31
Este texto es una
prueba evidente de la prevención ante el estreno del drama
de Hugo. Con grandes recelos, la obra se presenta como un
experimento («faltaba hacer la prueba
más esencial...»
, «ha
elegido la empresa para tan importante ensayo...
, «tentativa... útil al interés del
arte»
) realizado con «buena fe
y con sana intención»
y de resultados inciertos
(«sea cual fuere su
éxito»
, «si fuere
adverso el fallo del público...
). El Artista,
II, pp. 34-35.
32
En Francia, sin embargo, fue criticado por no respetar la historia especialmente en lo relativo a su maternidad. Anne Ubersfeld: Le roi et le bouffon, Paris, José Corti, 1974, pp. 164-166.
33
También
Ubersfeld destaca la ambigüedad de la protagonista y su
eficacia dramática: «L'effort principal de Hugo porte sur le
personnage central: il en accentue la monstruosité en en
faisant la responsable ou l'auteur des crimes fraternels, mais du
même coup il donne à ces crimes leur poids familial et
tragique. En même temps Hugo met en lumière ce qui
n'intéressait nullement le tandem Gaillardet-Dumas,
c'est-à-dire la positivité du personnage
criminel»
. Anne Ubersfeld, Le roi et le bouffon,
op. cit., p. 162.
34
Bretón
siempre mostró admiración hacia aquellas criaturas
complejas y empujadas a cometer los más crueles delitos por
amor. Lucrecia Borgia sería el caso más cercano, pero
también podrían mencionarse otros como Tisbe, el
personaje femenino de Ángelo, o Clotilde, en el
drama homónimo de Soulié. Sin embargo, todos los
seres malvados que caen en el vicio sin justificación alguna
merecen su abierta repulsa. Tal ocurriría, por ejemplo, con
Rochester, protagonista del drama de Víctor Ducange
traducido al castellano con el título de
Seducción y venganza. Para Bretón, este
personaje «tramposo, borracho,
pérfido, cruel, licencioso hasta la insolencia; y [...]
necio»
no tiene razón de ser en el teatro por
estar falto de toda «circunstancia que lo haga digno a lo
menos de compasión, ya que no de disculpa». No es, por
tanto, el vicio en sí lo que hace que un personaje sea
indeseable, sino su falta de fundamento. Para Bretón, tan
ruin como Rochester era don Juan Tenorio pero este último,
en contrapartida, era «valiente,
galán y discreto»
, atributos que confieren
credibilidad y alto valor artístico y moral (La
Abeja, 30 mayo 1835).
35
Pensemos que más tarde, en su crítica a Catalina Howard, equipararía el talento y la energía de pasión de Hugo y Dumas, aunque haciendo notar que éste último tenía un mayor conocimiento del efecto teatral.
36
La capacidad por
mantener la intriga con alternancias entre la compasión y el
terror (las dos pasiones que para Aristóteles debía
provocar la tragedia en el espectador) es un tema recurrente en las
críticas bretonianas. Así, su reseña a la
tragedia de Martínez de la Rosa, Edipo,
Bretón expone su concepción -esencialmente
clásica- de la estructura de la tragedia. La principal
diferencia entre la tragedia griega y la moderna es que «ahora se requiere más acción,
más movimiento»
. M. Bretón de los Herreros:
Obra Dispersa, op. cit.,
pp. 187-192.
37
En muchos
artículos criticó Bretón la excesiva
uniformidad gestual de los actores. Frente a la rigidez de los
manuales de declamación todavía vigentes en aquel
tiempo, nuestro autor reclama una gesticulación más
natural basada en la observación de la realidad. En este
caso, resulta necesario traer a colación uno de los primeros
artículos de Bretón, el titulado «Sobre la
risa», donde analiza las características de una
veintena de risas, entre las cuales se encuentra la risa
sardónica. Y comenta a ese propósito con gran
ironía: «¡Dios nos libre de
ella! Toda es veneno. Regularmente es precursora de alguna maldad o
signo de haberse consumado alguna impía venganza. Apenas
baña la superficie de la boca: en las demás facciones
dominan el furor y la amargura»
. M. Bretón de los
Herreros: Artículos de costumbres. Ed. de Patrizia Garelli, Madrid,
Rubiños, 2000, pp.
31-32.
38
Concepción
Rodríguez, esposa de Grimaldi, fue una de las actrices
más elogiadas por nuestro crítico. Especialmente en
sus reseñas a Camila (M. Bretón: Obra
Dispersa, op. cit.,
pp. 77-79) y Gabriela de
Vergi (M. Bretón: Obra Dispersa, op.
cit., pp.
405-407), confiesa Bretón su entusiasmo por la capacidad de
la actriz para crear efecto en el espectador, combinando siempre la
belleza y la verdad. En este último texto llegará a
sostener que «no cabe en el teatro más sublime,
más perfecta imitación de la naturaleza». No
menores alabanzas le prodigaría Larra. También para
el crítico madrileño el estilo interpretativo de
Concepción Rodríguez demostraba que «en las artes de imitación la
perfección consiste, no en representar a la naturaleza como
quiera que pueda ser, sino de aquella manera que más
contribuya al efecto que se busca»
(Larra,
Artículos de crítica literaria y
artística, Ed. de
José R. Lomba, Madrid, Espasa Calpe, 1975, p. 70). Un buen número de detalles
sobre la vida de esta actriz pueden localizarse en David T. Gies:
Theatre and politics
in nineteenth-century Spain; Juan de Grimaldi as impresario and
government agent, Cambridge: Cambridge
University Press, 1988.
39
Carlos Latorre fue
otro de los actores más prestigiosos del momento. Tuvo el
honor de ser uno de los primeros maestros de declamación en
el Real Conservatorio creado por María Cristina en 1831.
Bretón, siempre muy respetuoso con su trabajo, sostuvo que
en su persona se reunían «las
dotes que constituyen un buen actor»
, exhibiendo siempre
«actitudes bellas sin dejar de ser
naturales, transiciones felices, oportuna expresión en su
rostro y ademanes»
(La Abeja, 12 de marzo de
1835). Asimismo, Julián Romea -discípulo de Carlos
Latorre en el Real Conservatorio-, es considerado por su
biógrafo R. Calalt como «el
precursor del naturalismo llevado a la escena»
(Ramón Caralt: Siete biografías de actores
célebres, Barcelona, Castells-Bonet, 1944, p. 62). Sus ideas acerca de los
métodos de interpretación quedan reflejadas en obras
suyas como Ideas generales sobre el arte del teatro,
Manual de declamación o Los héroes en el
teatro. En esta última asegura que «el arte es la verdad»
para, acto
seguido, verse como el «jefe, y hasta
cierto punto fundador, en nuestro país de esa escuela de la
verdad bien entendida»
(Julián Romea: Los
héroes en el teatro, reflexiones sobre la manera de
representar la tragedia, Madrid, F. Abienzo, 1866,
pp. 45 y 58). Bretón
siempre se declaró admirador y defensor del trabajo de
Romea, quien llegó a colaborar en su comedia La
ponchada, del año 1840. Ahora bien, la técnica
interpretativa de Romea disgustaba a muchos críticos y
dramaturgos. Es, por ejemplo, muy conocido su enfrentamiento con
Zorrilla con motivo del estreno de Traidor, inconfeso y
mártir, enfrentamiento que recoge este actor en sus
Recuerdos del tiempo viejo. Asimismo, Larra le
criticó que en Los amantes de Teruel
desempeñara su papel «con
tibieza»
(El Español, 22 enero 1837,
p. 2). También
Cañete fue muy duro con Romea, aun cuando -según
apunta Randolph- la actitud del crítico pudo deberse a un
conflicto personal (Donald A. Randolph: Don Manuel
Cañete, cronista literario del romanticismo y del
posromanticismo en España, Chapel Hill,
The University of North Carolina Press, 1972,
pp. 144 y ss.).
40
Monreal se especializó en la interpretación de papeles de traidor. Su carrera fue corta puesto que en 1845 se disparó un pistoletazo al salir del teatro.