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Buñuel, Lorca y Dalí

Los genios putrefactos de la Residencia


Jerónimo López Mozo





Es cada vez más frecuente que miremos al pasado a golpe de aniversarios. En ocasiones, cuando los cien años quedan lejos, las efemérides tienen lugar cada menos tiempo. Los actos que se organizan en torno a las emblemáticas fechas suelen contar con el apoyo de las instituciones públicas y de las cada vez más numerosas fundaciones culturales privadas, entidades que, sin exigirlo, condicionan su carácter y alcance. Así, es frecuente que lo rescatado para la ocasión muestre el lado más amable del sujeto homenajeado y oculte los asuntos que pudieran arrojar sombras sobre él o restar brillantez a su imagen. El resultado de tal utilización parcial y selectiva de los materiales de trabajo y de tanto maquillaje es que se está reescribiendo la historia, modificándola y falseándola hasta extremos vergonzosos. El temor a que Buñuel, Lorca y Dalí espectáculo auspiciado por la Comisión Aragonesa del Centenario (del nacimiento) de Luis Buñuel, fuera otro ejemplo de oportunismo estaba, pues, justificado. Por fortuna, no es el caso. Es cierto que se echa de menos un análisis más hondo del asunto tratado, que no es otro que el de las complejas relaciones que esos tres hombres geniales establecieron desde el momento mismo en que coincidieron en la Residencia de Estudiantes. Pero la propuesta del Teatro del Temple es digna en su contenido y brillante en su estética.

Rescatando fragmentos literarios y rasgos biográficos de los protagonistas, casi todos recogidos en el libro Buñuel, Lorca y Dalí. El enigma sin fin, de Agustín Sánchez Vidal, Alfonso Plou ha trazado un itinerario dramático que lleva, desde la gozosa amistad surgida entre las paredes de la Residencia, hasta el desgarro provocado por la guerra que se llevó a uno de ellos, Lorca, y levantó, entre los otros dos, una espesa barrera de silencio.

Bello espectáculo en el que Carlos Marín ha logrado fundir lo real y lo onírico con la argamasa proporcionada por el surrealismo que alimentó las extravagancias del trío y que marcó, no sólo sus obras, sino sus propias vidas. El empleo de las proyecciones cinematográficas, perfectamente integradas en la acción, resulta decisivo para lograr el clima adecuado.

Por el escenario circulan, además de Buñuel, Dalí y Lorca, alguno otros personajes que convivieron con ellos, como Pepín Bello, otro residente activo, Ana María, la hermana de Dalí, y su compañera Gala. También comparecen, traídos de ultratumba, el Cardenal Tavera, Pío XII y Franco, a quienes se une el honorable Pujol, que empieza a ser carne de escenario. No hay por parte de los actores un trabajo de interiorización de sus personajes, con excepción, tal vez, del de Buñuel, que interpreta con acierto, Santiago Meléndez. Los demás buscan el parecido físico con los que representan o con sus caricaturas, recurriendo al disfraz y a la reproducción de los gestos más conocidos por el público.

En esta ocasión el homenaje ha estado bien servido.





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