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ArribaAbajo Edwin Williamson. The Half-Way House of Fiction

«Don Quixote» and Arthurian Romance. (Oxford: Clarendon Press, 1984). 264 pages


Juan Bautista Avalle-Arce



University of California. Santa Barbara

Nos hallamos ante una bien trabajada tesis doctoral británica, presentada, en su forma original, más amplia y difusa, ante la Universidad de Edimburgo. Exhibe las características de las mejores de su género y de su país: bien escrita, pensada, orientada, y de buen caudal de lecturas. La propensión al enfoque preponderante de la teoría literaria (poética renacentista en este caso), también es de escuela, con una cierta preterición de las circunstancias históricas en que se da el fenómeno literario, uno de los factores diferenciadores entre crítica literaria y crítica filológica. Hago esta advertencia sin el menor asomo de reconvención; sólo se trata de que el lector sepa, desde un principio, a qué atenerse.

La idea que constituye el semillero de todo este interesantísimo trabajo es original e inteligente. En su expresión más sencilla se trata de estudiar el Quijote desde la perspectiva de los romans arturianos, como el roman arturiano en vías de convertirse en la novela moderna. Entiéndaseme bien: no se trata, en absoluto, de acumular ejemplos de influencias literarias caballerescas del ciclo artúrico sobre personajes o episodios del Quijote, por el estilo de lo que se ha venido haciendo, bien o mal, desde la época del benemérito Clemencín. Se trata, al contrario, de estudiar el Quijote como último eslabón en la cadena evolutiva de la técnica del relato en el roman arturiano -al utilizar este obvio galicismo para subsanar un defectillo de nuestro hermoso romance me hallo en la excelente compañía de mi admirado amigo Martín de Riquer. En ningún momento trata Williamson de hacer un cajón de sastre donde entren todos los romans y su tardía proliferación peninsular. El autor hace uso de un fino y bien definido criterio selectivo que le permite hacer excelente hincapié en la obra de Chrétien de Troyes (hacia 1170) y en la de Garci Rodríguez de Montalvo (hacia 1500). Como razona el autor para explicar su selección en el caso del poeta francés: «It was, after all, Chrétien de Troyes who gave the Celtic legends of King Arthur and his knights, the story of Lancelot and Guinevere, and the quest of the Holy Grail, the distinctive narrative features that made them so lastingly popular in the Middle Ages and beyond» («Preface»). Y sobre Montalvo puntualiza, un poco más abajo: «The extant Amadís published in 1508 is a re-working by Garci Rodríguez de Montalvo of a medieval text and therefore represents better than any of its successors a development from medieval to Renaissance narrative practices... I have brought the Esplandián into my study primarily to illustrate the characteristic weaknesses and defects of late Spanish romance, but I thought it best not to tax the reader with further examples of literary ineptitude from other   —66→   books of chivalry.» Queda así montada la trama de este sesudo análisis con sus tres principales hilos componentes.

El primer capítulo, por consiguiente, está dedicado al estudio de las principales características de la producción de Chrétien de Troyes, con particular asidero, aunque no único, en Le Chevalier au Lion (Yvain). Una lista de los apartados en que Williamson divide su análisis es la mejor forma de aproximarnos a su método de trabajo: i. The Ideological Background; ii. Courtly Chivalry in Chrétien's Romances; iii. Appearance and Reality in Romances; iv. Marvels: Magical and Miraculous; v. Symbolism and Irony: Matiere, Conjointure, Sen; vi. The Logic of the Narrative; vii. The Platonist Element in Romance as a Genre. La transfiguración, abandono, sustitución o escamoteo de cada uno de estos elementos, en el decurso del tiempo, justificarán, más adelante, el análisis e interpretación que Williamson nos brinda del Quijote.

Quedan asentados, y analizados, los principios narrativos que alentarán en el roman europeo por varios siglos. La labor de Williamson le lleva, sin embargo, directamente a España y al Amadís de Gaula de Montalvo y el Esplandián. Queda indicado que Williamson tiene muy presente el hecho de que Montalvo es refundidor de un Amadís primitivo, muy anterior a sus fechas de vida. Dado el enfoque del libro, debería ofrecer un considerable interés fechar y reconstruir, en la medida de lo posible, ese roman primitivo sobre el cual trabajó Montalvo, para apreciar, de poderse, los pasos decisivos en la metamorfosis del roman con anterioridad a Cervantes. Pero para este menester Williamson escoge un guía falible. Sigue las conclusiones de Edwin B. Place, que no están bien cimentadas. Es inaceptable, por ejemplo, afirmar, como lo hace Williamson, autorizado por Place: «The original version X, dating probably from the latter half of the fourteenth century but possibly earlier» (pág. 38). Baste recordar lo trillado: el Amadís era bien conocido para Juan García de Castrogeriz en 1350, y Pero López de Ayala (nacido en 1332) se acusa, entre sus pecados de juventud, de la lectura del Amadís. Consecuencia insoslayable es que el Amadís era bien conocido en la primera mitad del siglo XIV, y esto se puede seguir afinando, pero no vale la pena, en la ocasión. Ese Amadís primitivo, además, se puede reconstruir mucho más allá de lo que da a entender Williamson (pág. 65), y la comparación con la labor de Montalvo da lugar a muy serias consideraciones, tarea que comencé en las Actas del Congreso Internacional de Hispanistas reunido en Toronto en 1977, y publicadas en 1980. Otra seria omisión bibliográfica de Williamson en este apartado sobre el Amadís lo constituye el muy puntual libro de Juan Manuel Cacho Blecua, Amadís: heroísmo mítico cortesano (Madrid: 1979). Evidentemente, en este capítulo II («Late Romance: Amadís of Gaul and Esplandián») el por lo demás sólido libro de Williamson nos presenta su flanco débil, y no quiero insistir en ello, porque lo que queda por leer, y cavilar, no queda afectado mayormente por los desenfoques de este capítulo II.

Son los tres últimos capítulos de este libro los que están dedicados al Quijote, y son dignos de muy seria consideración por el mundo del   —67→   cervantismo actual. Se trata de: III. The Break with Romance: Don Quixote's Madness; IV. Irony and the Relics of Romance; V. From Romance to the Novel. El caballero loco por amores, o poco menos, llega a convertirse en lugar común del roman desde Chrétien de Troyes hasta Montalvo, pero la locura es sentimental y temporaria. Cervantes nos presenta un caballero loco, no por amores, de principio a fin, y esa locura condiciona en forma radical la vida del protagonista, la realidad observada desde esa atalaya defectuosa, y las consecuencias éticas, estéticas, y de cualquier otro tipo, a que se puede llegar desde tal punto de partida. El hecho de que esa locura se origina en una manía obsesiva con el roman, marca para siempre la vida de don Quijote con las cualidades centáuricas de Literatura y Realidad. A la hilada de estas consideraciones Williamson lleva a cabo un luminoso análisis de las dos partes del Quijote, en el que hace gala el autor de un muy efectivo juego de rebote entre locura y roman para ofrecernos una nueva lectura de los principales episodios de ambas partes. Me extraña, sin embargo, el desinterés relativo que se presta al estudio de la muerte de don Quijote, (por ejemplo, págs. 95 y 123) porque no cabe duda de que la muerte del caballero andante como protagonista no cayó nunca dentro de los módulos del roman; de allí, por un lado, las consecuencias cataclísmicas de la muerte del rey Arturo, y, por el otro lado, los sobados pero maravillados comentarios del propio Cervantes ante la muerte de Tirante el Blanco. Porque don Quijote muere cristianamente y en la cama, y para destacar la novedad absoluta que esto representa en la historia del roman no hay que ser crítico romántico ni de los otros.

El capítulo dedicado al estudio de «Irony and the Relics of Romance» parte de unas ponderadas consideraciones acerca del lenguaje de don Quijote, y de la mutua adecuación buscada en la expresión oral entre realidad (física o mental) y lenguaje. De aquí se pasa en forma casi natural al estudio de la ironía situacional, de los personajes y del autor, todo delineado con la deseada claridad expresiva por parte de Williamson. No tengo espacio para destacar todos sus aciertos expositivos, pero sí quiero apuntar algo de la debida importancia que concede el crítico al maloliente y postergado episodio de los batanes (I, xx). Se trata de una pequeña maravilla de ironía situacional, estilística y narrativa (v. págs. 140-143) que, como destaca con toda justicia Williamson, halla su culminación, tan complida como inesperada, en II, lx, con motivo de los azotes de Sancho, que, se supone, acarrearán el desencantamiento de Dulcinea. El zipizape de los batanes termina con el humilde reconocimiento, por parte de Sancho, de don Quijote «como a mi amo y señor natural». En la segunda parte, y ya camino de Barcelona, don Quijote pretende aprovecharse del sueño de Sancho para adelantar el desencantamiento de Dulcinea. Despierta Sancho, hay dura refriega y todo termina con el escudero «la rodilla derecha sobre el pecho» de su amo. Atónito, don Quijote sólo puede exclamar: «¿Contra tu amo y señor natural te desmandas?» A lo que, con irónico desparpajo: «Ni quito rey, ni pongo rey -respondió Sancho-, sino ayúdome a mí, que soy mi señor». No hay roman que pueda encuadrar esta situación. Nuestros imaginativos dedos tocan ya la novela moderna (v. págs. 193-94).

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Ahora sí quiero destacar unas muy acertadas palabras de Williamson al respecto: «Strangely enough, it is in this deepening of irony beyond coherent symbolization that the seeds of the order needed to limit the power and freedom of the ironic author are to be found. By seeking to create admiratio through the individualization of Don Quijote, Cervantes fosters curiosity about the knight's unique motivation, and thus opens the way to the development of character and the emergence of plot» (pág. 160).

El último capítulo («From Novel to Romance») se inicia con el estudio del nacimiento y desarrollo del personaje literario en cuanto tal. La estética renacentista hallaba el busilis de la creación literaria en un delicadísimo balance entre la unidad y variedad de la materia. Esto permite a Williamson plantear el desarrollo de la primera parte del Quijote con esta adecuada panorámica: «The Quixote-Panza line is extended on a horizontal axis in a sequence of single adventures much like the episodic action of the Spanish romances; while the other line of expansion is vertical, so to speak, involving the intercalation of ready-made love-stories into the narrative for the sake of variety» (pág. 162). Pero la segunda parte va prologada por las muy significativas palabras del autor «que en ella te doy a don Quijote dilatado», las que, por cierto, no recoge Williamson. Así, en esta nueva parte se avanza con pie seguro hacia un nuevo concepto de unidad artística, que lleva infartada, como no, la idea de la novela moderna. Pero hay algún traspié, que Williamson estudia con sagacidad, y todo esto ocurre al dejar atrás los protagonistas el verdadero mundo (en todos los sentidos de la palabra) del palacio de los duques. Porque reaparecen aquellos sabiamente superados episodios intercalados: Roque Guinart, Claudia Jerónima, Ana Félix.

Y ahora debo dar un nuevo salto acrobático intelectual como para cumplir con el espacio de una reseña y, al mismo tiempo, expresar con un mínimo de coherencia algo de la riqueza interpretativa de este libro y con esto concluyo. Me valgo, otra vez, de las palabras del propio Williamson: «Don Quixote's madness, then, replaces the supernatural marvels of romance; but it ultimately inhibits the development of character, and therefore precludes the creation of an organic plot that could conceal Cervantes' hand altogether. The book, as a result, hovers between romance and a kind of realism, self-consciously retaining the narrative equivocations of Renaissance comic romance, while reflecting much of the substance of lived experience that characterizes the modern novel» (pág. 202).

Mi enhorabuena a Edwin Williamson por una inteligente labor bien cumplida.