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Cantos del Peregrino : cantos séptimo, octavo y noveno (Manuscrito de 1844)1

José Mármol

Teodosio Fernández (ed. lit.)








ArribaAbajo Himno a Dios



I

    Ser que habitas el sol y la tierra,
que consientes la hormiga y el hombre,
yo conozco tu gloria y tu nombre
y yo tiemblo a tu nombre no más.
Bendición a tu labio he pedido
entre el caos de los hombres, incierto,
lo he pedido también del desierto
y hoy la pido en las olas del mar.


II

    No es, Señor, el poeta quien habla
con el fuego febril de la mente,
es el hombre quien baja la frente
abrumado de intenso dolor.
¡Ah! sin crimen ni culpa en el alma
tengo patria y me arrojan de ella,
soy amante y me falta mi bella,
tengo hermana y no escucho su voz.


III

    Con el frío del llanto se ha helado
mi esperanza recién en retoño,
y no dejan los vientos de otoño
una palma ni un mirto en mi sien.
¿Es verdad que padezco, Dios mío,
o el delirio del alma me engaña?
¿Es que el mundo me asesta su saña,
o es que al mundo no miro cual es?


IV

    A ti solo mi espíritu vuela,
de ti solo mi vida se escuda.
Ah, disipa de mi alma la duda
cual las nubes el rayo del sol.
El que sabe adorarte te escucha...
Tu voz suele llegar a mi oído
cual el vago armonioso sonido
de una lira que lejos vibró.


V

    Allá estás en la flor del desierto,
ahí te miro alumbrar las estrellas,
ahí están tus espléndidas huellas
en el último rayo de luz.
Aquí están los oceanos que rugen,
convulsivo de cólera el seno,
ahí está el estampido del trueno,
y esa mar y ese trueno eres tú.


VI

    Ahí están los colores del iris
aquietando las ondas y el rayo,
aquí está de mi pecho en desmayo
la esperanza alentada por ti.
¡La esperanza! magnífica perla
que persiste en el fondo del arca
y al volver la paloma al patriarca
por herencia la dio al porvenir.


VII

    Vedme solo, señor, en los mares
más juguete infeliz del destino
que en las ondas el trémulo pino
donde pulso mi triste laúd.
Cinco lustros apenas de vida
y mi sol se eclipsó lentamente...
Sólo queda en mi pálida frente
un crepúsculo incierto de luz.


VIII

    De mi vida en el negro horizonte
si una trémula estrella diviso,
mi alma tiembla y camino indeciso
cual la virgen que marcha al altar,
y si siento que alumbra la estrella
con sus trémulos rayos mi frente,
dudo aún, cual la esposa que siente
de otro ser la primera señal.


IX

   ¿Está en mi alma, Señor, la desgracia,
o hay un ser que me oprime inhumano?
A la flor la marchita mi mano,
o no hay flores, Señor, para mí.
A ti solo mi espíritu vuela,
de ti solo mi vida se escuda,
¡ah! disipa mi Dios esta duda
cual al humo la brisa sutil.


X

    Sea el orbe, dijiste, y al punto
quedó en mundos espléndido el cielo.
¡Ah! ¡¡Una chispa de amor y consuelo,
una luz de ventura, mi Dios!!
Y si tumba extranjera me aguarda
solitaria sin flores ni llanto,
a lo menos no muera mi canto
cuando expire en el labio la voz.




ArribaAbajoEl Mar del Sur


    Ahí está con sus crines coronado,
bramando con ronquido furibundo,
el bárbaro gigante encarcelado
entre el confín de América y del mundo.

    Centinela eternal, clava sus ojos
en las pálidas ondas del oriente,
o ya los vuelve centelleando enojos
en las verdes y oscuras de occidente.

    Éste es el mar a cuyo nombre solo
el alma en Dios el navegante pone,
cuando la proa la dirige al polo
y la imantada barra se le opone.

Ahí está con su cielo nebuloso,
con sus húmedas ráfagas glaciales,
con su sol melancólico y dudoso,
sus vientos y sus ondas colosales.

    Con su luna sin brillo y cristalina,
casi inapercibidas las pleyadas,
expirante la hermosa vespertina
y el fénix y la acuática apagadas.

   ¡Aquí hay algo fatal, indefinible,
que al corazón sorprende y desafía,
y que sólo el valor inconmovible
lo consigue afrontar con osadía!

    Tantas lúgubres viejas tradiciones,
tanta duda que asalta el pensamiento,
estas nubes, cual pálidas visiones,
apiñadas en medio al firmamento.

    El trémulo bajel: el mar bravío
que lo alza y lo desciende hasta el profundo,
¡¡¡duro ha de ser el corazón impío
que nunca a Dios se prosternó en el mundo!!!

    A Gama y a Colón les alumbraba
una luz celestial que en los oceanos,
al uno latitudes le enseñaba
y al otro los ocultos meridianos.

    Y calentado el corazón con ella,
ni sintiera la duda ni el desmayo,
cuando del polo la perenne estrella
ahogó en las olas su benigno rayo.

¡Pero a Drake también algo divino2
le alentaba el valor cuando esforzado
surcó primero en solitario pino
este mar a gigantes destinado!

    Aquí tiene la mar en sus entrañas
un perennal amotinado infierno,
que levanta sus ondas en montañas
para invadir las nubes del Eterno.

    Una desciende y su vacío llena
otra y otra en compactos eslabones,
cual de la vida en la eterna cadena
pasa una y otra y mil generaciones.

    Aquí, como los fallos del destino,
duros, inescrutables y violentos,
a combatir el arriesgado pino
se despeñan horrísonos los vientos.

    Y el madero infeliz se encuentra solo
bajo un cielo sin sol ni luminares,
ya arrojado del viento al yerto polo,
ya de occidente a los desiertos mares.

    Aquí la ciencia a comprender no alcanza
los misterios de Dios, y sólo el fuerte
conserva el talismán de la esperanza
y lucha y vence la ensañada suerte.

    No profanéis jamás esta grandeza,
poetas que dormís entre jazmines
y sentís el amor con la cabeza
y cantáis la desgracia en los festines.

    Bebed, reíd, cantad en las ciudades
los rizos y los ojos de las bellas,
pero no profanéis las tempestades
si nunca el mar os sorprendió con ellas.


II

    Mirémonos, oceano, frente a frente
como el cóndor audaz y la tormenta,
yo agitaré las alas de mi mente
y tú las ondas con furor revienta.

    Ahí estás con tu voz recia y bravía,
que en roncas y confusas vibraciones
rueda por los espacios su armonía
cual tronador concierto de leones.

    Al escucharte así, ¿quién el que osara
engreído decir «Yo te adivino,
yo los secretos de tu voz contara,
yo los misterios de tu fuerza atino»?

    Se oye tu acento tronador, eterno,
y descifrar al pensamiento cuesta
si es la espiral de un eco del infierno
o extraña nota de la sacra orquesta.

   ¿Es acaso Luzbel, responde, oceano,
quien se revuelve en tus hinchadas ondas
y las levanta con pujante mano
porque de Dios y de la luz lo escondas?

   ¿Ese rumor de tu profundo seno
es el ronquido de su voz impía
cuando a los rayos que vomita el trueno
las olas hierven de tu espalda fría?

   ¿Cuando apagar la tempestad pretendes
vomitando tus ondas impotente,
cómplice de su crimen, le defiendes
del Dios que aterra su maldita frente?

   ¡Tal vez, harto de crímenes, tú mismo
tiemblas, la bronca tempestad oyendo,
y, empinando tu planta en el abismo,
subes al cielo tu perdón pidiendo!

   ¡Tal vez harto de crímenes te quejas
con roedor, tenaz remordimiento,
y el rumor de leones que asemejas
es tu salvaje voz de sufrimiento!

   ¡¡¡Quién sabe si al trepar los horizontes
miran tus ojos de titán, contritos,
solitarios de América los montes
recordando el mayor de tus delitos!!!

    Quién sabe si a la América algún día
puso Dios con el Asia en fuerte abrazo,
y si la flor del Gólgota debía
aspirarse en la sien del Chimborazo.

   ¡Ah! ¡¡ Quién sabe si bárbaro quebraste
del duro pedernal los eslabones,
y por siglos de siglos encerraste
perdidas para el mundo estas regiones!!

   ¡Tal vez ellas nacieran destinadas
a predicar la herencia del Calvario,
en vez de comprenderla a puñaladas
recibiendo la fe con el sudario!


III

    Mirémonos aún... Sea en tus senos
ángel, crimen, demonio quien habita,
no por eso al mirarte goza menos
la tempestad que el corazón me agita.

    La sombra de la tarde misteriosa,
el desierto, la noche, el mar, el viento,
siempre fueron a mi alma procelosa
el bellísimo imán del sentimiento.

    Es música süave a mis oídos
de monte en monte el trueno retumbando
y se gozan mis ojos aburridos
la encapotada tempestad mirando.

    En un pueblo nací que en su regazo
bisoño ahogó su libertad querida,
como madre inexperta que en su brazo
su primer hijo sofocó dormida.

    De mi cuna la música imponente
fue el agudo estridor de los puñales,
fue de sangre el bautismo de mi frente
y un gemido mis cantos fraternales.

    Bramad, olas, bramad... Hijo de Mayo,
hay una tempestad dentro de mi alma;
siento placer al estallar el rayo
y me fatiga la enojosa calma.

    Bramad, olas, bramad. Hincha tus senos,
pujante oceano, y a mi barco agita;
no por eso de ti gozará menos
el huracán que el corazón me irrita.

    Esta nave, volando conmovida
a impulso de tus olas tronadoras,
es la imagen horrible de mi vida
entre el vaivén de mis adustas horas.

    Bramad, olas, bramad... ¡Salud, oceano!
Ya nos vimos al cabo frente a frente,
y al compás de tu acento soberano
cantó y tronó mi corazón valiente.




Arriba La cámara


A media noche



I

    Hay un momento en la vida
en un lugar de este mundo,
en que el ánimo convida
el Pensamiento a pensar.
Y con miedo del presente,
desconfiado del futuro,
comienza tranquilamente
la memoria a recordar.

    Y queda el hombre viviendo
los tiempos que ya ha vivido,
mendigando del olvido
cuanto el pasado le dio.
Y uno en pos de otro mirando
los goces y los reveses,
está viviendo dos veces
con hoy y lo que pasó.

    Y ese momento está aislado
en medio a la oscura noche,
adusto, eterno, callado
cual ángel de soledad.
Y ese lugar son las olas
de los desiertos oceanos,
tristes, fantásticas, solas
en medio a la inmensidad.

    Siempre rugiendo en concierto
al crujir de los maderos,
al cimbrar los masteleros,
de la nave al balancear.
Y en confusa ruda orquesta
con el viento confundido
se siente áspero el rüido
por la cámara vibrar.

    Donde la luz se derrama
en pardas oscilaciones
de una lámpara que inflama
y apaga el viento a la vez.
Y a cuyos tenues reflejos
vense cual sombras movibles
los mapas y los espejos
bamboleando en la pared.

    Y del techo suspendida
la negra barra imantada
cual de sí propia asustada
diciendo convulsa allí;
como la mano del tiempo
la Eternidad señalando,
y misteriosa gritando
generaciones - allí.

    Y al continuo movimiento
del bajel sobre las ondas
o a una ráfaga del viento
o tan solo al respirar,
de los embutidos lechos
se mueven las colgaduras
como pálidas figuras
que se levantan del mar.

    Entonces al pasajero
le irrita el susto la mente
y se cobija la frente
con miedo de oír, de ver.
Y quiere dormir y el sueño
lo ausenta la fantasía,
y espera la luz del día
para cesar de temer.

    Y mientras la luz no llega
se finge el ojo dormido,
finge no oír el oído
cobijado entre el cojín,
y cual de cárcel estrecha
se escapa rauda la mente,
buscando tras del presente
menos lúgubre confín.

    Y queda el hombre viviendo
los tiempos que ya ha vivido,
mendigando del olvido
lo que el tiempo le dejó,
y uno en pos de otro mirando
los goces y los reveses,
está viviendo dos veces
con hoy y lo que pasó.

    Y en tanto las olas rugen,
la cámara casi a oscuras,
se mueven las colgaduras,
se oyen los vientos silbar:
siempre la aguja en su modo,
siempre balances, rüidos
y siempre a concluirse todo
con solo un golpe de mar.


II

    «¿Que será de mi patria? ¡Cuántos hombres,
después que la dejé, sobre su frente
habrán grabado sus oscuros nombres
levantados del polvo de repente!

   ¡Cuántos nobles briosos corazones
habranse helado o estarán lejanos
por el rudo tropel de las pasiones,
tintas de sangre las fraternas manos!

   ¡Un día y otro día y mil sucesos
pueden cambiar la faz de un pueblo, un mundo,
improvisar un dogma en sus excesos
y arrastrar una esencia a lo profundo!

    A estas horas en ella discurría,
y era triste... feliz... en este día».

    Y la mente,
recordando,
uno a uno
va pasando
hechos, nombres,
días, hombres
de la hermosa
patria amada,
venturosa
o infeliz;
sin cuidarse
de las ondas,
con la frente
blandamente
cobijada
en el cojín.

    Entonces toda la historia
de nuestra vida se agolpa
tumultuosa en la memoria,
tranquila en el corazón.
Y se goza del pasado
como se goza de un sueño,
que nos agita halagüeño
con amorosa ficción.

    «¡En estas horas de mi amante hermosa
palpitaba el ardiente corazón;
eran los velos de la noche umbrosa
para nosotros pabellón de amor!

   ¡En estas horas me turbó el reposo
la fiebre de mi bella juventud,
la vez primera que soñé fogoso
para mi frente diamantina luz!

   ¡En estas horas meditaba inquieto,
revolviendo en mis manos el puñal,
no en noble, leal, caballeresco reto,
sino en el crimen, para bien matar!

    Y rondando de Elisa los balcones
esperaba, latiendo el corazón,
que sonaran las tímidas canciones
de su joven amante trovador.

    En estas horas, a la patria aleve
trazaba mis pasiones al papel
para animar la estrepitosa plebe
a escupir en la frente del poder.

    En estas horas por mi patria amada
trabajaba en su seno con tesón
para dejar su frente coronada
y al contemplarla sonreír de amor.

    En estas horas, derramaba el oro
en las faldas de réproba beldad...
En estas horas me bañaba el lloro
por no tener para mis hijos pan».

    Así la memoria,
las penas, la gloria,
delitos y amores,
placer y dolores
recuerda sin fin,
en esas horas de silencio y miedo
sobre el desierto mar, donde ofuscado
manda el viajero el alma a lo pasado
para el presente huir.

    Y sus recuerdos al placer responden
que anhela el corazón, porque son bellos
       y grandiosos aquellos
que en la nocturna lobreguez se esconden.

Porque son las pasiones en el hombre
siempre extranjeras a la luz del día.
Odio, ambición, amor, la sed de nombre
el mundo habitan de la noche umbría.

    Y por eso el pasajero,
que lo ha asustado el rüido,
ha dejado en el olvido
de lo presente el temor,
porque, extasiada la mente
con los recuerdos hermosos,
ve más débil el presente
que el tiempo que se pasó.

    Mas vuelve el alma a su alerta
y sus recuerdos olvida,
si transborda a la cubierta
un recio golpe de mar,
que hace cimbrar el navío
del mástil a las costillas,
y mesas, baules y sillas
con estrépito rodar.

    Entonces por las cortinas
saca el pálido semblante
y también quiere expirante
asomarse el corazón.
Mira, pregunta, lo animan,
vuelve al lecho la cabeza
y tartamudeando reza
con siniestra agitación.

    Y entonces yo que no tengo
mucho que hacer con el mundo,
y que lo mismo me avengo
en vivir que a zozobrar,
bájome del camarote,
corro de mi capa el broche,
y pinto cámara y noche
balanceado por el mar.





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