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Camilo José Cela

(Acercamiento a un escritor)

Alonso Zamora Vicente



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Camilo José Cela

Una página manuscrita del Pascual Duarte

Una página manuscrita del Pascual Duarte



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Este libro nace consciente de su imperfección. Su génesis ha sido enredadilla, «por esas cosas que pasan» como diría Camilo José Cela. Es, además, un libro limitado, porque, gracias a Dios, no se ocupa de escudriñar algo muerto o concluso, sino que medita sobre una producción en pleno crecimiento afirmativo: la prosa de Camilo José Cela, el escritor de más acendrada vocación y más sólida tarea entre los surgidos después de la guerra civil española.

Estas páginas no asedian otra meta que la de acompañar -oscuramente, recogidamente- la lectura del novelista. Son, simplemente, el abecé de toda crítica: una práctica leal de voluntad de entendimiento.





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ArribaAbajoCamilo José Cela

Camilo José Cela es el gran novelista español surgido después de la guerra civil de 1936-39. Su éxito como novelista fue rápido y brillante. Desde la aparición de La familia de Pascual Duarte (1942), el nombre de Camilo José Cela llena la actividad literaria española y ha extendido fuera de nuestras fronteras, en traducciones numerosas y diversas, la cotidiana fe de vida del pulso literario español. Autor de unas cuantas novelas y de innumerables artículos y pequeños apuntes -recogidos ya en su mayoría en libro- ha alcanzado muy pronto la consagración académica, a muy poca distancia en el tiempo del escándalo que sus libros primeros promovieron. Personalidad destacadísima, excepcional amor por el idioma -la materia de trabajo de un escritor, tan desdeñada a veces en España-, con indudables dotes de observación y de notoria inclinación hacia la caricatura, constituyen las venas esenciales de su arte. Las páginas subsiguientes pretenden acercarse a la obra de Camilo José Cela no con la vana pedantería del crítico suficiente y admonitorio, sino, estrictamente, con un limpio afán de conocimiento. Muchas de las afirmaciones que vayan apareciendo a lo largo de estas   —10→   páginas podrán ser sometidas, quizá muy pronto y muy fácilmente, a revisión, y alguna, incluso, podrá ser desechada.

Sin embargo, veremos que dentro de la obra de Camilo José Cela -no olvidemos su todavía indudable juventud- ya se pueden ir viendo unos firmes supuestos, un denominador común sobre el que se va levantando el edificio de su prosa. (Prosa, por otra parte, la de mayor personalidad y bulto entre los numerosos nombres aparecidos desde 1939.) Poner asedio a esos caracteres y directrices es lo que vamos a intentar.

Camilo José Cela nació en Iria Flavia, alrededores de Padrón, provincia de La Coruña, el 11 de mayo de 1916. Nació en medio del paisaje tantas veces cantado por Rosalía de Castro (Bastabales, Santa María de Adina, con su colegiata, y su cementerio, y sus olivos; Padrón, Lestrove), el paisaje húmedo y verde de la ría de Arosa, donde confluyen el Sar y el Ulla. La familia paterna es toda gallega «de cierto lustre y cierta antigüedad». Entre los recuerdos infantiles de Camilo José Cela relacionados con la familia, figura el de la fiesta religiosa en Santa María de Carballeda (Orense), con motivo de la beatificación de Fray Juan Jacobo Fernández, tío abuelo del padre del escritor, martirizado en Damasco en julio de 1860: «Los familiares del beato entramos en la iglesia bajo palio y según privilegio. La cosa prometía haber sido muy lucida y edificante, pero acabó de mala manera, porque los parientes, que éramos muchos más de los que podía cobijar el palio, nos dábamos empujones y patadas para no quedar fuera. Mi tío don Claudio Montenegro mandó a un criado a buscarle el perro -un   —11→   mastín lobero de aspecto feroz, que se llamaba, paradójicamente, Wilson-, y cuando se lo trajo le soltó la cadena y lo achuchó contra todos los parientes venidos de fuera, menos contra mi padre y contra mí. Con la acertada medida de mi tío Claudio, las cosas se arreglaron algo, porque algunos parientes huyeron. En la refriega, mi padre perdió el bombín, y a mí me rompieron una manga del traje que llevaba, un traje de terciopelo morado con cuello y puños de encaje. Los feligreses que no eran de la familia, asistieron al lance subidos a los árboles y a los tejados, y no se metieron donde no los llamaban; a mí, que conozco a los míos, me parece que fueron muy sabios y prudentes.» De este beato de la familia paterna abundan alusiones en la obra de Camilo José Cela (Viaje a la Alcarria, Judíos, moros y cristianos, El bonito crimen del carabinero, y en algún otro lado). También en la galería de antepasados ilustres, Camilo José Cela ha recordado en varias ocasiones al mariscal Pedro Pardo de Cela, quien, partidario de la Beltraneja, perdió la vida en la lucha con la Reina Católica: «Es mi familia..., no guardamos rencor a la Reina. El tiempo todo lo borra», añade nuestro escritor con evidente socarronería. También por ese lado familiar, existe la esquina de los campesinos, «un rincón honesto y rumoroso como las aguas que cruzan por debajo del viejo molino apacible y resignado como la calandria que canta en el maizal». Por esta provincia de la familia siente nuestro escritor una clara debilidad. Y no es nada extraño: hemos de ver cómo la mirada de Camilo José Cela se detiene morosamente, largamente, sobre el vivir de los humildes, de los labriegos, de la gente que de una u otra manera son pueblo. A ir viendo ese interés   —12→   se dedican muchas de las páginas que siguen: no es, pues, raro que ya, desde un principio, nos encontremos una afirmación así: «yo siento una especial inclinación hacia esa parte de la familia, y, sabiéndome -como me sé y bien lo lamento- tan desarraigado de todo, pienso que es importante sentirse enraizado a la tierra. Ellos, como lo pasan mal, probablemente pensarán lo contrario.» Entre esos familiares, abundan los labriegos con ciegos en casa (ya veremos después cómo los ciegos salen también en la obra de Camilo); hay, también, algún borracho, y hay algún comerciante atrabiliario y cacique.

Por la línea materna, es algo más complicado el camino. La madre de Camilo José Cela «tuvo un bello nombre de soltera: Camila Emmanuela Trulock y Bertorini, un nombre de heroína de Byron...» dice nuestro escritor. En esos apellidos vemos el doble origen inglés e italiano. Un Bertorini, Pietro Bertorini, pisano, tatarabuelo de Camilo José Cela, era gobernador de Parma, y por razones políticas se vio obligado a huir de Italia; llegó a Barcelona, donde se le reunió su mujer. Al llegar a Barcelona, y como corresponde a un héroe romántico, se unió a las fuerzas carlistas, porque «eran las que iban perdiendo la guerra». En las filas legitimistas llegó a teniente coronel: «la boina blanca y el sable de Pietro Bertorini, aún andaban por casa de mi abuelo no hace muchos años».

La mujer de Pietro Bertorini pudo sacar de Italia unas joyas con las que pudieron vivir algún tiempo, e incluso mandar a sus hijos a Inglaterra, para educarse. En las islas, el hijo de Pietro, Camilo Bertorini, nacido ya en Barcelona, se casó con María Margarita Jones, oriunda de Gales (a quien dedico Rosalía de   —13→   Castro los versos escritos en memoria del general inglés John Moore, muerto en la batalla de Elviña); después, Camilo Bertorini vino a España, como gerente del The West Railway Galicia, el ferrocarril que él mismo construyó, tren que iba de Santiago de Compostela a Carril (el mismo que hoy existe incorporado a la Red Nacional). En la casa que se hizo construir en las cercanías de Padrón, nació Nina Bertorini, abuela materna de Camilo José Cela.

John Trulock, descendiente de una vieja familia de piratas, después comerciantes, era hijo de otro John Trulock que tuvo la fábrica de velas de sebo más importante del Imperio británico: «A mi bisabuelo -cuenta Camilo José Cela- le hundió, de la noche a la mañana, Edison, cuando se le ocurrió inventar la luz eléctrica. Yo me hago cargo de que la competencia no era posible.» Este John Trulock hijo, vino a Galicia a hacerse cargo de la gerencia del The West Railway Galicia (el Té Bés le llamaban los campesinos), y se casó con Nina Bertorini. De este matrimonio nació Camila Emmanuela, madre de nuestro escritor: «Estas tres sangres -la española, la inglesa y la italiana- son las que me han producido...» «Esto de sentirse vinculado a varias geografías no me parece, al menos para un escritor, ningún inconveniente. Unas sangres liman las asperezas de las otras sangres y la mezcla de todas permite que se vean las cosas con cierto aplomo, con la necesaria frialdad y con la suficiente perspectiva. Yo, que me siento muy honesta y entrañablemente español, creo que veo y conozco y amo a España con más sentido común que la mayor parte de mis amigos españoles. Quizá esta realidad se apoye en el hecho de que la mezcla de   —14→   sangre resta papanatismo ante lo extranjero, porque lo extranjero se siente próximo y familiar, cotidiano y vulgar, usual y doméstico. No lo sé. En todo caso, yo estoy satisfecho de no ser un pura sangre.»

Camilo José Cela pasó su infancia en diversos sitios con sus padres: temporadas en casa de los abuelos, en Padrón y en Tuy, con viajes a Madrid, Londres, Barcelona, Vigo, lugares donde el padre estaba destinado, como funcionario que era del cuerpo de Aduanas. Vivió algún tiempo en Cangas, en la orilla norte de la ría de Vigo, por no encontrarse casa en la ciudad. Cuando el futuro novelista tenía nueve años, la familia se estableció definitivamente en Madrid.

Hizo sus estudios secundarios con religiosos (jesuitas, maristas, escolapios). Comenzó el bachillerato en el Instituto madrileño del Cardenal Cisneros, pero más tarde iba a examinarse, colegiado con los Hermanos Maristas, al Instituto de San Isidro. Según él mismo confiesa, su bachillerato fue gris, sin notas brillantes. Arrastraba los estudios, que lograba sacar adelante muchas veces por la benévola intervención del catedrático de latín del Instituto, don Enrique Barrigón, correligionario político del padre del futuro escritor. Terminado el bachiller, comenzó a estudiar Medicina, carrera que abandonó en el primer curso.

Ya en esos primeros años de adolescencia y de primera juventud se le despertó la curiosidad literaria. Siendo estudiante de Medicina, caía, con cierta frecuencia, por la Facultad de Filosofía y Letras (1934-1935), ya establecida en la Ciudad Universitaria. El curso que seguía con más asiduidad era el de Pedro Salinas, quien le animó y escuchó generosamente. Sin   —15→   embargo, y por mandato paterno, se decidió a prepararse para el ingreso en el Cuerpo de Aduanas.

Vemos, muy claramente, la indecisión, la falta de acomodo y de disposición para entregarse a lo que podríamos llamar los casilleros ortodoxos de la vida nacional. Ni la Universidad, ni la eterna carrera del joven opositor a algo, parece que cuadraban bien con el temperamento de Camilo José Cela. Y, efectivamente, ni el amplio mundo cultural de sus libros puede colocarse fácilmente bajo una directriz universitaria, ni la disciplina de los métodos científicos rima con su constante curiosidad saltarina, detenida con particular complacencia tan sólo en aquello que es carne viva de lo popular y cambiante -a la par que tradicional. Camilo José Cela se nos presenta, desde el primer momento, como un autodidacta. Como a los escritores cuya orientación histórica sigue y prolonga -ya veremos, creo, en paginas sucesivas de qué manera- la estructura ordenada, regulada, de su país, no le sirve. Camilo José Cela habría sido un médico como lo fue Pío Baroja, y un abogado a la manera en que lo ha sido Azorín, o pretendió serlo Valle-Inclán. Si esa indecisión, o esa falta de atracción por lo establecido ortodoxamente, tenía alguna probabilidad de ser sometida a cánones, encauzada de alguna forma, la guerra rompió toda esperanza de ello. En 1936, la guerra civil española sorprende a Camilo José Cela con veinte años recién cumplidos. Estuvo en Madrid una temporada (unos catorce meses), y luego pasó a la zona nacionalista. Conoció, por lo tanto, directamente la experiencia de los dos bandos en lucha.

Terminada la guerra civil, vuelve a Madrid. Otra vez el intento de acercamiento a la Universidad: se   —16→   matriculó en la Facultad de Derecho. Hizo tres años enteros y algunas asignaturas sueltas de cuarto y quinto cursos. Después lo abandonó definitivamente. Es entonces cuando se colocó de escribiente en el Sindicato Nacional Textil. De escribiente bien modesto. Según propias palabras, tenía el segundo puesto por abajo, es decir, el primero después del portero. Allí escribió La familia de Pascual Duarte, aparecida en Madrid, 1942.

La familia de Pascual Duarte no es su primer libro. El primero es, en realidad, uno de versos, provincia de la literatura que Camilo José Cela, como tantos escritores jóvenes, quiso comenzar: Pisando la dudosa luz del día, título que reproduce un verso del Polifemo, de Góngora. El libro fue escrito en Madrid, durante los días trágicos de los primeros bombardeos de la ciudad por el ejército sitiador: del 1 al 10 de noviembre de 1936. Sin embargo, este libro no se publicó hasta 1945, tres años después de La familia de Pascual Duarte.

Por este tiempo hay que poner la recaída de una enfermedad pulmonar, que, ya antes de la guerra, le había tenido algún tiempo sometido a reposo en el Sanatorio de Navacerrada. Ahora es en Hoyo de Manzanares donde el aire limpio del Guadarrama va a cooperar a la curación. De los forzados reposos, Camilo José Cela ha sacado extraordinario caudal de lecturas. «Nuestro joven -cuenta el propio Camilo José Cela en sus Memorias-, en sus prolongados reposos, lee a Ortega entero y de cabo a rabo, en unos ejemplares que le presta Fernando Vela, amigo de su padre. Cuando termina Ortega, nuestro joven devora la colección completa del Rivadeneyra: setenta tomos.   —17→   El tomo setenta y uno -el de índices- le servía para ir marcándose la diaria labor; no se salta una sola página, aunque no pocas páginas las encuentra pesadísimas. Cuando se da cuenta de que lee distraídamente, vuelve atrás. Cada volumen cumplido lo entiende como un triunfo, como una piedra más que se coloca en el trabajoso y necesario edificio. Los leyó por orden, mejor dicho, por el cuidado desorden con que el editor los ordenó. La margarita de sus aficiones de entonces, que ahora habría que revisar, claro es, no resulta difícil: Lope, sí; Calderón, no; Cervantes, sí; Fray Luis de Granada, no; Santa Teresa, sí; Tirso, no; Quevedo, sí; San Juan de la Cruz, sí; Fray Luis de León, sí; el Arcipreste, sí; Santillana, sí; Jorge Manrique, sí; Jovellanos, sí; Moratín, no.» En esta relación de lecturas, hechas ávidamente, sin más afán que el de la pura fruición de la lectura, de perseguir el hecho artístico y literario, me interesa destacar la general aprobación de los escritores aún medievales, preclásicos, es decir, primitivos, circunstancia sobre la que hemos de volver más adelante, y la aceptación, asimismo, de aquellos que suponen una preocupación por lo popular (Lope de Vega) o por lo caricaturesco y sangriento, por lo deforme (Quevedo), al lado de la repulsa por lo cuidadosamente estructurado o -vamos a llamarlo de alguna manera- intelectual (Calderón, Luis de Granada, Moratín). A todos los escritores citados sería muy fácil hallarles un armónico en la obra de Camilo José Cela, así como la razón de la repulsa para los rechazados. No olvidemos, sin embargo, que se trata de lecturas juveniles, hechas cuando la plasticidad espiritual es mayor que nunca, y la curiosidad, el deseo de incorporarse el mundo circundante   —18→   es verdaderamente arrolladora. Una revisión de esta nómina nos transformaría, seguramente, algunos nombres, no muchos, pero ya resultaría el fruto de una sopesada, cuidadosa, discutida meditación.

Después del restablecimiento de su dolencia, Camilo José Cela colabora en casi todas las revistas y publicaciones periódicas. Van surgiendo, día a día, los apuntes carpetovetónicos, las pequeñas narraciones, los artículos ocasionales, algunos recogidos ya, ordenados, en libros muy representativos. Prosigue, paralelamente, la publicación de sus novelas: Pabellón de reposo (1943); Nuevo Lazarillo (1944); Viaje a la Alcarria (1948); La colmena (1950); Del Miño al Bidasoa (1952); Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953); La catira (1955); Judíos, moros y cristianos (1956); etcétera. Su reputación de escritor se fue consolidando al margen de la ruidosa lotería de los infinitos premios literarios, concursos en los que nunca participó. Solamente La catira obtuvo el premio de la crítica, en 1955, premio puramente honorífico.

En 1954, Camilo José Cela visitó América invitado por algunas Instituciones y Centros regionales. Visitó Colombia, Ecuador, Chile, Argentina. Estando en Ecuador, recibió la invitación del Centro Gallego de Caracas, para pronunciar una conferencia, cuyo tema fue La morriña en la literatura gallega. Ya estando en Caracas, fue declarado Huésped de Honor de la República, y recibió el encargo de escribir una novela. La única obligación que el contrato imponía era que la acción de la novela acaeciese en la tierra venezolana. Fruto de este compromiso fue La catira.

En 1957, el 26 de mayo, Camilo José Cela ingresó en la Real Academia Española. Su discurso versó sobre   —19→   La obra literaria del pintor Solana. Le contestó, en nombre de la Corporación, don Gregorio Marañón. Con posterioridad, han aparecido nuevos libros: La cucaña (1959), memorias que han ido saliendo previamente en la revista barcelonesa Destino, memorias que constituirán varios tomos, y un nuevo libro de viajes, Primer viaje andaluz (1959). Añadamos, para terminar, Los viejos amigos (1.ª serie, 1960; 2.ª serie, 1961), cortas meditaciones sobre los personajes de libros anteriores.

Dentro del panorama actual de las letras españolas, Camilo José Cela se nos aparece como una limpia, decidida vocación de escritor. En momentos en que las claudicaciones innecesarias y los inevitables empadronamientos son fruto frecuente, su tarea se crece con agudos perfiles y se destaca con franca personalidad, solitaria y firme. Las numerosas traducciones que de su obra se han hecho estos últimos años le han dado, asimismo, una resonancia poco corriente en las letras españolas. Un interés que comenzó, seguramente, atraído por la mera anécdota externa, truculencia y desmaño reunidos del Pascual Duarte o de los Apuntes carpetovetónicos, ha ido dejando paso a una mirada más detenida, más seria y profunda, en la que comienza a hacerse hueco una «realidad de la vida española». Dentro de España, Papeles de Son Armadans, la revista mensual que, desde 1956, edita y dirige Camilo José Cela en Palma de Mallorca, donde habitualmente vive, se ha convertido en poco tiempo en clara bandera del aliento intelectual español de más puras calidades. Día a día, mes a mes, desde su Revista, Camilo   —20→   José Cela aparece en la vanguardia del pensar hispánico, multiforme fe de vida de un país que aún tiene mucho que decir, qué duda cabe, en el conglomerado literario europeo.



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