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  • Volume V, Number 2, Fall 1985
      • Robert Ter Horst
        La premisa mayor de La gitanilla es que «la codicia por jamás sale de nuestros ranchos». Además de ser intuición de Cervantes, esta implantación de anhelos materiales en el alma de cada personaje, el gitanismo de la obra, es la herencia de los grandes antecesores literarios de Las novelas ejemplares, el Lazarillo de Tormes y, sobre todo, el Guzmán de Alfarache, cuya importancia para Cervantes se revela en el acto de supresión de Mateo Alemán en el prólogo a las Novelas. El universo descubierto por La gitanilla es, desde luego, un mundo mixto e impuro en el cual predomina el deseo, irrefragablemente aliado con el alma mientras viva el cuerpo. No permitiéndole a Cervantes las mismas condiciones de la empresa artística desterrar de ella lo concupiscible, acepta, invierte, y explota esta economía compuesta de elementos tradicionalmente incompatibles por crear un orden material regido por la virtud. Para lograr esta plenitud Cervantes sistemáticamente incluye y cultiva en La gitanilla personas y ambientes antes creídos marginales, y hace fructificar a los gitanos. La esterilidad de éstos paradójicamente contribuye a la dichosa abundancia espiritual que apetece y realiza la novela. La estancia de Preciosa y Andrés en el mundo demoníaco de los gitanos es así una estación en el infierno, invierno que prepara mediante negras tardanzas el brillante brote primaveral de un amor inagotablemente dadivoso.
      • Gerald L. Gingras
        Una investigación sobre los trabajos de Cervantes en conjunción con los documentos y los estudios históricos sobre la ropa demuestra que el atuendo de Diego de Miranda (Don Quijote II, 16) ni sigue el modelo de los trajes de los bufones del Norte de Europa ni constituye una metáfora que indica degeneración del carácter, como han sugerido algunos comentaristas. Antes bien, la ropa de Don Diego está en perfecto acuerdo con su estado de hidalgo rural español y, a la luz de la manera de vestir de su época, manifiesta una tendencia decididamente conservadora.
      • Donald McGrady
        Para probar ante el Canónigo de Toledo la historicidad de los libros de caballerías, don Quijote inventa una aventura caballeresca prototípica, en que un paladín se arroja a un lago hirviente y en su fondo encuentra una tierra maravillosa; allí el caballero es acogido por unas doncellas que lo llevan a un castillo, donde la más hermosa de ellas lo desnuda y lo baña. Roger M. Walker ha demostrado que la mayoría de este episodio proviene del Caballero Zifar, pero la sección sobre el baño, con la evocación de un lujoso ambiente oriental, con doncellas desvestidas que lavan al desarropado héroe, parece derivar del episodio del Salabaetto e Iancofiore en el Decamerón (VIII, 10). Claro está que tal aventura realmente prueba todo lo contrario de lo sostenido por don Quijote, o sea, que los libros de caballerías eran fantásticos y no históricos, mas el relato también sirve para recalcar la innata sensualidad de su añoso narrador.