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81

Palabras citadas en Sales (294). Cfr. infra, n 97.

 

82

En documento de 1588 dirigido al virrey García de Toledo que citan Joan Reglà, Bandolers, pirates i hugonots a la Catalunya del segle XVI (Barcelona: Editorial Selecta, 1969), 100 (es reelaboración aumentada de Felip II i Catalunya) y Salazar Rincón (98).

 

83

Citado por García Cárcel, I, 259.

 

84

Citado por Riquer, Cervantes en Barcelona, 64.

 

85

Pellicer documentó -en sus anotaciones al Quijote, en la ed. de Francisco Bonosio Piferrer (Madrid: J. Repullés, 1854), IV: 238-39 n 1)- la venalidad de algunos comisarios de la expulsión. Sensible también a las dádivas, o indiferente a que la mujer e hijas invalidasen sus medidas contra el bandolerismo, parece haber sido el virrey Almazán (1611-15), aunque su conducta, ambigua o faccionaria, bien podría explicarse como desplante personalista y señorial de un Mendoza irascible. Ver Jaime Carrera Pujal, Historia política y económica de Cataluña: Siglos XVI al XVIII (Barcelona: Bosch, 1946), I, 168-75, y Vilar (436), y compárense con: Elliott 1963 (52, 107-10, 112, 113-17), que aduce fuentes más imparciales; Joan Reglà, Els virreis de Catalunya, vol. V de Història de Catalunya (Barcelona: Cupsa / Planeta, 1979), 190; Patrick Williams, «El reinado de Felipe III», en José Andrés-Gallego, ed., La crisis de la hegemonía española del siglo XVII, vol. VIII de la Historia general de España y América (Madrid: Rialp, 1986), 439-40. Cfr. asimismo Joan Reglà, Estudios sobre los moriscos (Barcelona: Ariel, 1974), 114, 146, 187-89, con Ortiz Domínguez y Vincent (197-98).

 

86

E. Escartín Sánchez, «La sociedad española del siglo XVII», en José Andrés-Gallego (338-39). Ver también Joan Reglà, El bandolerisme català del Baroc (Barcelona: Ed 62, 1966), 33, y, para la dificultad de atribuir diferencias políticas a estos bandos, Salazar Rincón, 95-96, n 34.

 

87

Discursos sobre la calidad del Principado de Cataluña (Lérida, 1616), citado por García Cárcel (I,247). Elliott 1963 (72-77) y Reglà (Bandolers, 111-16) estudian bien el asunto. La sección dedicada por García Cárcel al bandolerismo (245-62) presenta un excelente resumen del estado de la cuestión. La historiografía más reciente insiste, con base documental, en subrayar cómo habría sido «la represión la que politizaría el problema con los conflictos surgidos entre la administración real y las instituciones catalanas» (tesis de Reglà), o «la funcionalidad política del bandolero como brazo armado en la lucha contra el absolutismo político» (Lladonosa), o «l'ostracism polític» como una de las causas del bandolerismo (Xavier Torres). Cfr. con Ludovik Osterc, El pensamiento social y político en el Quijote, México: Ediciones de Andrea, 1963, inspirado en Celestino Barallat (1891), para quien los bandoleros ya son como «guerrilleros» tercemundistas (217-19), y con José Antonio Maravall, La cultura del Barroco [1975] (Barcelona: Ariel, 1983), a quien parecen «un tanto prematuros» los rasgos «románticos y prenacionalistas» que Vilar y otros dieron al bandolerismo catalán (115).

 

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Los trabajos de Persiles y Sigismunda, III: 12; en la ed. de J. B. Avalle-Arce (Madrid: Castalia, 1969), p. 366. El contexto completo de la cita es: «Los catalanes, gente, enojada, terrible, y pacífica, suave; gente que con facilidad da la vida por la honra, y por defenderlas entrambas se adelantan a sí mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo». Corrobora así Cervantes el juicio expresado por don Quijote, que, por entero, reza: «Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única». Un ilustre catalán, Francisco de Moncada, escribiría poco después que «en materia de venganza [a los catalanes] no había para qué solicitalles» (155), en un libro, que citamos por la ed. de S. Gili y Gaya (Clásicos Castellanos, Madrid: Espasa-Calpe, 1941), la Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos (1623), compuesto cuando todavía en Atenas la peor maldición que se podía echar a alguno era la proverbial de «La venganza de los catalanes te alcance» (140). Aquí la gesta de los almogávares -gente de algarada, a quienes Mariana llamaba «ladrones» (BAE 30:450a) y por ello aproximable al bandolero catalán del siglo XVII- y de manera que recuerda a lo que Guinart piensa de su vida/laberinto eslabonado por venganzas, es presentada como la bizantina «peregrinación» (231) de unos hombres de «fuerzas invencibles» (3) que, «avivadas con el agravio» (108), las emplean para buscar «honrada y justa satisfación» en una «venganza... señalada y atroz» (109) que, «jamás aflojando» (148), les enreda en «venganza insaciable» (152) y prolongada durante «trece años de guerra; y con esto dieron fin a toda su peregrinación, y asentaron su morada [en Grecia], gozando de las haciendas y mujeres de los vencidos» (231). Tiene sentido que Moncada evoque con nostalgia las hazañas de «los nuestros» (1), «cuando su fortuna y valor andaban compitiendo en el aumento de su poder y estimación» (3), en una época en que el antiguo poderío naval catalán había quedado reducido a cuatro galeras mal proveídas, se rebajaba aquella estimación al imponer las armas de Castilla y León a la entrada de las Dressanes (atarazanas) de Barcelona y se había llegado a la pre-separatista crisis de 1621-22, en la que Moncada, a la sazón joven conde de Osona, medió conciliadoramente. (Véanse Riquer, 45-47, y Elliott 1963: 129, 147-81). Se entiende bien así el realce dado en el libro a asuntos en los que resuenan agraviados acentos comparables al discurso de Copons, embajador catalán en Madrid, 1622 (Elliott, 153). Notable es el de los vasallos quejosos del rey porque, «ausente y ocupado en gobernar mayores estados», los tiene opresivamente «gobernados por otra mano que la propria» y hechos presa de «ministros y gobernadores en que siempre puede más la pasión que la verdad, más su particular interés que la común utilidad» (184-85; cfr. 7, 231-32). Por lo mismo se explica la memoria reivindicadora de quien sintiéndose catalán reclama atención como español. Cuando en 1304 los almogávares dieron barreno a sus barcos en Gallípoli sentaron ejemplo a la hazaña de Hernán Cortés en el Nuevo Mundo: «No quiero hacer juicio si éste o el de los catalanes fue mayor hecho... Españoles fueron todos los que lo emprendieron; sea común la gloria» (124).

 

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Está claro que, cuando don Quijote se refiere a la vida criminal de Roque como «enfermedad» (60:514), usa esta palabra como en el memorial antes citado (n 25), y con la misma intención que Sancho cuando, compungido por una de sus trifulcas con el hidalgo, le pide perdón diciendo que su conducta y errado hablar «más procede de enfermedad que de malicia» (11.28:257).

 

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Lo que pudiera enfrentar a las facciones señoriales de niarros y cadells, y a los bandoleros que eran su instrumento de acción, era menos importante que el clima de que ambos se aprovechaban y gracias al cual prosperaron: la «poussée de mécontentement qui rend sympatique l'indiscipline violente, qu'elle défie l'autorité de Madrid interpreté par le viceroi, ou celle des organismes catalans, fort soumis malgré leur prétentions à l'independance», señala Pierre Vilar en La Catalogne dans l'Espagne moderne (3 vols., París: S.E.V.P.N., 1962), 1, 623-24. Gregorio Marañón ya había explicado de la misma manera el bandidaje que en los últimos años del reinado de Felipe II infestaba Cataluña, y también Aragón y Valencia. Ver Antonio Pérez [1942], en sus Obras completas (Madrid: Espasa-Calpe, 1970), VI, 504.