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ArribaAbajoCapítulo XV

De la obediencia a la potestad, por respeto al orden de Dios han de ser obedecidos aun los malos Príncipes


P. Claro es que se asegura la felicidad del Estado por ser invariable el orden de la autoridad pública. Pero me parece que si la autoridad del Príncipe viene de solo Dios, será tan absoluta e ilimitada como la de Dios.

R. No351. Limitada es, como la de los padres que nace del mismo principio. La una y la otra son establecidas por Dios no para destrucción, sino para edificación, esto es, para la conservación, para el orden y seguridad de las familias y de los pueblos. La potestad doméstica y la civil, y cualquiera otra de las que tienen cabida en el orden de Dios, se dirigen al bien general de la sociedad352.   —142→   Pues una autoridad ilimitada que no estuviese sujeta a ley ninguna, fácilmente destruiría la sociedad, y frustraría los medios por donde el bien general se consigue.

P. ¿Estos límites de la autoridad civil quién los pone?

R. La misma ley divina y natural que la ha establecido. Desordenado sería el establecimiento de la autoridad pública, si el mismo que la estableció no hubiera prescrito las leyes con que se ha de usar de ella.

P. Creía yo que para ser ordenado el uso de la autoridad civil, era necesario que el pueblo prescribiese sus límites por medio de algún pacto que hiciesen con ella.

R. Una cosa es que cada nación tenga sus leyes fundamentales civiles proporcionadas al género de gobierno que se halla establecido en ella, y otra cosa es que la autoridad civil dependa de contrato que haya hecho el pueblo con el Príncipe. Por haber confundido estas dos cosas, se han cometido grandes yerros en la ciencia del Derecho público. En lo primero pudo haber tenido parte el pueblo, como decíamos de la elección del Príncipe: pero la autoridad establecida está sujeta solamente a la ley del orden invariable, cuyo autor es Dios, sabio y justo por naturaleza. El que cree   —143→   que sólo pueden ponerse límites a la autoridad civil, fundándola sobre un pacto social que hagan los hombres entre sí, supone en los hombres además de la independencia y de la igualdad civil que no tienen, mayor sabiduría y providencia que en Dios.

P. Los súbditos en este contrato podrían atender a los intereses públicos de la sociedad.

R. Mejor que ellos los procura Dios, cuyo fin en el restablecimiento del orden político fue el bien general de todo el linaje humano, y el particular de cada uno de los hombres. En él no hay sospecha de pasión o de interés particular, ni temor, ni rastro de soberbia, sino providencia y sabiduría infinita, con la cual es ordenada la autoridad a la pública felicidad.

P. He oído que la sociedad civil conserva siempre vivos los fueros que tenía cuando se estableció.

R. Una vez establecida la sociedad, no tiene ya derecho el pueblo, como antes decíamos, para alterar la forma de gobierno que en él se halla adoptada. Los casos particulares que acerca de esto ofrece la historia no hacen ley353, y deben ser mirados como efectos de una especial providencia de Dios. Si quedase en el pueblo siempre vivo este fuero, no habría estabilidad en la autoridad   —144→   pública, ni seguridad en las personas en quien reside. Los que adoptan semejantes máximas, son detestados como enemigos de la unidad y concordia civil.

P. ¿El uso de la potestad secular es de Dios?

R. No siempre: cuando es bueno, es de Dios: aunque la potestad siempre es de Dios, el uso malo de la potestad nunca puede venir de Dios354.

P. ¿Y los caminos para alcanzar esta potestad son de Dios?

R. Digo de esto lo mismo que del uso355. No siempre son de Dios: lo son cuando son buenos y legítimos, y aprobados por él.

P. Según eso para obedecer a la potestad secular, deberemos examinar en el que manda si hace buen uso de esa potestad, y si la ha adquirido por medios legítimos.

R. No. Ni el uso de la potestad secular ni los medios por donde ella se adquiere deben tener   —145→   influjo en la sumisión y respeto de los que están sujetos a esta potestad, sino el origen de ella.

P. ¿Pues qué debemos mirar en el que manda?

R. Sólo el orden de Dios356. Este orden exige de los súbditos la veneración de la potestad que viene de él, amando lo que él ordena, sufriendo lo que él permite, y tolerando lo que él tolera. El orden de las potestades es de Dios357, la ambición y el abuso de la potestad es del malo358. Tanto ama Dios el orden de las potestades, que a trueque de que no se quebrante este orden, tiene por ministro suyo al malo puesto en autoridad, y quiere que sea obedecido359.

P. ¿Cómo se compone que siendo obra de Dios el restablecimiento del orden político, y viniendo de Dios la pública potestad, haya en este mismo orden tanto desorden que conspira a la ruina y disolución del Estado?

  —146→  

R. No porque haya perversidad en los hombres, deja de haber quien gobierne las cosas humanas. El orden de ellas es de Dios: el quebrantamiento del orden que es del hombre, no pone culpa en la ley del orden ni en el autor de ella, cuyo consejo es superior a toda perversidad humana360.

P. Con todo eso no acabo de entender cómo la autoridad y la potestad de los Príncipes que son perniciosos a los pueblos, pueda venir de Dios, que sólo estableció la autoridad y la potestad para bien de la sociedad.

R. A esto no alcanza la razón361; sola la Religión enseña esta altísima verdad y las causas de ella362.

P. ¿Qué dice la Religión acerca de esto?

  —147→  

R. Que no hay potestad que no venga de la potestad de Dios: que esta potestad se da muchas veces a los malos para prueba de la paciencia de los justos, y para castigo de la maldad de los pecadores363: para ejercicio de los buenos, y para auxilio de los que desean serlo: para que unos probados por la paciencia muestren lo que son, y otros con este buen ejemplo aspiren a lo que deben ser364.

P. ¿Y de esto hay pruebas en la divina Escritura?

R. Esta doctrina del poder legítimo de los malos Príncipes la han reconocido los Santos en lo que dice la eterna sabiduría: Por mí reinan los Reyes, y los Tiranos por mí poseen la tierra365: y en aquellas palabras: Escuchad vosotros los que ponéis freno a la muchedumbre, y os complacéis en ser señores de grandes Reinos: Dios es el   —148→   que os ha dado la potestad: del Altísimo habéis recibido el mando: él os pedirá cuenta de vuestras obras, y escudriñará vuestros pensamientos; porque siendo Ministros de su Reino, no juzgasteis con equidad, ni guardasteis la ley de la justicia366: y también en lo que dice S. Pablo: No hay poder que no venga de Dios367.

P. ¿Hay en la Escritura algunos ejemplos que muestren ser legítima la potestad de los malos Príncipes?

R. Sí, el de Abraham que hizo alianza con los Reyes de Sodoma y Gomorra y con otros Príncipes infieles, reconociendo en ellos legítima autoridad, y tomando las armas para defenderlos368: en José que gobernó el Reino de Faraón, legítimamente mandado por aquel Príncipe Idólatra: en Ciro Rey de Persia, llamado como los Reyes de Israel Cristo del Señor, y fortalecido y ceñido de su mano369: en Jesucristo que tuvo por debido a un Emperador infiel el tributo que sólo se da a la legítima potestad370. A este tenor pudiéramos alegar otros muchos ejemplos. Los fines por que permite Dios la potestad de los malos, se descubren en el ejemplo de Job atribulado   —149→   por el diablo para que se mostrase su justicia, y en el de Pedro tentado para que no presumiese de su flaqueza, y en el de Pablo abofeteado para que no le dañase la vanidad, y en el de Judas condenado hasta dejar que fuese su propio homicida371. Y más claramente en lo que dice Dios por un Profeta: Te daré Rey en mi ira372: y en lo que de él dice Job: Que hace reinar al hombre hipócrita por la perversidad del pueblo373.

P. Esto último de Job hace temblar. Quisiera entender bien el espíritu de estas palabras.

R. Yo os lo explicaré. Fue como decir: si Dios aparta sus ojos de un Reino todo, y de una Nación, ¿quién será parte para que no reine y se apodere de ella un hipócrita? Y llama hipócrita todo lo que es mando no legítimo, sino tirano y vicioso. La hipocresía, pues, y maldad del Rey es castigo de las caídas y pecados del pueblo374. En los Reinos que no mira Dios con favor, pecan   —150→   los súbditos, y luego por los pecados de ellos y en castigo les da malos Reyes375. En el Reino por quien Dios no mira, sin que nadie pueda estorbarlo sucederán luego dos males: vicios grandes en los miembros, y maldades y tiranías en las cabezas: en lo cual se contiene toda la calamidad y ruina que puede venir a un Reino376. Puede entenderse también que el Reino a quien Dios deja, está expuesto a ser mandado por malos Príncipes, que para despojar a sus súbditos les pongan leyes en que tropiecen, y caídos se enreden, y no se levanten377.

P. Terrible azote es el de los malos Príncipes378. Pero si aun este poder suyo viene de Dios, ¿cómo dice el mismo Dios: Ellos reinaron, pero no por mí379?

R. Creen algunos que habla aquí el Señor de Jeroboam y de los Reyes de Israel, que por permisión justísima de Dios se sublevaron contra sus legítimos Príncipes, y usurparon una parte de sus   —151→   Estados, sirviendo de azote a la ira divina para castigar los pecados de Salomón. Pero aun estas palabras no por mí, entendidas de Príncipes legítimos que abusan de su autoridad, las interpretan los Padres del abuso, pero no de la autoridad. Por Dios y no por Dios reinan aquellos Reyes que reciben el poder de Dios, y neciamente niegan con las obras que es de Dios su poder. Y así no tiene Dios por suyos aquellos Reyes que envía para castigo de los pecados del pueblo. Buena es la potestad suya que nace de Dios. Lo malo no puede subsistir sin lo bueno, y sólo en lo bueno. Por eso a los Reyes avisa el Espíritu Santo diciendo: Ahora, o Reyes, entended, sed adoctrinados los que juzgáis la tierra380.

P. ¿Cómo se compone con esto el haber llamado Samuel derecho del Rey a la tiranía con que Saúl había de oprimir al pueblo de Dios381?

  —152→  

R. Al pueblo de Israel dio el Señor con ira el Rey que le pidieron contra el orden de su voluntad, faltándole al respeto y a la obediencia382. Quiso Dios permitir que este Rey fuese azote de los indignos. Para esto le dejó caer en el abuso de su potestad, sirviéndose de este desorden del Príncipe para que por medio de su injusticia perdiesen justamente sus campos y sus viñas y sus olivares los que perdieron la sumisión a Dios, menospreciando su mandamiento383. Y así esta palabra derecho no significa aquí fuero o poder legítimo de la pública autoridad, a la cual no da licencia la ley de Dios para que oprima a sus súbditos, sino el uso malo que de ella había de hacer el Príncipe384. Ni en este lugar ni en otro alguno autoriza la Escritura en los Príncipes el abuso   —153→   de su poder, ni llama derecho a la tiranía. Pero tampoco da licencia a los pueblos para que rebelen contra el Príncipe injusto; antes bien les manda guardar el orden político que nace de la subordinación a la potestad385, teniendo por guiados de Dios a los que siguen al Príncipe, y por hijos de Belial386 a los que le desprecian387.

P. ¿Tiene Dios otras causas para hacer cabezas del pueblo a los malos?

R. Sí. Dios con justo juicio da los Reinos indiferentemente a los buenos y a los malos, según lo pide el mérito de los súbditos388, para conservar el orden de las cosas y de los tiempos que tiene eternamente establecido, del cual orden Dios es señor, y nosotros siervos. Para este orden se sirve Dios del desorden con que los malos Príncipes abusan del orden de la potestad. Como sea esto, no lo sabemos nosotros: los fines de Dios en este altísimo consejo suyo, el tiempo los suele descubrir. También suele poner la potestad   —154→   civil en manos de los indignos, para que los verdaderos fieles no apetezcan el reino de la tierra de que no son excluidos los malos389, sino el del cielo que sólo se da a los buenos390. Imposible es que la potestad de los Reinos y de los Imperios venga de nadie sino del verdadero Dios, que da la felicidad en el reino celestial a solos los buenos, y el terreno a los buenos y a los malos, conforme le place al que nada sino lo justo le place391.



  —155→  

ArribaAbajoCapítulo XVI

Prosigue la materia del pasado. No pueden los súbditos hacer frente a la autoridad de los malos Príncipes. Cómo a las cabezas del Estado se debe imitación, obediencia y respeto. Frutos que cogen los buenos del abuso de la potestad de los malos. Práctica de la Iglesia acerca de esto


P. ¿Con que no será lícito oponerse a la autoridad y al poder de los malos Príncipes?

R. El que resiste al poder de los malos Príncipes, no resiste al abuso de la potestad que es del hombre, sino a la misma potestad, y por consiguiente al orden de Dios392. En cualquier mano que esté la autoridad legítima, se debe mirar el origen de ella que es Dios393. Querer eximirse de esta potestad, es no sujetarse a la ley eterna que consiste en el orden invariable. Y así no puede llegar caso en que sea vituperable el orden de la potestad Real, por grande que sea la injusticia y la tiranía del Príncipe394: o en que la honra que   —156→   se debe a la potestad, pueda ser minorada por la maldad del que la ejercita395.

P. Quisiera en esto ideas más claras para no errar en tan grave negocio.

R. Aunque en los Príncipes debemos reconocer el poder y la autoridad de Dios, el uso bueno o malo que ellos pueden hacer de esta autoridad nos obliga a poner en esto alguna diferencia. A proporción que ellos se alejen de Dios por sus vicios, o se unan con él por sus virtudes, deben sus súbditos mudar de conducta en orden a ellos.

P. Esto cabalmente es lo que deseo yo saber, para no faltar a la lealtad de buen vasallo.

R. Tres cosas debemos a las cabezas del Estado, respeto, obediencia, e imitación. El respeto se debe al oficio y al poder: la obediencia a la rectitud de la justicia: la imitación a la virtud. No podemos imitarlos cuando su vida es contraria al Evangelio396: no debemos obedecerlos cuando sus mandatos se oponen a la justicia: pero aun entonces y siempre los debemos respetar397, porque   —157→   su oficio y su poder siempre es santo, esto es, conforme al orden de Dios. Mil cosas hay que nos dispensan de su imitación: sola la injusticia de sus órdenes nos exime de su obediencia: del respeto no hay cosa alguna que nos pueda eximir398. La imitación que es una especie de obediencia debida a la virtud en general, y más a la de nuestras cabezas, es contraria al orden de Dios, y digna de castigo, cuando no se tributa a la virtud399. La obediencia que debemos a nuestros superiores, es compatible con todos sus vicios, menos con la injusticia; y aun cuando ellos estén dominados de la injusticia, los debemos obedecer, si lo que nos mandan no es injusto. El respeto debido sólo a la potestad y a la autoridad que es de Dios, no lo impide ni lo disminuye la falta de virtud ni la injusticia de la persona del Príncipe, ni aun la injusticia de su mandamiento400. Porque lo que es de Dios no puede trastornarlo ni estorbarlo el hombre; y lejos de que nuestra injusticia pueda perjudicar   —158→   a la justicia de Dios, se sirve Dios de ella para hacerla resplandecer más.

P. Esta distinción me hace ver claro cómo por parte de los súbditos no se ha de confundir el orden de Dios, aun cuando de este orden abusen los que están puestos en mando. Convénceme esto: mas parece injusto que los miembros de la Iglesia padezcan cosa alguna aun en lo temporal de parte de la autoridad civil y política.

R. Injusto es ciertamente. El Príncipe que menosprecia o maltrata a los buenos, y protege o autoriza a los malos, se opone a los fines por que se le ha dado la potestad401, y quebranta cuanto es de su parte el orden establecido por Dios402. Pero la Iglesia no sufre en ninguno de sus hijos que por esta causa sacudan el yugo de la potestad civil. Bien conoce que la potestad y la autoridad debe ser gobernada por la recta razón, y que ésta es la justicia del mando y superioridad de las cabezas: pero a los súbditos de los superiores malos que perturban este orden de su potestad, manda que los sufran, si quieren alcanzar en el siglo venidero la muy ordenada y sempiterna felicidad403. Mas quiere verlos sufriendo a   —159→   los malos, que sufridos por los buenos404. No tiene por felices a los perseguidores injustos, sino a los perseguidos405, ni por buenos a los que murmuran de los malos, cuyas extorsiones se ven obligados a padecer406. Dice que los buenos aprendan a ser ejercitados por los malos, y a sacar de su persecución frutos de paciencia: que la malicia del malo es azote del bueno: que el siervo es instrumento de la enmienda del hijo407.

P. ¿Se han visto de esta sumisión algunos frutos señalados en la Iglesia?

R. Sí: la dilatación y la gloria de la misma Iglesia408. La Iglesia padece tribulación cuando le es más provechosa que la prosperidad: goza de calma cuando le es más provechosa que la tempestad: ni de la una ni de la otra recibe daño409.   —160→   Sírvenle para gloria de su cabeza y ejercicio de la virtud de sus miembros410. En todo esto resplandece la verdad de la promesa de Cristo411. Sufrieron los primeros Cristianos la tiranía de los perseguidores. No quebrantaron el orden de la potestad secular: sometiéronse a ella en todo lo que no era contrario a la ley de Dios. Padecieron de parte de los malos tropelías, cárceles, destierros, muertes cruelísimas412. Los Emperadores que abusaban de su potestad en perseguir la Iglesia, quedaron destruidos. Decían, persigamos, matemos, aniquilemos la Iglesia: y entre tanto crecía la Iglesia413.

  —161→  

P. Quisiera saber cómo se portaban los vasallos Cristianos con los Emperadores Gentiles. ¿Les obedecían en todo lo que pertenece al orden civil?

R. Pondré un ejemplo en Juliano. Este Emperador fue desleal a Dios, apóstata, inicuo, idólatra. Los soldados Cristianos servían al Emperador infiel. Cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocían sino al Rey del cielo, de quien había él recibido la potestad. En queriendo él que adorasen los ídolos y les ofreciesen incienso, hacían más caso de Dios que del hombre. Mas cuando decía, Formaos en batalla, salid al campo, id contra aquel ejército, al punto le obedecían. Por la Religión distinguían al señor eterno del señor temporal: mas con todo eso por respeto al señor eterno, se sujetaban también al señor temporal414.

P. Ahora conozco mejor lo que decíais antes, que más leales fueron a los Emperadores Gentiles los vasallos Cristianos, que los mismos Gentiles.

R. Los malos Príncipes pertenecen a la ciudad   —162→   de Babilonia, los buenos vasallos a la ciudad de Jerusalén. A los ciudadanos de Jerusalén manda la Religión que sufran el abuso de la potestad en los ciudadanos de Babilonia, con mayor lealtad y constancia que si fuesen ciudadanos de la misma Babilonia415.

P. ¿Tenemos los Cristianos algún otro dechado de la obediencia y respeto que se debe a los malos Príncipes?

R. Sí, el más perfecto de todos, el que únicamente nos debiera bastar, que es nuestro Señor Jesucristo416. Con su ejemplo nos enseñó la sumisión que se debe a la autoridad secular, aun cuando está en manos de los indignos417. Lo que sufrió en su pasión, ¿de parte de quién lo padecía sino de los malos? Si fueran buenos los Príncipes que le persiguieron, hubieran honrado en su persona al autor de su potestad; y no le honraron, mas burlaron de él, y le trataron como a loco, y le crucificaron como malhechor. A todo esto se sujetó el autor y principio del orden que hay en el cielo y en la tierra, para que los que   —163→   somos hechuras suyas cooperemos por nuestra parte a la conservación de este mismo orden, sometiéndonos con todo corazón por amor a la potestad de los malos Príncipes418.

P. Según eso deberemos estar prevenidos siempre para sufrir esta calamidad.

R. Sí. La mezcla de los buenos con los malos no se ha de acabar en la Iglesia hasta el fin de los siglos419. Malos los puede haber en todos los grados y jerarquías de la sociedad420. Sufre el labrador la paja en la era, hasta que en el tiempo de la trilla la separe del grano que se ha de guardar para siempre421.



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ArribaAbajoCapítulo XVII

No tienen poder los súbditos para juzgar al Príncipe. Medios que sugiere la Religión para hacer frente al abuso de la autoridad pública


P. ¿Y qué deberíamos hacer nosotros si enviase Dios a la sociedad civil algún Príncipe malo?

R. Los siervos buenos que sirven a los señores malos, aspiren no a ser alabados por la potestad, sino a merecer la alabanza por la sumisión debida a la potestad422: súfranlos con la esperanza de que no dejará Dios que la vara de los pecadores se apodere de la heredad de los justos423.

P. ¿Qué quiere decir eso?

R. Que no porque la autoridad pública esté en manos del malo, deben los súbditos extender las suyas a la maldad424: mas conociendo que no es eterno el poder a que los sujeta en la sociedad el orden de Dios, prepararse con el ejercicio de   —165→   la paciencia a la posesión de la eterna heredad, en la cual destruido todo principado y poder terreno, será Dios todas las cosas en todos425. El desorden que pone en la potestad el que abusa de ella, no durará sino mientras pasa la maldad. En llegando este tiempo, dará Dios a cada uno su merecido426. Entretanto debe el mejor servir al peor, para que por la servidumbre del tiempo adquiera el reino de la eternidad427.

P. Según eso ninguno de los vasallos ni todos ellos juntos podrán juzgar al Príncipe malo, ni vengar en él el abuso de su autoridad.

R. Ya hemos dicho que para esto nadie tiene poder sino Dios. Dios solo vuelve por la causa de los súbditos oprimidos por el abuso de la autoridad pública428. A sí se ha reservado el juicio del Rey el que sólo es superior al Rey, como habla   —166→   la antigüedad429, tomando la frase y el espíritu de la divina Escritura430. Quebrantar o mudar el establecimiento del Príncipe terreno, no pertenece a los que la ley eterna de Dios ha hecho súbditos suyos431. A Dios que es Rey de los Reyes pertenece tomar venganza de los malos Reyes432, y a los súbditos guardarles la sumisión y el respeto debido, mientras Dios los conserva en su autoridad433. Dios que tiene en su mano los Reinos y la vida y la muerte de los Príncipes, sabe cuándo conviene cortar el hilo al abuso que los malos hacen de su autoridad. El mismo Señor dice que cuando es su voluntad quita el cíngulo de los Reyes, esto es, su vestido y ornamento real, rompiendo los establecimientos y leyes rigorosas de su tiranía, despeñando a los más altos de su trono,   —167→   y abatiéndolos de la silla real a la miseria postrera434. Tenemos hartos ejemplos de malos Príncipes castigados por Dios con desventuras y muertes no esperadas435.

P. ¿No tiene derecho el pueblo para sacudir este yugo?

R. En los siglos floridos de la Cristiandad nunca creyeron los Fieles que para esto tuviese derecho el pueblo. En los Reyes que abusaban de su potestad, veneraban el repartimiento divino de los Imperios conforme al orden de los siglos predestinado en la eternidad436: reconocían el azote de la ira de Dios437: miraban cumplida aquella amenaza: Les daré Príncipes niños: gente afeminada serán sus señores438: y trataban de corregirse a sí mismos para que Dios levantase la mano de aquel azote.

P. Bien se deja entender que un Príncipe malo   —168→   es castigo del pueblo. Pero así como de la peste y de la guerra y de la hambre y de otros azotes con que Dios nos aflige, es lícito que cada uno se guarde del modo que pueda, así también lo será que evite en el Príncipe el abuso de su autoridad del modo que pueda.

R. Cierto es que puede cada uno de nosotros ponerse a cubierto de las calamidades públicas, mas nunca por medios ilícitos, esto es, opuestos al orden y a las leyes establecidas por Dios. De otra suerte en tiempo de hambre podría un rico reducido al estado común de pobreza, evitar esta calamidad matando o robando o vendiendo su propia honestidad, o arrojándose a otros delitos que por ningún caso y en ningún tiempo se pueden cometer. De la misma suerte digo que puede el súbdito ponerse a cubierto del abuso de la pública potestad, pero nunca por medios ilícitos. El juzgar al Príncipe, el rebelar contra él y destronarlo, son medios de que no puede echar mano el pueblo contra el abuso que hace el Príncipe de su autoridad, por ser opuestos al orden de la ley eterna de Dios, único origen del poder de los Príncipes.

P. Al derecho implícito o expreso que tiene el pueblo de elegir al Príncipe, ¿no va anexo también el derecho de juzgarle o deponerle cuando no guarde él los pactos implícitos o expresos del Estado que ordenan el gobierno a la felicidad pública?

R. Ya queda declarado que el derecho de elegir   —169→   al Príncipe, aun cuando lo tenga el pueblo, no le da licencia para que le juzgue. El juicio no puede venir sino de autoridad superior. La autoridad sobre el Príncipe sólo pertenece al señorío universal que es privativo de Dios, como principio del orden, y omnipotencia y sabiduría increada. Aun algunos de los que en esto se desentienden de la Religión, no se atreven a negar esta verdad. Viniendo de Dios la potestad de los Príncipes, sólo Dios puede privarlos de ella. El pueblo autorizado por Dios, y obligado por la naturaleza misma de la sociedad a tener quien lo gobernase, en el establecimiento de ella tuvo en su mano adoptar este género de gobierno civil, y no el otro. Pero una vez hecha la elección del gobierno, la cabeza del Estado que entonces o en adelante lo fuere, está autorizada por Dios, y no puede revocarse esta elección sin faltar al orden de la ley eterna, de donde le viene la autoridad y el poder. Irrevocable es la elección autorizada por la ley del orden irrevocable. El pueblo que no tiene derecho para deponer al Príncipe, tampoco lo tendrá para juzgar si debe o no ser depuesto439.

P. ¿No decíais que muchas Naciones y Repúblicas tienen sus leyes fundamentales proporcionadas a las circunstancias de cada sociedad, y al género de gobierno que se halla establecido en ella?

  —170→  

R. Sí. Muchas las tienen y las guardan sin faltar en nada al orden de Dios, ni oponerse al lazo indisoluble que une a los miembros del Estado con sus cabezas.

P. ¿No decíais también que la suprema potestad se obliga al cumplimiento de estas leyes?

R. Sí: y las debe observar440.

P. Pues si no las guarda, ¿no tiene derecho el pueblo para juzgarla u obligarla a que las cumpla?

R. Nadie puede ser compelido con fuerza sino por autoridad superior a él. En el lenguaje de la Religión sólo Dios es superior al Príncipe441. ¡Ay del Príncipe que no cumpla lo que explícita o implícitamente ha prometido a su pueblo para promover en él la verdadera felicidad442! ¡Terrible juicio le espera en el tribunal de Dios443! Pero en   —171→   nada de esto está sujeto el Príncipe al juicio del pueblo, al cual no toca residenciar una autoridad dada y confirmada no por él, sino por Dios444. Ésta ha sido la doctrina de la venerable antigüedad. Los Padres siempre han reconocido al Príncipe para los negocios civiles como la primera persona después de Dios.

P. Pues cuando el Príncipe abusa de la autoridad torciéndola a su particular utilidad con menoscabo del bien público, ¿qué han de hacer sus vasallos?

R. Los vasallos sólo pueden emplear contra su Príncipe las armas de los gemidos y de la oración, resistir a la autoridad con las lágrimas poderosas de la piedad, con los esfuerzos de la caridad, con la santa violencia de la humildad445. La oración y la paciencia es el recurso que da la Religión a los Fieles que se ven oprimidos por los malos Príncipes446. Aquí están encerrados todos sus artificios,   —172→   sus máquinas, sus intrigas y los últimos esfuerzos de su violencia447. No sabe otro camino para defender a sus hijos de la opresión que les causa el abuso de la autoridad pública448. Estas armas empleó el pueblo de Dios contra Asuero que quería sacrificarlo a la venganza de Amán. No dijo Esther a Mardoqueo: Congrega a los Hebreos, y amotinaos contra el Príncipe, sino: Congrega a los Hebreos, y oremos todos y ayunemos, y después entraré yo al Rey449. Estas armas empleó la Iglesia recién nacida para vencer en Herodes la tiranía con que tenía encarcelado al Apóstol S. Pedro450. Con ellas sacó a Pablo de la cárcel en que le tenía puesto Nerón, enemigo del humano   —173→   linaje451. Con las mismas venció las atrocidades y desafueros de Juliano el Apóstata452, y de otros Príncipes semejantes a él, cuya crueldad, como antes hemos dicho, con la oración de los Fieles sirvió a los designios de Dios en la prosperidad y dilatación de la Iglesia.

P. Si la autoridad civil se propasa a dañar o a menoscabar el bien público, ¿no tendrán los súbditos recurso ninguno humano para contener este desorden?

R. Lo tienen. A la sociedad civil siempre le queda derecho para mostrar el agravio que sufre, y pedir que se guarden sus fueros, quebrantados por el desorden de los que la gobiernan. Algunos Reinos por ley tienen prevenidos estos abusos y su remedio. Pero en el modo de aplicar estos remedios justos y ordenados a la felicidad pública, no es lícito quebrantar la ley eterna trastornando el orden de las potestades453.

P. Y en el caso de no poderse remediar los males públicos del gobierno sin trastornar el orden de las potestades, ¿qué deberá hacer el pueblo?

R. Sufrir con mérito lo que no pudiera apartar de sí sin pecado. Merecerá el súbdito sufriendo el desorden de la pública autoridad, y pecaría   —174→   contra la ley eterna de Dios si destruyera el orden de las potestades que abusan de ella. No porque el Príncipe traspase los fines de su autoridad, tiene derecho el súbdito para trastornar el orden de esa misma autoridad. El primer desorden hace malo al Príncipe: el segundo haría malo al súbdito.

P. ¿Será útil al bien público que el buen vasallo se deje oprimir por el mal Príncipe?

R. Útil es al bien público que todos los miembros del Estado estén dispuestos a sufrir la injusticia de su cabeza, antes que disolver el vínculo de la unidad con que se conserva el Estado. Porque esta preparación de ánimo no puede nacer sino de grande amor al orden de la ley eterna de Dios, esto es, de una gran piedad, que es el bien mayor que puede tener un Reino, y el que lo hace florecer más, como, diremos adelante.

P. ¿No es esencial al bien público que las leyes estén armadas para defender la inocencia oprimida?

R. Sí lo es. Mas no lo es menos el que esto se haga sin trastornar el orden de las potestades.

P. ¿No podrá el súbdito recurrir al Príncipe, y representarle el agravio que sufre?

R. Sí puede. Pero este recurso ha de ser siempre con respeto. Las representaciones ásperas acompañadas de murmuración, son semilla de sediciones y alborotos. Las quejas secretas no remedian el desorden de la autoridad pública, y preparan a los miembros del Estado para que trastornen el orden político.

  —175→  

P. ¿Bastará que estos recursos a la autoridad pública sean sumisos en la apariencia?

R. No basta la sumisión aparente: es menester que sea verdadera, arraigada en el corazón, nacida de la persuasión en que debe estar el buen súbdito de que la autoridad pública, aun en el que abusa de ella, es imagen de la autoridad de Dios, y por consiguiente de que la sumisión a las cabezas de la sociedad es la que conserva el orden político que ha establecido Dios en ella.

P. ¿No podrá el pueblo dejar pendiente su fidelidad del favor o gracia que pido al Príncipe?

R. Tampoco puede. Su fidelidad ha de ser absoluta y perpetua: este lazo lo ha hecho indisoluble la ley eterna de Dios, y no hay brazo humano ni potestad ninguna criada que lo pueda romper. El dejar el pueblo su fidelidad pendiente de la gracia del Príncipe, es principio de sedición. De esta manera representó Israel a Roboam, prometiendo que le serían fieles vasallos si aliviaba el duro yugo que les había puesto su padre Salomón454. Mas como el Rey mal aconsejado no condescendiese con aquella súplica, se le rebeló el pueblo diciendo: ¿Qué parte tenemos nosotros con David, o que herencia en el hijo de Isaí455? y le faltaron a la debida fidelidad, y a Aduram enviado   —176→   por el Rey para cobrar los tributos, le apedrearon, y el mismo Roboam tuvo que huir a Jerusalén456. Ésta no es verdadera fidelidad. La verdadera fidelidad es la que con menoscabo de los bienes e intereses particulares, y aun de la propia vida, procura dejar salvo el orden de la ley eterna de Dios457.

P. ¿Pues qué debiera haber hecho el pueblo de Israel en aquel caso?

R. Reconocer y adorar en la dureza del Rey la vara con que era castigado de Dios. La misma Escritura dice que no escuchó el Rey al pueblo, porque así era la voluntad de Dios para cumplir el Señor lo que tenía dicho por medio de Ahías Silonita a Jeroboam hijo de Nabat458.



  —177→  

ArribaAbajoCapítulo XVIII

Falsedad de los que pretenden autorizar la rebelión con ejemplos de la sagrada Escritura


P. Había yo oído decir que el Espíritu Santo autoriza la rebelión. Dicen que de esto se ven dos ejemplos muy señalados en David y en los Macabeos. David no satisfecho con huir del Rey Saúl, congregó sus deudos y los demás que estaban mal contentos de él, y otros agravados de deudas, o que tenían en mal estado sus negocios, y así armado contra el Rey trataba con sus enemigos, y peleaba con ellos contra su pueblo.

R. David nunca rebeló contra Saúl, antes bien respetó en él siempre el orden de Dios. No era David vasallo de Saúl como los demás. Habíale ya Dios elegido para sucesor de Saúl, y se hallaba ungido por Samuel para este fin de orden del mismo Dios459. Saúl estaba ya desechado en el orden del Señor, como indigno de ser cabeza de su pueblo460: el trono que ocupa, ya no le pertenece461:   —178→   pórtase con David como tirano: todo su anhelo es quitarle la vida462: sabe David que por medio ninguno se reducirá a un partido justo y razonable, y que mientras él viva no puede tener reposo ni seguridad463. Bien ves como por la conservación del orden general del Estado de que Dios le había hecho cabeza, estaba obligado a conservar la vida que Saúl le quería quitar injustamente.

P. Una cosa es que guardase él su vida, y otra que acometiese a Saúl conservado aún por Dios a la cabeza de su pueblo.

R. La primera intención de David no fue quedarse en Israel con la gente que le seguía. Retirose a Masfa que estaba en los dominios del Rey de Moab, con ánimo de permanecer allí con sus padres, hasta que Dios le declarase su voluntad464. Pero el Profeta Gad le obligó de parte de Dios a que saliese de allí, y volviese a la tierra de Judá. Hasta entonces no partió David de aquella fortaleza para ir al bosque de Haret465. En este estado nunca movió David guerra contra Saúl; huía de desierto en desierto por no dar en manos de   —179→   aquel Príncipe. En las suyas tuvo el quitarle la vida, y no lo hizo466, por considerar en él la potestad que le había dado el Señor467, y a los suyos reprimió para que no se levantasen contra él, y les dijo: Dios me guarde de hacer tal cosa contra mi señor el ungido de Dios, y de extender mi mano contra él, porque es ungido del Señor468. En estas palabras mostró David el respeto con que miraba el orden de Dios en el que aun era Príncipe. Fácilmente se cansa el hombre de padecer, y más de ser perseguido, mayormente cuando las persecuciones son largas y continuas, y en ellas se halla aventurada y como vendida la vida del cuerpo. Las empresas crueles y atroces que a los principios se miraban con espanto como ajenas de la humanidad, insensiblemente van perdiendo su horror, y llegan a tenerse por dignas de un perseguido cuando no se ve otro camino para escapar de aquel daño. Todo esto parecía favorecer a David. La ocasión no podía ser más oportuna: habíasela traído Dios a las manos, estréchanle sus gentes a que no la deje perder. Represéntanle   —180→   que en esto no hará más que seguir el orden de la providencia de Dios: convídansele ellos mismos a ejecutar este pensamiento: en un abrir y cerrar de ojos podía verse libre de su perseguidor, sin que nadie pudiese decir que en él se había ensangrentado las manos. Si lo deja ir libre y sano, se quejarán de él con algún color de razón, como que hace más duradera la calamidad pública perdonando la vida a un enemigo común del Reino, cuya sola muerte pudiera hacerlo dichoso. Todo esto desprecia David por guardar el orden. No pone los ojos en el clamor indiscreto de sus soldados, sino en la ley eterna de Dios. Ahoga en su pecho el deseo de la venganza, y con firmeza se opone al deseo de aquella gente469. En su más cruel e implacable enemigo venera la unción divina, de la cual se constituye defensor y protector contra la violencia de las pasiones desordenadas470. Aun al mismo Saúl después que salió de la cueva donde él estaba, le reverenció; y llamándole, se justificó con él de los delitos que le imputaban, diole pruebas claras de su inocencia, hablándole de esta suerte: ¿Por qué das oídos a los que dicen, David procura tu mal? Con tus mismos ojos has visto como el Señor te ha puesto hoy en mis manos en esta cueva, y aunque mis soldados fueron de parecer que te matase,   —181→   te perdoné, y por ningún caso me resolví a poner las manos en mi señor, porque es ungido del Señor. Mira la orla de tu vestido en mi mano; yo la corté, y no quise matarte a ti. Desengáñate, pues, de que no hay en mí traición, ni he pecado contra ti, y tú andas a caza de mi vida para quitármela. Mi mano no será contra ti: el Señor será juez, él juzgará entre mí y ti. Vea él mi causa, y defiéndala, y líbreme de tu mano471.

P. Nada de esto había yo oído que hiciese ni dijese David. No es este lenguaje ni procedimiento de quien rebela contra su Príncipe.

R. Aun en este estado declaró guerra a los enemigos del pueblo de Dios. Viose esto en la defensa que hizo de la ciudad de Ceilán contra los Filisteos472, y en que aun cuando estaba en la corte y palacio de Acis Rey de los Filisteos, no quitó cosa alguna sino es a los Gesureos y Amalecitas, y a los demás enemigos del pueblo de Dios473, y en que aun la ciudad de Siceleg que le dio Acis para su morada, fue incorporada en el Reino de Judá, convirtiendo el tratado que hizo con aquel Príncipe en utilidad de Israel. Todo esto y lo demás que ocurrió en aquella tribulación de David, muestra claramente que no fue este Profeta rebelde contra Saúl.

P. ¿Qué máximas halla la Religión en este procedimiento de David?

R. Que está prohibida toda conjuración contra   —182→   el Príncipe, y toda venganza del abuso de la potestad aun en la mejor causa del mundo, y contra impíos declarados que cara a cara se oponen a los designios de Dios: que la justicia de los particulares sólo necesita de paciencia y de humildad, y no toma otras armas para su defensa más que la verdad y la mansedumbre: que debemos aguardar con sumisión los momentos de Dios, sin anticiparnos nosotros a ellos, queriéndole ganar por la mano: que aun cuando tuviésemos un derecho tan incontestable y unas promesas tan claras como las que tenía David, y se nos viniese a las manos una ocasión tan favorable y tan cierta como la que él tuvo para cumplirlas, sería pecado gravísimo el aprovecharnos de ella. En una palabra, se confirma en toda esta historia lo que antes hemos dicho, que la persona y la vida de los Príncipes, aun cuando abusen ellos de su autoridad, debe mirarse como cosa inviolable y sagrada, pues a solo Dios toca su residencia.

P. En esto me habéis convencido. Quisiera que hicieseis otro tanto respecto de los Macabeos. Los Macabeos siendo vasallos de los Reyes de Siria, hicieron liga con los Romanos y con los Griegos, y tomaron las armas contra su legítimo Príncipe, y sacudieron su yugo, y escogieron de entre ellos mismos cabeza de su nación. Ésta es una rebelión manifiesta, o si no lo es, parece da a entender este ejemplo que un gobierno tiránico, y más una persecución violenta por causa de Religión, exime al pueblo de la obediencia debida al Príncipe.

  —183→  

R. Justa fue la guerra de los Macabeos; pero si se observan las causas y circunstancias de ella, se verá que este ejemplo no autoriza las rebeliones que por motivo de Religión se emprendieron posteriormente. En primer lugar los elogios que el Espíritu Santo hace de Matatías y de sus hijos; los maravillosos sucesos que acompañaron sus armas; los milagros con que les mostró Dios su protección, sembrados en toda esta historia: en fin, la venganza del cielo que cayó sobre Antíoco, y que él mismo reconoció y confesó al morir, son pruebas claras de que las guerras de los Macabeos eran aprobadas por Dios, conformes a su voluntad, emprendidas por impulso de su espíritu. Pero este es un caso extraordinario y singular, del cual no puede sacarse consecuencia alguna para justificar la rebelión de los súbditos contra las potestades.

La verdadera Religión y toda la antigua alianza había de durar hasta la venida del Mesías en la estirpe de Abraham, por la descendencia de la sangre. Debía perpetuarse en la Judea, en Jerusalén, en el templo, lugar elegido por Dios para los sacrificios y ceremonias de la Religión, que era el ejercicio del ministerio Levítico y del Sacerdocio vinculado a la raza de Leví y de Aarón.

Pertenecía, pues, a la esencia de la Religión que los hijos de Abrahán subsistiesen siempre, y que esto fuese en la tierra dada a sus padres para vivir en ella, según la ley de Moisés, cuyo ejercicio les habían permitido con entera libertad los Reyes de Persia, y los demás hasta Antíoco. Si   —184→   este pueblo establecido en la tierra de Canaán en virtud de la promesa, fue sacado de ella por expresa orden de Dios, no lo fue para permanecer siempre desterrado. Por el contrario, el Profeta Jeremías que había intimado al pueblo la orden de que pasase a Babilonia, donde quería Dios que pagasen la pena debida a sus culpas; le prometió al mismo tiempo que al cabo de setenta años de cautividad serían vueltos a su tierra para guardar en ella como antes la ley de Moisés, y hacer los sacrificios y ceremonias de su Religión en Jerusalén y en el templo reedificado. Todo lo cual se cumplió a la letra.

Restablecido así el pueblo, debía permanecer siempre en aquella tierra hasta el tiempo de la nueva alianza, en el cual por medio del Mesías se había de formar Dios un nuevo pueblo, dispersando en cautiverio por toda la tierra la descendencia carnal de Abraham, y reprobando para siempre la alianza y la Religión Judaica.

Pero antes de esto era necesario según lo que tenían anunciado los Profetas, que el Mesías naciese de esta familia: que honrase el templo con su presencia: que en Jerusalén cumpliese el misterio de la humana salud, comenzando a formar en el rincón de la Judea esta Iglesia que en breve se había de propagar por todo el mundo.

Hasta entonces y mientras subsistía el misterio de la antigua alianza, era tan ilícito a los Judíos dejarse llevar a otra parte fuera de su tierra, como el renegar de todo el culto externo de su Religión.   —185→   Dejar que se acabase la descendencia de Abraham, o sufrir que fuese desterrado del suelo de sus mayores, era ser traidores a la Religión, aniquilar el culto de Dios, y echar al trenzado las promesas.

Veamos ahora cuál era el proyecto de Antíoco. Púsosele en la cabeza extinguir la Religión del verdadero Dios, y desterrar de todo punto hasta su memoria: pasar a cuchillo a la gente moza de Israel, y a los demás venderlos a otras naciones: repartir por suerte a los extranjeros la tierra que había prometido el Señor a los Patriarcas para su descendencia.

En tan lamentable estado tomó las armas Judas el Macabeo juntamente con sus hermanos y con los demás de su pueblo. Cuando vieron al implacable Rey convertir toda su saña contra su nación para estorbar en ella el cumplimiento de las promesas del cielo, inspirados de Dios dijeron entre sí: «No dejemos destruir nuestro pueblo, peleemos por nuestra patria y por nuestra Religión, que perecería con nosotros.» No mostrándoles, pues, el Señor camino alguno para conservar la descendencia de Abraham y el culto divino más que una declarada resistencia a aquel Príncipe, el defenderse de él era ya medio de absoluta necesidad, y consecuencia indispensable de su Religión; y así se resolvieron a ello por especial movimiento del Espíritu Santo. Por esto no dejó Dios de manifestarles su voluntad con sucesos milagrosos como he dicho, y también con expresos   —186→   mandatos. Recibiolos Judas cuando vio en espíritu al Profeta Jeremías que le ponía en la mano una espada de oro, y le decía: «Toma esta santa espada que es don de Dios, con la cual desbaratarás a los enemigos de mi pueblo Israel.» No hay, pues, en esta maravillosa historia circunstancia alguna que no justifique a los Macabeos. ¿Pero qué tiene que ver la causa de estos celosos Israelitas con la de aquellos falsos filósofos que contra los principios de la Escritura, contra la práctica constante del antiguo y del nuevo pueblo, con falso color de libertad pretenden amotinar a los súbditos contra las legítimas, potestades?




ArribaAbajoCapítulo XIX

Los motines destruyen el vínculo de la sociedad, autorizado y sostenido por la Religión


P. Bien veo que estos ejemplos en nada se oponen a la doctrina Católica que debe servirnos de norma en la sumisión aun a los malos Príncipes. ¿Pero qué diremos de los pueblos que han resistido a la pública autoridad, y la han querido juzgar y sacudir de sí?

R. Que se han gobernado por una doctrina anti-evangélica, quebrantando el orden de Dios, haciéndose jueces de una autoridad que no estaba sujeta sino a Dios. Cierto es que hay potestades usurpadas, gobiernos tiránicos que atropellan los fueros inviolables de la ley eterna. Pero una vez   —187→   establecida esta autoridad, el respetarla y someterse a ella, sobre ser conforme al orden de Dios, pertenece al interés general del Estado.

P. ¿Cuál es el interés general del Estado?

R. La paz general y la unidad, cuya conservación debe preferirse al bien particular de cada uno de sus miembros. Estas máximas de la buena política, las mejora y eleva y santifica la Religión, la cual dice que cuanto más duras son las leyes a que nos somete el abuso de la autoridad civil, tanto más debemos asemejarnos al que se sujetó al mayor abuso que se ha hecho en el mundo de la potestad secular.

P. ¿Cómo puede ser que con la tiranía del Príncipe se conserve el bien general del Estado?

R. Nunca se pierde el bien general de la sociedad, cuando son buenos los vasallos del mal Príncipe. Los buenos reprueban el abuso de la potestad civil, y se someten a ella por no turbar el orden: prefieren el gobierno duro del Príncipe malo a la anarquía, como un mal menor a otro mayor474.

P. ¿Cómo puede ser el gobierno injusto menor mal que la anarquía?

R. Menores males se siguen de conservar el orden del Estado con la sumisión a la tiranía, que de trastornar este orden con la disolución de la   —188→   unidad475. Un Príncipe por malo que sea, no puede ser más cruel y desaforado que el pueblo sin cabeza476, y por consiguiente sin freno ni ley que lo contenga.

P. En gran peligro está el Reino cuando el Príncipe abusa de su autoridad.

R. Más grave sería sin comparación este mismo peligro si al pueblo perteneciera el juicio de este desorden. No es duradera la quietud pública, si tiene licencia el pueblo para residenciar a su Príncipe.

P. Podían juzgar al Rey las gentes sabias y sensatas de la nación, y no el pueblo.

R. La autoridad del juicio público no viene de la sabiduría y cordura del juez, sino del principio del orden. Por sabios y sensatos que sean los súbditos que pretenden residenciar al Príncipe, será   —189→   ilegítimo y nulo su juicio, si no está autorizado por la ley de la eterna sabiduría. La legitimidad del juicio del Rey sólo la enseña la Religión477. Si el juicio del Rey ha de ser justo, sea ordenado. Sin orden ¿dónde está la justicia? ¿Qué sabiduría será la que no deja llegar a los súbditos al principio del orden inmutable que es Dios478? ¿Quién se tendrá por ajeno del orden de Dios479? Y el orden ¿cómo se guardará si no se busca el juicio del Príncipe en donde lo buscó David480, esto es, en Dios, en quien está el principio de su autoridad?

P. Quisiera ver qué cosas son las que suelen mover al pueblo para que pretenda hacerse juez del Príncipe.

R. Esta usurpación del pueblo contra la soberanía no la fomentan los vasallos buenos y sabios, sino los díscolos y ambiciosos, y aun los desagradecidos481. Válense del pueblo como de instrumento   —190→   muy a propósito para los fines torcidos de su pasión482. El pueblo abandonado a su furor, y sediento de una mal entendida libertad, emprende los atentados que antes no cometía por temor de la ley: busca libertad, y usa de desenfreno: clama por la justicia, y se arroja a todo linaje de injusticia: pide fueros, y comete desafueros. Estos son los grandes medios que ha inventado la falsa política para sacudir de sí el abuso de la pública autoridad. Aventura y aun disuelve la unidad del cuerpo con color de poner remedio en los males de la cabeza. Por el desorden y alboroto del pueblo suelen aspirar a la prepotencia los mismos que lo alborotaron. De esta suerte va labrándose el pueblo incautamente su propia ruina483. Piensa mejorar de condición haciéndose juez del Príncipe, y no hace sino agravar su opresión y su yugo.

P. Según eso el pueblo amotinado contra su Príncipe, conspira a su propia ruina y desolación.

R. Así es. Unidas están inseparablemente la causa del Rey y la del Reino. No sirve a la patria el que rebela contra la suprema autoridad, y pretende sacudirla de sí. Todo el Reino está en la persona del Príncipe: en él reside la potestad,   —191→   en él la voluntad de sus súbditos: inseparables son de suyo los servicios debidos al Rey y al Reino. Por donde es frecuente en la Escritura que el Príncipe llame enemigos suyos a los de su pueblo, y el pueblo tenga por suyos a los de su Príncipe484.

P. Mostradme con algún ejemplo cómo los que levantan al pueblo contra el Príncipe, disimuladamente aspiran a tiranizar al mismo pueblo.

R. Uno solo propondré de la divina Escritura. Rabsaces General del ejército de Senaquerib Rey de Asiria, fue a Jerusalén con el designio de asolar la ciudad, y llevarse cautivo al pueblo del Señor. Habloles en su lengua, y les mostró gran lástima de la miseria a que la guerra les había reducido485. Tras esta lisonja los incitó a que rebelasen contra su legítimo Rey Ezequías486, y a que no le escuchasen, mas se fuesen con él a su Reino, donde les prometía colmenas y viñedos y olivares y tierras de pan muy fértiles487. Así hablaba a aquel pueblo un enemigo suyo declarado. De esta suerte procura el espíritu de sedición apartar a los súbditos de la sumisión debida a sus legítimos   —192→   Príncipes, desacreditándolos aunque sean buenos como lo era Ezequías, para que el pueblo engañado con falsas promesas añada a las calamidades que padece, la mayor de todas, el trastorno y la disolución de los vínculos más sagrados de la sociedad. Detestables son, pues, los que como Rabsaces fingen amor al pueblo cuando intentan separarlo del Príncipe488. Nunca es tan cruelmente acometido todo el cuerpo como cuando es cortada o herida la cabeza, aunque se finja en esto deseo de conservar las demás partes del mismo cuerpo.

P. ¿Hay otra razón que prohíba al pueblo rebelar contra el Príncipe?

R. Sí la hay. La rebelión es una guerra civil que el pueblo hace contra la pública potestad. La guerra no puede emprenderse ni proseguirse sin autoridad, y sin autoridad suprema489: porque en ella mueren hombres, y para poner a los hombres en este peligro nadie tiene poder sino el que posee el derecho de la vida y de la muerte. Pues este derecho ya hemos visto que sólo le tiene la potestad establecida, y los que administran justicia en su nombre. De manera que los que rebelan contra el Príncipe, por sólo el hecho de no residir en ellos la autoridad suprema, ni ser legados del que   —193→   la posee, cometen otros tantos homicidios como personas mueren por causa de la guerra civil; pues los exponen a la muerte sin legítima potestad, y contra el orden de Dios490.

P. ¿Pues no justifica estas muertes el deseo de remediar los males públicos?

R. Ese deseo aun cuando fuese verdadero, no puede justificar los medios con que se trastorna el orden establecido por Dios. Porque no hay desorden ninguno en la suprema potestad que a los súbditos pueda dar derecho sobre las vidas de los hombres: y de este derecho nadie puede hacer uso, si no está autorizado por la potestad establecida por Dios.

R. ¿No dicen que la salud del pueblo es la suprema ley del Estado?

R. Sí, y lo es. Mas esta salud del pueblo no es ni puede ser la libertad desenfrenada, incompatible con su conservación. Mirada esta salud según la buena política, es la felicidad que cabe en hombres subordinados a otros hombres sujetos a las mismas pasiones que ellos: no una felicidad imaginaria de la cual no ha gozado hasta ahora pueblo ninguno, porque no cabe en la miseria de la vida presente. Mirada a los ojos de la Religión, es la prosperidad que trajo al mundo Jesucristo, de cuyo Evangelio está escrito que procura la salud   —194→   a todos los creyentes491: que es palabra de verdad, y nueva de salud492: que por su medio venimos a ser los primeros frutos de la elección de Dios para ser salvos por la santificación del espíritu493. De esta suerte mejora y ennoblece y realza la Religión los principios con que los filósofos más cuerdos atendieron al bien del Estado494.

P. ¿Qué diremos de los teólogos que dan por lícitos los motines del pueblo contra el Príncipe que gobierna tiránicamente, y aun pretenden que ésta propiamente no es sedición495?

R. Que destruyen el vínculo del Estado: que autorizan lo que condena la ley eterna de Dios: que reproducen las máximas sediciosas de los Gentiles496, y enseñan una doctrina directamente contraria a la buena moral, al espíritu y a la práctica de la Iglesia, como veremos en el capítulo siguiente.

P. ¿Cómo dicen algunos que las sediciones y   —195→   alborotos civiles de estos últimos tiempos los han fomentado en gran parte los defensores de la moral de los Padres, enemigos públicos de la relajación?

R. Esta calumnia sólo cabe en una gran malicia, o en una ignorancia suma de la doctrina antigua de la Iglesia. Los que abogan por la unidad civil y concordia del Estado, no pueden autorizar la superioridad del pueblo sobre el Príncipe, y mucho menos la rebelión con que esta unidad se disuelve. Antiguo es en los enemigos de la verdad hacer odiosos a los que la defienden, y dispertar contra ellos la saña y furor de los Príncipes497.




ArribaAbajoCapítulo XX

Confírmase esta doctrina con el espíritu y la práctica de la Iglesia


P. Los verdaderos Cristianos cuando han sido oprimidos por la autoridad civil, ¿han rebelado contra ella o intentado sacudirla de sí?

R. Nunca ha habido gente más enemiga de las sediciones que los verdaderos Cristianos498. A los acusadores y enemigos de la Religión desafiaba   —196→   Tertuliano a que le citasen uno solo que se hubiese mezclado en las conspiraciones y conjuraciones que tan frecuentes eran en el tercer siglo. Con haber sido calumniados de varios delitos, nunca jamás ni Plinio en su carta a Trajano, ni Juliano, ni Celso acusaron a uno solo de atentado ninguno contra la vida y salud de los Príncipes, o contra la paz y seguridad pública499. De boca de los Cristianos perseguidos y desterrados y sentenciados a muerte por causa de la Religión, nunca se oyeron las palabras sediciosas y despreciadoras de la potestad secular, que ahora canoniza la moral de los teólogos laxos y de los filósofos libertinos. Si algunos súbditos ha habido en el mundo oprimidos y avasallados injustamente por la autoridad civil, han sido los primeros Fieles. Sin embargo la Iglesia arraigada desde sus principios en la subordinación a las potestades, nunca jamás autorizó al pueblo para que las desposeyese de la autoridad que no empleaban en procurar el bien público.

P. Dicen que los primeros Fieles eran pocos y desvalidos, y las fuerzas de la Iglesia muy flacas para rebelar contra sus perseguidores y despojarlos de la autoridad de que abusaban para destruirla: y que los Cristianos sólo forzados de la necesidad,   —197→   y no obligados por la Religión, se mostraron fieles a los Príncipes que no podían destronar500.

R. Gravísima es esta calumnia que se inventó contra la Iglesia recién nacida. Creyendo algunos doctores hacerle merced con suponer en ella autoridad para deponer a los Príncipes que la persiguen; faltaron a la verdad en una de las cosas más demostrables que tiene la historia de los primeros siglos. No diré ahora cuánto aborrece la Iglesia que extienda nadie la jurisdicción de ella a donde no lo sufre su espíritu501. De esto hablaremos después. Vamos a los hechos. Primeramente es falso que fuesen entonces pocos los Fieles. En los dos primeros siglos, y aun más en el tercero y el cuarto, eran en gran número502: habíalos en todos los dominios del Imperio Romano, en todas las naciones y condiciones y estados del mundo503,   —198→   gente esforzada que paraba rostro firme a la muerte504. Además, de esto sabían que los Gentiles estaban muchas veces descontentos del gobierno civil: veíanlos. amotinarse contra sus Príncipes, murmurar de los Gobernadores y Prefectos que hacían la autoridad pública esclava de su particular interés. Los Cristianos por sí solos bastaban para rebelar contra la autoridad civil, mucho más unidos con los otros vasallos. Sin embargo, mientras los Cristianos conservaron incorruptas las preciosas semillas del Evangelio505, y no alteraron sus máximas, y se gobernaron por el ejemplo de Jesucristo y de sus Apóstoles; aunque se viesen perseguidos injustamente por la potestad civil, nunca jamás rebelaron contra los Príncipes, ni pretendieron hacerse jueces de ellos, ni movieron el menor alboroto en la sociedad. Este procedimiento, pues, de los primeros Fieles no prueba en ellos flaqueza y cobardía, sino orden de santidad y espíritu de unidad en el Evangelio por donde se gobernaban.

P. El no rebelar los Fieles contra la injusta potestad de aquellos Príncipes, pudo ser un heroísmo de paciencia, al cual no obliga a todos la Religión.

  —199→  

R. No nació esto sino de obediencia a las leyes de la Religión506. Si la Iglesia creyera que la subordinación de los inferiores a los superiores viene sólo de pacto que unos y otros tienen hecho entre sí: si no fuera doctrina suya que la potestad civil nace únicamente de Dios, y que no puede el súbdito rebelar contra la potestad sin quebrantar el orden de Dios: los primeros Fieles por conciencia debieran haber sacudido de sí el yugo de la injusta potestad de sus Príncipes. No ocultara la Iglesia esta doctrina en unas circunstancias en que el uso de ella hubiera evitado las tropelías y los asesinatos más crueles, y otros pecados los más enormes que se han visto en el mundo, las profanaciones de los templos y de las cosas sagradas, la abjuración del nombre del Señor que cometieron muchos flacos por temor de la muerte, la burla pública de la santidad y de la piedad que llegó a mirarse entre los Gentiles como causa de Religión. Si fuera conforme a la ley eterna de Dios, y por consiguiente lícito el residenciar los súbditos a la injusta potestad y sacudirla de sí, siendo éste un medio por una parte honesto y por otra muy fácil entonces a la Iglesia, hubiera sido crueldad y desorden de sus cabezas no echar mano de él para evitar tantos males. Tratábase no menos que de conservar por un camino lícito y justo el bien público, la seguridad de las personas, la propiedad de los bienes, la causa de la verdad y de la Religión.   —200→   Si la Iglesia es, como ciertamente lo es, depositaria de la doctrina que concuerda la seguridad de sus miembros con los fueros de la sociedad; para concordarla en un caso como este de tanta necesidad, estaba obligada a aprovecharse de los arbitrios que no fuesen ajenos de su espíritu. Perfección fuera aconsejar a algunos de sus hijos que tolerasen la injusticia del gobierno político hasta dar la vida en esta demanda: pero la doctrina general de la preservación de los daños públicos, y del remedio contra la injusta potestad, por ningún caso la hubiera ocultado. Esto era en el caso conforme a todos los principios de la buena lógica. Pero así como Jesucristo no dijo a sus Apóstoles: Cuando os persiguieren en alguna ciudad, sacudid el yugo de la potestad que injustamente os persigue; sino: Huid a otra ciudad, hurtando el cuerpo a la persecución; así la Iglesia nunca dijo a nadie: Rebela contra la injusta potestad: lo que dice y ha dicho siempre es, Sufre la persecución como prenda de tu vocación507: paga con beneficios la imprudencia de tus perseguidores508, y otras cosas semejantes a éstas, por cuya observancia no sabían congregarse los Fieles para hacer mal a nadie: lo mismo eran congregados, que separados; todos juntos, que cada uno de por sí509.



  —201→  

ArribaAbajoCapítulo XXI

Prosigue la materia del pasado. Ejemplos que tenía de esto la Iglesia en el antiguo y en el nuevo Testamento


P. ¿Tenían los Cristianos algún ejemplo de que desagrada a Dios la rebelión del pueblo contra los malos Príncipes?

R. Sí, la conspiración de Israel contra Roboam. Este Príncipe trató ásperamente a aquel pueblo. Pero la rebelión de Jeroboam hijo de Nabat y de las diez Tribus que le siguieron, aunque permitida por Dios en castigo de los pecados de Salomón, es detestada por la divina Escritura como destruidora del Reino del Señor, que estaba en manos de los hijos de David510. De este solo ejemplo pudieron sacar el horror que tenían a las conspiraciones contra la autoridad civil.

P. ¿Eran solos estos ejemplos los que pudieron imitar de la ley antigua?

R. Otros había en ella también. Acab y Jezabel persiguieron y asesinaron a los Profetas del Señor511. Elías se queja a Dios de esto: mas permanece siempre en su obediencia512. Los Profetas durante   —202→   este tiempo hacen grandes maravillas en defensa del Rey y del Reino513. Eliseo hizo lo mismo en tiempo de Joram hijo de Acab, tan impío como su padre514. ¿Quién más impío que Manasés, el cual incitó a Judá a que pecase contra Dios, tuvo el malvado proyecto de aniquilar su culto, regó las calles de Jerusalén con la sangre de sus fieles siervos? Mas Isaías y los demás Profetas que reprehendían el abominable abuso que hacía él de su autoridad, nunca excitaron contra él el menor tumulto515.

P. ¿Y en la ley nueva tenía la Iglesia ejemplos que imitar en orden a esto?

R. También los tenía. En tiempo de Tiberio Príncipe infiel e impío, fue cuando dijo el Salvador a los Hebreos: Dad al César lo que es del César516. S. Pablo reconoció la potestad del César apelando a él517.

P. ¿Tenían también de esto algún ejemplo en la vida de nuestro Señor Jesucristo?

R. Toda ella desde que nació el Salvador hasta que murió, fue una continua persecución de las potestades temporales, y un vivo ejemplo de la sumisión y respeto que les deben guardar los súbditos perseguidos. Apenas nace en Belén, le busca el Rey Herodes para quitarle la vida518. Pudiera defenderse enviando contra aquel Príncipe los ejércitos de Ángeles que anunciaron a los Pastores   —203→   el gozo de su natividad519. Pero Herodes era Rey, y así lo que hizo fue enviar un Ángel a José que le dijese: Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto520, para enseñar a todos los Fieles que la fuga es el último recurso que queda a los súbditos para salvarse de la persecución del Príncipe.

Muerto Herodes, volvió de Egipto el Salvador: pero sabiendo José que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, no quiso ir allá, mas en sueños le fue revelado que se retirase a Galilea521. El mismo que le hizo huir de la persecución de Herodes, quiso también que huyese de la de Arquelao, no empleando contra estos Príncipes más armas que la fuga el que tenía en su mano los cielos y la tierra.

Habiendo oído que Herodes el Tetrarca había encarcelado al Bautista522, y dádole muerte523, se partió del lugar donde estaba, y se fue a un desierto. Bien pudiera quebrantar la cárcel y sacar de ella a su Precursor, o vengar su muerte. Seguíanle entonces muchas gentes atraídas del bien que hacía y de las maravillas que obraba: consigo tenía cinco mil hombres, a quienes acababa de dar de comer milagrosamente524, los cuales quisieron arrebatarlo y hacerlo Rey525. Pero el salvador lejos de sublevarlos y de hacerse cabeza de aquella gente, los despide526, y aun se esconde en   —204→   la sierra solo527, y huye de la corona que le prometían sus seguidores, así como había huido del daño que le querían hacer sus perseguidores, para no causar alboroto ni sedición en el Estado.

Cuando los Judíos determinaron echar de la Sinagoga a los que confesasen que Jesús era el Cristo528, y maldijeron al ciego de nacimiento porque había creído en él529, y tomaron piedras para apedrearle530: no hallamos en la Escritura que para defenderse a sí y a sus discípulos se valiese el Salvador de la muchedumbre de gentes que le seguían, los cuales agradecidos a su benignidad, y atónitos de su poder, estaban dispuestos a poner por obra cuanto el Señor les hubiese mandado. Antes al contrario dejó padecer a sus discípulos, y padeció él mismo sin defenderse, los malos tratamientos que se atraían por obedecer a Dios antes que a los hombres.

Cuando los Samaritanos no quisieron recibirle, y sus discípulos Santiago y Juan le pidieron licencia para hacer que bajase fuego del cielo sobre aquella ciudad, les respondió el Señor y les dijo: No sabéis qué espíritu os mueve; y se fueron a otro lugar531.

Cuando Judas fue a prenderle con los soldados de la autoridad civil, aunque pudiera llamar en su auxilio muchas legiones de Ángeles, ni él les hizo frente, ni consintió de parte de los discípulos   —205→   que con él estaban, la menor resistencia: mas se dejó atar y llevar a los tribunales, donde fue mofado, abofeteado, coronado de espinas, sentenciado a muerte: para enseñar a los Cristianos a no oponer sedición ni desorden a la potestad temporal, aun cuando esté ella desordenada por el abuso de los que la ejercen.

P. Mostradme con otros ejemplos haber imitado la Iglesia estos modelos de sumisión a los malos Príncipes.

R. Constancio hijo del gran Constantino, empleó gran parte de su autoridad en perseguir la Fe del Concilio Niceno, y proteger a los Arrianos: mas la Iglesia ultrajada por él, le guardó siempre inviolable fidelidad. Juliano su sucesor pretendió restablecer la idolatría, y procuró deshonrar a los adoradores del verdadero Dios: mas la Iglesia detestando su impiedad, respetó en él siempre la soberanía de la Majestad. Valente, Zenón, Anastasio, Constante y otros malos Príncipes desterraron por la causa de Dios a muchos Obispos Católicos, y aun a los Pontífices Romanos, y cometieron desafueros y atrocidades espantosas contra la Iglesia: pero ninguno de ellos vio jamás atropellada ni acechada ni disminuida su autoridad por los Católicos. En los siete primeros siglos no puede decirse que un solo Católico faltase al respeto debido a las potestades con pretexto de Religión. En el siglo VIII todo el Imperio guardó fidelidad a León Isaurico cabeza de los Iconoclastas, y perseguidor de los Fieles. A Constantino   —206→   Copronimo su hijo, que heredó de él con el Imperio la violencia y la herejía, cuando se vieron perseguidos por él, sólo le resistieron con las armas de la paciencia. Era largo negocio decir todo lo que hay en esto.

P. ¿Tenemos de esto pruebas especiales en España?

R. Sí. Baste la fidelidad con que sirvieron los Españoles a los Reyes Visigodos antes de abjurar la herejía Arriana, y a los Reyes Mahometanos, después que con su dominación castigó el cielo nuestra Península: de lo cual hay memorias esclarecidas en la historia que escribieron S. Eulogio y Pablo Álvaro de los Mártires de la persecución Sarracénica.

P. ¿Qué inferís de todo esto?

R. Que la Iglesia ha mirado siempre como digna de la nobleza de los Cristianos la sumisión a la autoridad y la potestad civil532: y que en los Príncipes malos e infieles ha respetado y procurado conservar este orden, aun cuando lo trastornaban ellos con el abuso de su autoridad533. Estos ejemplos nos han dejado nuestros mayores534.

  —207→  

P. Convencido me tiene esto, y también atónito. Oía yo tratar de enemigo de la Fe Católica al que niega que puede ser depuesto un Príncipe que abuse de su autoridad contra la Iglesia, como Nerón o Diocleciano; y no tiene por cierto que los súbditos de un tal Príncipe pueden ser absueltos del juramento que hicieron de serle fieles535.

R. Horrible es esta doctrina, y semejante a otras que detestan los buenos hijos de la Iglesia como parto de la moral relajada. Esto es hacer guerra abierta al espíritu del santo Evangelio.




ArribaAbajoCapítulo XXII

Prosigue la materia del pasado. Oración de la Iglesia por los malos Príncipes. El que ora por el mal Príncipe, no coopera al abuso de la potestad, sino a la conservación del orden


P. Ahora veo cómo el silencio de la Iglesia en orden al pacto que se supone entre las cabezas de la sociedad y sus súbditos, es una positiva y clara condenación de esta doctrina.

  —208→  

R. Pues aún se ve esto más claro en la oración que hacía por los malos Príncipes.

P. Bien sé yo que el Apóstol manda a los Fieles que hagan oración por los Príncipes: mas esto será sólo por los Cristianos.

R. Y también por los enemigos de la Iglesia536, cuales eran todos los que entonces reinaban537. Sabía la Iglesia que por el abuso de la potestad eran ellos causa de males gravísimos en la sociedad, y con todo eso rogaba a Dios que con la potestad les diese el buen uso de ella538. Lloraba el desorden, y hacía oración para que no fuese quebrantado el orden539. Estaba tocando con sus manos los daños que causaban ellos con su impunidad, con su prosperidad, con su vida, con su imperio, con su familia, con su ejército, con su senado; y con todo eso   —209→   pedía a Dios que les diese victoria y prosperidad540, vida larga, imperio seguro, familia leal, ejército poderoso, senado fiel, pueblo sumiso, paz y tranquilidad en todo el mundo, para que como hombres y como Emperadores les saliese todo a medida de su deseo541. Y esto lo pedían a Dios no con ficción ni por adulación, sino de verdad, sin que en el pecho les quedase otra cosa542. Y lo pedían cuando por ellos eran perseguidos543, degollados, despedazados, crucificados, quemados, echados a las bestias sangrientas544.

P. ¿De dónde consta que no hacían esto los Fieles con ficción, y sólo por adular a unos Príncipes que les convenía tener propicios?

R. 1.º De la naturaleza de nuestra Religión, la   —210→   cual lejos de eximir a sus miembros de los oficios de la sumisión a las potestades, les obliga a estos oficios con nuevo precepto, y les enseña a ejercitarlos no con pecho gentílico o judaico, sino como corresponde a la sinceridad de nuestra Fe, esto es, de corazón, con todo respeto, llevando las cargas anexas a la subordinación por amor de Dios, por conformidad con su voluntad, y por hacer este obsequio a la sumisión de Jesucristo. 2.º Del testimonio de los mismos Apologistas de la Religión. Decían los Gentiles que había fingimiento en las oraciones de los Cristianos: que eran mentirosos aquellos deseos que mostraban de la felicidad de sus Príncipes: que estos eran ardides inventados para evitar su furor545.

P. ¿Qué respondían a esto los Cristianos?

R. Mostraban el verdadero origen de la oración que hacían a Dios por la felicidad de los Príncipes. Oramos por los Emperadores, decían, 1.º por obedecer a Dios que nos manda rogar por nuestros enemigos, y desear el bien de nuestros perseguidores, especialmente si son cabezas del Estado. 2.º Por conservar el orden establecido por Dios en la unión de los miembros con su cabeza. Lo primero se debe a la abundancia de la benignidad, lo segundo a la ley de la unidad. En lo primero miramos por las cabezas del Estado: en lo segundo atendemos también a la conservación   —211→   de sus miembros. Porque si se trastornara o quebrantara el orden de la potestad civil, aun a nosotros que estamos lejos de todo motín y alboroto, alcanzarían los malos efectos de este desorden546.

P. ¿Qué inferís de esto?

R. Yo os lo diré. Oraban los Cristianos por la conservación y felicidad temporal de aquellos Príncipes: luego la deseaban. La oración es intérprete del deseo. Nadie pide lo que no desea, si pide con sencillez y sin ficción. Los Fieles no pedían que fuese prosperado el abuso que los malos hacían de su potestad, ni el daño que de este abuso se seguía: luego pedían en ella lo único que había bueno, que es la conservación del orden, de la cual por otra parte, redundaba beneficio a la Iglesia.

P. No entiendo cómo la paz y tranquilidad de los malos Príncipes ayuda al bien de los buenos hijos de la Iglesia que están en su reino.

R. Lo entenderás por el mandamiento de Dios a su pueblo cautivo en Babilonia, diciéndoles que por su parte procurasen la paz de la ciudad, y   —212→   añade: Rogad por ella al Señor, porque en su paz tendréis vosotros paz547. También se echa esto de ver en los sacrificios que los Hebreos ofrecían por el Rey Demetrio548, y más claro por las palabras que decíamos del Apóstol, el cual nos manda orar por los Reyes que entonces eran también infieles549, y por todos los que están en eminentes lugares, para que podamos, dice, vivir quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad: y añade que esto es bueno y del agrado de nuestro Salvador550. No sólo atiende el Apóstol al respeto debido a las cabezas del Estado, mas también a la tranquilidad de la Iglesia. El reposo temporal de los Cristianos depende del de la Iglesia: el reposo de la Iglesia depende en gran parte del reposo del Estado551: el reposo del Estado   —213→   de la conservación del orden establecido por Dios entre el que manda y los que obedecen552. Mira como las gracias que se piden para el Príncipe, redundan en beneficio de los Fieles que le obedecen553. Ahora entenderás como los Cristianos oraban por los malos Príncipes no por adulación, que es ajena del espíritu del Evangelio, sino por guardar el orden de la eterna justicia554.

P. Si fuera éste el espíritu de la Iglesia en la oración que hace por las cabezas del Estado, así como ruega ahora por los buenos Príncipes, también rogaría por los malos.

R. La Iglesia no juzga públicamente las faltas secretas de los Príncipes que están en su gremio. Indistintamente ruega a Dios por los buenos y por los malos. En sabiendo que un Rey da mal ejemplo, y abusa de su potestad; no deja de hacer oración por él, antes bien acude con más intensa caridad a la mayor necesidad. Aun por los Príncipes que están fuera de su gremio no deja de hacer oración pública, como la hizo el pueblo de Dios por la vida de Nabucodonosor, de Baltasar y de Asuero. En las Liturgias Cópticas y en las Catequesis de S. Cirilo, y en la carta del Concilio   —214→   Arriminense a Constancio, se ve como los Católicos oraban por los Emperadores manchados con la herejía Arriana. Esta costumbre de los antiguos guardan los Egipcios Cristianos de ahora. Hoy día ruegan por los Emperadores de los Turcos los Patriarcas de los Griegos y Armenios555.

R. El cooperar a que se conserve en la potestad el que abusa de ella, ¿no es cooperar a los males que causa este abuso?

R. No. El que coopera a que no sea destronado el mal Príncipe, no tiene parte en la malicia con que abusa él de su autoridad, sino en la duración del orden establecido por Dios.

P. Pues si este orden está unido con el abuso de la potestad, el súbdito que coopera a la conservación del orden, ¿no coopera igualmente al abuso de él?

R. Por sólo conservar el orden no coopera al abuso que de él se hace; antes evita otros daños públicos, y el mayor de todos que es la disolución de la unidad, y el quebrantamiento de la ley eterna.

P. ¿Puede ser tal el abuso que el Príncipe haga de su poder y de su autoridad, que sea pecado la paciencia de los súbditos?

R. La paciencia del que consiente en el abuso de la potestad pública, es pecaminosa: la paciencia del que por medios lícitos huye el cuerpo a este abuso, es permitida: la paciencia del que   —215→   sufre este abuso en sí o en sus bienes a trueque de no perturbar el orden, es loable, y muchas veces heroica. No es, pues, reprehensible el que sufre el abuso de la potestad, sino el que consiente o tiene parte en este abuso. Hubieran pecado los primeros Cristianos cooperando a la tiranía con que eran oprimidos por los Emperadores Gentiles. Pero sufriendo de ellos esta tiranía hasta dejar que les confiscasen injustamente los bienes, y les diesen tormentos y muertes cruelísimas, ajenas de la piedad y de la humanidad; hicieron un acto de virtud altísima, por el cual gloriosamente los honra y ensalza la Iglesia.

P. Parece que esta doctrina fomenta el despotismo en los malos Príncipes.

R. La verdad no fomenta los males que hace el que abusa de ella. La Religión que prescribe la obediencia y respeto de los súbditos a la pública autoridad, desaprueba y condena al Soberano que la tuerce a su privada utilidad con perjuicio del bien común556. Quita al pueblo la libertad de deponer al Príncipe, y al Príncipe la licencia de oprimir al pueblo. Ni en lo segundo fomenta la facción del pueblo, ni en lo primero la tiranía del Príncipe. Si la cabeza abusa de la ley que ciñe los miembros, y les coarta a sus límites, no es esto culpa de la ley, sino del desorden de la cabeza.   —216→   Si por esto sólo fuera injusta esta ley, injustas serían también otras muy santas, cuya rectitud tuercen los malos a los fines de su depravada voluntad.

P. De cada vez conozco con mayor claridad cuán consiguiente es en este punto la Religión.

R. La Religión necesariamente lo ha de ser en todo, como lo es la sabiduría infinita de donde nace. Honrando en el Príncipe la autoridad de Dios, le manda que gobierne a su pueblo según la ley de Dios. Diciéndole que es la persona suprema del Estado, le estimula a que mire por el bien público y la tranquilidad universal y la felicidad verdadera de sus súbditos. Haciéndole primer juez y gobernador de su Reino, le pone delante de los ojos el juicio de Dios donde ha de ser premiado o castigado el uso o el abuso que hiciere de su poder. Por aquí se ve cuán unida está la doctrina que recomienda la fidelidad del pueblo, con la que prescribe la justicia y la rectitud de su Príncipe.

P. ¿Pues qué la filosofía fundando la subsistencia del Estado en el pacto social, no mira igualmente por el Príncipe que por los súbditos?

R. Grande engaño se padece en esto. Ni mira por el Príncipe ni por los súbditos. Ya hemos visto cómo las palabras de esta filosofía bajo un sonido halagüeño y alegre, encierran efectos muy tristes. El pacto social supone que el estado primero del hombre no es el de la sociedad, sino el de la pura animalidad; y que por imitación de las bestias   —217→   ha llegado al estado de perfección en que está ahora. Por consiguiente intenta destruir los vínculos de la ley natural: se opone al orden de Dios: abomina en el Príncipe la seguridad que le da el origen divino de su autoridad: justifica en el pueblo la rebelión, que es causa de robos, de incendios, de asesinatos y de otros estragos que tiran derechamente a la ruina del mismo pueblo: tiene por basa fundamental de su sistema, que un hombre puede sujetarse a otro sólo por atención a los beneficios que de él ha recibido: da por cosa sentada que una sociedad que no procura bien alguno a sus miembros, pierde todo derecho sobre ellos, como si fuera posible estado alguno subsistente en la sociedad, el cual no se encamine al bien de sus miembros. En estos y otros tales absurdos despeña la filosofía a los pueblos que no se dejan guiar por la luz de la Religión.




ArribaAbajoCapítulo XXIII

De la obediencia a las leyes civiles


P. ¿Cuál es el objeto y fin de las leyes?

R. Conservar y promover el bien de la sociedad.

P. ¿De quién recibe el Príncipe la potestad de hacer leyes?

R. Del mismo Dios de quien recibe la autoridad.

P. ¿Puede separarse en el Príncipe la potestad   —218→   gubernativa de la legislativa?

R. No; porque no hay gobierno sin mando, ni mando sin ley.

P. Según eso están obligados los Príncipes y las cabezas del Estado a hacer leyes.

R. Una vez establecida la sociedad civil y nacional, cualquiera que sea su gobierno, está obligada por derecho natural a conservar y proteger a todos los que nacen en ella.

P. ¿Y los individuos del Estado están obligados a someterse a las leyes?

R. Por derecho natural nacen los miembros del Estado sujetos a las leyes de la sociedad donde reciben la vida. Dios que manda a las cabezas del Estado que velen sobre sus individuos, y procuren el bien público de la sociedad y el de cada uno de sus miembros: manda igualmente a los hijos de esta sociedad que obedezcan a las leyes en ella establecidas, y a la autoridad que la gobierna557; sin lo cual ni hubiera orden en la desigualdad de los miembros de que se forma el Estado, ni armonía en la diversidad, ni unidad en la muchedumbre.

P. ¿Pues de dónde nace esta obligación que tienen los miembros del Estado de sujetarse a las leyes civiles?

R. De la naturaleza misma de la sociedad, del fin por que fue ella establecida, y de la verdad de   —219→   la justicia eterna del que la estableció.

P. ¿Qué quiere decir que esta obligación nace de la verdad eterna?

R. Que no puede ser quebrantado el mandamiento del Príncipe sin hacer resistencia a la verdad558.

P. ¿Qué quiere decir que esta obligación nace de la justicia eterna?

R. Que el súbdito debe amar en la ley el orden de la voluntad de Dios, y sujetarse a ella por conservar este orden.

P. ¿Por qué decís que en la ley debemos amar el orden de la voluntad de Dios?

R. Porque no se hace de voluntad lo que no se hace por amor. El que contra su voluntad cumple con la ley, mas quisiera no verse obligado a cumplirla. El temor no hace al hombre amigo de la ley: no limpia la obra al que tiene inmunda la voluntad559.

P. Según eso los individuos del Estado no pueden eximirse de las leyes civiles.

R. No hay libertad en la sociedad que pueda destruir la unidad, ni derecho que rebele contra el orden inmutable de Dios560.

  —220→  

P. Parece que esto es contra los fueros de la sociedad, porque es someter los individuos de ella tal vez a un yugo insoportable.

R. En el orden del Estado ha querido salvar Dios la unidad de los miembros que le componen. Bienhechor es de la humanidad el que no quiere que se desunan entre sí los miembros de la sociedad; y se desunirían si fuesen rebeldes a las leyes. El buen súbdito tiene por suave la propia subordinación con que la unidad se conserva.

P. Y una vez establecido el orden político de la sociedad, ¿puede el Príncipe hacer nuevas leyes?

R. Sí puede; y el que le obedece, ayuda a la subsistencia y felicidad del Estado561.

P. ¿Debe el súbdito obedecer a todas las leyes del Príncipe?

R. Debe, si son conformes a la ley de Dios562. El Emperador Juliano el Apóstata prohibió a los Cristianos enseñar las letras humanas y la oratoria563. Esta ley porque no se oponía a las leyes   —221→   del Salvador, ni al espíritu de la Religión, fue recibida y obedecida por los Fieles564. De esto pudiéramos alegar muchos ejemplos.

P. ¿A quién obedece el súbdito en el Príncipe?

R. A Dios, así como los hijos obedecen a Dios en sus padres565.

P. Cuando el Príncipe manda alguna cosa contra Dios, ¿qué deberá hacer el súbdito?

R. Guardar en la obediencia el orden que tienen entre sí la potestad de Dios y la del Príncipe566. La ley eterna que es origen de la potestad de los Reyes, es regla de la voluntad de los súbditos. El amor de la ley humana ha de ser inseparable del cumplimiento de la voluntad suprema de Dios. Cuando con la obediencia a ley humana no puede componerse la sumisión a la voluntad de   —222→   Dios, debemos obedecer a Dios antes que a los hombres567.

P. ¿Según eso a ninguna ley injusta podrá sujetarse el súbdito?

R. La injusticia no es ley, ni hace ley. Ya hemos dicho que la obediencia sólo se debe a la justicia.

P. Si el Príncipe procede injustamente contra alguno de sus súbditos, ¿puede éste someterse a esta injusticia?

R. Puede, y debe también, cuando de no obedecer se hubiera de seguir escándalo, o falta de respeto a la autoridad, o trastorno del orden de la sociedad.

P. Poned un ejemplo de las providencias injustas de la pública autoridad a que puede y debe sujetarse el súbdito.

R. Si el Príncipe persigue a uno sin causa, o le confisca los bienes, o le destierra, o le da otras penas que él no tiene merecidas; aunque estos castigos son injustos, puede el que los padece sujetarse a ellos, porque en sufrir penas injustas no hay pecado; y debe también, cuando no puede evadirse de esta persecución por medio ninguno lícito.

P. ¿Cuáles son los medios lícitos que tiene un súbdito para evadir estas injusticias de la autoridad pública?

R. Representar, rogar, mostrar su inocencia,   —223→   y otros semejantes como arriba se ha dicho.

P. ¿Podrá quejarse públicamente de la injusticia del Príncipe, o incitar al pueblo para que rebele contra él, o se alborote en defensa suya?

R. No. Estos son medios opuestos al orden de la ley eterna de Dios. No pueden los miembros quejarse del mal gobierno de la cabeza con riesgo del mismo cuerpo. La conservación del cuerpo que consiste en la unión de los miembros con la cabeza, debe ser preferida a la conservación de un solo miembro. Menos malo es que perezca uno, que la unidad568.

P. Dura cosa es que ni aun quejarse puedan los miembros de la sociedad de la injusticia de la cabeza que los oprime.

R. Dura cosa es mirada en sí, pero muy suave si se atiende al orden de Dios, y a la ley de la unidad que se guarda con el escudo de la paciencia y con el vínculo de la caridad. En la espada que mandó Cristo envainar a S. Pedro, está denotada la lengua del que pretende defenderse contra el orden de Dios. Cuando usamos de ella contra este orden, aunque sea para mostrar nuestra inocencia, herimos las orejas de los otros miembros de la sociedad, y sus pechos de ellos y los nuestros dejamos atravesados con la ira y con la aversión a la pública autoridad. Creemos tener razón   —224→   para murmurar de aquella injusticia, y al mismo tiempo nos oponemos a la voluntad de Dios, que de la injusticia de la cabeza pretende sacar la justificación de los miembros.

P. ¿Pues qué debe hacerse en estos casos?

R. Sufrir callando a imitación de Jesucristo569. Era Jesucristo el Verbo del Padre: podía defenderse del furor de sus enemigos, confundir el abuso que hacía de sí misma la pública autoridad, sentenciándole a muerte. Pero antes quiso ser tenido por malhechor, que por inobediente: antes consintió que la cabeza de la sociedad crucificase en él a la misma inocencia, que ver trastornados los vínculos de la sociedad no sujetándose a su poder. Defendiose de palabra alguna vez, pero con gran modestia. No salió de su boca murmuración, y mucho menos excitó al pueblo a que se amotinase contra la potestad y la autoridad del que tan sin razón le condenaba. Así como Pilato es figura de la pública autoridad que condena a la inocencia, así Jesucristo es el modelo de los que se ven injustamente perseguidos por ella. De esta suerte perdió Cristo la vida por no perder la obediencia570.

P. Bien veo que esa es la perfección de la vida   —225→   Cristiana. Pero no entiendo que a ello nos obligue precepto alguno.

R. Precepto hay que nos obligue a ello en el Éxodo, donde tiene Dios por murmuradores suyos a los que lo son de las cabezas y Príncipes del pueblo571; y en la Sabiduría, donde prohíbe el Espíritu Santo que aun en secreto murmuremos del Príncipe572. Este precepto alegaba S. Atanasio al Emperador Constancio para mostrarle que no había él hablado contra su persona, como le calumniaron los Arrianos573. Una vislumbre de esto descubren los Santos en la solicitud con que los buenos hijos de Noé procuraron encubrir la desnudez de su padre574.

P. ¿Hay otra causa que nos obligue a esto mismo?

R. Sí, la ley, que nos manda conservar el orden de la sociedad establecido por la ley eterna de Dios. Injusta es la defensa aun de la inocencia oprimida, cuando se hace por medios que rompen los vínculos indisolubles de la sociedad. Relajada   —226→   es la doctrina que contradice estos principios sólidos de la Religión.

P. ¿Se quejará justamente el Príncipe cuando el súbdito le deja de obedecer a él por obedecer a Dios?

R. Ni el Rey ni el padre ni otro superior ninguno puede tener queja del que le pospone al Omnipotente575, al origen y fuente de donde nace toda potestad576. El mal Príncipe que desordenadamente quiere ser preferido a Dios, merece ver enmendado este desorden por la fortaleza y constancia de sus buenos súbditos577. No tiene potestad el mal Príncipe para perder al vasallo que no consiente en su injusticia, cuando el mismo Dios que es la potestad esencial, no puede condenar a nadie sino a los injustos, que se han echado ya a sí mismos la sentencia de condenación por las injusticias y maldades que han cometido.

P. El súbdito que no obedece a las leyes enemigas de Dios, ¿no falta al orden de las potestades?

R. No. Por eso distinguimos antes lo que va de la obediencia al respeto. Debe el súbdito respetar la autoridad aun en el Príncipe que no merece ser obedecido. Debe estar siempre sometido   —227→   a su potestad, que indubitablemente es siempre de Dios; pero jamás debe someterse a la injusticia que no es ni puede ser de Dios. Cuando la injusticia del hombre se halla unida con el poder de Dios, es necesario poner por obra lo que dice Cristo: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. No puede nadie gobernarse por la mentira y la injusticia que es del hombre; pero deben todos respetar la autoridad y el poder aun en el que se vale de lo uno y de lo otro para autorizar la injusticia y la mentira.

P. Ahora entiendo claro cómo estamos sometidos a la potestad, aun cuando la ley de Dios no nos permite ser obedientes a ella.

R. Antes bien con la inobediencia a la injusticia del Príncipe se perfecciona la obediencia debida a la potestad. No nos ha sometido Dios a la potestad de los Príncipes, dispensándonos de la obediencia a la suya578. Por el contrario nos subordina a los Príncipes, para que ellos nos subordinen a él: de suerte que la autoridad a que nos sujetó subordinándonos a ellos, realmente no es otra cosa más que su propia autoridad y potestad.

P. Si será eso lo que decía S. Pablo, que no tenía poder ninguno contra la verdad, sino sólo por la verdad579.

R. Cabalmente es eso mismo. La autoridad no   —228→   es dada sino por la verdad, y no debe ni puede servir a nadie sino a la verdad580. Miserable es la suerte de un Príncipe cuando por su procedimiento parece no tener potestad sino contra la verdad, sea esto por ignorancia, por capricho, o falta de consejo. El orden de Dios es el origen de la autoridad, y el fin el amor y la conservación de la verdad. No quebranta, pues, el orden de Dios el que desobedeciendo a la injusticia coopera a la conservación de la verdad. Todo poder dimanado de Dios, es poder de verdad. Este poder no lo destruye nadie sino la mentira. El súbdito que obedece a la verdad, siempre está sometido a la potestad. La potestad no destruye los fueros de la justicia; pero la justicia condena el abuso de la potestad. Imposible es que la justicia apadrine la injusticia, y la verdad proteja la falsedad.

P. Ánimo celestial se necesita para no sujetarse a la pública autoridad cuando manda algo contra Dios.

R. Por eso así como las leyes buenas enmiendan a los malos, así las malas prueban a los buenos581. Gran premio tiene Dios guardado a los que no se someten a las leyes con que es impugnada la eterna verdad582.

  —229→  

P. ¿Pueden los Cristianos aprovecharse de las leyes civiles para las exenciones y privilegios de la Religión?

R. Sí pueden. La Iglesia puede convertir en utilidad suya las leyes que no se oponen al orden de la justicia de Dios. Prudencia es y sabiduría valerse de los establecimientos y privilegios humanos y temporales para promover la gloria de Dios y el bien de la Iglesia.

P. Quisiera ver de esto algún ejemplo.

R. S. Pablo hizo saber al Tribuno la traición que los Sacerdotes y Ancianos le tenían armada, para escapar con su auxilio de aquel riesgo583. Valiose también de las leyes Romanas, diciendo que era ciudadano de Roma, y que como tal no debía ser azotado584. Para no verse entregado a los Judíos que deseaban quitarle la vida, apeló al César Príncipe Romano, aunque no Cristiano585. Esto hizo S. Pablo no mirando tanto por la conservación de su vida, como por la enseñanza de la Iglesia586.

  —230→  

P. Según eso no está prohibido a los Eclesiásticos en caso de necesidad recurrir a los tribunales seculares.

R. No. S. Pablo se creía más seguro entregándose a la potestad secular de los Gentiles, que dejándose en manos de la potestad Eclesiástica, cuyos Ministros haciendo profesión de conocer y de adorar al Dios verdadero, estaban llenos de rencor y de envidia, y de falso celo por la Religión587.

P. ¿Puede el Príncipe hacer leyes para el buen gobierno y policía de la Iglesia?

R. La Iglesia es un cuerpo espiritual, ordenado y organizado por el mismo Jesucristo que la fundó, el cual como arriba hemos dicho, para su duración y perfección no necesita de potestad ninguna de la tierra. No es terrena la potestad que ha dado Dios a la república espiritual, así como no es de este mundo el reino que vino a establecer Jesucristo588. No debe mezclarse el Príncipe secular en las cosas divinas de la Iglesia589, así como Jesucristo nada pretende ni emprende en orden a las cosas temporales del Estado.   —231→   El Príncipe está dentro de la Iglesia, no sobre la Iglesia590. Sin embargo aunque el Sacerdocio en lo espiritual y el Imperio en lo temporal no dependen sino de Dios, el orden Eclesiástico se somete al Imperio en lo temporal, así como los Reyes en lo espiritual se reconocen humildes hijos de la Iglesia. La Iglesia y el Estado son dos repúblicas que sin perjudicar la una a los fueros de la otra, se ayudan mutuamente a su subsistencia. Así como la Iglesia recomienda la subordinación de los vasallos al Príncipe para mantener el buen orden de la sociedad civil, así el Príncipe puede hacer leyes que conspiren al orden y policía de la Iglesia.

P. ¿Cómo es que los Apóstoles en un tiempo en que la Iglesia estaba necesitada de favor civil, no pidieron a los Príncipes que con sus leyes protegiesen la verdad del dogma y la pureza de la disciplina?

R. No podía hacer esto la Iglesia cuando tenía contra sí declarada la potestad civil. Cumplíase entonces la profecía de David: Conspiraron los Príncipes y Reyes de la tierra contra el Señor y contra su Cristo. No podía, pues, entonces ser refrenada la impiedad con las leyes de los enemigos de la piedad591.

  —232→  

P. ¿No era entonces enemiga la potestad temporal de la espiritual?

R. No eran realmente enemigas en sí estas dos potestades, aunque lo eran por preocupaciones injustas de parte de los Emperadores. Estos combatían al Sacerdocio, en lugar de protegerle con su autoridad. El Sacerdocio hallaba en el Imperio obstáculos que sólo podía vencer con la paciencia, y gemía oprimido con el peso de una autoridad, cuya injusticia toleraba por respeto al origen sagrado y divino que en ella le mostraba la Fe. Así aunque la potestad espiritual no daba ensanches a la potestad temporal, la Religión prohibía que la limitase.

P. ¿Cuándo comenzó la Iglesia a valerse de la autoridad de los Príncipes?

R. Luego que comenzó a cumplirse lo que del Salvador estaba escrito592: Y le adorarán todos los Reyes de la tierra, todas las gentes le servirán.

P. ¿La reconciliación que se hizo entre la potestad Eclesiástica y la Real por la conversión de los Reyes y de los Emperadores, introdujo alguna   —233→   alteración en el estado de estas dos potestades, y en su mutua independencia?

R. No. Cada una de ellas ha conservado siempre sus fueros. La potestad espiritual quedó libre de la opresión, y la temporal sacudió el yugo de la infidelidad. La espiritual quedando libre no adquirió cosa alguna en el fondo, ni que pertenezca a su naturaleza: la temporal viniendo a ser fiel, no perdió nada por someter su autoridad a la de Jesucristo. Reconoció el Imperio la mano que le había dado la espada, y quedó hecho más perfecto señor de ella desde que supo de quien la recibió, y para qué. Siendo Cristiano el Príncipe, entendió de quién era Ministro: enseñole la Fe la alteza de su dignidad que él antes ignoraba: y así la misma Religión le inspiró celo para que defendiese y conservase su gloria, no consintiendo que nadie tenga parte en una autoridad que a solo él se había dado. Sometiose a Jesucristo; pero a solo él subordinó la autoridad que de solo él había recibido, deseando atraer a él a todos los que pudiese en la extensión de sus dominios: en una palabra, puso la cruz sobre su frente y en el lugar más digno de su diadema, así para granjearse por Religión la obediencia de sus vasallos, como para inspirar a los demás una nueva veneración hacia una autoridad que la cruz del Jesucristo había asociado al Sacerdocio.

P. ¿Se ha opuesto la Iglesia a que los Príncipes empleen su potestad en fomentar la Religión y la piedad?

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R. No: antes bien les ha estimulado a que la empleasen en ayudar a la corrección de costumbres, en celar la vida de los Sacerdotes, en contener las discordias y guerras interiores de sus malos hijos593, en prohibir los sacrilegios594, en cortar los vuelos de la herejía595.

P. ¿Y en encargar esto a los Reyes ha procedido la Iglesia por autoridad humana?

R. No. Ha creído siempre que dándoles Dios la potestad Real, les manda que hagan leyes útiles a la Iglesia596. La conservación de la paz de la Fe la mira la Iglesia como encargo hecho por Dios a los Príncipes después que se convirtieron597.

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P. Según eso no podrá el Príncipe mirar con indiferencia los insultos hechos a la Iglesia, ni sufrir que se persiga la verdadera Religión.

R. No puede. Éste es uno de los puntos en que más interesa la conservación del Estado, y la seguridad y felicidad de los miembros que lo componen598. Cúmplese en esto lo que estaba escrito: Y los Reinos para que sirvan al Señor599. Para esto da Dios a los Príncipes la potestad que tienen sobre todos los hombres, para que los buenos sean ayudados, y el camino del cielo se vea más frecuentado, y el reino terreno sea siervo del celestial600. Debe, pues, el Príncipe con todo esfuerzo mantener en su Reino la observancia de la Religión Cristiana, por cuyo respeto subsiste la naturaleza, y se contiene Dios de permitir desorden y confusión en el humano linaje, y de trastornar y deshacer toda la máquina del mundo601.

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P. ¿No basta al Príncipe para su salvación conservar en sí entero el depósito de la Fe?

R. No. De un modo sirve a Dios el Príncipe como hombre, y de otro como Príncipe. Como hombre le sirve viviendo con fidelidad, como Rey le sirve estableciendo leyes que fomenten la observancia de la ley del Señor. De esta suerte le sirvieron Ezequías y Josías talando los bosques, y destruyendo los templos de los ídolos, y aquellos soberbios edificios que se habían levantado contra el precepto de Dios. Así le sirvió el Rey de Nínive, obligando a toda su ciudad a que con penitencia aplacasen el enojo de Dios. Sirviole también Darío dando a Daniel el ídolo para que lo quebrase, y mandando echar a los enemigos de este Profeta en el lago de los leones. De esta suerte le sirvió Nabucodonosor, mandando con penas gravísimas que nadie blasfemase de Dios. Sirven, pues, a Dios los Reyes como Reyes, haciendo en servicio suyo lo que no pudieran hacer los que no son Reyes602.

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P. ¿Los Reyes de España han hecho leyes para la pureza de las costumbres y fomento de la piedad de sus pueblos?

R. Apenas habrá Reino ninguno cuyos Príncipes hayan mirado con mayor celo que los nuestros el bien general de la Iglesia. Los cuerpos de nuestra legislación están llenos de leyes piadosísimas, ordenadas a que en nuestras provincias se conserve la pureza de la Fe, y sea en todo y siempre observada la ley de Dios.