161
Francisco Calvo Serraller, Teoría de la Pintura del Siglo de Oro (Madrid: Cátedra, 1991), 2a edic., recoge una selección de los textos epocales: el siglo de alegatos lo inaugura Gaspar Gutiérrez de los Ríos con su Noticia General para la estimación de las artes [1600] y lo cierra El Museo pictórico y escala óptica [1715-1724] de Antonio Palomino. En medio no faltan importantes testimonios (no sólo poéticos: Céspedes, Jáuregui) de escritores, como el Memorial informatorio por los pintores. En el pleito que tratan con el Señor de su Magestad, en el Real Consejo de Hazienda, sobre la exempción del Arte de la Pintura [1629] en el que interviene Lope de Vega (junto a José de Valdivielso y Jáuregui), o la Deposición de Pedro Calderón de la Barca, en favor de los profesores de la pintura [1677], ibidem, [págs. 341-366 y 541-6, respectivamente.
162
Evolución descrita por Julián Gállego en
la obra homónima,
El pintor, de artesano a artista
(Universidad de Granada: Secretariado de Publicaciones, 1976) y por Juan
José Martín González, cit., pág. 223, sobre la
necesidad de un bagaje cultural en el artista plástico, análogo a
la condición del
doctus poeta de la
Antigüedad. Véase este aspecto en Rensselaer W. Lee, «El
pintor erudito», «Ut pictura
poesis...», op. cit., págs. 73-81. Antonio Domínguez
Ortiz, «La sociedad española del siglo XVII», en AA. VV.,
El Siglo de Oro de la pintura..., cit.,
págs. 178-9, señala la marginación y el desprecio
seculares por los trabajos mecánicos: «Hubo una
limpieza de oficios paralela a la
limpieza de sangre y que en un sentido muy amplio podía incluir no
sólo a los oficios propiamente viles sino también a los
manuales y mecánicos, es decir,
a todos los que requerían una actividad manual. Estas sutilezas
tenían que afectar negativamente a los artistas, ya que su
separación de los gremios artesanos fue lenta y trabajosa; arquitectos,
escultores y pintores aparecían englobados en los gremios de
albañiles, carpinteros, herreros y otros y estaban sujetos a sus
ordenanzas; tenían que examinarse y ejecutar una
obra maestra para adquirir el grado de
maestro; ellos, sus oficiales y aprendices, estaban sujetos a la
inspección de los
veedores nombrados por las autoridades
municipales, tenían que contribuir a los gatos comunes, desfilar con el
pendón gremial en las fiestas del Corpus y otros cortejos,
etc.»
.
163
«La página y el lienzo: sobre las relaciones entre poesía y pintura», Fronteras de la poesía en el Barroco (Barcelona: Crítica, 1990), págs. 164-197 y la exhaustiva bibliografía allí contenida.
164
José Simón Díaz, La poesía mural en el Siglo de Oro (Madrid: Ayuntamiento e Instituto de Estudios Madrileños, 1977); eiusdem, «La poesía mural del Siglo de Oro en Aragón y Cataluña», Homenaje a José Manuel Blecua (Madrid: Gredos, 1983), págs. 617-629; eiusdem, «La poesía mural, su proyección en universidades y colegios», Homenaje al profesor Francisco Ynduráin (Madrid: Editora Nacional, 1984), págs. 479-499. Para la poesía visual, cfr. el volumen colectivo Verso e Imagen. Del Barroco al Siglo de las Luces (Madrid: Calcografía Nacional-Dirección General de Patrimonio Cultural, 1993), editado con motivo de la exposición del mismo nombre organizada por la Calcografía Nacional de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando durante los meses de febrero y marzo. Son, asimismo, imprescindibles los trabajos de Víctor Infantes de Miguel: su edición de Juan Caramuel, Laberintos (Madrid: Visor, 1981); «Algunas de las poesías más extravagantes de la lengua castellana», Poesía 5-6 (1979-80): 235-244; «La poesía experimental antes de la poesía experimental» en Encuentros con la poesía experimental (s. l. [pero Torrelavega]: Euskal Bidea, 1981), págs. 99-131; «La textura del poema: disposición gráfica y voluntad creadora», 1616, 3 (1983): 82-90 y «Trois propositions pour regarder ce que Denis voit» para la Exposición organizada en la Sala Mansfeld de la Biblioteca Nacional de Luxemburgo [10-26 noviembre 1994], págs. 1-10 (texto más traducción de Danielle Henz). Véase la bibliografía allí reseñada (pág. 10).
165
José Manuel Matilla Rodríguez, «El valor iconográfico de la portada del libro en el siglo XVII y su explicación en el prólogo», Cuadernos de Arte e Iconografía IV, 8 (1991): 25-32 y Víctor Mínguez, «El libro como espejo», Fragmentos 17-19 (1991): 57-63. Un aspecto esencial en la relación de la imagen y el texto en la edición del libro en el Siglo de Oro fue el desarrollo del grabado y la estampa: cfr., entre otros, Antonio Gallego, Historia del grabado en España (Madrid: Cátedra, 1979); Juan Carrete Parrondo, «Grabados alegóricos del siglo XVII», Goya 161-2 (1981): 346-8; Luis Corrales de Prada, «La ilustración en los pliegos sueltos del siglo XVI. Relación entre imagen y texto», Goya 181-2 (1984): 21-22; Juan Carrete y Antonio Correa, «El grabado y el arte de la pintura», Goya 181-2 (1984): 338-43; Jesús María González de Zárate, «La 'Familia Charitatis' y el Grabado Alegórico en el Editor del Humanismo: Cristóbal Plantino», Ephialte. Lecturas de Historia del Arte II (1992): 71-88 y Javier Portús Pérez, «Uso y función de la estampa suelta en los Siglos de Oro (Testimonios literarios)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares XLV (1990): 225-246. Desde la ladera artística, vid. el número IV (1994) de Ephialte. Lecturas de Historia del Arte, que recoge las Actas del Congreso [celebrado en 1993] «La Miniatura y el Grabado como fuentes de inspiración y difusión de temas iconográficos».
166
«Introducción» a su edición de Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (Madrid: Castalia, 1992), págs. 26-27, por la que haremos en adelante todas las citas del texto. El número romano corresponde al Libro y la cifra arábiga a la página.
167
Marcado negativamente en el programa del vicio (maledicencia y lujuria), Clodio es el ignorado vaticinador de la falsa identidad de Periandro y Auristela (II, 168). Para las consecuencias y usos de la lengua como estrategia oral y su relación con el silencio y la escritura, véase Jorge Checa, «Lenguaje y ética verbal en el Libro II del Persiles», Anales Cervantinos XXIII (1985): 133-150.
168
Sobre las funciones de la memoria en el Persiles, cfr., Aurora Egido, «La memoria y el arte narrativo del Persiles», Cervantes y las puertas del sueño. Estudios sobre «La Galatea», «El Quijote» y «El Persiles» (Barcelona: PPU, 1994), págs. 285-306.
169
Excepto para el Interés, «en figura de un
gigante pequeño, pero muy ricamente aderezado»
(II,
216), el resto de las iconografías se documentan en C. Ripa,
Iconología (Madrid: Akal, 1987),
vol. I, págs. 88, 395-6 y 441-2, si bien los elementos distintivos de la
Diligencia «en figura de mujer desnuda, llena de alas por todo el
cuerpo»
(ibidem)
corresponden a los de la Fama, según confirma el repertorio citado y
sospecha el mismo autor («que a traer trompeta en las manos, antes
pareciera Fama que Diligencia»
).
170
Del mono como símbolo negativo existen testimonios en
El Bestiario Toscano [editado por
Santiago Sebastián junto al
Fisiólogo atribuido a San Epifanio
(Madrid: Tuero, 1986), págs. 18-19] y en la iconografía cristiana
simbolizando la vanidad, la codicia y la impudicia [cfr. Hans Biedermann,
Diccionario de símbolos
(Barcelona: Paidós, 1993), pág. 308]. En el
«Jeroglífico de la Muerte» que Valdés Leal realiza
para el Hospital de la Caridad de Sevilla se representa al mono en la balanza
de los pecados con el valor iconológico de la lujuria [vid. Enrique Valdivieso,
Valdés Leal (Sevilla: Ediciones
Guadalquivir, 1988), págs. 161 ss. y 224, 165n.] La Sensualidad en el
texto cervantino aparece «coronada de amarillas y amargas
adelfas»
, variante floral del jaramago que asocia C. Ripa a la
libidinosidad (vid. op. cit., II, pág. 22). El
mismo Avalle-Arce reconoce la posible inspiración en algún cuadro
o grabado (vid. ed. cit., pág. 242, 248 n.) Otros
trabajos sobre el símbolo: E. R. Curtius, «El mono como
metáfora»,
Literatura europea y Edad media latina
(Madrid: FCE, 1984), vol. I, 4a reimpr., págs.
750-2 y Helena Percas de Ponseti, «El mono como símbolo»,
Cervantes y su concepto del arte. Estudio
crítico de algunos aspectos y episodios del «Quijote»
(Madrid: Gredos, 1975), vol. II, págs. 398-399.