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Carta al diarista en defensa del comandante y oficiales del Batallón Primero Americano1

María Fernández de Jáuregui (impresor)





SEÑOR DIARISTA DON JOSÉ RUIZ COSTA



Muy señor mío, amigo, dueño y señor de toda mi estimación y respeto. Después de saludar a usted con la más atenta consideración, me tomo la libertad de emprender un rato de conversación con usted si no lo ha por enojo. Pues señor, es el caso, que yo, como la mayor parte de los habitantes de esta capital, me quedé tamañito al leer el estrepitoso parte, narración o cuento que usted tuvo la bondad de embocarnos en su diario número 2575 del lunes 19 del corriente sobre el lancecillo de los oficiales del Batallón I Americano. La verdad sea dicha, tuvo usted mil razones para enojarse; porque amigo, esto de querer violentar a un hombre es cosa pesada; y aunque usted con muy oportuna precaución se ciñó su sable por lo que pudiera tronar, no obstante, esto de dos contra uno es partido carabino.

Pero aquí entre nosotros, ¿ha tenido usted razón?, ¿ha hecho bien en publicar el lance?, ¿ha cumplido usted con el reglamento de la libertad de imprenta? Vamos sin sofocarnos a examinar la cosa por partes. Empieza usted diciendo que recibió un papel relativo al comandante del Batallón Americano y reclama la responsabilidad al autor. Muy bueno. En seguida refiere usted el lance con los oficiales, ocurrido el día 17[.] Muy malo. ¿Conque si no acuden estos no se acuerda usted de pedir responsabilidad, y nos emboca el discurso santísimamente? No hay duda; porque usted no resolló con la tal responsabilidad hasta el día 19. El 17 fue el ataque brusco, según usted lo pinta; luego el folleto estaba en poder de usted lo menos cinco días antes que nos lo insinuara. Pues bien: o el escrito era bueno, o era malo; esto es: o podía imprimirse, o pecaba contra el justísimo reglamento. Si lo primero, no importaba la fianza del autor; si lo segundo, ha sido usted muy omiso en no entregarlo al gobierno inmediatamente; pues debía ser un libelo infamatorio o producción incendiaria, que ni con fianza ni sin ella está permitido imprimirse máxime, cuando usted como editor no debía cargarse con pecados de otros, y que se le aplicara aquello de: cuidados ajenos matan al asno. Adelante. Los dos oficiales le mandaron a usted que entregara todos los papeles; usted se resistió; le amenazaron con la justicia; enviaron por ella; ciñó usted su sable; vino el alcalde o escribano; intimaron los oficiales orden de su excelencia para que usted entregara, no ya todos los papeles, sino el papel en cuestión; usted continuó su resistencia y se acabó todo. La verdad, amigo, ahora que está usted fresco, ¿no le da a usted risa de haber ensartado tal sarta de inverosimilitudes y contradicciones? Los dos oficiales fueron a la casa de usted con noticia de que tenía un discurso contra su comandante para imprimirlo. Esto es claro. No pudieron ir sino con una de dos intenciones: o a suplicarle que les entregara el papel, o a sacárselo quieras o no quieras. Si lo suplicaron, nada aventuraba usted en darlo, supuesto que el autor era incógnito; pero si usted no quiso hacerlo por razones que tendría, y los oficiales quisieron emplear la violencia, es menester confesar que fueron unos grandísimos tontos en salirse sin el folleto; pues una vez en el pollino, lo mismo son 2 que 200; porque con no haberle a usted dejado ceñir su sable estaba todo concluido. Con que, si ellos se mantuvieron pasivos, al armamento de usted y no se movieron a impedirlo, fue señal de que no llevaban proyectos hostiles. Pero la violencia, dirá usted, estuvo en amenazarme con la justicia. Bendita sea la cabeza de usted, ¿conque quiere usted hacernos creer que unos oficiales de guerra (aunque en esta ocasión parecieron muy de paz), que no habían sido creídos por su palabra y apoyada con el nombre del señor virrey, hubieron de apelar a un alcalde o un escribano como personas de más fe? Vaya; usted tiene trastornadas las ideas. Cómo escribió usted algo atufado; pintó una farsa que sólo creerá quien tenga muy poco mundo. Respondan por mí todos los oficiales habidos y por haber, y digan si habrá alguno que estime en tan poco su palabra de honor (diablillo de todo militar) que la posponga a la de cuantos escribanos y alcaldes ha tenido el universo.

Pero vaya más. El miembro de justicia parecía, según usted, escribano o alcalde. No hubiera sido malo que nos hubiera usted dicho en qué se conocen estos caballeros; pues si fue escribano, estos no tienen uniforme ni letrero; y si alcalde, no podía equivocarse con escribano, porque aquellos gastan bastón. Mas sea como fuere, si los oficiales al llamarlo le supusieron orden de su excelencia y él creyó, me parece más fácil que usted se hubiera convertido en murciélago que hubiese dejado de aflojar el papel; pero si fue confabulación del miembro de justicia y oficiales, lindo favor les hace usted a los de aquella clase que con tanta facilidad prostituyen su empleo por una gran bagatela. Y aun en este caso, no creo que ya comprometido el tal alcalde o escribano dejase de dar feliz acabamiento a la aventura; mas, el resultado de todo este entremés fue que los oficiales, el respetable nombre de su excelencia y el alcalde o escribano, todos salieron desairados; se conformaron con la resistencia de usted y se largaron muy frescos. Ahora bien, todo el mal de este negocio estuvo en los medios que se emplearon para lograr el fin; esto es, todo el crimen de los oficiales y del alcalde o escribano (fue la violencia, el escándalo, el insulto, etc.); por manera que el haberle después arrancado a usted el susodicho papel, era ya lo menos del negocio; pues en realidad, sabida la cosa, lo mismo se había de acriminar contándola con la adición de haber cogido el discurso, como habiendo dejado; y aventurados los oficiales y el alcalde o escribano a poner en platillo su opinión, no es creíble que dejara de ocurrírseles que nada reparaba su crédito después de hecho el atropellamiento la circunstancia poco agravante de lograr el papelucho o no; y oír tanto no es verosímil que habiendo hecho lo más, dejasen de hacer lo menos.

De todo esto resulta que el lance es absolutamente inverosímil, lleno de accidentes pueriles y ridículos, opuesto al carácter militar, increíble y contradictorio. Cualquiera que reflexione un momento sobre la narración de usted se convencerá luego de esto mismo, y a mucho subir creerá que en los oficiales pudo haber alguna fanfarronadilla militarezca viendo la resistencia de usted, sin más fin que tentar el vado a ver si en lugar de ceñirse usted el sable se quería quitar de disputas y daba papel.

Pero supongamos por un momento que todo fue como usted lo dice. Nunca puede pasar de un lance particular y privado, efecto de la precipitación de dos oficiales poco reflexivos. ¿Y qué le importaría al público que dos particulares por causas que ellos se saben, se rompan las cabezas, se insulten o se engañen? ¿Se ha erigido al público en juez de contiendas privadas? Y aunque esto fuera, ¿bastaría con oír a usted? ¿Se ha establecido la libertad de imprenta para contar chismes y reyertas particulares? Estábamos frescos si esta sabia resolución tuviese por objeto que el marido nos relatase las quimeras con su mujer, el acreedor con su deudor, el amo con su criado y el diarista con unos oficiales. Es menester decir que se ha quedado usted en ayunas del fin con que se ha concedido la libertad de imprenta, que es algo más grande y noble de lo que usted se ha imaginado. ¿Y qué es lo que usted llama atropellar sus derechos, atropellar a un ciudadano? Amigo, usted ha oído campanas y no sabe dónde. Un ciudadano como tal, respecto de otro en igual grado, no puede atropellar los derechos de éste, ni de aquél, porque las fuerzas iguales tienen resistencias iguales. Lo que puede suceder es que un ciudadano como hombre insulte a otro hombre por su mal humor o negocio peculiar. En este caso el ciudadano insultado y el agresor carecen de derechos y fueros; son dos particulares, y el derecho sólo aparece cuando usa el ofendido de la acción para reclamar la ley contra el delincuente. Vaya más claro: los derechos del ciudadano son relativos al gobierno y a las leyes; por tanto, los derechos del ciudadano no existen sino con respecto a las autoridades, y éstas son las que pueden (aunque injusta y criminalmente) atropellar los derechos de un ciudadano. Esto va solo indicado; son cosas muy triviales y que las saben todos, y una teoría más difusa sería confundir a usted si usted se hubiera quejado en forma a un juez, y probado el hecho no le hubiera guardado justicia, entonces sí que el juez habría atropellado los derechos de usted como cualquier ciudadano; porque la ley le da poder y fuero para exigir justicia de quien la ejerce. ¿Y por dónde se ha figurado usted que es el depositario de la opinión pública y de los secretos ajenos? ¿Está usted en su juicio? No hubiera dicho más un confesor que llevase setenta años de almacenar debilidades de pecadores. ¿Sabe usted por ventura lo que es opinión pública y lo que es ser periodista? Pues mire usted: opinión pública es el modo de pensar de la mayor parte de los individuos de sociedad sobre una materia que influya o pueda influir sobre la sociedad misma; por consiguiente, no puede estar depositada en ningún miembro particular, sino que existe siempre en la totalidad de ellos. Ni el gobierno mismo puede ser ni llamarse depositario de la opinión pública, y usted ha apropiado un empleo que no ha nacido todavía el que lo ha de obtener. Mucho menos es usted depositario de secretos ajenos; todo lo contrario, es usted la trompeta que publica lo que los autores escriben para que se sepa y no para que se guarde. Y en el momento mismo de tener usted como diarista una cosa que no pueda publicarse, es usted criminal y falta a su deber si al punto no la pone al juicio de las leyes.

Pero lo que es descabellado hasta lo sumo, es el de haber usted sacado a danzar la Constitución sabía que el día antes celebraron (los oficiales).


¿Qué tiene que ver el... chito
con las témporas del año?

¿Qué conexión tiene que yo jure y celebre hoy la Constitución, con que mañana se me amontone el juicio y vaya a darle de puñetes a uno que me ha ofendido? Haré mal, habré faltado a las leyes; pero no me he metido con la Constitución. Llamase así, las leyes fundamentales del estado, no las civiles; y la Constitución únicamente establece la base del gobierno y de las autoridades y equilibra su poder con los derechos del hombre. De manera que ni usted sabe lo que es la Constitución, ni porque la trajo allí, ni nada, en resumidas cuentas.

Aun es mucho peor el parrafito en que dice usted que sólo faltó que llevasen una compañía de cazadores y lo hubieran pasado por las armas en el acto. Aquí es ya intolerable cómo confunde usted la precipitación de un individuo de un cuerpo, con la acción del cuerpo mismo usando de su fuerza autorizada. Para hablar de esto era necesario tener tan destornillado el cerebro como usted. Vale más dejarlo y advertir a usted que a cincuenta varas del real palacio y a cuatro pulgadas de sus paredes, puede suceder que un hombre de humor indigesto me insulte y me dé de bofetones; porque esto no lo pueden precaver las leyes; y usted repito, ha confundido la precipitación de dos particulares, con la tropelía de una autoridad constituida y de un cuerpo con abuso de su fuerza.

También es muy peculiar que estando usted rodeado de testigos, no nos haya nombrado algunos; y todavía más raro, que entre tanta gente no hubiese un alma que conociese al alcalde o al escribano.

Pero estamos ya en lo más bonito del pasaje que consiste en la esquela de usted al comandante y la respuesta de éste. Amigo, cuando se suelta una prenda, es menester mucho cuidado para mentir. Usted expone que le escribió al comandante sobre el particular, suplicándole le dijese «qué había». ¡Ya se ve! No hay cosa más inocente que estas dos palabras. Pues sepa usted que no lo dijo así. La esquela de usted principiaba con estas o muy semejantes palabras: Me parece que ha estado usted esta mañana en mi oficina a recoger un papel que me han remitido contra usted, si así fuere cierto, que lo dudo. ¿Cómo es esto? ¿No escribió usted la esquela después del lance? ¿Pues en qué quedamos? ¿Fue el comandante el agresor o fueron los oficiales? Ni el comandante, ni los oficiales; usted mismo lo manifiesta, diciendo: me parece (porque este principio de la esquela es literal). Equivocar al comandante (que es un teniente coronel) con dos oficiales, es peor que no distinguir al alcalde y al escribano. Conque venimos a sacar en conclusión que a usted le parecía que había estado el comandante en su oficina; pero que, en realidad, pudo haber sido Poncio Pilato y a usted le dio luego la gana de afirmar que fueron dos oficiales del Batallón Americano. Por manera que todavía nos ha de jurar usted que los agresores fueron dos almas del purgatorio. En seguida añade usted al comandante, que se sirva contestar a la vuelta de la esquela, diciéndole si había sacado alguna orden de su excelencia y que contestase luego, porque el tiempo urgía. ¡Hola, amiguito!; conque dije yo bien al principio que si no ocurre el reclamo de los oficiales, usted no se acuerda de la responsabilidad del autor del libelo y nos lo encaja con letras de molde. No hay remedio. Y si no, ¿a qué viene lo del tiempo urge? Entonces el comandante respondió al mensajero: «Diga usted a ese caballero que yo no he ido a su oficina ni he tenido para qué; y en el caso, hubiera enviado a un criado sin necesidad de incomodarme; que si alguno trata de insultarme, sabré tomar satisfacción con la espada». Désele a esta contestación el sentido que se quiera; nunca pasa de un desahogo militar autorizado en cierto modo por la costumbre, y que es hijo del canonizado pundonor de la carrera. Y sobre todo ¿en qué le ofendía a usted? En todo caso, la amenaza se dirigía al insultante; y éste no era usted sino el autor del libelo. Conque toda la polvareda que usted ha levantado no ha tenido más fundamento que su capricho, su irreflexión y su candidez, por no decir malicia. Ya usted ve que está absolutamente falsificada su relación por deducciones infalibles y por su propia esquela. Usted no obstante, ha prometido justificar el caso; y supuesto que ha enterado al público de un hecho privado de que sólo debía conocer un tribunal, yo prometo también estar a la mira de la justificación legal para hacerla imprimir inmediatamente sin miedo de comprometerme; pues me consta suficientemente que los oficiales no soñaron violentar a usted y que se contentaron con porfiarle un poco para decidirlo a que les enseñase el papel; hasta que, viendo que nada conseguían, se marcharon buenamente, no por miedo del sable que usted se ciñó, sino porque intentaron nunca usar de la fuerza.

Por consecuencia, usted ha tratado de sorprender los ánimos capciosamente, ha faltado a la moderación, calumniando a un jefe militar, a dos de sus oficiales y aun a todo el cuerpo (o cuando menos, ha puesto en dudas la opinión, que siempre es un crimen cuando se hace sin pruebas convincentes). Y para que vea usted que pecó hasta contra la urbanidad, acuérdese usted que la esquela la puso sin encabezamiento, empezando con la palabra y con un sobre con tres luegos, a manera de general que pide auxilio en un gran aprieto.

No quiero meterme en el modo y estilo de la narración del diario, baste advertir a usted que aprenda gramática y lengua castellana, y luego puede escribir; pues sólo con comentario se medio entiende la algarabía con que está contando el suceso.

Fuera de este negocio queda muy de usted su apasionado amigo y servidor que besa su mano,



Cualquiera.





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