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Centenario de «Moby Dick»

Ricardo Gullón





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Moby-Dick o la Ballena es una de las novelas más considerables de la literatura americana. Hirviente construcción imaginativa, en donde Herman Melville mezcló recuerdos con rumores legendarios, barajó mitos y realidades, símbolos y memorias, a lo largo de una fantástica persecución de la aventura. El capitán Ahab odia a la ballena blanca, que le dejó cojo; con aversión absorbente, con fuerza demoníaca, que le arrastra, como él arrastra a su tripulación, hacia la catástrofe, sin permitirle reflexionar en la temeridad del intento, sin consentirle abandonar la dramática carrera que ha de acabar en la muerte.

En su tiempo, Moby Dick fue un fracaso. Y el fracaso, tal vez, una de las causas del increíble silencio de Melville, que pasó más de treinta años -desde Pedro a Billy Budd- sin escribir novelas. Al cumplir los cien años, Moby-Dick presenta buen aspecto: tiene pátina y conserva intacta su fuerza. La aventura resulta más impresionante cuanto mejor se comprenda que el capitán Ahab no sólo es un ser humano abrasado por el odio, sino la personificación misma de esta pasión. Extraordinario tipo; pero acaso es más sorprendente la transmutación de la ballena blanca -enorme y peligrosa desde el principio, pero, al fin, susceptible de ser vencida- en monstruo fabuloso, en quien encarnan las potencias del Mal, de la Fatalidad, tal vez las de la Muerte.

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La novela adquiere un significado profundo, pues los tripulantes del Pequod no luchan únicamente contra una bestia cruel y astuta, sino contra la fuerza indestructible, la fuerza que permanecerá, y van conducidos por la obcecación poderosa, pero menos potente, de su capitán; el combate acaba por tener un carácter fatal.

Un análisis completo de esta novela deberá extenderse a los cuatro niveles señalados por Philip Rahv en el estudio que Newton Arwin dedicó a Melville: el nivel del lenguaje, el psicológico, el moral y el mítico. Y deberá tenerse en cuenta este hecho curioso: Moby-Dick fue objeto de dos redacciones sucesivas, y en el primer manuscrito no figuraba para nada el capitán Ahab. Según Charles Olson, la lectura de Shakespeare, y concretamente la de El rey Lear, fue determinante de esta invención melvilleana, y en un largo ensayo, hoy célebre, expone el crítico los sólidos fundamentos de su aserto: en cuanto al universo de Ahab, piensa que es más parecido al de Macbeth que al de Lear: «Lo sobrenatural está aceptado... Ahab y Macbeth participan del mismo infierno de criminales anhelos, destructores del sueño, y los dos conocen el tormento de vivir aislados de la Humanidad...; viven en un universo maléfico».

La ambigüedad respecto a lo que Moby-Dick es y representa fuerza la narración, pues al hacer más denso el misterio aumentan las resonancias, las posibilidades de provocar inquietudes de diverso signo, removiendo por vario modo el ánimo del lector, que tenderá a interpretarla según sus predisposiciones, y según ellas, siguiéndolas, establecerá una problemática personal y las condignas respuestas a las cuestiones planteadas.





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