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ArribaAbajoActo II

 

Sala en una casa deshabitada.

 
 

Un momento, la escena desierta. Aparecen VÍCTOR y POSTÍN. POSTÍN camina medrosamente cogido de VÍCTOR. VÍCTOR pasea en silencio su mirada por la estancia.

 

VÍCTOR.-  Ya ves, Postín; todo tranquilo, en paz, en silencio. La tormenta ha cesado. Y esto no tiene nada de particular.

POSTÍN.-  ¡Sí, Sí!

VÍCTOR.-  Nada de particular. No seas medroso. Anda, desásete de mí. Recobra tu tranquilidad.

POSTÍN.-  ¡Ya, ya!

VÍCTOR.-  Una casa como todas las casas. Un poco abandonada; polvo en los muebles. Por lo demás, nada. Paz, sosiego, calma profunda.

POSTÍN.-  ¡Sí, sí!

VÍCTOR.-  ¿No lo crees? Ventanas, sillas, sillones, una mesa. Sillas como todas las sillas. Tócalas. No tienen ningún resorte oculto y terrible. Son como todas. ¿Te cercioras? Y este silencio tan profundo, tan grato; vamos a pasar un rato delicioso.

POSTÍN.-  ¡Sí, Sí!

VÍCTOR.-  ¿No estás viendo que no sucede nada? Estás tranquilo; te lo conozco en la cara.

POSTÍN.-  No, lo que es tranquilidad, por ahora hay tranquilidad.

VÍCTOR.-  ¿Trajiste la bujía que te encargué?

POSTÍN.-  ¿Vamos a estar toda la noche aquí?

VÍCTOR.-  Un rato, por lo pronto; luego, ya veremos.

POSTÍN.-  ¿Qué es lo que vamos a ver?

VÍCTOR.-  Vamos a gozar de este silencio delicioso.

POSTÍN.-  Me gusta a mí mucho el silencio.

VÍCTOR.-  ¡Y tan pesado como te pusiste!

POSTÍN.-  ¿Yo nada más?

VÍCTOR.-  Y yo también llegué a estar intranquilo.

POSTÍN.-  ¿Y si no pasara nada?

VÍCTOR.-  Por lo menos debiera ocurrir algo... Vamos, alguna cosilla ligera, para tener que contarla luego; yo estoy un poco desconsolado.

POSTÍN.-  ¿Quería usted, señor, que estuviera encantada la casa?

VÍCTOR.-  Yo no sé, no sé qué te diga. Quisiera..., quisiera... un poquito de misterio.

POSTÍN.-  ¡Bah, bah, señor! Estemos aquí un momento, y luego marchémonos al pueblo; hemos probado ya que somos valientes.

VÍCTOR.-  No lo hemos probado todavía.

POSTÍN.-  ¿Falta algo?

VÍCTOR.-  La cena.

POSTÍN.-  ¿Vamos a cenar aquí?

VÍCTOR.-  Naturalmente. ¿Para qué hemos traído las alforjas?

POSTÍN.-  Yo no tengo apetito.

VÍCTOR.-  ¿No tienes apetito y no hemos comido nada desde el mediodía? Te desconozco. ¿Dónde están las viandas? Sosiégate. Jamón, pollo, pasteles, queso, vinillo claro, frutas...

POSTÍN.-  ¡Con qué ganas comería yo en otra parte!

VÍCTOR.-  ¡Y aquí! Ea, manos a las alforjas; ve colocando en la mesa lo que haya. Primero saca la bujía y ponla. ¿Dónde la pondremos? Aquí hay una botella vacía. ¡Admirable sosiego!

Ven conmigo; demos una vuelta por la estancia. Las puertas están cerradas. ¿Quieres abrir alguna? Anda, abre.

POSTÍN.-  ¿Qué abra yo una puerta de ésas? Que la abra el diablo.

VÍCTOR.-  No mientes al diablo. No hay nada en esas habitaciones. Ya está abierta la puerta. ¿Ves algo dentro? Nada; oscuridad. Y estos sillones son amplios, cómodos; quisiera yo tener un silloncito de éstos para estudiar. Siéntate en uno y repantígate así, como yo.

POSTÍN.-  Sí, cómodos sí son.

VÍCTOR.-  Parecemos dos orondos canónigos... Tra, la, la..., lará, lará, lará... Canta tú también un poco.

POSTÍN.-  No estoy en voz.

VÍCTOR.-  No se trata de hacer primores. Público no tenemos. Tra, la, la. Canta, Postín, canta..., lará, lará, lará.

POSTÍN.-  Que ca nte el primer tenor de la ópera; para eso le pagan.

VÍCTOR.-  Bien; pues ya que hemos comprobado que esta casita no tiene nada de particular, vamos a cenar. ¡A cenar! La bujía está en la botella; encendamos la luz; es ya de noche.

POSTÍN.-  ¡Ay, señor, qué preocupado estoy!

VÍCTOR.-  ¡Simplezas! Ve extendiendo sobre la mesa la merienda. ¡Mira qué bien hace el pan, el dorado pan castellano, el noble y buen pan de Castilla, sobre la blancura del mantel! ¿Y esa nota roja del vino? Estoy alegre. ¿Qué es eso? ¿Empanadas? Eso no entraba en el programa.

POSTÍN.-  ¡Si tengo yo más pesquis para esto!

VÍCTOR.-  Eres un maestro en manducatoria. ¿De confianza esas empanadas?

POSTÍN.-  Las he visto yo mismo hacer.

VÍCTOR.-  No podían faltar las clásicas empanadas. Hablará la Historia de esta comida.

POSTÍN.-  Y el vinillo es de primera. No lo hay en Nebreda más que donde yo lo he comprado; me ha costado mucho arrancárselo a su dueño.

VÍCTOR.-  ¿No quería vendértelo?

POSTÍN.-  Cuando me dijo usted que preparara la merienda, me dije: «Lo primero es encontrar un vinillo de primera». Comencé a buscar; me dijeron que un señor del pueblo guardaba en una bodega unos toneles, pocos, dos o tres, de un vinillo...

VÍCTOR.-  Sigue, sigue; la historia es interesante. ¿Qué te sucede?

POSTÍN.-  Me pareció que había temblado la casa.

VÍCTOR.-  ¿Cómo la casa? ¿Crees que tiembla la casa? Todo puede ocurrir menos que tiemble la casa. He sido yo, que he movido un poco la mesa.

POSTÍN.-  ¿Usted, señor? Juraría que era el piso de la casa, que temblaba.

VÍCTOR.-  Continúa, continúa, Postín, tu historia. Fuiste a ver ese cosechero... ¿Qué es lo que te dijo?

POSTÍN.-  El cosechero era un señor muy raro; tenía el vino para venderlo y no quería venderlo. Y yo le dije: «¿Pero no tiene usted el vino para la venta?» Y él entonces dijo...

VÍCTOR.-  ¿Qué dijo? ¿Qué es lo que te sucede?

POSTÍN.-  ¿Oye usted cómo ladra un perro?

 

(Los ladridos no deben ser oídos por los espectadores.)

 

VÍCTOR.-  Un perrito que ladra; nada de particular. Seguramente ladra en un caserío vecino.

POSTÍN.-  No, no; es dentro de la casa. Y es un ladrido tan particular...

VÍCTOR.-  ¿Encuentras particular el ladrido de un perro? Ea, un traguito.

POSTÍN.-  Si usted me lo manda...

VÍCTOR.-  Yo te mando que no pienses en cosas tristes.

POSTÍN.-  ¿Oye usted ladrar otro perro?

VÍCTOR.-  ¿Otro perro? Sí, un perrito más. Como el de antes...

POSTÍN.-  Dos perros chicos.

VÍCTOR.-  ¡Bravo! ¿Lo ves? Ya estás haciendo chistes. Chistes fáciles, populares; pero, en fin, tú no estás obligado a finuras. ¿Y el cosechero te dijo...?

POSTÍN.-  El cosechero me dijo: «Es verdad que tengo ese vino para la venta; pero me da pena venderlo. Ese vino es de unas viñas que he plantado yo mismo, cuando era mozo». ¡Caray!...

VÍCTOR.-  ¿Caray dijo también el cosechero?

POSTÍN.-  ¡Caray digo yo!

VÍCTOR.-  ¿Caray, por qué?

POSTÍN.-  Han tosido ahí al lado.

VÍCTOR.-  Han tosido ahí al lado. ¿Dónde?

POSTÍN.-  En esa sala.

VÍCTOR.-  ¿Que han tosido en esa sala?

POSTÍN.-  Una tos seca, rara.

VÍCTOR.-  ¡Qué exquisito es este pollo! Blando, mantecoso. Déjate de toses, Postín. Ahí tienes un pedazo de pechuga.

POSTÍN.  ¡Ay, han tosido, han tosido!

VÍCTOR.-  Una madera que se ha resquebrajado; estas casas viejas, abandonadas, se quejan a voces como si fueran personas. ¿Verdad que es excelente el pollo?

POSTÍN.-  ¡Han tosido, han tosido!

VÍCTOR.-  ¿Y al fin te vendió el vinillo el propietario?

POSTÍN.-  ¿Oye usted cuántos ladridos de perros?

VÍCTOR.-  Perros de los contornos que se habrán refugiado en la casa.

POSTÍN.-  Ladran abajo.

VÍCTOR.-  Sí, están abajo; pero no es nada.

POSTÍN.-  ¡Caray, conque no es nada!

VÍCTOR.-  Hombre, Postín, no te enfurruñes. ¿Es que te levantas de la mesa porque ladran unos perros? Siéntate; continuemos comiendo; acaba tu interesante narración.

POSTÍN.-  ¿Cree usted que yo estoy para cuentecitos?

VÍCTOR.-  ¡Qué hermosa manzana! Los colores son preciosos; carmín, oro, amarillo. La Naturaleza es un artista inimitable. ¿Has buscado tú también estas manzanas?

POSTÍN.-  He ido yo mismo a un huerto a cogerlas.

VÍCTOR.-  Y seguramente en el huerto habrá ocurrido otra historia como la del vino.

POSTÍN.-  Ninguna historia; pero había allí una hortelana que...

VÍCTOR.-  ¿Hortelana dices? Hortelana bonita, garrida.

POSTÍN.-  Y ahora es un gatito.

VÍCTOR.-  ¿Un gato?

POSTÍN.-  ¿No lo oye usted? Un gato que maya.

VÍCTOR.-  ¿Por un gato que maya te preocupas?

POSTÍN.-  Y ahora son seis u ocho. ¡Porvida de la casita!

VÍCTOR.-  Diez o doce gatos que mayan. Nada, gatos y perros.

POSTÍN.-  ¿Dirá usted que los gatitos han venido a la querencia de los perros?

VÍCTOR.-  Nada más lógico que haya ratones en una casa vieja. Y donde hay ratones suele haber gatos; todo está dentro del orden natural.

POSTÍN.-  ¡Diablo con la casita!

VÍCTOR.-  ¿Conque una hortelana guapota, frescachona? ¡Qué picarillo es el amigo Postín!

POSTÍN.-  ¡Ay!

VÍCTOR.-  ¿Qué pasa?

POSTÍN.-  ¿No ha oído usted esos golpes?

VÍCTOR.-  Lo oigo todo; y todo eso no tiene importancia; perros y gatos que riñen, han derribado allá abajo algo, y en paz.

POSTÍN.-  ¿En paz? Vámonos, señor; esto ya está visto.

VÍCTOR.-  ¿Qué es lo que está visto?

POSTÍN.-  La dichosa, condenada, recondenada casita.

VÍCTOR.-  Hasta ahora, Postín, siento decírtelo, no ha pasado cosa mayor. Sentémonos aquí, bien repantigados, en los sillones, para reposar la comida.

 

(Se va iluminando la escena con luz verde.)

 

POSTÍN.-  ¿Se hace ya de día?

VÍCTOR.-  ¡Qué bonito es esto! Se va iluminando la sala con luz verde.

POSTÍN.-  ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué habremos entrado en esta casa?

VÍCTOR.-  Tranquilízate; la cosa sí es un poco rara; pero tal vez esta luz procede de una aurora boreal.

POSTÍN.-  ¿Y decía usted que no pasaría nada?

VÍCTOR.-  ¿Te molesta la luz verde?

POSTÍN.-  Y ahora es de otro color.

VÍCTOR.-  Ahora es roja. Decididamente estamos en plena fantasmagoría. ¿Has bebido tú mucho, Postín? Yo no he bebido mucho, y, sin embargo, el vinillo era tal, que bien pudiera...

POSTÍN.-  ¡Ca, señor, ca, no es cosa de vino! Usted y yo estamos bien serenos. No, esto es serio, muy serio. La casita tiene lo suyo. ¡Vaya si lo tiene! Y lo que vendrá.

VÍCTOR.-  ¿No notas nada ahora?

POSTÍN.-  ¡Ay, ay, ay! ¡Que se cae la casa!

VÍCTOR.-  Ahora sí que se tambalea la casa; parece un barco corriendo un temporal; agárrate, Postín.

POSTÍN.-  ¡Madre mía! ¿Por qué habré venido yo a esta maldita casa?

VÍCTOR.-  ¡Y qué golpes tan furiosos dan abajo! ¡Y ahora ruido de cadenas, campanadas, gritos, lamentos!

POSTÍN.-  ¡Señor, señor! ¿Qué va a ser de nosotros?

VÍCTOR.-  No te desesperes; tranquilízate. Lo que haya de ocurrir, ocurrirá.

POSTÍN.-  ¿Cree usted que va a ocurrir algo más?

VÍCTOR.-  Presumo que sí.

POSTÍN.-  Hasta ahora estamos sanos y salvos.

VÍCTOR.-  Relativamente; sospecho que si intentáramos salir, no podríamos.

POSTÍN.-  Pues es un porvenir.

VÍCTOR.-  Piensa en otra cosa; serénate.

POSTÍN.-  Pero ¿está usted sereno?

VÍCTOR.-  Yo divago con el pensamiento por los espacios imaginarios. He sido desgraciado, Postín, tú lo sabes, y cuando le han ocurrido a uno muchas desgracias en la vida, no importa ya que le ocurra una más. Entonces se mira la vida con cierta serenidad. Con la serenidad de quien dentro de su pobreza, dentro de su dolor, nada teme ni espera.

POSTÍN.-  Pero, señor, ¿y la muerte?

VÍCTOR.-  La muerte, Postín, no existe. Cuando la muerte viene, cuando se produce, ya no podemos sentirla. Si la sintiéramos, no sería muerte. No podemos sentir ese momento brevísimo, infinitesimal, en que dejamos de existir. No podemos sentir, en el sueño profundo, una milésima de segundo después de haber penetrado en él, que nos hemos dormido.

POSTÍN.-  Bien se consuela usted. Claro, tiene usted lo que yo no tengo: usted tiene talento.

VÍCTOR.-  Yo no tengo nada, fiel servidor; no soy más que un peregrino de la vida. Y en la vida, con toda mi curiosidad, no he encontrado sino vanidad y dolor.

POSTÍN.-  Pero bien, señor, ¿qué hacemos?

VÍCTOR.-  Espera, espera.

 

(De pronto se oyen campanas que tocan a muerte y se percibe el canto del Dies irae.)

 

Dies irae dies illa
Solvet saeclum in favilla
Teste David cum Sibylla.



POSTÍN.-  ¡Dios mío, Dios mío!

VÍCTOR.-  Piensa en otra cosa; yo voy a ver si hay por aquí algún libro para leer.

POSTÍN.-  Yo también quiero un libro, un libro de oraciones.

VÍCTOR.-  ¿Para qué?

POSTÍN.-  Para prepararme a bien morir.

 

(La escena se va iluminando poco a poco con una suave luz rosada. Se oye una música deliciosa, un fragmento de Mozart.)

 

VÍCTOR.-  ¿Ves, querido Postín? Todo se acaba.

POSTÍN.-  ¿Qué sucede ahora?

VÍCTOR.-  Ahora no sucede nada. ¿No oyes esa música deliciosa? Es de Mozart; escucha, escucha.

POSTÍN.-  ¡Qué susto tan tremendo!

VÍCTOR.-  Ahora estamos gozando de una música admirable. Parece que ha cambiado todo: las cosas entran en una nueva fase. ¿Dónde tocarán? Mira esa puerta.

POSTÍN.-  ¿Que mire yo por esa puerta? ¡Ya, ya!

VÍCTOR.-  Pero ¿tienes todavía miedo?

POSTÍN.-  Por si acaso.

VÍCTOR.-  La música va cesando; se aleja. Ya ves que los encantadores, que han estado asustándonos un rato, no son tan fieros como creíamos. Ahora quieren alegrarnos.

POSTÍN.-  ¡Con tal de que no sea esto la preparación de otra cosa peor!

VÍCTOR.-  ¿Peor que lo pasado?

POSTÍN.-  Todo puede ser.

VÍCTOR.-  No esperemos ya nada malo; las cosas han variado; la música se ha desvanecido en la lejanía; hay otra vez un profundo silencio en la casa. ¿No gozas tú de este sosiego?

POSTÍN.-  Yo gozaría, señor, estando acostado en el pueblo.

VÍCTOR.-  Tras la zozobra se goza mejor de la tranquilidad; apresurémonos a gozar de este momento. Yo creo que en la vida debiera haber -para los seres felices, claro está- empresas o compañías destinadas a producirles desazones y angustias, para que después esos seres afortunados, aburridos en la dicha, pudieran gozar más profundamente de su felicidad.

POSTÍN.-  La vida es la vida, señor; cada hombre es un mundo, y cada hombre sabe sus cosas.

VÍCTOR.-  ¿Quién viene? Se oyen pasos precipitados; mira a ver.

POSTÍN.-  ¿Yo?

 

(Entra precipitadamente un caballero vestido correctamente, con gabán; el sombrero y el bastón los lleva en la mano.)

 

DOCTOR.-  ¡Querido Brenes!

VÍCTOR.-  ¡Querido doctor!

DOCTOR.-  ¡Un abrazo!

VÍCTOR.-  ¡Tanto tiempo!...

DOCTOR.-  Sin vernos un año, dos años.

VÍCTOR.-  ¡Qué alegría!

DOCTOR.-  ¿Y éste es Postín, el perillán de Postín?

POSTÍN.-  ¡Oiga, señor, con perdón, yo no soy perillán!

VÍCTOR.-  Calla, Postín; repara en el tono cariñoso con que te lo dice.

POSTÍN.-  Pues si no fuera por el tono...

DOCTOR.-  Cuénteme, cuénteme, querido Brenes.

VÍCTOR.-  Nada de particular, querido doctor. La vida va pasando.

DOCTOR.-  La vida va pasando. Cuénteme. El color, encendido, excelente. El aspecto general es bueno.

VÍCTOR.-  En apariencia, al menos.

DOCTOR.-  No hay que ser aprensivo.

VÍCTOR.-  No lo soy, doctor.

DOCTOR.-  ¿Quién no lo es?

VÍCTOR.-  Me cuido un poco, como todo el mundo.

DOCTOR.-  ¡Y es natural! Es preciso vivir; las cosas van deprisa en estos tiempos, y hay que ver muchas cosas.

VÍCTOR.-  Procuro ver las cosas. El espectáculo del mundo me atrae.

DOCTOR.-  ¿Y sabe usted lo que hay que hacer para vivir mucho?

VÍCTOR.-  ¿Y para qué vivir mucho?

DOCTOR.-  ¡Hola! ¿Pesimismos a mí? No me gusta ese tono: cambie usted de registro. Hay que vivir.

VÍCTOR.-  La vida no es larga ni corta. Si viviéramos mil años en vez de vivir cincuenta, encontraríamos la vida igualmente breve.

DOCTOR.-  Sí. ¿Pero quién nos quita la ilusión de encontrarla larga o breve? Y la vida es ilusión. Vivamos, creemos; creemos en los demás un poco de ilusión y un poco de bienestar. El placer de hacer el bien vale la pena de vivir. Y no hay en el mundo, en este granito de arena en que vivimos, un placer más alto y más puro.

VÍCTOR.-  Exacto, exacto.

DOCTOR.-  ¡Ah, perdone usted! He entrado precipitadamente; me habían dicho que estaba usted aquí y no he querido detenerme. ¡Antonio, Luis!  (Salen dos jóvenes en traje de laboratorio.)  ¿No conocéis a Víctor Brenes, el gran poeta?

LUIS.-  Naturalmente, por sus obras.

ANTONIO.-  Por sus obras, al menos.

 

(Estrechan la mano de VÍCTOR.)

 

DOCTOR.-  ¿No ocurre novedad?

LUIS.-  Ninguna.

DOCTOR.-  Haced el favor.  (El DOCTOR se quita el abrigo y lo entrega, con el bastón y el sombrero, a los ayudantes.)  Estoy abrumado de trabajo, querido Brenes. No puedo más... Esperadme vosotros en el laboratorio...  (Se marchan LUIS y ANTONIO.)  Decía usted que la imaginación... Lo decía usted o lo decía yo. Decíamos que en la vida la ilusión, la imaginación, lo es todo.

VÍCTOR.-  ¿Y cuando se van perdiendo las ilusiones, doctor?

DOCTOR.-  Pero ¿va usted perdiendo las ilusiones, querido Brenes?

VÍCTOR.-  Todo se gasta en la vida.

DOCTOR.-  Y se gasta el propio mundo en que vivimos.

VÍCTOR.-  Pero existen millares, millones de mundos, de universos, como este nuestro.

DOCTOR.-  ¿Le interesa a usted la astronomía?

VÍCTOR.-  Me interesa porque nos hace ver la grandeza y la pequeñez del hombre al mismo tiempo.

DOCTOR.-  Pequeñez del hombre, ¿por qué?

VÍCTOR.-  Porque, entre tantos millones y millones de universos, el hombre no es siquiera la sombra de una sombra casi invisible.

DOCTOR.-  Grandeza del hombre, ¿por qué?

VÍCTOR.-  Porque a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de ser el hombre la sombra de una sombra, hemos podido captar el concepto de eternidad como se caza una mariposa en una redecita.

DOCTOR.-  Pienso yo también eso.

VÍCTOR.-  Y usted lo hubiera dicho mejor.

DOCTOR.-  Mejor que usted, no.

VÍCTOR.-  Usted tiene la precisión del sabio.

DOCTOR.-  Y usted, la imaginación del poeta.

VÍCTOR.-  Muy bondadoso, doctor.

DOCTOR.-  ¡Ah, perdone otra vez! Un momento, Brenes. ¡Luis, Antonio!  (Salen los dos ayudantes.)  ¿Las últimas noticias de nuestros sujetos de experimentación?

LUIS.-  Excelentes.

ANTONIO.-  Admirables.

LUIS.-  Aquí tenemos el boletín diario que acabamos de redactar.

 

(Lo lee rápidamente el DOCTOR.)

 

DOCTOR.-  Bien, bien.

LUIS.-  No cabía duda ninguna.

ANTONIO.-  Llevamos un año de experiencias.

LUIS.-  No ha fallado ninguna.

DOCTOR.-  Bien, bien. La prueba está hecha. El elixir es maravilloso, realmente. Este descubrimiento es de una importancia inmensa para la Humanidad. Sobre todo, para los artistas.

LUIS.-  Para los poetas.

ANTONIO.-  Para todos los escritores.

DOCTOR.-  Con este elixir, ¡cuántas obras de arte no van a ser creadas!

 

(Siguen hablando en un extremo del teatro.)

 

VÍCTOR.-  ¿Estás más tranquilo, Postín?

POSTÍN.-  Un poco más.

VÍCTOR.-  ¿No del todo?

POSTÍN.-  ¿Cómo quiere usted que esté tranquilo, estando aquí un doctor famoso?

VÍCTOR.-  ¿No crees en la medicina?

POSTÍN.-  Creo en el sol, en el aire y en las hierbas del campo.

 

(Vuelve el DOCTOR al grupo de VÍCTOR y POSTÍN.)

 

DOCTOR.-  Decía usted, Brenes, o lo decía yo, que la imaginación...

VÍCTOR.-  ¿Cree usted, doctor, que la imaginación es cosa de juventud?

DOCTOR.-  ¡Qué horror! La imaginación es cosa de la edad madura. Los jóvenes no tienen imaginación. La imaginación es planta que crece en el humus de los cincuenta años.

VÍCTOR.-  ¿Cree usted?

DOCTOR.-  Todas las grandes obras del arte y de la ciencia, obras de imaginación, las han realizado los viejos. Cervantes mismo... ¿Se levanta usted?... ¿Qué le sucede?

VÍCTOR.-  No puedo oír el nombre de Cervantes sin sentir una profunda emoción.

DOCTOR.-  ¿Se emociona usted?

VÍCTOR.-  ¡He pensado tanto en Cervantes! Me atraen profundamente todos los hombres que, teniendo una exquisita sensibilidad, se ven sujetos a sufrir los brutales encontronazos de la pobreza.

DOCTOR.-  Cervantes es el primero en sensibilidad.

VÍCTOR.-  Y lo fue en la pobreza. Tenía una vivísima imaginación. ¡Qué horrible la suerte de un artista sin esa facultad creadora!

DOCTOR.-  Usted, querido poeta, tiene una imaginación fulgurante.

VÍCTOR.-  Pero temo el cansancio y la vejez. Y siento angustia, miedo, espanto, ante la idea de que llegue el momento en que me siente delante de las cuartillas y no pueda emocionarme.

DOCTOR.-  ¿Quisiera usted precaverse contra ese peligro?

VÍCTOR.-  ¿Qué remedio puede haber en el mundo? No existe ninguno.

DOCTOR.-  ¿Que no existe ninguno?

VÍCTOR.-  No puede haberlo.

DOCTOR.-  Estamos rodeados, querido Brenes, de fuerzas misteriosas. Comenzamos ahora, modernamente, a entrar, aunque con paso vacilante, en el reino de lo misterioso. ¿Quisiera usted prevenirse contra el peligro de sentir exhausta la imaginación?

VÍCTOR.-  Bromea usted, doctor.

DOCTOR.-  Nunca he hablado más en serio.

VÍCTOR.-  ¿Hay también un misterio en sus palabras?

DOCTOR.-  Un misterio que va a dejar de serlo para usted.

VÍCTOR.-  Estoy ansioso de conocerlo.

DOCTOR.-  En dos palabras. He inventado un elixir maravilloso.

VÍCTOR.-  ¿De larga vida?

DOCTOR.-  No; elixir que aviva la imaginación y la torna brillante y lozana.

VÍCTOR.-  ¿Algo como el alcohol?

DOCTOR.-  No; los efectos del alcohol son momentáneos y dañan al organismo; mi elixir obra con perfecta normalidad, y sus efectos son definitivos, permanentes.

VÍCTOR.-  ¿Lo ha ensayado ya usted?

DOCTOR.-  Llevo, con mis ayudantes, un año de experiencias. Todas las pruebas han sido satisfactorias. He procurado mantener el secreto. Y ahora le digo a usted: Brenes, querido poeta, ¿quiere usted tomar unas gotas de mi elixir? No corre usted ningún peligro. ¿Quiere usted someterse a esa prueba?

VÍCTOR.-  Me deja usted asombrado, doctor. La tentación es terrible.

DOCTOR.-  Piense usted en una persona querida; haga usted un esfuerzo para representársela en la imaginación.

VÍCTOR.-  ¿Que piense en una persona querida?

DOCTOR.-  Un momento nada más.

VÍCTOR.-  Bien; lo hago.  (Breve pausa.) 

DOCTOR.-  ¿Cómo se la ha imaginado usted?

VÍCTOR.-  Me la he imaginado bien.

DOCTOR.-  ¿Bien del todo? ¿Con todos los pormenores de la imagen?

VÍCTOR.-  Exactamente.

DOCTOR.-  Pues ahora reflexione usted en lo que sería la imagen de esa persona querida vista con una imaginación cuarenta, cincuenta, cien veces mayor.

VÍCTOR.-  ¿Y sería ésa la obra de su elixir?

DOCTOR.-  Naturalmente.

VÍCTOR.-  ¿No habrá, a cambio de esa imaginación, mengua en las otras facultades cerebrales?

DOCTOR.-  Ninguna disminución.

VÍCTOR.-  ¡Pues a la obra!

DOCTOR.-  ¡Antonio, Luis!

 

(Salen los dos ayudantes.)

 

LUIS.-  ¿Mandaba usted?

DOCTOR.-  El elixir.

ANTONIO.-  ¿Para el señor Brenes?

DOCTOR.-  Sí; el querido poeta se decide a tomarlo.

LUIS.-  Será una prueba magnífica.

 

(Desaparecen los dos ayudantes.)

 

DOCTOR.-  Ya verá usted, querido Brenes.

VÍCTOR.-  Pero, doctor, yo no sé...

DOCTOR.-  No dude usted.  (Vuelven ANTONIO y LUIS. Traen en una bandeja un vaso de agua y una redomita.)  Este es el elixir; mire usted; su color es limpio, transparente; es decir, no tiene color. Con cuatro gotas bastarán.

LUIS.-  Mejor serían cinco.

ANTONIO.-  Sí, cinco.

DOCTOR.-  Cinco es la mayor dosis.

VÍCTOR.-  ¿Tanto?

DOCTOR.-  No se alarme usted; en este vaso de agua dejamos caer cinco gotas; una, dos, tres, cuatro, cinco... ¡Ya está! El agua no ha perdido su transparencia; puede usted beber.

VÍCTOR.-  Bueno, bueno, doctor; entendámonos...

DOCTOR.-  ¿Duda usted?

VÍCTOR.-  No dudo; pero... yo no puedo creer que no se produzca un desequilibrio en el organismo.

DOCTOR.-  La normalidad funcional será perfecta. ¿Es que no tiene usted confianza en mí?

VÍCTOR.-  Absoluta, doctor.

DOCTOR.-  ¿Deja usted el vaso otra vez en la bandeja?

VÍCTOR.-  Un momento de reflexión, el último.

DOCTOR.-  Bien; pongan ustedes el vaso encima de la mesa; medite usted un rato; todo lo que quiera. Nosotros nos retiramos. Nosotros nos retiramos para que usted pueda meditar a sus anchas y dentro de un momento volveremos.

 

(Se marchan el DOCTOR, LUIS y ANTONIO. Se oye fuera gritar. «¡Impertinentes, impertinentes!».)

 

VÍCTOR.-  ¡Alguien alborota por ahí!

POSTÍN.-  ¿Nueva aventura?

 

(Sale DOÑA JUANA.)

 

JUANA.-  ¡ Impertinentes, impertinentes! ¿Es esto vida? No me dejan; no puede una vivir a su gusto.

VÍCTOR.-  Serénese usted, señora.

JUANA.-  ¿Es que yo no tengo derecho a vivir como quiera? No me dejan vivir con el sonsonete de que debo hacer esto o lo otro.

VÍCTOR.-  Sosiéguese usted, señora.

JUANA.-  Quieren que haga ejercicio, que salga al campo, que me levante temprano... No sé cuántas cosas más quieren.

POSTÍN.-  Mándelos usted a paseo, señora.

JUANA.-  Yo quiero vivir a mi gusto, sin que me sermonee nadie. ¡Impertinentes, impertinentes! Yo haré lo que quiera.

VÍCTOR.-  ¿Y viene usted a ver al doctor?

JUANA.-  Cabalmente. ¿Usted le conoce?

VÍCTOR.-  Ya lo creo.

JUANA.-  Y le ha propuesto a usted...

VÍCTOR.-  ¿Usted lo sabe?

JUANA.-  Yo no he querido.

VÍCTOR.-  ¿No ha querido usted tomar el elixir del doctor?

JUANA.-  ¡Qué desatino! Usted ¿lo ha tomado?

VÍCTOR.-  Voy a tomarlo.

JUANA.-  ¡No lo haga usted!

VÍCTOR.-  ¿Por qué?

JUANA.-  ¿No ve usted la falacia del doctor?

VÍCTOR.-  ¿La falacia del doctor?

JUANA.-  ¡Chist, que no nos oiga! Sí, la falacia del doctor. Lo diré bajito.

VÍCTOR.-  Pero el doctor ¿trata de engañarme?

JUANA.-  El doctor le promete a usted un aumento prodigioso en la imaginación. ¿No es eso?

VÍCTOR.-  Exacto.

JUANA.-  Y usted tendrá un inmenso poder imaginativo que ahora no tiene. Pero ¿no piensa usted en lo que va a suceder cuando tenga esa potencia de imaginación?

VÍCTOR.-  Hable usted: dígame: estoy ansioso.

JUANA.-  Resultará que, fatalmente, lógicamente, todas las angustias, las aprensiones, las sospechas, todos los dolores, en fin, se van a centuplicar para usted. Y un pormenor doloroso, que ahora es simplemente molesto, será entonces irresistible, intolerable. Y una sospecha inquietante se convertirá en una verdadera tortura.

VÍCTOR.-  ¡Ah, es verdad! No debo; no debo; renuncio al elixir. La compensación es terrible. Postín, no bebo.

POSTÍN.-  ¡Bien, bien, señor! Ni yo tampoco.

JUANA.-  ¡Impertinentes, impertinentes! Dónde está el doctor? (Se marcha.) 

VÍCTOR.-  No bebo; no bebo. Ya estoy tranquilo. Ya he tomado una resolución inquebrantable.

POSTÍN.-  Bien, bien, señor.

 

(Entra ISABEL.)

 

ISABEL.-  ¿Me permiten ustedes?

VÍCTOR.-  Usted manda en esta casa.

ISABEL.-  Muy galante.

VÍCTOR.-  ¿A que sé cómo se llama usted? Usted se llama Lucero de la Mañana.

ISABEL.-  Gracias; me llamo sencillamente Isabel.

VÍCTOR.-  ¡Qué bonito adverbio ese de sencillamente!

ISABEL.-  ¿Por qué?

VÍCTOR.-  Porque va acoplado al nombre de Isabel. Yo quisiera estar así.

ISABEL.-  Yo quiero los hombres decididos.

VÍCTOR.-  Pues aquí me tiene usted a mí.

ISABEL.-  No es verdad. Encima de la mesa veo un vaso de agua esperándole a usted.

VÍCTOR.-  ¿Habla usted del elixir del doctor?

ISABEL.-  ¿No lo ha querido usted tomar?

VÍCTOR.-  ¿Lo ha tomado usted?

ISABEL.-  Si no lo hubiera yo tomado, no podría yo discutir con usted.

VÍCTOR.-  Pues yo estoy vacilante.

ISABEL.-  Beba, beba usted ese elixir y podrá remontarse a las cumbres más elevadas.

VÍCTOR.-  ¿Me lo manda usted?

ISABEL.-  ¿Quién es el artista que duda en poseer una potente fuerza creadora? El gran placer en arte es poder, en cada momento, revestir todas las formas y figuraciones del universo. Y un artista con imaginación lo es todo: es el árbol, la nube, la montaña, el mar.

VÍCTOR.-  La quiero a usted. Es usted el ideal.

ISABEL.-  Quiero infundir a usted un poco de confianza en sí mismo.

VÍCTOR.-  ¿La veré a usted después que beba?

ISABEL.-  Con usted estaré en todos los momentos. Aunque me halle ausente, su imaginación le hará verme a su lado.

VÍCTOR.-  Bebo, bebo; estoy ya decidido.

ISABEL.-  Un nuevo artista va a nacer en el antiguo.

VÍCTOR.-  ¡Doctor, doctor!

 

(Entran el DOCTOR y DOÑA JUANA.)

 

DOCTOR.-  ¿Decidido ya?

VÍCTOR.-  Decidido.

DOCTOR.-  Lo celebro.

LUIS.-  ¡Ya verá usted!

ANTONIO.-  No hay peligro ninguno.

VÍCTOR.-  ¿Compensación dolorosa?

DOCTOR.-  Ninguna.

JUANA.-  ¡Qué horror! ¡Va a beber!

ISABEL.-  ¡Beba usted!

POSTÍN.-  ¿Qué va usted a hacer, señor?

VÍCTOR.-  Avanzo hacia el vaso... con paso solemne..., lo cojo, lo levanto en el aire...

DOCTOR.-  ¡Ja, ja, ja! ¡Qué niño es usted, Brenes!

VÍCTOR.-  Y lo miro al trasluz.

POSTÍN.-  ¡Señor, señor!

VÍCTOR.-  Señores, brindo por el doctor.

DOCTOR.-  Piense usted en una persona querida; en algún gran artista. Que la primera imagen que vea usted con la nueva imaginación sea ésa.

VÍCTOR.-  ¿Puedo pensar en Cervantes?

DOCTOR.-  Sí; piense usted en Cervantes.

VÍCTOR.-  ¿No me pasará nada?

DOCTOR.-  ¡Que me incomodo, querido Brenes!

VÍCTOR.-  No se enfurruñe usted, doctor. Río. ¡Ja, ja, ja! Me pongo serio. Torno a reír. ¡Ja, ja, ja! Y pienso en Cervantes. Quiero que su imagen sea la primera que yo vea con la nueva imaginación. ¿Seguridad completa, doctor?

DOCTOR.-  Vamos, Brenes.

JUANA.-  ¡Qué temeridad!

ISABEL.-  ¡Poeta, no dude usted!

POSTÍN.-  ¡Señor, señor!

 

(Se lleva BRENES el vaso a los labios y va bebiendo lentamente.)

 

VÍCTOR.-  ¡Ya está!


 
 
TELÓN
 
 

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