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Américo Castro ya señaló la importancia de este adagio, titulado «Sileni Alcibiadis», para ver el contraste entre apariencia y realidad (87-88). (N. del A.)

 

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El buen olor de Sancho lo conocemos desde el episodio de los cabreros en la primera parte, cuando Sancho «se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban» (I, 9; 119). Allen comenta la acción del escudero de esta manera: «Sancho, for his part, provides on awakening (on the day of the wedding) one of the most damming revelations of his propensity toward egocentric rationalization. ... But now a whiff of Camacho's banquet is sufficient to make him change sides» (138). (N. del A.)

 

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Recordemos que durante la Edad Media la glotonería era el primer pecado porque representaba el deseo de la carne. Peter Brown señala que para «[the Desert Fathers] it was widely believed, in Egypt as elsewhere, that the first sin of Adam and Eve had been not a sexual act, but rather one of ravenous greed. It was their lust for physical food that had led them to disobey God's command not to eat the fruit of the Tree of Knowledge. ... In this view of the Fall, greed and, in a famine-ridden world, greed's blatant social overtones -avarice and dominance- quite overshadowed sexuality» (220). (N. del A.)

 

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La cita de San Lucas comienza así: «Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes. Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de úlceras y deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico, hasta los perros venían a lamerle las úlceras» (16.19-31). (N. del A.)

 

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Opinión muy distinta tiene Kathleen Bulgin, para quien «what is impressive about the wedding banquet is not so much its quantity of food, but rather its force as a metaphor for order in life and in art: every sort of cheerful industry and ingenuity, has been brought to bear upon this spectacle» (57), para señalar unas líneas después que «it is undeniably a striking argument in favor of plenitude, of the proper husbanding of wealth and natural resources and therefore of Camacho himself» (57). Y así concluye: «As for Camacho, his love is unselfish, and his wealth, far from corrupting him, becomes the expression of his virtues» (63). (N. del A.)

 

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Márquez Villanueva señala que «Cervantes no va tras ninguna moraleja disfrazada de gigantismo: la abundancia de su banquete se define como sanamente apetitosa sin otra finalidad ulterior», y unas líneas después añade que «Cervantes, por último, rehúsa pintar el cuadro de la glotonería colectiva» (293). En efecto, es verdad que Cervantes «rehúsa» pero lo hace porque el núcleo del episodio es la representación de la riqueza para que sea contemplada. Respecto a la falta de moraleja, más adelante iré aclarando este punto. (N. del A.)

 

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Massimo Montanari señala que «los rituales de las clases altas reflejan ante todo la oposición elemental entre dominadores y dominados (incluso, por así decirlo, con fines propiciatorios). Tanto el consumo de alimentos como el marco convival en el que éste se inserta son, ante todo, un instrumento para expresar y manifestar poder» (94). Después comenta una crónica que narra un banquete de bodas celebrado en Bolonia en 1487, donde se sirvieron platos muy semejantes a los presentados por Camacho, como «cochinillos asados enteros» o «un castillo lleno de conejos», etc. Todos estos platos se paseaban por la plaza antes de llegar a la mesa para que el pueblo viera «tamaña magnificencia». El invitado tenía que «admirar (lo mismo que el pueblo) la abundancia y calidad de la comida, tenía que maravillarse por la fantasía en la presentación y la escenografía, como si estuviera en el teatro. La nueva consigna era mostrar» (95-96). (N. del A.)

 

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El inteligente personaje de la novela de José Saramago, Carlos Algor, nota la subida de los valores de cambio «impuesta por la argucia del productor a un comprador al que le fueron retirando poco a poco, sutilmente, las defensas interiores que resultaban de la conciencia de su propia personalidad, esas que antes, si es que alguna vez existió un antes intacto, le proporcionaron, aunque fuera precariamente, una cierta posibilidad de resistencia y autodominio» (310). Doy esta cita porque en la visión del mundo actual que nos ofrece La caverna, percibo muchos puntos de contacto con el mundo de Camacho «el rico». (N. del A.)

 

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Covarrubias da el siguiente significado para chapa: «es la hoja o lámina de metal, oro, plata, hierro, cobre». El Diccionario de autoridades dice que chapado/a significa: «cubierto, o guarnecido de chapas, o para su seguridad, y firmeza, o para su adorno». Para nosotros los adornos -corales, sortijas de azabache, anillos de oro, perlas blancas- la convierten en «una chapada moza» y el valor monetario de «cada uno debe de valer un ojo de la cara» la asemejan a los bancos de Flandes; lo que vemos en Quiteria es dinero. También Sancho caracteriza a Aldonza Lorenzo como «moza de chapa» (I, 25; 283), con el sentido de mujer de buenas cualidades y fuerte para el trabajo. (N. del A.)

 

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Es interesante la distinción que Eric Hobsbawm señala entre los ricos de ahora y los del pasado: «The really new feature of the distinction created by wealth is that the assets that define them today must be esoteric and exclusive. Only the rich know where they go on holiday, because they are the only people there. Yet one of the traditional bases of social hierarchy was that generally it could be seen, recognized, and appreciated by everyone. In this sense, wealth today gives less satisfaction» (134). (N. del A.)