños casi sin obstáculos de las nueve décimas partes de la Península; y ya que al espíritu inquieto y turbulento de aquel pueblo no le fuera permitido extender sus conquistas, distrájose en disputar los frutos de lo que hasta allí había adquirido.

Los gobernadores de los califas trataron de contener los desórdenes á que daban lugar estas ambiciones mal reprimidas, y sus contiendas intestinas; pero las mismas rivalidades que entre sí tenían las tribus árabes del desierto antes de la conquista, volvieron á aparecer en la Península entre los yemaníes y modaritas, produciendo escándalos y desafueros. Hantala, gobernador por los califas en Cairwan (África), nombró de teniente en la Península á Husam ben Dhirar, conocido por Abulehatar, el que deseoso de conservar la paz entre los muslimes, formalizó un repartimiento de tierras, procurando dar á los conquistadores moradas y tierras en regiones semejantes á aquellas de donde procedían. El territorio de Niebla cupo en este reparto á las tribus árabes Yemanies; y por eso, y ser esta noble raza de las más consideradas, llamóse en adelante clima Seior/, ó de la nobleza; y la antigua Ilipa ó Elepla vino á convertirse en Nombre árabe (Libla ó Lebla), porque en su lengua no tenía lugar la pronunciación de la P y era preciso sustituirla por una b fuerte. Los Bekries ó Bekritas de la rama Kahitan, procedentes de las tribus del Yemen, ocuparon principalmente este territorio; y andando el tiempo llegaron á ser príncipes independientes en el país. A esta misma raza Bekrita perteneció el conquistador Muza ben Nosseyr, y fuera posible que cuando ocupó á Libla la encomendase á su familia y después sancionase la donación el gobernador Husam. A poco sucedió en el gobierno Jusef, conocido por el Fehri, tambien yemaní, el cual regularizó los trabajos de Husam y dividió la España en provincias, y estas en distritos. En los historiadores árabes se dice que Libla en este tiempo era de las principales ciudades de Andalucía y capital de la cora que llevó su nombre.

No hubo pasado medio siglo después de la conquista cuando, á más de las rivalidades siempre crecientes entre las tribus árabes, apareció otro síntoma de destrucción en su existencia social, que siempre debiera afligirla y alguna vez aniquilarla. El poder espiritual   —510→   que ejercían los califas, como sucesores del profeta, no siempre estaba unido al temporal de los Emires; y así cada vez que aquel pontificado pasaba á diversa dinastía, la unidad religiosa desaparecía; y en aquella sociedad guiada exclusivamente por el fatalismo, y por consiguiente sin voluntad propia, acarreaba la variación desconciertos, turbaciones, y sobre todo, inquietudes de conciencia.

Los ommíadas obtenían el califazgo de Damasco, centro de la unidad religiosa de los muslimes, cuando sus ejércitos ocuparon la Península. Los adelantados de estos califas en África mandaban regularmente á aquella un delegado para gobernarla, que tenía de ordinario su residencia en Sevilla y alguna vez en Córdoba. Mas los ommíadas fueron en el Oriente sacrificados por la poderosa familia de los Abbasidas, y quedaron proscriptos; un solo individuo pudo salvarse, y este puso en duda y disputó á los intrusos su poder y su prestigio religioso. Llamábase Abd-el-rahmán, y era nieto del califa Abd-el-mélik, que por milagro se salvó también de aquella proscripción; y atravesando desiertos y expuesto á mil peligros, logró llegar al África donde encontró acogida entre las tribus de que procedía por parte de madre. En España, Jusef el Fehrí había reconocido el poder de los Abbasidas, pero inquieto el ánimo de otros muslimes con estas novedades, no creyeron reconocer en aquellos los verdaderos sucesores del profeta, y pasando algunos principales al África, ofrecieron el dominio de España y la soberanía del poder temporal y religioso á Abd-el-rahmán, quien aceptó y ocupó la Península21. Las tribus africanas y muchos modacitas favorecieron la causa de Abd-el-rahmán, dicho también Ad-dajel (el entrante); pero otras fueron fieles al Fehrí, quien por algún tiempo opuso seria resistencia á los intentos del Ommíada. Las gentes de Sevilla y de Libla y los yemeníes y emesanos que la habitaban siguieron con constancia la parcialidad de Jusef; y el territorio de ambas ciudades   —511→   fué teatro de la guerra civil que por algún tiempo se encarnizó. Nada extraño fuera que los de Libla siguiesen la parcialidad del Fehrí, por cuanto á que los yemeníes procedían de la misma alcurnia que aquel jefe y debieran serle propicios, á más que celosos de conservar la unidad religiosa del Islamismo, mirarían con prevención el cisma que introdujo Ad-dajel. Al fin Abd-el-rahmán fué más feliz que su contrario y se le sometió el Fehrí, conservando este en su poder varias plazas. Al cabo intentó rebelarse y fué decapitado. Desde entonces Libla permaneció fiel á la causa de los Ommíadas españoles; y en Welba22 y Gecira Sáltix23 puertos próximos á Libla, y de su cora estableció Abd-el-rahmán fuerzas navales para contener las invasiones ultramarinas y las pretensiones de los Abbasidas.

Tranquila gozaba Niebla de las delicias de la paz, que por algún tiempo los príncipes Ommíadas proporcionaron á sus pueblos, ya conteniendo las ambiciones y antiguas rivalidades de las razas que poblaron el país, ya repeliendo y escarmentando las pretensiones de los walíes africanos, que á nombre de los Abbasidas intentaban de nuevo sujetar á su obediencia las provincias españolas, y ya, en fin, estrechando en su corto territorio á los cristianos de Afranc y de Galicia, cuando una nueva calamidad vino á conmover el país, á destruirlo y asolarlo. Los Normandos, dichos por los árabes Magioges, después de haber corrido y saqueado las costas de Galicia y Portugal, aparecieron en el Mediodía de la Península y desembarcaron en las playas de Andalucía.

Estos Magioges eran aventureros del Norte de Europa. Procedían de los fríos pantanos del Báltico, en donde solo dependía la subsistencia de la pesca y del pillaje. Corrieron las provincias colindantes más felices ocupando la Inglaterra y parte de la Francia, y habituándose á este género de vida, extendieron sus   —512→   excursiones hacia climas más ricos y templados. Hábiles en la marinería, numerosos y aguerridos, sedientos de sangre y de riquezas, desgraciado era el país donde aportaban; todo lo saqueaban, talaban y destruían, y de su saña eran víctimas hasta los niños, los ancianos y las mujeres. Ni los contenía la consideración á la identidad de creencias religiosas, porque las mismas vejaciones causaron en los puertos cristianos de Galicia que en las playas de Andalucía y de Portugal, dominadas por los infieles. El fin del siglo nono de la Era cristiana y III de los mahometanos fué una época de devastaciones y de peligros continuos causados por estas gentes.

Contábase el año 230 de la Egira (845 de J. C.) y dominaba en Córdoba el Emir Abd-el-rahmán II. Su gobierno, si bien compacto y temible, no estaba preparado para resistir estas invasiones imprevistas, porque cualquiera expedición militar necesitaba un llamamiento al país y una preparación previa de armas y de bastimentos. Los magioges pudieron desembarcar en Cádiz y talar y robar las comarcas de Jerez y de Medina Sidonia, sin que se les opusiera resistencia formal. Penetraron por el Guadalquivir y ocuparon á Sevilla, y solo cuando Abd-el-rahmán mandó tropas para socorrer esta ciudad la abandonaron. Corrieron después todo el Aljarafe y comarca de Niebla, donde ejercitaron sus robos y excesos; y aunque se ignora si lograron entrar en la ciudad, los daños que causaron en las inmediaciones fueron tan considerables que quedó por mucho tiempo el nombre de estos aventureros para espanto y terror de las almas débiles.

Aún no había terminado el siglo III de la Egira, cuando otra nueva calamidad vino á turbar la paz y el sosiego de los felices habitantes de esta comarca. Una nueva guerra civil se fomentó en el territorio de Libla y la puso en graves conflictos. Esta fué la guerra llamada de los mulatos24, tan poco conocida y tratada por nuestros historiadores.

El conjunto del pueblo árabe se componía de elementos divergentes   —513 →   y opuestos entre sí por intereses, costumbres y caracteres. Las tribus nobles, que ocupaban los primeros destinos del Estado, eran árabes del Yemen, de la Siria y de la Mesopotamia. En menor escala ocupaban también los puestos públicos, y eran respetadas y temidas otras tribus que vinieron á la conquista, procedentes de África, y á quienes se repartió terrenos por el gobernador Husam; mas el pueblo en general lo formaban gentes de diversa procedencia, mezcladas con el antiguo hispánico, y á quienes por esto se les apellidaba mulatos. Estas gentes eran activas, numerosas, y en algunos pueblos, independientes y feroces, y no pudieron sufrir con resignación la imperiosa altivez de los primitivos árabes y africanos de la conquista. Vejados de mil maneras, despreciados y escarnecidos, quisieron sacudir aquel ignominioso yugo; y al cabo entraron en rebelión completa, que por muchos años afligió al país, y más de una vez hizo temer la caída del poder de los Ommíadas.

Durante el emirato de Abdallah un bandido de la Sierra Morena llamado Omar Aben Hafsún, de progenie cristiana, levantó el grito; y corriendo el mejor territorio de Andalucía, reunió tras sí numerosos prosélitos con los que puso en conflicto al Gobierno de Córdoba. En la parte del Algarbe los cristianos mozárabes y los mulatos, unidos á los berberiscos sacudieron también el yugo; y solo en aquella comarca Libla se mantuvo fiel á la causa de los califas, y resistió constantemente la invasión de los rebeldes. Nada era más lógico: las nobles y poderosas familias yemeníes que lo ocupaban debieran ser el objeto constante de la envidia y rencor de aquellas castas impuras; y así fué que esta ciudad y su territorio sufrieron por muchos años, y con variado éxito todo el horror de esta guerra devastadora y sanguinaria. Al fin Hafsún se retiró hacia las montañas de los Pirineos; y allí encontró apoyo entre los pueblos cristianos independientes, que poblaban aquellos confines; mas á pesar de esto, los escándalos subsiguieron por todo el tiempo que duró el infeliz reinado de Abdallah, y no cesaron hasta que en el año 300 de la Égira (912 de J. C.) subió al poder su nieto Abd-el-rahmán III de este nombre.

Nacido de madre cristiana, ó por lo menos mestiza, satisfizo la elección á todos los partidos. Con política, valor y entereza supo   —514→   no solo consolidar su trono, sino contener y castigar á los enemigos de su poder y de su pueblo. Restablecida la paz, el emirato de los Ommíadas llegó al apogeo; y Libla, como todos los pueblos sujetos á su mando, se repuso de los pasados disturbios, y acresció en poder y riqueza. De igual fortuna logró durante los reinados que siguieron hasta que á fines del siglo IV de la Égira ocurrió la muerte del célebre Hagib Almanzor, y de sus hijos Abd-el-mélik, y Abd-el-rahmán; todas las ambiciones se desbordaron, el imperio se fraccionó, y nuevas y angustiosas convulsiones arrojaron del trono al débil y afeminado príncipe Hixem II.

Durante estas revueltas Libla siguió el partido de Suleymán, que favorecido por la guardia africana del desventurado Hixem usurpó el trono con varias fortunas contra las pretensiones de Mahomad el Mahdí desde el 399 al 405 de la Égira, (1008 al 1014 de J. C.); y en estas oscilaciones siempre Libla le fué fiel hasta que los Benihamudes lo vencieron y mataron25.

Ali-ben-hamud, africano, que se decía descendiente de los nobles Edrisitas, fingióse sucesor legítimo de Hixem II, usurpó el dictado de Imam, y á su nombre como jefe de la religión se hizo chobta en las mezquitas; pero este atentado no encontró bastante eco, y muchos honrados y religiosos muslimes dudaron de su legitimidad y se hicieron independientes. Los habitantes de Libla fueron de este número hasta que Alkassem, hermano y sucesor de Ali, en 410 de la Égira (1019 de J. C.) la sujetó á su poder, concediéndola por juro de heredad á Ahmed, árabe ilustre de los yahsobíes26, familia que radicaba en la ciudad, que ahora se denomina Alcalá la Real.

Largo y turbulento fué el período que siguió á los emiratos de Alkassem, Yahie y Edris Hamuditas: durante ellos se hicieron independientes muchos señores poderosos, y hasta hubo alguno que para hacerse superior á los demás, pretendió la resurrección de Hixem, y á su nombre gobernó el Estado. En este turbulento   —515→   periodo, que alcanzó hasta el año 480 de la Égira (1087 de J. C.), los pueblos sufrieron todo género de privaciones, y la conciencia del honrado muslime estuvo inquieta y azarosa en la duda de la legitimidad ortodoxa de aquellos jefes; y muchos reconocieron solo como legítimo al Abbasida, que dominaba en Damasco. Los yahsobies en Libla se mantuvieron independientes por muchos años, dominaron un territorio considerable, y si no lograron la supremacía á que todos aspiraban, equilibraron empero el poder de los demás, y obtuvieron por su habilidad, firmeza y valor, toda la consideración y respeto que fuera posible en aquellos tiempos azarosos.

En el año 433 de la Égira (1041 de J. C.), murió Allmed Yahsobí, el emir de Libla, y su reino se dividió entre sus hijos Ayub y Ahmed, tocando al primero el señorío de Welba y de Gezira Saltix, y al segundo el de Libla. Ambos príncipes conservaron su independencia por muchos años, á pesar de las disimuladas pretensiones á estos Estados de los Abenabedes de Sevilla, y de los Benialaflas de Badajoz. Ayub se distinguió por este tiempo siendo caudillo de la caballería de Almoatedid Abenabed, rey de Sevilla; y mandándola venció repetidas veces á los príncipes aliados de Granada, Málaga y Ecija, émulos del poder de aquel. Más adelante tomaron estos príncipes parte en la confederación de los reyes de Badajoz, Sevilla y Córdoba, contra los de Toledo, Valencia, y de toda la parte oriental de España; aunque quedaron resentidos de Almoatedid de Sevilla, porque éste, en la junta celebrada al efecto, no quiso reconocer la soberanía de las taifas de Welba y Libla, sino como súbditos del reino de Sevilla. Los yahsobíes buscaron ocasión para sacudir el yugo de Almoatedid de concierto con los gewares de Córdoba.

Aprovechando estos nuevos disturbios una noble familia del país27, se hizo dueña de Welba y de Saltix, y poco después ocupó   —516→   á Libla. Llamábase el jefe de esta tribu Abu-zeid Abd-al-aziz, y correspondía á la alcurnia de los bekríes, nobles yemeníes a quienes, como se ha dicho, se repartió este territorio después de la conquista, que prestó importantes servicios á la causa de los Omeyas. Abd-al-aziz procuró por algún tiempo conservar su señorío é independencia, valiéndose para ello de alianzas con los reyes comarcanos, guardando siempre el equilibrio del poder entre los de Sevilla y Badajoz. Notable fué la nombradía de este Emir, y su nombre ha pasado á la posteridad como modelo de prudencia y virtudes.

Recientemente se han descubierto en la Puebla de Guzmán, antigua aldea del territorio de Niebla, dos inscripciones sepulcrales pertenecientes á esta familia, y que corresponden á este mismo tiempo. Dicen así:

Inscripciones árabes

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Inscripciones árabes

En el nombre de Dios clemente y misericordioso.
Alabado sea Dios, el que hace reir y llorar;
y alabado sea Dios que mortifica y vivifica; y alabado
sea Dios que resucita los muertos, puesto que es sobre
toda cosa poderoso. Este es el sepulcro de Abd-al-latif
ben Ornar ben Bekr el cual confesó que no hay más Dios
que Alá el único, que no tiene compañero. Murió en
día de Martes á últimos de... (y quinientos)
.

En el nombre de Dios clemente y misericordioso.
Alabado sea Dios, el que hace reir y llorar;
y alabado sea Dios, el que mortifica y vivifica; y alabado
sea Dios que resucita los muertos, puesto que es sobre
toda cosa poderoso. Este es el sepulcro de Obaydo-lah, Abu...
ben Ahmed ben Bekr (háyale Dios perdonado,
y hágale entrar en el paraíso, y los favores de Alá sean sobre él).
Confesó que no hay más Dios que Alá el único
el que no tiene compañero, y que Mohammad es su siervo y
su mensajero. Murió el día de la Giummaa (viernes), á 11
días por andar de la luna Xawal del año cinco
... y quinientos.



Estas inscripciones se han recogido por la Comisión de monumentos de la provincia de Huelva; y la traducción se debe á mi   —518→   amigo D. Pascual de Gayangos, ilustre miembro de esta Academia, que ha reducido también los caracteres cúficos, en que están escritas, al árabe vulgar, como aquí aparecen; pero volvamos á nuestro propósito, y continuemos la narración de los hechos históricos que ocurrieron durante el emirato de Abd-al-aziz.

No bien Almoatedid, rey de Sevilla, hubo afirmado su poder sobre las pretensiones de los reyes inmediatos, cuando procuró recuperar la soberanía, que hacía tanto tiempo deseaba de la casa de Libla; y al efecto, mandó á su hijo Mahommad Almutamed Abén-Abed con numerosa hueste para reducir aquellas tenencias. El infeliz Abd-al-aziz, que carecía de fuerzas suficientes para defenderse, y que no contaba por entonces con auxilios extraños, entregó la ciudad de Libla por avenencia, trasladando sus tesoros y familia á Gezira Sáltix. Á pesar de este concierto Almutamed siguió en su propósito, y se apoderó de Gebaloyún28 y de Huelva, poniendo en conflicto á la isla inmediata de Sáltix; y como entend iese Abd-al-aziz que los habitantes de ella mantenían inteligencias con los de Sevilla, y trataban de venderle, se pasó á una torre muy fuerte y cercada de mar, frontera á la isla, llevando sus riquezas y consigo á los más leales de su casa. Las tropas de Sevilla lo cercaron en la torre tan estrechamente, que no pudieron llegar barcos con provisiones para el mantenimiento de los cercados; y en este apuro, esperando en vano el bekrita auxilios de Algarbe, dicen los historiadores que ajustó una barca en 10.000 dinares de oro, y en ella salió una noche de la torre con su familia, y lo más precioso de sus bienes, burlando así la vigilancia de Almutamed. Así este príncipe infortunado abandonó su país natal, sus estados y señoríos, y anduvo errante y perseguido por las costas hasta que el régulo de Carmona lo recogió y hospedó en su casa. Poco después, convoyado por las tropas de este príncipe, pasó á Córdoba, donde Mahommad ben Gewar le dio acogida, regalándolo y respetándolo, conforme merecía su nobleza y calidad.

Almoatedid, el rey de Sevilla, á pesar de sus enojos con esta   —519→   familia, tuvo la política de encomendar en fieldad la tenencia de Libla á Obeid-allah, hijo de Abd-al-aziz, diciéndole que se la donaba, no por sucesión ni por derecho de familia, sino en remuneracion á los méritos que había contraído en su servicio; y á esta distinción correspondió lealmente Obeid-allah, siendo en adelante caudillo de la caballería de Sevilla, y haciendo la guerra al rey de Carmona, á quien arrojó de sus Estados á pesar de la buena acogida que poco antes le dispensó á su padre, porque en Obeid-allah podían más sus deberes de lealtad y gratitud que sus afecciones personales.

Muerto Almoatedid le sucedió su hijo Almutamed, quien por causas que se ignoran separó á Obeid-allah de la tenencia de Libla, y pasó este príncipe al servicio de Mahommad ben Man, rey de Almería, el cual lo distinguió y honró por toda su vida, no solo por sus gloriosos hechos de armas, experiencia y discreción en el mando, sino es como poeta insigne, cuyos versos más escogidos se conservan entre los códices de aquel tiempo. Abd-al-aziz el Bekrí murió en 456 (1064 de J. C.), y Obeid-allah en 487 de la Égira (1094 de J. C.).

Expulsados los bekritas del señorío de Libla, Welba y Gezira Sáltix, quedaron definitivamente incorporados estos Estados al de Sevilla, siguiendo la fortuna de los Aben-Abedes, quienes por algún tiempo aspiraron al dominio universal de la España árabe, deshaciéndose con la ayuda de príncipes cristianos, y con sus artificios y arterías de sus enemigos y haciéndose dueños de varios territorios. Estos disturbios y trastornos al paso que prepararon la ruina del poder agareno en España, dieron ocasión al engrandecimiento de los reyes de León, que desde las áridas montañas de la Cantabria fueron paulatinamente extendiéndose por las llanuras, y no detuvieron sus conquistas hasta ocupar á Toledo. Hasta el reinado de D. Alonso VI, el límite natural de aquellos pueblos corría desde los Pirineos y costa de Cantabria hasta las cordilleras que en el día separan á la vieja de la nueva Castilla; pero hecho Toledo centro del poder castellano en España, su límite natural debió extenderse hasta la Sierra Morena, y en efecto, bien pronto Madrid, Consuegra, Maqueda y otros pueblos importantes fueron presa de las armas venturosas de D. Alonso,   —520→   y no se creyeron seguros los alárabes sino dentro de las Andalucías.

Este estado calamitoso y desgraciado para los muslimes, les hizo conocer, aunque tarde, sus locas ambiciones y pasados desvaríos; y concertaron llamar en su amparo á los almoravides de África. Jusef ben Taxfin, jefe de estas aguerridas tribus, acudió á la invitación, y pasando el Estrecho con fuerzas numerosas, concertó con los emires andaluces la campaña contra los cristianos. En las inmediaciones de Badajoz dieron la memorable batalla de Zalaca, en donde Alfonso fué derrotado, y por lo que lograron los muslimes contener por algún tiempo á las fuerzas de Castilla y dar tregua á su infortunio. Retiróse Jusef al África, pero bien pronto tuvo que intervenir en los asuntos de España, porque no era posible aunar aquellos espíritus tan débiles en el combate contra el enemigo común, como susceptibles y rencorosos entre sí; y así, conociendo la necesidad de reunir bajo su dominio los Estados fraccionados de los árabes de España, dió principio á la usurpación, prendiendo en 484 de la Egira y 1091 de J. C. el Al-mutamed Abén Abed, rey de Sevilla, y ocupando los suyos. Libla desde luego quedó sujeta al dominio de aquellos africanos.

Los almoravides consiguieron su objeto, y el país se salvó de caer en poder de los cristianos; y en la batalla de Uclés quedaron por más tiempo reprimidos y consolidado el de esta raza africana en la Península. Pero estaba escrito; la media luna debía ceder ante la sacrosanta cruz del Salvador, y bien pronto nuevas turbaciones hicieron desaparecer aquellas ventajas momentáneamente conseguidas por los almoravides, y prepararon la pérdida de las Andalucías.

Un fanático comentador del Corán apareció en África bajo el título del Mehedí (el prometido), y se hizo de numerosos prosélitos. Quisieron los príncipes almoravides contener estas novedades, pero á pesar de la capacidad, valor y energía que los adornaba, sus esfuerzos fueron inútiles, y en poco tiempo viéronse engrandecer aquellos sectarios, y proclamando jefe al Prometido, apoderarse de las mejores provincias de la Berbería. Los árabes españoles poco reconocidos á la protección que debían á los almoravides, ó tal vez quejosos del excesivo orgullo y loca altivez de   —521→   estos, aprovecharon aquellos desórdenes y procuraron volver á su estado independiente, aunque débil y peligroso.

En el Algarbe estalló la primera sublevación (año 539 de la Égira, 1146 de J. C.) contra los almoravides. Ahmed Abén Cosa, natural de Silves, y discípulo del Gazelí, y que profesaba doctrinas análogas á las del Mehedí, se hizo seguir de sus sectarios, y de expositor y predicador alzó el estandarte de la rebelión. Mahomad Alcabela, morador de Gezira Sáltix, se unió á esta parcialidad y con Omar Abén Almondar y otros caudillos reunieron tropas y arrojaron de Mértola á los almoravides. Abén Cosa se proclamó Imam y jefe supremo de aquel Estado, y Almondar fué nombrado adelantado y general de las tropas. Fuertes y numerosos atraviesan el Guadiana y fueron sobre Welba; la cercaron, y sin mucha resistencia quedó en su poder. Pasaron de allí á Libla, en donde los almoravides se habían hecho fuertes, y la combatieron con artificiosas máquinas. La ciudad se resistió por mucho tiempo. Mas habiendo recibido los rebeldes refuerzos del Algarbe, después de recios ataques la entraron por la inteligencia y favor del alcaide Jusef ben Ahmed, el Pedruchí, que defendía una de las más fuertes torres por los almoravides.

Dueños los rebeldes de Libla, y de su comarca, pasaron sobre Sevilla; después de haberse apoderado de Hisn-Alcázar y de Tolliata (Aznalcázar y Tejada) y de haber hecho varias correrías en aquel territorio, llegaron á Atrayana, que es el barrio de aquella ciudad situado á la derecha del Guadalquivir. Abén Gania, gobernador de Andalucía por los almoravides, salió de Córdoba para defender á Sevilla contra los rebeldes, á los que combatió y derrotó completamente hasta obligarlos á retirarse en dispersión hacia el Algarbe. Libla sin embargo, se puso en defensa; y á pesar de que Abén Gania la combatió fuertemente por espacio de tres meses, en que padecieron mucho los sitiadores á causa del rigor del invierno, no pudo tomarla y retiróse precipitadamente, porque la rebelión se hizo general en todas partes, alzándose varios caudillos en Murcia, Valencia, Córdoba y Málaga; por lo que temerosos los almoravides de su ruina, se apoderaron de las islas Baleares, para encontrar á todo evento un asilo en sus infortunios.

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Todo fué confusión en estos tiempos, y los cristianos aprovechando oportunamente estos desórdenes, se apoderaron de varias plazas de importancia, y el naciente reino de Portugal se consolidó á fuerza de victorias conseguidas sobre los muslimes, llegando Alfonso con sus correrías hasta la Extremadura y el Algarbe. Los engreídos príncipes sarracenos, lejos de aunar sus fuerzas contra el común enemigo, se valían de él como auxiliares para satisfacer su ambición y vengar sus rencillas. Con motivo de haber ocurrido disensiones entre Omar y Abén Cosa, éste entró en negociaciones con D. Alonso Enríquez de Portugal; y con su auxilio recuperó á Mérida y Beja, y así enseñó á los cristianos el camino para tan fértiles comarcas, y excitó su codicia para apoderarse de ellas. Abén Cosa conociendo que era difícil contener á sus émulos, y vencer á los almoravides, que con vario suceso permanecían en Sevilla, concertó con los almohades africanos, y les ofreció su ayuda, para entrar en la Península.

En el año 540 (1145 de J. C.) atravesaron por primera vez aquellos sectarios el Estrecho; y con el auxilio de Abén Cosa, y de numerosa caballería del Algarbe se apoderaron de Algeciras; al año siguiente de Sevilla; y arrojaron definitivamente á los almoravides de esta comarca. Abd-el-mumen, sucesor de Mehedí y jefe de aquellos fanáticos, extendió su dominación por la Península, arrojando de ella el resto de los almoravides, y venciendo á los débiles caudillos que en pequeñas fracciones dividían la Andalucía. Niebla vino á su poder con los Estados de Abén Cosa, que al cabo renunció su derecho y murió en África.

Pero ya no bastaban los auxilios de los poderosos señores de Mauritania para contener las irrupciones de los cristianos de Portugal, de Aragón y de Castilla. A pesar del poder colosal de Adb-el-mumen y de sus sucesores, de haber ganado la célebre batalla de Alarcos, y de que por ella lograron los árabes españoles algún reposo, este fué efímero; y los cristianos sistemando sus empresas por medio de las órdenes militares de caballería, constantemente aumentaban su poder y territorio, no pasando año, mes, ni aun día que no fuese galardonado por un triunfo. A pesar de la distancia que mediaba entre el territorio de Niebla y la frontera de operaciones, fué varias veces saqueado, y la ciudad puesta en conflicto,   —523→   ya por las armas de Castilla, ó por las de los reyes de Portugal. Refieren nuestras crónicas que D. Alonso, dicho por los moros Ben-EnriK de Colimria ganó á Beja en 1155 de J. C., 549 de la Égira, haciendo en ella una cruel carnicería29. En 1184 (580 de la Égira), D. Sancho, hijo del mismo D. Alonso, rey de Portugal, pasó al Alentejo, y corriendo toda la tierra hasta Sevilla, difundió el terror y el espanto por todas partes30. Cercó á Niebla con el fin de tomarla; pero como los moros de Extremadura, y los almohades atacaron sus Estados, tuvo que retirarse victorioso hacia Santarén, ante cuyos muros pereció entonces Jusef Abén Jacob, emir almumenín de aquel imperio31. En 1189 tomaron los cristianos á Silves, y recuperaron á Yelves; y en 1190 los reyes de Castilla y de Aragón, juntaron sus ejércitos, y llegaron hasta el Guadalquivir, destruyendo y asolando la Extremadura y Andalucía. Dícese que sus victoriosas armas no pararon hasta el mar por Libla y Welba, ejerciendo toda clase de robos y destrozos en el país.

Aún pasó más adelante el conflicto. El emir almumenín Mohammad Abén Jusef, dicho el verde, quiso de una vez contener estas algaras y destruir para siempre á los enemigos de su pueblo y de su ley. Reunió cuantas fuerzas pudo haber en África y en España, y los campos de Andalucía se vieron cubiertos de los espesos escuadrones y de la innumerable infantería que acudió á la guerra santa. Nunca se vieron en mayor conflicto los cristianos; pero todo este poder y toda esta fuerza, que cubría montes y valles y que infundía tanto espanto y consternación, con la ayuda de Dios fué destruída completamente en la célebre batalla de las Navas de Tolosa, y todo fué obra de un solo día. Mahommad pasó avergonzado el Estrecho, y escondió en Africa su ignominia. Los muslimes españoles que sufrían impacientes el yugo almohadita, se rebelaron al poder de estas gentes, porque conocieron su impotencia para defenderlos; mas volvieron entre sí á ensangrentarse con nuevas rivalidades y disputas.

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Mahommad ben Jusuf Abén Hud, noble alárabe del territorio de Murcia, descendiente de los antiguos reyes de Zaragoza, y que heredó de ellos su espíritu independiente, valor y denuedo, se alzó en aquella ciudad contra los almohades y reconoció como Imam ó jefe supremo de la religión al Abbasida del Oriente. Dueño sucesivamente de Granada, de Córdoba y de Sevilla, pasó al Algarbe y contuvo á las órdenes de Caballería y á los cristianos de Portugal, recobrando de estos algunas plazas perdidas; pero otras nuevas ambiciones vinieron á embarazarle en su propósito. Alhamar el Nasserita se rebeló á su vez en Arjona; Abén Zeyar y Zidán Abenlaad en Valencia; y en nuestro Algarbe y territorio de Libla, un caudillo afrícano llamado Musa, ben Mahommad, ben Nasser, Abén Mahfot32. Por todos los medios posibles procuraron Abén Hud y Alwatek, su hijo, contener estas revueltas, pero no bastaron sus esfuerzos; y el hábil y aguerrido rey de Castilla, Fernando el Santo, aprovechándolas se hizo dueño de Córdoba y de varios pueblos de aquel territorio; y cuando se preparaba Abén Hud á contrarrestar las fuerzas de aquel rey, fué asesinado en Almería. Alhamar se apoderó de Granada y de toda la parte oriental de Andalucía, confederándose con San Fernando para destruir á los príncipes independientes de Sevilla y del Algarbe.

Abón Mahfot había fijado su residencia en Niebla, haciéndola capital de su reino; se tituló emir del Algarbe con el de Almotainbillah (el confiado en Dios); hízose independiente de los almohades; reconoció como Imam al Abbasida del Oriente y acuñó moneda en su nombre. Sabiendo que el rey de Castilla, confederado con Alhamar, que lo era de Granada, disponía un numeroso ejército para el sitio de Sevilla, acudió á socorrer esta ciudad, y al frente de los muslimes del Algarbe, de Niebla y del Aljarafe de aquella capital33, defendió la orilla derecha del Guadalquivir   —525→   contra los esfuerzos combinados de los referidos príncipes. Nuestras crónicas hacen mérito del valor y experiencia de este caudillo34.

Sucumbió Sevilla al cabo de un largo asedio, en el que por ambas partes hubo actos de valor heroico, y los desgraciados moradores de aquella ciudad ilustre, que no tuvieron medios para trasladarse al África, buscaron asilo en Granada, Jerez y Libla; y Abén Mahfot, sintiéndose poco fuere para oponerse á las armas victoriosas de San Fernando, por temor de acelerar la pérdida de sus Estados, acudió al vencedor y le prestó vasallaje. Desde entonces Libla quedó tributaria de Castilla, y su príncipe acudía á las Cortes de aquel reino y confirmaba los privilegios35 que sus reyes otorgaron.

Si bien Libla hasta esta época había sido importante en su riqueza y población, como se lleva demostrado, por consecuencia de aquellas emigraciones se aumentaron sus recursos, y el poderío de su príncipe se hizo respetable; pero si se considera la posición geográfica de aquel reino, fácilmente se comprende que su existencia debía ser muy efímera.

El reino de Libla ó del Algarbe, comprendía en la época á que nos referimos todo el territorio que hoy se llama provincia de Huelva, extendiéndose hasta Serpa y Moura, pertenecientes al Alentejo de Portugal, y ocupaba además todo el Algarbe en aquel reino, y en él las ciudades de Faro, Tavira, Loulé, Castromarín y otras; es decir, tenía toda la costa desde el cabo de San Vicente hasta la desembocadura del Guadalquivir. Su límite N. lo formaba el ramal de Sierra Morena, que corre desde la de Aroche y termina en el mar por las inmediaciones del referido cabo, teniendo por fronteras las villas que los reyes de Portugal y las Órdenes militares de Castilla acababan de sujetar á su dominio en aquel reino y en Extremadura; y por último, al E. lo separaba   —526→   el reino de Sevilla, que acababa de sujetar también á su poderío el santo rey Fernando, del territorio en que dominaban aún los sarracenos en Andalucía. Se encontraba así aislado y sin más comunicaciones con sus correligionarios, que las que por mar pudieran facilitarle los puertos del Algarbe y el de Welba.

Murió en Sevilla en 1252 (650 de la Égira), el rey de Castilla Fernando III, y le sucedió su hijo primogénito Alfonso X, príncipe que se había distinguido por sus hechos de armas, y aún más por sus estudios, que le valieron el renombre de Sabio. Alfonso siguió por algunos años la conducta aguerrida de su padre y de su época, y concibió el proyecto de extender sus conquistas al África; pero antes de intentar esta empresa, no creía conveniente dejar pueblos enemigos á su espalda. El reino de Libla y los de Talliata y Jerez fueron el objeto de sus primeras conquistas.

En el segundo año de su reinado con motivo ó bajo el pretexto de haber incomodado los súbditos de Ahmed, régulo de Talliata, á los vecinos de Sevilla, las tropas castellanas se apoderaron de aquel pequeño Estado, y sus tierras y heredades se repartieron entre los conquistadores. Talliala ó Tejada, ciudad fuerte interpuesta entre Sevilla y Libla, equidistante de las dos, y en donde estuvo la antigua Tucci, de que en la primera parte hicimos expresión, servía de valladar entre ambos reynos y su conquista y repartimiento36 al paso que fué el aliciente de los nuevos colonos para estimular su ambición á extender sus dominios, puso más en contacto al orgulloso castellano con aquel pueblo, cuyo exterminio había decretado. Para el año siguiente de 1257 preparó Alfonso X la conquista de Libla.

Las crónicas españolas dicen que Abén Mahfot alzó el vasallaje y se rebeló contra el rey de Castilla; mas es lo cierto que Pelay Pérez Correa, Maestre de Santiago, atacó las posesiones de Abén Mahfot, y después de haber combatido en las alturas de Tentudía, donde dicen se repitió el milagro que Dios obró con Josué37, se   —527→   extendió como un torrente por las sierras de Aroche y de Aracena, ocupando todos los pueblos que desde estos puntos mediaban hasta la del Andévalo. El reyno de Libla quedó reducido al litoral y al verdadero Algarbe de Portugal.

En crítica situación se encontraba Abén Mahfot y los suyos; y era tanto más desesperada cuanto que ningún auxilio podía esperar de sus correligionarios. El rey de Granada era en aquel tiempo aliado y vasallo del de Castilla, y los príncipes africanos divididos en bandos y en discordias intestinas, mal pudieran prestarle socorros, á más que los bajeles de Castilla cerraban de antemano las barras de los puertos sujetos á Libla, para impedir socorros ultramarinos. Sin embargo, la ciudad estaba entonces bien fortificada; sus muros, torres y alcazaba podían resistir fuertes combates; contaba numerosos defensores amaestrados en las batallas, y el país le convidaba con bastimentos para muchos meses. Con estos elementos Abén Mahfot desafió el poder de Alfonso, y se preparó á la defensa.

Triste es que las crónicas de Castilla sean las únicas que nos digan de la conquista de esta ciudad, y que sean tan concisas que apenas encontremos en ellas lo preciso para deducir la época en que se verificó aquella, y los nombres de algunas de las personas que en estos hechos de armas intervinieron. Este vacío solo puede llenarse con la tradición ó por deducciones de monumentos, que se han conservado de aquella época, sujetando siempre sus investigaciones y aquellas noticias á la crítica más severa. Por no embarazar el plan narrativo que hemos adoptado, reservaremos las referencias á breves notas añadidas al texto.

Alfonso X convocó ejército competente para esta empresa; y le acompañaron de orden de Alhamar el walí de Málaga, que era de los Beni Escalida y muchos caballeros moros sus vasallos, el concejo de Sevilla, la orden militar del Templo, la de Calatrava con su esclarecido maestre D. Pedro Yáñez y otros muchos valientes campeones38. Iban también para su consejo D. Ramón Losana, obispo de Segovia, que fué después arzobispo de Sevilla,   —528→   y varios religiosos de la entonces naciente orden de predicadores, y con todos pasó el rey en persona sobre Niebla; y después de haber obligado á sus defensores á que se encerrasen en sus muros tomó los puestos de aquel cerco.

Principióse el asedio y los asaltos ayudados de ingeniosas máquinas de guerra, pero ninguno tuvo resultado. Los agresores eran rechazados con pérdidas notables; las máquinas reducidas frecuentemente á cenizas, y es sabido que lanzaban desde los muros piedras y dardos con artificios y tiros de trueno con fuego, de lo que se ha tomado ocasión para decir que en Libla fué donde primero se usó la artillería en España 39 . Hacían también los sitiados salidas y arrebatos sobre los del campo, por manera que este tuvo que fortalecerse para evitar pérdidas y mejorar el sitio. Por estos contratiempos Alfonso dispuso convertirlo en bloqueo, y ya que no por fuerza de armas, por hambre reducir á los valientes y desesperados muslimes que lo defendían.

Pero ni en esta posición el ejército pudo conservarse sin inconvenientes. Llegó el estío, y una plaga de insectos infestó el campo, llevando por todas partes la corrupción y la peste. Los bastimentos se corrompían, las enfermedades principiaban á cundir por él y los soldados de Castilla, por huir de la muerte, abandonaban sus banderas. Alfonso acudió á su Consejo para ver de conjurar el mal, y es fama que fray Pedro y fray Andrés, religiosos dominicos le aconsejaron que se procurase apurar la plaga de moscas, único origen de aquellos males. Este consejo tuvo un resultado ventajoso. Ofreciéronse dos torneses por cada almud de aquellos insectos, y fué tanta la priesa que la gente menuda del ejército se dió para apurarlas, que muy en breve lo consiguieron, llenando con ellos dos silos viejos contiguos á las murallas. Merced á este ardid, el sitio pudo conservarse sin inconvenientes.

Mas eran pasados ocho meses y la ciudad aún no daba muestras de rendirse. El rey D. Alfonso temía renovar los ataques que hasta allí habían sido sin fruto, y desesperaba alcanzar en aquella campaña la conquista; pero en realidad, la situación de los de   —529→   Libla era desesperada40. Los ataques y las enfermedades habían disminuído notablemente el número de sus aislados defensores, y la escasez y el hambre se hacían sentir entre el pueblo. No esperando ni pudiendo recibir socorros, su pérdida era inevitable, y solo confiaban en el cansancio y abatimiento del ejército cristiano. Por esto Abén Mahfot procuraba cubrir su falta de recursos: y al mismo tiempo que constantemente procuraba ostentar en la defensa de la plaza lucidos guerreros y vigorosa resistencia, quiso demostrar que conservaba bastimentos para los sitiados por más tiempo del que era presumible. Para esto hizo salir de la ciudad al campo cristiano41 un buey excesivamente grueso y henchido de trigo, no solo para demostrar que su posición era más abundante de lo que creían, sino para insultarlos regalando á los expugnadores aquello de que empezaban á carecer. Sin embargo, este ardid no produjo el efecto que Abén Mahfot se propuso, porque avisos secretos de la plaza anunciaron á Alfonso que no podían mantenerse. Merced á estas confidencias el sitio desde entonces se hizo más estrecho y los ataques más violentos y continuos.

Desengañados los moros y viendo segura su ruina, principiaron á negociar la entrega de la plaza. Abén Mahfot ofreció dejarla libre siempre que se le concediesen medios con que poder mantenerse y vivir en otra cualquier parte. La proposición fué admitida; y Libla capituló á los nueve meses y medio de sitio, bajo las mismas bases que nueve años antes lo hizo Sevilla. Abandonaron los moradores su país natal y fueron á buscar asilo y protección donde aún las oraciones del Corán se recitaban en las mezquitas. La mayor parte se retiraron hacia Granada y algunos al África. En 1257 (655 de la Égira) sucumbió Libla al poder irresistible de la vencedora Castilla, á los quinientos cuarenta y cinco años de dominación agarena42. Su antigua y noble población arrojada   —530→   de su país natal, y sus elegantes mezquitas fueron convertidas en templos al Dios verdadero.

Abén Mahfot obtuvo del rey D. Alonso, su antiguo amigo, una prueba generosa del respeto debido á su valor desgraciado, y á la fe de las capitulaciones. Dióle heredamientos en las inmediaciones de Sevilla, diezmos de aceite en su Aljarafe y cuantía de maravedises sobre la judería de aquella ciudad43. Quedó como vasallo y rico home, y hubo mantenimiento honrado en toda su vida. Alfonso X fué una excepción notable de grandiosidad de alma en aquel siglo intolerante y feroz.

A pesar de la dominación agarena, Libla conservó población cristiana; tuvo sus obispos y en su territorio había pueblos enteros habitados por personas de esta creencia. El famoso Eulogio de Córdoba hace mención de María y de Walabonso, hermanos, naturales de Elepla, que padecieron martirio en aquella ciudad en el reinado de Mahommad I; y la crónica del arzobispo D. Rodrigo nos dice44 que el obispo cristiano de Niebla, durante la dominación de los almohades tuvo que abandonarla expulsado, y se retiró á Toledo, donde permaneció hasta su muerte. Estos datos son importantes para conocer los heterogéneos elementos de que se componía la población y la tolerancia con que los árabes consideraban á la indígena45.

Cuéntase que en una de las excursiones de Almotamed, rey de Sevilla, á los pueblos del Algarbe, contra los Benialaftas de Badajoz, llegó á uno de cristianos, al parecer de la cora de Libla, y sus habitantes, á fin de substraerse de las vejaciones de las tropas, reclamaron de aquel rey les guardase y conservase los fueros y capitulaciones que les fueron otorgados por Muzaben Nosseir, cuando la conquista, y que constantemente se les habían respetado en tiempo de los califas Ommeyas de Córdoba. Almotamed   —531→   accedió á sus deseos, y de este pueblo sacó en adelante 500 hombres escogidos para la guarda de su persona, todos cristianos. Es evidente por estos datos, que existió en este territorio población cristiana, siendo además tradicional en el país la existencia, antigua de mozárabes en los pueblos de la sierra.

Tal es en bosquejo la historia de Libla en todo el tiempo de la dominación agarena en España. Dice de ella Xerif al Edrís, conocido por el Nubiense: «que es ciudad antigua y muy hermosa, de mediana extensión, que tenía muros fortificados, y á su parte oriental corre un río que viene de los montes y se pasa por puente; que dista del mar seis millas, y había en ella zocos y mercados muy abundantes, y que manaban fuentes en un prado al Poniente de la misma ciudad.» Vernos por este autor comprobado no solo el crédito de antigüedad que se le daba en los tiempos en que escribió Al-Edrís (geógrafo del siglo XII de la era cristiana), sino que ya existía el puente y sus muros fortificados; por manera que, á no dudar, el recinto actual amurallado de Niebla fué por lo menos formado por los árabes. Habla también de zocos, ferias ó mercados, y hasta en el día se conservan trayendo aquel origen. Niebla, desde tiempo antiquísimo, ha conservado la costumbre de celebrar tres ferias al año, que si bien ahora no son muy concurridas, han sido famosas en tiempos no muy remotos, y estas se reunen en las plazas ó zocos, de que el Nubiense hace expresión.

Pero sobre todo es notable el acueducto que los árabes formaron para dotarla de aguas. Arrancaba una legua distante de la población, no muy lejos del lugar de Bonares, en el sitio que llaman Val-de-morales, y de allí se dirigía á Niebla, atravesando el río Tinto por una fuerte cañería que cubrían las aguas. Próximo á este sitio tiene la villa la puerta que llaman del Agua, sin duda porque allí estarían las fuentes de donde se abastecía la ciudad. La obra de esta cañería fué muy esmerada, según se deduce de los pocos restos que se conservan. Además, en un valle al O. de la población existe otra fuente, que aunque de construcción moderna, lo ha sido sobre otra más antigua, que sería precisamente una de aquellas de que hace mérito el mismo geógrafo.

Varios edificios conserva Niebla, que demuestran su origen árabe. El más notable es la iglesia parroquial de Santa María, en   —532→   la cual existen unos cuantos arcos de los llamados de herradura, columnas y capiteles de aquella construcción y la base de su antiguo minarete.

En tiempo de Rodrigo Caro estaba la iglesia cerrada de bóveda, y existía el patio de naranjos de las antiguas mezquitas; en el día la bóveda está revestida de un artesonado de madera de construcción del siglo XVII, y aquellos árboles han desaparecido. Cerca de la puerta del Buey existe también un torreón, que pudo servir de domicilio á algún alcaide de importancia, porque demuestra una construcción más esmerada y fuerte con cómoda distribución interior. El viajero puede estudiar y reconocer aquellas ruinas, y en ellas encontraría muchos restos que le revelen la dominación agarena, en cuyo tiempo llegó Niebla al apogeo de su riqueza y población, y mereció tanto se la considerase como punto militar de importancia, cabeza de distrito, punto de la residencia así de los walíes de los califas de Córdoba, como de los príncipes independientes que dominaron este territorio. Pasemos ya á examinarla después que fué recobrada por los cristianos, y describamos la historia de los varios acontecimientos ocurridos en Niebla46, para preparar la de su decadencia y ruina.



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