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Claridad de Matisse

Ricardo Gullón





En el número 46 de Derrière le miroir (mayo 1952) el pintor Jean Bazaine estudia la pintura de Matisse con ocasión de la reciente muestra de obras de este artista en la Galería Maeght de París. Es interesante ver al gran pintor de la generación pasada enjuiciado por el gran pintor de la generación presente. Matisse, en sus gloriosos ochenta años, trabajando con el entusiasmo y el vigor de quien se encuentra en completo dominio de sus facultades creadoras; Bazaine, hombre de cuarenta años, es una de las figuras más considerables de la promoción ahora en plenitud de rendimiento.

Bazaine no es propiamente un discípulo. Su pintura parte de supuestos e intenciones distintas de los evidentes en la pintura de su ilustre predecesor. Quizá por eso puede valorar con objetividad la gracia del arte de Matisse: «oculto en su luz -dice-, no existe pintor más secreto».

«Gran constructor -añade-, uno de los más grandes y -sutiles, es también uno de los pocos pintores de su época que no se dejará tentar por el cubismo, ¿Lucidez, pureza de Matisse? El hombre que inventó el fauvismo, que dibujó toda su vida esos rostros, esas flores, esos desnudos vibrantes donde la claridad de la forma surge al cabo de tantos oscuros e inciertos combates, de tanta señoreada violencia; el que creó sobre los muros de la capilla de Vence signos tan profundamente trágicos, pienso que es hombre capaz de enseñarnos de nuevo el preeio a que se conquista esa hermosa pintura francesa, tan clara... (como , decía Renoir)».

Bazaine escribe en estilo denso, cuajado de frases que impresionan por lo feliz de la fórmula y lo exacto de la idea. Su texto es una síntesis lograda, una revisión de conceptos que suelen ser invocados sin la exigible precisión por escritores y comentaristas para quienes la crítica de arte es terreno entregado a la aproximaciones más temerarias. Si consideramos tan valioso el trabajo de Bazaine es porque revisa el concepto de lo claro; porque demuestra la inexistencia de formas claras (salvo en la máquina); porque señala cómo la mano del pintor «no describe curvas previstas», sino que se mueve en un mundo revuelto en donde ha de capturar las formas -con ellas la esencia- de lo que desea apropiarse.

Matisse no es un clarividente analista de la realidad, sino un hombre que incesantemente tantea a través de ella buscando líneas y formas en que captar su energía, su vibrante impulso; signos expresivos de su lucha por capturar los secretos del mundo. «El arte francés -concluye Bazaine-, en sus cumbres, disfraza gustoso de claridad los movimientos más vivos de su pasión. Es su fuerza y su grandeza».





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