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«Cánovas» de Galdós: Radiografía crítica de la Restauración

Marisa Sotelo Vázquez





Es sabido que los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós son una espléndida síntesis novelada de la historia de España desde la derrota de Trafalgar en 1805 hasta 1880, bien entrada la Restauración borbónica. Episodios que suman un total de cuarenta y seis novelas escritas por su autor entre 1873 y 1912. Es también conocido que Galdós se adelanta al concepto unamuniano de intrahistoria1 al plantear en sus diferentes novelas la necesaria complementariedad entre historia oficial e «historia interna». Un hito importante en la formulación de dicho concepto, que hunde sus raíces en el ideario de Giner2, lo encontramos en El Equipaje del rey José (1875), primera novela de la segunda serie de los Episodios nacionales. Escribe allí Galdós:

«¡Si en la historia no hubiera más que batallas; si sus únicos actores fueran las celebridades personales, ¡cuán pequeña sería! Está en el vivir lento y casi siempre doloroso de la sociedad, en lo que hacen todos y en lo que hace cada uno. En ella nada es indigno de la narración, así como en la Naturaleza no es menos digno de estudio el olvidado insecto que la inconmensurable arquitectura de los mundos. Los libros que forman la capa papirácea de este siglo, como dijo un sabio, nos vuelven locos con su mucho hablar acerca de los grandes hombres, de si hicieron esto o lo otro, o dijeron tal o cual cosa. Sabemos por ellos las acciones culminantes, que siempre son batallas, carnicerías horrendas, o empalagosos cuentos de reyes y dinastías, que preocupan al mundo con sus riñas o con sus casamientos; y entretanto la vida interna permanece oscura, olvidada, sepultada. Reposa la sociedad en el inmenso osario sin letreros ni cruces ni signo alguno: de las personas no hay memoria, y sólo tienen estatuas y cenotafios los vanos personajes... Pero la posteridad quiere registrarlo todo: excava, revuelve, escudriña, interroga los olvidados huesos sin nombre; no se contenta con saber de memoria todas las picardías de los inmortales desde César hasta Napoleón; y deseando ahondar lo pasado quiere hacer revivir ante sí a otros grandes actores del drama de la vida, a aquellos para quienes todas las lenguas tienen un vago nombre, y la nuestra llama Fulano y Mengano».


(Pérez Galdós 2011a: 39-40)                


Pues bien, este concepto de historia integral, planteado de forma meridianamente clara en el fragmento citado, es la cuestión fundamental que vertebra Cánovas, último episodio de la quinta serie que abarca la «historia anovelada»3 de los años que van desde la revolución del 68 hasta 1880-1 con la consolidación del régimen de partidos turnantes. Es, por tanto, como en las series anteriores, una visión retrospectiva de la historia, pero en este caso mucho más cercana4 a los hechos descritos. Historia oficial e historia interna que articulan todos los Episodios con una buena dosis de novela folletinesca -sobre todo en las primeras series- y de costumbrismo en la línea de su admirado Mesonero Romanos5, sin descuidar nunca un ingrediente fundamental de toda su obra narrativa: el cervantismo6. En Cánovas, junto a estos elementos aparecen referencias a otras fuentes de la tradición literaria española como la novela picaresca, La Celestina, Lanzarote y Don Juan Tenorio, entre otros textos emblemáticos de la literatura europea, tales como La Divina Comedia, Gil Blas y La dama de las Camelias. Además de la tan abundante metaliteratura, en este último episodio son también frecuentes las referencias periodísticas de aquella época -El Combate, El Cascabel, La Ilustración Española y Americana, El Imparcial, La Época, El Correo y La Discusión-; las referencias musicales, operísticas, como Aída, representación a la que asiste el narrador-protagonista Tito Liviano -caricatura del historiador romano- en el Teatro Real de Madrid y que refleja las aficiones musicales de Galdós, o las relativas a la fulgurante irrupción en la escena madrileña de fin de siglo de Echegaray y al estreno de Consuelo, de López de Ayala (Pérez Galdós 2011b: 993). También reproducirá Galdós la canción popular que se tarareaba por Madrid con motivo de la prematura muerte, a los dieciocho años, de doña Mercedes de Orleans, primera mujer de Alfonso XII, cuya estrofa inicial decía así: «¿Dónde vas Alfonso XII, / ¿Dónde vas triste de ti? / Voy en busca de Mercedes, / que ayer tarde no la vi. / Si Mercedes ya se ha muerto; / muerta está, que yo la vi / cuatro duques la llevaban / por las calles de Madrid» (2011b: 1070). En otros momentos de la trama nos informa de las trapisondas de doña Baltasara Larra (hija menor de Fígaro), fundadora del Banco Popular, que tras una gestión desastrosa y fraudulenta huyó a Suiza apropiándose de los ahorros de todos los inversores y clientes del banco (2011b: 1056). Todo ello con el fin de reproducir, además de la crónica de una época histórica concreta, una impresión de vida, pues, aunque el episodio se titula Cánovas, no es, como pudiera pensarse, una biografía del político conservador, ni siquiera contiene un completo retrato literario del mismo -como había hecho Clarín en el folleto Cánovas y su tiempo (1887)7-, sino una radiografía crítica de la Restauración.

Para contextualizar debidamente este episodio, hay que tener en cuenta el tiempo vital, subjetivo, del novelista, ya que Galdós lo publica en 19128, cuando lleva algunos meses con serios problemas en la vista que iban a dejarle por estas fechas prácticamente ciego9, tal como le ocurre también al protagonista de Cánovas en los capítulos finales:

«Después de Semana Santa empecé a notar que mi vista se nublaba; sentía como arenilla en los ojos, sin que de ello me aliviasen los cuidados de Casiana, que dos o tres veces al día bañaba con agua de rosas mis pupilas enfermas [...] Al propio tiempo crecía la fotofobia, y ni aun amparando mis ojos con gafas negras érame posible resistir la viveza de la luz en plena calle. Fue menester reducir los paseos a la hora crepuscular, motivo mayor de tristeza y abatimiento. Siguieron a esto dolores en las sienes, vascularización en la córnea, que perdía su brillo, tomando según me dijeron un aspecto mate, sanguíneo».


(Pérez Galdós 2011b: 103940)                


Es muy probable que en el fragmento citado Galdós esté describiendo sus sensaciones ante la progresiva y dolorosa pérdida de visión, incluso el diagnóstico del Dr. Albitos10 al protagonista pudiera ser coincidente con el suyo: «No se me olvida aquel nombre, que fue como un rótulo, clavado por el médico en mi frente: queratitis parenquimatosa» (Pérez Galdós 2011b: 1040).


Cuestiones narratológicas

Antes de analizar lo que he dado en llamar la radiografía crítica de la Restauración conviene precisar una serie de cuestiones narratológicas. Galdós utiliza en Cánovas -como en los restantes episodios11 de esta quinta serie- un narrador protagonista en primera persona, Tito Liviano12, historiador y verdadero alter ego de su autor, que actúa como un observador atento y testigo profundamente desencantado de la realidad sociopolítica de su tiempo.

Otro rasgo frecuente de la estrategia narrativa galdosiana a lo largo del episodio son las continuas apelaciones al lector haciéndole cómplice del relato, así: «Mis sagaces lectores suplirán aquí la mutación de teatro que yo no puedo describir» (Pérez Galdós 2011b: 969), «Caballero lector, prepárate para otra mutación» (ibid.), «Y ahora, lector mío, a mi modo continuaré la Historia de España» (2011b: 1030), «Compadecedme ahora más que nunca, piadosos lectores» (2011b: 1041), «Me permito obsequiar a los conspicuos lectores con este monólogo de mi propia cosecha» (2011b: 1082). En estas apelaciones al lector es el mismo narrador quien justifica los saltos y el desorden narrativo de algunos pasajes con estas palabras:

«Se me olvidaba consignar... y no extrañéis el desorden de mi cabeza, pues ya sabe mi parroquia que yo endilgo mis cuentos brincando locamente de idea en idea. olvidé referir, digo, que el 2 de enero del 75 salieron de Madrid los individuos designados para traer al rey Alfonso de las lejanas tierras donde se encontraba».


(Pérez Galdós 2011b: 978)                


Sigue también Galdós la técnica empleada en otros episodios y novelas contemporáneas de hacer reaparecer personajes de obras anteriores. En este caso concreto, retorna a la acción el quijotesco Ido del Sagrario13, que se convierte aquí en fiel criado y ayudante del protagonista, a la vez que no oculta su entusiasmo por el liberalismo destinado a barrer definitivamente el retroceso y el absolutismo de nuestro país (2011b: 996). Otro personaje bien conocido del lector es el celestinesco Plácido Estupiñá14, «comerciante parlanchín y entrometido», de Fortunata y Jacinta, que reaparece aquí como tío del comerciante Matías Luengo, quien, ante las dificultades para ganarse la vida vendiendo objetos de escritorio, decide añadir objetos religiosos, devocionarios, novenas, cilicios, recordatorios de difuntos, escapularios y demás chirimbolos pertinentes a la santa religión15 (2011b: 1111). Este recurso tan frecuente en Galdós contribuye a crear la impresión de un mundo novelesco personal, coherente y autosuficiente.

La aceleración del tempo narrativo a partir del capítulo XXIV es correlativa al incremento del poder de la Iglesia sobre el país, con una verdadera invasión de miembros de distintas órdenes religiosas (Cardona 2004).

La cronología es muy precisa a lo largo de todo el episodio: a menudo se mencionan explícitamente los años en que transcurren los sucesos, incluso la secuencia de los meses y los cambios de estación. También es precisa la descripción espacial, el Madrid decimonónico, con sus centros de poder, paseos, lugares de ocio, etc. Sin embargo, si comparamos el contenido de este episodio con los de otras series anteriores (especialmente los de la segunda y la tercera), el asunto novelesco es más débil, parece más bien una crónica histórica por entregas. Un total de veintiocho capítulos trufados con algunos sucesos verdaderamente novelescos -sobre todo los referidos a Casiana, la joven sobrina de la celestinesca doña Simona, a quien ilustra y rescata de su vida miserable Tito Liviano- que adquieren coherencia argumental gracias a la presencia en todos ellos del narrador-protagonista en primera persona. El escaso asunto novelesco había sido señalado ya en 1897, a propósito de otros episodios, por Menéndez Pelayo, en su discurso de recepción de Galdós en la Real Academia:

«Estas novelas del señor Galdós son históricas, ciertamente, y aún algunas pueden calificarse de historias anoveladas, por ser muy exigua la parte de ficción que en ellas interviene; pero por las condiciones especiales de su argumento, difieren en gran manera de las demás obras de su género publicadas hasta entonces».


(Menéndez Pelayo 1897: 61-2)                


Asimismo contrasta la veracidad y precisión histórica de los sucesos descritos con la misteriosa y mágica presencia de unos seres simbólicos, como Mariclío16, símbolo de la Historia y madre de Tito Liviano, y las evanescentes Efémeras, mujeres que actúan como mensajeras de aquella, con apariciones y desapariciones fantasmales en muchos momentos clave de la trama. Estos dos planos de la realidad -de nuevo tan cervantinos- provocan a menudo confusión entre la realidad y el sueño. Tito se refiere abiertamente a este contraste entre realidad e irrealidad al dirigirse a una de las Efémeras:

«¡Oh!, divina mensajera; tu destino es correr, volar, llevando por el mundo la verdad del momento. Del conjunto de estos átomos, aglomerados por el tiempo, se forma la verdad histórica en lustros, en siglos... Espera un poquito, que quiero hacerte algunas preguntas. ¿Qué me dices de mi Madre? Ya sé que por su condición inmortal está exenta de toda enfermedad. Su salud es inalterable. Varían tan solo su apariencia personal y las vestiduras que cubren su noble cuerpo. Cuéntame: ¿qué calzado gasta en estos benditos días para andar por el mundo? ¿Lleva por ventura el alto y ceremonioso coturno señal de la grandeza histórica?».


(Pérez Galdós 2011b: 998)                


El balanceo entre realidad histórica e irrealidad, sueño o imaginación fantástica, crea una especie de realidad oscilante que solo vive en la mente del protagonista y es de clara raigambre quijotesca, como lo es también la pareja formada por Ido del Sagrario y el historiador Tito Liviano a los que «la ley de adherencia en las comunes andanzas aventureras nos apegaba con vínculo estrecho» (Pérez Galdós, 2011b: 957) -en palabras del narrador-, y tantos otros recursos narratológicos de Galdós que son deudores del arte narrativo de Cervantes.




Historia oficial e historia interna: Radiografía crítica de la Restauración

Para el arrogante Cánovas la Restauración era la continuación de la historia de España; sin embargo, Galdós pondrá en boca de su narrador la siguiente precisión: «Y ahora, lector mío, a mi modo continuaré la Historia de España» (Pérez Galdós 2011b: 1030), donde el sintagma «a mi modo» no es en absoluto banal, pues la visión que nos dará Tito Liviano de dicho período histórico es esencialmente crítica y, en ese sentido, se adelanta dos años a la igualmente crítica de Ortega en 1914, en «Restauración y erudición», contenida en la «Meditación preliminar» de Las Meditaciones del Quijote, cuando, siguiendo muy de cerca el relato galdosiano, escribe:

«¿Qué es la Restauración? Según Cánovas, la continuación de la historia de España. ¡Mal año para la historia de España si legítimamente valiera la Restauración como su secuencia! [...] La Restauración significa la detención de la vida nacional. No ha habido en los españoles durante los primeros cincuenta años del siglo XIX complejidad, reflexión, plenitud de intelecto, pero ha habido coraje, esfuerzo, dinamismo. Si se quemaran los discursos y los libros compuestos en ese medio siglo y fueran sustituidos por las biografías de sus autores, saldríamos ganando ciento por uno. Riego y Narváez, por ejemplo, son como pensadores, ¡la verdad!, un par de desventuras; pero son como seres vivos dos altas llamaradas de esfuerzo.

[...] La Restauración, señores, fue un panorama de fantasmas y Cánovas el gran empresario de la fantasmagoría»17.


Esta visión orteguiana profundamente crítica de la historia de España -que iba a repetir en parte en su conferencia Vieja y nueva política (1914)18- se nutre de los Episodios nacionales y está en evidente sintonía con la que Galdós refleja en Cánovas, tal como advirtió Vicente Llorens cotejando y citando literalmente algunos pasajes del mencionado episodio:

«Anticipándose a Ortega, Galdós en Cánovas (1912) caracteriza la política de la Restauración como "una política de inercia, de ficciones y de fórmulas mentirosas". El pensamiento de Cánovas lo cree dirigido a "sofocar la tragedia nacional, conteniendo las energías étnicas dentro de la forma lírica, para que la pobre España viva mansamente hasta que lleguen días más propicios". Y si Unamuno se había referido al "marasmo" nacional. Galdós habla de "la vacuidad histórica que caracterizó aquellas décadas"».


(Llorens 1968: 55)                


En consecuencia, más que la relación de los sucesos históricos que vive España en el agitado período que va desde 1868, con la regencia de Serrano, hasta el gobierno de Cánovas en 1881, le interesa a Galdós la historia menuda, los sucesos de la vida cotidiana durante esos años. Para nuestro análisis conviene precisar mínimamente los principales sucesos de ese período histórico. Serrano encarga a Prim formar gobierno en 1869. A continuación se produce la accidentada llegada a España de Amadeo de Saboya, justo un día después del atentado que iba a costarle la vida al mencionado general reusense. Le sigue el Gobierno de Ruiz Zorrilla, el atentado contra Amadeo y el comienzo de la tercera guerra carlista en 1872; la abdicación del rey y la proclamación de la República Federal con Pi Margall de presidente, al que iban a suceder, en un corto espacio de tiempo, Salmerón y Castelar; poco después se produce el golpe de Estado del General Pavía, quien disuelve las Cortes al mando de la Guardia Civil. Nuevamente gobierno del general Serrano y pronunciamiento en Sagunto del General Martínez Campos proclamando la monarquía y el comienzo de la Restauración borbónica. Entrada en Madrid de Alfonso XII y gobierno de Cánovas entre 1875 y marzo de 1879, con el cual se inicia el turno de partidos en el poder: conservador y liberal. Los dos matrimonios del rey, en 1878 con Mercedes de Orleans, que moriría prematuramente, y con Cristina de Habsburgo en 1879. En el aspecto intelectual, a estos hechos hay que añadir la expulsión de los krausistas de la Universidad en 1875 por el decreto Orovio. Todos estos sucesos relevantes de la accidentada vida política española son descritos por el historiador Tito Liviano, quien en determinados momentos a través de una analepsis incluso reconstruye y evoca otros personajes y períodos históricos, como los últimos años de la vida del general Cabrera19 -personaje a cuyas cruentas hazañas le había dedicado Galdós uno de los mejores episodios de la tercera serie, La campaña del Maestrazgo20- en Inglaterra tras renegar del absolutismo teocrático. La evocación de los años finales de la vida de Ramón Cabrera está aquí teñida de ironía, pero le sirve a Galdós para criticar y contraponer una vez más el fanatismo hispánico de los carlistas al añejo liberalismo inglés al que se había convertido el tigre del Maestrazgo:

«Pasado algún tiempo, la leyenda del guerrillero y su prestancia personal interesaron el corazón de una dama inglesa, protestante, rica y noble. La dama y el héroe contrajeron matrimonio con todas las de la ley. Entró, pues, Cabrera en una vida pacífica y burguesa, a la cual se atemperó fácilmente el adalid más terrible, sagaz, activo y sanguinario que ha existido en nuestras discordias civiles. Determinó esta evolución del carácter de Cabrera el genio de su esposa, que supo subyugar la fiereza del cabecilla insigne.

El tigre cedió a la blanda ferocidad de la tigresa, convirtiéndose en apacible cordero [...] En rigor debe decirse que más que la señora contribuyó a la domesticación de la fiera el plácido ambiente de un país liberal y protestante, de un país en que imperaba la justicia y el orden, en que los ciudadanos vivían dichosos ejercitando sus derechos y sometidos al suave rigor de las leyes».


(Galdós 2011b: 1005-6)                


Como decía más arriba, más que la secuencia de todos estos hechos de la historia oficial someramente enumerados, me interesa resaltar la visión que de la vida española cotidiana nos da Galdós por boca de una de las Efémeras -mensajera de la divina Clío-, quien distingue entre historia externa e historia interna. Además, en el mandato de Mariclío a Tito/Galdós de que se aplique al análisis de la historia interna de España resuenan ecos de la intrahistoria unamuniana:

«Demasiado sabes tú que la vida externa y superficial no merece ser contada en letras de molde. Lo que aquí llaman política es corteza deleznable que se llevan los aires. Desea Mariclío que te apliques a la Historia interna, arte y ciencia de la vida, norma y dechado de pasiones humanas. Estas son la matriz de que se derivan las menudas acciones de eso que llaman cosa pública y que debería llamarse superficie de las cosas».


(Pérez Galdós 2011b: 1078)                


Y, sobre todo, me interesa subrayar que se trata de una visión crítica y desencantada de las diferentes esferas del poder político, de los partidos y sus representantes; de la corruptela que empaña sus actuaciones: el cunerismo, la dedocracia, el enriquecimiento a base de las arcas del Estado, las falsas apariencias, el problema religioso y tantas otras cuestiones que dibujan una visión profundamente pesimista del panorama nacional -en muchos aspectos desgraciadamente tan parecido a la situación actual-, a menudo solo atenuada por una sutil ironía muy propia de Galdós.

Esta visión radicalmente pesimista de la sociedad española se justifica no solo por los sucesos políticos descritos, sino también por la evolución del pensamiento de Galdós desde las primeras series hasta este último episodio con que se cierra la quinta. En los primeros episodios el autor ya demuestra su concepción de que la Historia había ido siempre estrechamente ligada a la idea de perfección y progreso del individuo, a su liberación, entendida esta como libertad política, libertad de pensamiento, pues Galdós es esencialmente un liberal, no un revolucionario21. Sin embargo, esta idea de la historia, que es muy evidente en las primeras series, incluso en el primer texto programático sobre el realismo, «Observaciones sobre la novela española contemporánea», en que en un tono épico se cifraba la regeneración del país a partir de la clase media, con el paso del tiempo va entrando progresivamente en crisis, sobre todo cuando Galdós analiza los años correspondientes a la proclamación de la Primera República y a la «amodorrante sensatez» de la Restauración canovista. En contacto con esa realidad cada vez más inestable políticamente y más corrupta a nivel humano y social, Galdós se irá desengañando y la visión que proyecta en sus últimos episodios es francamente pesimista. Veamos algunos de los aspectos más criticados por el autor de Cánovas que justifican su radical pesimismo. El primer motivo es la ausencia de ideales nobles:

«Un país sin ideales, que no siente el estímulo de las grandes cuestiones tocantes al bienestar y a la gloria de la Nación, es un país muerto. La prensa, consagrada a glosar y a comentar los incidentes de estas chabacanas querellas, exhala de sus columnas un olor cadavérico. Prensa, gobierno, Partidos, altos y bajos poderes, todo anuncia su irremediable descomposición».


(Pérez Galdós 2011b: 1092)                


El desencanto de Galdós arranca de la raíz misma del sistema político, del régimen de partidos turnantes22 -conservador y liberal- instaurado por la Restauración borbónica. Verdadera feria de fatuidades y palabrería, en la que solo salva el «verbo soberano de Castelar» (Pérez Galdós 2011b: 1093). De ahí las palabras del revolucionario Segismundo García Fajardo23 dirigidas a Tito Liviano:

«-Ni tú ni yo, querido Tito, podemos esperar nada del estado social y político que nos ha traído la dichosa Restauración. Los dos partidos, que se han concordado para turnar pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria».


(Pérez Galdós 2011b: 1094)                


La premonitoria respuesta de Tito es igualmente pesimista, su incredulidad y escepticismo ante los posibles remedios que deriven de una actitud abiertamente revolucionaria es evidente, solo confía en que el paso del tiempo y el necesario cambio de régimen político puedan corregir la situación anémica que ataca el cuerpo de la nación:

«No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos, esos que ya chillaban en los años anteriores al 68. La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra. Han de pasar años, lustros tal vez, quizá medio siglo largo, antes que este régimen, atacado de tuberculosis étnica, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental».


(Pérez Galdós 2011b: 1095)                


Frente al cunerismo y la dedocracia imperantes en la sociedad española, Galdós mantiene también una postura muy crítica, pues considera que son dos lacras propias de los tiempos bobos de la Restauración en los que todo es ficción, favoritismo y saqueo desvergonzado del presupuesto. Precisamente a esta última cuestión se refiere por boca de Tito Liviano con una imagen muy gráfica teñida una vez más de ironía: «He dado el nombre de olla grande a lo que en lenguaje político llamamos presupuesto», le dice a la infeliz Casiana, a lo que esta responde: «Pues yo te digo ahora, Tito de mi alma, que seremos los bobos de Coria si no metemos nuestra cuchara en ese bendito presupuesto» (2011b: 985).

También será blanco de su acerada crítica el esnobismo de cierta casta de señoritos, en su mayor parte con formación universitaria, pertenecientes a buenas familias, que, tras una breve estancia en París, se erigían en jueces absolutos del arte y la elegancia social poniendo entre ellos y los demás ciudadanos «una barrera de lenguaje, neologismos extraños, chistes y camelos, mezclados de una galiparda insustancial» (2011b: 1009), Cuestión que ilustra con una sabrosa anécdota mucho más divertida y elocuente que cualquier discurso crítico:

«Citaré el caso de uno de estos mancebos de cultura somera y ademanes finústicos -escribe-, que tras una temporadilla de dos semanas en París, volvió acá reventando de exquisitismo europeo. Su refinamiento no excluía el gusto extravagante de algunos manjares españoles tan ordinarios como sabrosos. En suma, que le gustaba con delirio el plato llamado callos. Entró a cenar con varios amigos en uno de los mejores restaurantes de Madrid; mas no se atrevió a pedir el comistrajo de su gusto con el nombre español, que a su parecer era lo más contrario al buen tono. Después que sus amigos pidieron lo que les vino en gana, él dijo al mozo: "Para mí traiga usted. A ver, a ver. ¿Cómo se llama eso?. Ya, ya... tripes à la mode de Caen"».


(Pérez Galdós 2011b: 1009)                


A esta lamentable situación en la que ni siquiera los hombres con formación son capaces de remediar nada se añade el secular problema religioso, del que Galdós ya se había ocupado extensamente en las novelas de tesis24. Por ello aquí «el ritornelo que escuchamos del narrador de Cánovas es que la España de la Restauración está cayendo cada vez más en las garras de la Iglesia» (Cardona 2004: 58). Las frecuentes referencias en el capítulo XXIII al desembarco de frailes y religiosos franciscanos, capuchinos, benedictinos, jesuitas en tono casi de inventario pone ante los ojos del lector «la lenta pero continua evolución de nuestra sociedad hacia las ollas del ultramontanismo» (2011b: 1096).

Los dardos de la afilada crítica galdosiana también apuntan a la frivolidad y caudalosa palabrería de la prensa, fiel espejo de la sociedad de la época, y de la que era buen conocedor Galdós. A propósito del enfrentamiento entre los primados de la Iglesia y los prohombres de la milicia con motivo del lugar preferente que unos y otros querían ocupar en el bautizo de la infantita María de las Mercedes, hija legítima de Alfonso XII y doña Cristina de Habsburgo, escribe Pérez Galdós:

«¡Delicioso país este rincón occidental de Europa! Da grima leer la prensa [...] Todos los periódicos llenaron columnas y columnas con los piques de este general y aquel obispo, con las conferencias y cabildeos entre los agraviados y el jefe superior de Palacio o el presidente del Consejo de Ministros, para domesticar a las fieras de la vanidad».


(2011b: 1092)                


Esta España, de la que Galdós nos dice que cada día pesa menos en el concierto europeo y que si abulta más hay que atribuírselo a su vana hinchazón, tendrá que fabricar durante estos años una nueva Constitución. Para lo cual se nombra, como es preceptivo, una comisión en las Cortes formada por una serie de diputados encargados de redactar los diferentes artículos. Y aquí de nuevo el narrador-protagonista introduce una anécdota muy elocuente atribuida a Cánovas que causó gran regocijo público entonces y que sigue estando de rabiosa actualidad. Escribe Galdós:

«Hallábase una tarde en el banco azul el presidente del Consejo, fatigado de un largo y enojoso debate, cuando se le acercaron dos señores de la comisión para preguntarle cómo redactarían el artículo del Código fundamental que dice: son españoles los tales y tales. Don Antonio, quitándose y poniéndose los lentes, con aquel guiño característico que expresaba su mal humor ante toda impertinencia, contestó ceceoso: "pongan ustedes que son españoles... los que no pueden ser otra cosa"».


(2011b: 1031)                





Conclusión

Tal como señala el profesor Cardona (2004) lo que encontramos al final de Cánovas es simplemente la confirmación de los temores expresados por el narrador en el primer capítulo del episodio; es decir, el fracaso de la construcción política de lo que Víctor Hugo llamaba «un gozne de Historia» (Pérez Galdós 2011b: 958), ni más ni menos que la Restauración borbónica, a que apuntaba el manifiesto de Alfonso XII, del que se decía:

«que viene a reinar por haber abdicado su mamá, que a todos abrirá de par en par las puertas de la legalidad, o como si dijéramos, que todos entrarán al comedero para llenar el buche [...] Y pone más [...] que si al igual que sus antecesores será siempre buen católico, como hijo del siglo ha de ser siempre liberal».


(Pérez Galdós 2011b: 964)                


Desde estas premisas es evidente que los tiempos bobos de la Restauración con su política de partidos dinásticos turnantes pueden haber traído la ansiada paz al país, pero a costa de una parálisis progresiva, de una verdadera caquexia política y social.

En ese sentido, hay que interpretar las palabras de Mariclío a lo largo del último capítulo como el verdadero manifiesto ideológico del Galdós desencantado y pesimista con respecto a las nulas posibilidades de regeneración de la sociedad y la política española de aquellos tristes años. Esperanzas de regeneración social y espiritual que -imbuido del ideario de Francisco Giner- Galdós había albergado todavía con mesurado entusiasmo a la altura de 1903 en el artículo «Soñemos alma, soñemos», pórtico del primer número de la revista Alma Española:

«Trabajaremos metódicamente con el despabilado pensamiento, o con las manos hábiles, atentos siempre a que esta pacienzuda labor nos lleve a poseer cuanto es necesario para una vida modesta y feliz, con todo lo que la sostiene y vigoriza, con todo lo que la recrea y embellece. Opongamos briosamente este propósito al furor de los ministros de la muerte nacional, y declaremos que no nos matarán aunque descarguen sobre nuestras cabezas los más fieros golpes; que no nos acabará tampoco el desprecio asfixiante; que no habrá malicia que nos inutilice ni rayo que nos parta. De todas las especies de muerte que traiga contra nosotros el amojamado esperpento de las viejas rutinas, resucitaremos».


(Pérez Galdós 1903: 1)                


Galdós apela una vez más al esfuerzo del individuo y a su labor callada, anónima, como miembro de la colectividad, en una verdadera defensa de la historia interna o intrahistoria de los pueblos que aspiran mediante el esfuerzo y el trabajo a regenerarse y a progresar:

«Del Estado se espera cada día menos; cada día más del esfuerzo de las colectividades, de la perseverancia y agudeza del individuo. Detrás, o más bien debajo de la vida enteca del Estado, alienta otra vida que remusga y crece y adquiere savia en las capas internas.

[...] Debajo de esta coraza del mundo oficial, en la cual campan y camparán por mucho tiempo figuras de pura, quizás necesaria representación, y la comparsa vistosa de políticos profesionales, existe una capa viva, en ignición creciente, que es el ser de la nación, realzado con débil empuje todavía, por la virtud de sus propios intentos y ambiciones, vida inicial, rudimentaria, pero con un poder de crecimiento que pasma».


(Galdós 1903: 2)                


Entre las palabras citadas y las de Mariclío al cierre de Cánovas ha transcurrido casi una década, en la que la esperanza en la capacidad del hombre español para despertar de su letargo y abandonar las viejas rutinas ha ido mermando poco a poco y el pesimismo se ha adueñado del autor, que percibe como todavía la vida nacional esta lastrada por la falta de libertad de pensamiento y de creencias; es decir, sigue sin resolverse el problema del liberalismo y el catolicismo de que hablaba el narrador en el primer capítulo del episodio y que sigue vigente al final:

«Hijo mío: cuando a fines del 74 te anuncié en una breve carta el suceso de Sagunto, anticipé la idea de que la Restauración inauguraba los tiempos bobos, los tiempos de mi ociosidad y de vuestra laxitud enfermiza. La sentencia de mi buen amigo Montesquieu, dichoso el pueblo cuya Historia es fastidiosa, resulta profunda sabiduría o necedad de marca mayor, según el pueblo y ocasión a que se aplique. Reconozco que en los países definitivamente constituidos, la presencia mía es casi un estorbo, y yo me entrego muy tranquila al descanso que me imponen mis fatigas seculares. Pero en esta tierra tuya, donde hasta el respirar es todavía un escabroso problema, en este solar desgraciado en que aún no habéis podido llevar a las leyes ni siquiera la libertad del pensar y del creer, no me resigno al tristísimo papel de una sombra vana, sin otra realidad que la de estar pintada en los techos del Ateneo y de las Academias».


(Pérez Galdós 2011b: 1118)                


Ante esta situación de parálisis progresiva no se vislumbra a juicio de Galdós ningún cambio, la actuación de los políticos de ambos bandos revela muy a las claras su incapacidad para buscar solución a los acuciantes problemas de la nación en todos los órdenes:

«Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una nación; no remediarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías comerciales y los menesteres de la grande y la pequeña industria. Y por último, hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis vuestra santa madre Iglesia».


(Pérez Galdós 2011b: 1119)                


Por ello Mariclío -que solo aparece al final del episodio en calidad de musa ex machina25 para dar un diagnóstico final sobre la Restauración- se verá obligada a matizar mucho los aparentes beneficios del turno pacífico de partidos en el poder, del que había sido artífice supremo Cánovas, porque la paz no puede ser sinónimo de pereza, de abulia, de atonía y, en definitiva, de parálisis que inexorablemente solo conduce a la muerte, retomando una idea que Galdós ya había manifestado incluso de forma más radical en Narváez26:

«Mariclío: La paz, hijo mío, es don del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza, y su incapacidad para dar práctica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollados en años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os llevará a la consunción y a la muerte».


(Pérez Galdós 2011b: 1119)                


Lo dicho hasta aquí, pendiente de otros trabajos complementarios sobre la quinta serie, evidencia, en primer lugar, el profundo compromiso ideológico de Galdós en dicha serie de episodios, que, como vio López Morillas (1986):

«encarnan por una parte el desengaño de quien vio las ilusiones de la temprana Septembrina trocadas al cabo en vesánico desbarajuste, el cual trajo a su vez de la mano el golpe de Martínez Campos y el retorno de los Borbones; y, por otra parte, delatan la repulsa que inspiran en el novelista las cuquerías y añagazas de la Restauración. Por boca de la "Madre augusta", de Segismundo García Fajardo y, en particular, de Tito, Galdós pronuncia lo que en jurídica latiniparla se llama "veredicto de culpabilidad" contra el cúmulo de calamidades, supercherías y sandeces en que se resuelve la crónica "externa" de España durante la mayor parte del siglo XIX».


(1986: 56)                


Y, en segundo lugar, el análisis de Cánovas pone de manifiesto la actualidad del último episodio nacional y hasta qué punto muchas de las cuestiones de la espléndida radiografía crítica de la sociedad de la Restauración llevada a cabo por Galdós siguen desgraciadamente vigentes, porque un país que no conoce, tergiversa u olvida su historia está condenado a repetirla.




Referencias bibliográficas

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  • CARDONA, Rodolfo (2004): Del heroísmo a la caquexia. Los Episodios Nacionales de Galdós. Madrid: Ediciones del Orto/Universidad de Minnesota.
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  • ORTEGA Y GASSET, José (1983): Meditaciones del Quijote, Obras completas, t. 1. Madrid: Alianza Editorial, 309-65.
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  • PÉREZ GALDÓS, Benito (1903): «Soñemos alma soñemos». Alma Española I, 1-2.
  • —— (2011a), Episodios nacionales. Segunda serie, I (Ermitas Penas, ed.). Madrid: Biblioteca Castro.
  • —— (2011b): Cánovas, Episodios Nacionales. Quinta serie. Ed. Yolanda Arencibia. Prólogo de Ángel Bahamonde Magro. Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 957-1119.
  • SOTELO VÁZQUEZ, Marisa, (2013): «El costumbrismo en La Estafeta romántica de Pérez Galdós». En D. Thion Soriano-Mollá (ed.): El costumbrismo, nuevas luces. Pau: Presses de l'Université de Pau et des Pays de l'Adour, 391-411.
  • —— (2016), «La campaña del Maestrazgo: historia y novela». En J. M. González Herrán et al. (eds.), La historia en la literatura española del siglo XIX. Barcelona: Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona, 337-50.






 
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