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Cartas de Jorge Isaacs a José Asunción Silva con motivo de la muerte de Elvira Silva

Jorge Isaacs

Remedios Mataix (ed. lit.)






ArribaAbajo[Carta 1]

Bogotá, 17 de enero de 1891.

Señor don José A. Silva.

Amigo de mi alma:

Estas estrofas son el homenaje de mi cariño y gratitud en la tumba de su hermana1. ¡Todavía le quedaban a mi corazón muchas lágrimas!

Jorge Isaacs




Arriba[Carta 2]

Bogotá, 21 de enero de 1891.

Señor don José A. Silva.

Mi bondadoso amigo:

Su carta del 17, que muchas veces he leído, produce en mi ánimo indefinible impresión. Lo que en ella dice del dolor que le tortura, los recuerdos que evoca y acaricia como para matarse, su ternura para la muerta adorada y casi divina, me quebrantan el corazón. Lo que me habla usted de ese canto a Elvira -quizás el postrero del poeta que la conmovió en otros días- es superior a cuanto yo pueda ambicionar y merecer.

Quedaré recompensado, sobradamente, con su noble y leal afecto de amigo, y poseyendo todo lo que de ella me ofrece: su retrato, para que sea ángel guardián de mi hogar; y admirada, querida allí como yo la admiro y venero, los pañuelos que usó en horas felices, fragantes aún con el perfume de sus manos. Los he recibido en este momento. ¡Qué tesoros le cede usted al poeta y amigo! La gloria no es una alucinación, un delirio insano, como lo creen algunos ciegos y ruines. Aquí los tengo... Los guardaré como las trenzas y juguetes de mi Clementina: fue la primera de mis hijas, el embeleso y alegría de mi casa, el consuelo mío... todo para mí: y nos dejó cuando apenas contaba once años, el 10 de enero de 1869.

Si el descanso viene -bien merecido será después de tan penosa y larga lucha- y mi vida se prolonga así unos años, recompensa única que mi familia ambicionaba, ya verá cuánto haremos y Elvira vivirá mientras se oiga de nuestras estrofas un eco. El poeta-rey, hijo de Isaí, lloraba su desesperación, lamentándose de que sus muertos amados no volvían a él: Elvira vendrá a nosotros. ¿En nosotros no vive?

Ella anhelaba mi reposo y alivio, la prosperidad de mis trabajos -que todavía no sabe apreciar este país- y a ella, a su poder de ángel bendito y protector, tengo encomendado el éxito final de mis esfuerzos. ¡Y somos los incrédulos y los ateos!... Yo le pagaré, regocijándola, en amor y beneficios a los pobres y desamparados.

Lo que usted piensa se haga en Nueva York con el canto a Elvira es demasiado. Pero a ella le pertenecen esas estrofas y, por lo mismo, a usted. De ella son: ¿quién se atrevería a afirmar que Elvira no las leyó antes que usted? Si las envía para que se haga esa edición, le pido que antes me deje revisarlas unos momentos.

Creo que estaré mejor de aquí al sábado; si así sucede, iré a abrazarlo en la noche de ese día.

Su leal amigo,

Jorge Isaacs





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